Mi puta vida (biográfico 01)
Les comienzo a contar los pasajes más relevantes de mi puta vida.
Me llamo Ofelia Wagner Lutz, soy argentina, hija de padre alemán y madre argentina descendiente de alemanes, nací el 9 de marzo de 1973.
Mido 1,79 cm y tengo un cuerpo escultural, 90-60-90.
Bueno, 90 más 40; 60 más 30 y 90 más 35. Igualmente es un cuerpo de escultura, pero más bien de escultura ecuestre donde yo sería la parte de abajo.
En síntesis, soy una yegua a la que muchos hombres han montado y en la que han envainado gustosos su espada de carne.
Todo lo que les voy a contar es rigurosamente cierto, quizás con aportes de la imaginación pero basicamente fiel a lo que atesoran mis recuerdos.
Mi vida tiene tres grandes etapas. La primera culmina con la muerte de mi madre cuando yo tenía 14 años. La segunda corresponde a los años de mi padre viudo hasta su muerte, cuando cumplí los 24. Espero que el destino no sea muy regular en sus tiempos y que la tercera, la actual, no culmine con mi muerte cuando cumpla 34 años. Sinceramente lo espero de todo corazón.
Tuve una infancia bastante felíz. La pasé en San Justo, lugar donde vivíamos pues mi padre trabajaba en una importante industria de la zona y en la que había bandadas de chicos para jugar.
Adoré a mi madre y ella a mí, nos llevabamos muy bien y eramos inseparables. Casi siempre estabamos solas hasta la noche cuando llegaba ese señor mayor, serio, que daba ordenes y se hacía llamar papá.
Durante la primaria, hasta los 12 años fuí muy popular entre los demás chicos de la escuela.
Como era la más grandota de cuerpo, fuí una especie de lider. Los más chicos me adoraban porque los defendía cuando alguno más grande lo atacaba y los mayores, cuando me llegaban a conocer, me respetaban.
El conocimiento pasaba por la paliza que recibían de parte mía cuando me peleaba defendiendo algo que consideraba justo.
Todos me llamaban La Tetona, por razones obvias. A los 10 años comencé a desarrollar las tetas que actualmente tengo y que se convirtieron en otro elemento diferencial de las demás chicas de mi edad. Cuando ellas jugaban a darle la mamadera a sus muñecos, yo podía alimentar a un bebe de verdad.
Me pasé la infancia a las trompadas, jugando al futbol, a las bolitas y a todo lo que jugaban los varones. Mientras las nenas de mi edad jugaban a las muñecas o empezaban a soñar con su principe azul, mi única preocupación era llegar a ser Maradona en versión femenina. Era una machona, que reinaba a sus anchas por propio peso.
A los 12 años note que muchos de los chicos que buscaban roña para pelearse conmigo lo hacían con la intención de meter mano a mis tetas y a mi culo, la concha se salvaba porque nunca andaba con polleras. Si bien no me dejaba de gustar esa variante algo erótica de la pelea, los susodichos terminaban cobrando como cualquier otro que peleaba conmigo por verdadero encono y no se si disfrutaban los toqueteos que habían logrado.
En esa época de exploración y búsqueda, descubrí la paja, lógicamente de la mano de los más reos de la barra, que mediante ella descargaban sus necesidades físicas, las mismas que yo sentía. Los varones hacían torneos a ver quien la tenía más larga y algunos bastante precoces se vanagloriaban de eyacular sus primeras gotas de semen. Yo recababa toda la información posible y luego la traducía a mis necesidades. Mi madre tenía un ejemplar del viejo libro El matrimonio perfecto que yo a escondidas consultaba, así me interioricé de la estructura de mi aparato genital y descubrí el fabuloso clítoris, fuente de todo placer y relajo.
Fuí una niña muy pajera, disfrutaba mucho esos momentos y los repetía cuantas veces podía. Esa fué mi etapa de la paja manual, sólo usaba mis dedos para satisfacer mis hirvientes calenturas.
Con la finalización del ciclo primario coincidió la jubilación de mi padre. Nos mudamos a la capital, para ahorrar el alquiler. Además no se dejaba atrás nada importante, sólo mi infancia, y territorio y mis amigos.
Fuimos a vivir a la casa de mis abuelos paternos, ya muertos, que estaba ocupada por una hermana solterona de mi padre.
Mi tía era una persona totalmente desagradable que nunca hablaba castellano, aunque mi madre y yo estuvieramos presentes, poniendo una distancia mayor aún a la impuesta por su asqueroso carácter.
