Mi Profesor de Griego y Yo. Madrid.
Un viaje que no iba a suceder. Una explicación que no veía venir. Y sexo de reconciliación. ¡Voilà!
Hola a todos. Quería agradecer a todas las personas que me escribís al correo electrónico por vuestras palabras de apoyo. En especial quería nombrar a Erelion, a quién martirizo y bombardeo con mis dudas sobre los relatos y que con tanta templanza y sabiduría solventa.
Este sería el orden de lectura, y aunque creo que el segundo se puede leer sin haber leido el primero, el tercero se entendería mejor leyendo el segundo. Aunque supngo que lo mejor sería leer los tres, en ese orden.
1º. Mi profesor de griego y yo.
2º. Mi profesor de griego y yo, pre viaje a Madrid.
3º. Mi profesor de griego y yo. Madrid.
Quiero aclarar que el sexo explícito, está recogido detalladamente al final del relato, a partir del último tercio. Las relaciones con Víctor, no están detalladas íntimamente porque la historia versa sobre mi profesor de griego y yo, y sería como faltar al respeto a Anton. Es solo mi suponer. Si fuera la historia de Víctor y yo, detallaría nuestras relaciones y no las de Anton. Y ahora después de la charla, os dejo tranquilos para que podáis leer.
Espero que lo disfrutéis...
Sábado 30 de Noviembre de 1.996, Almería, en algún punto entre las 2 y las 3.30 de la madrugada.
Llevo mi mano a su entrepierna y Víctor se presiona contra mí. Su cuerpo encaja perfectamente en el mío. Cuando libero sus labios de entre los míos, no logro encontrar el sabor de su sangre, pero sus labios están muy rojos. Y brillantes.
—Quiero que me duela —le digo mientras desabrocho el botón de sus vaqueros e introduzco mi mano dentro de su calzoncillo. Su polla está dura, y quema en la palma de mi mano.
Víctor se tensa y noto que se queda inmóvil. Sus manos atrapan mis muñecas y las inmoviliza a mis costados. —No voy a pegarte —sus labios rozan mi mandíbula y por el tono de sus palabras, sé que no importa que haga, Víctor no va a golpearme ni aunque se lo suplique.
—¿Y quién te ha dicho que quiero que me pegues? —pregunto ofuscado ante su repentina quietud. Sé que no ha entendido “quiero que me duela”—. Quiero que me folles sin miramiento, que no te importe hacerme daño. No quiero sexo romántico.
Víctor se aleja de mí, pero sus manos siguen sujetando mis muñecas. Me mira seriamente a los ojos. ¿Os he dicho que es muy inteligente? Me libera sin quitarme la vista de encima.
—Te diré lo que haremos —dice abrochándose sus vaqueros y colocándose bien su camisa—. Voy a salir ahí fuera, me despediré de mis amigos —evita decir y mi novia— y le diré a tu amiga Lucía que voy a acercarte a tu casa.
Me quedo mirando sin entender que quiere decirme.
—Tomaremos una ducha y nos acostaremos. A dormir.—Matiza esas palabras.
—¿Qué?
—Sé lo que está pasando aquí. Así que no voy a acostarme contigo. Al menos hoy. Si tantas ganas tienes que follemos, mañana cuando te despiertes me dices que quieres follar y follaremos.
—¿Por qué? —no estoy acostumbrado a que me rechace. ¡Esto es el colmo!
—No voy a dejar que folles conmigo por despecho. Eso no va a arreglar nada. Esta mañana te negabas a que siguiéramos viéndonos para tener sexo y quince horas después, casi me pides que te viole.
—¿Qué vas ahora de Santo?
—No me importa que me uses para follar. Pero sé que el sexo por despecho, es una mierda. Así que no va a suceder. Si tanto te gusto, pídemelo mañana. —Me guiña un ojo—. Si hace falta romperemos tu cama, la mesita o lo que quieras. Hoy no.
Lo veo girarse, abre la puerta y la cierra al salir. Parpadeo mirando a donde estaba su figura hace unos segundos. Paso mis manos por mi cara y suelto un suspiro.
Marcador 1-0.
Y por primera vez en casi 18 años, me pregunto qué demonios estoy haciendo con mi vida. Me gustaría saber si esto le pasa a otros adolescentes o, soy tan raro que solo me sucede a mí. Porque creedme, no entiendo nada de lo que me está pasando.
No sé cuánto tiempo he estado sentado frente a la puerta, pero cuando comienzo a notar cierta morriña, se abre la pesada hoja y aparece Víctor con mi abrigo entre sus manos. Lo había dejado en el guarda ropa al entrar a la discoteca.
—Vamos —dice tendiéndomelo—. Tengo la moto en el aparcamiento subterráneo —por supuesto, su padre tiene varios aparcamientos en propiedad— pero tenemos un taxi esperando en la puerta de atrás.
Lo sigo sin rechistar por el pasillo oscuro y uno de los guardas de seguridad, abre la puerta trasera y cuando la fría noche nos envuelve, se cierra a nuestras espaldas. El taxi está aparcado en doble fila y Víctor abre la puerta para que yo entre. Me siento en el centro y Víctor junto a la puerta.
Intercambiamos saludos con el taxista y nos pregunta la dirección de destino. A lo que le contesta Víctor dándole la dirección de mi casa.
Me pongo el cinturón de seguridad sintiéndome casi abatido. Víctor me ha rechazado. Es lo único que puedo pensar, y para colmo. Schrüder me engaña. ¿En qué momento he pasado de ser un triunfador a un perdedor medio moribundo? Es que ni si quiera he notado la línea de cambio.
Ante tanto derrotismo, llevo mi mano a su entrepierna. Víctor se deja hacer, facilitándome el acceso a su polla, abriendo un poco sus piernas. Por supuesto el taxista no nos ve, porque Víctor está sentado tras él. Necesito décimas de segundo para que esté duro y entonces sé, que le gusta, que al menos aún lo excito. Retiro mi mano, y noto en la oscuridad, una ligera sonrisa formándose en su boca.
Huércal es el pueblo más cercano a la capital y en menos de diecisiete minutos estamos en la puerta de casa. Víctor le índica como salir de nuestra urbanización.
Mientras me ducho, SOLO , me prepara una infusión. Me la tomo bajo la atenta mirada de mi canguro y luego, se ducha él.
SORPRENDENTEMENTE me duermo sin que haya salido de la ducha.
__________
Noto un movimiento envolvente a mí alrededor. Abro perezosamente mis ojos para encontrarme a Víctor a los pies de mi cama. Lleva sus vaqueros desabrochados. Sé que tiene todo el cuerpo depilado. No lleva camiseta, solo un trapo de cocina colocado casualmente sobre su hombro derecho. Veo sus pectorales bien formados, su estómago plano donde se notan sus abdominales y la parte de arriba de sus bien marcados oblicuos. Esa vista hace que salive. Va descalzo. Tiene unos pies muy sexis.
Me doy cuenta que lleva una bandeja entre sus manos. ¿Me ha preparado el desayuno? Y veo unas flores de ciclámenes metidos en un vaso de agua. Tiene que haber notado que mis ojos casi se me salen de las cuencas. Pero no lo dejo ni hablar.
—¿Le has cortado los ciclámenes del invernadero a mi madre?
—Había un montón, no creo que lo note —dice encogiéndose de hombros.
—Ja. Es mi madre. Claro que lo notará.
—Pues échame la culpa. Sabes que no me dirá nada. —Y se queda tan tranquilo.
Eso es cierto. Mis padres tienen a Víctor entre la espuma.
Me ofrece la bandeja. Hay un vaso de agua y otro de zumo, del que tomo un sorbo. Tortilla francesa, unas ruedas de jamón de york pasadas por la plancha y tomate partido en gajos aliñado con aceite y sal.
Lo miro sorprendido. —¿Desde cuándo sabes cocinar?
—Esto no es nada —dice quitándole importancia.
