Mi Profesor de Griego y Yo. Pre-Viaje a Madrid
Cuando pienso que la relación con mi profesor de griego va genial, es cuando me doy cuenta que nada es lo que parece y que todos tenemos un lado oscuro.
Quería agradecer lo que para mí ha sido una buena acogida a mi historia con Anton Schrüder. Me gustaría pedir disculpar, por la tardanza en ofrecer este relato, pero el trabajo absorve casi todo mi tiempo y también me gustaría deciros que siento si me excedo mucho en contar la historia, pero cuando veo un procesador de textos en blanco, se me va la pinza.
Espero que disfruteis este relato tanto como el primero. Creo que se pueden leer independientemente, pero para quienes quieran leer el anterior, abajo en mi perfil, aparece el anterior.
1º. Mi profesor de griego y yo.
2º. Mi profesor de griego y yo, pre viaje a Madrid.
29 de Noviembre de 1996, Almería
—Martín, papá y yo nos vamos —avisó mi madre desde la planta baja de casa.
—¡Dadme un segundo! —grité para que pudieran oírme.
Me calcé las zapatillas de casa, salí de mi habitación, crucé todo el pasillo y baje los dos tramos de escaleras a toda velocidad. Me dirigí hacia el garaje.
Mi padre estaba colocando las maletas en el coche de mi hermano, ya que él los iba a acercar al aeropuerto porque salían de viaje para las bodas de plata de unos amigos de mi madre que vivían en Barcelona.
Abracé a mi madre y le di dos besos. Después hice lo propio con mi padre. —Pasadlo bien. —Guardé silencio unos segundos—. Por favor, si vais a tener sexo, usad precauciones, ya tengo bastante con un hermano como éste.
Mi hermano, once años mayor que yo, me sacó el dedo medio de su mano o dedo corazón, mientras me sonreía.
—Martín —dijo mi madre retándome—. Nada de fiestas en casa. —Eso fue una sentencia.
—Te lo prometo. Solo porque este fin de semana lo tengo ocupado preparando mi examen de historia del lunes.
—¿No quieres venir? Podemos reservar una habitación en el hotel —era la trigésimo cuarta vez que mi madre me hacía esa pregunta.
—Mamá no volvéis a casa hasta el martes, y yo tengo mi examen el lunes. Así que no. —Me encogí de hombros.
—Si no os subís al coche no llegamos —dijo mi hermano metiendo prisa a mis padres—. Tú enano, si quieres venirte a casa a pasar el finde solo avísame.
—Gracias pero va a ser que no. ¿He dicho que tengo que estudiar? Y mis sobrinos no creo que me lo vayan a permitir —dije elevando las cejas.
Mi hermano se fue al servicio militar cuando tenía 18 años, en aquel entonces yo tenía 7 años, fue la última vez que convivimos bajo el mismo techo. Dejó embarazada a la novia y después de cumplir su tiempo en la mili, se fueron a vivir juntos y tuvieron mellizos, Lucía y Marco. Ahora tienen 6 años.
Mi hermano me dio dos besos para despedirse. —Ya sabes que dijo mamá. Nada de fiestas. Y el que tienes que usar condones eres tú —dijo sonriendo.
Ahora fue mi turno para sacarle el dedo corazón.
Salí a la calle y me despedí saludándolos con la mano mientras veía el BMW de mi hermano desaparecer por la curva de nuestra calle. Vivimos en una urbanización en plena sierra que se llama Club de Tenis, en Huércal de Almería.
Fuera la temperatura era de 11 grados, y yo solo llevaba unos pantalones cortos azules que me estaban un poco ajustados y una camiseta amarilla huevo, que se adaptaba completamente a mi cuerpo. No soy musculoso, pero soy de músculo alargado y tonificado, practico mucho deporte, voleibol, tenis y natación. En el interior de mi casa, la calefacción centralizada estaba programada para marcar 26 grados, por lo que una vez que pulsé la llave de la cerradura de la puerta de la calle y la del garaje, volví a una temperatura agradable.
Suspiré conforme iba apagando las luces mientras subía a mi habitación. Fuera ya era de noche y desde la gran ventana del balcón de mi dormitorio estaba oscuro como boca de lobo. Me puse mis gafas para estudiar, abrí mi libro de historia por la página 32, Los Visigodos, y me puse manos a la obra. Conforme leía puntos, hacía anotaciones en mi cuaderno A4.
No habrían pasado ni veinte minutos cuando mi Nokia 3310 comenzó a sonar. Miré el visor de pantalla y mi corazón comenzó a saltar de alegría al ver “Señor Schrüder”, eran latidos trastabillados.
—Buenas noches señor Schrüder —dije levantándome de la silla de mi escritorio para ir a tumbarme sobre mi cama.
Casi lo sentí sonreír. —Hola. ¿Puedes hablar? —preguntó Schrüder.
—Claro.
—¿Haces algo esta noche?
—¿A parte de aburrirme? Nada —mentí como un bellaco.
—Me preguntaba si te apetecería salir a tomar algo.
Su manera de pedirme una cita, me parecía demasiado tierna para un hombre como Anton. Por favor, él era un HOMBRE en toda regla. Me lo imaginaba con su traje de chaqueta, observando por la ventana de su comedor, una mano metida en el bolsillo de su pantalón de diseño y con la otra sosteniendo su teléfono móvil. Qué sensación más desagradable de mariposas revoloteando por mi estómago. Mentalmente las rocié con abundante Flix, pero no morían.
—¿Te acuerdas de dónde vivo?
—Hieres mi ego. Podría llegar con los ojos cerrados —Madre mía, su tono de voz hizo que la piel de todo mi cuerpo se erizara. Casi se me escapa un jadeo obsceno.
Desde que habíamos quedado la primera vez en su casa, había venido a acercarme una vez más. Así que yo debí suponer que había memorizado el trayecto. Anton no dejaba cabos sueltos.
—Estoy solo en casa. —Hice una pausa—. Si quieres esta noche cocino yo, o podemos pedir algo para cenar.
—¿Qué vas a cocinarme? —preguntó expectante.
—Deja que te sorprenda.
Se hizo un breve silencio.
—Por cierto.
—¿Sí?
—Trae condones.
Ahora si lo sentí reír al otro lado de la línea.
—Estaré allí en…
—Una hora estaría genial —dije para que me diera tiempo a cocinar lo que fuera a preparar para cenar. Ni si quiera sabía que podría hacer. Solo había una cosa de la que estaba seguro,Martín Alonso Fábregas no estaba capacitado para cocinar.
—Nos vemos.
Sonreí.
—No puedo esperar.
Me levanté corriendo de mi cama, fui directo al enorme mueble cómoda junto a la puerta de mi cuarto de baño y saqué un CD que me había hecho Lucía, ya estábamos en diciembre y contenía todos los número uno de los 40 principales del año 1996.
Entre ellas, las canciones Jesus to a Child; de George Michael, Lo Eres Todo; Luz Casal, Earth Song; Michael Jackson, Quiero Morir en tu Veneno; Alejandro Sanz, The Universal; Blur, Flor de Lis; Ketama, Negrita; La Unión, These Days; Bon Jovi, Children; Robert Miles, El Bosco; Nirvana. Me enganché a Nirvana cuando estuve enrollado con Sergio, un chico Heavy guapísimo al que le olían los pies un montón y fumaba demasiados porros. Mis amigos lo conocían como el “Señor Hierba”, así que imaginaos que nivelazo.
