Mi primo y yo (1)
Mi inicio a la sexualidad a través de quien menos me esperaba.
MI PRIMO Y YO (1)
Quisiera contaros mi extraño despertar a la sexualidad. Soy el fruto de la típica enseñanza religiosa de los años 60 en España. Alumno de escuela de religiosos, sin hermanas ni vecinas de mi edad, convencido de que la mujer es algo menos que etéreo y digno de un respeto casi enfermizo.
Así era yo a mis 14 años. Tímido y desconocedor, en sexo, de todo lo que no fueran juegos en solitario.
El verano de aquel año fue mi despertar auténtico al sexo aunque de un modo un tanto peculiar. Mi familia y yo fuimos de veraneo, como casi siempre, a pasar unas semanas con mis tios y primos al pueblo de mi madre, una pequeña aldea del norte de España. Acortaré detalles y me centraré en el «diablillo» que iba a conseguir hacer mi sexo menos solitario, mi primo pequeño. Le llamaremos Eduardo.
Eduardo tenía entonces unos 7 años y era un pícaro mucho más espabilado que yo mismo. Tenía una amiguita de su edad, Rosa, con la que, medio inocentemente, medio no, se intercambiaban exploraciones corporales, toqueteos , e incluso pseudocópulas... De algún modo, imitaban a los animales si bien no eran muy conscientes de lo que hacían ni tenían aún posibilidades físicas de hacer nada. La verdad.
Edu y yo sintonizamos mucho y siempre procuraba estar conmigo -con su primo de la capital con todo lo de novedoso e importante que eso es para un chico de aldea-. Su curiosidad era insaciable y se pasaba el tiempo haciéndome preguntas de todo tipo. A cambio, él también me contaba sus cosas y así fue como empezó a explicarme lo que hacía -o mejor, trataba de hacer- con su pequeña amiga.
Como era lógico, a un espíritu por entonces tan mojigato como yo, me asustaron sus confidencias. Enseguida creí ver graves consecuencias acerca de aquellos juegos y, con mi mejor espíritu redentor, me propuse «reeducarle», sin saber que iba a ser él quien me reeducara a mi...
El hecho es que empecé a comerle el tarro diciéndole que había otras maneras de satisfacerse sexualmente sin involucrar a una inocente niña... y cosas por el estilo (no se rian, uno era así). Al trascurrir de estas conversaciones, la curiosidad de mi primo se fue haciendo más abierta, descarada e íntima y empezó a sentir curiosidad por ver mi miembo «primo, déjame ver tu polla... seguro que es muy grande...» esa cantinela empezó a hacerse constante y reiterativa. Naturalmente, yo me negaba con toda la seriedad del mundo al tiempo que insistía en brindarle mis santos consejos.
Todo iba así hasta que un día en que yo estaba tumbado en un prado, bajo la sombra de un castaño, ensimismado en mis fantasias eróticas -que en ese momento centraba en mi tia-, y un poco caliente por ello, cuando se acercó mi primo y nuevamente empezó con su cantinela «primo, va... enséñamela y te prometo que no le haré nada a Rosa...» ese día no pude más. Su sugerencia, llegada en un momento en que mi calentura era elevada en función a los pensamientos que en aquel momento tenía me hicieron alcanzar una erección muy fuerte y unos deseos enormes de aliviarla en ese mismo momento. Así pues, como un resorte y sin pensar tan siquiera en lo que hacía, me incorporé y escuetamente le dije a mi primo: «Está bien. Vamos al pajar que te voy a enseñar lo que quieres ver y algunas otras cosas más...»
Entusiasmado, con una sonrisa de oreja a oreja que no he olvidado nunca, mi primo me acompañó correteando a mi alrededor hacia el pajar que era una antigua vivienda destinada ahora a tener ovejas en la planta baja y el heno en la superior. De hecho, era un lugar habitual de juegos para nosotros ya que usábamos la paja como tobogán y lugar de juegos en general.
