Mi Profesor de Griego y Yo. ¡Feliz 18º Cumpleaños!
Una mamada matutina, un enfrentamiento en el ascensor y un cumpleaños sin alcohol. ¿Qué sucede cuando tu novio y tu folla amigo se enteran de la existencia el uno del otro?
Hola a todos...
Vuelvo después de unas semanas, pero me es imposible ir más rapido. Entre el trabajo por las mañanas, el voluntariado por la tarde y algunas cosillas más, me es casi imposible. Así que pido disculpas.
Agradeceros a todos por vuestros emails, por tomaros vuestro tiempo para dedicarme unas palabras. Y espero que en la medida de lo posible, os quedéis en casa. Aquí va la cuarta entrega. Voy a detenerme aquí, porque sé que voy a tardar un poco más, pero os voy a recompensar. Tengo cinco relatos escritos desde hace un tiempo, a los que solo hay que darle un retoque, por supuesto no son como "Mi Profesor de Griego y Yo", pero Compañeros de Piso, gustaron mucho a las personas que permití leerlos. Así que voy a comenzar a enviarlos porque no necesitaré invertir mucho tiempo en ellos y aunque no sean como esta historia, creo que pueden ser una bonita alternativa.
No os entretengo más, solo deciros que os cuideis y que es pero que os guste este relato.
A los lectores nuevos os aconsejaría este orden de Lectura.
Mi Profesor de Griego y Yo.
Mi Profesor de Griego y Yo, previaje a Madrid.
Mi Profesor de Griego y Yo. Madrid.
Sábado, 8 de diciembre de 1.997
La habitación estaba completamente a oscuras. La suave respiración de Anton, hizo que mi piel se erizara. Su mano caía despreocupadamente sobre mi cintura y sentía su dura polla presionando contra la parte baja del cachete izquierdo de mi culo.
Sonreí por la extraña sensación. Hasta bien entrada la madrugada habíamos tenido sexo, y ahora estaba preparado para otro round. Ni durmiendo bajaba la guardia.
Aparté su mano con cuidado para no despertarlo, y me levanté de la cama para ir al baño. Santo Cielo, sentía mi vejiga a punto de explotar. Después de tratar con mis asuntos, me lavé las manos y me enjaboné la cara concienzudamente y después la enjuagué. Era la mejor manera para despejarme.
Cuando salí del baño, en la penumbra del dormitorio, distinguí la silueta de Anton que se había girado y estaba durmiendo boca arriba.
En mi cabeza repetí la conversación que mantuvimos en la noche. Después de tener sexo de reconciliación, bendito sea;
—¿Qué hay sobre que te folle algún día? —le pregunté sonriendo .
Su cara no tuvo desperdicio, pero Anton es un hombre que sabe cuidar muy bien sus expresiones.
—Supongo que es negociable —dijo para mi sorpresa.
Me quedé petrificado sobre la cama. ¿Escucharía bien?
—Estoy abierto a tener experiencias nuevas —su mejor sonrisa de “creías que me ibas a asustar” apareció en su cara y con ella llegaron sus dos hoyuelos.
—¿Hablas en serio? —fue lo único que pude articular.
—Nunca bromeo sobre tres cosas; la primera es el sexo y la segunda la comida.
—¿Y la tercera? —pregunté rápidamente queriendo saber cuál era.
—La franqueza —me dijo muy serio— . Si te dijera que va a ser hoy, mañana o dentro de una semana, te estaría engañando. Solo sé que quiero probarlo, pero no sé cuándo llegará ese momento.
Y por cosas como esta, estaba enamorado de este hombre. Y me apena, porque no voy a estar preparado para cuando tenga que volver a su país.
Me apoyé en el marco de la puerta y lo miré con cierta nostalgia. Y se me ocurrió una travesura.
¿Sabéis una cosa? Me gusta viajar en autobús, porque a veces se escuchan conversaciones muy interesantes que nunca sabremos si nos servirán para algo, hasta que llega su preciso momento. Una vez, escuché a dos mujeres “alegres” diciéndose, que a los hombres se les conquista por el estómago y el sexo. Pues bien, si yo soy pésimo en el primer asunto, tendré que ser sobresaliente en el segundo, ¿no?
Me dirigí lentamente hacia la cama y me subí a ella intentando hacer el menor movimiento posible. Destapé a Anton, que parecía una estufa humana. Soy incapaz de explicarme cómo era posible que de ese hombre emanara tanto calor. Su pecho estaba completamente desnudo, ya que no duerme con la parte de arriba.
Me detuve unos segundos observando su perfecta y musculosa anatomía. Su fuerte cuello, sus pectorales bien desarrollados coronados por sus dos pezones rosados, sus pronunciados abdominales donde se podría frotar la ropa y su fina capa de vello que recorría desde su ombligo hasta mi felicidad.
Desabroché el cordón del pantalón de su pijama y con suma maestría bajé su pantalón y su calzoncillo, solo hasta medio muslo y me incliné apoyando mis manos suavemente sobre sus fuertes muslos. Pasé mi lengua lentamente desde sus testículos, hasta su glande y noté el momento exacto en que Anton despertó. Su respiración había cambiado y su polla saltó.
Metí su grueso glande en mi boca y comencé a chupar mientras masajeaba con mis dos manos sobre su gruesa longitud.
—¿Qué he hecho para merecer estos buenos días? —su voz somnolienta era muy sexi.
Alzo una de mis manos, y le muestro los cinco dedos. Le estoy diciendo, que esta mamada va a cuenta de los cinco orgasmos que me produjo anoche. Así que se lo ha ganado a pulso.
Mientras me trago su polla, presiono fuertemente con mis labios y a la misma vez acaricio con mi lengua y me ayudo de mis dos manos para masturbarlo firmemente. Cada una de mis manos se mueve en la misma dirección pero con distinta presión, mientras mi lengua lame la hendidura de su glande y mis labios humedecen y acarician una y otra vez su gruesa cabeza.
Sé que lo que voy a decir puede sonar un poco fuerte y desagradable, pero disfruto haciendo una buena mamada.
Sigo lamiendo y disfrutando de su gruesa y enorme masculinidad, y en cierto modo lo he convertido en mi carrera personal. Quiero llegar a la meta, porque quiero ver a Anton retorciéndose de placer mientras lo hago llegar a su orgasmo con mi boca.