Bajé al salón e introduje el CD en el reproductor y conecté el hilo musical. Mi casa está hecha en dos niveles. Por un lado tiene dos plantas y por la parte trasera tres plantas, pues en la planta baja de la parte trasera, tenemos una piscina climatizada, es pequeñita 3 metros de ancho por 6 de largo, también hay un salón enorme con chimenea y barra de bar, y una pequeña bodega. La enorme ventana francesa da acceso al jardín trasero, desde donde se ve el Cabo de Gata y toda la costa del Golfo de Almería. Encendí la chimenea y subí corriendo a la cocina.
Y ahora llegaba lo peor, ¿qué demonios iba a cocinar? Si hasta se me quemaba el agua hervida. Tendría que pedir ayuda y resulta que la madre de Lucía era cocinera en una guardería. Marqué su número, un tono, dos tonos, tres tonos…
—¿Diga?
—¿Nerea?
—Sí, soy yo. —Nerea es la hermana menor de Lucía, y en lo que respecta a su personalidad es completamente diferente a mi amiga. Son como el yin y el yang.
—Soy Martín, ¿está tu madre?
—Hola Martín, te reconocí. Un momento, Mamá. Es Martín el amigo de Lucía.
—Dame un segundo —oí a lo lejos.
Sentí los pasos por el salón mientras se acercaba.
—Hola cielo, ¿pasa algo?
—Hola Azu —se llama Azucena pero odia que la llamemos así—. Um… ¿Cómo se hacen los macarrones?
_______
Y efectivamente…
1 hora justa, ni un minuto más, ni un minuto menos, cuando estaba colocando la última copa sobre la mesa y el timbre del portero automático comenzó a sonar. Fui directo a la puerta y pulsé la apertura del garaje, encendí la luz y esperé encima del segundo escalón de entrada al recibidor.
Schrüder bajó de su moto. Empujó aquel mastodonte y lo metió en el garaje de casa. Sus vaqueros de marca se adaptaban perfectamente a su contorno, a sus fuertes muslos, a su culo perfecto, a su enorme paquete. Se quitó la chupa de cuero, llevaba un suéter de suave cuello en V, era azul marino un tono más oscuro que sus vaqueros y del mismo tono que sus pikolinos. Debajo del Suéter, sobresalía el cuello celeste de una camisa.
Y aquí estaba este Dios griego, enviado desde el Olimpo directamente a mí.
Y aquí estaba yo, en pijama, con gafas de lectura. Y en zapatillas de casa. Y… el mandil.
¿Cómo demonios no me había acordado de cambiarme? Tampoco es que hubiera tenido algo de tiempo extra. Tuve que cocer dos veces los espirales. Yo y mis dotes de cocina.
Anton avanzó con un aire sexy y de completa seguridad. Se detuvo frente a mí. Adelanté mis manos y cogí el casco y su chaqueta.
—Hej stilig, är du hungrig? —dije intentando no morirme de la vergüenza por ir así vestido. Quizás mi acento sueco-almeriense lo desconcertaría tanto que mi atuendo pasaría desapercibido.
“Hej stilig, är du hungrig?” significa algo así como, Hola guapo, ¿tienes hambre?
Sonrió ante mis palabras. —No te haces ni idea de lo sexi que estás esta noche —me dijo con una voz ronca que casi hizo que me corriera en mis pantalones—. Y tengo mucha hambre —su expresión era muy pícara.
Aun con sus cosas en mis manos, las pasé por sus hombros y lo besé en la boca. Sí, como hacen las parejas cuando se reciben. Anton llevó sus manazas a mi cintura y me atrajo hacia él. Su lengua se había enredado con la mía, y no sé qué me excitaba más, si su barba de dos días rozándose con mi cara imberbe, la protuberancia que se había formado entre sus piernas y que estaba presionando mi erección o su exquisito sabor a clorofila. O su olor a perfume, era indescriptible.
Me retiré en busca de aire. —Gracias por intentar quitarle hierro a mi ridículo aspecto en pijama.
Sus manos seguían sobre mi cintura, sus ojos azules taladrándome, estaba muy serio. —Te lo quitaré a la mínima oportunidad —y entonces la esquina de sus labios se elevó en una sonrisa pícara.
Que me calentó aún más. Por Dios, ¿cómo demonios conseguía ese efecto en mí?
Coloqué su casco encima del mueble del recibidor, y su chupa de cuero la colgué en el perchero. Lo cogí de su mano y tiré de él hacia el pasillo.
—Bienvenido a casa —lo guie hacia el salón. Se detuvo en el cuadro a tamaño real que había en la pared del recibidor. En él estábamos mi padre, con una de sus manos en la espalda de mi madre y con su otra mano cogía la mano de mi hermano. Mi madre me tenía en brazos, en ese cuadro yo tenía 3 años.
—¿Quién es esa chica rubia de ojos verdes? —preguntó observando el enorme cuadro.
Lo miré más serio de lo que pretendí. —¿En serio? —fue lo único que articulé.
—Deberías dejarte el pelo largo. Tenías unos rizos muy bonitos —dijo acariciando mi nuca con las puntas de sus dedos. Y entonces mis pezones se excitaron, hinchándose. Casi atraviesan mi camiseta.
Él era mi debilidad.
Llegamos al salón, donde ya estaba la mesa puesta. Llamadme ridículo, pero coloqué velas y en el hilo musical sonaba, Fastlove de George Michael.
—¿Necesitas que te ayude en algo?
—No. No te preocupes lo tengo todo controlado —dije sonriendo.
—¿Puedo quitarme el suéter? —preguntó haciendo un gesto sobre él.
Puedes quedarte desnudo si quieres.
—Vamos Anton, no hace falta que te diga que estás en tu casa.
Y entonces me detuve a observarlo. Magistralmente lo sacó por encima de su cabeza, sin despeinarse y sin parecer un adefesio, que es lo que yo parecía cuando me desnudaba. En cambio él seguía igual de sexi que cuando llegó a mi casa. Su camisa, blanca en su parte central y celeste en las mangas, se adaptaba perfectamente a su cuerpo. Concluí que Schrüder, había estado visitando el gimnasio.
Me hice con su suéter y lo doblé. Lo coloqué en una de las sillas y me giré hacia él. —¿Qué quieres de beber? Vino, cerveza, refresco, bebida con gas, zumo…
—¿Qué vas a beber tú?
—Agua. Es embotellada —agregué rápidamente. En mi pueblo, el agua es peor que pésima, tiene lejía y cloro como para mantener una piscina olímpica durante todo el verano.
—Beberé agua también.
Schrüder tomó asiento y fui a la cocina y traje los platos para servirnos y coloqué la fuente de espirales con verduras, que me habían quedado riquísimos. —La carne con tomate la ha hecho mi madre, le sale genial y a la tortilla de patatas le he puesto cebolla, a mí personalmente no me disgusta.
—Seguro está sabrosísima —dijo sonriéndome.
Me senté junto a él y le serví una generosa cantidad de espirales con verdura. Anton me observaba con expectación. Vertí agua en su copa.
—Me han ofrecido ir a un viaje como supervisor de los alumnos a Madrid —me dijo.
—Ah, no me lo recuerdes. Me quedé con ganas de ir. —Pinché un espiral y lo introduje en mi boca—. Me apuntó Minerva, pero solo estoy como segundo reserva.
Todos los años por estas fechas el instituto concertaba para los cursos de ciencias puras y ciencias mixtas un viaje a Madrid. Una especie de hermanamiento con otro instituto de la provincia. Pero claro, yo estaba en letras puras.
—Lo sé —no quise dar una respuesta hasta revisar la lista y vi que estabas de segundo reserva. Así que no acepté. —Se encogió de hombros—. No son alumnos míos.
