Mi primo y su padrastro
La recién adquirida afición de mi primo por comer pollas nos llevó a otra situación de lo más placentera
Se ve que Félix le pilló el gustillo a eso de comer pollas y quería ir adentrándose en el mundo gay por la puerta grande. Me preguntaba por zonas de cruising o garitos en los que fuera fácil ligar. No sé qué imagen tenía de mí, pero creo que no me conocía del todo bien. Obviamente pretendía que lo acompañara a esos sitios. Y yo me negué. Llegué hasta a sentir celos de que quisiera montárselo con otros tíos. Desde luego este pensamiento era detestable e intenté quitármelo de la cabeza y comprender que mi primo necesitaba tener su propia vida sexual apartada de mí.
No fue fácil porque cada vez que estaba con él en su habitación me proponía que nos la mamáramos. Incluso si estaba Ramón, su padrastro, en casa. “Si nunca entra a mi cuarto” me decía. Pero aquello ya era demasiado para mí, así que en la mayoría de las ocasiones le dije que no aunque alguna vez sí que repetimos sin llegar más allá de un “inocente” sesentainueve. Esto fue un día que Ramón no estaba, claro está, y en el que todo parecía estar bajo control, pues la sola idea de que nuestras familias se pudieran enterar me ahogaba.
Sin embargo, los días que Ramón se quedaba en casa, le fui notando cada vez más simpático. Bueno no, algo más conversador, porque su cara de mala leche no había Dios que se la quitase. Comencé a mosquearme. Si yo mismo noté que Félix me llamaba con más frecuencia desde que supo que yo era gay, ¿por qué no iban a notarlo los demás? Había semanas en las que nos veíamos hasta tres y cuatro veces, y aquello no era en absoluto normal.
Un fin de semana mi madre se fue con la suya de viaje a Londres. Su hermano Mario se fue con el mío a su casa a pasar un divertido finde encerrados jugando a la Play. Y en esas circunstancias Félix me llamó.
-Sólo tengo que quitarme a Ramón de encima y planeamos algo – decía.
Al poco me envió un mensaje para informarme de que su padrastro se iba de nuevo a Ávila. A mí me sonó raro, pero aun así me fui para casa de mi primo. Paré antes en una gasolinera cercana a su barrio y allí vi a Ramón repostando.
-¿Vas para casa? – me preguntó más encantador de lo normal.
-Sí, he quedado con Félix.
-Vaya, últimamente no paráis, ¿eh?
A eso no le contesté y se despidió advirtiendo que se iba para Ávila. Al llegar a su casa le conté a Félix y le comenté que Ramón se comportaba de forma rara. “Paranoias tuyas”, decía. Se abalanzó sobre mí para besarme y le dije que esperara un rato, por si Ramón volvía con la excusa de que se había dejado algo. Y así fue, nada menos que media hora después entró sigiloso y nos pilló a los dos tirados en el sofá tomándonos una cerveza. Se disculpó argumentando que se había dejado el cargador del teléfono y que ya nos dejaba tranquilos.
-¿Qué te dije?
-Habrá sido casualidad. Además él no hubiera entrado a mi cuarto.
-Este trama algo, ya te lo digo yo – dije preocupado.
-¿Te imaginas que nos pilla? – elucubraba Félix -. Vaya morbazo, ¿no?
-¿A qué te refieres con morbazo? Sería un marrón en toda regla.
-Anda ya, Ramón será un gilipollas, pero tiene una buena polla.
-¿Se la has visto? – le pregunté asombrado.
-Sí, no tan larga como la mía, pero muy gorda, tío.
Félix no dejaba de sorprenderme. Vale que fantaseara conmigo o me nombrara de broma a alguno de nuestros primos, pero ¿al novio de su madre?
-¿Crees entonces que volverá? – siguió.
-Creo que sí. No deberíamos hacer nada.
-¿Y si le damos una sorpresa?
