Mi profesor y amo particular (2)

Continuación de cómo mi profesor particular me fué convirtiendo en su alumno a todos los niveles.

Mi profesor y amo particular (II)

Día 04 (continuación)

Me quedé en el suelo, sin moverme, lo que me parecieron minutos, pero que en realidad fueron unos cuantos segundos. La cabeza me daba vueltas aún por el par de golpes, y me ardía la cara.

Aún no sé por qué hice lo que hice a continuación, y no sé si debería arrepentirme de ello.

Ese era el momento para haberme liberado de la tiranía de QUIQUE, sin embargo…me eché a llorar como un niño. ¿O como un tonto?. Ahora no sé muy bien porqué. No sólo era el dolor de las bofetadas. También era el miedo al rechazo, al fracaso, a mi padre. Y miedo a lo que me estaba pasando, a cómo era posible que aceptara la humillación y degradación a la que me sometía aquel tío… Aunque claro, un tío tan seguro de sí mismo, tan arrogante, desprendiendo ese aire (ahora sé que real) de superioridad, que era imposible no admirarle, no seguir sus órdenes, o consejos como él los había llamado el día que no hice los deberes que me había mandado: “Puedes seguir o no mis consejos, a tu elección. Sólo que si no lo haces y quieres seguir conmigo, atente a las consecuencias de no cumplir y asume el castigo por no hacerlo”.

No recuerdo muy bien cómo fue, ni qué dije en ese momento, porque incluso pensando en cómo era yo entonces me parece impensable que lo hiciera, pero el caso es que me puse a llorar, a pedirle perdón y a balbucir mil veces mientras le agarraba los pantalones, que me diera otra oportunidad, por favor, que obedecería, que sería su mejor alumno. Joder, fue patético, y por eso precisamente me miró con cara de desprecio, casi de asco, diciéndome:

  • Creía que tenías más dignidad y más cojones, pero pareces una puta pordiosera. Entérate, nunca serás nada en la vida, vete a meterte bajo la falda de tu mamá, anda…, y sigue con tu vida mediocre, tus amigos mediocres, y tu patética existencia.

Su desprecio me dolió más que el par de ostias que me había dado, y rabioso me lancé contra él, insultándole, llamándole cabrón, hijo puta, no sé cuantas cosas más, golpeándole el torso con los puños cerrados, pero apenas sin moverle del sitio. De un solo golpe, me volvió a tumbar de espaldas. Y me volví a levantar y cargué contra él haciendo ahora que retrocediera hasta dar con la espalda en la pared. Intentaba rabioso acertar a golpearle, pero por su estatura superior y su complexión fornida no tenía problemas para pararme los golpes y mantenerme alejado de él, y sólo conseguía agarrarle la camisa y tirar de ella, rompiéndole algunos botones. Me di cuenta que me miraba casi divertido, burlón de mis esfuerzos, o simplemente se reía de mi aspecto, lloroso, rabiando y empapado de mi propia orina.

Estando en ese forcejeo, para mi sorpresa abrió los brazos y me agarró con fuerza apretándome contra él, inmovilizándome entre sus brazos. Yo creí que me iba a dar un rodillazo en los huevos, e instintivamente me doblé un poco, pero lo que hizo fue abrazarme contra su pecho:

  • Vale, vale, Darío, ya está bien, tranquilo… esto está mucho mejor. Éste es el carácter que tienes que tener para conseguir lo que quieres: luchador, levantándote de tus caídas aunque sepas que el otro es más fuerte.