Un gemido escapó de su boca y sonreí.
—Debes pasarme esta receta.
—No hay problema.
Mantuvimos una charla discernida. Y me confesó que efectivamente había estado yendo al gimnasio con más asiduidad. Después de cenar, me ayudó a recoger la mesa y puse el lavavajillas.
—¿Cuál es el plan?
—Es una sorpresa —dije encogiéndome de hombros.
Lo cogí de su mano y lo guie tras de mí. Hice que bajara las escaleras y antes de entrar lo detuve.
—Dame un segundo —dije mientras entré yo solo a la sala de la piscina climatizada. Tenía que preparar su sorpresa. Dejar velas encendidas, sin supervisión, sobre un suelo de entarimado de madera no era una buena idea, ni si quiera para mí. Volví rápidamente. Schrüder me esperaba en el mismo sitio donde lo había dejado. Creo que ni si quiera había respirado.
—Necesito que cierres los ojos.
Schrüder me sonrió ampliamente e hizo lo que le dije sin cuestionarme.
—¿Así de sencillo? ¿Te fías de mí?
—Sí —dijo tajantemente. Y demonios, si no se sentía bien esa confianza. Una sensación cálida se había instalado en mi interior. Era menos desagradable que las mariposas, que aún estaban haciendo de las suyas.
Cerró sus ojos y lo guie hacia el interior de la sala de la piscina climatizada. Las luces estaban completamente apagadas. Quince velas de un muy suave olor a lavanda en cada uno de los dos laterales más largos. Las persianas de la ventana francesa subidas hasta arriba y una magnífica luna llena brillaba en lo alto del cielo.
Me fui al otro lado de la piscina y me puse de pie en el filo.
—Puedes abrir los ojos —dije disfrutando la expresión de su cara.
—Fan… —dijo Schrüder cortándose rápidamente—. Lo siento, era una palabrota sueca.
Sonreí.
—Vaya, esto sí que no lo esperaba. Sabes cómo sorprender a alguien.
—Podemos pasar a ver una peli a la sala contigua. O podemos darnos un baño. —Hice una pausa—. Desnudos —Y no lo dejé que lo eligiera, me quité las gafas, que las coloqué a un lado de la piscina.
Lentamente me deshice de mi camiseta, que la arrojé a un lado, y después me quité los pantalones y los calzoncillos.
Anton me observaba con hambre en sus ojos.
“Lo eres todo de Luz Casal” , comenzó a sonar en el hilo musical.
Me zambullí en la piscina y la recalé sin salir a respirar. Seis metros, no era una distancia asfixiante. Cuando llegué a sus pies, subí lentamente por los escalones del interior de la piscina y llegué junto a Anton. El agua caliente, chorreaba por mi cuerpo. Sentí las gotas tibias deslizarse sin rumbo fijo sobre mi suave piel.
Lo miré fijamente a los ojos. Pasé perezosamente mi dedo por los botones de la camisa de Anton. Me detuve en su cinturón, que lo desabroché y lo dejé caer a un lado. Hinqué rodilla. Como si se tratase de una reverencia, desaté sus cordones y le quité sus zapatos y sus calcetines, justo igual que María Magdalena, lavando los pies de Jesús.
Me incorporé. Percibí que Anton estaba muy quieto y fijé mis ojos en los suyos. Su frío azul, ahora parecía acero fundido. Manteniéndole la mirada le desabroché el botón del pantalón y lo dejé caer. Sin apartar la vista de sus ojos, desabroché botón a botón su camisa, sin prisas, deleitándome en su perfecto rostro, su mandíbula cuadrada, su perfecta nariz, su frente. Me deshice de su camisa y Anton quedó, en sus Calvin Klein blancos a punto de estallar. Su gruesa longitud casi asomaba su cabeza por encima del elástico. Pasé mi palma por encima de aquel promontorio, y casi me quemó.
—Parece que te gusta lo que ves.
—No te haces una idea —su voz estaba tan ronca, que podría haber quebrado los cristales blindados de la enorme ventana francesa.
Llevé mi mano a su cara y lo incliné un poco, mientras me ponía de puntillas y capturaba sus labios. Anton abrió su boca y dio barra libre a mi lengua. Cuando noté que sus manos se posaban en mi cintura, mis labios se separaron de sus labios, lo justo para que cuando hablé; —Nada de tocarme. Esta noche soy yo quien lleva la voz cantante. —Mis labios rozaron los suyos en cada una de las sílabas que pronuncié.
Anton retiró sus manos como le dije.
—La piscina tiene un metro y medio de profundidad. Quiero que la recales y cuando llegues al borde te gires hacia mí y entonces me deshice de sus calzoncillos.
Como si de un anuncio de perfume se tratase, Anton se zambulló en la piscina como si fuera un modelo profesional. Apareció al otro lado de la piscina. No os podríais hacer una idea, de lo erótico que me pareció cuando salió a la superficie, vi el agua deslizarse sobre su cuerpo bronceado. Girándose completamente hacia mí, apoyó sus codos en el borde de la piscina.
Su pelo negro mojado, sus ojos entrecerrados, su expresión altiva. Me estaba retando. Él estaba orgulloso de su cuerpo… y motivos tenía.
Ahora fue mi turno, tome una profunda y abundante respiración y me volví a zambullir, recalando en dirección a Anton. Sin salir a respirar, cuando lo tuve delante de mí, y aun bajo el agua, puse mis manos en sus caderas. Mis labios se posaron sobre su grueso glande y me lo introduje en mi boca, presionando firmemente con mis labios a lo largo del camino.
Noté el momento exacto en que Anton dejó caer su cabeza hacia atrás, me esforcé en tragarme su masculinidad y con cierta cadencia fui liberando el aire de mis pulmones por la nariz. Sumergido, aguanté cerca del minuto.
Salí a la superficie lentamente para encontrarme con la mirada penetrante de Anton. El deseo había sido impreso en su expresión. Santo Cielo, él debería patentar esa cara. No, mejor aún, debería patentarse completamente.
—¿Ves esa hamaca de ahí? —señalé a la hamaca que estaba más cerca del borde de la piscina. Anton afirmó con su cabeza. —Túmbate —y le sonreí mientras me dirigí a por el bote de vaselina y un pañuelo.
Volví desde el otro lado de la piscina lentamente mientras lo observaba allí tumbado con sus fuertes manos apoyadas sobre sus muslos. Todo en él era tan erótico.
—Solo te ataré las muñecas —le dije enseñándole el pañuelo.
Su respuesta, una media sonrisa que casi paraliza mi corazón.
Me agaché y até sus muñecas a su espalda. Después me senté a horcajadas sobre sus muslos. Observé su amplio pecho expandiéndose y contrayéndose con sus respiraciones. Sus marcados abdominales eran muy apetecibles y desde su ombligo partía un fino camino de bello que se fundía en su bien recortado pubis. Adoré esa “V” de sus oblícuos.
—Veamos que se me ocurre hacerle Señor Schrüder. —Noté su polla presionándose contra la mía.
Anton me observó en silencio. Solo una sonrisa inocente en su boca. Disfrute ese poder. El de tener a un hombre como Anton entre mis piernas y sobre todo, dispuesto a que le hiciera cualquier cosa.
Me incliné hacia adelante mientras molía mis caderas contra su masculinidad. Nuestros penes se presionaron el uno contra el otro y contra nuestros músculos abdominales.
Vi su músculo esternohiohideo y lo hice mi objetivo. Jugué con su piel sensible, humedeciéndola con mi lengua. Dibuje un camino imaginario, pasando lentamente por su nuez de adán, que al tacto con mi lengua, subió y bajó como estimulación. Continué el camino hasta su barbilla, donde me detuve.