Doy otro sorbo a mi vaso de zumo y me levanto de la cama llevando la bandeja hacia el escritorio.
—¿No tienes hambre?
—Me muero de hambre —digo cogiendo un trozo de tomate y lo llevo a mi boca— ¿pero te acuerdas lo que me dijiste anoche?
—Te dije algunas cosas. Si me refrescas la memoria…
—Quiero sexo.
Sonríe ampliamente. —Ahora no es por despecho —dice convencido.
—Quizás un poco —y le sonrío maliciosamente.
Cuando llevas casi tres años acostándote con una persona, desaparecen todos los tabúes y Víctor y yo, hemos hecho de todo juntos, menos ciertas necesidades mundanas. Lo máximo que nos atrevimos a llegar fue a lavarnos los dientes a la misma vez. Eso sí, cada uno con su cepillo de dientes.
Víctor no está circuncidado, pero realmente no lo necesita, ya que la piel de su polla recorre perfectamente todo el camino. ¿Y sabéis qué? Lubrica un montón, cosa que viene genial para el sexo. Al menos antes, Víctor y yo teníamos un pacto implícito, nunca habíamos usado condones con nosotros. Quiero decir, él los usa por su lado y yo los solía usar por mi lado, pero nunca entre nosotros. ¿Y ahora? Yo incumplí ese pacto.
—Hay condones en mi mesita.
Me mira durante unos segundos y sin decir nada, se dirige al otro lado de la cama, con su gruesa polla empalmada apuntándome como si fuera CULPABLE .
Entonces, con una mano, capulla y descapulla sobre su masculinidad varias veces, dejando a la vista su hermoso glande rosado. En esa erótica acción ha empapado su mano con su líquido preseminal. Con su mano libre extiende el condón y acto seguido lo humedece con la mano que tiene su esencia.
Tenemos sexo y del bueno sobre la cama. Sin tener que tomarnos tiempo para recuperarnos, lo hacemos contra el escritorio y después en el suelo. Para el cuarto orgasmo, le digo que quiero follármelo.
Sí, habéis leído bien. Quiero Follármelo. Víctor es mayormente activo, en el noventa y cinco por cierto de las ocasiones es el quién la mete. En el otro cinco por ciento es mi turno. Disfruto mucho cuando me penetran, pero oye, también disfruto cuando yo penetro, así que ¿activo o pasivo? Mejor llamadme versátil.
Cuando hacemos una pausa, cojo la bandeja de mi desayuno. Con el tenedor pincho sobre el jamón de york y corto una porción, y luego sobre la tortilla francesa y corto otro poquito. Después lo llevo a su boca.
Víctor sonríe, y se lo come. En su turno coge un gajo de tomate y lo lleva a mi boca. Por supuesto que lo acepto y en la ofrenda, chupo sus dedos lascivamente.
Os dije que Víctor y yo, después de tener sexo, solemos tener conversaciones demasiado profundas para dos adolescentes. Pero a veces son necesarias, y ambos, aunque no lo parezca somos muy maduros. Vale, YO no siempre.
—Necesitamos hablar sobre esto —le digo con un tono completamente casual, no quiero espantarlo como la última vez.
Frunce su entrecejo.
—No quiero dejar de acostarme contigo —intento calmarlo— pero necesitamos tener unas reglas.
Conforme llevo a mi boca el tenedor con un trozo de tomate y tortilla, se me adelanta y lo captura con su boca.
—¿Cómo cuáles?
—Tienes que dejar de romper cosas —digo muy serio.
—Eso es sencillo.
Elevo una ceja cuestionando su respuesta.
—No me cabrees y no romperé cosas.
—Tienes que entenderlo Víctor. No puedes enfadarte porque no quiera tener sexo, o porque quiera que lo dejemos.
—Claro que puedo enfadarme. Me frustras y entonces necesito desahogarme.
—Te lo diré de la siguiente manera —digo un poco pensativo—. Si cada vez que tú me produces una frustración, yo tuviera que romper algo en tu casa, viviríais entre escombros.
Se encoje de hombros. —Eres un poco exagerado.
—¿Quieres que te recuerde la lista de destrozos?
Niega lentamente con la cabeza.
—La semana que viene tengo cita con mi psicólogo. Voy a pedirte hora.
QUE NADIE SE ASUSTE . Desde que salí del armario, mi madre pensó que necesitaría ayuda para madurar y que nada de lo que me dijera la gente me afectara. Así que llevo casi tres años de psicólogo, antes una vez por semana, después de los primeros seis meses, una vez al mes. Y funciona.
—¿Para qué?
—Para que empieces a tratar tus problemas de ira.
—Creo que vuelves a exagerar.
Ahora soy yo quien niega con la cabeza.
—De acuerdo. Solo iré porque me lo has pedido tú.
—¿En serio me acompañarás?
—Sabes que nunca te digo que no. Si crees que me vendrá bien, es que será bueno para mí.
Dejo la bandeja del desayuno a un lado.
—¿Sabes una cosa?
—¿Qué? —dice con duda en sus ojos.
—Te has ganado una mamada.
__________
Pasamos el resto del día, bañándonos en la piscina, haciéndonos pajas cruzadas, jugando a la videoconsola, teniendo sexo en el jardín, comiendo, más sexo. Cuando nos duchamos por la noche para acostarnos, tenemos más sexo otra vez. Cuando estamos los dos solos, no podemos parar. ¿Es una enfermedad?
Pues me encanta esa enfermedad.
Cuando Víctor se duerme, aprovecho y me pongo a estudiar un rato. Y solo tengo claro una cosa, no importa quién se interponga entre Víctor y yo, porque entre los dos acabaremos apeándolo a un lado.
El lunes por la mañana, soy yo quien hace el desayuno. Se me tuesta demasiado el pan de molde, y al zumo le echo sal en vez de azúcar. No me miréis así, los dos tarros son iguales.
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Lunes 2 de Diciembre de 1.996, Almería
Víctor detiene su KTM junto a las puertas de entrada a mi instituto. Me bajo de la moto, me descuelgo su mochila del hombro y se la doy.
Alza la visera de su casco integral y sé que quiere decirme algo. Así que mientras meto mis brazos por las asas de mi mochila, me acerco a su lado.
—¿Nos vemos luego?
Observo sus oscuros ojos verdes y me doy cuenta que han perdido el brillo de todo el domingo. Cuando estamos juntos, se crea como una burbuja para él. En cierto modo, entiendo que soy el escape perfecto a su realidad.
—Claro.
—Te recogeré a las tres. Aquí mismo.
Afirmo lentamente con la cabeza mientras le tiendo el casco. Con un fuerte rugido su moto se incorpora a la circulación a toda velocidad. Y puedo confirmar que cuando voy de paquete, nunca excede los límites de velocidad y sigue todas las indicaciones de tráfico. Pero cuando va solo, se vuelve temerario e imprudente.
Y es algo que me da miedo.
Oigo el timbre de primera clase sonando, así que me giro sobre mis talones y entro al recinto.
Hoy es mi examen de Historia. Es mi asignatura favorita, así que nunca me pongo nervioso en los exámenes de esta materia y normalmente obtengo buenas calificaciones. Por el contrario, la mayoría de mis compañeros odian esta asignatura, por lo que conforme voy caminando y paso por los bancos del patio delantero y no encuentro a nadie de mi clase, no me sorprendo. Cuando estamos en época de exámenes, la mayoría de mis compañeros faltan a clase para seguir estudiando hasta el último segundo antes del control.
Y eso que no es hasta cuarta hora.
Camino hacia los escalones que llevan a las puertas de cristal y me encuentro a Minerva con los brazos cruzados a la altura de su pecho y a Lucía sonriéndome avergonzada desde detrás de ella.
—¿No tienes nada que contarme? —pregunta Minerva con la expresión de la Santa Inquisición en su bonito rostro—. No voy a perdonarte que te fueras sin avisarme.
