Mi profesor y amo particular

Madrid. De cómo un verano un profesor particular se convirtió en mi Amo.

Era la primera vez que me quedaba sin ir de vacaciones con mi familia. Mi padre me había castigado a quedarme todo el verano en Madrid estudiando mientras que los demás iban a la playa. Normal, tras tener tantas suspensas para septiembre. No solo me había amenazado con que si no aprobaba tendría que trabajar con el en el taller en vez de ir a la universidad, sino que me había buscado un profesor particular “amigo de un amigo de un amigo…” suyo, que sabría hacer que me esforzara, según le oí hablar por teléfono con el. Oí como mi padre le decía que hay que tener mano dura conmigo porque siempre estoy en la inopia.

Día 01.

Ese primer día que me quedé solo en casa era el mismo día que empezaba las clases particulares. Tras ducharme, me puse un slip, los vaqueros, una camiseta azul, y las zapatillas. Me fui a la dirección que tenía apuntada en una hoja.

Llegué al portal casi 20 minutos antes de la hora, justo a tiempo para ver salir a un chaval con unos libros bajo el brazo. Tendría mi edad, pero lo curioso era que iba desaliñado, tenía un lado de la cara rojo, como de haber recibido una bofetada; se estiraba hacia abajo la camisa que llevaba por fuera, la tenía arrugada, pero no conseguía ocultar una mancha oscura en el pantalón, en la entrepierna. Como no empezaba hasta las 8, me metí en un bar a tomar un café con una tostada, desde donde veía las ventanas del piso al que iba. Aún estaban cerradas las persianas.

Cinco minutos antes de la hora vi que subían las persianas, y me fui para el piso. Me abrió la puerta el que sería mi profesor, Enrique. QUIQUE en adelante. Era un tipo alto, grande. Aparentaba ser un tío serio, y tras un apretón de manos y algunas preguntas corteses de presentación me hizo pasar por delante de él a una especie de cuarto de estudio. Cuando me senté en la que se suponía que sería mi silla, me dijo:

-Darío, me parece que no te he invitado a sentarte.

Me levanté de un salto, un poco avergonzado, quedándome de pié junto a mi silla. Mi profesor me empezó a hablar del plan de estudios que seguiríamos mientras daba vueltas a mi alrededor. Yo, con algo de vergüenza y un poco extrañado de la rareza de ese tipo, miraba de reojo el estudio, mientras notaba como mi profesor me examinaba con la mirada según daba vueltas lentamente a mi alrededor.

La calma con la que hablaba, el tono de su voz, la forma de mirarme, todo… me hacía ver que era un tipo muy serio, seguro de si mismo, de los que no se tragan las mentiras típicas de por qué no se hacen los ejercicios en casa ni se permite colegueo con él.

Me habló de lo decepcionado que tenía a mi padre, de cómo le había pedido que me aceptara para darme clases, y de que incluso tenía carta blanca para darme algún cachete si lo veía necesario. Justo en el momento de decir esto, se paró frente a mí, mirándome a los ojos y poniéndome una mano en el hombro:

-Pero seguro que no será necesario llegar a ese extremo, ¿verdad?

-No, no, claro que no

Haciendo presión en mi hombro, me dijo:

-Puedes sentarte ya.

Me senté y empezamos la primera clase. Poco a poco empezó a hacer más calor, pero mi profesor parecía no notarlo, porque ni abrió las ventanas ni puso el aire acondicionado. A veces me dejaba a solas haciendo algún ejercicio, y yo me relajaba mirando a mi alrededor, intentando leer los títulos de los libros de las estanterías, o mirando el cielo de la ventana, pero justo entonces, como si me estuviera viendo perder el tiempo, volvía a entrar, acercándose por detrás, silencioso, sobresaltándome al decirme a escasos centímetros de mi oreja un “¿Has terminado ya, Darío?”. En esos momentos podía oler su loción de afeitar, su colonia suave, mezcladas con un ligerísimo olor corporal. No sé por qué, en esos momentos se me erizaba el vello de la nuca, me daba un escalofrío que me subía por la espalda que notaba húmeda de sudor hasta la nuca.

Tras las dos horas de clase, me despidió hasta el día siguiente “recordándome” que estaba a prueba como alumno.