—¿Qué hay de esto? —le dije a la misma vez que con mis dedos pellizcaba sus pezones. Pude notar como se estremeció y un bajo gemido escapó de entre sus labios.
Introduje en mi boca su pezón derecho y lo mordí. No fui cuidadoso, pero tampoco le produje un excesivo dolor. Como respuesta, arqueó su pubis, consiguiendo que su gruesa longitud, se instalara inocentemente en mi canal. Su glande presionando la parte baja de mis testículos. Hice un giro lento de mis caderas, notando su herramienta vibrar bajo mi tacto.
Actué de igual modo con su otro pezón, pero esta vez, en vez de incorporarme, me dirigí lamiendo hacia el centro de su pecho haciendo un camino de besos y suaves toques con mi lengua hasta llegar a sus abdominales. Los lamí concienzudamente uno a uno hasta llegar a su pubis.
La cabeza hinchada de su glande decía que estaba sobreexcitado. Una gota de líquido preseminal asomaba de su punta. La recogí con el dedo y la llevé a mi boca mientras observaba a Anton. La introduje en mi boca y su sabor especiado fue agradable.
—¿Qué voy a hacer contigo? —dije negando con la cabeza, pero por su expresión supe que dejaría que le hiciera lo que yo quisiera. Él era muy colaborativo.
Me hice con el bote de vaselina y me volví a acomodar sobre sus muslos. Me apliqué una buena cantidad en mi mano y en un gesto rápido capturé nuestros penes y comencé a masajearlos firme pero lentamente con mis dos manos.
La acción lo pilló desprevenido pero su gesto de placer fue instantáneo. Acaricié nuestros glandes con la palma de mi mano muy lubricada. Mientras con una mano, masajeaba nuestros troncos, con la otra presionaba juntos nuestros glandes. Piel con piel.
Hice una presión firme con el arco que dibujaban mis dedos, pulgar y mi dedo índice. Con ellos había atrapado nuestros glandes que no solo estaban humedecidos por la vaselina. Sí, allí había aparecido líquido preseminal, más espeso y consistente al tacto pero más efectivo.
Mientras seguía masajeando con mis manos nuestras dos erecciones, un coro de gemidos iba siendo emitido entre respiraciones entrecortadas. Cuanto más brío y presión utilizaba en nuestros glandes frotándose uno contra el otro, los ojos de Anton se mantenían cerrados, su cuerpo soltaba pequeños espasmos y notaba como la tensión se acumulaba en sus pelotas.
Cuando lo vi morder su labio, supe que estaba cerca y entonces me empleé a fondo. Froté con más intensidad, nuestros dos penes juntos, cuerpo con cuerpo. Nuestro calor era casi insoportable. Su piel, suave estaba poniéndose colorada y para cuando arqueó su cintura haciendo que me elevara por su fuerza, se derramó en abundantes chorros calientes y espesos que al contacto con mi polla hizo que me corriera a la misma vez.
Los gemidos roncos de Anton fueron como los de un animal herido de muerte. Sus resoplidos mientras su semen se mezclaba con el mío entre mis dedos y nuestras pieles lo absorbían, hicieron que me abstrajera en mi propio placer. Mi vista se desenfocó por la intensidad del orgasmo y cuando recuperé la visión, los ojos brillosos de Anton me sobrecogieron.
Por el amor de Dios, parecían dos faros en una noche de abundante y espesa niebla. Fueron la luz que me trajeron a la realidad. Y esa realidad me golpeó demasiado fuerte.
Estaba enamorado de Anton.
Y lo peor de todo, es que sabía de antemano que esa relación tenía fecha de caducidad.
—¿En qué piensas? —preguntó Anton, sus manos aún atadas a la parte trasera de la hamaca.
—En lo sexi que te ves atado… —sonreí inocentemente.
—Hay algo más —dijo observándome fijamente—. Lo sé.
Había comenzado a conocerme. —¿Me preguntaba si debido a tu edad aguantarías otro asalto?
Me sonrió socarronamente. —Creo que lo puedes comprobar por ti mismo —dijo indicando con su cabeza hacia su polla, que continuaba completamente erecta y se elevó hacía el techo en ese instante.
De acuerdo, siguiente fase.
Me quité de encima de él y me agaché, bajé el reposapiés de la hamaca, vertí algo de vaselina en mis dedos y me tumbé sobre la tarima de madera a una distancia que le permitiera verme.
Sus ojos se estrecharon mientras me observaba abriendo mis piernas.
—¡No puedes hacer eso mientras me tienes atado a esta hamaca! —dijo como si aquello fuera un sacrilegio.
Le sonreí. Y descuidadamente, introduje un dedo completamente dentro de mi culo. Gemí obscenamente por no gritar. ¡Cómo demonios podía doler tanto un maldito dedo! Era casi demencial.
—Debes estar bromeando si piensas que me voy a quedar aquí quieto, mientras estás jugando con tu dedo.
—Dedos —dije mirándolo fijamente mientras me introducía el segundo—. Estoy pensando en cuando me estiraste en tu ducha. Tu lengua se sentía tan bien, tu tacto en los cachetes de mi culo. Adoré esos azotes.
Gemí recordándolo.
—¿Enserio? —dijo forcejeando con el pañuelo que ataba sus muñecas. Su respiración se había vuelto irregular. Y su pene, estaba completamente erecto. Por favor, no hacía diez minutos de su orgasmo, ¿cómo demonios estaba ya preparado?
Introduje un tercer dedo, mientras solté un gemido gutural que nació en mi bajo estómago. Los introduje y los saqué lentamente y luego los volví a introducir hasta el fondo. Y volví a gemir. Ya no dolía, así que estaba preparado para algo más gordo y grande.
Limpié con una toalla el sobrante de vaselina entre mis dedos. Y desde mi posición, observé a Anton. Parecía un cachorrito esperando a que le lanzara un hueso. Me acerqué lentamente y me senté en la hamaca sobre sus rodillas.
—Dime Anton, ¿crees que si tenemos sexo sin condón alguno de los dos correría algún riesgo?
Vi claramente como por nada del mundo no esperaba esa pregunta. Fue como si le hubieran dado un golpe en su pecho y se hubiera quedado sin respiración.
—Estoy limpio —dijo apenas en un susurro. Parecía completamente indefenso y eso hizo que me derritiera.
Según mi último informe médico, todo estaba perfecto, así que ¿cuál era el motivo para usar precaución? Si ninguno de los dos saldríamos embarazado y no teníamos enfermedades de transmisión sexual, pues eso, ¿cuál era el sentido?
Comenzó a sonar “Killing me Softly, de los Fugges”.
Pasé mi mano por entre mis piernas capturando su grueso pene y me incorporé. Apoyé su grueso glande contra mi entrada y me presioné perdiendo el miedo y la vergüenza. No me detuve hasta que Anton estuvo completamente en mi interior. Todo el camino, mirándonos fijamente a los ojos. Como a él le gustaba. Era como un ritual y en cierto modo, lo hacía demasiado íntimo.
Me sentí muy lleno y apretado. Y hoy mi interior ardía. Quemaba. El roce de piel con piel, no es que fuera nuevo para mí, pero hoy me abrumaba.
Llevé mis manos a su perfecta cara y la enmarqué. Lo besé, su lengua invadió mi boca y mordió mis labios. Conseguí hincar mis rodillas en los bordes de la hamaca y comencé a cabalgarlo, lentamente, pero con una cadencia rítmica que hacía que la sensación de quemazón de mi culo desapareciera completamente dando paso a oleadas de placer que en esa inclinación duplicaban su efecto.