—Lo siento —digo ante eso—. Me surgió algo.
—Más bien, te surgió alguien —dice cambiando su expresión—. Moreno, alto y de ojos verdes. —Hizo una pausa—. Es mucho más guapo de lo que me habías comentado —dice refiriéndose a Víctor—. De hecho, ahora entiendo por qué estás tan colado por él. A mí tampoco me importaría que haga lo que hace… —siguió hablando. Con Minerva jamás te puedes aburrir.
Lucía aprovecha y se abraza a mi brazo libre. —Te llamé ayer —dice tímidamente—. Quería saber cómo estabas.
—Lo sé. Y lo siento por eso, pero Víctor pasó en casa todo el domingo, y mi móvil lo dejé en mi habitación, y cuando por la noche me di cuenta que habías llamado, era demasiado tarde para devolverte la llamada.
—¿Qué demonios estáis cuchicheando? —pregunta Minerva observándonos a ambos—. Si le estás contando alguna intimidad de Víctor y no me lo cuentas a mí, me voy a enfadar mucho.
Lucía y yo sonreímos.
—¿Tiene tatuajes? —pregunta Minerva al azar.
—Tres.
Sus enormes ojos se abren por la conmoción. Y eso que aún no le he contado el secreto de la Eterna Juventud.
—¿Qué y en dónde?
—Tres tribales muy chulos —respondo despreocupadamente—. Uno en el brazo izquierdo a la altura del bíceps y el otro a la altura de su antebrazo. El tercero está en su pierna derecha, ocupa desde su rodilla hasta el tobillo.
—¿Está dotado?
—Sí —digo tajantemente—. Víctor es muy inteligente —sonrío sabiendo a que se refería. Mi amigo obtuvo la friolera puntuación de 137 en el examen de CI que nos hicieron en verano. ¿Yo? Un triste 115.
—No me refiero a esa dotación.
—Lo sé, pero es algo que no te voy a responder —sonrío elevando mis cejas.
Y entonces, me encuentro a su espalda con la imponente figura de Anton. Alza su mano en una especie de tímido saludo y en vez de responderle, me centro en la cara de Minerva fingiendo que no lo estoy viendo.
FALLO ESTREPITOSAMENTE.
Anton está de pie. Majestuoso. Hoy lleva un traje azul marino y camisa blanca. Suele conjuntar muy bien su ropa y como de costumbre le suele quedar genial. Continúo fingiendo que no veo lo apretado que se ve su pecho envuelto en esa chaqueta. Finjo que no veo sus abultados bíceps, ni sus fuertes piernas. Finjo que no estoy viendo a un traidor, porque solo ha pasado un día y me sigo sintiendo tan miserable como en el primer momento que lo descubrí besándose con la chica morena.
Por todos los medios intento que mi expresión no cambie y creo que lo consigo, porque Minerva no se ha dado cuenta que estaba mirando a un punto detrás de ella.
Suena el segundo timbre y Lucía me saca del pozo de miseria en el que me estaba hundiendo.
—¿A qué hora tienes tu examen? —pregunta Lucía.
—A cuarta hora —digo intentando no sonreír.
—Como te gusta restregarnos que eres buenísimo en Historia —añade Minerva mientras subimos los tramos de escalones. Para ese momento se ha enganchado en mi brazo libre—. Necesitaré que me ayudes para mi examen —dice esperanzada. Pero ella es mi amiga, así que la ayudaré en lo que sea. Incluso a deshacernos de algún cadáver.
En mi instituto ser de primero de BUP, tiene cosas buenas, como por ejemplo no tener que subir escaleras, sus ocho clases están en la planta baja. Los de segundo, también tienen algo bueno, solo suben dos tramos de escalones. Y los de tercero y COU, joder, tenemos demasiados escalones para subir hasta la tercera planta. Por supuesto que hay un ascensor, pero solo lo usan algunos profesores y los estudiantes con movilidad reducida.
Cuando llego al final del pasillo de la tercer planta, me doy cuenta que la noche con Víctor me pasa factura y tengo agujetas en la zona interior de mis muslos y en las espinillas. Hacer sentadillas mientras disfrutas de sexo, es contraproducente. Pero, este tipo de dolor, no es malo, quiero decir, es de esos dolores que me excita ya que sé qué y quién me los produce.
Entro a la clase de Lengua y el peor de mis pronósticos se cumple, solo 8 alumnos de 30. ¿Sabéis que significa eso? Que hoy la profesora nos acribillará a preguntas a los incautos alumnos que nos hemos atrevido a asistir a clase.
Os informo. No acudo a mi tutoría privada con Anton. Sé que lo he dejado tirado, pero no me siento bien como para tener una charla con él, y menos para fingir que no ha pasado nada. Dios, había insistido en esta tutoría para tener sexo en su despacho.
SPOILER ALERT!! Hoy no sucederá.
En segunda hora, la profesora de Latín se enfada. Ella sola, porque no le hemos dado motivo alguno. Nos dice muy airada, “si os pensáis que os voy a dejar estudiar Historia durante MI clase, la lleváis clara”. Casi la imagino clavándose el dedo índice en su esternón.
Cuando llega la hora del primer recreo, Lucía, Minerva, Paco, Lorenzo, Carlos Hinojo, (Hinojo es su apellido y se lo decimos para diferenciarlo de Carlos Martínez, que es el chico que tiene los ojos más bonitos que he visto en toda mi vida), y yo, nos vamos a desayunar fuera.
En la calle de mi instituto hay varios bares, pero justo en el bar frente a las puertas de entrada, hacen unos bocadillos de tortilla de patatas, lomo, carne con tomate y, o calamares fritos, que son un auténtico escándalo. Y encima solo cuestan 125 pesetas, al cambio unos 75 céntimos de euro.
En mi tercera clase, Filosofía, seguimos siendo menos de 10 alumnos. El profe que es muy enrollado nos deja estudiar toda la hora. Antes de que llegara Anton al instituto, tuve un par de sueños eróticos con este profesor de Filosofía, ya que tiene un rollo hippy de esos que me llaman la atención.
Cuando suena el timbre de fin de clase, veo a mis compañeros de clase más nerviosos que en todo el día. La hora de la verdad ha llegado. Cojo dos bolígrafos y dejo el resto de mis cosas en clase.
El examen de Historia lo vamos a hacer en el Salón de Actos. José Antonio Haro, tiene un criterio sobre sus exámenes y es que, da clases a cuatro terceros por lo que nos hace el examen a todos a la misma vez. Alega que así no podemos quejarnos de que el examen de uno de los cursos es más fácil que el del otro.
Salgo el último de clase y justo frente a la puerta. Me encuentro erguido a un Anton Schrüder que exuda autoridad. Normalmente los alumnos somos muy ruidosos y locos en el pasillo, pero cuando una figura como la de mi profesor de griego está en medio de todo el alboroto, casi puedes oír el suave tintineo de un alfiler rebotando en el suelo.
Ni si quiera me da tiempo a asimilar su presencia y mi estómago da un vuelco. Los nervios están amenazándome con explotar en mis sienes.
—¿Podemos hablar un momento? —su voz solo muestra dureza revestida de terciopelo, pero sus ojos más bien son suplicantes.
Sabe que algo grave está pasando y él a diferencia que yo, no es un cobarde. Quizás si yo tuviera 34 años, lo enfrentaría. Bueno, si tuviera 34 años probablemente le hubiera dado la hostia de su vida en la discoteca, pero asumámoslo. Aún no he cumplido 17 años.
—No puedo —digo manteniendo mi voz audible—. Tengo examen de historia en el Salón de Actos y no puedo llegar tarde.
—Solo será un minuto —dice sacando sus manos de los bolsillo y caminando hacia mí.
No estoy preparado para esto. Ahora mismo, en este estado emocional, no puedo tener esta conversación. Creo que no la podría tener de ninguna de las maneras. Ni si quiera en la playa sentado en una hamaca con una piña colada bien fresquita.