Esa tarde, cuando la chica con la que tenía algún que otro roce me preguntó qué tal las clases, no sé por qué no la conté nada de lo extraño que fue todo… pero al recordarlo, tuve una erección que ella se encargó de agradecerme… pero mientras su cabeza estaba entre mis piernas, la mía estaba en otra parte, pensando en la clase del día siguiente y en ese profesor.

Día 02

Al día siguiente llegué pasadas las 8:10 por dormirme. Tras abrirme la puerta y cerrarla tras de mí, QUIQUE me tocó el hombro. Al girarme, sin avisar, me dio un bofetón que hizo que se me cayeran las cosas al suelo.

-Llegas tarde, Darío. Toma, tu padre quiere hablar contigo.

Diciendo esto me tendió un teléfono móvil. Alucinando, sin saber cómo reaccionar, mi primera intención era salir de allí llamándole de todo a ese hijo de puta. Cogí el teléfono empezando a decir a mi padre a voz en grito que ese desgraciado me había pegado, cuando mi padre me mandó callar, diciéndome que QUIQUE tenía su permiso para enseñarme de la manera que quisiera, y que si no me llegaba a aceptaba como alumno tras la semana de prueba, él mismo me iba a dar la paliza de mi vida. Temblé recordando la última vez que me sacudió mi padre, el día que me olió el aliento a tabaco. Me dio tal paliza que me meé en los pantalones a los 17 años.

Sin creer lo que oía, le devolví el teléfono a QUIQUE, recogí las cosas del suelo, y al levantarme QUIQUE me puso la mano en la nuca conduciéndome hacia el estudio, diciendo que todo era por mi bien, que él sabía que yo era un buen chico, pero que necesitaba un poco de disciplina.

Me senté en mi sitio, y empezamos la clase.

Cuando llevaba una hora, tuve ganas de ir al servicio.

-¿Puedo ir al baño, por favor?

Mirando su reloj:

-No.

-Pero me estoy mea

-NO.

Me aguanté las ganas. Cuando se cumplieron las dos horas, empecé a recoger.

-¿Dónde vas?

-Ya es la hora, ¿no?

-No. La clase hoy es de tres horas. Falta una hora aún. Tu padre cree que necesitarás más clases de las previstas.

-¿Puedo ir entonces al baño?

Entonces QUIQUE trajo de otra habitación una especie de orinal, y lo dejó allí al lado.

-Si quieres mear, hazlo ahí.

-¿Qué? Es una broma, no?

-Si quieres mear, hazlo ahí, bajándote los pantalones y de cara hacia mí.

Sin decir nada, seguí haciendo los ejercicios. Me estaba meando casi encima, la vejiga casi me empezaba a doler. No pude aguantar más, me levanté, fui hacia el orinal, me desabroché el cinturón y el pantalón, y bajándomelos un poco cogí el orinal, dándole la espalda. Noté de pronto un golpetazo en mis nalgas, como un latigazo. Volviéndome, le vi con una regla en la mano.

-Te he dicho que de cara hacia mi

-Sí, si iba a girarme ya

-Y los pantalones bien bajados

Rojo como un tomate, de indignación, humillación y vergüenza, me bajé los pantalones y el slip hasta los tobillos. Cogí el orinal y empecé a mear… el alivio que me proporcionó mear ha hacía olvidar el escozor que por momentos se me iba produciendo en el culo, donde me había fustigado con la regla. Noté como me observaba mientras meaba, como si estuviera evaluando mis piernas, fibrosas de jugar al fútbol por las tardes durante el curso, mi polla y huevos, con un vello moreno y rizado, los glúteos con la piel blanca en comparación con la piel de las piernas morenas del sol.

Terminé de mear, dejé el orinal en el suelo y me empecé a subir la ropa.

-Espera un momento Darío.

-¿qué?

-Veo que llevas slip, ¿no?

-Si

Me subí los slip. Eran algo ajustados.

-No te los pongas, quítatelos y lleva los pantalones sin slip.

-¿Qué? Pero..

  • Pero ¿qué? Estarás mejor sin tanta presión.

Sacándome las zapatillas, me quité el pantalón y me saqué el slip. Me volví a vestir. El pantalón era algo ajustado, y notaba como las costuras me rozaban la zona de los huevos y del culo.

Cogiéndome los slip de la mano, me dijo:

-Coge el orinal, llévalo a aquel baño, lo tiras al vater, lo limpias y lo colocas.

