Mi pupilo

Basada en una historia real, el relato teje el inicio de la relación entre un maduro y un jovencito bajo el calcinante sol del Caribe; pero la realidad va un poquillo más allá cuando este relato termina.

MI PUPILO

"¡Imagen Y espejo! Su mirada abarcó la noble figura que se erguía al borde del mar intensamente azul, y en un éxtasis de encanto creyó comprender, gracias a esa visión, la belleza misma, la forma hecha pensamiento de los dioses, la perfección única y pura que alienta en el espíritu, y de la que allí se ofrecía, en adoración (...) Así, los dioses, para hacernos perceptible lo espiritual, suelen servirse de la línea, el ritmo y el color de la juventud humana, de esa juventud nimbada por los mismos dioses para servir de recuerdo y evocación, con todo el brillo de su belleza, de modo que su visión nos abrasa de dolor y esperanza"

"La muerte en Venecia" Thomas Mann

"Amar viviendo; amar muriendo, para... eternamente AMAR"

J. Ausas

Hay días en que el sol quema tus ojos. Son días en los que extrañas figuras de luz crean espejismos indefinidos que no llegan a salir de su abstracción. Otros días el sol ciega tus ojos. En esos días, la luz es tan intensa que termina privándote de contemplar toda la belleza que ha creado.

Y hay días en los que el Sol pasea por la tierra... enredándose en alguno de sus hijos.

Son días en los que el astro rey se prende de la ardiente belleza de un adolescente de quince años, y amanece sobre el verde manto de las ramas de sus ojos veteados de sombras grises y cálidas, cubriendo de un resplandor etéreo toda su piel, para volver a nacer una y mil veces en su sonrisa iluminada y cándida, en esa belleza inocente y despierta que ignora el valor de sus rayos, pues desconoce, en su pureza, la ceguera que produce y el ardor que la acompaña.

Yo vi el Sol un día. Estaba sentado esperándome la tarde en que mi vida amaneció. Atrás quedaron sesenta y cuatros años que yo creí luminosos, pero que ahora se me antojan pálidos y mortecinos. Creí vivir la felicidad, pero no fue tal. La había buscado y creía poseerla. La busqué por las páginas de los libros y por los capítulos de la vida, llenando renglón tras renglón con la fragilidad huidiza con la que se me presentaba. Fisgoneé entre los pliegues dulces del regazo de una mujer, con el rostro de mil mujeres que se sucedían sin orden ni concierto en la soledad en la que anidaba mi desamor. La rastreé también en entrepiernas de machos poderosos, de maricas dulces como la miel, de recios camioneros que partían al alba dejándome el eco de su presencia en las paredes vacías y secas de mi vida. La busqué con sosiego y la anhelé con perturbación. Sólo el paso de los años aleó estos dos componentes en un veneno dulce que me hizo vivir para envejecer, viviendo en el engaño de que aquello también era felicidad.

Siempre creí que se me anunciaría, que no tomaría mi corazón de una manera mansa, penetrante e implacable, sino que sería como una estampida salvaje que a su paso arrollaría todas las cruces que había puesto en mi espalda. Pero lo cierto es que mi felicidad llegó de la mano de la inocencia, de la seducción de la candidez, de esas miradas esquivas e intensas, de esas palabras dichas por un por qué para explorar un posible tal vez.

Mi felicidad, o mi amor, cualquiera de las dos palabras me sirve, tiene un nombre. Es un nombre bello, que comienza como el trino de un pájaro para terminar con la alegría sonora de una ovación. Cuando lo digo, las palabras se llenan de almíbar para acercarse tímidamente a la dulzura que invocan; pero en ocasiones, arden en mi garganta, con la misma pasión que cimbrea a mi amado, dilatándose esas silabas cortas y juguetonas, hasta salir transportadas por las ascuas e inundar de calor toda mi vida.

Nico. ¡Mi Nico! ¡Niiiicooooooooooo!

Hay mil formas de decirlo, tantas como vidas caben en su cobijo; y ninguna se acerca a la cálida luz que fragua mi pupilo. Nico. ¡Mi Nico!: mi buen amado, mi bien amado. El Sol que me esperaba.

El astro está sentado, esperando. Su mirada está iluminada por la ansiedad, y sus manos revolotean nerviosamente por el bermudas ancho que viste. La camiseta de tirantes deja entrever su esbelta figura, un cuerpo aún a medio hacer pero que apunta, con la suavidad de sus curvas y formas, la figura atlética que coronaran los años. Tiene una piel aceitunada, de un resplandor tamizado, pero cegador. Por fin, tras breves instantes en los que la madre se despide del profesor su bello rostro surge de la tormenta que lo agita y que trata de disimular. Su belleza latina conjuga en un mismo molde la sangre africana y europea que corre por sus venas. África nacen unos labios carnales y de gesto ausente, las cortinas que se abren a una sonrisa embaucadora en la que deja vislumbrar esa fila de dientes delineados y níveos; Europa planta sus raíces en la belleza por una cara ovalada, de pómulos suaves y perfectos que acompañan una nariz de corte griego. Ese juego de fuerzas opuestas se funde con suavidad en su rostro aún aniñado, pero de una belleza turbadora por esa inocencia que emana, y de la que parece no ser consciente.

Me sorprende el Sol sentado. Rezo para que la madre no se marche demasiado pronto, pues estoy herido por la belleza de esa primera mirada. Él baja la cabeza tímidamente y comienza a juguetear con sus bermudas. Ya no oigo nada, no entiendo sus preocupaciones, sólo entiendo la mía: soportar su belleza. Es extraño, llevo más de cuarenta años dando clases, he visto de todo, pero no estaba preparado para él. Con la dulzura que usan por acá, su madre se despide, para dejarnos solos. ¡Dios, cómo alza la cabeza! ¿Dónde me pongo? Mejor a su lado que de frente. Casi mejor cambio la silla. Sí. Mejor así. ¿Por qué se sorprende? ¿Qué mira? ¿Y por qué se acerca tanto a la mesa? ¡Vamos a ver! ¿Por dónde iba?... Bien, lo mejor... lo mejor será sentarse y... ¡Y nada, saludarlo! Coño, ¿qué te pasa, Jose? Y ahora, ¿por qué esconde la cabeza? ¡Dios, qué niño es! ¡Bien, tranquilo! Vamos a ver... ¿por dónde empiezo? Lo mejor preguntarle qué están dando. Tú a la lección, y déjate de fantasías que por ésas no te pagan. ¿Pero qué le pasa? ¿Por qué mira así? ¿Qué está mirando? Parece que se avergüenza. Bello y tímido, ¡menuda combinación! ¿Pero qué quiere esconder este niño? ¿Y que dice esta buena mujer? ¿Los psicólogos? Hice bien estudiar para maestro... llego a ser psicólogo y la cantidad de locas pesadas que tendría que tratar. Tú sonríele. Seguro que pronto acabará su diagnóstico... ¡No me contará hoy todas sus locuras! ¡Qué nervioso está! Pero que forma de mirar tiene... Me siento desnudo. ¿Mira tú qué tontería se te acaba de ocurrir ahora? ¡Dios, me está mirando a los ojos! ¡Qué ojos tan bonitos tiene! ¿Pero qué le ocurre ahora? ¿Por qué se arrima tanto a la mesa? Ni que se quisiera hundir en ella. ¡Coño! ¿Qué pasa? Hay que ya acabó Dile algo. ¿Qué coño me estaría contando? Bueno, dile: "Ya hablaremos. Ahora vamos a ver cómo está el mozalbete" ¿mozalbete o alumno? ¡Qué tonto estás Pepé! Mejor darle la mano y comenzar a trabajar, a ver si se me quita esta estupidez. Bien, ¿dónde me siento? ¿Pero qué le pasa? ¿Por qué me mira así? Bueno, mejor empezamos, a ver qué está dando...

¡Corta, mamá! ¡La puta, qué guapo viene hoy! ¡Y esas gafitas de sabio loco! ¡Joder, no mires! Tú a lo tuyo. ¡El blanco le sienta de puta madre! Es que está hecho para él. ¡Y ese culo, con esa pancita! ¡Si que está guapo, el cabrón! ¿Y ahora qué le digo? ¿Qué hago? No hagas el tonto Nico. Tú calma. Él te viene a enseñar, así que calma. Que no crea que estás loco. ¡Dios, que nervios! El primer paso ya está dado. Has conseguido lo que querías: lo tienes aquí, ¿no? Ahora hacer los deberes, y como dice Doña Pilar: "limpios y con buena letra". Y sobre todo no hagas el tonto. ¡Bastante hiciste ya persiguiéndolo a escondidas! Ahora ya lo tienes aquí. ¡Calma!

¡La verdad es que hoy está más guapo que nunca! Es que el blanco le sienta fenomenal. Y mira como se transparenta. Bueno. Para. No te emociones. ¡Calma! ¡Y tú no te despiertes ahora! ¡Joder, qué corte! ¿En qué puedo pensar?.... ¡Justamente ahora se te queda el cerebro en blanco! ¡Dios, que bien le sienta el blanco! Es que hace juego con sus canas. Resplandece. ¡Hala! Vamos a ver... los sustantivos cuantificativos... ¿Cómo eran? Continuos, discontinuos y... y.... ¡Y nada, la tarja sigue igual de dura!

Y esta mujer dale que dale. Ni que fuera ella la que tuviera que estudiar. ¡No, si le va a contar todos sus problemas psicológicos! ¡Pero que cuelgue tiene esta mujer con los psicólogos! Claro que aparte de sabio, tiene un pico de gloria, y no me extraña que mamá esté ahí dándole raca que raca. ¡Y es que el pobre es tan bueno! Es que es un caballero. Con sus arruguitas, esa cara interesante, y esos ojos azules. ¡Que ojos tan bonitos tiene! ¡Joder, y esto no baja! La verdad es que tiene una mirada muy bonita, con esas arruguitas en la frente y esa cara de sacerdote. Si es que respira tranquilidad.

¡Dios, ya era hora! ¡Tranquilo, Nico, tranquilo! Levanta la cabeza, ¿qué quieres parecer? ¡Que guapo está! ¿Pero qué hace?... ¿Por qué cambia la silla de sitio? ¡Ay, que se pone al lado! ¡Y esto que sigue igual! ¡Tierra trágame! ¡Dios, me muero! ¡Estúpido, estúpido, eres un estúpido! ¡Tranquilo, Nico, tranquilo! ¿Que qué doy?... ¡Dios mío! ¿Qué estoy dando? Pues...

Le preguntó qué estaba estudiando en ese momento; le respondió que los nombres continuos. Tras un silencio que se agrandaba, inició su pequeña reflexión hecha a trompicones, casi a golpe de latido. Comenzó a hablar de una clasificación más amplia: los sustantivos contables y no contables. De la raíz al árbol. No sacó la mirada de la hoja en blanco, ni tan siquiera se dirigió a él para preguntarle si entendía, o sino tenía alguna pregunta que hacerle. Su mirada siguió en el papel, con miradas de soslayo que duraban lo que un parpadeo en la vista y una eternidad en el deseo. Y venga que dale a las preferencias léxicas, a la categorización y recategorización, a si los discontinuos admiten el cuntificador que los discontinuos rechazan, pues no es lo mismo media silla, que la mitad de una silla. Comenzó a perder el norte cuando notó que la presencia del pupilo imanaba con igual fuerza lo mirase o no, pues su aroma dulce inundaba todo su olfato, todos sus sentidos. Y por primera vez en cuarenta años, perdió todo el discurso y deambulo ciego por las laberínticas clasificaciones gramaticales, soltando sin ton ni son disquisiciones que pondrían los pelos de punta a Nebrija. Y del hilo, quitó la hebra. Y se dio cuenta que aquello que respiraba tenía que ser felicidad. Una felicidad nueva y extraña. Tan extraña que le aterraba por su fuerza. Y después de hora y media, la serenidad de aquel galán de sesenta y cuatro años, deseó que mañana fuese jueves, aunque el tiempo le iba a dar el martes.

