Mi profesora y yo 12
Se deshizo con habilidad de mi abrazo y comenzó a desnudarme, no se detenía, no paraba de mirarme a los ojos mientras sus finos dedos quitaban las prendas de ropa que estorbaban en mi cuerpo. Se notó como tragó saliva mientras sonreía, y unas pequeñas marcas se hacían a los costados de sus labios.
Sus manos arrugaron mi camiseta cerrándola en su puño, sentía a Roxanne inmersa en desesperación, quería poseerme, yo estaba tan ensimismada que no me daba cuenta de qué estaba sucediendo, solo dejaba a mi cuerpo actuar, a mis manos actuar, me gustaba tanto mi profesora de Biología que no me estaba dando cuenta de que me estaba devorando.
Metió mis manos por dentro de mi camiseta y apretó su cuerpo contra el mío atrayéndome por la cintura.
Cállate esta vez. – aferró sus dedos y los entrelazó a los mechones de mi cabello.
Nos interrumpió el sonido insistente del timbre, ¿quién sería?
¿Y qué importaba quién era? Si después de fantasear y pensar tanto en Roxanne, por fin estaba besándola, sintiendo su anatómica piel de 26 años, ¿o tenía 25? No podía detenerme a pensar en nada, el timbre continuaba sonando como si alguien estuviera furioso esperando a que le abrieran, cosa que no ocurriría en este momento.
Abrí los ojos y dejé de besarla, me detuve a contemplarla, la miré a los ojos directamente. Siempre había leído en revistas investigativas que el iris negro no existía, ya que se trataba de un color café muy oscuro, similar a la borra, pero en sus ojos no podía distinguir la pupila del iris, era un color oscuro muy intenso que me invitaba a continuarlos viendo, de ese tipo de miradas atrapantes de las que no te libras tan fácilmente.
- ¿No vas a abrir? – preguntó Roxanne con la respiración entrecortada colocando su mano derecha en mi antebrazo.
- ¿Quieres que abra? – la miraba fijamente, retándole a que me dijera que sí.
- Alguien está muy… - se acercó rozándome los labios, atrapando mi labio superior entre los suyos – desesperado – pude notar el doble sentido de la frase.
- Bueno, voy a ver por el orificio quién es.
- No – Roxanne aferró sus dos manos a mi cabello, estaba ardiente de deseo, comenzó a deslizar su lengua verticalmente desde mi clavícula hasta terminar en mis labios, aprisionándolos entre los suyos.
- Rox… - no pude terminar de articular su nombre, sus manos descendían desde mi cabello hasta la cintura, me apretaba a su cuerpo, su maduro cuerpo comparado con el mío.
Con una fuerza inconmensurable, me levantó en sus brazos y me colgué de su tronco, no entendía cómo ella podía estarme cargando. Entre besos y lenguas entrelazadas, se dirigió hasta lo que ella pretendía que era mi habitación, aunque realmente era la habitación de mi madre.
- Aquí no – susurré entre gemidos cuando comenzó a succionar la piel de mi cuello.
Obediente como un perro faldero, salió de la habitación de mi madre, conmigo en sus brazos, y abrió la habitación contigua. Mi habitación.
Por un momento creí que Roxanne no sabía si actuar tierna, por ser la primera vez que tenía ese tipo de contacto conmigo, o actuar doblegada a sus deseos de hacerme suya.
Con mis piernas alrededor de su tronco y mis brazos rodeando su cuello, Roxanne me depositó en el suelo, cayendo sobre mi cuerpo. ¿En el suelo? ¿Por qué no había utilizado la cama? El pensamiento se deshizo tan pronto en el momento en que ella comenzó a respirar agitadamente en mi oreja izquierda, mientras su mano aprehendía mi muñeca derecha.
- ¿Esto está bien? – su respiración se iba tranquilizando.
- ¿Qué cosa está bien para el mundo?
- Las guerras – besó mi oreja – las grandes corporaciones conspirativas, la homofobia, el sushi – río. Recordé que detestaba el sushi.
- ¿Y qué cosa está bien para ti? – susurré mientras los espasmos de mi cuerpo iban descendiendo.
- ¿Qué cosa está bien para cualquiera? – se revolvió ágilmente y nos quedamos observando cara a cara, sus brazos estaban a los costados de mi cabeza, sus piernas flexionadas aprisionaban las mías, su cabello rojo caía lacio sobre mi rostro, me veía esperando entrever mi respuesta.
