Mi primo, su padrastro y yo

Si alguien ha leído "Los empleados de mi padre" entenderá por qué no pude disfrutar con mi primo y su padrastro de todo el fin de semana mamando. Eso sí, lo mío me llevé también.

Podría haber sido un gran fin de semana lleno de lujuria y perversión, pero siendo yo el protagonista, algo había de torcerse. Aquella misma tarde sí que continuamos con nuestros vicios: el de Félix de chupar pollas, el de su padrastro de que se la mamaran y el mío que por suerte o por desgracia se adapta a todo. Sí, soy un depravado, qué le vamos a hacer.

El caso es que mientras Ramón descansaba tras su corrida, Félix y yo seguimos besándonos con ganas sentados sobre el suelo mientras él me pajeaba. De pajas ya estaba yo harto, así que me insinué a Félix y se dio por aludido. Se tumbó entonces sobre la moqueta y comenzó a chupármela de nuevo. Gracias a su quehacer y al placer que me estaba otorgando, nos olvidamos de Ramón por un instante. Estaba a mi espalda y le imaginaba mirándonos lascivo mientras se fumaba el cigarro. Esperaba que volviera a hacer otro comentario del tipo “vaya par de guarros”, pero no escuchamos su voz durante unos minutos.

Bastante tenía con aguantar la húmeda boca de mi primo pequeño tragándose toda mi verga. Nada que ver con la primera vez. Félix se estaba entrenando bien y el cabronazo sabía chuparla que daba gusto. Sentía su lengua hacer círculos en mi glande o recorrer mi cipote dejando un surco de saliva que después iba recogiendo o arrastrando con sus dientes. Ya era capaz de usar todas las partes de su boca con pericia. Yo se lo agradecía con algún sollozo o acariciándole su suave pelo. Ya no hablaba ni interrumpía como antes sino que parecía centrarse del todo en la que era su nueva afición y a la que quería pulir e instruirse cuanto antes.

Al tiempo que Félix me atormentaba con sus tragaderas yo fantaseaba con Ramón acercándose a mí y regalándome de nuevo su gorda polla para que se le mamara hasta hacerle estremecer. Se lo podía haber pedido, pero no quería ponérselo tan fácil. Total, me iba a correr igual. De todas formas, pareció leerme el pensamiento, y tras escuchar cómo dejaba el cenicero sobre la mesa le vi frente a mí, desnudo y empalmado de nuevo con esa cara de gilipollas que no podía quitarse de encima, pero que aun así, resultaba de lo más excitante.

Sobó un poco el culo de Félix por encima del pantalón que incomprensiblemente aún conservaba puesto. Pensé que intentaría quitárselo, pero le vi dudar un momento y se me acercó por fin. Se inclinó un poco y sin mediar palabra me ofreció su apetecible polla. Estiré un poco mi cuello y alcancé su increíble y gordo capullo. Lo lamí con suavidad recorriéndolo con mi lengua y aguantando las ganas de tragármela entera. Sentí incluso su pequeño orificio y jugué a separárselo mientras me deleitaba con el olor a corrida que aún guardaba.

Félix seguía sin inmutarse y yo agradecí mi aguante a pesar de todo. Pero para Ramón la postura no era lo bastante cómoda. Intentó arrodillarse sobre el suelo también, pero se lo pensó mejor, acercó la silla y se sentó sobre ella quizá con la intención de conservar una postura dominante, aunque sólo fuera por la altura con respecto a nosotros. Pero así, a mí se me hacía imposible acceder a su verga, y aunque mi primo me complacía con su succión, no había nada que me excitara más que comerme el pollón de Ramón, así que me incorporé, me puse a cuatro patas, le separé las piernas y ahora sí me la tragué entera sin pensármelo.

A Félix no le importó que cambiara de postura y pronto él hizo lo propio girándose sobre sí mismo, quedando boca arriba por debajo de mí para poder engullir mi verga de nuevo. Aunque confundido al principio ante tanta estimulación, decidí centrarme en Ramón y su ardiente trozo de carne que casi rozaba mi garganta, inducido por los movimientos que sus manos trataban de dirigir. Mis labios sentían cada milímetro de aquel grandioso tronco y mis manos toqueteaban sus huevos duros y peludos que colgaban apetecibles desde el asiento. Llegué a lamerlos en alguna ocasión, pero el poder de su polla me tenía demasiado hipnotizado cómo para desear devorar alguna otra parte que no fuera ella.