Y el jueves llegó. Le preguntó qué estaba estudiando en ese momento; le respondió que seguían con los sustantivos continuos, pero que habían llegado a los acotadores. Tras un silencio hecho losa, inició su pequeña reflexión hecha a golpe de latido. Recordó una clasificación más amplia: los sustantivos contables y no contables. De la raíz al árbol. No sacó la mirada de la hoja en blanco, ni tan siquiera se dirigió a él para preguntarle si entendía, sino tenía alguna pregunta que hacerle. Su mirada siguió en el papel, con miradas de soslayo que duraban lo que un parpadeo en la vista e iban cubriendo, parcela a parcela, la eternidad de deseo que se alojaba en ese adolescente. Y venga que dale a las preferencias léxicas, a la categorización y recategorización, a los sustantivos usados como continuos y discontinuos y que aceptan opcionalmente un nombre acotador, pues no es lo mismo papel que pedazo, trozo y hoja. Comenzó a perder el norte cuando notó que la presencia del pupilo emitía la misma fuerza intacta lo mirase o no, pues su aroma dulce, de notas levemente picantes, inundaba todo su olfato, todos sus sentidos. Y por segunda vez en cuarenta años, perdió todo el discurso y deambulo ciego por las absurdas clasificaciones gramaticales, soltando sin ton ni son disquisiciones que pondrían los pelos de punta a Nebrija. Y del hilo, quitó la hebra. Y se dio cuenta que aquella felicidad que respiraba tenía la virtud de fortalecerse, de renovarse con mayor vigor día a día. Era felicidad nueva y extraña, pues no siendo novedosa, era novedad. Tan insólitas eran las sensaciones que le aterraban la fuerza con la que se clavaban. Y después de hora y media, la serenidad de aquel galán de sesenta y cuatro años, deseó que mañana fuese lunes, aunque el tiempo le iba a dar el viernes.

Y el lunes llegó. Le preguntó qué estaba estudiando en ese momento; le respondió que los sustantivos discontinuos, sólo que recategorizados como continuos. Tras un silencio que se podía cortar, inició su pequeña reflexión hecha a golpe de deseo. Volvió a una clasificación más amplia: los sustantivos contables y no contables. De la raíz al árbol. Sacó la mirada de la hoja en blanco, pero ni tan siquiera se dirigió a él para preguntarle si entendía, o sino tenía alguna pregunta que hacerle. Su mirada siguió en el papel, con miradas de soslayo que duraban lo que un suspiro en la vista e iban cubriendo, pieza a pieza, ese rompecabezas de misterio hecho del deseo que se alojaba en ese efebo. Y venga que dale a las preferencias léxicas, a la categorización y recategorización, al frecuente uso que hacen los poetas de la recategorización, pues la poesía no está determinada por factores léxicos, pues "todo en el aire es pájaro", no significa que estemos hablando de la materia "pájaro". Comenzó a perder el norte cuando notó que la presencia del pupilo se desplegaba en una infinitud de facetas que mezclaban la acre virilidad con el aroma dulce inundaba todo su olfato, todos sus sentidos. Y por tercera vez en cuarenta años, perdió todo el discurso y deambuló borracho por las laberínticas clasificaciones gramaticales, soltando sin ton ni son codificaciones que pondrían los pelos de punta a Nebrija. Y del hilo, quitó la hebra; y de la hebra, un ovillo. Y se dio cuenta que la felicidad tenía el envoltorio de lo nuevo, de lo joven. Una felicidad flamante y extraña. Tan extraña que refulgía como el Sol. Y después de hora y media, la serenidad de aquel galán de sesenta y cuatro años, deseó que mañana fuese jueves, aunque el tiempo le iba a dar el martes.

Y llegó el jueves. Y no le preguntó qué estaba estudiando en ese momento; y su rendido pupilo no le tuvo que responder que habían dado los sustantivos individuales y colectivos. Tras un silencio hecho de suspiros, inició su pequeña reflexión a golpe de latido de un corazón empapado en melaza. Comenzó a hablar de la clasificación más amplia: la vida. De la raíz común al árbol singular. Y no sacó la mirada de la hoja en blanco, ni tan siquiera se dirigió a él para preguntarle si entendía, sino tenía alguna pregunta que hacerle. Su mirada siguió en el papel, en el que dibujo con su deseo todas las miradas que guardaba en el corazón y que le dictaban las musas de los suspiros del joven. Y venga que dale a la brevedad de la vida, a lo que aprendemos y perdemos, a lo rica que es la variedad de dones y gentes, pues no es lo mismo vivir de puta madre que de puta pena. Comenzó a perder el norte cuando notó que la presencia del pupilo estaba grabada en su piel, y que ese aroma fresco, levemente picante, reposaba en cada palmo de su cuerpo. Y por cuarta vez en cuarenta años, perdió todo el discurso y deambulo ciego por los laberínticos pasadizos de su vida, soltando sin ton ni son, sin decir haches pero sin negar bes, digresiones que pondrían los pelos de punta a S. Freud. Y del hilo, quitó la hebra; de la hebra, el ovillo; y del ovillo, el tapiz. Y se dio cuenta que aquello que respiraba tenía que ser amor. Un amor nuevo y extraño. Tan extraño que le aterraba pensar que no fuese correspondido. Y después de hora y media, la angustia de aquel galán de sesenta y cuatro años, deseó que mañana fuese viernes, porque en su felicidad temía los lunes y los jueves. El tiempo le iba a dar un viernes.

Y llegó el lunes. Y rozándole la mano le preguntó qué estaba estudiando en ese momento; y el adolescente quedó mudo y ciego. Tras un silencio lleno de miradas, no pudo iniciar su pequeña reflexión hecha de deseo, de redobles del corazón. Y comenzó a mascar el silencio de una clasificación más amplia: el amor De la raíz a la flor, de la flor al fruto. Y no sacó la mirada de aquel bello rostro, ni tan siquiera se dirigió a él para preguntarle si entendía, sino tenía alguna pregunta que hacerle. Su mirada siguió en él, con miradas de soslayo a su corazón y a la eternidad de su deseo. Y venga que dale a dar vueltas por su bello rostro, a pasear por los suaves pliegues de su cuerpo, pues era lo mismo, mirase lo que mirase: la parte contenía al todo. Comenzó a perder el norte cuando notó la presencia del pupilo no con la fuerza de la mirada, sino de cabos más sutiles y macizos que se entrelazaban con el aroma dulce que inundaba todo su olfato, todo su ser. Y por quinta vez en cuarenta años, perdió todo el discurso y deambulo ciego por las laberínticas sensaciones amorosas, soltando sin ton ni ese amor mudo, lleno de silencios que hablan, que pusieron los pelos de punta a Nico. Y del hilo, quitó la hebra; de la hebra, el ovillo; del ovillo, el tapiz; y del tapiz, un manto que no dejó de mirar. Y se dio cuenta que aquello que respiraba tenía que ser adoración. Una idolatría nueva y extraña. Tan extraña que le aterraba por su fuerza. Y después de hora y media, la serenidad de aquel galán de sesenta y cuatro años, no le importó que mañana fuese martes, pues llevaba los lunes y los jueves con él.

Y el tiempo le dio... Los lunes y los jueves en un viernes de cinco semanas después.

Venía con la ligereza de la brisa, acompañado de ella, pues la seductora belleza que ocultaba tras su vaporosa ropa espoleaba los sentidos de una manera mansa y letal, acariciando cada uno de los deseos que se agolpaban en la mirada, que germinaban en el corazón, y que estallaban en la polla.

La suavidad de sus formas se traslucía tras una camisa blanca e impoluta de finísimo algodón, que tamizaba la cautivadora hermosura de aquel chispeante cuerpo de 15 añitos, mostrando, en un todo fundido, la tentación de la virginidad con la desmesura de una virilidad sugerida pero inapelable. Sus esbeltas y lampiñas piernas se cruzaban de una manera tan tentadora, que terminaban guiándote por su hermosura hasta llegar a ese punto de unión que se adivinaba inmenso y fascinante.

Desde que se había rendido a ese amor que ya ni intentaba controlar ni razonar, Don José nunca lo vio tan guapo. Estaba tan rendido al amor de este turbador adolescente que ni tan siquiera su sabia materia gris se cuestionó qué hacía allí y cómo había llegado hasta su apartamento si estaba seguro de que nunca le había dado su dirección. Cuando estaba con Nico no pensaba, sino que se sumergía en la ilusión de un amor no correspondido del que se podía esperar todo, pues todo era lo que quería; cuando no estaba con él, lo buscaba en los recuerdos hasta destruir la melancolía, y de esas cenizas, emerger aquella ave fénix que lo vivificaba con una fuerza inaudita que recorría todo su cuerpo erotizándolo, haciéndole sucumbir a masturbaciones urgentes y prolongadas que ni en la repetición, lograban acallar el ardor de sus recuerdos secuestrados.

Su amor interpretaba los signos con el que éste se viste y notaba, aunque su pesimismo de perro viejo tachaba todas aquellas interpretaciones de vanas quimeras, que su rendida pasión tenía un reflejo en aquel inquietante efebo. Aquel ángel miraba con fuego, y, por momentos, hasta jugaba con él. Lo había sorprendido con miradas delatoras llenas de deseo, con movimientos cómplices cargados de lujuria, con gestos reveladores anunciantes del amor; toda una serie de signos a los que sucumbía en la soledad de su apartamento, pues cincuenta años de vida se cruzaban entre sus cuerpos, y una lógica tenaz, y en alerta, no hacía más que repetir el sinsentido de esta avasalladora pasión.

Ahora mismo tuvo que apartar su mirada. El anzuelo que le había puesto era del más alto voltaje: aquella mano suave e infantil sobando con estudiada lentitud un paquete que había dejado la infancia muy, muy atrás. Con la mirada hundida en el suelo volvió a levantar la vista y se dirigió no a Nico, sino a aquella grácil tela del bermuda que bosquejaba con perfección la entrepierna del infante.

¿Te provoca tomar algo?

No sé... Hace calor. ¿Qué sugieres?

Tengo coke, agua, y un vino de misa muy tentador que me traen desde España –contestó dirigiéndose a la polla-. Es muy dulce. Mistela se llama.

Me gusta el dulce –dijo jugando en su tono con el doble sentido.

Con turbados pasos se dirigió hacia la cocina mientras el joven continuaba con su postura provocadora acariciándose un paquete que despuntaba por su conjunto. Abrió el horno y durante unos segundos prosiguió su búsqueda sin percatarse de que allí no se encontraba el licor, pues éste seguía sentado a escasos metros. Sin haber bebido estaba borracho, y su imaginación recreaba la tentadora imagen que cargaba en su ambición. Dibujo con trazo firme aquel arrogante músculo y en esa recreación siguió dando tumbos por la cocina buscando aquel puto licor que no aparecía por ningún lado. Su sabia polla gozó del momento y salió de la penumbra adormilada en la que estaba hasta momentos antes. Aquel hierro candente floreció con toda su fuerza, chocando con la puerta de la nevera que abría en ese momento. Fue este toque el que lo devolvió por un segundo a la realidad, y viendo la prueba de su delito más constatable que nunca se decidió por una dura medida. Abrió la bragueta del pantalón y metió en aquella carpa un botellín de agua fría como el demonio; pero por alguna extraña razón, aquello no hizo sino incrementar su placer, sensibilizar una zona ya de por si bastante alterada.