Hice como me ordenó. Cualquier movimiento hacia que fuera consciente de que no llevaba slip. Por un lado, era una sensación distinta, agradable, morbosa casi. Volví a mis deberes. Me encontraba tan humillado, tan violento, que no me podía concentrar, notaba que hacía demasiado calor, que la camiseta se me pegaba al cuerpo, notaba alguna gota de sudor rodar por mi costado desde mis sobacos.

Cuando se cumplieron las horas de clase, QUIQUE me dijo que podía irme, y que pese a todo había sido un chico bueno. Salí de allí sin decir ni adiós, ni nada. Me acordé del chico que había visto salir el día anterior, comprendiendo de pronto el porqué de su aspecto. Murmuré para mi: “hijo de puta, no pienso volver por aquí”.

Fui a casa, dejé las cosas, me duché, viéndome en el espejo la marca que me había dejado la regla en el glúteo. Me volví a poner el pantalón sin darme cuenta que no me había puesto los slip. Esa tarde, cuando mi novia me metió mano, me inventé que no me había puesto slip porque estaban húmedos aun de la lavadora y no tenía ningunos secos. También me inventé que no tenia ganas de rollo, que no me encontraba bien… No quería tener que inventarme nada sobre la marca de mi culo.

Día 03

A la mañana siguiente estuve dando vueltas en la cama, dudando si ir o no a ver a mi profesor. Me había levantado con la polla tiesa para variar. Intenté masturbarme pero no me concentraba: si iba clase debería salir ya corriendo,… Me levanté de un salto, me lavé la cara, me puse la ropa que había dejado tirada allí mismo el día anterior (el mismo vaquero y la misma camiseta). Me abroché los botones del vaquero, sin ponerme slip, apretándome la polla tiesa y me fui corriendo para clase. Ir corriendo llevando la polla tiesa sin slip con el pantalón ceñido hacía que no se me terminara de quitar la erección, con el roce continuo. Podía notar como se había retirado la piel del glande, y me rozaba el vello contra el.

Llegué justo un minuto antes de la hora, subiendo corriendo los escalones, cerrando la puerta a mis espaldas de lo que sería mi tercera clase con mi profesor particular y futuro Señor

Me senté en mi mesa recuperando el aliento, y pensándomelo mejor, me levanté de nuevo y esperé de pie junto a mi mesa. Mi profesor, QUIQUE, entró en el cuarto de estudio poco después.

-Deja los ejercicios que te mandé ayer sobre mi mesa y siéntate, Darío.

¡Los ejercicios!. Caí en la cuenta que no los había hecho, porque el día anterior estaba convencido de que no volvería a clase. Decidí contarle la verdad a mi profesor: -No los tengo. No pensaba haber venido más, y por eso no los hice. Pero esta mañana lo pensé mejor y decidí venir. Por eso no los tengo

Mi profesor se me puso delante, con cara de satisfacción.

-Darío, me alegra que hayas pensado mejor lo de no venir. Eso me indica que quieres seguir con tu educación, y que quieres que sea yo el encargado de educarte, ¿verdad? -Sí, supongo… -Sin embargo, el no haber hecho tus tareas no puede quedar sin castigo. Lo entiendes, ¿verdad? -Sí, pero… -Tu castigo será proporcional al trabajo no realizado. Haz ahora los ejercicios. El tiempo que tardes en hacerlos será el tiempo que estarás castigado. Siéntate y empieza. -Sí señor

Mi profesor salió de la habitación. Me senté y empecé a hacer los problemas, preguntándome cuál sería el castigo que tenía pensado para mí. Empezaba a hacer calor, empecé a sudar ligeramente y me di cuenta entonces que no me había duchado esa mañana, y que llevaba puesta la ropa del día anterior, notando mi propio olor a sudor. Al cabo de cuarenta minutos terminé, dejé el lápiz sobre la mesa y justo en ese momento, como si hubiera estado observándome, mi profesor entró en el estudio. Llevaba en una mano una alfombrilla que dejó en el suelo, al lado de su mesa en el otro extremo de la habitación. Recogió mis ejercicios poniéndolos encima de su mesa.

-Muy bien. Has tardado cuarenta minutos, por lo que estarás cuarenta minutos castigado. Desnúdate.

Me quedé quieto, creyendo haberle oído mal, pero me repitió:

  • Desnúdate y ponte de rodillas sobre la alfombra.