Así que trago su polla hasta donde puedo, siendo generoso con mi lengua y mis labios, deslizándome arriba y abajo una y otra vez, masajeando la suave y tersa piel de su polla, disfrutando cada uno de sus gemidos ahogados en su garganta, mientras sus manos se cierran en puños arremolinando las sábanas en sus laterales.
Anton se está volviendo inquieto, y eso no es más que por mi boca, que está chupando su polla como si no hubiera un mañana. Demonios, sé qué él lo está disfrutando. Joder, y yo también lo disfruto, que esforzándome, me he tragado su polla hasta mi campanilla y aun no llego a su base. Esto me frustra, por lo que me retiro lentamente a lo largo de su gruesa longitud y me aplico sobre su glande, lamiendo y presionando con mis labios mientras mi lengua rodea su corona una y otra vez.
Noto la respiración de Anton acelerándose y sé que es buena señal. Así que aumento un poco el ritmo de mi lamida e intensifico la presión de mis labios hasta sentirlos hormiguearme. Ahora sé cómo puede desencajar la mandíbula una boa constrictor.
—Voy a correrme —me avisa Anton.
Y sigo deleitándome con su glande en mi boca, tragando todo lo que puedo y cuando comienzan sus convulsiones; —Me corro —vuelve a avisarme, pero en vez de alejarme, sigo chupando su polla. Lascivamente. Observándolo directamente a sus ojos, mientras su espeso y abundante semen erupciona una y otra vez en mi boca. Avariciosamente, me lo trago todo, no dejo que se escape una sola gota. Y a pesar de su sabor, lo paladeo como si fuera un exquisito manjar.
Anton me mantiene la mirada con sus ojos entrecerrados por la contundencia del orgasmo. Su pecho continúa subiendo y bajando con cierta cadencia arrítmica mientras sigo chupando y tragando lo que queda en mi boca y cuando veo que su respiración se ha relajado, libero su polla que se estrella, con un sonoro “clock”, sobre la parte alta de su ombligo y contra sus abdominales bien definidos.
Lo sigo mirando a los ojos y lo reto. —Ya sabes quién manda aquí, ¿verdad?
Anton afirma lentamente con su cabeza.
—Pues dúchate que quiero bajar a desayunar —y le muestro mi mejor sonrisa.
Veinte minutos después, llegamos al comedor. En una de las mesas veo a Minerva, Lucía, Paco y Lorenzo. No se dan cuenta cuando entro, así que me dirijo al mostrador de desayunos, cojo un cuenco al que vierto unas cucharadas de cereal de copos de maíz con virutas de chocolate y le añado una generosa cantidad de yogurt de frutos del bosque. Y para beber, descafeinado de sobre.
Sí, soy un penco para el café, pero cuando ya de por si eres hiperactivo, pues no necesitas añadir más combustible a tu cuerpo.
Anton, a mi lado, se ha servido alguna infusión con jengibre, unas rebanadas de pan de molde tostado, cartuchos de mantequilla y mermelada. También se ha servido un zumo.
—Martín —me llama mientras estoy esperándolo que acabe—. Tengo que sentarme con los profesores, que aún hay sitio. Nos vemos en el centro de conferencias.
Afirmo con la cabeza y le sonrió. Entonces me dirijo hacia donde están mis amigos. Me siento entre Lorenzo y Lucía que me han hecho sitio, en frente tengo al tribunal de la Santa Inquisición; Minerva y Paco. Anoche no tuvieron sexo. Segurísimo.
—¿Qué tal has dormido con el señor perfecto? —pregunta Paco como si tuviera un problema de bolas azules.
Si no supiera que no sabe nada, me habría dado miedo. Pero sé, que se refiere a que es un profesor, con lo que eso implica.
—Buenos días —me saludan Lucía y Minerva.
—Buenos días —digo mezclando los cereales con el yogurt—. He dormido genial. Resulta que Anton ni ronca, ni habla en sueños. Y me dejó ver lo que quise en televisión.
Veo a Minerva aguantando risas de carcajadas. Y la miro cuestionadoramente. Se pone seria.
—¿Es eso una indirecta? —pregunta Lorenzo como si acabara de decirle que tiene micropene, o peor aún, que es impotente.
—Tú no hablas en sueños —le digo muy serio—. Solo haces ruidos raros —me encojo de hombros quitándole importancia.
Y entonces todos nos echamos a reír. Como por arte de magia, entran Víctor y Joaquín, y parece que ninguno de los dos ha dormido muy bien. Y yo, que conozco a Víctor sé que está de mal humor.
Paco se lleva a Lorenzo para rellenar su desayuno, quieren hacer un doble continental, porque veo sus restos de huevos revueltos y bacon, algunos envoltorios de magdalenas y ahora supongo que van a por las tostadas.
Oh bueno, no veo venir el ataque.
—¿Qué tal fue el sexo? —pregunta Minerva sobreexcitada, colocándose justo delante de mí.
Me va a someter a un interrogatorio de película. Solo pude agradecer no haber estado bebiendo algo, porque lo hubiera espolvoreado por todo el comedor.
—Sexo de re-con-ci-li-a-ci-ón. —Lo magnifica tanto que parece que ha dicho, su-per-ca-li-fra-gi-lis-ti-co-es-pi-a-li-do-so.
Lucía deja de morder su tostada de pan de molde integral y niega con la cabeza.
—¿Cómo sabes que tuvimos sexo?
—¿Por Dios, eres ciego? Fíjate en la expresión de Anton, claramente dice, he estado toda la noche follándome a un alumno con un culo impresionante. No tuve suficiente y esta mañana me lo he empotrado…
—¡Para! —le digo poniéndome colorado. Giro mi cara a Lucía que me mira sonrojada.
—Su cara lo delata —dice mi amiga y entonces me giro a ver a Anton.
—¿En serio? —pregunto a Lucía que es de quién me fio.
—Aunque quizás como nosotros lo sabemos, lo hemos deducido.
—No intentes arreglarlo —le regaña Minerva—. Estos han estado toda la noche enganchados.
Suelto un fuerte suspiro. ¿La verdad? Anton tiene una sonrisa muy peculiar en su cara. En ese momento me mira. Y nos sonreímos como dos malditos adolescentes enamorados.