Una vez allí, buscamos acomodo en un rincón lejano de la puerta y me dispuse a matar dos pájaros de un tiro. En mi mente tenía la idea fija y urgente de aliviar mi erección y la idea menos urgente de aleccionar a mi primo en el noble arte de la masturbación, todo en beneficio de la castidad de Rosa.
Una vez acomodados, y ante la expectante mirada de mi primo -lo que empezaba a ser muy excitante para mi-, procedí a bajarme los pantalones, dejando a la vista mi polla en la más completa de sus erecciones de los últimos tiempos. Los ojos de mi primo parecían saltarse de las órbitas «que grande... que peluda...» decía mientras la estudiaba con detenimiento, lo que incrementaba aún más mi tensión erótica.
En ese punto, no pude más y, tratando de darle un aspecto didáctico al tema, empecé a masturbarme ante sus ojos mientras trataba de decirle que «siempre que sintiera deseos de hacerle cosas a Rosa, era mejor que hiciera esto, que se lo iba a pasar muy bien y no haría daño a nadie...» Eso le decía mientras mi respiración se iba haciendo cada vez más jadeante ante el inmenso placer que mi masturbación, añadida al morbo de tener un espectador o compañero por primera vez en mi vida, me provocaba. Ohhh... que placeeeer.... No podía más... Jamás había gozado tanto una masturbación como en ese momento. Mi primo no me quitaba ojo de encima y, poco a poco, se fue quitando también su pantalón quedándose desnudo frente a mi.
Trataba de imitarme frotando con su mano su pequeña cosita, aunque, al no estar erecto no lograba nada. Yo no pude más y me vine en una explosión de gozo indescriptible. Chorros de semen inundaron mi mano y mancharon mis piernas entre -debo confesarlo- auténticos gemidos de placer que, por suerte, no oyó nadie más que mi admirado primo. Y nuevas preguntas «¿Qué es eso?...» Otra cosa a explicarle.
Tras limpiar mi mano y piernas con pajas -no es broma, pajas de verdad frente a una paja descomunal- traté de proseguir con mi didactica lección. Le expliqué lo del semen y todo lo demás y así trascurrió un rato. En todo este tiempo, mi primo no dejó de tocarse obteniendo tan solo un asomo de erección que hacía dificil cualquier manipulación gozosa por su parte. Eso lo tenía medio irritado. Al punto que decidí pasar a la acción y ayudarle, siempre con mi mejor voluntad educativa, claro está.
Así pues, le dije «tranquilo, voy a ayudarte. Verás que bién lo vas a pasar» y empecé a sobarle su pollita con suavidad y dulzura. La verdad es que me estaba empezando a gustar aquello, y así, poco a poco, y sin pensar lo que hacía, acerqué mis labios a su polla y la besé fugazmente. Ante la falta de queja de mi primo, volví a hacerlo y esta vez lamí también con rapidez sus muslos volviendo a su polla que volví a besar. Mi primo estaba en silencio absoluto lo que era inusual en él, tan parlanchín... El clima se iba caldeando de nuevo y yo volvía a estar erecto a tope. No pude más y tras el siguiente beso, introduje su polla y pequeños testiculos en mi boca, procediendo a chuparlos con suavidad, dulzura y, sorprendentemente para mi, placer enorme.
En esas estaba cuando noté como su polla empezaba por fin a ponerse más dura y a crecer ligeramente. Mi primo empezó a respirar con fuerza. Sin duda, era su primera erección consciente y provocada por otra persona. Su respiración y la mia fueron en aumento, yo, mientras tanto volvía a masturbarme con mi mano izquierda mientras seguía succionando su miembro sin cesar. Que momento. Irrepetible. Debo reconocer que toda la vida ha estado conmigo el recuerdo de ese momento como uno de los más felices de mi vida. Por fín, un suspiro simultáneo a un estremecimiento y posteriores convulsiones del pequeño cuerpo de mi primo me hicieron comprender que Edu se estaba corriendo, aunque aún sin semen, por primera vez en su vida en mi ansiosa boca. Mi polla no pudo más y también estallé en otro maravilloso orgasmo. También para mí el primero compartido con alguien en mi vida.