Y observándolo a sus ojos, veo que él desea con todas sus ganas que hablemos sobre lo que me está pasando. Pero ahora mismo, en mi interior hay una lucha encarnizada de tal magnitud, que podría avergonzar a la mismísima batalla de Lepanto.
Noto las lágrimas quemando en mis ojos. Saboreo el desagradable gusto de la bilis en mi boca. Mi corazón está latiendo tan desagradablemente fuerte que temo que me vaya a estallar y cuando creo que me voy a derrumbar…
—Martín, llegamos tarde a nuestro examen —dice Lucía. Oigo su voz casi temblar. Minerva está a su lado, su entrecejo fruncido me dice que acaba de descubrir qué; 1+ 1 = 2.
Entonces sé que me han salvado de este momento desagradable. Noto mis ojos dejar de escocer, el sabor de la bilis desaparece, mi pulso se restablece y aclaro la garganta antes de hablar. —Lo siento, pero llego tarde.
Y desaparezco de su lado antes de incluso darme cuenta. Evito mirar a los ojos a mis amigas. Aunque Historia es una asignatura común en tercero de BUP, ni Lucía, ni Minerva tienen a José Antonio Haro de profesor.
Por lo que hoy no tienen que hacer el examen.
Vicenta, una de las profesoras que nos supervisará durante el examen, nos comenta que José Antonio Haro, no ha venido al examen porque la esposa del profesor ha dado a luz esa misma mañana.
Los profesores presentes nos redactan 4 preguntas a desarrollar de las que solo debemos responder 3. Tengo a los Carlos, Hinojo y Martínez a cada lado mío, y se copian de mi examen a saco.
A día de hoy sigo pensando que incluso pusieron mi nombre en su examen. Ellos me aseguran que no.
Acabo el primero, pero espero pacientemente a que mis dos compañeros terminen de copiarse. Cuando veo que ya me asienten, me levanto y entrego el examen con sus 9 folios de contenido, y con la vista puesta al frente cruzo raudo y veloz el pasillo y salgo al patio delantero.
Minerva y Lucía, están sentadas con su espalda apoyada en la tapia del instituto y me dirijo hacia ellas. Están comiendo risketos y me ofrecen la bolsa. Cojo unos cuantos y me siento apoyando mi espalda contra el pecho de Lucía. Me coloco las gafas de sol, porque aunque estamos en diciembre, hoy tenemos un sol brillante y 16 magníficos grados.
Ellas no han tenido biología y mientras nos relajamos, Minerva ha apoyado su cabeza sobre mi muslo. Estamos en silencio, porque a veces entre nosotros no necesitamos hablar para sentirnos acompañados.
—No vayáis a giraros —dice Lucía sujetando con su mano la cabeza de Minerva—. Tu profesor de griego te está mirando otra vez a través de la ventana de la sala de profesores —su tono de voz es bajo.
—¿Otra vez? —es lo único que puedo articular, su confesión me ha dejado frío.
—Si —hace dos minutos también te miró.
—¿Parece enfadado?
—No —dice pensando en su siguiente palabra mientras mete un risketo en mi boca—. Yo diría que más que enfadado parece contrariado.
—No sabéis como jode la lucha interior que tengo ahora mismo para no mirar.
Ahora soy yo quién le sujeta la cabeza a Minerva. —Por favor ni se te ocurra.
—Estoy sufriendo —se queja Minerva—. Es que no os hacéis una idea de cómo me duele tener que fingir que el movimiento de las nubes es tan interesante como para llevar tres minutos seguidos observándolas.
—¿Qué está pasando Martín? Sabes que puedes contarnos cualquier cosa ¿verdad? —pregunta Lucía.
—Y que no diríamos nada —agrega Minerva muy seria.
Guardo silencio durante unos segundos. Ni si quiera estoy cuestionándome decírselo, es algo mucho más serio de lo que puede parecer. —Lo siento. No puedo hablar de eso.
—¡Jo-der! —exclama Minerva magnificando esas dos sílabas. Acaba de entender que el límite de 1 elevado a infinito ya no es una indeterminación—. ¡Ahora más que nunca odio estar mirando las nubes! ¿Puedo girarme ya?
—¡No! —exclamamos a la misma vez Lucía y yo. Y entonces como respuesta Minerva gira su mano y me aprieta el brazo.
Lucía cruza sus brazos por encima de mi pecho, siento un abrazo reconfortante. En la discoteca, ella vio lo mismo que yo. —Gracias por confiar en nosotras —dice en un susurro junto a mi oído.
—¡Ey! Vosotros tres —grita Lorenzo consiguiendo que nos sobresaltemos, y nos saca de nuestro momento íntimo—. Se han producido dos bajas en el viaje a Madrid.
Minerva se levanta de su obligado tumbado. —Eso significa que vienes a Madrid con nosotros.
—¿Quién? —pregunto siendo consciente de lo que acaba de decir.
—Pues tú capullo —dice Minerva con la misma energía.
—Nooo. ¿Quién se ha dado de baja?
—Lali y José —son los hijos de Eulalia y José Antonio Haro—. ¡La profe de Historia del Arte, ha desembuchado!
Y así es como consigo mi billete para el viaje a Madrid.
Cuando finaliza el segundo recreo, me encuentro ante una disyuntiva del tipo ¿Y ahora qué hago? Mi clase de historia comienza a quinta hora, pero el profe no ha venido y hemos hecho el examen, así que técnicamente tengo una hora libre.
—No voy a entrar a inglés —dice Minerva sonriendo. Mientras se van nuestros compañeros a sus respectivas clases.
No quiero reprocharle su actitud, pero ahora mismo estoy que exploto de la alegría. No quiero quedarme solo, aunque sé que Anton tiene griego con los de COU D.
—¿Y eso? —pregunto inocentemente.
—Para esta semana ya he sobrepasado mi umbral de tolerancia hacia Rosa Trujillo —dice como si fuera suficiente excusa.
—Es lunes —la acuso.
—Pues ya sabes que pasará el miércoles y el jueves.
Tampoco entrará.
Nos acercamos a la cantina del instituto, ella compra una bolsa mix de frutos secos, yo una botella de agua y nos dirigimos hacia las pistas deportivas de la parte de atrás. Alguna clase está practicando voleibol y Minerva y yo nos sentamos en un banco mirando hacia el sol.
—¿Puedo preguntarte algo? —dice tras varios minutos de silencio.
—Claro —digo girándome hacia ella.
—¿Por qué te fuiste el sábado de la Mae? Quiero decir, ¿fue por lo de Anton besándose con esa chica?
Muerdo la parte baja de mi labio superior. Esas simples palabras desatan un huracán en mi interior. La sensación es desagradablemente abrumadora y no de la buena manera.
—¿Tú también lo viste? —pregunto suspirando.
Niega con la cabeza. —Me lo dijo Paco.
—¿Qué te dijo?
—Nena. No sabes que acabo de ver. Una tía se le ha lanzado a Don Anton Schrüder, parece que le esté auscultando el último tramo de la tráquea —dice Minerva imitando perfectamente la voz de Paco.
Casi intento sonreír.
—¿Estás enamorado hasta las trancas verdad?
La miro sorprendido. Es cierto que Anton me gusta mucho, y de ser posible una relación normal, sé que duraría, pero llamarla “enamorado hasta las trancas”. —No lo sé.
—Te afectó demasiado como para un “No lo sé” —dice entrecomillando esas palabras con sus dedos índice y corazón de sus dos manos.
Me encojo de hombros.
—Solo voy a decirte algo. —Se pone muy seria—. Víctor te hace lo mismo, y para nada te sientes molesto con él.
Voy a replicarle. Pero ella alza su dedo índice haciéndome callar.
—Esa es la verdad y es incuestionable.
Definitivamente es un hecho. ESTOY ENAMORADO DE ANTON SCHRÜDER.