Sollozante, y llamándole aún hijo de puta y cabrón, me dejé abrazar, con la cara hundida en su pecho. Tenía la camisa abierta por la lucha, recuerdo el tacto del vello de su torso en mi cara, el olor de su piel, mezcla de su sudor natural y el jabón de la ducha, sus brazos fuertes sosteniéndome porque me temblaban las piernas, temblando pese al calor que hacía, su mano revolviéndome el pelo mientras me tranquilizaba. Estuvimos así varios minutos, sin decir nada, solo se me oía a mí, hipando y sorbiéndome la nariz. Finalmente me separó de él. Yo avergonzado, miraba hacia abajo, y me cogió de la barbilla obligándome a levantar la vista:

  • Venga Darío. Mañana tendrás tu oportunidad de demostrarme que mereces la pena. Ahora tendrás que limpiar lo que has manchado. Primero ves al baño a por algo para limpiar esto. Luego tendrás que limpiarme a mí, te podrás dar una ducha y te irás a casa a descansar y a seguir estudiando.

Fui al baño a por las cosas para limpiar el suelo. QUIQUE me observaba en silencio. Cuando hube terminado, me hizo coger mi ropa y me mandó que le siguiera. Fuimos por un pasillo hasta un aseo que tenía también bañera con ducha al medio. Dio al agua y me hizo meterme. Agradecí el agua fría en el calor de la mañana. Mientras me mojaba, mi maestro se quitó la ropa, quedándose desnudo como si eso fuera lo más natural. Absurdamente, yo ya veía casi natural estar desnudo delante de él, pero ni se me había ocurrido el caso contrario. Entró a la ducha cerrando la mampara tras él. Frente a frente, le miré con detenimiento mientras él se mojaba el cuerpo bajo el agua con los ojos cerrados: un tío fuerte, treinta y tantos años, 1,80 o poco más de altura, cuerpo fuerte, no lo que se suele llamar “cachas”, sino fornido, con un cuerpo duro y bien formado, con algo de vello en el pecho, pero que llevaba ligeramente rasurado, notándose el dibujo que formaba sobre su piel. Los brazos, fuertes, se marcaban bajo la piel los músculos y venas al hacer movimientos. Su piel se veía morena, íntegramente morena, incluso la zona del culo y la polla. El vello de las piernas se oscurecía al llegar a la zona de su polla. Su polla, en aquel momento en reposo, se adivinaba grande , entre vello moreno y rizado, pero cuidado, recortado. Se le marcaban las venas en el tronco de la polla, la piel del prepucio en su sitio ocultando su capullo, y los huevos grandes, gordos, libres de vello… Le estaba observando cuando abrió los ojos, pillándome mirándole la entrepierna. Cerró el agua, y cogió un bote de gel de baño neutro, mientras se giraba para darme daba la vuelta me lo tendió:

  • Toma, dame jabón

Miré alrededor pero no había ningún guante de baño ni nada parecido, así que me eché en las manos una buena cantidad, y apoyándolas en su espalda empecé a frotarle. Lo hacía con suavidad, desde su cuello bajé por la espalda, sus costados; llegado a la zona del culo volví a subir las manos de nuevo. Su piel estaba caliente, suave. Notaba los grupos musculares bajo la piel, y los recorría con las manos. Joder, no lo olvidaré nunca.

  • Darío, frota bien, hombre, sin miedo. Baja hasta los pies. Debes enjabonarme todo el cuerpo.

Se apoyó con las manos en la pared, los brazos extendidos, las piernas ligeramente separadas. Me puse más jabón en las manos y según me iba poniendo de rodillas le enjaboné los muslos, las piernas, los pies. Desde esa postura veía la sombra de sus huevos entre sus piernas. Increíblemente para mí, aunque en ese momento no reparé en ello, aquello me resultó de un erotismo brutal. Estaba como hipnotizado por el tacto de la piel de aquel hombre, por el vello que veía asomar por sus axilas, por el calor de la cara interna de sus muslos… Volví a subir por sus piernas, y al llegar a sus glúteos, cubiertos de un ligero vello y libres aún de jabón, dudé. “Debes enjabonarme todo el cuerpo”: me puse más jabón y empecé a frotarle el culo. Suavemente y con algo de miedo por si no sería apropiado… pero él abrió ligeramente más las piernas, arqueándose hacia delante, y dejándome ver la línea entre sus glúteos, algo más oscura por el vello que el resto. Pensé que debía hacer igual que si me estuviera lavando a mí mismo, así que pasé la mano llena de espuma por entre sus piernas, con rapidez, volviendo a su espalda de nuevo. Sentía la cara sofocada, de la vergüenza (¡yo tocándole el culo a otro tío!) cuando sin querer, al volver a frotarle los hombros, le rocé los glúteos con la polla, dándome entonces cuenta de que se me había puesto totalmente erecta. Había estado tan concentrado que ni me lo noté. Joder, en ese momento creí morirme de vergüenza. Quise hacer tiempo para ver si se me bajaba frotándole la espalda una y otra vez, pero joder, aquello no se me bajaba. Ahora que era consciente de cómo estaba, me costaba más intentar pensar en otra cosa. Es como cuando tienes ganas de mear y procuras pensar en otra cosa para que se te pasen, pero te resulta imposible.