- Nada está bien para nadie – acaricié su hombro con mi dedo índice mientras iba acercándola más a mí – pero tú estás bien para mí, desde el primer día – mi mano se acopló perfecto a su rostro, mis labios comenzaron a besarla tiernamente.
- ¿Desde el primer día? – se deshizo hábilmente de mi beso y me dedicó una sonrisa pícara mientras una de sus cejas se enarcaba - ¿Tan encantadora soy?
- No, eres horrible – bromeé.
- ¿Y siempre te acercas tanto a gente horrible? – me veía con ese iris brillante e intenso, no soportaba mirarla a los ojos, me supeditaba completamente a ella.
- Solo a los menos horribles – le miré fijamente mientras mis manos puestas en sus caderas ascendían por su abdomen y desabotonaban la camisa – digamos, que, a los horribles que me atraen horriblemente – me deshice de su ropa y se quedó en brassier. Era un brassier de encaje color negro con estampados rojos, comencé a notar el fuego entre mis piernas cuando la vi, y pude constatar que su pecho estaba lleno de encantadoras pecas.
- ¿Vas a terminar? – me sacó de mi trance mientras observaba su cuerpo pálido y lleno de pecas, me dedicó una sonrisa tímida.
- No me dijiste qué estaba bien para ti – mis manos acariciaban su abdomen, liso, cálido, ascendían por su espalda y retiraban el broche del brassier. Mi respiración se detuvo en cuanto me deshice de esa prenda que estorbaba, tenía los pechos firmes, levantados, y por lo que observaba, estaban duros como rocas, esperando ser acicalados.
- Todo lo que tenga que ver contigo está bien para mí, Michelle – se echó el cabello hacia atrás, el fuego de su rojo pelo hacía un juego increíble con el mármol de su piel. Me temblaban los labios con esa mirada. - ¿Hay algo más que desees hacer, aparte de quitarme la camisa? – Me sonrió con complicidad.
- Quítate el pantalón – le ordené, y haciendo caso a mis palabras, se levantó y se retiró el leggins negro que llevaba puesto. Iba a quitarse la ropa interior, la detuve. – No he dicho que te quitaras eso – le sonreí – ven acá de nuevo – pareció sorprenderse.
- ¿Qué vas a hacer? – me miraba curiosa mientras se sentaba en mi pelvis.
- Nada que tú no quieras – la miré fijamente y mis manos comenzaron a masajear sus senos. Un largo suspiro salió de su boca, no parábamos de mirarnos. Mis dedos descendieron hábiles por su abdomen y se detuvieron en su vientre, nos clavamos directamente en los ojos de la otra.
El dedo más largo de mi mano palpó la parte de afuera de la tanga, totalmente empapada de un precioso líquido cristalino. Comencé a mover el dedo en círculos, por fuera de lo único que cubría aquel centro de elixir, Roxanne intentaba mantener la vista en mi vista, se resistía, se hacía la dura, clavaba sus ojos en los míos. Decidí utilizar los dos dedos más largos, se movían ascendiente y descendientemente por fuera de su tanga, los presionaba, quería que lo sintiera y que me rogara que se la quitara.
Nada, seguía mirándome, aunque su respiración estaba agitadísima.
- Dame un momento – me sonrió y se levantó para ir al baño, pero no se lo permití, apenas estuvo en camino al sanitario, la embestí fuertemente a la cama y me miró sorprendida.
- No te vayas – comencé a besarle el cuello y noté que su respiración se aceleraba cada vez más. Mis labios se entretuvieron un rato en su clavícula, le mordí la piel y la succioné, esperando realizarle un chupetón. Descendí por su pecho y comencé a besar sus senos, que estaban más duros que el concreto, pero mi meta era otra. Acorde iba descendiendo, comencé a escuchar que gemía en un sonido casi inaudible, quería dejarla marcada, quería dejarla llena de chupetones en todo el abdomen, y cuando mi rostro llegó a su vientre, la miré.
Su mirada tenía el fuego encendido, me miraba con ojos desorbitados suplicantes de que lo hiciera, le sonreí y seguí mi camino, ahí estaba la diminuta tanga empapada. Comencé a respirar por fuera de ella y volví a mirarla, los movimientos ascendientes de sus pechos me revelaban información de su estado cardíaco. Mi boca aprisionó el centro de su esencia, por fuera de la tanga, comencé a succionar y a realizar formas con mi lengua, aquella mujer se volvió loca y se arrancó la ropa interior con tanta fuerza que la rompió. Me miraba pidiendo auxilio. Me reí.
