Mi primo Enrique (2)
Enrique empieza a conocer a mis amigos
Los padres de Enrique, mis tíos, me encargaron que le comprara unos vaqueros nuevos. O sea que el sábado salimos de compras. Un amigo mío, Bruno, tiene -bueno, su familia- una tienda de ropa bastante importante, y justamente él se encarga de los sábados. Bruno es un chaval majo, de mi edad. Nos hemos liado algunas veces y nos lo pasamos bien. Sé que le gustan los chicos jovencitos, por eso pensé en presentarle a Enrique. Además, creo que a Enrique le conviene conocer gente. En todos los sentidos.
Fuimos muy temprano a la tienda, que estaba casi desierta. Bruno se aburría. Le presenté a Enrique y éste enseguida se fue a curiosear la sección de pantalones. Aproveché para toquetearme con Bruno detrás del mostrador, notando cómo se empalmaba. La polla de Bruno es bastante larga, morena como él, y muy sabrosa. Lo sé bien: la he tenido varias veces en la boca y alguna en el culo. Le comenté:
¿Qué te parece?
¿Tu primo? Está buenísimo, joder. Me la pone dura.
Le palpé el paquete.
Ya lo noto.
¿Te lo has follado?
Afirmé con la cabeza.
Qué suerte, tío. Debe ser la hostia.
¿Quieres tirártelo?
¿De veras? Pero tú...
Sí, no me importa, al contrario. Quiero ver cómo te lo follas.
¿Aquí mismo?
Claro, en uno de los probadores.
Enrique se acercó llevando un par de pantalones. Nos dijo:
- ¿Puedo probarme éstos?
Los tres entramos en un probador. Dentro había una percha y un gran espejo. Bruno cerró el pestillo. Sin sospechar nada, Enrique se quitó los pantalones que llevaba y se quedó en slip. Entonces le hablé en voz baja:
- Estate quieto, Enrique, y haz lo que te diga. Bruno quiere encularte, con mi permiso. Tú ya sabes que tienes que obedecerme.
Con la voz entrecortada Enrique respondió:
- Sí, Miguel, como tú quieras.
Estaba erguido de frente al espejo.
- Quítate la camiseta
Así lo hizo. Le bajé bruscamente el slip. Su verga adolescente salió, medio erguida. Me dirigí a Bruno.
- Fíjate qué culo.
Bruno lo magreó, mientras se desabrochaba los pantalones.
- Enséñaselo bien. Inclínate.
Enrique abrió las piernas. Mientras yo le separaba las nalgas, Bruno se agachó acercando su cara. Aspiró profundamente y luego le pasó la lengua. Enrique se estremeció y suspiró. Era nuevo para él; yo nunca le había comido el culo.
Bruno se quitó sus pantalones. Seguía con camisa y corbata y su polla, durísima, empezaba a gotear. Yo también estaba empalmado y me la saqué. Bruno acercó el capullo al ano de Enrique y lo presionó. Como lo había mojado con su saliva -y, por otra parte, yo se lo había dilatado los últimos días- le costó poco introducírsela. Lo hizo lentamente, saboreándolo, mientras comentaba:
- ¡Qué culo, chaval! ¡Qué gusto me das! ¿La notas?
Claro que Enrique la notaba. Ya la tenía toda dentro. Como es bastante larga, la sentía más profundamente que la mía. Ambos jadeaban de placer. Enrique empezó a meneársela, pero se lo prohibí. Yo iba masturbándome mientras me daba la lengua con Bruno. Poco después noté que Bruno se tensaba y que al cabo de unos instantes vertía toda su leche en el culo del muchacho.
La sacó, todavía goteando semen. Enrique tenía los ojos cerrados. Me agaché para mirar su ano, dilatado al máximo, por el que se escurría un hilillo de esperma. Bruno se dirigió a mí:
- Es tu turno.
No lo tenía pensado, pero no pude resistirme. Estaba súper caliente y metí mi verga de un solo golpe en el ano adolescente bien abierto y lubricado. Enrique se estremeció de gusto. Unos minutos más tarde el culo del chaval volvió a quedar inundado de semen.
En el probador, sin ventilación, el calor era intenso y el cuerpo desnudo de Enrique, inmóvil y nuevamente incorporado, brillaba de sudor.
No queríamos que se quedara sin soltar su jugo. O sea que Bruno y yo lo agarramos, cada uno por un lado. Con nuestra mano libre empezamos a masturbarlo, mientras los tres nos contemplábamos en el espejo. Enrique se abandonaba al placer. Mientras yo le meneaba la polla, Bruno le mordisqueaba los pezones. Su cuerpo adolescente estaba tenso, a punto de explotar. Le susurré:
- Mírate en el espejo.
Y le introduje tres dedos en el culo, de golpe. Enrique soltó un grito que Bruno ahogó con su boca y se corrió violentamente, salpicando el espejo con varios chorros de leche ardiente.
Volvimos a vestirnos y salimos del probador, acalorados y sofocados. Menos mal que no había nadie por la tienda. Bruno le regaló los pantalones a Enrique y le hizo prometer que volveríamos otro día.
Una vez en la calle, nos sentamos a tomar un helado. Le pregunté a mi primo:
¿Qué tal?
Uf, Miguel, ha sido demasiado...
¿No te sabe mal que haya dejado a Bruno que te follara?
