Mi profesora: una café y algo más. Parte I
Mi profesora de literatura quería tomar café conmigo, platicar y algo más...
Ya hace meses que he tratado a Mónica en la universidad. Ella es mi profesora de literatura, por lo que la veo dos veces por semana... sin embargo, de un tiempo para acá, las visitas a su oficina se han vuelto más frecuentes, y de paso, su actitud hacia mí cambió por completo: me pide que me quede "cinco minutos” después de su clase y luego me hace acompañarla a su oficina para “solo platicar mientras nos tomamos un café”. Mónica es una mujer muy atractiva, lo admito, de 45 años; es divorciada y tiene tres hijos.
Un buen día tenía que ir a dar clases en otra escuela. Para mi mala suerte, mi coche se había averiado en pleno estacionamiento de la universidad. Por cuestiones del destino o la máxima atención y vigilancia de Mónica, apareció justo en el momento indicado.
-¿Tienes problemas?- Preguntó con un cierto deje de burla.
-El coche no arranca y no tengo tiempo ni de llamar al mecánico ni de lidiar con el arrastre…- dije malhumorada.
-Vamos, te llevo a donde tengas que ir-
-¿No tiene otras cosas que hacer?-
-Curiosamente, no. Estoy aquí para ayudar a mis… estudiantes- lo dijo mirando descaradamente mi escote.
-¿Tengo otra opción?-
-Siempre hay opciones-
-Es cierto. Quizás pida un taxi y el conductor me mire de la misma forma que lo está haciendo- Mónica enrojeció.
-Primero, me disculpo; segundo, sube a la camioneta. Te llevo y no acepto un “no” por respuesta-. No tenía otra opción, pero ella comenzaba a ponerme nerviosa con su mirada insistente en mi vestimenta.
-Vas a ser la maestra más sexy de tu generación- dijo de pronto. La volteé a ver y ella seguía conduciendo mientras se mordía el labio. No sé si por nerviosismo a lo que dijo o para provocarme… juro que ya estaba haciendo mucho calor para entonces.
-Desde hace un tiempo… te miro de más y sé que esto está mal, pues tú eres mi alumna y…- interrumpí su confesión.
-Tranquila, profesora. Todo está bien-
-Estaría mejor si dejaran de ustearme-
-No sabía que le molestaba… pero lamento decepcionarla: seguiré haciéndolo-
-¿Por qué-
-Me parece muy… interesante esta… relación, digamos-
-Debo suponer que te pasa lo mismo conmigo, ¿no?-
-Puede…-. Detuvo el coche de repente. Me eché a reír.
-¿Qué haces? Llegaré tarde-
-Bueno, siempre se paga el precio de lo que hacemos y decimos-. Dicho eso, se acercó a mí y me besó. Al principio fue un beso tierno y lento, pero poco a poco el tono subió: Mónica hizo que me sentara en sus piernas. El poco espacio que me dejaba entre ella y el volante, hacía que estuviera muchísimo más cerca de ella. Ese día había decidido usar una falda que, gracias a las ágiles manos de Mónica, la tenía levantada hasta mi cintura. Para provocarla comencé a mover un poco, acción por la que empezó a suspirar largamente. Ella no dejaba de besarme y conforme pasaba el tiempo, me tocaba los pechos con más lujuria y necesidad.
-No sabes lo caliente que me pones vistiéndote así…- me dijo al oído y me derretí…
-Solo lo hago por ti- le respondí lo más sensual que pude. Fue suficiente para que me jalara al asiento trasero. Me acostó con fuerza, desabrochó mi blusa y tiró mi brasier. Comenzó a besar el cuello, a lamérmelo y morderlo de a poco… Y sin prisas recorría mis senos, chupaba mis pezones. Ella estaba disfrutando de mí como yo de su tacto. Fue bajando por mi vientre y me quitó la falda por completo. De un momento a otro, oí una rasgadura: Mónica había roto mi ropa interior. Estaba completamente desnuda frente a ella. Aspiró el olor de mi sexo ya totalmente humedecido y continuo con la aventura: Mónica comenzó a besar mi sexo lentamente, recorrió con su lengua todos los rincones de mi sexo; lo chupo y metió uno de sus dedos dentro de mí. El placer que me estaba dando hacía que hirviera en calor dentro de su camioneta. Siguió su ritmo, complacida de hacerme gemir tan alto que, incluso con las ventanas cerradas, podía jurar que se escucha todo fuera de la camioneta. Me dio dos orgasmos seguidos… y con espasmos en mi cuerpo la besé e inicié a quitarle su ropa. Su chaqueta fue la primera en caer. A ese punto ya estaba sedienta de ella y quería probarla, quería más… Pero una bocina de otro coche me interrumpió. Asustada, me escondí: el piloto de otro coche era nada menos que…
Continuará...