- ¿Estás bien? – le sonreí.
- Michelle, por favor.
- Pídemelo – me acerqué a besarla, entre nuestras bocas se compartía el sabor salado y enloquecedor que había estado impregnado en su tanga.
- Hazlo – me miraba implorando.
- ¿Qué cosa?
- Hazme tuya – tragó.
- Bueno, pero ¿qué te costaba pedirlo? – le sonreí.
Encaminé un nuevo viaje en donde mi lengua era un pincel y su cuerpo era un lienzo en blanco. Me detuve en su pelvis nuevamente y la miré – vuélvemelo a pedir.
- Hazme tuya – sentenció con firmeza mientras me miraba seriamente.
Mi lengua recorrió los pliegues de sus labios salados, A, B, C… Había leído que la mejor forma de sexo oral, era trazar las letras del abecedario con la lengua, parecía que funcionaba, su respiración era tan agitada que parecía que acabara de correr un maratón sin estar acostumbrada a hacerlo.
M, N, O… Parecía gustarle muchísimo la forma de la O, exhaló un grito desgarrador.
U, V, W… Si la O le había encantado, la W había sido el éxtasis.
Cuando llegué a Z, comencé a deslizar mi lengua de forma ascendente y descendente, Roxanne aferró sus dedos a mi cabello y los espasmos frenéticos de su cadera me delataron que había llegado a un placer que posiblemente había desconocido durante mucho tiempo. Se quedó tumbada en la cama mirando al techo con la mirada perdida, su respiración se iba tranquilizando, yo estaba abrazada a sus caderas, comenzó a acariciarme el cabello, todavía tenía la mirada perdida en el espacio, quizá en otra galaxia, en otra tierra, en otros mundos.
¿Qué iba a pasar ahora que por fin había llegado el momento de estar juntas? De que, al parecer, lo que yo sentía por ella efectivamente se correspondía.
Michelle, Michelle, Michelle… posiblemente yo anduviera pensando en todo este drama y ella estaba pensando en cómo funcionaba el giratiempos que utilizaba Hermione Granger en Harry Potter, seguía teniendo la mirada perdida.
- ¿En qué estás pensando? – Rompí el silencio.
- ¿Y si Jon Snow no hubiese revivido? – Claro, estaba pensando en Game of Thrones, estaba más que claro – O si no hubiesen matado a Glenn en The Waking Dead, ¿Maggie sería la líder de Hilltop? ¿Lucharían contra los Salvadores o seguirían doblegados?
- Glenn tenía que morir para que Maggie evolucionara como personaje – me reí.
- ¿Y tú y yo hemos evolucionado como personaje?
- Claro, pero sin morir, ¿no? – sonreí.
- Bueno, todavía – pareció incomodarse.
- ¿Qué te pasa? – la miré incrédula.
- En cualquier momento la gente se muere.
- Sí, pero no tú en este momento, ni yo tampoco – besé el muslo de su pierna.
- Bueno, últimamente con la suerte que tienes de andarte haciendo heridas – se rio.
- ¿Quién habrá tocado el timbre? – cambié de tema.
- No era importante en ese momento, pero no lo sé, el lechero – bromeó.
- No tenemos lechero, eso solo pasa en suburbios de Estados Unidos – me reí.
- ¿El cartero?
- Muchísimo menos – me reí más fuerte.
- ¿Tu madre?
- Hubiese sido mi madre y no habría parado de gritar que le abriera.
- ¿Tomás?
- ¿El director? – mi risa fue escandalosa - ¿Qué va a hacer esa mierda tocando la puerta de mi casa?
- ¿Una novia que tengas escondida? – por el tono de su voz, pude entrever que sonreía.
- Tengo bastantes, si supieras.
- Seguramente que sí – señaló su entrepierna.
- Oh – me ruboricé – no, de hecho, bromeaba.
- Lo sé – sonrió – espera, ¿soy la…?
- ¿La primera?
- Ajá – noté que quería cambiar de tema y que posiblemente deseara que la tierra se la tragara entera.
- Técnicamente, lo eres – sonreí, agradecí estar abrazando sus caderas y que no pudiera verme la cara.
- O sea que… ¿nunca has tenido un orgasmo?
- Por mí misma, sí.
- ¿Y por otro?
- No, y la porno tampoco cuenta.
- ¿Ves porno?
- No, no me produce nada – me reí.
- ¿Y qué te imaginabas cuando…?
- ¿Cuándo me tocaba? Cualquier cosa.