__________
Viernes 6 de Diciembre. (Puente festivo por el día de la Constitución y el día de la Inmaculada Concepción)
A las siete de la mañana mi padre y mi madre nos dejan en la estación del tren. Con ”nos” me refiero a Lorenzo, Paco, los dos Carlos, Carmen, Minerva, Lucía, Víctor y yo. Sí, Víctor, porque contra todo pronóstico es su Instituto, Celia Viñas, con quién hacemos el viaje de convivencia.
No va a salir nada bueno de eso. Y lo sabemos. Más que dos institutos, somos como la franja de Gaza e Israel, no hay reconciliación que valga. Somos los dos institutos más antiguos de Almería, y normalmente en los enfrentamientos de los equipos deportivos hay broncas entre los dos bandos.
La cuestión es que el jueves por la noche, hicimos quedada en casa. Alquilamos un par de pelis de miedo, compramos palomitas de maíz, refrescos, aunque Paco y Lorenzo llevaban su propio condimento, y nos estuvimos bañando en la piscina climatizada. Lo pasamos genial aunque ya hubo un primer choque.
Paco recriminó a Víctor una entrada brusca en un partido de fútbol de hacía unos días. Y Víctor, con el tacto que lo caracteriza para con el mundo exterior, le respondió que “jugáis como nenazas” .
Fue toda una declaración de intenciones.
Hacía un frío que pelaba y a los grupos de estudiantes que ya estábamos en la estación, se nos sumaron otros, hasta que a las siete y cuarto de la mañana, salió el tren.
¿Os hacéis una idea de qué profesor cubrió la vacante de José Antonio Haro? El señor Schrüder.
Con dos cojones.
Siete horas y treinta siete minutos, 6 bolsas de gusanitos, quinientas pesetas de gominolas y dos películas Disney después, llegamos a Madrid.
Nos esperaban 5 autobuses para llevarnos al hotel. En el vestíbulo los profesores, nos reunieron y nos guiaron hacia uno de los salones, donde nos iban nombrando por orden de parejas para dormir.
Me encantaría deciros que me tocó dormir con Víctor, pero si lo dijera, el relato dejaría de ser verdad. Me tocó con Bernardo Rodríguez, un chico pelirrojo, más bajito que yo y delgado, con un par de marcas de acné y solo al ver su cara, supe que nos íbamos a llevar genial, aunque llevaba una camiseta de Star Wars.
Nos dieron la llave de la habitación y subimos por el ascensor.
—¿Eres fan de Star Wars?
—Sí tío —dice con tanta efervescencia que me sorprendo—. Es mi saga favorita. ¿Y a ti te gusta?
—Me encanta la chica de las ensaimadas —me refiero a la princesa Leia— y ¿Harrison Ford?, es un máquina actuando.
Bernardo me mira muy serio, como si le hubiera dicho el peor insulto del mundo. —Esa, es la Guerra de las Galaxias —dice con un tono que me grita, “arderás en el infierno por ese sacrilegio” , “¿cómo has podido confundir a Naomi Campbell con Cindy Crawford o viceversa?” .
—¿Y cuál es la diferencia? Si hay monos que hablan.
—No es un mono —dice casi ofendido—. Se llama Chewbacca y es un Wookiee y solo sale en Star Wars.
—De acuerdo pequeño Padawan ¿me vas a explicar la diferencia?
Me sonríe. —¿En serio te interesa?
—La verdad es que no —digo encogiéndome de hombros— pero entre política y fútbol, el cine es más inofensivo. Aunque estaba comenzando a dudarlo.
Montamos rápidamente un horario de uso del baño. Y me toca ducharme primero. Teníamos una hora, antes que nos abrieran el comedor del hotel para almorzar.
Lo interrogo sobre trapos sucios, si ronca, si le huelen los pies, si hace ruidos nocturnos, si es alérgico a alguna comida o si tiene alguna enfermedad que deba saber.
El maestro Yoda está limpio, es un alivio. No quiero sorpresas desagradables.
Cojo una muda para cambiarme y en mi mano libre sujeto el neceser. Una vez en el baño preparo mi gel, el champú y exfoliante facial. Si demasiado gay, pero mi madre es médica dermatóloga y me ha obligado desde siempre a usar exfoliante, por eso nunca tuve un grano o un punto negro en la cara. Y tengo una piel muy suave.
Mientras espero que haga efecto la crema exfoliante, me he sentado sobre la tolla colocada encima de la tapa del váter y he puesto mis pies sobre el bidé. Estoy jugando en mi Nokia al juego de la serpiente y por el rabillo del ojo, veo como la puerta del baño se abre lentamente y mi cabeza se inclina ante esa invasión de mi intimidad.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —pregunto verdaderamente sorprendido al ver a Víctor desnudo en la puerta del baño.
—Soy tu nuevo compañero de habitación —dice sonriendo ampliamente.
—¿Y Bernardo?
—¿Quién? —pregunta Víctor sorprendido.
—El chico pelirrojo…
—¡Ahhh! —dice distraídamente—. Lo he invitado a cambiarse de habitación. ¿Crees que si nos duchamos juntos nos dará tiempo a echar un polvo rápido?
Lo miro atónito desde encima del váter. —Claro.
Comemos juntos con mis amigos y dos amigos de Víctor. Uno de ellos, Raúl parece muy interesado en Minerva y el otro, Joaquín, me observa de vez en cuando. Lo he visto un par de veces por casa de Víctor y creo que no nos caemos bien.
Durante nuestro almuerzo tardío, Anton y yo cruzamos un par de miradas. Por lo menos no está en el pasillo de la planta de mi habitación.
Esa tarde la tenemos libre y damos una vuelta por un centro comercial cercano. Cenamos fuera y para cuando regresamos a la hora que nos indicaron, algunos chicos han montado una fiesta clandestina en uno de los dormitorios más alejados de los profesores de planta.
Me cruzo con Bernardo en el ascensor y apenas me mira. Lo saludo y me responde mirando de reojo a Víctor. Entonces miro a Víctor cuestionadoramente y cuando nos quedamos solos en el ascensor ataco.
—¿Qué coño le has dicho?
Sonríe socarronamente. —No mucho —dice encogiéndose de hombros—. Le di las llaves de mi dormitorio y le dije que por su bien, cogiera sus cosas y se mudara.
—¿En serio? —pregunto casi ofendido.
Víctor suelta una carcajada muy erótica. —Qué va, me estaba quedando contigo. Le pregunté que si le importaba cambiarse de habitación y me dijo que no. Ya sabes, soy muy conocido en el instituto —ese lado chulesco de Víctor me pone mucho. Pero es cierto, es un chico que parece muy seguro de sí mismo, aunque a la misma vez es tierno y vulnerable. Aunque eso solo lo sé yo.
Cuando las puertas del ascensor se abren en la tercera planta del hotel, hay una batalla campal en el pasillo. No me da tiempo a sujetar a Víctor que se ha lanzado a separar a sus amigos que están enfrascados en una trifulca contra algunos chicos de mi instituto.
Minerva y Lucía se interponen entre Paco y Lorenzo, que también se han metido en la pelea, Carmen está con Carlos Hinojo y cuando me voy a acercar para ayudar, una fuerte mano se posa sobre mi hombro y me detengo instantáneamente.
Anton Schrüder, camina como Moises entre las aguas del Mar Rojo mientras las cruzaba con los israelitas de Egipto. —Quédate aquí —dice pasando a mi lado.
Con forme se va acercando, los chicos van abriendo paso y cuando está en el punto donde se está repartiendo la leña, aparta a dos de los chicos que se estaban dando de lo lindo y arrastra a un tercero mientras grita —Vosotros dos, cada uno a un lado del pasillo —y sorpresivamente se hace el silencio. Ese es el efecto Anton Schrüder. Creo que acabo de tener un orgasmo.
Llegan otros profesores alertados por algunos alumnos y con ellos un par de guardias de seguridad.