No la encuentras.

¡AAAAaah! –se asustó quitando precipitadamente el botellín que cayó al suelo.

Perdona por el susto... ¿Te ayudo?

¡No, no! No es necesario –dijo sin girarse-. Vuelve al salón. Ahora preparo todo. ¿Te gusta el bizcocho?

¿Es dulce?

Todos los bizcochos son dulces –dijo sin mirarlo, como hipnotizado por los restos de la comida que tenía enfrente.

Sí. Claro.

Escuchó sus pasos hacia el salón y un suspiro salió de la cárcel de su pecho. Cerró la nevera, y con la efectividad de su gramática clasificatoria, reunió, como por arte de magia, todo lo necesario para endulzar el primer paso de esa tarde. Cuando llegó al salón, la tentación parecía no haberse movido de su obscena postura, como si el tiempo no hubiera pasado y entre una mirada y otra, sólo mediara el suave manoseo del joven sobre la enhiesta pija. Sirvió las copas de licor y cortó el bizcocho, pasó la copa sin mirar y sólo el brindis hizo que se ahogara de nuevo en sus ojos. Y leyéndolos, hechizándose por aquella vegetación frondosa y viva que amanecía en su rostro, percibió un fuego que porfiaba por quemar todo aquel frescor infantil que invadía su fisonomía.

¿Brindamos?

¿Por qué brindamos?

Si te parece, Nico –dijo este nombre como si pronunciase una fórmula mágica-, podemos brindar por nosotros.

Me parece muy bien, profesor.

¡Pues por nosotros!

¡Por nosotros!

No sólo chocó el fino cristal de Bohemia, sino también sus miradas y sus gestos, haciendo de ese brindis una ceremonia más cercana al abrazo que a la felicitación. Era un abrazo mudo, al que quedaron atados, sin saber muy bien cómo desprenderse de algo que no querían abandonar por el suave cosquilleo con el que se manifestaba. Salieron del trance bebiendo de un sorbo toda la copa, para terminar sonriendo por la pequeña hazaña que acababan de realizar. Volvió a llenar las copas en silencio y se sentó a su lado sin saber qué decir ni qué hacer. Sus tarjas seguían duras, pidiendo a gritos un aire que no llegaba, pero ni uno ni otro sabían muy bien por dónde empezar, aunque quedaba claro que tampoco se iban a tomar la molestia de disimular su estado. No era un silencio incómodo. A su lado, esa palabra no existía. Hasta el silencio se disfrutaba.

Bebieron silentes sorbos de licor; apagaron la sed con miradas esquivas; abrieron el apetito con memorias ardientes; y casi sin darse cuenta se fueron acercando. Copa tras copa, centímetro a centímetro, sus cuerpos terminaron por rozarse con movimientos atrevidos, caldeados por el dulce alcohol de sus venas que llevaba la codicia a la desvergüenza.

Sus lenguas se soltaron arrebatadas, hablando de lo humano y lo divino, sin un discurso claro que enlazara todo aquel tropel de ideas. La coherencia que faltaba a las palabras la hurtaron sus manos, en avanzadillas descaradas que exploraban sus cuerpos. Esa mano del profesor que sin inocencia alguna reposaba en el muslo lampiño para ir bajando, presa de la emoción, hasta la frontera de la entrepierna. Esa caricia suave, casi infantil, que Nico depositó en el entrecano cabello de Jose. Eran como ejércitos tímidos, vencidos por el deseo, pero aún presos de una razón que les hablaba del desmayado amor que luchaba contra la lógica de cincuenta años de diferencia. Ahora atacaba por el flanco derecho. La táctica era campechana, de colegas de toda la vida que se dan ánimos con un franco apretón, con una palmada en el hombro que cambia de rostro hacía un abrazo que acerca al amado. Y allí lo planta, al calor del cuerpo, dejando entre estos milímetros inexistentes, para que sea el calor quien transmita todo el ardor que les calcina.

Nico toma acomodo en el pecho del profesor y esa verborrea que antes volaba por todas partes desaparece sigilosa. Enmudecen y suspiran. Sus respiraciones se acoplan hasta la placidez; después, cuando la conciencia les habla del alcance, se altera ese ritmo sosegado, como salvas que explotasen en medio de una celebración hasta llegar a un ensordecedor ruido que se solapa el uno al otro. Están agitados. Saben por qué, pero no se mueven. Dejan por un momento que sean sus pechos los que redoblan esos latidos del corazón que se les desboca por momentos.

Y los virginales labios ascienden hacia el brillo trémulo del capricho que se concentra en una expresión interrogante. Posa delicadamente sus labios y un beso, que es una caricia, deja allí su fruto. Queda a la puerta, esperando una respuesta que no llega y se lanza con desesperación a buscar al amo de ese encanto. Su lengua abre las compuertas, y ya en el salón, se encuentra con su hermano al que se funde en un abrazo húmedo. Cuando se separan, después de un rato, el profesor aún permanece con los ojos cerrados, como si estuviera viviendo un sueño. Y la quimera continúa, y aparece la voracidad que sin recato alguno se instala en sus labios para fundirse en un abrazó íntimo que ahora obtiene la respuesta buscada.

Siente como el viejo profesor lo abraza con una fuerza delicada. Su lengua se enrosca e inicia una persecución de una boca a la otra, llena de pequeños disparos que interrumpen la búsqueda para descansar en esos labios que acogen el amor de esta declaración.

Se abrazan con fuerza fundiéndose en un jadeo prolongado. Con los ojos cerrados, casi desfallecidos, siguen besándose tiernamente en la comisura de los labios, en la mejilla, en el cuello. En cualquier lugar donde descansan, allí está el amor esperando. Sus vergas siguen humeando la quemazón de ese momento que ahora había cruzado la línea del punto sin retorno.

Jose, ¡quiero hacerte mío! –dice imperativo- ¡Quiero hacerte mío y no te opongas!

El viejo profesor queda mudo, con los ojos desorbitados. No sabe qué hacer. La felicidad, por primera vez en su vida, es demasiado grande y lo paraliza en un estado similar al del éxtasis. Es esa mirada la espoleta que dispara a Nico. En un abrir y cerrar de ojos se despejó del bermuda dejando a la vista la esbeltez de esa piel almendrada, que pintaba con suaves formas la belleza de sus lampiñas piernas. La mano del profesor se deslizó por la suavidad de la apostura que ofrecía, hasta llegar al bóxer blanco que marcaba el inicio de la gran carpa de circo. Acariciar su piel era sobrecogedor. Era como el terciopelo y la seda, todo era delicado, primigenio, virginal. Ningún cuerpo de los que habían pasado por sus experimentadas manos reunía el poder de seducción que éste despertaba. Sus dedos cruzaron con modestia la entrada del bóxer para retozar con el vello púbico de una manera delicada; después olfateó el dulce sabor a macho que reunía aquel niño con polla de semental montaraz.

¿Tienes unas tijeras?

...

¡Cójelas y córtame el bóxer!

Como un criado bien instruido el profesor partió para buscar todo lo necesario y ejecutar aquel mandato inexcusable. Al momento porta una tijera puntiaguda y afilada como un estilete. Se arrodilla frente a él y contempla aquel calzoncillo deformado por la plenitud de la erección que remataba en un manchón húmedo, con forma de pera, fruto de la excitación. Las costuras estaban tirantes, tensas, como si de un momento a otro fueran a rasgarse por la presión que soportaba. Los jadeos de Nico daban vida a aquel monstruo que se alojaba en la entrepierna, parecía que estaba tomando fuerzas para un combate, subiendo y bajando al ritmo de la respiración del púber. La punta afilada de la tijera, abierta en una posición amenazadora, se dirige palpitante hacia la cima de aquella gloria quedando a escasos milímetros. La agitación de Jose hace que la punta roce a intervalos el glande de Nico, extrayendo de este joven unos grititos placenteros. Así está como durante dos minutos. Es tal la excitación de esta imagen que la saborea a sorbos cortos. Nico abre las piernas y su mano va hacia los cojones que magrea con lascivia hasta dejarlos situados a su gusto.

¡Clava!

La tijera se sitúa en perpendicular. Aproximándose al glande hunde ligeramente la punta. Nico menea la cadera con un movimiento pélvico que hunde un poco más la punta de la tijera hasta que su glande toma contacto con el frío acero.

¡Corta! –dice susurrando.

El sonido del acero se funde con el del algodón rasgado. Es un corte pequeño de no más de dos centímetros, pero que permite alojar el filo más profundamente. Abre la tijera, que en este momento parece como si sonriese amenazadoramente. Hunde todo el filo en la entrepierna del adolescente. El talle de su picha acaricia el acero. Hecha la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos, y vuelve a dar esa orden que antes era imperativa, pero que su apetito ha transmutado en ruego.

¡Cooooorta!

El sonido metálico rasga perezosamente la tela del bóxer, dejando que cada punto de la trama grite su muerte. De entre las ruinas emerge el tótem. Es un falo oscuro y bruñido, de unos diecisiete centímetros de largo, coronado por un capullo carnal, aún abrigado, que se asienta en esa cima ancha y robusta. El profesor babea ante tanta robustez; mientras Nico sonríe orgulloso por la fortuna de su hijo y aproxima sus infantiles dedos a la punta de su apetitoso capullo. Allí, con gracilidad y picardía, da leves pasos imitando a un bailarín lleno de alegría. La pija se cimbrea de un lado a otro como uno de esos muñecos siempretieso que recuperan al momento su verticalidad. Como si lanzara una canica, entrecierra los ojos, apunta al glande y dispara. Éste se balancea levemente para volver a su orgullosa posición de inmediato. Se miran y el profesor se acerca al pollón de Nico, pero este lo frena. Tomándolo por los hombros, serpenteando por entre la mesa, lo dirige hacia el centro del salón. El profesor sigue esas órdenes mudas como si fuera un títere. Aún no ha salido de su asombro, como si temiera despertar y que todo su deseo fuese la broma cruel de un sueño demasiado placentero. Vestido como está lo tumba. Jose lo mira expectante, pero él no dice nada, tan solo pone un pie sobre la panza. Desde esa posición el niño se transforma en hombre, sigue con la dulzura de los quince años, pero su ansia de dominio lo ha transfigurado en un hombre en todo el sentido de la palabra.

La tengo guapa para mi edad, ¿verdad? –dice pasando la mano a lo largo de todo el pijo- ¡Es demasiado grande para sólo tener quince años! –acaricia el glande y lo descapulla asomando empapado en toda su carnalidad rojiza- Creo que no dejamos de crecer hasta los veintitrés. ¡Imagínate a esa edad la cacho tarja que voy a tener! ¿No te parece? ¿A qué es grande?

Sí –balbucea-. No he visto ninguna de tu edad, pero es grande... ¡La tienes de camionero! –se atreve a decir en su asombro- Es un puto camión cisterna.

¡Ja, ja, ja, ja, ja! ¡Qué gracia! Un puto camión cisterna. Veo que te gusta. ¡Sabía que te iba a gustar!