—¡Oh joder! ¡Casi mojo las bragas! —dice Minerva cuando ve que Anton amplía su sonrisa al verme mirándolo.
—Sino supiera que has dormido con tu profesor, diría que ha estado toda la noche de putas. ¡Que vicio tiene que tener el cabrón! —dice Paco sentándose donde antes.
Miro a Minerva, que me sonríe con una ceja levantada. Odio su autosuficiencia.
Pasamos toda la mañana en el centro de conferencias, y luego en el pabellón de exposiciones. A favor de la feria de ciencias tengo que decir que ha sido muy interesante y la exposición, increíble. No he prestado maldita la atención. Anton ha estado todo el rato a nuestro lado. Incluso ha bromeado y cruzado algunas palabras con mis amigos.
Durante el rato del almuerzo no veo a Víctor ni a su grupo. Supongo que han ido a almorzar a otro lugar. Anton se sienta en nuestra mesa invitado por Lucía y Minerva, y parece que los chicos y él echan unas risas. Charlan más que esta mañana en la exposición. Después del almuerzo, echamos una partida al futbolín, que ganamos él y yo. Luego jugamos a los dardos y gana Anton, Paco está picadísimo con él. Y al billar, Antón arrasa a Lorenzo que es una máquina.
Por la tarde terminamos de ver la feria de ciencias y luego en el auditorio nos ponen una película de esas en tres dimensiones. Ahora es Paco y Lorenzo quién lo invitan a sentarse con nosotros. En la oscuridad de la película, entrelazo mi dedo con el suyo. Y se deja hacer.
El viaje de vuelta al hotel, lo hace en nuestro autobús, pero se tiene que sentar con los profesores. Eso no quita que lo cace mirándome en un par de ocasiones. Él sube primero a la habitación, mientras nosotros nos quedamos abajo hablando con Carmen y los Carlos.
Cuando decido que es hora de subir a mi dormitorio, me encuentro con Víctor que al verme mantiene la puerta del ascensor abierta para mí. Dudo si subir por las escaleras hasta el séptimo piso o hacerme el despistado, porque sé que subir en el ascensor con Víctor es una encerrona, y aún no soy un suicida.
—No seas cobarde —me dice Minerva cogiéndome por un brazo y dirigiéndonos al ascensor. Lucía se sitúa en el otro flanco.
—Créeme. No es una buena idea —digo sin apenas mover los labios.
—Opino igual que tú —dice Lucía apoyándome.
—¡Dejad de ser tan modosos! Cuanto antes sepa que no va a tener diversión, mejor —dice Minerva antes de entrar al ascensor y sonreírle a Víctor.
El silencio en el interior del habitáculo dura cinco segundos.
—¡Vaya la que ha liado el capullo de tu amigo…!
—¡Minerva! —le regañamos a la misma vez Lucía y yo. No es por nada, sino porque Joaquín está al lado de Víctor.
—¿Tienes algún problema? —pregunta el aludido.
—¡Y tú mejor cállate eh, que bonita la liaste anoche! —digo defendiendo a Minerva.
—¿Y a ti que más te da? —pregunta con actitud chulesca.
—¡Hombre! Le has jodido los planes de este fin de semana y ha acabado durmiendo con su profesor. Mientras que tú duermes con tu amiguito. —¿Alguna vez os dije que Minerva no tiene pelos en la lengua?
Y entonces Joaquín se calla. Hay que añadir que Víctor le dedicó una buena mirada. Las puertas se abren en la 4ª planta y Joaquín se dispone a salir.
—¿No vienes? —le pregunta a Víctor.
—Vete duchando para cenar, ahora bajo. Voy a subir a la habitación de Marcos y esta gente.
Llegamos a la sexta planta, Lucía y Minerva se quedan mirándose y es Lucía la que intenta echarme un cable. Como siempre. Este dúo siempre funciona igual, Minerva me empuja al mar embravecido y Lucía me lanza el salvavidas, aunque algunas veces está pinchado.
—¿No bajas a recoger el secador? —me pregunta sin permitir que la puerta se cierre.
Cuando intento moverme, es Víctor quien habla. —Bajará después. Tengo que contarle algo muy divertido —dice mostrando su colosal sonrisa rompebragas. Y una vez más funciona.
Aclaro mi garganta. Intuyendo lo que puede pasar.
Te odio . Dibujo con mis labios a Minerva.
Solo tuve que esperar a que cerrara la puerta.
—He alquilado una habitación en la octava.
—¿Para qué? —pregunto sabiendo la respuesta.
—Para follar sin nadie que nos moleste.
Por supuesto, no podía ser de otra manera. ¿Por qué me complico tanto la vida pensando que las cosas pueden ser diferentes?
—No puedes alquilar una habitación, eres menor de edad —digo con un tono cansino deseando que fuera cierto.
—Por supuesto que puedo alquilar una habitación de hotel cuando tengo un maldito carné de identidad falso. —Me lo enseña y encima sonríe triunfalmente.
Suspiro sin decir nada. En una situación así ¿qué digo? ¿Ya tengo planes? ¿O vuelvo a liarla y decirle que no quiero acostarme con él? Solo pensar en la que podemos armar, me da pánico.
—Te espero antes de la cena —dice dándome una palmada en el culo—. Habitación 824.
Me mira esperando una respuesta. Quizás en la intimidad se tome mejor que le diga que no.
—Por cierto, ponte estos vaqueros. —Lo miro sin entender por qué—. No te haces una idea del culo que te marcan.
Me giro hacia atrás, para mirarme en el espejo del ascensor y no me veo el culo diferente. Veo mi culo de todos los días.
Sale del ascensor en la misma planta que yo, pero gira a la derecha y yo voy hacia la izquierda.
Cuando llego a mi habitación, Anton está de pie frente al televisor, lleva impoluto su traje de chaqueta color gris oscuro y está viendo un combate de boxeo. Cuando entro en su campo de visión, su amplia sonrisa aparece en su hermoso rostro y me desarma.
Se gira completamente hacia mí y da un par de pasos hasta llegar a mi posición. Lleva su mano a mi mandíbula y me mira fijamente.
—Cuando te has agachado para ayudar a la recepcionista del centro de exposiciones a recoger los folletos que se le habían caído, he estado a punto de saltarte encima —hace una pausa mientras sus labios rozan suavemente los míos—. No te haces una idea del culo que te marcan estos vaqueros.