—Todo el mundo en 5 minutos en el Salón de Comidas —dice una de las profesoras que no conozco de nada. Menos vosotros —le dice a los chicos que estaban en medio del meollo.
Camino con mis amigos para ir al salón. Los comentarios de los grupos de chicos son del tipo; ¿Y ahora qué pasará?, ¿por qué se han peleado?, ¿crees que nos cambiarán de habitaciones? Ojalá porque mi compañero es un capullo , y ese tipo de cosas. Nos echan el rapapolvo del siglo y tras 20 minutos de disciplina nazi, reorganizan algunos grupos. Dos de los chicos, mayores de edad, mañana mismo serán enviados de vuelta a Almería, los otros tres que iniciaron la pelea se van a dormitorios con profesores y Anton, que tiene 34 años y es perro viejo, se las arregla para que el amigo de Víctor que se estaba envuelto en la pelea, lo cambien de la habitación de Paco y Carlos Martínez y se vaya al dormitorio de “Bernardo y mío” . Aunque ahora es el de Víctor y yo. Aunque eso no lo saben los profesores.
¿Qué significa eso? Que al ser el único alumno de letras, me voy al dormitorio de Anton. A dormir en una cama supletoria. Yo, que no tengo nada que ver con la pelea. Veo a Víctor discutiendo con una profesora. Por supuesto que no está contento con la decisión. Ni yo tampoco lo estoy.
—Menuda luna de miel vas a pasar —dice Minerva junto a mi oído.
—No tiene gracia —le respondo.
—Claro que sí. Esto es una señal para que arregléis lo vuestro. Fíjate que sexi va con esos vaqueros tan ajustados. —suspira—. Desnudo, tiene que ser un espectáculo.
La miro con cara de asesino en serie. —No necesito más gente detrás de él.
Veo a Bernardo y me dirijo a él, le explico que tiene que subir con nosotros a la habitación y en principio no lo entiende, no trato de explicarlo, zanjo el asunto con un; tu sube con nosotros y guarda silencio.
Subimos al dormitorio, Anton, Bernardo, Joaquín y yo. Mientras recojo mis cosas. Llega Víctor, sé que mataría ahora mismo a su amigo por haber montado el follón. Pero tampoco puede ponerse a pelear. Al fin y al cabo Joaquín es uno de sus mejores amigos.
Camino cabizbajo hasta el ascensor. Anton me sigue en silencio. Huelo su tufillo a triunfador. Ha conseguido un hat trick. Me aleja de Víctor, que él no lo sabe, me lleva a su habitación y encima tiene vía libre para interrogarme.
—¿Vas a decirme que te pasa? —pregunta cuando se cierran las puertas del ascensor.
Ni si quiera ha esperado llegar a la habitación. ¿Por qué no me sorprende?
—No.
Sé que me está mirando. Espera una respuesta. Y la va a obtener. Solo tiene que presionar un poco más.
—Es muy sencillo Martin. Vamos a estar en la misma habitación. De ti depende que estemos bien, o por el contrario que nos sintamos incómodos.
No lo miro. Ni respondo.
—Al menos dime que es lo que he hecho.
Lo miro sorprendido. Y muy cabreado. —¿Cómo tienes el descaro de preguntarme que has hecho? Esto es el colmo.
—Quizás sea porque quiero saber qué es lo que está pasando.
Las puertas del ascensor se abren. Y tiro de mi maleta con ruedas, y con mucha indignación hacia el lado de la derecha.
—Hacia la izquierda —me indica Anton.
Cuando entramos en la habitación, veo todo ordenado pulcramente. Dudo un segundo en deshacer mi maleta. Así que la dejo al lado de la cama supletoria.
—¿Vas a decírmelo? —la pregunta no está hecha para presionar, sino para darme a elegir si quiero responderla o no.
Lo miro en silencio durante unos segundos. Y barajo un montón de posibilidades. Pero solo encuentro una salida.
—¿Por qué lo hiciste?
Anton me mira con duda en sus ojos.
—¿A qué te refieres?
—Tienes 34 años. Deja de fingir que no sabes que hiciste.
—Crees que necesito fingir algo. Siempre he sido sincero contigo, ¿porque iba a fingir ahora? Sólo dime que te pasa y lo solucionaremos.
Y entonces exploto. —Estoy demasiado cabreado para mantener esta conversación. —Digo intentando no gritarle—. No te haces una idea de cómo me sentí, cuando te vi en medio de la discoteca besándote con una mujer. Como demonios me hiciste eso. Me engañaste.
Noto el momento exacto en que Anton entiende que es lo que me sucede.
—Creo que te confundes —dice sentándose en su cama.
—¿Me confundo? Te estabas besando con ella y vete a saber que hiciste luego con la chica rubia.
Anton sonríe.
—No le veo la gracia —le digo enfadándome aún más.
—La tiene —dice aun sonriendo—. Punto número uno, jamás hablamos de ser exclusivos. Punto número dos, la chica rubia es mi hermana. Y tengo que decirte, que me siento halagado que estés celoso. Significa que te importo.
—¿Quién es la chica morena? —y realmente no quiero saberlo.
—Kajsa. —Me mira fijamente decidiendo algo—. Mi exnovia.
—Si es tu exnovia ¿por qué la besaste?
—Yo no la besé.
—Al menos admítelo, te vi yo y la mitad de mis compañeros —digo alzando la voz.
—Te lo vuelvo a decir, que tú creas que yo la besé, no significa que la besara. Ella me besó y no sentí correcto apartarme. Fue solo un beso, no es como si me hubiera acostado con ella.
Que Anton fuera tan comedido en una discusión, no ayudaba a relajarme. Necesitaba poder gritarle. Necesitaba fogar, gritando y rompiendo cosas como en las películas, no quería una discusión por lenguaje de signos.
—La primera vez que tuve una experiencia con un hombre fue con 18 años. —Dice sin venir a cuento—. Estaba haciendo el servicio militar en Israel. Nunca había sentido atracción por un hombre, de hecho, solo nos masturbamos durante unas maniobras en los Altos de Golán, pero me gustó.
Anton pasa una mano por su pelo corto. Y me mira. Su mirada está tranquila. Lo imagino como en una ponencia ante una multitud. Porque Anton tiene un porte muy aristocrático. Es muy disciplinado, ¿cultura nórdica?
—No volví a tener ninguna intimidad con otro hombre. De hecho, no fue hasta hace tres años que en una fiesta con los compañeros de trabajo, en la que habíamos bebido un poco —lo dijo como si hubiera dicho, no estábamos borrachos, sabíamos lo que estaba pasando— uno de ellos que llevaba un tiempo tirándome los tejos, de camino a casa me hizo una mamada en el coche.
Lo miro sorprendido.
Me sonríe y su cara tiene una expresión dulce e inocente y precisamente no estamos hablando de la floración en el desierto de Kalahari.
—Fue espectacular —y yo me enrojezco—. Es imposible de entender como una mamada consiguió que me replanteara mi heterosexualidad. Ni si quiera lo toqué, pero la sensación que conseguí en ese acercamiento con otro hombre, fue abrumadora. En un primer momento no quise reconocerlo, pero días después Markus, que es el chico que me hizo la mamada y compañero de trabajo, vino a casa.
—¿Estaba colado por ti?
—Creo que no —sonríe—. Se supone que solo vino a hablar. Las cosas se habían puesto un poco tensas entre nosotros. Más bien por mi culpa, pero acabamos teniendo sexo en el salón. Fue uno de mis orgasmos más intensos. Ahí me di cuenta, que disfrutaba mucho del sexo sin importar quién hubiera debajo, si un hombre o una mujer.
—¿Cuándo conociste a Kajsa?
Cuando Anton pone su mirada en mí, veo cierta nostalgia en su azul profundo. Tiene unos ojos muy hermosos, de los más bonitos que he visto. Y en cierto modo, me doy cuenta que Anton es un hombre, bueno y muy noble.