QUIQUE se irguió y se empezó a dar la vuelta. Traté de taparme como podía la erección, pero era imposible disimular. Apoyando las manos a cada lado de la ducha, me dijo - Muy bien. Ahora por delante.

Al mirar, vi que él también se había excitado. Su miembro estaba totalmente duro, sus venas hinchadas, levantado en unos cuarenta y cinco grados de la horizontal, se la notaba latir, el prepucio ligeramente retirado dejaba ver el glande que escondía (curiosamente pensé en ese momento en una estupidez: en la boca de mi novia, comparando el glande asomando entre el prepucio a cómo se asoman los dientes entre los labios cuando sonríe, porque a veces yo le pedía cuando hacíamos el amor que me besara la polla, y ella cogiéndomela, me lamía el capullo sin descapullarme, metiendo la lengua entre mi piel como si me estuviera dando un morreo en la polla)

Sentí su mano en el hombro: - Darío, despierta hombre. Venga, que ya casi has terminado.

Hizo como si no pasara nada (¿o es que realmente no pasaba nada por eso?). Bajo su mirada atenta, empecé a enjabonarle el torso. Pasé las manos por su pecho, por sus tetillas, notando el vello recortado cosquillearme en las manos, bajé hasta su ombligo, su estómago… Subí por sus costados, hasta sus sobacos y sus brazos. Al acercarme, era inevitable que nos rozáramos. Como es más alto que yo, su polla tiesa me rozaba ente el ombligo y mi propia polla, mientras la mía a veces tocaba sus huevos.

Puse más jabón, y de nuevo, de rodillas, le enjaboné las piernas por delante. Sabía que tenía su rabo justo a la altura de mi cara, pero yo miraba para abajo intentando ignorarlo. Mi polla seguía obstinada en estar erecta. Notaba los huevos apretados, endurecidos. Me puse de pie al terminar sus piernas. QUIQUE no se movió: aún me faltaba su polla. Nervioso, volví a coger más jabón. Le pasé la mano por el vello púbico, y mientras le cogía la polla con una mano, para levantársela, con la otra le masajeé con cuidado los huevos. Eran gordos, firmes, suaves al tacto porque los tenía rasurados. Al tirar de ellos hacia abajo, la polla subía ligeramente, destapándose más su capullo. Le terminé agarrando la polla con las dos manos. Joder, vaya rabo. Era la primera vez que le tocaba el rabo a un tío. Tendría entre 18 y 20 centímetros, gruesa pero proporcionada, las venas marcadas. Los hombres no podemos evitar compararnos, y yo no pude menos que sentir envidia por ese rabo, notándome en clara desventaja… La notaba palpitar, caliente, entre mis manos. Con una mano le retiré la piel, que cedió con facilidad destapándose el capullo. Lo tenía rojo oscuro, grande, bien marcada la corona, esa zona donde acaba. Suavemente se lo froté con las manos enjabonadas, pasando las manos desde su punta a la raíz como en el movimiento de ida de una paja. Di por terminado el tema dando un paso hacia atrás.