-¿Qué quieres decir? – inquirí.
-No sé, algo que le demuestre que no hacemos nada. Nos podríamos encerrar en mi habitación por si llega y se mosquea.
-¿Pero y si entra, nos ve allí, aunque sea sin hacer nada y le cuenta algo a tu madre?
-Pero si no nos ve…
-Ya, ¿pero y si se lo inventa? Mejor vámonos a dar una vuelta, anda.
-No, no, hazme caso. Podemos poner una cámara y todo en la entrada.
-Va, déjate de fantasmadas. Con que uno esté pendiente de la puerta desde la ventana de su dormitorio…
Y aquello que empezaría siendo un encuentro furtivo y sexual se convirtió en una gamberrada típica de niños que se quedan solos en casa por primera vez. Nos fuimos para el dormitorio principal, cuya ventana daba a la entrada del chalé, y allí estuvimos un buen rato. “No va a venir”, se quejaba mi primo. Pero cuando ya perdíamos la esperanza y casi la paciencia, vimos cómo Ramón entraba al jardín cerrando la puerta con sumo cuidado. Nos fuimos para el cuarto de Félix rápidamente. Y allí, no supimos qué hacer. A pesar del largo rato, no habíamos concretado nada.
Me senté en la cama y Félix en la silla frente al ordenador. Quiso poner una peli porno y se lo impedí. Comenzó entonces a gemir en broma y también le recriminé.
-¿Entonces qué? – preguntaba.
-Nada, cállate.
-Oye, lo mismo sólo piensa que fumamos porros – dijo Félix elocuente.
-Puede ser, pero me da a mí que no.
En aquel instante la puerta se abrió con brusquedad y Ramón apareció tal como preveíamos. Se quedó pálido, con una cara mezcla de asombro, rabia e incredulidad. Desde luego, no se esperaba vernos allí sin hacer absolutamente nada.
-¿Qué se te ha olvidado ahora? – le preguntó mi primo con cierta ironía.
Ramón no respondió. Y volvió sobre sus pasos farfullando dejando escapar algo así como “vaya par de maricones”. Félix y yo permanecimos callados un rato, pero no escuchamos nada más, ni siquiera el ruido de la puerta al cerrarse, así que mi primo salió del cuarto para ver qué ocurría y dónde estaba Ramón. Cuando terminó de inspeccionar la parte de arriba, me decidí a bajar con él. Y en el salón, sentado en el sofá con una birra en la mano, vimos a su padrastro.
-¿Qué haces aquí todavía? – le preguntó Félix.
-Ya no me voy a ningún sitio – contestó Ramón.
Y Félix montó en cólera profiriendo toda clase de palabras malsonantes.
-¡Me cago en la puta que no puede uno pasar un puñetero fin de semana tranquilo! – maldecía-. Si dices que te vas, pues te vas y ya está, pero no te quedes aquí a joder la marrana.
Félix se calentaba y Ramón permanecía impasible, quizá esperando a que mi primo se delatara. Terminó de desahogarse y volvió a subir las escaleras. Fui tras él a pesar del gran portazo que pude escuchar mientras ascendía al primer piso. Abrí y le pedí que se calmara, que no pasaba nada. Félix seguía bastante cabreado y contrariado porque su plan se había ido al traste. Me acerqué a él para darle un beso y animarle, pero mientras lo hacía, Ramón apareció de nuevo.
-¡Lo sabía! – gritó -. Sabía que vosotros dos teníais algo. Me lo olía y veo que no me he equivocado.
Félix se enfureció. Yo enrojecía. Y Ramón sonreía satisfecho. Mi primo optó por continuar con su comportamiento pueril, se acercó a mí y me dio un morreo.
-Pues sí, ¿qué pasa? – decía altivo - . Para esto quería que te fueras a tu puto pueblo; para poder estar un rato a solas con mi primo, ¿no lo entiendes?
Y continuó besándome ante la mirada atónita de su padrastro.