Nico habla como si mostrara en el patio del recreo el cromo más difícil de conseguir. Tiene la misma arrogancia de aquel que sabe que posee lo que los demás anhelan. Sin embargo, no hay orgullo en sus palabras. Es demasiado juguetón como para andarse con ceremonias que apuntalen su valía. Continúa en su pose de cazador dominante. Le sonríe con ternura, con un afecto que habla de lo que comparten en ese momento. Quita el pie y acorrala al profesor. La verga continúa erecta y su dueño la toca para animar su estado. Voltea la cabeza y una sonrisa pícara se dibuja en su rostro al mirar la entrepierna de Jose. Repentinamente se sienta sobre ella, asustando al profesor que lanza un grito de sorpresa. Nico siente la dureza del falo aún cubierta por el pantalón y su mano se posa suavemente sobre aquel pronunciado bulto. Tomando la pija como punto de apoyo, comienza a magrearla lenta, muy lentamente, mientras su cuerpo se desliza por la barriga del profesor hasta llegar a su pecho y allí detenerse, dejando su soberbio pene a escasos centímetros de la deseosa boca de Jose. Vuelve a repetir este viaje hasta situar su culo a la altura de la polla el viejo profesor. Con la mano que le queda libre desabrocha la camisa del profesor empezando por arriba. Con cada botón que quita su mano despeja la tela de la camisa para dejar que asome ese cuerpo que lo arrebata. Ahora vuelve a realizar el periplo. Primero siente el tacto de la tela, pero enseguida toma el contacto con la piel del profesor, sacudiéndose de placer ante esa sensación. Pero aún tiene el calzoncillo puesto, así que con fuerza lo desgarra sin conseguir romperlo de todo. Su mano se dirige hacia la del profesor que aún sostiene la tijera, la coge entre sus dedos y la dirige hacia la goma del bóxer. Guiando al profesor la hoja de la tijera se mete por debajo de la goma. Lo mira y sonríe y aprieta su mano con fuerza obligando a Jose a cerrar la tijera de un golpe brusco. Aun así no se rompe en su totalidad, queda un pequeño tramo que les obliga a repetir la jugada. Ahora si, la tela del calzoncillo cae sobre su cuerpo dejando al esplendor de la luz toda la belleza del muchacho. De nuevo coge su mano y la lleva hacia sus labios besándola tiernamente. Tras esto la desliza por su cuerpo de una manera mansa hasta llegar a su muslo y repetir la jugada con la pernera del bóxer. La tajada lo libera, y ahora la mano va hacia la otra pierna. Dos, tres, cuatro intentos hasta que el calzoncillo queda reducido a un harapo, liberando al adán que aprisionaba. Coge los restos y como si fuera una bandera pirata jalona el bóxer hasta que lo deja caer en el rostro del profesor. Jose siente el perfume arrebatador de su hombría. Aspira con deleite, mamando todo el aroma de los fluidos que allí se condensan. Comienza a jadear y la tela dibuja las caprichosas formas de su voracidad. Nico le aparta la tela de los ojos, quiere que vea lo que sigue. De nuevo coge la mano de la tijera que ahora reposa inerte en el suelo. Ya no queda más tela que cortas y los ojos del profesor muestran esa incertidumbre, pero se deja llevar, siempre se deja llevar... se dejaría llevar hasta el fin del mundo.

La tijera se dirige hacia la pija. Allí Nico se magrea los cojones y juguetea con su vello púbico hasta enrollarlo entre sus dedos. Con estos sostiene una pequeña mata, mientras con la otra mano guía la estremecida mano del profesor. De un solo tajo corta ese pequeño manojo, y como si fuera la oreja de un toro en una corrida.

Es para ti. Es mi primer regalo. Quiero que lo tengas –dice un sonriente Nico mostrando su premio al público-. ¡Es tuyo!

¡Gra... Gracias! Es el regalo más hermoso que he recibido en mi vida –dice con las lágrimas asomándole por el cielo de sus ojos.

¡En serio! ¿Te gusta?

Es lo más bonito que tengo.

Yo también quiero un regalo –dice mientras le mete su premio en el bolsillo de la camisa, al lado del corazón-. También quiero el pelo de tus huevos.

Le sustrae la tijera de su mano y con precisión abre la bragueta. Mete la mano y coge la enhiesta pija del profesor, aprovechando la ocasión para acariciarla. Recorre todo el mástil iniciando una suave paja. Mira al profesor mientras continúa con su hazaña. Éste comienza a menearse. La mano de Nico sube y baja, sube y baja, hasta detenerse en los cojones y sobarlos con severidad. Son unos cojones grandes, duros, cubiertos por una mata de vello salvaje y esponjosa. Jose jadea, la tela del calzoncillo entra y sale de su boca. Nico se gira y mete la tijera en la entrepierna. El ruido metálico señala que ha logrado el premio.

Voltea la cabeza con una sonrisa de oreja a oreja y muestra al profesor la mata de pelos entrecanos que ha conquistado. Se levanta orgulloso y se dirige hacia el sofá en busca del bermudas. Por el camino huele el galardón y detiene su paso para saborear más íntimamente el poderoso reflujo que desprende.

Quiero guardarlo en la cartera, para que siempre me acompañe. Ahí –dice tocándose la polla-, cerquita de mi tarja.

Jose admira la suave belleza del adolescente. El contraste entre la infantilidad de sus formas y la terminante madurez de su hombría. Conforme lo ve sabe que quedará preso de por vida al destino de Nico. Ocurra lo que ocurra, el amor que ahora siente lo acompañará hasta que sea cenizas, pues el amor, cuando llega de esta manera, pasa estas facturas. Nico saca su cartera e introduce el vello púbico en uno de los compartimentos.

Aquí, junto a mi foto

Deja la cartera y vuelve a oler sus dedos y avanza hacia el profesor con la polla erizada, abriendo paso un glande rojo que brilla con un fulgor voluptuoso. Se sienta sobre la panza de profesor y le ayuda a quitarse la camisa. Al levantarse cae el calzoncillo y lo coge como un pájaro que necesite cuidados. Nico lo tumba y lo vuelve a tapar con el bóxer. Se restriega por ese cuerpo estupefacto y ardiente sosteniendo su verga que apunta, a modo de tanque, a distintos objetivos. Ahora es una tetilla que, contacto con el glande, se endurece quedando impregnada por los flujos de Nico; después le toca la otra. José experimenta la dureza de armamento y, a la vez, su extremada delicadeza. Toda su piel está tocada por esa dignidad. Es suave, aterciopelada, inocente; pero a la vez, los movimientos de Nico hacen que se tensen sus músculos mostrando la pujanza aún en desarrollo de su cuerpo. Distinta es esa polla de base gruesa y piel tersa que deambula por su cuerpo. Está dotada de un sentido preciso para la lujuria, parece un perro de caza, husmeando aquí y allá, atrapando el placer donde lo encuentra para devolverlo fortalecido tras el contacto con este mango. Nico sigue deslizándose por todo el abdomen, frenando cada vez más arriba; cuando allí llega, su polla se pone a las puertas de la boca del profesor que jadea como un perro. Ahora ha descubierto el placer de jugar, así que cuando la polla llega a la boca, como si fuera una porra le da unos ligeros golpes que extasían al viejo profesor. Él nota el gustillo del soberbio pijo, y éste excita su líbido hasta extremos que se le hacen desconocidos, pues ese sabor se funde en su cuerpo como si estuviera participando de una comunión. La tela del bóxer tiene ahora otra mancha más. Es la suma de los golpes de polla y las babas del profesor, que sigue jadeando como un perro hambriento.

No hay nada más sensual para Nico que deslizarse por el cuerpo del profesor. Tiene un cuerpo ya entrado en carnes, pero que conserva parte de la musculatura que lo adornó con las claras huellas que ha dejado el tiempo. Cuando restriega su cuerpo, las carnes blandas del profesor lo acarician suavemente adaptándose a la forma de su anatomía, para después despedirse perezosamente como si estuviesen hechas de gelatina. Siente tanto placer en este contacto que a medida que lo realiza pone mayor violencia, como si la carne más que acariciar lo violara. Cuando ha llegado a su polla, reposa por un instante, hasta que se adapta al contraste que supone la dureza de su verga con todo lo anterior. Allí el sentido de la marcha cambia. Ya no es de arriba hacia abajo, sino que serpentea hasta que la disciplina de la polla queda grabada en su cuerpo. Para él es fabuloso que aún cubierta tenga el poder de marcar con fuego todo lo que toca, pues es en este reposo, cuando Nico da rienda suelta a su satisfacción. Sentirla en su culo, en sus nalgas, estimula su lujuria y con movimientos lentos y placenteros, descarga todo su ardor en talle de su picha. Ahora desabrocha el pantalón y levantándose un poco libera a su rabo amado de toda opresión. Es la primera vez que están cara a cara. Son dos pollas similares, casi una parece el reflejo de la otra, aunque la del profesor es mucho menos gruesa, aumentando su similitud con una gran daga, pues a mitad del recorrido se arquea orgullosa para finalizar en un capullo cónico y puntiagudo. Nico las junta con las dos manos y las masajea a un tiempo, consiguiendo que el profesor se cimbree descontroladamente. Pronto deja su polla y se dedica a la de Jose. Cubre con su piel todo el glande empapado para después bajarlo hasta el máximo. Repite esta jugada y cuando el capullo está encerrado, el presemen se concentra en la punta en un gotarrón brillante y transparente. Con su mano infantil, pasa uno de los dedos y recoge la cosecha que se la lleva con avidez a la boca. Suspira por el trago, y, deslizándose hacia atrás, da otro sorbo que sacie su sed. Sus labios se abren cariñosamente ante su glande. Lentamente desaparece en su boca, llenándola de un gusto espeso y hechizante. Su lengua juguetea nerviosamente por el perímetro del glande, sacando este resabio acre a fuerza de lamidas avariciosas. Las manos del profesor se arquean y araña el suelo como intentando atraparlo entre sus dedos para así descargar todo el placer que esta sintiendo. El abdomen se agita, su cuerpo se encorva y flexiona y la cabeza bambolea de un lado a otro, como perdida dentro de la agitación que disfruta.

Aparecen en sus cuerpos los primeros signos de sudor. Nico sigue salivando la verga del profesor. Hace esfuerzos por tragársela pero retrocede y concentra toda su fruición en ese corazón invertido y sabroso que corona el pene. Son mamadas golosas y profundas. Pese a ser la primera vez, Nico apunta desde esos primeros pasos su sensual naturaleza. Es una belleza que ha nacido para bien follar, para que se derritan entre sus piernas, para dar el máximo placer con sólo su roce, con su presencia. La novedad se añade al entusiasmo. La polla tiene un deje fuerte, cargado, de una naturaleza aguerrida. Además está su tacto. Es una polla dura, pero de un tacto suave y agradecido. Su forma y tino muestran toda la experiencia acumulada a lo largo de los años permitiéndole sorprenderse y mostrar la ardiente naturaleza de una verga reforzada por una pasión nueva. En sus turbados movimientos el profesor folla la golosa boca de Nico. La suavidad de sus ademanes, la dulce infantilidad, noquea el volcán de pasiones que ahora estalla.