Tras eso, los dos permanecimos en silencio un largo rato, descansando de tanta y tan fuerte emoción junta. Luego de un descanso, Edu fue el primero en hablar «me gusta...» -dijo- «quiero hacértelo yo a ti también...» y sin mediar más palabra, se lanzó sobre mi aún mojada polla y trató de metérsela en la boca. Lo cierto es que, en ese momento le vinieron arcadas por mi semen y se abortó el ataque. Entre risas lo aparté y le dije que esperase. Que todo a su tiempo, y le propuse que nos vistiéramos y saliéramos de alli a tomar el aire.
Así lo hicimos y nos fuimos a recoger las vacas que entretanto campaban a sus anchas por el prado.
Tras recoger los animales y guardarlos en su cuadra, tomamos el camino de casa y, por atajar entramos por el huerto, como otras veces. El huerto en cuestión está en la parte trasera de la casa y solo es visible desde una de las ventanas de la misma, precisamente desde la de mi habitación. Como siempre, atravesamos las matas de judias y nos adentramos en la pequeña parcela de maiz, cuyas plantas debían tener algo más de un metro de alto. Cruzando entre ellas, mi primo me estiró del pantalón diciendo «espera, agáchate...» así lo hice y, estando en cuchlillas en el suelo mi primo volvió a sus peticiones: «vaaa... enséñamela otra vez... quiero hacerte lo que me has hecho a mi...» la verdad es que me sentía aún muy excitado por lo sucedido un rato antes y sus palabras nuevamente provocaron mi tercera erección de la tarde. El deseo me dominaba por lo que accedí de inmediato «está bien, tómala...» le dije mientras me la sacaba de la bragueta. Ni corto ni perezoso, mi primo se lanzó a besar, lamer y chupar mi ardiente polla. Fue tanta la pasión que puso en ello que en pocos minutos logró de nuevo ver brotar de mi castigada herramienta un abundante chorro de semen entre mis auténticos jadeos de placer.
Nunca antes había sentido tanto placer como el que esa tarde estaba logrando con mi primo. Era de locura. Me entraron ganas de comérmelo entero y temeroso de que alguien pudiera vernos, le tomé de una mano y echamos a correr de nuevo hacia el pajar. Una vez en el que, a partir de ese día, iba a ser nuestro rincón favorito, le desnudé con urgencia y nuevamente me apoderé de su polla con mis labios y boca procediendo a chupársela con auténtica pasión. De algún modo intenté montar con él un 69 pero la enorme diferencia de estatura lo impidió pero no nuestro mutuo placer ya que, mientras yo chupaba, besaba y lamía con deleite su miembro, él frotaba con sus manos el mio mientras me besaba y lamía mi cuerpo. ¿qué deciros? Pues que nuevamente alcanzamos ambos las mas altas cotas del placer en una nueva explosión cargada de semen la mía y seca la suya, aunque igualmente placentera para ambos. Rendidos, nos quedamos así medio dormidos por un rato.
Aquellas vacaciones, ya no hubo quien separara a «ese par de primos que se llevan tan bien» como decían, contentos, sus padres y los mios... Si supieran...
A partir de ese dia, mi sexualidad cambió radicalmente y empecé a verla no como algo sucio como me habían enseñado los curas sino como algo bonito para compartir con los demás. Ambos crecimos y nunca más volvimos a hablar de aquel maravilloso verano. Ambos nos casamos y tenemos hijos y una vida heterosexual normal.
Nunca volvimos a hablar de ello. Nunca hasta este pasado mes en que, un viaje de negocios me llevó a la capital de la provincia del pueblo de mi primo y aproveché para acercarme a saludar a la familia. Mi primo y yo nos fuimos a la cantina a tomar unos vinos y, de regreso me soltó por primera vez en casi 40 años: «recuerdas lo bien que lo pasamos aquel año tu y yo?»... Mi corazón dió un vuelco.