-Así que te gusta chupar pollas, ¿eh? – le recriminó -. Pues no te voy a privar de hacerlo este fin de semana si tantas ganas tienes.
Entonces Ramón se sobó el paquete insinuándose. Ahora fue mi primo al que le cambió la cara. La mía seguía igual de estupefacta. Ramón se quitó la camiseta y se bajó los pantalones.
-Venga, aquí la tienes – le ofrecía desafiante.
Félix me miró, pero no pude transmitirle nada. Y mucho menos fui capaz de articular palabra. Es cierto que algo excitado estaba ante la sola idea de montarnos un trío con Ramón, que como ya me había advertido mi primo, no estaba nada mal, y bajo su slip negro se intuía una buena verga. Si yo llegué a pensar eso, imagino que Félix también lo haría, aunque después de tanta confusión, todo podía ser.
Pero no, Félix no me sorprendió, y casi me alegré cuando observé que se acercaba y se arrodillaba frente a su padrastro. Le vi lamerle el cipote por encima de la tela. La polla de Ramón iba cobrando forma tras los estímulos de Félix. Yo me mantuve al margen excitado desde mi rincón deseoso de que mi primo se deshiciera por fin del slip y mostrara la que me dijo era una polla gorda.
No tardó en hacerlo. Salió súbitamente ya empalmada en cuanto fue liberada de la lycra. Cierto que no era muy larga, pero sí gruesa y con un glande bastante prominente. Félix se lo llevó a la boca y Ramón comenzó a gemir. Vi cómo se lo comía entero y jugueteaba con su lengua sobre él saboreándolo con calma, pero con muchas ganas. Poco después se tragó toda su verga y Ramón agudizó su gemido. Félix la metía y sacaba de su boca ya sin tanta parsimonia, quizá pensando que le estaba infligiendo algún tipo de castigo, pero los sollozos de Ramón decían todo lo contrario.
Con la mirada perdida, Ramón recibió la boca de su hijastro como si lo hubiera estado deseando durante años. Su rostro irradiaba satisfacción de haber conseguido lo que se venía proponiendo. Y quizá además por partida doble, pues también estaba yo allí, aunque en un principio tan sólo en forma de espectador por más que mi verga quisiese entrar en acción cuanto antes. Tener a mi primo chupándole la polla a un cuarentón de muy buen ver y recordar lo bien que Félix me lo había hecho a mí era, de momento, suficiente para que me empalmara.
Pero cuando Ramón volvió en sí y me vio allí parado me convocó a su juego.
-¿No quieres chupar tú también? – me invitó.
No dudé en arrodillarme junto a Félix y probar aquella polla tan gorda. Mi primo me besó mientras me dedicaba una lujuriosa sonrisa y empujó mi cabeza para que me tragara la verga de su padrastro. Lo hice sin miramientos degustando los restos de saliva que le había dejado y sintiendo en mi paladar aquel gordo y sabroso capullo. Me deleité con él hasta que Félix me lo quitó. Casi peleábamos por ese cipote y por ello, y cada con más furor, Ramón iba teniendo dos bocas dispuestas a tragarse su polla todo lo que él pudiera aguantar.
El culmen para él llegaría cuando se la lamimos los dos a la vez. Cada uno a un lado, permitimos que Ramón se pajeara con nuestros labios, que además se juntaban cada vez que echaba para atrás su cuerpo en forma de mete y saca, pero sin llegar a introducirla realmente en ningún sitio. Félix estaría flipando, pues no había pasado mucho tiempo desde que me la comiera a mí y ya estaba saboreando otra verga. Y yo, bueno yo estaba que no me lo creía. Cuando veo pelis porno me excito sobremanera cuando dos tíos se la comen a uno, y esa postura para mí era el cenit de una mamada, aunque la polla en cuestión no fuera la mía.