Me puse de pie, notando un escalofrío de miedo en la columna vertebral. Lentamente, me saqué la camiseta, me quité las zapatillas sin desabrocharme los cordones y me quité el pantalón. Me quedé allí de pie, desnudo, las manos delante de mi polla, tapándola. Mi profesor pudo observarme mientras tanto: 1,75, 67 kilos, moreno, el pelo corto estilo modernillo, cuerpo delgado pero duro por el deporte en el colegio, la piel, casi sin vello, la tenía morena gracias a los primeros días de piscina del verano, menos la zona del bañador, que tenía más blanca, resaltando el vello púbico, corto, moreno y rizado. Notaba la boca seca y ganas de mear por los nervios, y pese al calor que hacía en la habitación, temblaba ligeramente. QUIQUE, poniéndose detrás de mí, me puso la mano en la nuca, llevándome hacia la alfombra. -No tengas miedo, sólo es un castigo, nada más. Hay que saber hacerse cargo de los errores que uno mismo comete, aceptarlos, reconocerlos y finalmente pagar por ellos. Así irás endureciéndote, madurando y aprendiendo a ser más responsable. Saber cumplir tus castigos puede incluso ser más placentero de lo que piensas.

Mientras me decía esto, me hizo suavemente, despacio pero con firmeza, ponerme sobre la alfombra y arrodillarme, poniéndome a cuatro patas. Curiosamente, su mano en la nuca, agarrándome el cuello por detrás, me tranquilizaba. Pasó la mano por mi espalda húmeda de sudor, como acariciando un perro, y al llegar a mi culo me dio un azote con mucha fuerza. Me mordí el labio para no soltar un pequeño grito. Volvió a palmearme el culo, y otra vez, y otra, hasta diez veces. Notaba como me escocía la piel de los glúteos. Cuando terminó, se sentó en su sillón de detrás de su escritorio, y girándolo un poco, puso los pies sobre mí, mientras corregía mis deberes. La cara me ardía de vergüenza e impotencia, casi tanto como mi culo de dolor. Pensé en ponerme en pie en un par de ocasiones y enfrentarme a él, pero también veía lógico que me castigara por no haber hecho mi trabajo… Una especie de síndrome de Estocolmo que no podía comprender ni aceptar del todo… Aguanté así los cuarenta minutos, que se me hicieron una eternidad. Cuando pasó el tiempo, me dijo: -Ya está. Puedes sentarte en tu sitio. Pero no te vistas.

Nada más sentarme, como la boca se me había secado, me atreví a pedirle que me dejara ir a beber un poco de agua.

-Espera aquí.

Trajo una jarra llena de agua fría, y un vaso. Se acercó a mí con el vaso lleno de agua. -Abre la boca.

Abrí la boca un poco pensando que me daría de beber, pero lo que hizo fue beber él un trago grande, y tirándome del pelo hacia atrás, dejó caer el agua de su boca a la mía. En un primer momento cerré la boca asqueado, cayendo el agua por mi cuello y mi pecho. Con calma, volvió a beber un gran trago, y haciendo de nuevo que echara la cabeza hacia atrás volvió a repetir lo mismo. Esta vez, y por lo que pudiera pasarme, abrí la boca, bebiendo directamente de la suya. Me sentía como una marioneta en sus manos, humillado, degradado,

Como si fuera la cosa más natural del mundo, dejó el vaso encima de la mesa y seguimos con la clase, yo desnudo, sentado delante de él, notando mi cara roja de vergüenza. Poco a poco, me fui relajando durante el resto de la clase, al ver que mi profesor me felicitaba cuando hacia los ejercicios bien y sabía responder a sus preguntas.

Al terminar la clase, y tras mandarme para el día siguiente muchos, muchísimos ejercicios como parte final del castigo por no haber hecho los del día anterior, me ordenó que fuera al baño, cogiera lo necesario para limpiar mi mesa y silla del sudor que había dejado, y así lo hice. Me vestí luego, y me fui para casa. Me fui andando, porque me daba vergüenza mi aspecto y mi olor. El calor hacía que empezara a sudar de nuevo, y la ropa se me pegaba. Los vaqueros me rozaban los huevos, la raja del culo, y la polla se me ponía morcillona involuntariamente, con lo que me fui excitando poco a poco.