No sé cómo sucedió, pero las manos de Anton se posaron cada una en cada uno de mis cachetes y ayudaron al movimiento.
—Estás haciendo trampa —dije con voz entrecortada.
—Necesitaba este contacto —dijo presionando con sus manazas para fijarme completamente sobre su estaca.
Giré en círculos presionando mis músculos internos mientras se abrazaban a su gruesa longitud. Los suaves gemidos de Anton, me invitaron a volver a hacerlo y volví a arrancarle algunos gemidos extras.
Pasó sus brazos por mi espalda y sus manos me sujetaron por los hombros. Esa postura consiguió que mi polla quedara atrapada entre sus desarrollados abdominales y mi estómago plano, haciendo una fricción que parecía caída del cielo. Notaba cada uno de sus abdominales masajeando mi carne sensible y otro añadido, su polla rozaba insistentemente mi punto dulce. Ahora era yo quién gemía y supe que no aguantaría mucho más.
—Anton, no duraré mucho más.
—Espera —dijo con voz entrecortada mientras movía sus caderas para acomodarse y poder hacer mejor presión con sus manos en mis hombros con las que me había fijado para que estuviéramos completamente alineados—. Nos correremos juntos —ordenó.
Y mirándonos a los ojos a la misma vez que metió la quinta marcha, en aquella posición con mi polla friccionando con sus músculos abdominales y su polla golpeando insistentemente en mi próstata, decidí que sería la mejor manera de morir.
Seis penetraciones después decidí que ya era mi fin. —Me corro —dije entre gemidos casi mudos por la falta de aire.
—Ya te alcanzo —dijo Anton siendo el dominador de la situación y entonces, noté mi cálida semilla derramándose sobre sus abdominales y mi estómago, y cuando Anton capturó mis labios supe el momento exacto en que él abrazó su éxtasis. Sí, no dejó de bombear mientras mi culo respondía a su orgasmo. Nuestro orgasmo.
Nuestras respiraciones se mezclaron en nuestra boca mientras los últimos coletazos de nuestro placer arrasaban nuestro cuerpo. Sus grandes manos acariciaban mi espalda arriba y abajo, lenta y suavemente, mientras aún Anton continuaba en mi interior.
Al incorporarme, aun sentado sobre toda su masculinidad Anton gimió. Por el ángulo de penetración.
Nos miramos en silencio durante unos minutos. Pasé mis brazos por encima de los hombros de Anton y nos besamos. Sin previo aviso se incorporó poniéndose en pie y abracé mis piernas alrededor de su cintura. Caminó hacia la piscina y bajó los escalones mientras entrábamos en el agua. Seguimos besándonos en el trayecto e incluso cuando estábamos casi sumergidos.
—Ha sido increíble y muy íntimo —dijo separando sus labios de los míos unos milímetros. Su mirada clavada en la mía.
—Estoy completamente de acuerdo —no sabía que decir en esa situación. Jamás había vivido alto tan intenso y privado con otra persona. Esto estaba en otro nivel de intimidad, demasiado personal y profundo.
Sentí cuando su polla medio flácida salió de mi culo, porque el agua tibia acarició mi sensible entrada.
Estuvimos bañándonos un rato. Charlamos sentados en el borde de la piscina. Después en albornoz, nos metimos en el salón donde las ascuas de la chimenea habían caldeado la habitación. Vimos una película. Anton acostado con su espalda sobre mi pecho y antes de dormirnos, volvimos a hacer el amor.
__________
Los tenues rayos de sol acariciaron tímidamente mi rostro. El calor humano me rodeaba y amé esa sensación. Tenía medio cuerpo de Anton cubriendo el mío y como consecuencia, tenía dormido el brazo y la pierna.
No quise moverme para no despertarlo, pero cuando lo miré a los ojos me estaba observando. Me apretó en su abrazo y entonces me besó.
Joder. Ni si quiera tenía aliento mañanero. Aunque eso era algo que ya sabía.
—¿Desayunamos?
—¿Y luego sexo?
Afirmé con la cabeza. —En el dormitorio de mis padres hay jacuzzi.
Y entonces sonrió.
Nos vestimos y evitamos el silencio con una charla trivial. Subimos a la cocina. Menos mal que habíamos recogido todo la noche anterior. Y entre los dos comenzamos a preparar un desayuno normalito. Huevos, beicon y tostadas para él.
Las grasas matutinas y yo no nos llevamos muy bien, así que cereales con virutas de chocolate y pan de molde tostado para mí. Para él café, yo zumo de naranja recién exprimido.
El timbre de casa sonó, y me giré lentamente hacia Anton, que sostenía el periódico entre sus manos. Su expresión no se había modificado. ¿A caso no se habría dado cuenta de que alguien estaba tocando la puerta? Dio un lento sorbo a su café.
Pulsé la palanca de la tostadora y las dos rebanadas de pan de molde desaparecieron en su interior.
—¿Sabes quién puede ser?
Negué con la cabeza. —Si alguien toca el timbre de casa, o es que se ha perdido o es algún vecino que necesite algo. Mis padres están en Barcelona y mi hermano tiene llave de casa —dije mientras desaparecía por el pasillo.
Y cuando miré la pantalla del portero automático, la cosa era peor de lo que podría haber imaginado.
Era Víctor.
Correcto.
¿Quién es Víctor? A parte de que es mi amigo con derecho a roce, no sabéis mucho más sobre él. Es un poco complicado entre nosotros. Os explico.
Soy mayor que Víctor casi 4 meses. Nací en enero y el en mayo. Fuimos a la misma guardería y ya a esa edad, manteníamos una relación muy especial. Por favor, no le veáis el lado erótico porque no lo tiene. Es más bien un lado tierno. Cuando nuestra profesora nos ponía a echar la siesta, Víctor siempre ocupaba la colchoneta junto a la mía y me quitaba el chupete y se lo ponía él. Lo más preocupante… conserva 34 chupetes míos de aquella época.
Cuando yo jugaba con los demás compañeros de clase, acababa en batalla campal. Porque según su razonamiento, yo solo era amigo de él. En aquel momento teníamos dos años.
Siempre tuvo un carácter complicado, quizás me quede corto con esa afirmación. MUY COMPLICADO, eso sería lo más fiel a la realidad. Y lo más triste de todo es que siempre llevó sobre sus hombros un equipaje muy feo.
A pesar de ser solo un niño, su padre siempre lo culpó de la muerte de su madre. Murió durante el parto y su padre siempre se ha encargado de recordárselo. Sumamos que el padre de Víctor es muy competitivo y no importa que el niño lo haga genial en cualquier campo, para su padre nunca es suficiente y lo lleva al límite.
Sí, su padre es su peor enemigo y en gran medida el culpable de su carácter.
Dicen las malas lenguas, que, Luca Mirante, el padre de la criatura es de origen siciliano y llegó a Almería siendo muy joven, para hacerse cargo de algunos negocios “turbios”. El caso es que la policía nunca ha venido a su casa, ni si quiera han dado un escándalo.
A parte de recordarle a su hijo su culpa por la muerte de su madre, se ha encargado de darle todo y más de lo que necesitaba, convirtiendo a Víctor en una verdadera máquina de querer cosas y conseguirlas. Así que lo que se le pone al niño en el punto de mira, lo quiere y lo acaba consiguiendo.