Mi madre y yo sufrimos mucho el cambio. En mi coincidió con la iniciación de la secundaria. Etapa escolar donde las diferencias entre los alumnos no se saldan a las piñas y los intereses de las chicas y chicos son otros, entre ellos y fundamentalmente el sexo.
Fue en esa época que empecé a sentir lo que era la discriminación social, en mi caso por el aspecto físico. Yo ya era casi como soy ahora, mis medidas podían variar algo pero no substancialmente
Nunca me pude integrar del todo. Los muchachos no me incluían en sus equipos de futbol y las chicas tampoco lo hacían en su agenda de encuentros y festejos. El primer año fué terrible.
Para colmo mi madre empezó a sufrir la enfermedad que se la llevó.
El segundo año fue un poco mejor, entró en mi división Valeria, voluminosa como yo y en primer año estaba Melissa, una chica también grandota.
Como compartíamos los mismos rechazos nos hicimos inseparables.
El resto nos llamaba Las Gordas, y trataban de ignorarnos en la mayoría de las oportunidades.
Yo seguía pajeandomé ardientemente, en esa época empecé a superar la etapa manual para iniciar la de los objetos. Me metía cualquier cosa que semejara un falo, tanto por la concha como por el culo. Salchichas, bananas, zanahorias, berenjenas, forros llenos de maíz todo era buena en la espera del ansiado trozo de carne empujado por un cuerpo masculino.
Mis pajas eran momentos sublimes donde lo único que existía era yo, los adminículos que usaba y el placer que alcanzaba con ellos. El sumun del gozo lo encontraba cuando llenaba mi culo con algo, metía en mi concha preferentemente una salchicha alemana de las gruesas con la que bombeaba frenéticamente mientras que con la mano libre me refregada apasionadamente el clítoris.
Valeria y Melissa compartían mi pasión pero en menor medida, hablabamos de sexo, de hombres pero nunca nos pajeamos juntas, como acostumbraban a hacerlo los chicos, cada una lo hacía en su intimidad.
Era comiquisimo porque hablabamos de nuestros orgasmos como si hubieran sido producidos por el más divino de los hombres.
A veces saliamos con algunos chicos que nos daban bola pero sólo para ver si conseguían su primer polvo con nosotras. Algunos lo máximo que consiguieron fue una paja a los apurones en un lugar oscuro.
Cuando tenía 14 años mi madre no resistió más y murió. Sentí terriblemente su muerte. Se había ido la mejor de mis amigas, mi entrañable compañera.
Mi vida cambió terriblemente. Mi padre que hasta ese momento no se había preocupado mucho de mí siguió en su tesitura y delegó en mi tía la responsabilidades que había cubierto mi madre.
Al principio la cosa fue bastante dura, pero no tanto como después del episodio que les narraré, en la medida que pueda reproducirlo ya que mi memoria no es afecta a recordarlo.
Por lo general todas las noches venían a casa amigos de mi padre, con los que se quedaba hablando no se de que, lógicamente en alemán, hasta muy tarde. En esas veladas se tomaban bastantes bebidas alcohólicas.
Yo escuchaba desde mi cuarto los gritos y las risas. Una noche me estaba durmiendo cuando uno de los amigos de mi padre entró en mi cuarto. Estaba totalmente borracho y venía con la pija parada y afuera de su pantalón.
No se que dijo y se abalanzó sobre mi, yo salí de la cama y traté de escapar, el de un manotón me arrancó la camisola que usaba para dormir, dejandomé totalmente desnuda. Aterrada comencé a gritar. Aparecieron mi padre mi tía y alguno de los invitados.
Intentaron reducirlo pero era casi imposible por lo enajenado que estaba. Yo lo último que recuerdo es que me desmayé.
Cuando recobré el conocimiento estaba acostada y desnuda. Afuera no se sentía ruido. Aparentemente se habían ido todos y mi padre y mi tía dormían.
Al otro día en el desayuno, mi padre me dió una reprimenda feroz. Yo no entendía porque practicamente me hacía responsable de lo sucedido, acusandomé de haber provocado lascivamente a su amigo, haciendolé perder la razón.
Quise hablar y no me dejó, mi tía estaba totalmente de acuerdo con él, me acusó de puta, de enviada del diablo y me dijo que desde ahora mi vida iba a ser de penitencia plena para purgar mis pecados.
Mi padre era medio fanático religioso y siempre andaba invocando a Dios y sus castigos para los descarriados pecadores.
Sus palabras convirtieron a mi casa en un presidio con una carcelera temible, mi tía. Sólo podía salir para asistir a la escuela, ir a alguna reunión del templo o algún festejo de la colectividad a los que asistía mi padre.
Como imaginarán mi vida pasó de ser mala a ser mucho peor.
