Mi profesora particular
Una profesora se convierte en la primera experiencia sexual del protagonista.
Cuando sucedió esta historia, yo tenía 16 años. Era un chico que siempre estaba pensando en chicas, y en cuando iba a hacer algo con alguna, pero jamás imaginé que sería de aquella manera.
Tenía una profesora particular de matemáticas y de inglés. Era joven y guapa, pero tenía una edad que no me convenía, 21 años. Normalmente venía con pantalones, ya fueran ajustados, vaqueros o de otro tipo, pero alguna vez llevó falda, como el día en el que pasó esta aventura.
Ese día dió la casualidad de que mi madre se había marchado, y me quedé solo con ella. Al principio fue como todos los días, pero como no podía aguantar, comencé a mirarla. Ella seguía explicando, hasta que se dio cuenta de que la observaba.
¿Qué te pasa? -me dijo.
Nada -hice un gesto como si estuviese embobado- lo siento.
Y entonces ella me contestó:
- Anda, vete al baño y lávate la cara.
Le hice caso y me fui al baño. Oriné. Me miré al espejo un momento, me coloqué el pelo y volví a al cuarto. De repente, ella se levantó y me dijo:
- Un momento. Voy al baño. Ves mirando el ejercicio.
Yo me puse a pensar en ella. No me di cuenta de que volvía y me pilló pensativo y notó que me había excitado porque se marcaba el pantalón. Se quedó un poco extrañada y dijo:
- Qué pasa, ¿te gusto o te atraigo?
Y yo, en vez de poner una excusa, dije:
- ¡Joder que si me atraes!
Ella no reaccionó mal y me preguntó:
¿Quieres que hablemos de ello?
Vale -contesté yo.
Comenzó ella:
Bien. ¿Te importaría decirme qué es lo que sientes?
Bueno. Creo que eres muy guapa y tienes muy buen cuerpo...
Ah! ¿Y por eso te has empalmado?
Bueno...
¿Estabas pensando en alguna fantasía conmigo, verdad?
Me quedé callado.
El que calla otorga -dijo ella-. Tranquilo. Sabes que no tengo novio, así que no pasa nada.
¿No?
No, tranquilo.
De repente y casi sin darme cuenta, ella vino hasta mí y me hizo un gesto para que me levantase. Me dijo:
¿Y cómo me ves? Sé sincero, por favor. Habla a tu forma.
Bueno... Pienso que estás buenísima, que tienes un tipazo increíble y que quién fuese tu novio...
¡Ah!
Al momento, me asió la cara y comenzó a besarme. Yo estaba más cachondo todavía. Besaba como los ángeles. No sé como no nos ahogamos, pues el beso duró lo incontable. Cuanto apartó sus labios de los míos, yo dibujé una sonrisa con mi boca. Le pregunté:
¿Puedo hacer yo algo?
Lo que quieras. Eres libre. Haz tus fantasías realidad -contestó.
Yo empecé a observarla bien. Era una chica de más o menos 1.70 de altura. A ojo tendría una 85 o 90 de pecho. La minifalda era de algodón negra, y dejaba al descubierto más de medio muslo. Llevaba una camisa blanca por fuera de la falda, unas medias blancas y unas botas altas de cuero marrón.
Dirigí mis manos a sus senos y los sobé un poco. Estaba muerto de vergüenza, pero empecé a desabrocharle los botones de la camisa. Se la quité con cuidado y quedó ante mí un maravilloso par de pechos sujetados por un precioso sujetador blanco de encaje. Volví a acariciarlos.
Ella comenzó a acariciarme el pene por encima del pantalón. Me quité la camiseta. Me besó el pecho y el vientre. Hice lo mismo con ella. Le quité el sujetador y me cegaron sus preciosos senos. No estaban caídos, estaban perfectos. Sus pezones estaban erguidos. Se los acaricié una vez más y pasé a chuparlos y lamerlos. Le bajé la falda tranquilamente. Llevaba unas braguitas blancas y finas con encajes a los lados, que dejaban diferenciar su vello púbico.
Me quité el cinturón sensualmente y me bajó los pantalones. Me metio la mano por el calzoncillo y me sobó el pene de forma superexcitante. Yo pasé mi mado por sus bragas. Le quité las medias, que llegaban casi hasta la ingle y se sujetaban mediante ligueros. Le besé las piernas y las sobé con suavidad.
Me quitó el calzoncillo y agarró mi miembro. Primero lo acarició, luego lo agarró y luego se lo metió muy despacio en la boca. Comenzó a chuparlo irrefrenablemente. Me lamía el glande en un juego de lengua que jamás habría creído extistente. La hice que parase.
La deslicé las bragas por las piernas. Tenía una vulva preciosa. Unos pocos pelos daban la bienvenida a su conejito. Le pasé la mano y le metí un dedo. Lo moví con suavidad y ella comenzó a gemir. Me agaché y acerqué mi cara. Fui lamiendo sus ingles hasta llegar a los labios. Era un sabor extraño para mí, pero me gustaba. Poco a poco fui metiendo más la lengua, hasta que la tuve dentro completamente. Empecé a moverla, adelante, atrás, cada vez más rápido. Jugué alocadamente con la entrada de su útero. Me cogió la cabeza y me la apartó.
- Frota tu pene en mis pechos, por favor.
Yo estaba a punto de explotar. Ella se tumbó en el suelo. Me arrodillé y me senté encima de su liso vientre. Colé mi pene en su canalillo y ella apretó sus pechos. Comencé a moverme despacio. Sus pechos estaban blanditos y acolchaban mi rabo. Pasé a apretujárselos yo. Se los manoseé entero y los estrujé con todas mis ganas.
Te quiero follar -le dije.
Pues adelante.
Me levanté y me tumbé. Quería disfrutar de ese momento, así que dejé que fuese ella quien cogiese mi pene para llevarlo a su entrada. Poco a poco fue entrando. Estaba caliente, húmedo. Lo tenía bien sujeto.La besé. Empecé a balancearme. La penetraba con el mayor gusto del mundo. Poco a poco ella aceleró el ritmo, hasta que me indicó que había llegado al orgasmo con un intenso estremecimiento.
¿Dónde quieres que me corra? -le dije.
Dentro de mi boca.
Saqué mi polla de su coño y se lo metí en la boca. Mientras me lo chupaba, me hacía una paja con una de sus manos mientras con la otra se tocaba las tetas. Yo le hice un dedo con cuidado. Por fin me corrí. Se lo tragó todo. Cuando paró, le dije:
Me has hecho feliz. Gracias.
Me alegro. Tú a mí también. Tendremos que repetirlo alguna vez, ¿no te parece?
Y se repitió, por supuesto. Incluso aportamos más gente para mejorar los resultados. Pero eso será en otra ocasión. Por esta vez terminó.
Espero que os haya gustado, pues este era mi primer relato.
GRACIAS.