Os cuento otro chisme; cuando tenía trece años y Víctor aun no los había cumplido, perdí mi virginidad con él. Sí, él siempre fue muy precoz y yo siempre me dejé arrastrar. Cuando quiero molestarlo, le recuerdo que perdí mi virginidad con él la segunda vez que nos acostamos, ya que la primera vez, como lo diría finamente… La primera vez que nos acostamos, no había entrado completamente en mí cuando llegó al orgasmo. Pero eso es otra historia.
Intenté guardar la compostura como pude y fui a la cocina. Mantener la calma era mi necesidad, pero eso en esta circunstancia me era imposible.
—Necesito que bajes al salón donde anoche vimos la película.
Anton levantó la vista del periódico y dejó su taza de café. —¿Quién es?
—Víctor.
—¿Y qué quiere?
Follar, pero eso no se lo iba a decir. Esa palabra no la suelo usar, ni si quiera mentalmente. Pero en el vocabulario de Víctor, es tan usual como; Buenos días, vengo a Follar. Buenas tardes, vengo a Follar. ¿Has acabado de estudiar?, quiero Follar.
Por supuesto, hay momentos sobre todo después del sexo, en los que tenemos conversaciones muy profundas. Quizás demasiado profundas para dos adolescentes.
—No lo sé —fue lo más inofensivo que se me ocurrió.
—Tengo 34 años, no pienso esconderme.
—Anton, esto no es una opción. Vas a bajar y oigas lo que oigas, no vas a subir.
Comenzó a negar con la cabeza.
—Hasta el mes que viene no cumplo 17, y si Víctor se entera, que tú y yo tenemos algo, créeme que no se va a estar quieto. No es como cualquier otro adolescente de los que puedas conocer.
El timbre volvió a sonar.
—Por favor —dije magnificando cada una de aquellas ocho letras—. Por favor.
Cuando vi que Anton se levantó de la silla y metió su taza de café en el fregador, hubo una pequeña fiesta en mi pecho.
Y ahora me quedaba lo más complicado, conseguir que Víctor se fuera. Y eso que aún no había entrado.
Pulsé el botón de apertura del portón exterior y abrí la puerta de casa. Justo cuando entré en el campo de visión de Víctor, este sonrió.
—Buenos días. ¡Vengo a follar! —dijo como si fuera lo más normal del mundo.
Ahora es cuando en las películas americanas enfocan al actor y este eleva una ceja como diciendo; os lo dije y no me creísteis.
—Mis padres están en la cocina.
—Mentira —dijo con mucha convicción—. Anoche, cuando tu hermano se los llevaba los encontré en la puerta del club de tenis y se despidieron de mí. Me pidieron que te echara un vistazo.
—Si mis padres supieran que han puesto al lobo a cuidar a la oveja, no creo que te tuvieran tanta confianza.
—Tus padres me adoran. Saben que soy el mejor hombre que va a pasar por tu vida.
¿Os he dicho ya que tiene el ego muy grande? Aparte de otras cosas. Pero tengo que decir a su favor, que mis padres lo aprecian mucho. De hecho, mi madre me ha deseado en varias ocasiones que ojalá que tuviéramos una relación.
Pobrecilla. Si ella supiera que Víctor es el hombre que más daño sentimental me ha hecho, me hace y me hará, no creo que quisiera desearme algo así.
De cara a la galería sería muy romántico ¿no? Dos chicos que se conocen desde su más tierna infancia y comienzan un romance para después acabar sus días juntos. Muy de Hollywood, lo visualizo en los créditos de la película, el guion sería; la chica salva de su triste destino al hijo de un peligroso mafioso y consigue que cambie las pistolas y la droga por bolígrafos y cuadernos. Oscar a mejor actor principal a Leonardo di Caprio por su papel de Víctor y Oscar a mejor actriz a Natalie Portman, haciendo de mí, por supuesto.
—¿Con quién demonios estás? —preguntó cuándo cerró la puerta tras de sí.
—Solo —dije encogiéndome de hombros.
—¿Y el casco y la chupa de cuero?
Si estuviéramos cara a cara, sabría que lo estaba engañando. Menos mal que estaba detrás de mí.
—De mi hermano, se lo dejó aquí anoche —me giré y me detuve en la entrada. No iba a dejarlo pasar más adentro. Cuando pasó por mi lado, lo sujeté por el brazo—. ¿A qué has venido?
—A desayunar. —Se soltó de mi agarre y se dirigió hacia la cocina—. Llevas tres semanas sin dignarte a llamarme y solo se te ocurre preguntarme a que vengo. ¿En serio? Eres más listo que eso.
Resoplé. —Tampoco has llamado tú.
—¿Quieres que discutamos? Fui yo quién te llamó la última vez, igual que el noventa por ciento de las otras ocasiones en las que hemos quedado. A veces me apetece pensar que te gusta quedar conmigo y que me vas a llamar. Pero luego no lo haces.
Dio un bocado a la tostada de mantequilla con mermelada de arándanos que había sobre el plato en la barra de la cocina. Mierda, se estaba comiendo las tostadas de Anton. Cogió un vaso limpio y vertió zumo de naranja recién exprimido.
—¿Qué has estado haciendo todos estos días?
—Estudiar. Entrenar.
—¿Te has estado acostando con alguien?
—No.
—¿Y por qué demonios no me has llamado?
—Ya te lo he dicho. He estado liado con el instituto y los entrenamientos del equipo de voleibol. Dos días en semana voy a natación y los fines de semana mi padre se ha empecinado en que juguemos al tenis en el club. Dice que para eso paga una membresía.
—¿Y no has tenido dos horas libres para llamarme?
Puso su mano sobre mi muslo desnudo y presionó uniformemente. Di un bocado a mi tostada, intentando fingir que no me estaba metiendo mano. Continuó su camino hasta mi ingle. Y saltó el cartel de Stop. Puse mi mano sobre la suya para apartarla, pero él fue más rápido y atrapó mi mano y la llevó a su entre pierna.
—Yo ya estoy preparado —dijo pasando mi mano por la tienda de campaña que su pene había levantado dentro de sus pantalones vaqueros.
Digo que si estaba preparado. Él ya había nacido preparado para el sexo. Retiré mi mano y me puse de pie.
—Tenemos que acabar con esto Víctor —así a sangre fría, sin nada de anestesia. Ese fue mi error.
—Con qué —dijo con una media sonrisa que podría haber detenido hasta un corazón artificial.
—Con lo que sea que tengamos.
—No va a pasar —dijo tan convencido que le creí.
—Tienes novia…
—¿Cuándo ha sido eso un impedimento para ti?
—¿No te sientes mal por eso?
—No cuando se trata de ti. ¿Sabes? La vida es tan corta que no merece la pena vivirla sin las cosas que te gustan… —dio un bocado a su tostada y masticó—. Y tú me gustas.
¿Y ahí que podría decir yo?
—¿Te has enamorado de algún gilipollas?
Negué con la cabeza.
—¿Entonces qué es?
—No lo sé. Solo quiero dejarlo. No quiero que sigamos haciendo esto de sexo por placer.
—¿Y qué tiene de malo? Follamos porque nos gusta. Tú eres muy parecido a mí en ese aspecto. Te encanta que te folle, te encanta follarme, disfrutas cuando te pajeo, cuando nos besamos, cuando me corro entre tus piernas —cuando estamos solos ese es su tipo de vocabulario— cuando te hago un chupetón —dijo pasando su dedo por la parte de mi cuello donde se une con mi hombro—. Dime que no te gusta cuando te digo guarrerías mientras te follo duro.