Era una mezcla de obscenidad y ternura por ser mi primo pequeño al que tenía en frente, y de alguna manera me alegraba por él. Por Ramón no tanto, pues el muy cabrón estaba disfrutando de lo lindo a nuestra costa. Y aunque era un gilipollas, la escenita no daba pie a falsos orgullos y yo tragaba, chupaba y lamía sin ningún tipo de repulsión. Continuamos con la posturita, pero Ramón hizo un intento de quitarnos porque seguramente estaría a punto de correrse. Desde luego tener dos ávidas lenguas recorriendo tu cipote invitaba a ello. Recuerdo la mía cómo buscaba inquieta la de Félix cada vez que la polla de Ramón nos daba algo de tregua. Ya nada de besos, sólo sucios jugueteos entre ellas. Se movió un poco, apartó a Félix y comenzó a follarme a mí la boca. Entonces mi primo se agachó en busca de mi excitadísima polla. Me estremecí cuando se la tragó entera sin dilaciones, pero gozar del grueso capullo de Ramón rellenando mi garganta impidió que lanzara un sonoro quejido.
Me tenía agarrado por la cabeza e introducía y sacaba su verga a su antojo. Me encantaba que me penetraran la boca de esa manera casi salvaje que llegaba hasta dejarme sin aliento para digerir lo que Félix me estaba haciendo a mí. Ninguno cesaba en su intento de darme placer, cada uno a su manera, pues no sé si Ramón pensaría que aquello no me gustaba. Si lo hacía y creía que era demasiado para el estirado sobrino de su novia estaba muy equivocado. No creo que yo disfrutara más que él porque sabía que mi boca daba mucho de sí y era única complaciendo a los tíos, pero a mí me encantaba hacerlo.
-Sube aquí mamonazo, que me voy a correr – avisó Ramón -. Quiero que os traguéis todo lo que salga de mi pollita.
No era necesario advertirlo, pues tanto Félix como yo parecíamos dispuestos a recrearnos ante semejante manjar. Ramón comenzó a convulsionarse mientras Félix lo esperaba con la boca abierta y la lengua bien fuera. Su padrastro se centró primero en él para descargar un abundante chorro de leche que Félix se tragó sin pensar. Gemía intensamente al compás de los espasmos y comenzaba a restregarnos su polla ya a los dos, dejando restos de su sabroso líquido en nuestras lenguas. Félix incluso, y tal como me hizo a mí la primera vez, se tragaba la verga de nuevo mientras Ramón enloquecía.
Compartimos el blanco y ácido líquido con nuestras salivas e intercambiándolo de boca en boca como si fuera a saber mejor, sin dejar escapar ni una gota, y cada vez que se deslizaba por la comisura de los labios, la lengua del otro iba rauda a capturarla y devolverla al mejunje que nos habíamos montado. Lo hacíamos con más pasión que nunca, muy excitados ambos, porque hasta entonces, cuando se trataba de saborear lefa, era porque uno se había corrido antes que el otro, y las ganas no eran las mismas. Pero en aquella ocasión estábamos en igualdad de condiciones y la ternura dio paso a nuestro lado más salvaje. Yo allí desnudo con la polla tiesa, mi primo vestido, pero con su pollón seguro igual de duro y Ramón también desnudo, pero con su verga ya flácida. Anunció que iba a por un cigarro y nos dejó a solas.
Félix y yo no nos dijimos nada y continuamos morreándonos sentados sobre el suelo. Se llevó una de sus manos hasta mi accesible cipote y comenzó a pajearlo. Yo quise hacer lo mismo, pero el de Félix me pillaba algo lejos y además protegido por sus pantalones. Ramón volvió con su cigarro y el cenicero en la mano y se sentó sobre la cama sin desviar su mirada de nosotros.
-Sois un par de cerdos – se atrevió a decir.
Nadie le hizo caso.
-Menos mal que no me equivoqué con vosotros y no me he ido al pueblo. El fin de semana va a ser mucho más entretenido aquí – concluyó.