Con los ojos entrecerrados, jadeante, borracho, ido por la pasión, el profesor contempla la suprema y extraña belleza de Nico. Es un niño con polla de hombre, sus ademanes son infantiles, casi traviesos, como el que sabe que está cometiendo la mayor travesura de su vida, pero no quiere hacer otra cosa que esa. Pero por otra parte, está la refinada naturaleza que se aviva en estos momentos. Son esos pequeños manoseos de sus huevos lo que le hacen pensar que está ante un infante muy especial. Es un príncipe hecho para reinar. Al tiempo que manosea sus huevos, su etérea mano masajea en un abrazo liviano el talle de su verga. Parece un baile, en el que todos los pasos, sin estar ensayados, casan con una natural perfección. Cuando su insaciable boca traga la tarja, esa delicada mano va anunciando el fogoso lavado con un ágil meneo que recorre el vigoroso talle. Así hasta que su cara, ya guiada por la codicia, se sepulta en canoso vello de su pubis. En ese instante Nico intenta respirar, son ligeras e imperceptibles contracciones que, sin embargo, se transmiten cálida y nítidamente por la pija de Jose. Después, como si saliese de la profundidad de mares candentes, succiona con ganas al tiempo que esa mano bailarina vuelve con su frenético paseo. Conforme se acerca al glande, y justo cuando el talle disminuye ligeramente su grosor, la rugosa lengua del adolescente se abre paso para llevar esa mamada hacia el clímax. Con la sed del que chupa un helado, la lengua repasa todo el jugo de ese pijo esclavo, tanteando aquí y allá hasta que se hace presente en el palpitar de ese corazón encendido. Con su lengua infantil, la punta explora como un perro cazador todo el perímetro hasta que haya la madriguera de la presa. Allí, en esos labios que coronan el capullo, enloquece con su puntita esa gruta de la que ya manan los primeros jugos, exprimiendo toda la locura que nace ahí y explota por todo el cuerpo del profesor que sigue follando descontroladamente la boca de su jovencísimo amante.

Sin ningún aviso la mamada se detiene súbitamente. Nico sonríe mientras un hilo de saliva aún une al cazador con su presa. El profesor no detiene su embestida y continúa con sus perforaciones al aire sin parar su enardecido ritmo. El adolescente se levanta y vuelve a manosear su enhiesta verga, exhibiendo con una lujuria infantil, pero irresistible, todo el poder de su masculinidad. Poco a poco la hipnosis de esa visión adormece las perforaciones de Jose, hasta que finalmente termina por rendirse a la evidencia de esa perfección que embauca entre sus piernas. Inerte, jadeante, comiendo aún el aroma a sexo del bóxer del púber, el profesor mira expectante y como si el adolescente adivinase la pregunta, se sienta bruscamente encima de su paquete, quedando el pijo de Jose entre las nalgas de su mocito. De nuevo, vuelve a deslizar su piel de terciopelo por el torso del profesor. Es un movimiento lento y continuo, hasta quedar reposando sobre el cuerpo sudoroso de Jose. Así está durante un rato, subiendo y bajando, como si yaciera en el mar, al son de la cadencia del anhelante profesor. El escroto del impúber está sobre la nuez del profesor, su vellosidad cosquillea al profesor que con gesto placentero baja y sube la nuez soportando el dulce peso y caricia de la masculinidad de Nico. Éste se alza y con su incomparable verga castiga la cara del profesor. Es un castigo tan placentero que enerva al viejo profesor que cae en una avaricia tan enorme que lo ahoga, que lo debilita hasta que ésta toma fuerzas e intenta atrapar la polla intrusa con sus dientes. Son mordiscos indomables, aguantados por una lujuria que calcina, que enloquece todas las partes de su cuerpo. Nico toma la polla entre sus dos manos, y como si fuera una porra comienza a golpear al profesor en la cara, en el cuello, en la frente, en los ojos, en la oreja. Cada golpe es acompañado de un gritito soterrado, casi femenino, que no llega a articularse totalmente, pues Jose está vencido, exhausto por un vicio que arrasa toda su fortaleza. El sonido de los golpes es húmedo y la inocente risa del adolescente empapa la habitación. Con esa tarja que dominara el mundo, sigue descargando sus golpes indómitos, depositando aquí y allá las brillantes huellas de su hombría que marcan la arrugada piel del profesor con una frecuencia delirante. Cada vez el entusiasmo del joven es mayor, las risas inocentes dan paso a gritos más violentos e histéricos, hasta que terminan por fundirse los jadeos rasgados del profesor con el salvaje griterío de su alumno, que ahora ya salta para dar mayor violencia al golpe que sella con sexo la exhausta cara de su amante. Finalmente, da un toque final acompañado de un grito ciego que deja clavada su polla en el ojo del profesor. Se quedan quietos, sofocados, con los ojos cerrados y empapados en sudor, hasta que poco a poco recuperan un gramo de cordura. Sólo uno.

Los cojones de Nico se deslizan por la cara del profesor arrastrando el bóxer a su paso para terminar sentándose en su cara.

¡Cómeme el culo!

Pone su culo sobre sus labios, mientras la polla se balancea amenazante. Tiene un culo de formas suaves y torneadas, blanco como la leche que contrasta con su piel almendrada. Alza un poco el culo y con sus armoniosas manos abre las nalgas para mostrar por primera vez la cueva de su tesoro. Jose se queda embobado por su sorprendente belleza. De nuevo la madurez viste todo lo que toca de deseo. Es curioso ese juego de contrastes. Por un lado, unas nalgas todavía infantiles, desprovistas de la turgencia que traerá la madurez; por otro, la virilidad de su pija continúa su viaje y el ensortijado vello que puebla su hombría se abre paso hacía la raja del culo con una abundancia inaudita. Allí rodea con profusión un ano oscuro y deseable, como si acabara una rosa negra y aterciopelada. El bello está aplastado formando un curioso dibujo que recuerda vagamente a una explosión pirotécnica.

La lengua del profesor recorre el camino marcado hasta llegar a las lindes de su antojo. Allí frena su paso y saborea el vello del muchacho que serpentea como un cabrón. Esa lengua gorda y blanquecina dibuja pequeños círculos retozando sobre ese vello que reúne en sus rincones el agrado de ese tesoro que aún se demora en tomar. Es un sabor fresco, que estremece por su gusto la lujuria del profesor. Nico jadea y acaricia sensualmente su cuerpo, paseando por su sudorosa piel todas las notas que arranca la lengua del profesor. Su mano se para en el falo que acaricia con lascivia; mientras, la lengua del profesor, termina su recorrido y da un primer paso tímido hacia las puertas de esa cueva virginal.

Nico sosiega su danza, espera expectante el inicio de su voluntad. Y la rugosa y sabia lengua inicia su trabajo. Una primera lamida se arrastra por toda la raja; tras esto, Jose degusta la inocente sensualidad que encierran esas paredes. De nuevo, la lengua señala con su fortaleza un paso cansino que abate de placer a un enloquecido Nico que vuelve a menearse con voluptuosidad. Sus ojos se cierran, pues para nada necesitan ver todo lo que están sintiendo, y un jadeo agonizante acompaña el paso húmedo de esa lengua que se incursiona por el ano.

¡Qué gusto...! –dice al tiempo que se menea la verga- ¡Joder, qué gusto! ¡Qué rico que es esto...! ¡Sigue comiéndomelo, papaíto! Así... aaaasiiiiií –vuelve a abrir las nalgas- ¡Así, mi macho! ¡Entra, bonito, entra...! ¡Coño... que nooooo... no puedo resistirlo del gustillo que da!

El ano se ha abierto dibujando una sonrisa tierna. La Lengua del profesor se irrumpe dócilmente encharcando con su comezón ese ano hechizante que chorrea sus mejores gustos. El aroma de Nico está en todas partes, y la lengua destapa esas esencias inocentes y seductoras que posee su cuerpo. La punta roma de la lengua se introduce en el gustoso remanso de sus entrañas. Jose absorbe cada molécula de ese cuerpo embriagador, lame con pasión, besa, come, chupa. Conforme Nico lo va inundando, esa sensualidad que atrapa arrebata todos sus movimientos hasta querer ser él, fundirse en ese cuerpo inmaduro pero electrizante, y de eso modo no separarse más del ardor que acompaña al pupilo. Nico parece entenderlo y, por momentos, sus serpenteantes movimientos se alteran para reposar con violencia todo su cuerpo en la hambrienta boca del viejo profesor. Allí, sepultado con fuerza, Jose queda sin respiración, sin otro aire que no sea Nico, sin otro alimento que el cuerpo del adolescente que muerde con saña, dejando sus dientes marcados en la seda de su piel. En ese instante, cuando el placer da paso a un dolor extraño y sensual, Nico vuelve a culebrear como una puta, a tocar su polla con adoración, a declararse un amor infinito por una hermosura que esclaviza al que la prueba. La saliva empapa el culo y las piernas del trémulo joven. La cara del profesor brilla encharcada con la sazón de Nico, un sabor del que no se quiere despegar, pues pese al poder que tiene, la avaricia no deja de aumentar, y los hilillos de baba unen su avidez a su amoroso anhelo.

De nuevo el descontrol se instala en estos dos cuerpos abandonados a la lujuria. Los gemidos bailan con la voluptuosa lamida que vuelve a empantanar las entrañas de Nico. Las manos del profesor separan las nalgas y sus dedos ayudan al avance del húmedo intruso. El índice franquea con paso decido ese pesebre acogedor. Con suavidad desaparece hasta hundirse en la acogedora profundidad. Un maullido profundo se abre en la garganta del mozo que se queda quieto, espigado, con la suave musculatura dibujando una tensión de rostro placentero. El dedo gira por las paredes de raso y vuelve a mostrar su cara para sumergirse precipitadamente en al oscura tentación.

Jose chupa el dedo con ansia, buscando entre sus pliegues la fragancia escondida de Nico. Todo su paladar está tomado por él, igual que su añejo cuerpo esclavizado. Vuelve a sepultar el dedo en ese culo acogedor que mima al viejo profesor. Son caricias dulces, jugosas, que se trasmiten, con la delicada inocencia que alumbra este cuerpo, a los abotargados sentidos del viejo profesor. Las penetraciones son urgentes. Nico está trastornado, y sigue amándose y amando toda la raíz de ese aluvión de sensaciones novedosas que Jose escribe en su inmaculado cuerpo chorreante de sudor.

Sus pijas enhiestas brillan con ardor. Nico cae violentamente sobre el cuerpo del profesor, quedando su cara a la altura de la experimentada vega. La coge con sus manos y la dirige hacia su boca para besarla. Sus babas riegan el poderoso falo, mientras el profesor sigue catando con codicia el ano adolescente cebándose de ese sabor único e hipnótico. Traga su polla mordiendo ligeramente la base, lo que provoca un respingo del profesor. Como si fuera un pez su cuerpo se desliza por el manto del profesor, alejando su culo del apetito insaciable. Quedando frente a él, y arrodillándose como quien adora, inició una mamada espléndida que enloqueció a su amante. Ver como esa inocencia se tragaba sin rubor aquella espléndida tarja, perturbaba la débil cordura de Jose. Los dedos jugaban con los cojones que no tardaron en ser zampados por la infantil ilusión de su entregado alumno. Era como si chupase un caramelo, pues los transportaba por su empapada boca con el mismo egoísmo que enciende a un niño.

Cogió sus piernas y las levantó, dejando el ano del profesor a la altura de su famélica boca. Se quedó por unos instantes contemplando ese ano sonrosado y carnal, que se cerraba como unos labios caprichosos dando la impresión de estar llamando a una ardiente conciliación.

¡Tienes un culo precioso! –señaló con entusiasmo- ¡Un culo para comer y follar! Y te lo voy a comer y follar.

Es tuyo, mi amor, haz de mí lo que quieras –añadió entre jadeos.

¡Cómo huele, qué rico! –dijo acercándose-. Seguro que será tan rico como soñé. ¡No sabes cuántas veces soñé con este momento!

Las imagino, mi Nico. Desde que te conozco, no he dejado de pensar en ti ni un minuto. ¡Has estado conmigo tantas veces!

¡Y estaré, mi amor! Vengo para quedarme...