—Poco tiempo después. Fue un flechazo en toda regla. Comenzamos a salir y todo nos iba genial. No fue hasta hace unos meses que me encontré con Markus y un amigo de él. Me invitaron a montarnos un trío, pero yo estaba saliendo con Kajsa y no quería engañarla, así que decliné la oferta. Pero el deseo estaba ahí. Así que sin decirle completamente mis motivos, hablé con mi novia, le dije que quería dejarlo por un tiempo, que me había apuntado a un programa de intercambio para enseñar en el extranjero y que necesitaba aclarar mi mente.
Hace una pausa y me mira con una expresión tímida y divertida.
—Entonces llegué aquí, y un alumno de tercero de BUP me tiró los tejos y consiguió llevarme al huerto. Es así como se dice ¿cierto?
Afirmo con la cabeza. Vale, sabéis una cosa, se ha esfumado mi enfado. Ahora solo quiero abrazarlo.
—Te preguntarás que por qué te cuento esto, pero quiero que sepas que no soy un mentiroso. Puede que tarde en decidirme para tomar una decisión, porque después voy con todas las consecuencias. Quiero que sepas que no me gusta mentir. Cuando el sábado, te dije que me había surgido un inconveniente y te pregunté si querías venir conmigo, esa llamada, era de mi hermana que había llegado por sorpresa al aeropuerto de Almería para pasar el fin de semana conmigo. Me hubiera gustado que hubieras venido, podría haberle dicho, “eh Sonja, ¿sabes que tu hermano ha perdido la cabeza por este adolescente?” Pagaría por ver su cara de sorpresa.
—¿Alguien en tu familia sabe que eres bisexual?
Se queda pensativo, observándome en silencio. —No, pero creo que es hora de ir contándolo. Ya no puedo fingir que ha sido algo casual. Esto es real.
—¿Cómo crees que reaccionarán tus padres?
Se encoge de hombros. —Realmente no es algo que me preocupe. Jamás he escuchado a mi madre o a mi padre, decir algún comentario despectivo sobre el colectivo. Mi hermano menor, Thomas, es psicólogo y acude dos veces por semana a un centro para menores lgbti, presta ayuda psicológica. Y Sonja, simplemente es genial.
—¿Y qué hay de Kajsa?
Inocentemente se encoge de hombros. Sé que ella le afecta. —Le dije que estaba viendo a alguien y que ella debería comenzar a rehacer su vida. No se lo tomó bien, pero ya te he dicho que no me gusta engañar y no quería hacerla seguir perdiendo el tiempo.
—¿Y estás viendo a alguien? —pregunto sin haber entendido el significado de sus palabras. O quizás es que mi subconsciente quería escucharlo de su propia boca.
—Bueno, ahora mismo no lo sé. Hace una semana si, se podría decir que estaba… “saliendo” no es la palabra —dice pensativo— estaba… viendo a un chico.
Y entonces lo ha dicho, ese chico soy yo. Ahora es el momento en que tengo que pedirle disculpas y decirle que siento haber sido tan inmaduro.
—No voy a dormir en la cama supletoria —es lo único que logro decir.
—No pasa nada, lo haré yo.
Cojo mi pijama y me dirijo al baño para cambiarme. Supongo que también quiero darle intimidad a Anton para que se cambie. Cepillo mis dientes. Cuando salgo, Anton está sentado sobre la cama supletoria. Lleva solo el pantalón de un pijama de algodón color gris, que cae justo por debajo de su cintura. Deja al aire sus sexis músculos. Que oblicuos, que abdominales. ¡Qué todo, por favor!
Esa vista podría catalogarse como triple rombo. Porque sencillamente es espectacular.
Cuando se pone de pie, aunque su pantalón es ancho, se marca perfectamente su musculoso culo y su paquete. No hace falta que os diga que Anton está muy bien dotado y encima sabe usarlo. Es un compañero de cama muy generoso.
—Entonces, ¿estamos bien? —pregunta sin saber dónde poner sus brazos.
Me acerco a él, en silencio y lo abrazo y Anton me envuelve entre sus fuertes y cálidos brazos. —Sí —respondo sintiéndome reconfortado—. Siento haber sido un inmaduro. —le digo inhalando su embriagador aroma.
Sus manos viajan hacia la parte alta de mi espalda, pasan por mis hombros y mi cuello hasta hacer que eleve mi cara para mirarlo. Cuando nuestras miradas se conectan, veo su usual azul acero derretido, y eso solo significa, SEXO.
Anton es más alto que yo, unos quince o veinte centímetros. Pasa su pulgar lentamente sobre mis labios, con sus manos eleva mi mandíbula, se inclina y me besa tiernamente. Solo le basta que mis manos acaricien su espalda desnuda para que el beso se vuelva más salvaje. Noto su casi invisible barba rozar mi cara imberbe y hago que ande hacia atrás, hasta que se sienta sobre la cama supletoria y me pongo a horcajadas sobre sus piernas.
Mientras seguimos besándonos, sus manos viajan hasta mi cintura, capturando el borde de mi pijama y tira de él hasta sacármelo por la cabeza. Cuando mi piel desnuda, se roza contra su piel desnuda, un escalofrío recorre mi espalda y siento sus pezones clavándose contra mis costillas. Supongo que el nota también mis pezones sobre excitados.
Meto una mano entre él y yo, y capturo su masculinidad, que está más que lista para partir almendras duras. Me trago su gemido en mi boca.
Anton se pone en pie y yo aprovecho para abrazar su cintura con mis piernas, camina hacia la cama de matrimonio y me acuesta sobre ella, con él, entre mis piernas. Noto su dura polla presionarse contra la mía, que está igual de dura y cuando presiona su polla contra la mía y se mueve en círculos gimo. Y eso que tenemos cuatro malditas capas de ropa entre nosotros.
Mientras sigue besándome, su lengua explora cada rincón de mi boca, meto mis manos por sus costados, entre su calzoncillo y su piel y tiro de su ropa hacia abajo. Me tiene capturado, por lo que no tengo mucho recorrido con mis manos. Anton se incorpora para ponerse de pie y permitirme acceso para desnudarlo y cuando su polla salta dura hacia arriba hasta la altura de mi cara, me maravillo por lo hermoso de su hombría.
Capturo su tronco y meto el glande en mi boca, mientras trago todo lo que puedo, atrapo sus tersas y gordas bolas con mi mano, acariciándolas y presionando sobre su parte superior. Tengo más de la mitad de su polla en mi boca cuando lo siento gemir. Y disfruto ser quién le produce esa reacción. Cruza sus manos a su espalda y me ofrece todo lo que tiene. Necesito compensarlo por mi vergonzoso comportamiento de estos días, así que hoy voy a ser más “cerdo” de lo normal, y con mi lengua recorro todo el borde de la corona de su grueso pene. Y vuelvo a tragar todo lo que puedo.
Su cabeza tiene una forma perfecta de seta. Sobre su hendidura, una gota de líquido preseminal aparece y la recojo hábilmente con mi lengua. Su sabor me vuelve loco. Guio mi húmeda y cálida lengua desde su punta hasta la base de su polla y cuando llego a sus bolas, me pongo de rodillas en el suelo. Lamo su saco e introduzco uno en mi boca, humedeciéndolo y acariciándolo con mi lengua, después le doy el mismo tratamiento a su otro testículo.
Anton hace que me ponga en pie, y baja mis pantalones y mis calzoncillos. Está de rodillas frente a mi polla, que ni es tan gruesa ni tan larga como la suya, pero estoy muy contento con mis diecisiete centímetros. Y Anton se la traga, hasta mi base y quiero morir así. Siento la calidez y la humedad de su garganta sobre mi glande y solo puedo llevar mis manos a su pelo y agarrarlo mientras me está haciendo la mejor mamada de mi vida. Está tragándosela con una cadencia embriagadora.