De acuerdo. Voy a comenzar a creérmelo.
Sonrío antes de capturar sus labios y presionar mi entrepierna contra la suya. Gimo cuando noto su erección presionándose contra la mía. Pasa sus manos a la parte trasera de mis muslos y me eleva en el aire, caminando conmigo hacia la cama mientras lo abrazo con mis piernas a la altura de su cintura.
Se inclina lentamente sobre la cama y me atrapa contra el colchón. Mientras su cuerpo se acomoda entre mis caderas su lengua está haciendo algo muy agradable dentro de mi boca. Anton se presiona contra mi entrepierna y siento que su polla es capaz de abrirme un agujero en mi ingle.
Paso mis manos acariciando su ancha espalda y clavo mis dedos en sus omóplatos mientras gimo cuando se presiona otra vez contra mí. Ahora se mueve en un lento círculo que permite que sienta completamente el poder de su polla. Un suspiro ronco se escapa desde mi estómago.
Accidentalmente veo el reloj en la televisión. Y me doy cuenta que tengo menos de una hora para lavarme los dientes, ducharme y cambiarme de ropa.
—¿Por qué no lo dejamos para después? —digo rompiendo el beso.
—¿Fíjate cómo me tienes? —sonríe mirándome a los ojos—. ¿Pasa algo?
—He quedado con las chicas un poco antes —le miento con tanta naturalidad que me desagrada—. Quieren ir a comprar algo a las tiendas de la calle de enfrente, y como cierran a las nueve… —¿Qué más da seguir mintiendo? Después de perdidos al río.
Se levanta lentamente de encima de mí y cuando su polla deja de presionar sobre la mía, comienzo a echarla de menos. Veo algo parecido a la decepción en su expresión, pero su hermosa cara no muestra ningún sentimiento.
—Pero… —intento agregar rápidamente— puedo hacerte una mamada o una paja mientras nos duchamos… juntos. —Estoy acariciando su protuberancia y me sujeta la mano con cierta dulzura.
—El sexo en un solo sentido no es tan placentero. —Su expresión me dice que prefiere el sexo cuando participemos activamente los dos—. En realidad, prefiero esperar a que me dediques todo tu tiempo. —Me sonríe mientras eleva sus cejas.
—Lo siento —digo poniéndome en pie. Recojo mi neceser y mi ropa y me voy al baño. Me ducho rápidamente, aplico un poco de crema antiojeras del color de mi carne sobre el chupetón que Víctor me hizo ayer en la ducha. ¿Quién demonios iba a sospechar que Anton y yo íbamos a hacer las paces?
YO NO.
Observo mi reloj de mano que está colocado sobre la piedra de mármol del lavabo y veo que tengo 15 minutos para subir a la habitación que ha alquilado Víctor. Y no me he preparado nada para decirle. A ver cómo le explico, OTRA VEZ, que quiero que paremos lo nuestro.
Quiero pensar en algo mundano para poder relajarme un poco. Pero no se me ocurre nada. Saco mi cartucho de hilo dental y corto un buen trozo. Lo enredo en mis dedos y comienzo una limpieza rápida pero eficaz. Mientras paso frenéticamente el hilo dental entre mis paletas, en mi walkman está sonando una canción de Queen, Made in Heaven y siento que tocan a la puerta de mi baño.
—Si sales y no estoy —dice Anton— es que he bajado a pedir que nos rellenen el agua del mueble bar. Se ve que hoy no lo han hecho.
—De acuerdo. Si no estuvieras, nos vemos en el comedor para la cena.
—Hasta luego.
—Nos vemos.
Y cuando acabo Anton no ha regresado de pedir que nos rellenen el agua del mueble bar. Subo las escaleras a pie, porque necesito pensar rápidamente en algo que decir, pero no encuentro nada lo suficientemente bueno como para que Víctor no se enfurezca. Así que cuando toco la puerta de la 824 y me abre con una enorme sonrisa, siento como si me hubieran golpeado con una bola de demolición en la boca del estómago.
Mi boca se reseca instantáneamente y me cuesta trabajo poder hablar, pero mientras camino por el pasillo enmoquetado, siento los pasos de Víctor correr hacia mí y me giro a tiempo para que en su salto lo atrape y caemos de espaldas sobre la moqueta del suelo. Rápidamente se coloca entre mis piernas riendo y mientras mordisquea mi cuello, ha metido sus manos por la parte de atrás de mis pantalones vaqueros, otros vaqueros, y con cada una de sus manos captura uno de mis cachetes.
—¡Ey que diría tu profesor si no pasaras a dormir esta noche a tu dormitorio?
—¿Estás loco? —Es lo primero que puedo pensar.
—Podemos pedir que nos suban algo a la habitación. ¡Fíjate que cama! Probablemente te folle contra el cabezal y ni se mueva. También lo podemos hacer sobre el suelo. En el baño hay jacuzzi, como en el dormitorio de tus padres.
Muerde mi oreja y lame el filo de mi mandíbula. Sus ojos se clavan en los míos.
—Te voy a meter un pollazo que vas a flipar —dice dado un golpe seco con su polla sobre el canal de mi culo.
¿Mi respuesta? Se me escapa un gemido involuntario.
Víctor se hace con el borde de mi jersey e intenta sacarlo por mi cabeza, pero lo detengo y lo giro rápidamente atrapando su cintura bajo mi culo. Víctor sonríe ampliamente.
—¡Vaya estás juguetón! —dice sonriéndome con sus perfectos y alineados dientes blancos—. ¿Te apetece cabalgarme? —dice elevando sus caderas presionándose contra mi culo.
—¡No! ¡No estoy juguetón! ¡Y no voy a cabalgarte! —digo colocándome bien el jersey de lana. Ahora mismo me estoy odiando infinitamente, porque sé que se va a enfadar y no quiero hacerle esto. Se supone que nos íbamos a divertir en este viaje. Y al final, solo voy a jodernos a ambos. Pero si no lo hago, me haré daño a mí mismo.
Solo necesito unos segundos para intentar ordenar mis pensamientos. Pero con Víctor es imposible. Lleva sus manos a mi cintura y noto otra vez su polla presionándose contra el canal entre los cachetes de mi culo. Eleva sus caderas, mientras me presiona hacia abajo para que note su herramienta apunto de atravesar la tela de dos pantalones vaqueros.