Mi tía cronometraba todos mis tiempos y si tardaba más de lo establecido debía hacer un minucioso informe de descargo.
Requisó con prolijidad mi cuarto tirando todo lo posible de ser catalogado como perjudicial para mi moral, entre lo que estaban unas cuantas revistas pornográficas que yo miraba y remiraba durante mis secciones masturbatorias.
Fué una época terrible que prefiero olvidar. Sólo rescato de ese período, la amistad inconmovible de Valeria y Melissa, que fueron cómplices de toda escapada que lograba hacer. Algunos encuentros con chicos con los que intenté, sin lograrlo, concretar mi debut sexual.
La perdida de la virginidad había sucedido tiempo atrás en un encuentro con una gruesa salchica vienesa.
Quiero aclarar que no lograba concretar mi primer cojida, no por mi voluntad y deseos, sino porque en el momento crucial se me aparecía la imágen de mi padre llamandomé puta y sacandomé del estado de enajenación propia del momento para traerme a la triste realidad. Era tal el temor a mi padre y la influencia que ejercía sobre mí que me paralizaba por más avanzadas que estuvieran las cosas. Lo más lejos que llegué en esa etapa fue a que me entrara toda la cabeza de una pija.
Aún recuerdo al chico, desesperado gritando del dolor por el golpe que recibió al ser expulsado de la cama por mi empujón. Ahora en perspectiva lo veo gracioso, pero en ese momento fue terrible, sobre todo por como se puso él y las cosas que me gritó.
Ese período obscuro duró casi diez años.
Un día, por suerte, mi padre murió liberandomé del yugo del que no fuí capaz de liberarme por mis propios medios.
Quizás suene mal decir que viví la muerte de mi padre con alegría, pero no me interesa, porque realmente la viví de esa manera.
La misma noche de su velatorio comenzó la tercera etapa de mi vida.
No pude esperar, como quien dice, a que se enfriara su cadáver para coger por primera vez en mi vida, a los casi 24 años.
En la misma casa mortuoria elegí al más atractivo de los dos empleados nocturnos y, ya de madrugada, practicamente lo violé en un depósito entre ataudes y mortajas.
El muchaco no entendía nada pero se dejó llevar de buen grado y cumplió ampliamente con las espectativas que yo me había imaginado.
Mi padre murió en enero, pleno verano, así que tenía poca ropa. Me desnudé por completo y la visión de mi anatomía, sobre todo de mis sobresalientes tetas, enseguida causó efecto.
Un terrible bulto le apareció en la entrepierna. Se lo liberé y apareció la más bella pija que había visto hasta ese momento, al menos a mí me lo pareció ya que no existía nada que me obligase a rechazarla, comencé a chupársela con devoción.
Yo no tenía la menor idea práctica de como se hacía pero parece que lo estaba haciendo correctamente. Luego de un rato pasó el a chuparme la concha y tirados en el suelo hice mi primer 69.
El chico estaba tremendamente caliente y yo no me quedaba atrás. Al rato me penetró totalmente y yo por primera vez sentí dentro de mi concha la tibieza de una dura pija en lugar de la frialdad de todas las cosas que me había metido hasta ese momento.
No se cuantos orgasmos tuve, pero fueron varios. Le pedí que me hiciera el culo y trabajosamente me la metió toda. Costó no por mi inexperiencia con una pija verdadera sino por torpeza de él. Se notaba que no tenía muchos culos hechos en su vida. Por mi lado yo podía conseguir una dilatación bastante buena porque en mis incursiones con hortalizas había logrado meterme una zanahoria de considerable grosor.
Cuando el sintió la comodidad que le brindaba mi ojete a su pija, la disfutó hasta que logró acabar de una manera espectacular, por lo prolongada, dentro de mí.
Yo recogí todo el semen que expulsé del culo en mi bombacha.
Luego de un rato recomenzamos la acción pero esta vez, luego de tenerlo y disfrutarlo nuevamente en la concha y en el ano, fue mi boca el receptáculo de su acabada, tan voluminosa como la anterior. La deposité en mi bombacha junto a la otra ya casi seca.
Nos vestimos y me dirigí hasta donde estaba mi padre muerto, metí mi bombacha mojada y semi dura por el sémen debajo de la mortaja y me senté complacida.
Cuando lo cremaron, volví con la urna a mi casa se la dí a mi tía, llené dos bolsos con todas mis cosas y me fuí a lo de Valeria decidida a empezar una nueva vida.
Durante un tiempo no me sentí totalmente felíz con lo que había hecho en la casa mortuoria, pero ya estaba hecho y yo en plena etapa de liberación, en la que cometí algunos, quizás varios y repetidos excesos sexuales.