Cuando nota que mi respiración se altera, se detiene y justo cuando voy a quejarme, su lengua para por mi sensible entrada. Me eleva una pierna para que la apoye en el borde de la cama y le permita acceso completo a mi culo. Con sus manazas abre mis cachetes y su lengua tiene vía libre para violar mi entrada.
Noto una y otra vez como su lengua atraviesa el anillo de músculos de mi culo. Anton parece disfrutar mucho haciendo esto, porque lo siento gemir cuando su lengua entra en mí. Me lame y me estira como si fuese lo último que fuera a hacer en su vida. Entonces sustituye su lengua por uno de sus dedos. No sé si es por la sesión de lengua, o por la calentura que tengo, pero no lo noto.
—Méteme otro dedo —le suplico y Anton, que es un hombre bien mandado mete un segundo dedo, que aunque lo noto, no produce más que placer. Con su lengua da toques alrededor de mi entrada, mientras me penetra con dos dedos, lenta y profundamente, presionando donde tiene que presionar. Sabe tocar todos y cada uno de los puntos necesarios.
Captura mi polla con su boca, mientras sigue bombeando con sus dos dedos dentro de mí. Encontrarme atrapado entre su cálida y húmeda su boca y sus largos y proporcionados dedos, multiplica el efecto placer y pronto me encuentro empujándome contra sus dedos y follándome su boca. Anton nota perfectamente cuando necesito el tercer dedo y entra perfectamente.
Ante el abrumador placer, me encuentro a medio camino de mi orgasmo, que se, que va a ser monumental. —Me corro —digo empalándome contra sus dedos y en ese momento siento el cuarto dedo entrar. Anton no ha liberado mi polla de su boca y vuelvo a avisarlo—. Me corro —digo apenas en un hilo de voz y siento como mis piernas comienzan a flaquear. Los gemidos comienzan a salir como si tuvieran vida propia y no puedo callarme. Y entonces exploto. Me derramo en su boca mientras sus cuatro dedos entran y salen de mi culo como si fuera un paseo triunfal.
Siento mi orgasmo expandirse por todo mi cuerpo a su paso va destrozando cualquier minúsculo pensamiento coherente que pudiera tener, y hace que mis piernas no soporten el peso de mi cuerpo, y me encuentro a Anton soportándome con una de sus manos, mientras sus dedos siguen dentro de mí. Y mi polla continúa en su boca. Mientras mantengo mis ojos cerrados, veo fuegos artificiales detrás de mis párpados. Esto ha sido apoteósico.
Sus ojos están vidriosos cuando me derrumbo en su regazo. Respiro con dificultad y cuando lo beso, encuentro mi sabor en su boca.
—Ha sido muy intenso. —Rio entre jadeos.
Anton me sonríe.
Hago que se incorpore y se tumbe sobre la cama. Ni si quiera necesitaremos vaselina, me ha estado metiendo cuatro dedos, eso tiene que contar ¿no? Me giro de espaldas a él, abriendo mis piernas por encima de sus muslos, y me presiono contra la gruesa cabeza de su polla.
Conforme entra, siento como mi culo se estira un poco más, ese calor molesto de otras ocasiones no aparece, así que me siento completamente sobre ella. Recorro toda su longitud ni rápido ni despacio, con la cadencia justa y no me detengo hasta que noto su pubis presionarse contra mi entrada. Anton está completamente dentro de mí. Me siento lleno y esa sensación me excita.
Elevo una pierna al borde de la cama y me apoyo contra mis manos. Tengo cierto recorrido para cabalgarme la gruesa polla de Anton. Inmediatamente lleva sus manos a mi cintura y con cada subida y bajada de mi cuerpo tragándose su polla, la mía golpea sobre mi abdomen haciendo un ruido sordo.
Llevo un buen ritmo de embestida y sé que Anton está sobreexcitado porque noto un poco de líquido preseminal deslizarse por mi culo. Me detengo abruptamente, presionándome completamente contra su pubis y me muevo en círculos a la misma vez que presiono mis músculos internos alrededor de su polla. Anton gime, sé que le gusta. Y a mí también me gusta. Es la mejor manera de sentirlo dentro.
Me giro sobre sus caderas. Aún su masculinidad está alojada en mí interior. —Házmelo contra el colchón —le digo mientras me elevo sobre mis rodillas y me ensarto en su falo. Anton vuelve a gemir y en un abrir y cerrar de ojos nos gira. Ahora me encuentro debajo de él. Soporto estoicamente sus 90 kilos de peso.
Me mira con hambre mientras elevo mis piernas y me abro un poco más para que pueda encajar perfectamente entre mis caderas. Anton se mueve en círculos mientras pasa sus manos por debajo de mis muslos y me deja más expuesto. Ahora puede hacer todo el camino sin ningún impedimento.
Y lo hace.
—Córrete encima de mí —le digo como un reto y Anton, se pone manos a la obra. Sale completamente de mí y entra hasta lo más profundo de mi cuerpo, una vez detrás de otra, sin detenerse, sin darme un respiro. Con cada estocada, un golpe seco de aire se escapa de mis pulmones, porque la intensidad de su follada, no tiene nada que ver con lo que había experimentado hasta ahora.
No sé cuántas embestidas después, siento un gruñido bajo salir del pecho de Anton, me contorsiono, presionando con toda la fuerza que puedo reunir mis músculos internos contra su polla. Quiero devolver a Anton parte del placer que él me ha brindado antes. Y cuando hecha su cabeza atrás, sé que está cerca.
Sale completamente de mi interior, su primer disparo, salpica hasta mi cara, noto su semen caliente en mis labios, en mi cuello. Un segundo disparo es como una onda producida con una piedra sobre la superficie de un lago. Es un cordón espeso y blanco, que impacta sobre mi estómago y se desliza sobre mi pecho hasta llegar a mi cuello y baña mi pezón derecho, quemando sobre la superficie que toca. Se me eriza la piel. Un tercer disparo sale a la misma velocidad e intensidad, y se estrella contra mi pubis, salpicando parte de su espesa y gruesa cuerda de semen hasta mi ombligo.
Antes que se acabe su orgasmo, con mis piernas lo invito a que me vuelva a penetrar. Y cuando lo siento entrar y continúa bombeando en mi interior, lamo mis labios recogiendo su semilla en mi boca. Su sabor explota en mi paladar y comienzo a masturbarme. Noto como Anton, sin parar de bombear en mí, recoge con sus dos manos su semen vertido sobre mi estómago y se hace cargo de mi polla, masturbándome con su semilla. Frota intensamente la sensible cabeza de mi polla. Y apenas tengo tiempo para aguantar y me corro inmediatamente. Es un orgasmo intenso, y mientras dura mi orgasmo, noto todas y cada una de las contracciones de mi esfínter contra su gruesa polla. Veo a Anton sonreír con esa sensación, porque todo este placer me lo ha producido él.
Se inclina sobre mí, lame mi pezón que tiene su semen y lleva su lengua a mi boca. Nos fundimos en un suave beso, y tiernamente nos saboreamos. Noto como su pubis se frena contra la entrada de mi culo y esa sensación es mi nuevo estado favorito.
No hay nada mejor que el sexo de reconciliación. Amén.
Me cubre con su cuerpo durante mucho tiempo. Sin salir de mí. Mis manos acarician su ancha espalda desde sus hombros hasta sus prominentes cachetes del culo y se deja acariciar.
Me besa profundamente. Y cuando rompe el beso, sus ojos brillan con una intensidad deslumbrante. —¿Qué hay de una ducha?
—¿Tendremos sexo?
Anton se ríe. —Yo aún estoy duro. —Y para corroborar su punto, noto como retrae sus caderas y vuelve a entrar en mí.
Solo puedo gemir.
—Y veo que tú también estás preparado —dice mientras con sus duros y desarrollados abdominales masajea mi dura masculinidad atrapada entre los dos.
Sale completamente de mi interior y tiende su mano para ayudarme a incorporarme.
—¿Qué hay sobre que te folle algún día? —digo sonriéndole.