Gracias a eso Ramón gemía resonante y aquel sonido me evadía de tal forma que casi olvidaba el buen trabajo que Félix me estaba haciendo a mí. Pero no, mi vibrante verga no tardó en recordarme que aquello ya era demasiado y necesitaba e imploraba descargar de una vez. Se lo hice saber a Félix dándole un respiro a Ramón, pero hizo caso omiso y me corrí de nuevo en su boca. Esta vez no pude reprimir un largo suspiro al tiempo que lanzaba trallazos de leche dentro de mi primo. En ese punto álgido volví a comerme la polla de Ramón con tanta furia que hasta tuvo que frenarme.

Cuando Félix no dejó ni gota y yo casi desfallecía, agradecí que se incorporara y se pusiera de nuevo junto a mi lado frente a la verga de su padrastro. Le pasé el testigo y continuó saciando su inagotable sed de polla. Seguramente, y si Ramón se dejaba, mi primo continuaría hasta beberse también su leche. A mí me apeteció demasiado un cigarro, pero antes de levantarme a por él me acerqué un poco a Félix, y arrebatándoselo a Ramón le besé con ganas mientras notábamos la caliente polla en nuestras mejillas. Fuimos de nuevo a por ella los dos a la vez y la compartimos un instante haciendo que Ramón se sobresaltara y agudizara un quejido que retumbó en la habitación.

Me aparté antes de que mi libidinoso cuerpo reaccionara de nuevo y dejé así a Félix solo ante su padrastro, arrodillado sobre el suelo y aquél acomodándose sobre la silla decidido a probar el aguante de mi primo. Pero para aguante el suyo, pues me dio tiempo a acabarme el cigarro y ahí estaba el tío sin inmutarse y el recién estrenado gay de la familia mantenía el tipo de una manera casi alarmante. Los labios de Félix debían estar ya cortados ante tanta fricción, pero continuaba con su ritmo metiendo y sacando el capullo a su antojo, permitiéndolo ver rojo e hinchado cada vez que decidía mantenerlo fuera de sus tragaderas para dibujar círculos sobre él.

Mi primo quiso ir un paso más allá y éste me incumbía a mí. No, no quería que se la comiera yo a Ramón otra vez, sino tener dos pollas en su boca. A Ramón no pareció gustarle mucho la idea, y opuso algo de resistencia cuando Félix le invitó a levantarse tras haber conseguido que yo lo hiciera. Así, de nuevo de rodillas, sus ojos se iluminaron ante la imagen de tener dos vergas ante ellos. Para contentar a su padrastro prosiguió chupándosela a él un rato mientras a mí sólo me pajeaba, pero cuando él creyó oportuno cambió los papeles y sentí de nuevo su boca mientras yo inspiraba casi como si aquello fuera una tortura.

Ramón se relajó algo tras recibir la mano de su hijastro, pero no pasó mucho tiempo hasta que tuviera de nuevo su verga bien metida en la bocaza de Félix. Éste me empujó para acercarme un poco más y tratar de meterse los dos miembros  al mismo tiempo. Que Ramón la tuviera tan gorda dificultaba mucho la faena, pero en algún momento sí que noté mi glande rozar el del cuarentón que tenía al lado y al que en otras circunstancias me hubiera lanzado para besarle, pues la situación lo requería a mi entender, pero determiné que Ramón no estaría muy por la labor. Me contenté entonces con el roce de su polla y el de los labios de Félix.

A Ramón tampoco le dio el arrebato, y cuando comenzó a acelerar sollozos y dejar ver que llegaba el momento de correrse, perdió su mirada mientras se contraía para soltar un chorro de leche que Félix recibió de buena gana. Se olvidó entonces de mi verga para centrarse en la de su padrastro y no desperdiciar ni una gota de la que se había convertido en su bebida favorita. Vi cómo su garganta tragaba con ansia mientras sus ojos miraban hacia arriba brillantes y obscenos y veían cómo las sacudidas de Ramón se ralentizaban hasta hacerle caer sobre la silla de nuevo.