—¡Esto no es serio! —digo quejándome.
Me levanto y le tiendo la mano para ayudarlo a incorporarse. Acepta a regañadientes mí ayuda y por su expresión sé que se ha dado cuenta que me pasa algo.
—¡Dispara, soy todos oídos! —su tono se ha oscurecido.
Suspiro sin saber cómo enfocarlo, pero no tengo mi pulso acelerado. Así que debe ser una buena señal ¿no?
—Necesito una tregua —digo mirándolo a los ojos intentando intimidarlo. Pero por supuesto no funciona.
—¿Una tregua?
—Sí. La última vez no la añadí a nuestro acuerdo, pero es necesaria.
—¿Por qué?
—Porque necesito pensar algunas cosas.
Da un paso hacia mí. —¿Te pasa algo?
—No. Solo quiero ordenar un poco mis pensamientos. Necesito un poco de tiempo.
—Se trata otra vez de no querer…
—No Víctor. Es solo un tiempo.
—¿Has conocido a alguien? —dice tan civilizadamente que creo que puedo ser sincero.
—Sí. —Y aquí es donde he cometido mi error.
—¿Esto dónde me deja a mí?
—Solo busco un poco de tiempo. Quizás unos meses. Necesito aprender a manejar esto de las dos bandas.
Afirma con la cabeza y se dirige hacia la enorme cama. —Cierra al salir —y lo veo saltar despreocupadamente sobre la cama.
Antes de que pueda decir algo, me giro y salgo de la habitación a toda velocidad. No me malinterpretéis, no quiero darle ni un ápice de ventaja, porque sé que Víctor tiene el don de volver las cosas a su favor, y ahora que parece que he triunfado, por una vez, no voy a dejarle comerme el terreno. Además, ¿qué son 7 u 8 meses sin que tengamos sexo?
Me paso por el dormitorio de Minerva, y luego por el de Lucía, pero no está ninguna de mis amigas, y solo estoy rezando para que Anton no las haya visto en el comedor. Es lo que me falta, tener que dar más explicaciones.
Pero cuando llego al comedor, Anton no solo las ha visto. Está sentado en la misma mesa charlando con Lorenzo y Paco. ¿Hay algo más que me pueda salir mal? Según la ley de Murphy, sí.
Y cuando me siento con mi bandeja conteniendo un triste muslo de pollo al horno acompañado de un poco de guarnición y dos patatas hervidas, un plato de ensalada, un flan de huevo y una botella pequeña de agua, Minerva me pregunta; —¿Dónde te has metido? Estuvimos buscándote.
—Me encontré con Víctor —digo negándome a mentir otra vez.
Espero otra pregunta, pero no llega. Y son Lorenzo y Paco los que comienzan una divertida charla con su nuevo amigo Anton. Los Carlos, sentados en la mesa al lado de la nuestra intervienen en la conversación y comienzan con bromas y sonrisas.
Veo a Víctor que no nos quita ojo de encima y me saluda muy simpático un par de veces que lo atrapo observándonos. Anton me mira divertido durante toda la cena e incluso me hace alguna broma. Pero ya no es raro, llevamos todo el día juntos y encima dormimos juntos. Mis amigos se están relacionando con él y ahora es como si fuera otro alumno más, aunque aún le guardan el respeto.
Después, con la compañía de Anton, salimos a dar una vuelta. Hombre, tener de “amigo” a un profesor tiene que tener sus ventajas. Además, Paco y Lorenzo quieren su revancha al billar y a los dardos. Así que mis amigos, más Víctor, Anton y yo, nos vamos a un pub que hay cerca del hotel y pasamos un par de horas impresionantes. Son todo risas y buen rollo.
Por supuesto, nada de alcohol para ninguno de los del grupo y Anton, tampoco lo pide.
Y entonces, es cuando llega la hora de volver al hotel. Son las 11 de la noche y mañana pasamos el día en el parque de atracciones. Así que tenemos que descansar. También uno de los camareros del pub nos dice que al ser menores, se nos acaba nuestro permiso de entrada. Pero nos vamos sonriendo y con muchos ánimos.
Esto está saliendo mucho mejor de lo que cualquiera podría haber pensado.
Todos nos subimos en el ascensor, porque es grande y en cada planta va bajando alguien. Menos en la cuarta, que es donde Víctor debería haber bajado. Lo miro sorprendido y me sonríe.
Y siento un maldito terrorífico escalofrío recorrer todo mi cuerpo.
En la séptima planta me preparo para bajar y cuando Anton sale en el rellano, Víctor pasa su mano por encima de mi cuello.
—Martin esta noche no dormirá en su habitación —dice muy convencido.
Lo miro de reojo.
—Tenemos alquilada una habitación. Ya sabe —dice elevando sus cejas—. Para follar.
Anton da un paso hacia adelante y entonces me interpongo entre los dos.
—¿Por qué no vas a la habitación? Necesito hablar con Víctor un momento. —Miro a Anton con súplica en mi voz.
Titubea y sé que está usando todo su autocontrol para no revolverse contra Víctor. Sigo con la misma expresión en mi mirada.
Entonces solo me queda, salir con él del ascensor y me alejo un poco de la puerta. —No puedes hacer nada.
—No voy a permitir que te siga hablando así.
—Tienes que entender esto. Los dos, somos menores de edad. Así que tienes que mantenerte al margen. Deja que me encargue de esto.
Lo veo suspirar. Y sé que se siente impotente. Pero de los tres, él es quién tiene más que perder.
—Solo serán 5 minutos.
Lo veo como se gira para ir a nuestro dormitorio. Y ahora mismo no tengo autocontrol. Así que cuando entro en el ascensor, me dejo ir y cargo contra Víctor. Empotro mi hombro contra su estómago y consigo estrellarnos contra el cristal del ascensor. Su espalda es la que amortigua el impacto. Siento como se queja y tose un poco. Presiona en su estómago mientras estoy de pie sobre él.
—Levántate —le grito y hace lo que le digo—. ¿No piensas defenderte?
Niega con la cabeza. —Yo no le pego a mis amigos —dice sonriéndome, pero veo tristeza en sus ojos.
—¿Qué demonios soy para ti?