  • ¿Ya está? –pregunté más que afirmé

QUIQUE abrió el agua de la ducha de nuevo y procedió a aclararse. Mientras, le di la espalda para empezar a enjabonarme yo, pero me dijo: - Espera, ahora te enjabono yo.

Sabiendo ya que era mejor no contradecirle, esperé a que se terminara de aclarar. - Date la vuelta, mírame. Primero te enjabonaré por delante.

Me giré con las manos tapándome la erección, inútilmente porque además que ya me la había visto, me cogió las manos haciendo que las apoyara a los lados de la pared con los brazos extendidos.

  • No tengas vergüenza, es natural que te esté gustando la ducha, Darío. Es más, me gusta que te esté gustando tanto – me dijo sonriendo.

A continuación, me enjabonó el pelo, con delicadeza, para que no me entrara jabón en los ojos. Fue un gesto que me sorprendió, casi paternal. Pasó luego a mis hombros, mis brazos, el pecho, los sobacos. Sus manos grandes hacían presión sobre mi piel, me masajeaban de forma experta los músculos, hundiendo las yemas de los dedos justo donde debía para relajarlos, haciéndome sentir un curioso dolor placentero. Mi maestro se puso con una rodilla al suelo, y desde los pies hacia mi cintura fue enjabonándome. Lo hacia despacio, concentrado en lo que hacía, mirándome a veces. Yo le veía con los ojos entrecerrados, o por el rabillo del ojo mientras simulaba mirar hacia otro lado. Era sencillamente increíble tener allí a mis pies a ese hombre que hace unos minutos me había humillado tanto. Me despertaba una sensación muy extraña, como de orgullo por que me estuviera lavando, por que estuviera desnudo a mis pies, no, mejor dicho, era yo el que estaba orgulloso de poder estar a su lado, de que él se dignara a estar haciéndome ese masaje con el jabón, de que me tocara

En ese momento no me di cuenta de cómo habían empezado a cambiar mis sentimientos por él, sino que fue esa noche en mi cama, intentando dormir, cuando repasando lo que había pasado durante el día caí en la cuenta de todo esto, de cómo había pasado de pensar que ese tío era un cabrón abusón a pensar que era mi instructor, mi tutor, alguien que me estaba haciendo un favor ocupándose y preocupándose de mí, de hacer que me esforzara en mis estudios, en reforzar mi carácter, a quien tenía que agradecerle su atención, sus cuidados… pensando en eso me quedé dormido.

Cuando terminó con mis piernas, noté sus manos en mi sexo, frías por el jabón. Con una mano me empezó a masajear los huevos. Tiraba de ellos y los apretaba con suavidad, mientras con la otra mano frotaba mi vello púbico. Me agarró la polla destapándome el capullo. Noté un escalofrío que me subió desde el escroto por el culo y la espalda hasta la nuca. Manteniéndome la polla fuertemente agarrada por la base con una mano, cerró el puño de la otra alrededor del capullo y resto de la polla, y la fue moviendo adelante y atrás, girándolo en un sentido y otro, despacio, con la presión justa… la sensación era increíble: era como cuando te haces una paja, y no quieres correrte y bajas el ritmo, pero llegas a un punto que eres incapaz de contener las ganas, y entonces aceleras y explotas en unos segundos, pero claro, hecho por otra mano que no variaba el ritmo, la sensación seguía y seguía. El capullo me ardía de placer, me daban ganas de soltarme y terminar de correrme frenéticamente, mi cuerpo intentaba retorcerse de gusto, pero no le dejaba. Respiraba con agitación, los ojos cerrados. Quizá no fueran mas que un par de minutos, pero los recuerdo como los minutos que más intensamente había sentido en el rabo hasta ese momento en mi vida. Un apretón ligeramente doloroso en los huevos me devolvió a la realidad, junto con la voz de QUIQUE:

  • Date la vuelta ya, Darío

Torpemente, como si acabara de despertarme, y con las piernas temblando ligeramente, me di la vuelta. Al instante sentí las fuertes manos de QUIQUE en mis hombros. Me apoyé con las manos en la pared que tenía delante para no perder el equilibrio cuando empezó a recorrerme la espalda con sus manos. Mirando hacia abajo, veía mi polla totalmente excitada, el capullo rojo, casi amoratado, y no sé si dolorido, irritado o simplemente sobreexcitado, me daba pequeños saltitos con cada latido de sangre bombeada.