Tras esto deja las piernas del profesor y se lanza sobre él para atraparse en un beso ardiente. Sus cuerpos están unidos, las lenguas se abrazan, sus pollas se besan sensualmente con la carnalidad de su esplendor. Ruedan por el suelo como caballos desbocados, magreándose con una lascivia, dejando las huellas de sus cuerpos sudados por todo el suelo. El contraste entre sus dos cuerpos crea un espectáculo soberbio. La inmensidad y la experiencia de los años contra la delicadeza y la candidez de una adolescencia apenas esbozada. No hay un claro ganador. Los cuerpos están espoleados por el deseo, y de ellos surgen fuerzas infinitas que catapultan todo el ardor que los enciende e incendia. Están jodiéndose con todo el cuerpo, tratando de poseer cada poro de su amado en una batalla que pronto llegará a su clímax.

Con la misma precipitación que preside sus embestidas, frenan en seco para mirarse a los ojos y dar la vuelta a la tortilla para mostrar la ternura que esconde esa violencia exaltada. Son besos delicados, que salen de unos labios sonrientes que sólo saben pronunciar un "te amo" de ese modo. Pero bajo esa misma delicadeza subyace expectante una entrega apasionada. Se funden en un abrazo fuerte y viril, como si intentaran transmitirse todo el amor que han amasado desde que se conocen. Un suspiro profundo pone voz a ese sosiego perturbador.

Nico se despide con un beso cariñoso y dulce. Se desliza sobre el cuerpo del profesor suspirando de placer, sintiendo en su suave piel la caricia añeja de Jose. Al llegar a la altura de su polla, esos suspiros cantan unos tenues besos que se reparten por el talle de ese mástil izado. Sus manos acarician al profesor, pellizcan sus pezones y bajan sin prisas hacia su ingle, hasta tomar la tarja. La boca se abre en un abrazo manso, tras el que desaparece un glande carnal fustigado por la excitación. Al final del viaje, Nico descansa sobre el canoso vello de ese pubis del que está irremediablemente atraído.

El lado salvaje que hasta ahora presidía todas sus actuaciones se viste ahora de una ternura infinita. En los ojos del muchacho, el profesor ya no ve la ilusión electrizante e histérica de un niño, sino el amor que debe ser tomado con sorbos serenos para degustar cada uno de los bálsamos que porta. Y en ese instante entiende que pese al abismo de los años, la esencia de su amor está hecha con la misma materia, con la misma entrega. Sus ojos se llenan, igual que su corazón, de unos sollozos jubilosos refrescando un amor que arde entre una ímpetu enaltecido y una ternura infinita.

De nuevo levanta las piernas de Jose y acerca su cara a esa rosa carnal. La puntita de su lengua roza ligeramente el contorno del ano. Este ligero roce electrifica el cuerpo del profesor que se pregunta por un instante si será capaz de soportar todo el placer que ahora se anuncia. La respuesta llega inmediatamente. Y esa lengua puntiaguda, ligeramente rugosa, febril y traviesa corretea por el ano con impudicia.

Nico se deleita con la amable naturaleza de ese cuerpo entrado en años y carnes. Sus lametazos siguen siendo etéreos pero fustigadores, hasta rociar esa rosa suspirante que se abre imperceptiblemente con cada lamida del juguetón apéndice. Pronto también Nico cae en la atracción que despliega y hunde su cara entre las nalgas de Jose. Suspira en profundidad, absorbiendo el recóndito placer, hasta que los suspiros son gemidos y la puntita de la lengua vuelve a aparecer tragándose la fascinación que produce el profesor. Muerde delicadamente su ano, encharca en profundidad todo el esfínter y escupe en la mano. El esgarro inmediatamente embadurna su polla mezclándose con las secreciones que ésta suspira. La pinga de Nico esta tersa, brillante, atractiva, mostrando todo su apetito. Se levanta y tumba al profesor sobre su lado izquierdo. Éste se encoge como un niño recién nacido, dejando el ano libre de todo obstáculo. Nico se tumba deslizándose por el suelo y besando a cada paso el trémulo cuerpo de Jose hasta quedar íntimamente acoplado, como si fuera una sombra fresca y prolongada del cuerpo de su amante. Su polla recorre la raja del culo del profesor. Éste abre ligeramente las piernas y la encadena a su calor. Tras unos instantes Nico levanta la pierna de Jose que la sostiene arqueada.

El capullo besa el esfínter. La polla bruñida, oscura y turgente se destaca contra la blancura de ese culo que poseerá en unos instantes. Su mano agarra la pinga por la base y la dirige hacia el ano. Un leve empujón y el profesor siente la carnosidad arrasadora que se abre paso. De nuevo, empuja con más fuerza y el orificio se rinde ante la potencia del intruso. Un grito de dolor sale de su boca, mientras la polla reposa en la guarida. El bálano ya se halla a cobijo. El profesor nota como su cuerpo se dilata dolorosamente, como si se desgarrase en mil direcciones para dejar paso a esta vida que arde en sus entrañas. Gotas de sudor caen por la frente de Nico que, con los ojos cerrados, goza del abrazo señorial con el que este viejo caballero homenajea a su polla. Mientras, sus caricias calman el rostro doloroso de estos primeros instantes. Pellizca los pezones de Jose y amasa la redondez de su torso para después relajar la cara contraída por el dolor.

¿Te duele, mi amor?

Un poco... Es muy grande... Y hace tanto tiempo que no me hacen el amor –confiesa avergonzado-, que este cuerpo no responde como lo hizo en su juventud.

¡Pues se está muy a gustito, mi amor! Me gusta como me aprietas la tarja. Me gusta el calorcillo. ¡Me gusta hacer el amor contigo! Es mi primera vez, ¿sabes?

A mí me encanta. ¡Soy tan feliz! Me das más de lo que podía desear, más de lo que he soñado. ¡Te amo, Nico!

¡Y yo, mi amor!

De nuevo la abrasadora polla se abre paso entre sus carnes sepultándolo en un dolor insoportable. Siente como aquel invasor dulce y tierno muestra el rostro arrogante de su oscuridad, rajando las carnes para dejar su huella de fuego. El profesor ahoga el dolor, buscando desesperadamente un placer que parece remoto. Su verga va perdiendo la opulencia que exhibía, y siente como mansamente su cuerpo, sin abandonar ese dolor agudo y tirante, se amolda a ese conquistador al que ama por encima de todas las cosas. Entiende que está poseído, que aquella pija que lo perfora lo está haciendo suyo, despojándolo de todo lo vivido para nacer a una nueva existencia donde la savia que recorra sus venas tendrá una sola fragancia: Nico.

La polla clava con fuerza avanzando un par de centímetros más hasta llegar a la mitad de su recorrido. La piel se eriza, se magrean con fuerza buscando en la violencia una vía de escape para el placer y dolor que los ata. Se besan apasionadamente, con gula, se arañan, se aman... Son minutos de frenesí que pasan como gemidos. Es dolor y placer, dos caras de una misma moneda que en este momento cae de canto, sin dejar entrever claramente cuál será la apuesta ganadora. Los jadeos se hacen frenéticos en esta comunión salvaje, y, de nuevo, la polla del profesor se empapa de la solidez de la fogosidad. La moneda ha caído.

¡Métemela toda! ¡Métemela, por el amor de Dios! –suplica quejoso- ¡Párteme con ese monstruo!

De un golpe seco la polla profana el santuario empalando al profesor. Allí quieta y ardiente espera unos segundos sin abandonar el atormentado combate de caricias y mordiscos. De pronto, empieza la cabalgada. Son perforaciones largas, que precipitan el placer de Jose. Nico mordisquea los labios en cada embestida y contempla como su soberbia polla se hunde con insolencia en ese dulce culo que embiste. El ano está totalmente dilatado y supura el brillante jugo de ese sexo de hierro dulce. Le gusta ver como su fibrosa pija desgarra a su paso las entrañas del profesor, que se contraen trémulas por el colosal placer que planta en cada lance. Es una sensación tan maravillosa que el imberbe aumenta sus feroces ataques. Los jadeos se hacen sonoros y una procesión de aes escolta este goloso meteisaca.

Entra y sale, saca y mete a una velocidad cada vez más vertiginosa. El profesor se menea la polla con violencia, intentando alcanzar el ritmo de los empujes, hasta que los supera ampliamente. Su mano recorre atropelladamente el talle de su pinga hasta que sus cojones comienzan a hervir. En ese momento, acelera aún más la velocidad. En esa violencia inaudita, las sensaciones se agolpan empujándose unas a otras. Siente palmo a palmo como la nervuda verga de su alumno devasta su ano, ahogándolo en un placer inenarrable, como sus manos surcan su cuerpo encendiéndolo, calcinándolo en cada magreo, como sus caderas, antes inertes, buscan ahora con su empuje un empalamiento furioso, como sus huevos comienzan a hervir caldeando el dulce manjar.

Un grito araña sus entrañas, mientras por sus huevos corre impetuoso un semen urgente y calcinante. La verga de Nico sigue con fieras embestidas corrompiendo la médula del profesor. Éste está desencajado. Navegaba por una especie de trance que hace que a un tiempo se mueva avaricioso ayudando a las rotundas perforaciones de su alumno, menee la polla con fuerza sintiendo ya como la leche recorre su tronco, y magree con violencia el cuerpo febril de Nico. Un torrente de semen sale en estampida por el carnal glande. La leche comienza a salpicar y el grito desgarrador del profesor acompaña la precipitada caída de tan rico manjar. Una violencia inaudita se instala por unos segundos en el cuerpo de Jose. Mientras su fruto continúa manando, dibujando un extraño círculo de motas aperladas, siente como el tremendo falo de su alumno desgarra de placer todo su cuerpo. Es un placer distinto, único. Cuándo su polla lo perfora, nota en su entrada, todo el poder de ese instrumento que arranca a su paso un alocado ardor que va tomando energía hasta empalarlo en una sensación que mezcla al tiempo el placer con el dolor intenso. Es un dolor tremendo que muestra su cara cuando Nico sepulta con rabia su tremenda tarja. En ese breve instante este joven y devastador invasor se siente en todo el cuerpo, aplastando su próstata, dibujando un dolor que le llega hasta los riñones para recorrer después su abdomen, ensanchando todos sus músculos, haciéndole sentir a un mismo tiempo tal tropel de sensaciones que parece que se va a diluir todo su cuerpo.

El grito roto del profesor anima a Nico. Con el entusiasmo de los quince años arremete con mayor saña. La prodigiosa verga avanza y retrocede en un movimiento continuo y sin pausas. Su cuerpo sudado se desliza por el suelo dibujando un rastro húmedo de sexo. Su fuerza es descomunal, inagotable. Cada golpe, como si fuera el rastro de una piedra tirada en el agua, se transmite como oleadas por el cuerpo de Jose que expulsa su último jugo por su falo. Tras esto queda inerte, desprovisto de cualquier signo de vida, dejándose llevar por la violencia de su amante amado. Tiene los ojos entrecerrados y babea, estira sus brazos torpemente como tratando de agarrarse a sabe dios qué. Por el contrario, Nico está más despierto que nunca. Y aquella selva que alumbra sus ojos está ahora ardiente, desorbitada, como si entre sus ramas se librase una cruel batalla. Sigue mordiendo su labio, y su rostro empapado en sudor refleja en toda su extensión el infinito deseo que lo domina y sobre el que cabalga con una fuerza desconocida y primitiva. Esas embestidas tan profundas y rápidas, extraen del moribundo profesor unos gritos agónicos. Es ese sonido y la humedad del sexo en sus embestidas lo único que se escucha. El chocar de ese cuerpo terso y joven contra las nalgas de Jose, el arrastrarse contra el suelo de Nico, los leves golpes que el profesor da con sus manos, son los coros de esta ceremonia. Repentinamente, la voz de Nico se abre paso. Es un grito violento que muere repentinamente, cortado de raíz, para volver a surgir con igual brío y acompañar al siguiente asalto. Una rabia remota se instala en estos gritos. Es la rabia de un chiquillo que quiere alcanzar la meta, esa cúspide que está a pocos metros y que pide un último esfuerzo, un esfuerzo tan titánico como el placer que se anuncia. Y aquellos ojos desorbitados, aquella selva ardiente desaparece dejando los ojos en blanco, mientras una corriente trémula viaja por todo su cuerpo. Dos o tres perforaciones profundas y violentas empujan al profesor por el suelo, que siente como sus entrañas se llenan del dulce semen de Nico. Pese al calor de su polla, su semen hace notar su presencia. Es una caricia afectuosa que va regando con trallazos apremiantes e inaplazables todo su intestino, haciéndolo sentir el hombre más feliz del mundo. Nico permanece estático ensartando al profesor. Su boca se abre grotesca erupcionando un grito mudo, mientras gotas de sudor caen rápidas sobre su infantil rostro. Sus brazos se separan del profesor y gira agonizante hacia un lado quedando su polla engarzada en el culo del profesor, pero antes de terminar esta marcha, vuelve sobre sus pasos violentamente al tiempo que expulsa un grito larvado y abraza pesadamente al profesor.