Después de eso Félix quería comerse mi cipote ¡otra vez!, pero me pareció demasiado. Me aparté y me senté yo también sobre la cama y me encendí otro cigarro.

-Eres insaciable – le dijo Ramón.

Félix asintió pícaro.

-Vaya fin de semana vas a pasar, mamón – volvió a hablar Ramón.

Y puede que fuera verdad, pero como dije al principio, yo no iba a estar allí para verlo. Sergio, el que fuera el gran amor de mi vida, me llamó al rato para informarme de que había venido de Asturias y anunciarme que quería verme. El fin de semana es verdad que prometía, pero una llamada de mi vigilante eclipsaba cualquier otro pensamiento, cualquier otro plan que pudiera incluir una orgia con los tíos más cachas, más rubios y más guapos. La sola idea de volver a verle me creó tal ansiedad que me duché veloz, me vestí deprisa y corrí para encontrarme con él en una cafetería.

Lo que sucedió con él después ya lo sabéis, pero lo que ocurrió en casa de mi primo, y que yo me perdí para nada, os lo podéis imaginar.

A mí no hacía falta que Félix me lo contara la siguiente vez que le vi, pero obviamente me lo narró con todo tipo de detalles.

-Vaya día, primo – decía satisfecho -. Ramón me dejó chupársela todo lo que quise. Joder, ¡cómo me gusta!

-¿Ramón?

-No hombre, comer pollas.

-Estás fatal – le recriminé.

-Podías haberte venido después de la cita esa que tenías.

-No pude – mentí.

Porque sí que pude. Y de hecho me lo planteé, pero encontrarme con Sergio no me hizo bien y me dejó bastante desanimado. Podría haberme unido al finde de sexo como venganza o como evasión, pero fue tal el trastorno que me provocó verle, que ni me quedaron fuerzas. Claro que tener a Félix mamando sin parar también ayudó a que no hubiera necesidad, y aunque empecé esta parte de mi historia proclamándome un depravado, la realidad era bien distinta, y ni de lejos tenía el aguante de Félix, y parece que ni el de Ramón.

-Y entonces, ¿sólo mamadas? – le pregunté.

-Sí – confirmó Félix -. En un impulso le pedí que me follara, pero se negó.

-¿Y eso? – le interrogué.

-No sé, no me dio explicaciones.

-Hombre, con esa verga seguro que te desgarra, así que hizo bien.

-¿Tú crees?

-Imagino que será por eso – contesté -. Por cierto, besos nada, ¿no?

-Qué va tío, no me atreví y él ni lo intentó. Por eso me gustas más tú – reconoció mientras se acercaba a besarme en los labios.

-Ay Félix, tenemos que acabar con esto – le dije algo preocupado o quizá obnubilado aún por el recuerdo de Ojos Azules.

-¿Por qué? – dudó él.

-No está bien, eres mi primo. Y además, tienes que conocer a otra gente y que te pasen cosas maravillosas como a mí con…- me interrumpí antes de pronunciar su nombre, el de Sergio, el que ahora resultaba tan punzante, pero el que en verdad me hizo sentir cosas maravillosas -…bueno da igual, con quien sea.

-Quizá tengas razón – aceptó -. Pero una cosa, ¿tú me follarías? Si de verdad puede ser tan doloroso mejor tú que cualquier otro, ¿no?

-¿Porque la mía no es tan grande?

-No idiota, porque tú lo harías con cuidado – aclaró.

-Creo que es mejor que esperes, Félix, no tengas prisa – le aconsejé -. Ya llegará la persona que de verdad te apetezca dejar que te folle por primera vez. Hazme caso, por muchas ganas que tengas no dejes que el primero que se te cruce lo haga. Aunque duela, es un paso bonito de alguna manera, y se puede tornar traumático si te hacen daño. Tú mismo te darás cuenta cuando llegue el momento. Oye, o lo mismo te gusta a ti ser el que dé por culo en vez de que te lo rompan – le dije riendo.