Mi profesor se acercó más a mi cuerpo al pasarme las manos por las axilas, y siguiendo la cara interna de mis brazos, llegar hasta mis manos. En ese momento sentí su pecho contra mi espalda, y su polla contra mis glúteos. Justo entonces sentí miedo. Pensé en las escenas típicas de ducha de las películas de cárceles, las violaciones que los matones hacían a los presos, la famosa expresión de “romperle el culo” a alguien… Pensé que dada mi situación no le sería difícil terminar violándome. Joder, todo el placer que unos segundos antes había sentido se esfumó de mi cabeza al instante, pero no de mi cuerpo. Al ser él más alto que yo, notaba su capullo resbalar entre la raja de mi culo, su capullo apuntando hacia arriba… como una cubana con mis glúteos. La notaba grande, caliente, dura como el mármol.

Se fue poniendo de rodillas lentamente mientras bajaba con sus manos por mi espalda, separándose de mi. Al llegar a mi culo, pasó su mano entre mis piernas, y la sacó lentamente, restregándome toda mi raja, pasando sus dedos desde donde nacen mis huevos hacia atrás, por el culo, ejerciendo cierta presión. Una vez, dos veces, pasando sus dedos sobre mi ojete. A la tercera vez, se detuvo justo al llegar a mi agujero. Noté la punta de su dedo corazón jugar en mi entrada, dio varias vueltas alrededor, deteniéndose y apretándome en el agujero cada vez más con un poco más de presión. De pronto, el dedo, llena de espuma de jabón, entró en mi culo. Fue solo la primera parte del dedo, hasta la primera articulación. Lo noté entrar con suavidad y sin dolor, pero a la vez mi culo se cerró con fuerza, involuntariamente, y noté un poco de dolor que me hizo saltar ligeramente. Como en todos los tíos, mi culo siempre ha sido una vía “de salida” y no veía bien esa intrusión.

Creí oír un sonido de aprobación por parte de QUIQUE. Una especie de “Uhmm Uhm”. Con la misma delicadeza me sacó la punta del dedo, y siguió enjabonándome las piernas y los pies.

Cuando terminó, se puso en pie y abriendo de nuevo la ducha, nos aclaramos el jabón por turno. Salimos de la bañera, él cogió una toalla y se secó rápidamente. Su polla aún tiesa, sus huevos gordos balanceándose. Mientras, me fue hablando del examen que me pondría al día siguiente, el viernes. Me dijo que sería una prueba de conocimientos y otra de actitud. - ¿Qué es lo de actitud? – pregunté mientras me secaba, intentando esconder mi polla todavía dura y descapullada. - Simplemente es para ver si puedes convertirte en mi… alumno, ver si eres capaz de llegar a donde quiero llevarte. Ya lo verás… Será como un nuevo nirvana para ti. Si eres capaz, claro… Ya has tenido una prueba hace un momento en la ducha de lo que puedes llegar a sentir, pero te aseguro que eso no es nada.

Ahora comprendo que se refería al momento de excitación en la ducha, pero en ese momento, con la cabeza embotada de sensaciones, de me parecía absurdo.

  • Ahora vete a casa, estudia para mañana, relájate… pero nada de salir por ahí esta noche ni de sexo. Ni con tu novia ni pajeándote. Que luego te pasa como a Ronaldo, que no da una

Yo había estado tan caliente que no pensaba más que en follar con mi novia esa tarde. Creo que me lo leyó en los ojos porque dijo:

  • Y para asegurarnos que no tienes tentaciones

Abrió un armarito, y sacó un rollo de cinta adhesiva médica, como si fuera de esparadrapo, de unos cinco centímetros de ancha. Me mandó que me secara bien las piernas y la polla y que me sentara en el borde de la taza del vater. Me senté sobre la tapa, las piernas juntas porque la polla aún estaba algo erecta. Me separó las piernas, y me agarró la polla juntándomela al muslo derecho.