Sus cuerpos están unidos como si fueran uno solo. Sus respiraciones son jadeantes y ansiosas. No dicen nada, sólo reposan y saborean el sabor de su sexo que aún continúa empapando sus cuerpos sudorosos. El ano del profesor se estrecha sobre la pija de Nico. Son pequeños abrazos, casi como besos, que hacen sonreír a Nico. Éste hace lo mismo con su tarja y un morse lascivo culmina los últimos estertores de este polvo.

Nico continúa con su polla en el acogedor culo del profesor. Ya ha perdido su fiereza, pero sigue marcando su estancia con la calidez que despierta su vida. Han pasado ya diez minutos. Es un suspiro tan solo. Un leve paso de tiempo casi no vivido sino fuera por la ternura de esa exhalación. No han dejado de besarse, con besos cursis y ridículos sino estuviera el amor ahí para salvarlos. Sus manos siguen entrelazadas, rompiendo ese abrazo para una que otra caricia. El cielo que tiene el profesor en los ojos no ha dejado de mirar y admirar la belleza del verde manto que cubre ahora de serenidad la mirada su alumno. Ya no hay ardor en sus miradas, sino un amor profundo e indisoluble que en su huída sabe que se ha encontrado. Son miradas que acarician, que se funden en abrazos. Ninguno ha dicho ni una sola palabra. Han dejando que sea ese amor el que hable. Y habla en susurros dulces, tan dulces como las yemas con las sus miradas se acarician.

Otros diez minutos, otro suspiro más, se echan encima. Casi imperceptiblemente el pijo de Nico recobra su inexpugnable fortaleza. Esa sensación hace germinar en el profesor su primer gemido, acercando sus manos entrelazadas a sus labios que, empapados, comienzan a besar tiernamente cada uno de los dedos de su alumno. Su cadera se balancea ligeramente y el grueso preso de sus entrañas emerge terso y húmedo a la luz. Vuelve a repetir el movimiento, al tiempo que gime, pero en su huída deja que tome el mando su pupilo. Nico atraviesa con un movimiento largo el ano de Jose hasta que su vello púbico se enreda con el de su amado, para volver a salir hasta que su glande, moteado de rosa pálido por los restos de semen, aflora del dulce abrazo del ano del viejo profesor. Allí, dejando tan sólo la puntita del capullo en este grato beso, vuelve a introducir su magnífico mango despertando la lujuria de su amante que empuja para facilitar esa penetración profunda y abrasante que siente en todo su cuerpo. Ese dolor con el que culmina para dejar en su huída un infinito placer que cosquillea sus intestinos, volviendo a mostrar, con su llegada a meta, la fiereza de aquella madura entrepierna manejada por la fiebre de un adolescente insaciable.

Cuando vuelve a la luz, la polla muestra una belleza exultante. Esta bañada con los fluidos del profesor, y cubierta de brillos vivos que la hacen aún más hermosa en ese fiero descargar. Son sacudidas largas, elegantes, que, en el último tramo, vuelven a mostrar su potente rugido con un movimiento cargado de violencia que empala al viejo profesor. Esta llegada a meta siempre es acompañada por un "ay" lastimero que aún así lleva su carga de indómito placer.

Está tan sensibilizado que el mínimo roce de esa polla magistral viaja por todo su cuerpo. Es una sensación nueva y distinta a la vez anterior, difícil de explicar, pero clara en su rotundidad. Los sentidos de Jose pierden el rumbo y se da cuenta de que ahora aquella espléndida follada tiene un rostro aún si cabe más ardiente. Aquellas galopadas están provocando en él una especie de orgasmo diferente a todo lo que ha vivido. Es un orgasmo continuo, ininterrumpido, donde cada una de las perforaciones suma su efecto a la anterior hasta multiplicar ese poder de seducción hasta límites inimaginables para sus sesenta y cuatro años. Es tal el estremecimiento que su cuerpo comienza a descontrolarse, a retorcerse como preso de un torbellino, a gemir por todos los poros, y a gritar un "¡ay Dios!" agónico que ya no abandonara en toda la enculada.

Aquello excita a Nico arrebatado. Comienza a ver como su polla se clava en el culo de su amado y como aquella entrada le hace desear inmediatamente después su repetición. Los asaltos ganan en ferocidad. Es una energía que llama a otra. Es el orgasmo del profesor que tira de la voluptuosidad del alumno hasta hacerlo enloquecer. Con gritos violentos y desgarrados los cañonazos ganan en brío. Esa verga fibrosa y nervuda arremete desequilibradamente con una vileza recia que arrasa las orgásmicas paredes de un puto en trance. Sus cuerpos sudorosos se arrastran por el suelo. Cada perforación desplazan al enloquecido profesor unos centímetros más allá hasta chocar con la mesa de la sala. Allí anclado a sus patas, el profesor sucumbe a la efusión desenfrenada del diestro joven que no deja de sepultarlo en enjambres que aguijonean de placer todo su cuerpo.

Son los últimos tiros. Por la espina dorsal de Nico una corriente eléctrica desborda la pasión desaforada. Sus enculadas son salvajes, perentorias, guiadas por un instinto furibundo. Parece una fiera en celo, como si el combate que libra fuese de otra naturaleza. Sus cojones comienzan a hervir por un semen que busca en la salida su explosión natural. En ese momento desea meter todo su cuerpo en las entrañas del profesor y arremete contra él con ese anhelo esculpido en fuego. La verga sale y entra vertiginosamente, con movimientos potentes y terminantes. Siente como se hincha la base de su polla y como ese ácido aperlado comienza a corroer no sólo su nabo, sino su cuerpo entero. Chorretones de semen, enérgicos y continuos, salen del pijo de este joven semental. Su cuerpo se contrae sin perder sus fieras embestidas, y esa procesión de rico semen riega las entrañas del profesor ahogado en su orgasmo.

Es un orgasmo largo y pronunciado, que ruge con la fuerza de un volcán y muere con la placidez de una ola. Las últimas gotas de semen encharcan las entrañas del trémulo profesor. Nico permanece quieto, estático, pendiente de que la vida vuelva a su cuerpo aterecido por un ardor que se resiste a morir. Comienza a respirar con profundidad, y tras estas exhalaciones besa tiernamente al profesor que aún sigue rendido al poder de su pija.

Las respiraciones agitadas se van calmando hasta llegar a la serenidad. No se han movido, permanecen íntimamente abrazados, cuerpo contra cuerpo, resistiéndose a abandonar el calor del amor que cultivan.

Mansamente sus ojos se cierran y entran en un profundo sueño. La poronga de Nico sigue en el nido del profesor, a cubierto de las inclemencias de la separación. Sus ritmos son acompasados, plácidos, como si reposaran en un paraíso ajeno a la desgracia.

Hora y media después el teléfono interrumpe el sueño. Es un ring ring persistente, angustioso, que quiebra en pedazos el descanso de los guerreros. La mano del profesor se dirige hacia el auricular; pero los quince años interrumpen suavemente la determinación de los sesenta y cuatro, y esa mano que acudía a las noticias recibe una carta de amor. Con dulzura Nico va depositando pequeños besos en la mano que dibujan sonrisas en su rostro y corazón. José siente la polla de Nico en su culo, y gira para besar a su amado, despegándose de ese hierro candente que ahora duerme. Se besan sin prisas, con todo el tiempo por delante, mientras el teléfono sigue con su molesto cante.

No quería que interrumpieran nuestra noche de bodas –argumenta Nico-. Hoy es para ti y para mí. Los demás sobran.

¿Te quieres casar conmigo entonces...?

Puede...

¿De qué depende?

Aún soy muy niño –responde con timidez-, pero si sabes esperar puede...

Sé esperar. Llevo toda la vida esperándote; y llevaré lo que me quede a tu lado. Quiero que seas tú lo último que vea, lo último que oiga.

¡No hables así!

¿Por qué?

Porque no me gusta pensar en eso ahora. Ahora no. ¡No quiero! Hablemos de amor o hagámoslo, pero no de eso...

Es cierto. Tienes razón. No invoquemos a la vieja dama. Hablaremos de amor o lo haremos, ¿qué prefieres?

¿Se puede pedir?

¡Sí!

¡Yo las dos cosas! –dice con determinación-. Yo por elegir, elijo las dos. ¿Y tú?

Puestos a elegir... ¡Me quedo con tu oferta!

Es que no encontrarás otra mejor... ¿Nos duchamos?

Vale. Me parece bien. Aunque no sé... me gustaría conservar tu olor.

Ya. Pero recuerda lo que hemos escogido...

¡No se me olvida, mi amor, no se me olvida!

El agua empapa sus cuerpos de sexo. Cae formando complicados dibujos, esculpiendo la naturaleza de sus complexiones, deslizándose por la curvatura de sus músculos, llenando de una belleza fresca cada centímetro de sus hechuras. Esta nueva visión los erotiza. Se sienten como recién nacidos, como hombres de un mundo tan puro como el agua que los acaricia. Se abrazan al instante y sus labios se cierran en un beso prolongado al tiempo que se frotan guiados por la suavidad de sus volúmenes empapados. El agua fresca no amaina ni por un momento el ardor que se esta cocinando, sino que aumenta su poderoso influjo. Se magrean con descaro, se rozan, chocan sus pollas que muestran de nuevo su voraz naturaleza, se dicen palabras sucias para declarar su amor, todo en un principio sin fin que se renueva como el agua que cae sobre ellos. Ese frío y ese calor, los mueve y los zarandea. Nico agarra las vergas y las menea a un tiempo sin dejar de besar al profesor, de abrazarlo de hacerlo y hacerse suyo.

Guiado por un instinto se arrodilla ante la tarja del maestro y la frialdad del agua cambia por la cogedora calidez de su boca succionadora. José se amarra como puede intentando no perder el equilibrio, si por él fuera se diluiría en esa agua para acompañar a esa corriente continua que siente sobre su nabo, que sube por su cuerpo hasta dominarlo llevándolo a un descontrol sobre toda su conciencia. La juguetona lengua surca la daga del profesor mientras sus infantiles manos juguetean con los cojones tomando, de vez en cuando, el mismo camino que la lengua para imprimir sobre el mástil un caprichoso masaje. Es curiosa la voracidad del alumno, el ansia con que lame y succiona. Todo presidido por un entusiasmo que roza el frenesí convocando un placer que no sólo se cierne sobre el cuerpo de su maestro, sino que alimenta al suyo, meneándose con placer esa verga mayúscula empapada de sexo y agua. Es un exaltación de todos los sentidos. El profesor se siente sobrecogido por la belleza que en ese momento ilumina a su amante, por ese discurrir del agua que hace una metáfora de sus quince años, a la vez que subraya la lubricidad de una naturaleza germinante en sexo y sensualidad. Su rugosa lengua sigue explorando con enardecimiento la pija de Jose, adueñándose de todos los rincones para dejar ahí su sello, esa huella imborrable que quema las entrañas de sesenta y cuatro años estériles.