—No seas hipócrita. Sabes perfectamente lo que eres para mí.
—No, no lo sé —digo negando con la cabeza—. Por eso quiero escucharlo.
—Eres la persona que más quiero —responde sin titubear.
Estoy a punto de decirle que él nunca ha querido a alguien, pero puedo aprovechar sus palabras a mi favor. De acuerdo, la verdad es que no quiero hacerle más daño. Así que prefiero no pronunciar esas palabras.
Me acerco a Víctor. —Si de verdad soy la persona que más quieres, no le dirás a nadie lo de Anton.
—¿Por qué? —pregunta desconociendo el interés de mi petición.
—Si le buscas problemas a él, me haces daño a mí.
—Si no te conociera diría que eres la persona más egoísta que conozco. Solo te preocupas de tus intereses.
—Víctor esto es muy sencillo. O podemos aclarar esto. O sacamos toda la mierda que tenemos en el equipaje.
—Puedes apostar a qué sí —dice dando un paso hacia mí.
Pongo mis brazos en jarra y lo miro sorprendido y furioso por partes iguales. —Yo no te digo a ti con quién tienes que acostarte y con quién no. De hecho, nunca te dije no te acuestes con nadie…
—Yo no te estoy diciendo con quién te tienes que acostar —me dice cortando mi alegato.
—¿Entonces qué tratas de decirme?
—¿Por qué demonios tienes que dejarme a un lado? Yo siempre vuelvo a ti. Se supone que siempre íbamos a ser tú y yo.
Pongo mis ojos en blanco. —Teníamos cuatro años cuando hicimos ese estúpido juramento. —Estábamos en parvulitos de cuatro años cuando nos dimos un corte en la palma de la mano con unas tijeras medio oxidadas y lo único que conseguimos fue que nos tuvieran que vacunar del tétano—. Además, tú fuiste quién empezó a añadir gente a la ecuación.
—¡Y dale! —dice Víctor exasperado—. ¿Pero acaso te dejé a un lado?
—No.
—Pues entonces ya tienes tu maldita respuesta. —Dio un golpe firme al botón para abrir la puerta del ascensor y me empujó fuera, como si fuera un estorbo al que echan a un contenedor.
Y entonces las puertas se cerraron.
No me volvió a hablar más.
__________
Miércoles 22 de enero de 1.997
Mi madre aparca su audi A4 en la cochera. Y sigo pensando que el mundo va a acabar esta noche. Habían pasado 3 días desde mi cumpleaños, y nadie, absolutamente nadie, había dicho una palabra al respecto.
Ni si quiera mi abuela María, que era la primera persona que me felicitaba siempre tanto en mi santo como en mi cumpleaños.
—Martín ¿no te bajas?
Miro a mi madre, la culpable de haberme sacado de este trance. Y no noto en su cara ni un arrepentimiento por ni acordarse de mi cumpleaños.
—Ve encendiendo las luces de casa. La abuela y yo bajaremos las cosas.
Hago lo que me dice, pero antes de entrar en casa, me hago con un par de bolsas de Pryca. Debo reconocer que abro la puerta del pasillo con una irascibilidad impresionante y sé que esta noche durante la cena, la voy a liar. Esto no va a quedar así.
Meto mi brazo en el oscuro pasillo y cuando presiono sobre la llave de la luz, no enciende.
—¡Genial! —digo dejando las bolsas en el suelo—. ¡Esto es la leche!
—Cuidado con esa boca —dice mi madre desde la cochera.
—Es que no funciona ni la luz.
—Haz el favor de dejar al niño en paz. ¡Vaya tarde que le has dado! —dice mi abuela defendiéndome.
—¡Mamá, haz el favor de no meterte! Bastante me cuesta…
Me alejo de la puerta de la cochera, mientras mi madre y mi abuela están enfrascadas en una pequeña disputa sobre quien tiene derechos exclusivos sobre mi educación.
Desde pequeño puedo andar por casa sin encender la luz. La tengo memorizada, así que voy a oscuras por el pasillo, entro en el recibidor y me dirijo hacia la puerta de la casa. Y solo he notado una diferencia, hoy todo está más oscuro. Sí, es como si los cristales biselados de la puerta de la casa estuvieran tapados, así como la ventana francesa del comedor, tuviera las persianas bajadas completamente.
Me detengo en medio, frente a la puerta de entrada y guardo silencio, ya no escucho a mi madre y mi abuela discutir, todo está sumido en un silencio aterrador. Y cuando comienzo a girarme, empiezo a escuchar un montón de voces cantándome el cumpleaños feliz y un 18 encendido sobre algo que flota se me acerca. Aparecen más pequeñas luces flotando y alguna bengala comienza a destellar.
Conozco esas voces, todas ellas. Y la cara que se ilumina detrás del 18, es la de mi hermano, entonces, después de la deprimente sintonía del Cumpleaños Feliz, soplo y apago el 18 bien iluminado.
La luz se enciende, y encuentro entre la multitud a mis amigos del instituto, a mis primos, a mis tíos, a algún vecino, como el padre de Víctor y su esposa. Víctor no está . También están mis vecinos de la calle de abajo, esos que cuando era niño y mi padre intentó enseñarme a lanzar piedras con la honda, en un lanzamiento imposible impacté contra el rosetón de cristales tallados y pintados a mano sobre la ventana de su puerta de entrada. Veo algún profesor del instituto y al fondo, encuentro a mi padre, que se encoje de hombros dándome a entender, “lo intenté parar pero no pude” , sabe que estás cosas me avergüenzan, y no soy persona de exteriorizar mis sentimientos. Y al lado de mi padre…
Está Antón.
Mis ojos se posan en los suyos y en ese momento una sonrisa picarona se extiende por sus gruesos y equilibrados labios. Sus ojos brillan con algo especial. Y Mi corazón comienza a acelerarse.
—¿Quiere el cumpleañero decir alguna palabra? —pregunta mi hermano sosteniendo el piso de tarta con las velas sobre sus manos.
—Dos cosas, —digo muy serio—. Primera, por si no lo sabíais mi cumpleaños fue el miércoles, no hoy. Y segunda, habéis desentonado, deberíais haber practicado —digo con toda la autosuficiencia que pude.
—Un único apunte —dice mi madre con cierto retintín desde la puerta que da a la cochera, mi abuela está a su lado sonriéndome— te adelantaste tres días, así que teóricamente hoy es tu cumpleaños.