  • Sosténtela así.

Despegó el extremo de la cinta, me lo pegó en el muslo cerca de la ingle, y desenrollándolo alrededor de mi pierna y mi polla, me la fue tapando con ella dando 6 o 7 vueltas. Al llegar al capullo, tuvo cuidado en que me cubriera bien el glande, y terminó de esconderme la polla entre tanta cinta.

  • Ya está. Tendrás que pasar así hasta mañana. Mañana antes del examen te lo quitaremos. Vístete y vete para casa.

  • ¿Quitaremos? ¿Quiénes? ¿y cuando tenga que mear?

  • Mañana para tu examen de actitud nos ayudará otro alumno, que ya lo ha superado. Creo que le conoces de cruzarte con él alguna vez. En cuanto a lo de mear, tú veras como haces. Pero esto no te lo quites.

Y sacando un boli del bolsillo del pantalón, hizo una enorme firma sobre mi vendaje, para que fuera imposible no darse cuenta si lo hubiera retirado e intentado volver a recomponerlo.

Absurdamente pensé: “Joder, esta noche a pan y agua”. Y ni siquiera se me pasó por la cabeza lo kafkiano de la situación, un tipo dándome órdenes hasta ese extremo!!

Me puse en pie. La polla me tiraba y dolía un poco porque aún estaba empalmada, pero para cuando me vestí ya se me había pasado el empalme, notaba la polla mermar poco a poco dentro del vendaje, y sin molestarme ya.

Recogí las cosas y me fui para casa. No hacía más que darle vueltas al tema del examen del día siguiente, y en qué consistiría la prueba de actitud.

Llegué a casa con ganas de mear. Joder, vaya papelón. Pensé que lo mejor era meterme en la ducha. Me descalcé y me quité el pantalón, y tras un par de minutos en los que mi cerebro se negaba a dejarme hacer mis encima, noté como se iba mojando el vendaje adhesivo alrededor de mi polla, bajándome la orina caliente por la pierna. Me lavé y sequé, sin pararme a pensar siquiera en lo absurdo de lo que me veía obligado a hacer.

Tras comer algo, pasé la tarde estudiando, jugando un rato con la PS2 y evitando las ganas de llamar a mi novia. Suponía que ya se le había pasado el enfado del todo, y seguro que tendría ganas de venir a casa y echar un polvo… Pero claro, no iba a poder ser, yo estaba, digamos, incapacitado por esa noche. Ya tarde me llamó mi novia, pero con la excusa de que tenía que estudiar para el día siguiente me la quité de en medio.

Me acosté pronto. Daba vueltas en la cama pensando en las cosas que me habían pasado durante el día. Pensé en las ostias que me había dado QUIQUE, que sin duda las tenía merecidas. Él solo buscaba mi bien y yo le había ofendido dudándolo. Sí, lo tenía merecido. Y luego la ducha… y joder, su cuerpo. Nunca me había fijado en el cuerpo de los tíos. Bueno, a veces sí, admirándolos en secreto con un poco de sana envidia. Recordé sus manos sobre mi cuerpo, la forma de agarrarme… Pensando estas cosas la polla se me empezaba a excitar, notaba su tirón y su esfuerzo por levantarse. El hecho de no poderme tocar me excitaba más aún, como una dulce tortura. Me la apretaba y sobaba por encima del vendaje. Ufff, que ganas de pajearme. Moviendo la pierna notaba cierto alivio, incluso podría llegar a correrme así. Tenía que estar con las piernas dobladas para que no me tirara la polla y no me doliera… y en esto me dormí.