Los gemidos caen como el agua, a borbotones impacientes que desgarran su garganta. Comienza a notar como un batir de alas de mariposa. Es una sensación curiosa, pues nace en el contacto que la poderosa lengua de Nico lleva a su nabo, para después desplegarse, en ese ascender, por todo su cuerpo. Comprende al instante la naturaleza de esa emoción, sabe que son los timbales de un orgasmo; pero distinto a todos los que ha tenido en esta tarde. Pensándolo bien, todos han sido distintos, es como si Nico concentrara en su cuerpo un poder de soborno cambiante en cada uno de sus asaltos. El de ahora se perfila por su nitidez, por una claridad extrema que lo lleva a deletrear cada uno de los pasos de este proceso. Nico hunde su pija en su cálida y acogedora boca, una débil corriente eléctrica se va creando al saborear la humedad de este abrazo; inmediatamente succiona con fuerza agolpando a su paso toda la sangre de la verga, aumentando las sacudidas que antes eran susurros; cuando llega al capullo sus labios presionan un poco más hasta adaptarse perfectamente, ahí siente como unos pinchazos placenteros que a velocidad de la luz cruzan por todo el organismo; se queda ahí unos instante, succionando salvajemente sin moverse ni un centímetro, sólo con el poder de su boca y una lengua juguetona que corretea con avaricia por todo el glande, ahora esos pinchazos placenteros aumentan en intensidad mezclándose con otras percepciones más confusas, pero claramente placenteras que se disparan con igual vértigo por el descontrolado cuerpo del profesor. Estas trémulas alteraciones van dejando a su paso como pequeños posos. Son restos vivos, que hierven y gritan, comenzando a tomar cuerpo en sus cojones. Ahora siente como si de la raja de su culo hubiese un secreto camino que uniese estas dos partes, percibe como un endurecimiento, como una pequeña contracción que avisa de lo que está por venir. Al instante, sin que la avaricia del alumno se achique en ningún momento, aumenta el estremecimiento de su huevos, como si en vez de leche de polla llevasen ácido. Es una conmoción más clara que va tomando intensidad en distintos horizontes. Su cuerpo, preso ya del placer, sucumbe sin remedio debilitándose hasta caer en la ducha entre sacudidas. Nico no pierde el tiempo preguntando si sé encuentra bien o mal, sabe muy bien lo que ocurre, y se lanza con afán codicioso a las puertas de esa polla espléndida, mientras aumenta el ritmo de su paja, pues igual que el profesor, el alumno está a las puertas.

Vuelve a tragar la verga del enfebrecido profesor. Sobre ellos cae una lluvia de agua que puntúa con su violencia el salvaje orgasmo que van a vivir. Éste no tarda en aparecer. Tirado como está, el profesor a los primeros síntomas apresa con sus piernas a Nico que sigue devorando, ahora con sed, el rabo de su amante. Éste intenta controlar las sacudidas, pero sólo consigue el instintivo movimiento para el que está capacitado en este momento: la embestida. Comienza a follar la boca de Nico al tiempo que por el mástil ruge el semen. Es una eyaculación violenta, de cuatro o cinco trallazos que se depositan en la boca de Nico que para sus movimientos concentrándose en tragar el esperado manjar. El viejo profesor grita como un oso, es un grito fiero de batalla y agonía, que acompaña a ese manar que lo deja sin sentido.

Cegado aún por la pasión, ve como Nico menea con fuerza su pijo. Es una imagen especialmente sensual. El agua cae sobre ese cuerpo infantil con polla de hombre formando pequeñas gotas que se dividen en otras mil hasta formar una segunda película que reproduce como un halo en el que se encuentra envuelto su alumno. Sobre la polla cae un chorro violento, que golpea justo en el glande haciendo el agua una especie de pirueta que asemeja una gran eyaculación. En este pensamiento está, cuando el efebo se convulsiona y arquea. Por un instante mira su cara contorsionada, pero su vista cae con gravedad hacia el volcán de su entrepierna. La mano sigue deslizándose con rudeza y un primer trallazo cruza con fuerza las puertas de su pijo hasta chocar en el abdomen del profesor y diluirse con la fuerza del agua. En rápida sucesión cuatro o cinco eyaculaciones continúan la sinfonía, que es recogida por las manos avarientas del profesor luchando contra el agua que las diluye. Está famélico de ese semen y lo lleva a la boca con urgencia, en un ejercicio desesperado contra el tiempo que hace que ese preciado manjar se precipite a la nada de las cloacas.

Con un movimiento brusco se pone de rodillas y busca en el reguero de agua los restos del preciado fruto. Su lengua lame con fruición esa agua vitalizadora que aún conserva rastros de su amado, hasta que en su obsesión todo es semen, todo es Nico.

Éste lo abraza y se funden en un único cuerpo, mientras el agua sigue recorriendo con caprichosas formas esas dos figuras enamoradas.

Si los vierais... juraríais que nunca se van a separar.

A Jose y a Nico, verdaderos protagonistas de esta historia

que un día llegó a mi buzón

Por vuestros cinco años de amor y por el tiempo que aún os queda.

Epílogo triste para inmortales amantes.

El origen de la historia que acabas de leer no deja de ser curioso. Su nacimiento no son más que cinco breves líneas de correo: dos de felicitación por uno de mis relatos y las tres restantes de amor. En esa brevedad, yo vi un amor insólito y excepcional. Me impresionaron tanto que al terminar su alegre confesión, escribí inmediatamente al autor para pedirle permiso y recrear la singular historia que yo intuía. No tardé mucho en recibir su entusiasmada respuesta concediéndome lo pedido y empezando a partir de ahí una relación epistolar que aún hoy conservo.

Día sí, día también, sus correos acompañaron la elaboración de este relato. Si los primeros eran una presentación de ellos y de ese tiempo pasado, los que siguieron era una confesión detallada de ese presente que seguía tan ardiente como el primer día.

Mi intuición no falló, eran dos seres excepcionales. De tal manera se encumbraron a mi vista que el proceso de elaboración de esta historia fue más dilatado de lo habitual. Mi pluma (la de escribir) tenía que estar a su altura; y su altura rozaba los cielos.

Cada cierto tiempo les enviaba los avances que iba tomando su amor sobre el papel. El propósito no era otro que el que hicieran sugerencias a la verdad que yo vertía. Ninguna indicación me vino de ese Caribe que ellos calcinaban con su relación. Al contrario, sus fogosos correos parecían indicarme el futuro que en esa primera cita se selló, llevando a los resultados de un presente que no dejaba de envidiar por su entrega. Durante los dos meses que tardé en terminar esta narración, su amor, su sexo, su vida cotidiana me acompañaron en esa inspiración que ellos emanaban. Finalmente llegó el día que puse el punto final.

Aún así tenía una duda: añadir un epílogo. Durante un tiempo estuve tentado a añadir una selección de los correos que había recibido y en la que se mostraba ese presente tan arrebatador. Dejar que fueran esos febriles amantes los que hablaran con su propia voz. Al final deseché la idea. La historia iría sin epílogo. Al menos era lo que yo pensaba en ese momento.

Los primeros en recibir su historia fueron ellos. Tras ese envío, no volví a recibir ningún otro de ese paraíso que habían creado. En mi optimismo, los imaginaba en unas vacaciones eternas y ajenas a un mundo que no tuviera sus nombres.

Pasado el tiempo me di cuenta de que estaba preso a sus palabras, que algo me faltaba si no recibía esas letras calientes y amorosas que me acariciaban con puntualidad. Así que, con la cautela y timidez que se tiene para no interrumpir a dos que se aman, les mandaba cada cierto tiempo breves correos para ver qué era de su vida. La respuesta era siempre la misma: ninguna.

Como gallego que soy, esa "negra sombra" rosaliana se instaló en mi corazón. Ya había agotado las disculpas optimistas y la más negra desesperanza tomó su lugar. Claro que me consolaba diciendo que al final mi absurdo pesimismo terminaría donde siempre termina: en el baúl de los temores absurdos que la mayoría de los gallegos llevamos a nuestra espalda.

Esta semana ya no escribí un correo, escribí un ruego. Con la misma brevedad que ellos se habían presentado, yo les reclamaba que reaparecieran, aunque fuera con unas pocas líneas que calmaran mi ansiedad. Y la carta llegó.

¡Dios, qué felicidad!; y ¡Dios, que tristeza!

Un diecinueve de julio la vida de Nico, en esa moto libre que rasgaba el aire, se cruzó con una curva que lo esperaba para partir. Aquí se quedó el infierno, en esa pesadumbre negra que porta un Jose que, con rumbo perdido, deambula en su desconsolado abatimiento...

Hoy he vuelto a leer vuestra historia, a peregrinar por las casualidades que la tejieron desde su principio hasta su final. A preguntarme por la extrema coincidencia de que el final de este amor en papel, coincidiera también con el de ese sueño que es la vida.

Al reinterpretar esas palabras que vosotros me inspirasteis, ahora me asombro con su principio. Ese "eternamente amar" que cogí de uno de vuestros correos; pero también me sorprende su final. Recuerdo perfectamente el momento en que la escribí. Tenía pensado abandonaros en esa imagen final, dejaros ahí, acariciados por el agua... De hecho, esa fue la versión que mantuve en el "congelador" durante los días en los que siempre dejo reposar la narración para ver qué me cuenta. Ese "si los vierais... juraríais que nunca se van a separar" vino después; ahora no dejo de preguntarme el porqué de su misteriosa necesidad. Fue como una llave, pues la dedicatoria solo tenía vuestros nombres, ningún deseo más. Sin embargo, esa frase me llevó a esos cinco años amor vividos y al tiempo que aún os quedaba..., y que yo ignoraba que la vida os había hurtado.

Pese a todo, leyéndolo hoy, nada ha cambiado. Mi apuesta, y la tuya cuando la pena dé paso a la vida, es ese amor. Y en el amor, cuando es eterno, la muerte es un suspiro y una ilusión.

E.P.M.

A Coruña, 21/09/2001

Os informo que estoy enfrascado en un nuevo proyecto. Se titula "Postales desde la otra acera". El fin no es otro que trazar una panorámica sobre nosotros con todas las historias que vaya recibiendo. Próximamente colgaré aquí dos de las historias que he terminado, para que veáis un poco por dónde van los tiros. En principio, vale todo. Todo lo que seáis vosotros es lo que va a reflejarse. Puede que seáis un polvo glorioso, algo parecido a lo que habéis leído; pero puede que no, puede que estéis en esa búsqueda; o que no siendo la gloria si estéis en el cielo, o en el infierno, que tampoco es un mal sitio para encontrarse. Lo que me enviéis no tiene porque estar elaborado, sólo lo que consideréis importante, cuatro o cinco líneas que resuman vuestra historia. Un saludo y, por supuesto, ¡ un GRACIAS así de grande!

Fuera de esto, si queréis mandarme, aparte de vuestro recuerdo, algún comentario sobre la historia que habéis leído, crítica, sugerencia, lo que sea... podéis escribirme a: rimito@imaginativos.com

Prometo responder. Un saludo y gracias.