Nada más llegar a casa, me desnudé y me metí en la ducha. Estaba excitadísimo, el roce del vaquero con la punta del capullo que se me había ido descubriendo en el camino me hacía tener el capullo muy sensible en ese momento. Me puse jabón en las manos, y me lo extendí por todo el cuerpo, y al llegar a la polla me la embadurné bien, despacio, masajeando los huevos, la polla, apretándome el capullo con cuidado, la raja del culo, los glúteos, que ya no me dolían, aunque estaban algo enrojecidos de los azotes. Recordaba la humillación de la clase de hoy. Levantaba la cabeza abriendo la boca, y bebía el agua de la ducha como si fuera el que me daba mi profesor, sólo que ahora, pensándolo en frío, no me daba asco, no sé, me resultaba un poco ¿morboso? Tenía ganas de correrme, de hacerme un pajote, pero no me gustaba tener en la cabeza los recuerdos de la clase de hoy, quería pensar en mi novia, pero no me salían…además, si luego iba a verla, sería mejor no hacer nada para que no se me quitaran las ganas de hacerlo luego… así que terminé duchándome con el agua fría del todo sin hacerme nada.

Tras ducharme, me puse el chándal, arreglé la casa, lavé la ropa sucia... esas cosas y salí un rato casi a la hora de comer, para ir a ver unos discos y comer una hamburguesa por ahí.

Por la tarde, me puse a hacer los deberes que me había puesto mi profesor. Hacía calor, y la luz de la lámpara de la mesa me daba más calor aún. De forma inconsciente quizá, me fui quitando la ropa, y terminé haciéndolos sentado desnudo, como cuando estaba en casa de mi profesor.

A eso de las 8 de la tarde, pasó mi novia por casa. Me miró entre extrañada y divertida cuando le abrí la puerta en pelotas.

  • ¿Qué pasa? Es que hace mucho calor - Mmmm, claro, claro… más calor te voy yo a dar ahora –dijo mientras me besaba y me agarraba la polla morcillona con la mano. - No jodas, ahora no tengo tiempo, tengo que terminar unos ejercicios para mañana. Ponte a ver la tele un rato o haz algo de cenar, anda

Me senté de nuevo a estudiar. De vez en cuando me preguntaba si me quedaba mucho, se acercaba y me abrazaba por detrás, me acariciaba el torso, bajando la mano a mi polla… y eso me ponía de mala leche hasta que la corté de malas maneras y se quedó entonces en el sofá viendo la tele.

Cuando terminé, fui hacia ella, y claro, ella estaba de morros. Intenté hacerla algunos mimos, pero ella seguía igual, haciéndose la estrecha. Me tumbé sobre ella, cada vez más excitado, porque su negativa me ponía cachondo: no sería la primera vez que tras negarse terminábamos follando incluso a pelo.

Ella me decía que parara, pero yo seguía manoseándola. Mis manos se metieron bajo su camiseta, y subiéndolas levanté la camiseta poniéndosela en la cabeza, sobre la cara dejando descubierta su barbilla y labios. Empecé a besarla haciéndola callar, pero ella seguía negándose, empezando a insultarme. La metí la lengua en la boca, y ella aprovechó para morderme el labio. Me separé ligeramente de ella, y ella me escupió en la cara. Eso me excitó aun más. Lamí la saliva que le había caído en la barbilla. Le desabroché el vaquero, bajando la cara para lamer sus pechos, su estómago, su ombligo con el piercing que allí tenía. Al notar que jugaba con la lengua en su piercing, se quedó quieta temerosa de que tirara de él con los dientes, momento que aproveché para bajar sus vaqueros y las bragas. Me subió el olor típico de su coño según hundía la cara entre sus piernas y la agarraba con fuerza los glúteos. La metí la lengua, saboreándola. Ella apretaba las piernas contra mi cabeza para negarme su coño, pero yo notaba como poco a poco se iba humedeciendo cada vez más, dejando de retorcerse y de tirarme del pelo. Mi lengua podía recorrer mejor ahora los pliegues de su coño, y mis manos subieron a sus tetas. Noté como había empezado a sudar ligeramente por el calor de la noche y el esfuerzo. Masajeaba sus tetas, tiraba de sus pezones mientras la follaba con la lengua y ella perdía las fuerzas para seguir insultándome. Mi polla estaba a tope, se me rozaba con el sofá y casi me dolían los huevos.