Juro por Dios y por todos los Santos que conocía, aunque en ese momento no me venía ningún nombre a la cabeza, que estaba deseando que Anton estuviera en el salón. Allí no sentiría nada de esta conversación que realmente estaba dejando al descubierto una parte de mí que solo sacaba con Víctor. Y es que en cierto modo, no era tan cándido como alguien pensaría de mí a primera vista.
Retrocedí hasta que mi culo se topó contra el mueble de cocina. Y miré a Víctor fijamente a los ojos.
—No importa lo que me guste. Quiero que lo dejemos.
—¿Por qué? —dijo avanzando hacia mí.
Y entonces fui todo lo franco que pude. Le dije lo que siempre había pensado al respecto de lo nuestro y que jamás lo había dicho en voz alta.
—Esto no es bueno para mí Víctor. De los dos —dije señalando entre él y yo— soy el eslabón débil. El que va a sufrir cuando esto acabe.
—¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? —su repentino tono de tristeza en su voz, presionó mi corazón.
—No nos queremos de la misma manera. Tu no me quieres como yo te quiero a ti… —No me dio tiempo a acabar la frase.
—¿Y cómo demonios sabes cómo te quiero yo? —Dijo gritándome tan fuerte que casi me tapo los oídos.
—Solo lo sé —dije reuniendo todo el temple que pude.
He visto a Víctor enfadado. Lo he visto envuelto en peleas. Lo he visto discutiendo. Lo he visto pelear con su padre. Pero hoy, fue la primera vez que sentí miedo ante él.
—¡Tú no sabes nada! —por el rabillo del ojo vi como cerró su mano en un enorme puño, se adelantó hacia mí y golpeó con toda su fuerza e ira que pudo reunir en la puerta de madera del mueble de cocina superior más cercano a mí, haciéndola saltar en varios pedazos. En el mismo impacto, reventó los vasos que había en ese aparador.
Sus ojos aún seguían fijos en los míos. Sacó su mano de dentro del mueble y vi que había sangre en ella.
—Estás sangrando —dije elevando mi voz por la visión de sus nudillos ensangrentados. Me giré en busca de un trapo de cocina. Había mucha sangre en su puño, me dispuse para presionarlo con el trapo.
—No me toques —dijo con un tono de voz tan calmado, que mi piel se erizó—. Gracias por joderme un día de mierda… y por el desayuno.
Caminó tranquilamente hacia la puerta de la cocina y al llegar al marco se detuvo. No se giró del todo, solo lo justo para mirarme de reojo y cerciorarse que yo lo observaba.
—Te doy dos días para que recapacites sobre esta decisión.
Y entonces desapareció de mi vista.
¿Sabéis una cosa? Comencé a llorar como si fuera un niño. Estaba tan desconsolado. Fue como cuando tenía cuatro años y para Reyes Magos había pedido un Unicornio y aquella noche, apareció un puto Pony en mi jardín. Me sentí traicionado por mis padres. Fue como si me hubieran dejado de querer. Y ahora, a mis casi diecisiete años, me vuelvo a sentir traicionado por el Destino o por lo que sea. Jamás, escuchadme bien, jamás pedí un folla amigo, yo quería un novio como Anton pero con la edad de Víctor para no tener que escondernos.
Me giré hacia el fregador, y entre hipidos intenté tomar profundas respiraciones. Mi madre me arrastró a clases de yoga durante todo el año anterior y me vinieron geniales.
Bebí a morro de mi botella de agua. La sensación del agua fría entrando a mi estómago hizo su efecto y el temblor de mi cuerpo fue desapareciendo paulatinamente y los sollozos dieron paso a lágrimas silenciosas.
Me di cuenta de la triste realidad de mi vida. No importaba que me hiciera Víctor. Mi amor por él era incondicional.
No sé cuánto tempo habría pasado cuando sentí una mano posarse sobre mi hombro. Me había olvidado de Anton y entonces la vergüenza llegó a raudales. Ya no estaba llorando, pero sabía que tenía mis ojos rojos y brillantes por esa llantina idiota.
Me giré hacia él. Le sonreí intentando tranquilizarlo.
—Oh eso no es nada —dije cuando me di cuenta de a donde se dirigía su mirada—. Tenemos seguro del hogar.
—Siento… —hizo una pausa, supuse que buscaba las palabras adecuadas—. No debí haberte hecho caso. Tenía que haberme quedado aquí.
—Ha sido mejor así…
Anton negó con la cabeza. —No puedes decir eso. No es el momento de añadirte más presión. Pero, si esto volviera a suceder, no lo voy a…
No lo dejé acabar. —Entonces no me presiones más —dije sin alterar la voz.
De ninguna de las maneras iba a permitir que Anton y Víctor se enzarzaran en alguna pelea sin sentido, más que nada porque Víctor era menor de edad y sé de qué sería capaz. Por otro lado, Anton era demasiado noble como para permitirle que se metiera en un conflicto de este perfil, al que solo yo podría ponerle fin.
—He recibido una llamada y me ha surgido un imprevisto. Necesito irme, pero puedes venir conmigo…
Negué con la cabeza. —Tengo que estudiar —sonreí para tranquilizarlo— y recoger esto.
—Entonces me quedaré a ayudarte.
—Ni hablar de eso —dije tajante—. Nos entretendremos y tú tienes cosas que hacer. Te irás ahora y el lunes nos veremos en tu despacho.
—Tengo todas las tutorías cubiertas hasta el miércoles.
Sí, eso era cierto. Desde que Anton era el profesor de griego, últimamente había mucha fémina necesitada de sus tutorías de griego.
—Me harás un hueco el lunes, así que ve borrando a alguien. Tengo prioridad.
Anton sonrió socarronamente. —¿Qué necesitas con tanta urgencia?
Me encogí de hombros inocentemente. —Me he dado cuenta que nunca hemos tenido sexo en tu despacho.
Los ojos de Anton se iluminaron. —Entonces tengo hueco a segunda hora —dijo apresuradamente.
—Genial —y entonces me abalancé hacia él y lo besé.
__________
Aunque durante el resto del día me negué a pensar en lo sucedido con Víctor, fui incapaz de comer algo, tenía el estómago contraído en un intenso pellizco.
Llamé al seguro del hogar y concerté una cita para esa misma tarde. Aproveché todo el tiempo estudiando y para el final de la tarde me llamó Minerva para salir de fiesta. El hermano de Lorenzo iba a trabajar de guarda de seguridad en la Mae West, una discoteca de la ciudad y nos iba a colar.
Contra todo pronóstico acepté ir. Así que a las diez de la noche me recogió un taxi en la puerta de casa y me dejó en el Parque Nicolás Salmerón, frente al puerto, donde me esperaban mis amigos para hacer botellón antes de entrar a la discoteca.
Nunca bebo alcohol, en algún momento os contaré el por qué.
Lorenzo había dejado bajadas las ventanillas de su Volkswagen Golf rojo de segunda mano. Recuerdo perfectamente el sonido fresco de un recopilatorio llamado Internet Mix. Lorenzo y Paco fueron asiduos durante una temporada a subir a Alicante los fines de semana, solían probar cualquier tipo de drogas, pero últimamente parecía que no subían con aquella frecuencia.
Lucía y yo bebimos mora sin alcohol. De acuerdo, podríamos parecer aburridos, pero Lucía y yo no necesitamos alcohol para poder bailar toda una noche y divertirnos como quién más y encima no sufríamos resaca.
Minerva, Carmen, Paco, Lorenzo, Lidya y esta gente Vodka con naranja o Ballantyne Cola. Bebidas de nuestra época. ¿Os acordáis del licor 43 con chocolate? ¿O de la menta?
Pues que rule, era el lema .