-Ja, ja. No sé yo. Tendré que probar ambos. Y sí, tienes razón, no debo tener prisa, aunque no termino de entender que ni tú ni Ramón queráis follarme. Y eso que Ramón dejó caer que no le importaba petarte el culo a ti.

-¿Cómo? – pregunté sorprendido.

-Como lo oyes. No recuerdo qué dijo exactamente, pero algo así como “a tu primo sí que le petaba yo el culo ese de marica que tiene”

Y entonces una mezcla de falsa rabia e indignación porque Ramón dijera que tengo culo de marica y de impúdica curiosidad por saber si aquello era realmente verdad. Ramón comenzaba a cobrar protagonismo en mi cabeza en detrimento de Sergio. Me llevaría unos días decidir si hacer algo al respecto o no. Las visitas a casa de mi primo eran cada vez menos frecuentes y para mí desgracia, las dos veces que le había visitado Ramón no estaba allí.

Pero gracias a esta mente retorcida que Dios me ha dado ideé un plan para quedarme a solas con Ramón. Dudaba si comentárselo a Félix o no, pero al final creí mejor no decirle nada. Un día le llamé para quedar a sabiendas de que no iba a poder, pero me hice el loco argumentando que no recordaba que se iba a Valencia ese fin de semana con los compañeros de la universidad. Pero me sirvió para sacarle información acerca de su madre y de su hermano. Mi tía trabajaba de tarde en el hospital y Mario saldría como cada sábado a ver el fútbol y después a la bolera. Tenía pues fecha para el encuentro con el padrastro de mi primo.

Cuando llamé al timbre reconozco que estaba nervioso por la excusa que le iba a poner a Ramón cuando me abriera y por tener que mentir cuando soy plenamente consciente de que no sé hacerlo. Y efectivamente no fui capaz de decirle que me mandaba Félix a recoger un pen drive o no sé qué. Me fui por el camino difícil y le dije que quería hablarle sobre mi primo y asegurarle de que lo nuestro se había acabado.

-También creo que es lo mejor – corroboró -, pero es una pena que no volvamos a montárnoslo los tres.

-Bueno, me tienes a mí – dije sin pensar.

-Tú también la chupas bien.

-Creo que de mí no quieres sólo mi boca, ¿no?

Ramón sonrió pícaro.

-Ya sé por dónde vas – continuó.

Me hizo un gesto con la cabeza para que le siguiera y me llevó hasta el cuarto de Félix. Allí se desnudó sin más esperando que yo también lo hiciera mientras comenzaba ya a tocarse el paquete.

-¿Me la chupas antes o te la meto así a pelo?

Su brusquedad me irritaba, pero si había dado el paso de llegar hasta allí no iba a andarme ahora con remilgos. Me arrodillé pues sobre la moqueta como lo hiciera días antes y comencé a lamerle el capullo con el que tanto había fantaseado hasta entonces. Tenía un olor y sabor intensos, quizá por haberle pillado de improviso y no haberse duchado o aseado en todo el día. No me importó en absoluto y me aproveché del aroma para calentarme aún más de lo que estaba. Al principio Ramón me dejó hacer como la otra vez, pero en cuanto se empalmó volvió a dirigir mis movimientos a través de sus manos sobre mi cabeza. La metía y sacaba a su antojo sin la parsimonia que le permitía a mi primo y cuando creyó que estaba lo suficientemente lubricada con mi propia saliva me cogió de los hombros y me empujó sobre la cama.

Capté su invitación y me apoyé allí sobre los codos ofreciéndole mi ansioso culo. Le escuché escupir y al momento noté un par de dedos en mi agujero. Lo toqueteó con ellos intentando abrir hueco a su gruesa polla, la cual me imaginé penetrándome no sin desechar la idea de que si mantenía su brusquedad podría incluso llegar a dolerme. Porque Ramón introducía los dedos con cierta rudeza y puede que un poco de saliva no fuera suficiente. Cuando sentí el capullo rozar la entrada de mi ano me estremecí, pero no por dolor precisamente. Lo mantuvo allí unos segundos como intentando encontrar la mejor manera de meterlo. Yo esperaba un golpe brusco, pero Ramón comenzó a metérmela despacio.