Terminó corriéndose entre gemidos, insultos y algún que otro golpe que me daba. Lo hizo tan fuerte, con tantas ganas, que parecía que las otras veces hubiera estado fingiendo.

Salí de entre sus piernas, subiendo por si cuerpo lamiendo su piel salada de sudor, y me incorporé dejando la polla a la altura de su cara. Froté el capullo contra sus labios cerrados. Ella aún respiraba deprisa, agitada con el reciente orgasmo.

-Cómemela, cielo -Que te den..

Aproveché para metérsela en la boca, sabiendo que no se atrevería a morderme. Se la metí a fondo en la boca. La postura la permitía tragársela entera sin dificultad. Intentó retirar la cabeza, pero ya la tenía sujeta por la nuca, y empecé a mover la cadera follándola la boca, mientras la acariciaba el coño metiéndole un par de dedos. Se la notaba disfrutar aunque se negara a ello. Yo notaba como me acercaba al climax, y entonces paraba momentáneamente, pero sin sacársela. Ella tomaba aliento entonces, tragando la saliva con sabor a mi leche que de vez en cuando me babeaba.

Me levanté de encima de ella para ir a buscar un condón a mi cuarto. La polla me palpitaba, los huevos los tenía duros, apretados contra la polla. Cuando volví al comedor, ella se estaba vistiendo a toda prisa.

  • Espera, no te vayas. - Vete a la mierda, Darío. Eres un cabrón y un cerdo - No me digas que no estás disfrutando… vamos a follar - Eres un cerdo, no sé que coño te pasa, te comportas como un salvaje - Reconoce que te está gustando - Sí, pero no me gusta que me trates así

Me miró a la polla, y vi en sus ojos que dudaba, pensándose si irse y quedarse a seguir disfrutando. Terminó cogiendo sus cosas, y según salía por la puerta me dijo:

  • Llámame cuando estés más tranquilo

Me quedé allí de pié, excitadísimo, con un condón sin usar en la mano. Me tumbé en el sofá, dispuesto a pajearme. Me escupí en la mano, y empecé a sobarme la polla y los huevos. Tenía ganas de terminar deprisa, pero me obligué a hacérmelo despacio. Me apretaba el rabo y me salían gotas blancas que lamía de mis dedos. Me tiré así un buen rato, hasta que el teléfono me interrumpió. Era ella.

Paré de masturbarme y estuve hablando con ella. Estaba muy mosqueada conmigo, me preguntó si había fumado o tomado algo últimamente, porque llevaba varios días un poco raro. La convencí de que eran imaginaciones suyas, que simplemente estaba ocupado estudiando, le pedí perdón por mi comportamiento, y se puede decir que hicimos de nuevo las paces. Aproveché para preguntarle: - Te ha molado la comida que te he hecho, eh? - Cállate, que me da corte… - Te ha molado, que lo sé, que te has corrido como nunca - Sí, ha sido muy… muy fuerte. Y cuando me has metido la polla en la boca y los dedos en el.. los dedos abajo, casi me corro de nuevo. - Uffff, pues en ese momento yo estaba a punto de correrme en tu boca, pero como sé que no te gusta… por eso paré para ir a por un condón, que si no

Ella me había hecho mamadas, pero nunca me había dejado correrme en su boca, dice que le daba asco, y eso a mi me frustraba un poco, pero lo respetaba.

  • La próxima vez no paro, jajajaja –comenté en broma.

Ella se quedó en silencio.

  • Lo digo en broma, mujer. No te mosquees. - No me mosqueo, bueno… ya hablamos mañana.

La conversación me había quitado un poco las ganas de seguir con la paja, aunque notaba los huevos doloridos por las ganas de correrme. Cené algo, y me acosté, con el olor de su coño en los dedos de una mano, y el olor de mi polla en los dedos de la otra.

Día 04

El jueves me levanté y me vestí con un pantalón de lino y una camiseta, para evitar pasar el calor de los otros días. Como me había mandado mi maestro, no me puse calzoncillos, por lo que notaba la polla suelta, y aunque no me había levantado excitado, sí estaba en un permanente estado de tener la polla morcillona por el calentón no resuelto de anoche. Por eso, se me marcaba la polla en el pantalón de lino más de lo normal, y supongo que por eso en el metro, un tipo que debía de ser marica no me quitaba ojo de la entrepierna. Aunque no me molestaba que me mirara, sí me incomodó un poco pensar que él podía pensar que me “alegraba” de verle por tener la polla así.