- ¿Te imaginaste algo conmigo?
- ¡Roxanne! Todavía las personas tenemos privacidad, ¿sabías?
- Ah, pero dime – se rio.
- Una vez lo hice, pero me sentí demasiado embarazosa de tan solo siquiera poderlo imaginar, me dio vergüenza, así que cambié de personaje.
- ¿Y ahorita te da vergüenza?
- No – sonreí - ¿A ti sí?
- ¿Cómo me va a dar vergüenza? Tengo 26 años – ah, claro, la maldita edad.
- ¿Y no te da vergüenza estar con alguien menor que tú?
- Anatómicamente, eres menor que yo, pero tú, como eres, estás bastante a la altura.
- Gracias – pensaba que mientras yo tenía 6 años, ella tenía 15, menudo pensamiento, mientras yo todavía le pedía ayuda a mi madre para bañarme, ella posiblemente ya había recibido su primer beso, o habría fumado, o incluso había experimentado cosas.
- Bueno, creo que es tu turno – sonrió.
- ¿Eh? ¿De qué? – me reí.
Se deshizo con habilidad de mi abrazo y comenzó a desnudarme, no se detenía, no paraba de mirarme a los ojos mientras sus finos dedos quitaban las prendas de ropa que estorbaban en mi cuerpo. Se notó como tragó saliva mientras sonreía, y unas pequeñas marcas se hacían a los costados de sus labios, se veía preciosa. El cabello rojo le caía en cascada hacia adelante, sus hábiles manos iban y venían por todo mi torso. Me desabrochó el brassier con facilidad, pues el broche estaba en la parte de adelante, me contempló entera y sentí, por un momento, que me quería. Se deshizo de toda mi ropa y me contempló desnuda, gracias a Dios yo siempre tenía esa manía de rasurarme en –todos- lados.
Descansó su cuerpo sobre el mío mientras besaba el lóbulo de mi oreja.
- Vamos a probar algo diferente – respiró en mi aparato auditivo.
- ¿Qué es algo diferente?
- Quédate quieta.
Me veía a los ojos nuevamente con esa seguridad que la invadía, atrapó mi rostro con sus dos manos, su lengua se introducía suavemente en mi boca y comenzó a mover sus caderas a un suave ritmo. Ella… estaba frotándose conmigo, y eso parecía que me excitaba muchísimo, y a ella también. Le gustaba llevar su ritmo y marcar el mío.
Movía sus caderas hacia arriba y hacia abajo, hacia arriba y hacia abajo, yo yacía con las piernas completamente abiertas y gemía en su cuello, la velocidad fue incrementándose, sentía como su clítoris se frotaba con el mío, sentía como los cristalinos líquidos del centro del elixir se combinaban entre ambos.
Más rápido, esta vez ella estaba gimiendo, yo clavaba las uñas en su espalda y la invitaba a no detenerse.
- Michelle – soltó un grito ahogado mientras sus uñas se clavaban a mis hombros, nuestra explosión había sido simultánea, habíamos sido una sola, me llevó al mejor orgasmo de mi vida, a un orgasmo que no se comparaba en lo absoluto a las noches de fantasía que me embargaban, donde mi única compañía eran mis propios dedos.
A la mañana siguiente, Roxanne no fue a dar clases, fue algo extraño, también fue extraño que no me avisara nada, tampoco me avisó cuando llegó a casa, ¿le había pasado algo a Roxanne? Los días siguieron transcurriendo mientras en mi cabeza solo había dos pensamientos combinados: la fantasía de que por fin la había hecho mía, y la preocupación angustiante de que tenía 3 días sin saber de Roxanne, no podía atreverme a preguntarle a Tomás.
Y acá estoy, creo que ya se hizo una especie de costumbre el escribir estas continuaciones entre períodos largos de tiempo, he perdido tanto la inspiración, la imaginación, la buena redacción, y el deseo de escribir, pero sentí que se los debía –creo que me falta mi musa-. No quiero pedirles disculpas porque siempre lo hago y sonaría hipócrita, pero de todas formas lo haré, espero que, en algún rincón del mundo, seas de Guatemala, Venezuela, España, Argentina, o México, te haya alegrado el día –o la noche- con la continuación de Mi Profesora y yo.
Actualmente está pasándome algo similar, pero con un cambio radical de protagonista, creo que ella me inspiró –sin saberlo- en escribir esta continuación breve de este relato.
Gracias por seguirme leyendo, los quiero mucho.
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Saludos.
Y gracias.