__________
Aunque estamos en pleno invierno, han colocado una carpa enorme en el jardín de la piscina. A la piscina la han cubierto con un toldo y la han vallado, lo que sí han dejado es la ventana francesa abierta para aquellos que quieran bañarse en la piscina climatizada.
Un amigo de Lorenzo está haciendo las labores de Dj, y la verdad que nos tiene a todos bailando.
Mi padre, mi tío Manolo y Anton se están haciendo cargo de la barbacoa. Mi madre, con la vecina, la esposa del padre de Víctor y mi abuela, están tomándose un Manhattan, espero, porque la otra opción es que sea vino rosado…
Han venido un montón de compañeros de mis tres años de instituto. Incluso Manolo Sánchez, el buenorro, que está bailando con Lucía. También ha venido Alicia, su ex y está matando con la mirada a mi amiga.
Minerva y yo estamos bailando como locos y se nos une Paco, que aún no ha bebido alcohol, todo el mundo espera el momento en que se marchen los 15 adultos y nos dejen a los 46 adolescentes solos. Que miedo me da.
Suena un remix techno, “Get Down”, de los Backstreet Boys y Carmen, los Carlos, Manolo y Lucía se nos unen a bailar. En ese momento encuentro a Anton observándome con una sonrisa picarona en sus sexis labios y no puedo evitar devolverle la sonrisa.
Paco y Lorenzo se suben a una mesa, y comienzan un estriptis. Y lo peor de todo, es que no han bebido nada. Así que no quiero pensar que puede suceder a las tres de la mañana.
Al fondo, en donde las escaleras que suben a la cocina encuentro a mi madre haciéndome gestos con la mano para que me acerque. —Ahora vengo —digo dándole mi vaso de piña colada a Lucía.
Cruzo con un poco de dificultad el lateral de la piscina climatizada. Al llegar donde mi madre me sujeta suavemente por el brazo y me habla al oído mientras me induce a subir las escaleras. —Acompáñame.
Cuando llegamos arriba cierra la puerta y el ruido desaparece en su mayor parte. —Víctor está en la puerta.
Mi primer instinto es correr hacia donde están mis amigos.
—Ahora mismo vas a arreglar lo que haya pasado entre vosotros dos. Y no es una proposición rechazable. Lo vas a hacer.
—¿Por qué? —la reto.
—Porque lo digo yo. ¿Te vale esa respuesta?
Voy a quejarme, pero no me deja.
—Habéis sido amigos desde siempre. ¿Qué te ha pasado por la cabeza para dejarlo a un lado? ¡Está enamorado de ti!
—¿En serio Aramis? Que todos los meses tiene una novia —mamá y entre medias les pone los cuernos con otras chicas.
—¿Tú piensas que no me doy cuenta de las cosas? Veo como os miráis. Como os comportáis cuando estáis uno alrededor del otro. Víctor siempre ha estado ahí para ti.
—Yo también estoy para él…
—¿Lo ves? Otro motivo para que os reconciliéis.
Cuando salgo al porche de casa, mi fino suéter es demasiado ligero para aguantar la temperatura exterior. Víctor ni si quiera ha entrado. Está en la calle.
Frente a casa hay una mimosa amarilla gigante que tiene un banco en una lateral. Sus vistas son hacia la sierra, donde encontramos una pineda, la balsa de riego del campo de golf y el campo de golf entre colinas suaves cubiertas de césped bien cortado.
—Ni si quiera has venido —digo sentándome a su lado. Un chorro de vaho sale de mi boca.
—No me has invitado.
De acuerdo, eso era cierto.
—Pero al contrario que tu novio, he estado todo el día soportando al capullo de tu amigo Paco mientras montábamos la carpa.
—¿No vas a entrar?
Niega con la cabeza.
—Están tus padres.
—No tengo padres —dice rápidamente—. Además he quedado.
Lleva zapatillas deportivas adidas, vaqueros que se ajustan a su perfecta anatomía marcando un bonito cuerpo bien tonificado. Veo los faldones de una camisa de cuadros rojos, azules y blancos sobresalir por la parte baja de una chaqueta vaquera, la cual lleva abierta con el frío que hace.
Solo hay una cosa que Víctor añora. Su madre. Y no es que Carmen, no se haya portado como una madre para él. Su culpa, inculcada por su padre no lo deja pensar con claridad.
—¿Has vuelto a pelear con tus padres?
—¿Qué tiene él que no tenga yo? —me pregunta a la misma vez.
—He preguntado yo primero —le digo lo más tranquilo que puedo.
—Sí, hemos peleado —responde secamente.
—¿Por qué?
—No has respondido a mi pregunta.
Y sé que mientras no le conteste, podemos estar atascados en esta situación. No me va a permitir cambiar de conversación. Cuando Víctor quiere algo, lo consigue.
—¿Por qué se tiene que tratar de tú o él? —digo mirando al frente—. Puedo ser simplemente yo. —Sé que me está mirando y está esperando una explicación—. No quiero engañarlo. Eso es todo.
—Y para eso tienes que sacrificarme a mí. Hemos follado tantas veces que…
—No vayas por ahí. —Le advierto.
—¿Por qué?
—Porque es ofensivo. Yo no te digo por qué te acuestas con chicas. ¿A caso no tienes suficiente conmigo?
—No es lo mismo.
—¿Por qué no es lo mismo? Debería sentirme celoso.
—¡Ya te lo expliqué! Puedo follar con una, con tres o cuarentaitrés chicas y siempre volveré a ti, no te hago a un lado. Además, ellas me dan una parte del sexo que tú no puedes darme, igual que tú me das una parte del sexo que ellas tampoco me pueden dar.
Veo que saca un paquete de tabaco y lo miro con sorpresa. Pero cuando la luz de la farola hace que brille el envoltorio, veo algo más.
Le quito el paquete de tabaco rápidamente de las manos. —¿En serio? —digo elevando la voz.
—¿Qué pasa? Me he fumado un par de cigarros estos días. Me creas ansiedad.
—No solo estoy hablando del tabaco. ¡Eres un idiota!, ¿en qué demonios estabas pensando?
—¿Qué? —dice realmente sorprendido.
Deslío la papelina que iba en el envoltorio del tabaco. Y la dejo volar.