Para cuando decidieron entrar, aparecieron los primeros problemas. No importaba que el hermano de Lorenzo estuviera de guarda de seguridad. Al vernos a Lucía y a mí, se negó en rotundo a permitirnos entrar. Todos nuestros amigos estaban al otro lado del cordón y Lucía y yo, en el de fuera.
Minerva se dirigió hacia nosotros, sino entrábamos ella tampoco y Lorenzo intentó convencer a su hermano, pero no hubo manera. Y entonces nos dimos por vencidos, pero ya sabéis que dicen, la esperanza nunca se pierde.
Noté un perfume familiar, un toque a cítrico y sentí el brazo de alguien pasar por encima de mi hombro. Una figura masculina se interpuso entre Lucía y yo. No me hizo falta mirar a la cara del tipo. Era Víctor.
—Ellos vienen conmigo.
Solo esas palabras bastaron para que el hermano de Lorenzo abriera el cordón permitiéndonos a Lucía y a mí pasar. El padre de Víctor era uno de los accionistas de la discoteca, así que lo que diga el hijo del jefe es lo que se hace.
—¡Vaya mierda de amigos que tienes! —dijo rozando el lóbulo de mi oreja con sus labios.
Me zafé de su brazo y rescaté a Lucía de su agarre, y con mi amiga sujeta de mi mano nos dirigimos hacia donde estaban nuestro grupo.
—¿Quién demonios es ese tío? —preguntó Minerva como si se hubiera encontrado con un famoso.
Me encogí de hombros. Ahora mismo no quería que me interrogaran sobre eso.
Fue Paco quién soltó la liebre. —¿De qué demonios conoces a Víctor?
Lucía y Minerva me miraron sorprendidas. Claro ellas conocen la historia, pero no al protagonista. Y ese no es otro que Víctor, el capullo que se acuesta conmigo y luego se va a estar con la novia, o al revés.
—Es mi vecino.
—¡No jodas! —exclamó Miguel Ángel—. Monta unas fiestas en el chalet de su padre impresionantes.
Ahora lo miré yo con la expresión… “No me jodas. He estado en todas sus fiestas”
Y entonces comenzó a sonar Wannabe, de las Spice Girls. Creo que no había nadie quieto durante esos 185 segundos y después, más cuerpos contorsionándose con las notas musicales de California Love de 2pac. y la encadenan con Don´t Speak de No Doubt. No veo el momento de ir a por un zumo hasta que comienza a sonar The Beautiful People y sé que no puedo bailar ese tipo de música sin parecer un zombi.
Lucía me acompaña porque ella se vuelve mi sombra cuando estamos de fiesta. Más que nada porque bailamos todo, no fumamos y no bebemos alcohol. Minerva está bailando con Paco, creo que intenta reconquistarlo. Veo a Lorenzo hablándole al oído a una rubia despampanante, el chico tiene mucha labia, quizás sea su aspecto de chico vacilón. Carlos hinojo está hablando con Laura. Por un momento me alegro de tener estos amigos. Siempre están cuando se les necesita y nunca han cuestionado mi orientación sexual. Es posible que sea un privilegiado.
Lucía me coge de la mano y me guía por la multitud, hasta que me encuentro de frente con alguien que no debería estar allí. Mi amiga se detiene al ver que no ando y con su vista sigue la dirección de mi mirada, que en ese momento está congelada en la imagen de Anton Schrüder y en su técnica de como meterle la lengua a una tía hasta la campanilla.
¿Cómo me siento? Ahora mismo no lo sé. Preguntadme eso mismo en unos segundos. Sé que debería de enloquecer. Anoche, Anton y yo compartimos unos momentos muy íntimos. Sexo sin precaución. No significa nada, pero ahora veo esto y no sé qué pensar.
Cuando rompe el beso con la chica morena y casi de mi estatura, comienzo a moverme.
Anton está quieto mientras se miran a los ojos y aparece una segunda chica, que comienza a bailar con ellos.
Ahora es el momento de preguntarme como me siento. —No estoy enfadado, creo que es peor de lo que valoré en un primer momento. En este instante me siento traicionado que puedo asegurar que es uno de mis peores estados de ánimo. Cuando me siento así, tiendo a hacer cosas de las que luego me arrepiento.
—¿Es tu profesor de griego? —pregunta Lucía hablándome cerca del oído. Ella lo ha reconocido. Al menos no es una alucinación mía.
Afirmo con la cabeza incapaz de articular palabra. No estoy en shock, o quizás si lo esté porque no puedo pensar con claridad y me está llegando el bajón.
Me rozo con un par de chicos mientras intento llegar de una pieza a la barra, apenas hay hueco y por un momento me siento casi sin aliento.
—Dos Piña Colada sin alcohol —pide Lucía. Se vuelve hacia mí, buscando mi aprobación. Sabe que la Piña Colada sin alcohol es de mis bebidas favoritas—. Parece como si hubieras visto un fantasma —dice arqueando una ceja.
Intento sonreír pero mis labios no se mueven. ¿Creéis que estoy exagerando? Pues esperad que esto solo acaba de comenzar y solo puede ir a peor.
Todo empieza a darme vueltas, llevo una mano a mi pecho, noto el tacto suave del cachemir de mi suéter, pero no noto alivio. Intento respirar pero no recuerdo como se hace. Veo la preocupación impresa en la cara de Lucía que me está hablando pero no sé qué me dice y entonces desaparece de mi vista.
Siento mis dedos presionándose contra el borde de la barra. No sé cuánto tiempo pasa hasta que alguien me arrastra por la discoteca hasta un pasillo oscuro, subimos unas escaleras y cuando cierran la puerta el ruido ensordecedor de la música se opaca. Siento agua fría impactar contra mi cara y todo vuelve a la normalidad.
Mi vista se centra en Víctor y Lucía que está a su lado. Víctor está muy enfadado, lo noto en su expresión, mi amiga… está asustada.
—Lucía estoy bien —digo intentando tranquilizarla—. Creo que me agobié un poco por la multitud.
Paso mi mano por la cara intentando secarme el agua que aún gotea.
—En serio estoy bien —le repito pero su expresión no se relaja.
—¡Ey rubia! —le dice Víctor—. ¿Puedes dejarnos solos?
Lucía me mira esperando mi permiso. Si le digo que no, no se moverá ni aunque Víctor intente arrastrarla fuera. Ella es una amiga de las fieles. Así que afirmo con la cabeza.
—No les digas nada a los chicos —le digo antes que salga y ella afirma con su cabeza.
Estamos en silencio mientras la puerta se cierra.
—¿Qué demonios te ha pasado? —pregunta Víctor hablando más fuerte de lo que se consideraría cortés—. ¿Has estado bebiendo? ¿Te has drogado?
Ante mi falta de respuesta Víctor da un paso hacia mí. —¿Puedes explicármelo?
Antes os dije que cuando me siento traicionado, acabo haciendo cosas de las que luego me arrepiento. Víctor y yo somos casi de la misma estatura y aunque es un poco más alto y musculado que yo siempre he sabido manejarlo.
Lo cojo del cuello de su camisa y con más fuerza de la necesaria estrello su espalda contra la puerta del despacho donde estamos encerrados. No reacciona porque lo he pillado con la guardia baja. Así que lanzo mi ataque mortal.
Capturo sus labios entre mis dientes y muerdo fuerte, noto el sabor de su sangre en mi lengua. No rompemos el beso. Sus manos me sujetan por los costados y cuando suelto la palabra mágica.
—¡Fóllame!
Me saca el suéter por encima de mi cabeza y con una de sus manos echa el pestillo de la puerta.