Llegué puntual a mi clase. Nada más entrar en el estudio, mi profesor me pidió los ejercicios que me había mandado el día anterior, y que me pusiera a estudiar mientras me los corregía. Se los di, y noté cómo ponía cara de satisfacción al ver que los había hecho todos.

Me senté en mi mesa y me puse a estudiar. Cuando el calor empezó a hacerse notar, no podía evitar moverme despegándome los pantalones de la piel sudorosa de las piernas. Mi profesor me miró desde su mesa y me dijo:

  • Puedes desnudarte si vas a estar más cómodo. - No, gracias. Está bien así. - Como quieras

Y siguió corrigiendo mis ejercicios. Estuve un par de minutos más pensándomelo, y a continuación me puse de pie, me saqué la camiseta, las zapatillas y los pantalones, dejándolo todo colocado a un lado de la mesa, quedándome completamente desnudo. Lo que el día anterior había sido un castigo, una humillación, hoy lo hacía yo voluntariamente, encontrando incluso cierto placer en hacerlo. Creí ver una sonrisa de satisfacción en mi profesor cuando me quitaba la ropa. Las dos primeras horas pasaron sin más novedad. Una vez que le pedí beber agua, me mandó a la cocina a por una jarra y un vaso. Los dejé sobre mi mesa, esperando no sé por qué que fuera él quien me diera de beber como hizo el día anterior. Sin embargo simplemente me dijo con indiferencia:

  • Puedes beber.

Me devolvió los ejercicios resueltos y me dijo que siguiera estudiando, que el día siguiente, el viernes, me haría el primer examen; para ver si, después de esta primera semana, me aceptaba definitivamente como alumno. Apenas me dirigió más la palabra en todo el tiempo: se limitó a estar allí sentado, leyendo, contestando a algunas de mis preguntas sobre el tema del día. Su indiferencia me molestó un poco. No sé qué esperaba yo, realmente. Después de lo intenso que fue todo el día anterior, hoy me parecía como que necesitaba que me siguiera prestando atención, aunque fuera echándome la bronca por algo

Casi al final de la última hora, pedí permiso para mear. Me lo concedió. Entonces fui a por el orinal, y meé allí, de cara a él. Cuando lo dejé en el suelo, me sorprendió su voz al decirme:

  • Darío, yo también quiero mear. Acércate con el orinal.

Se lo acerqué mientras él se ponía en pie. Le dejé el orinal en el suelo a su lado, y ya me daba la vuelta, cuando me dijo:

  • Espera, así no es. Debes ponerme a mear: sácamela y sujeta el orinal.

En ese momento me salió el carácter de gallito que siempre tenía cuando iba con los amigos: - ¿Qué? ¿Qué dices, tío, serás maricón?, paso de mariconadas, no te confun

En ese momento y a una velocidad que ni me di cuenta, mi profesor me golpeó dándome una bofetada con tal fuerza que caí de lado. El orinal en el que acababa de mear rebotó en el suelo, derramándose mi meada por el suelo. Me quedé aturdido en medio del charco de orina, sentado y notando la orina aún caliente en mis manos, las piernas y el culo, preguntándome qué había pasado, cuando mi profesor de otro golpe rápido me abofeteó el otro lado de la cara. Me incliné hacia delante para esconder la cara entre las manos, y aprovechó para ponerme el pie en la espalda, echándome más hacia delante, apoyándose con todo su peso, hasta que me obligó a echarme al suelo, tumbado sobre mi propio orín. Se agachó y poniéndome una mano en la cabeza me hundió la cara en la meada del suelo.

  • Darío, ya sabía yo que no llegarías al viernes. Una pena, porque realmente me hubiera gustado tenerte de alumno. Limpia todo esto, recoge tus cosas y vete. Ya me encargo yo de llamar a tu padre para decirle que no eres apto.

Me quedé en el suelo, sin moverme, lo que me parecieron minutos, pero que en realidad fueron unos cuantos segundos. La cabeza me daba vueltas aún por el par de golpes, y me ardía la cara.

Aún no sé por qué hice lo que hice a continuación, y no sé si debería arrepentirme de ello.

(ya os contaré el resto. Puedes escribirme a gento86[arroba]h o t m a i l . c o m)