—¡Tío van 10.000 pelas…! —dice horrorizado mientras el polvo blanco flota por el aire—. ¡Joder, se lo estaba guardando a Marcos!
—¡Que se vaya a la mierda tu amigo! Un amigo de verdad no te haría eso.
—¡Prefiero a este amigo a uno como tú! Dame el tabaco Martín.
Y echo a correr, como si hubiera una posibilidad que ganara a Víctor, que juega a fútbol, va al gimnasio y practica trial.
Y, sí, me da tiempo a cruzar la calle, correr cuesta abajo y Víctor pegado a mi culo. Hago un quiebro y me cubro tras un coche. Comienzo a sacar cigarros y a partírselos.
—¡Vas a pagar por eso! —me dice desde el otro lado del coche. Y cuando le destrozo el último cigarrillo, salta por encima del capó del coche. Entonces salgo a acorrer cuesta arriba. Al principio llevo una ligera ventaja y cuando estamos frente al jardín de casa, siento un golpe en mi cintura que me derriba.
Víctor me ha atrapado. Caemos sobre el césped húmedo y rodamos. Aunque estoy jadeando mucho por el esfuerzo, sentir sobre mí los 8 kilos que Víctor pesa más que yo, se siente agradable. Forcejeamos un poco. Solo por pura diversión. Acabo de cumplir 18 años y él los cumplirá en cuatro meses, ¿por qué debemos ser siempre adultos?
Ambos estamos jadeando por la carrera y por rodar encima del césped. Noto su pecho amortiguar sus respiraciones contra las mías. Y nos miramos fijamente durante un segundo que parece una eternidad. Observo sus inocentes ojos verde oscuro, veo la felicidad de este instante. De niños siempre teníamos estos juegos de tira y afloja.
Y entonces, entiendo por qué quiero tanto a Víctor. No me importa lo que me diga o me haga. Porque sé que ambos nos queremos por encima de cualquier problema. Sé que es el mejor amigo que alguien podría tener y sé que soy muy afortunado por tenerlo en mi vida. Aunque a veces lo golpearía.
—Siento la escena del ascensor —digo aun jadeando.
—Llámalo por su nombre. Sientes haberme pegado.
—Siento haberte pegado —digo afirmando sus palabras.
—Pues vas a tener que esforzarte porque no te creo —me tiende la mano para ayudarme a levantarme y literalmente estoy chorreando. No penséis mal, el jardín está recién regado.
Cuando me he incorporado y sin que se lo espere, lo atraigo hacia mí para un abrazo. Sé que no se lo esperaba porque se tensa. —Lo siento. Te quiero mucho.
Sus brazos se cierran a mí alrededor. —También te quiero —la presión que ejerce sobre mí, es muy reconfortante.
Me retiro un poco y por el rabillo del ojo veo sus labios. Solo tengo que girarme un poco y cuando me doy cuenta, los he atrapado entre mis labios. Su lengua se abre paso en mi boca y el beso inocente que había iniciado, se ha vuelto más brusco.
Siento sus dientes mordisquear mis labios, y su lengua está vapuleando a mi lengua. Conozco perfectamente su sabor en mi boca y lo disfruto. Siento su polla clavárseme en la cintura de mis vaqueros y sus manos acarician mi espalda y van camino de mi culo.
Yo también estoy duro. Dulces y felices diecisiete.
—¿Has visto eso? —pregunta en voz alta mirando al fondo. Me giro sin sospechar quién puede ser—. Acabaré follándomelo.
Y a quince metros de donde estamos nosotros está Anton, observándonos.
—Tú regalo —dice sacando una cajita de joyería de su bolsillo trasero.
—Eres un idiota Víctor.
—Lo sé. Pero lo mejor de todo, es que has sido tú quien me ha besado. ¡Feliz Cumpleaños! —Me besa en la frente.
Lo veo alejarse lentamente hacia su moto. Se sube a ella, da una pedalada y la arranca. Y sale derrapando por ese camino que bordea el precipicio que lleva al campo de golf.
Observo a Anton.
¡Mierda! Me grito alarmado. ¿Y ahora que cojones le digo?
Camina tranquilamente hacia mí. Y la verdad es que me pongo tan nervioso que no sé qué decirle.
—¿Nos sentamos? —dice señalando hacia el banco.
Va a mandarme a la mierda. Es lo primero y único que se me pasa por la cabeza. Va a decirme que no quiere estar con un niñato de mierda que no sabe ordenar sus preferencias o peor. Va a pensar que soy un promiscuo del copón.
¡Que lo soy vamos!
Tomo asiento a su lado observando a la oscuridad del campo de golf. Me siento como un nieto al que su abuelo le va a echar la bronca.
—No tienes que preocuparte —dice pasando su brazo por encima de mis hombros—. Aunque no te lo creas, me han educado para ser monógamo y me gusta —dice pasando su mano por mi brazo.
Dejo que se me escape un suspiro aliviando tensión.
—No voy a engañarte, no soy de compartir. Pero aunque no me guste verte con Víctor, te entiendo.
—¿Sí? —pregunto muy sorprendido.
—Te entiendo y entiendo su punto de vista. Para él, soy yo quien se ha interpuesto entre ambos. Os conocéis desde siempre. —Zanja la cuestión como si hubiera dicho una verdad bíblica—. Y yo como muy tarde me iré en Agosto. Así que si pasa algo entre vosotros, lo entenderé.
Suelto otro suspiro. ¿Cómo demonios puede existir un hombre así? Y lo más complicado, ¿qué he hecho yo para merecerlo?
—¿Cómo has acabado en mi cumpleaños? ¿Lucía y Minerva?
Anton sonríe mientras niega con la cabeza.
—Paco y Lorenzo me invitaron. Um, ah, por cierto, creo que deberíamos entrar y detenerlos antes que se queden completamente desnudos. Tu madre ha estado a punto de sacarlos arrastras. Ahora veo de dónde has sacado tu carácter. —Sonríe planificando un ataque hacia mí—. Pero ella me da más miedo.
—Estás de broma ¿no? —digo poniéndome serio.
Niega lentamente con la cabeza.
Entonces me pongo en pie, le tiendo la mano y el la acepta sin titubear. —Vamos a mi dormitorio. Te voy a enseñar a quién tienes que temer.