Quizá por su propio bien para que encajara correctamente y a él no le molestara. Y así, la fue introduciendo mientras yo soltaba un sonoro sollozo, él uno algo más sutil, y mi culo iba recibiendo hasta sentir su pollón en lo más profundo de mi cuerpo. La embutió con suavidad tan sólo un par de veces más, tras lo cual comenzó a avivar el ritmo de sus embestidas hasta alcanzar la cadencia adecuada. Todo el diámetro de mi culo era capaz de sentir aquel gordo cipote y dentro de mí notaba cómo su glande acariciaba partes que no hubiera sido capaz de imaginar. Esta vez no quise contener mis alaridos, que acompañaron a los de Ramón ya completamente descontrolados.

Mi cuerpo vibraba, pero también temblaba debido al único e inestable apoyo de mis codos sobre el colchón. A pesar de que las acometidas eran de lo más placenteras, a Ramón quizá no le pareciese la postura más cómoda. Cuando la sacó y me arreó un cachete en la nalga interpreté que debía moverme. Me puse entonces a cuatro patas sobre la cama y a Ramón le pareció bien, pues volví a sentir su verga dentro de mí otra vez. Continuó con su mete y saca a buen ritmo, pero lejos de ser violento, y ni mucho menos delicado. Me follaba sin más, otorgándonos a ambos el placer que la situación requería, ni más ni menos.

Volví a quedarme vacío otra vez y le escuché después de varios minutos en silencio pidiéndome que me diera la vuelta. Le hice caso, le miré con toda la neutralidad que pude y Ramón volvió a metérmela. Me ayudaba con las piernas que le servían también de apoyo y en esa postura sentí su polla en todo su esplendor después de que mi culo estuviera ya bien dilatado. Aquí sí que enardeció el compás, cada vez con más fuerzas y más ganas, y seguro que con su verga a punto de reventar, tal y como estaba la mía a pesar de no recibir ningún otro estímulo.

Con la mirada puesta en cualquier otro rincón de la habitación que no fuera yo, Ramón desdramatizaba la escena salvo por sus audibles suspiros que acaso llegaban a juntarse en el aire con los míos como único punto de encuentro entre él y yo. Sin olvidar, claro, mi culo y su polla, artífices de aquéllos y solitarios en lo que a roces se refería, pues sus manos habían soltado mis piernas que luchaban por mantenerse en vilo sin ningún otro apoyo, quizá preparándose para pajearse la polla en cuanto la retirara.

-Córrete dentro – le pedí.

Él no contestó ni dio muestras de sus intenciones, así que simplemente esperé disfrutando mientras de lo que parecían ser las últimas embestidas. Agarró de nuevo mis muslos, ésta vez con más fuerza, y supe entonces que descargaría en mis entrañas. Percibí su espeso líquido en el conducto más insondable de mi cuerpo y cómo luego las gotas se iban deslizando por mis nalgas. Ramón sacudía los últimos coletazos de lefa con sus ojos cerrados, su cuerpo más relajado, y sus manos soltando mis piernas para luego sacarse la polla, descansar otro instante acompañando al último gemido y abandonándome definitivamente.

-¿Quieres un cigarro? – me ofreció.

Se lo acepté y ambos fumamos sin mediar palabra. Hundí la mirada en el cenicero que sujetaba con una mano. Ramón se acercaba para tirar la ceniza en él. Cuando apagó la colilla del todo  me dio dos palmaditas en el muslo que no supe interpretar. Entonces le miré y estaba recogiendo su ropa del suelo.

-Una y no más – advirtió algo seco -. Voy a la ducha.

Yo me limpié con unos pañuelos que tenía mi primo sobre el escritorio, los tiré en el váter de abajo y me marché con sentimientos enfrentados. Mientras conducía recibí un mensaje de Ramón: “no te lo tomes a mal, pero sabes que esto no puede ser. Has sido tú quien ha venido en mi busca”. Quizá Ramón no era en el fondo tan desalmado, aunque se me escapan las razones de su antipatía, sequedad o su posterior justificación. Puede que me viera triste aquel día, y puede que pensara que era por él. Yo sólo me había propuesto que Ramón me follara y lo conseguí.