No, qué va, me lo he pasado superbién, y podemos repetir cuando quieras
Enrique me miró con una sonrisa pícara, mientras lamía su helado de fresa. Era un chico complaciente, de verdad. Nos lo íbamos a pasar muy bien. Me dio una idea:
¿Qué tal el helado?
¡Superguay!
¿Te apetecería lamer algo parecido pero menos frío?
No me comprendió al principio. Me palpé el paquete discretamente, de forma que lo viera. Enrique se echó a reír.
- ¡Qué cosas piensas! Pues... claro, en cuanto lleguemos a casa.
Por el camino fui insinuándole las ganas que tenía de ponerlo a chupar mi verga. Él se iba excitando y yo me ponía aún más caliente. Notaba cómo me goteaba la polla mojando mi slip.
En el ascensor apreté a Enrique contra la pared y le introduje la lengua en la boca. Tenía mi polla dura y le presionaba con ella. Nada más entrar me quedé en pelotas rápidamente, dejando toda mi ropa por el suelo. Estaba atardeciendo y una luz dorada entraba por la terraza. Desnudé a Enrique con frenesí y lo tumbé en el sofá. Mi verga, súper empinada, se acercó a su boca.
- Chupa el helado de fresa, putito.
No se hizo de rogar. Empecé a follarle la boca con energía mientras él se masturbaba. Lo hacía muy bien, de veras. Estaba a punto de correrme otra vez.
- Ahora te voy a llenar la boca de leche. Sigue y no pares.
Así lo hice. Unos segundos después todos mis músculos se estremecieron vertiginosamente y vacié todo el semen caliente en su boca. Le agarré de la cabeza para que no se soltara. Quería prolongar todo lo posible la sensación.
Cuando saqué mi verga de entre sus labios, Enrique sonreía de felicidad. Abrió la boca y pude ver su lengua cubierta de leche. Ya más tranquilo, me incliné a besarle mientras le estrechaba entre mis brazos y recogía con mi lengua parte del semen que había dejado en la suya.
Sergio me llamó dos días después. Vendría por la tarde. Me alegré de que Enrique estuviera este día de salida con el colegio; quería tener a Sergio para mí sin ninguna interferencia. Cuando le abrí la puerta venía con el uniforme puesto, una barbita corta y estaba muy moreno. Nada más entrar nos abrazamos y nos besamos profundamente, enroscando nuestras lenguas con pasión y deseo. Nuestras pollas se pusieron duras en seguida. Cuando nos soltamos Sergio me pidió:
¿Tienes una cerveza? Hace un calor de mil demonios, y con este uniforme, no veas.
Quítatelo, ya sabes que lo estoy deseando.
Cuando volví con la cerveza Sergio me había hecho caso y se había quedado en slip. Estuve a punto de abalanzarme sobre él, pero primero quería refrescarse. Nos tomamos una cerveza cada uno y nos sentamos. Mientras me contaba anécdotas de los días de maniobras yo admiraba su cuerpo atlético, moreno y algo velludo.
- ¿Y tu primo? me preguntó. ¿Te lo has...?
Me avergonzaba un poco explicarle mis sesiones de sexo con Enrique. Sergio lo notó y me sonrió:
- Bueno, luego me lo cuentas. Ahora te quiero todo para mí, sin nadie ni nada más.
Y diciendo esto, se levantó del sofá, se quitó el slip y se acercó a mí. Yo hice lo mismo, y me agaché para tomar su verga en mi boca. Sabía a sudor y a prese salado. Lamí su glande rojo y caliente antes de tragármela toda. Llevaba unos minutos mamando cuando Sergio dijo:
- Vamos a la cama. Quiero darte por culo.
Os ahorro los detalles. Después de que Sergio explotara dentro de mí nos quedamos abrazados, besándonos. Estábamos así - él aún tenía su polla en mi ano - cuando volvió a sacar el tema:
- Ahora cuéntame lo de tu primo.
Mientras lo hacía, y con todo detalle, notaba cómo volvía a empalmarse dentro de mí. Yo también estaba súper excitado y no tardé en soltar el semen en la mano de Sergio, que me masturbaba mientras me mordisqueaba las orejas y me presionaba el esfínter con su rabo. Hablábamos en susurros.
¿Quieres que me lo folle?
Sí, claro, delante mío.
¿Y quieres que el chaval vea también cómo te enculo?
Eso me daba un poco de corte. Pero Sergio disfrutaba con el exhibicionismo -algún día os contaré nuestras experiencias en este campo- y no quise ponerle objeciones.
Bueno, vale. ¿Mañana?
De acuerdo. Y déjame dirigirlo todo.
Seguimos entrelazados, acariciándonos y fantaseando, durante un buen rato, hasta que Sergio tuvo que volver a la Academia.
Poco después llegó Enrique. Se sorprendió de que no le follara como casi cada día. Me limité a toquetearle el culo y meterle un dedo en el ano. Cuando le besé debió notar el olor. Me preguntó:
¿Has...?
Ha venido Sergio - atajé. Hemos estado follando.
¡Qué envidia!
Mañana por la tarde volverá. Estás invitado -le dije con una sonrisa.
Era una tarde resplandeciente y un poco fresca de principios de otoño. Enrique y yo acabábamos de comer cuando Sergio llegó. Llevaba una camiseta roja y bermudas. Le presenté a Enrique y le estrechó la mano sin ningún comentario. Debía tener su plan. Corrí las cortinas del balcón. Sergio se me acercó e introdujo la mano en mi camisa para acariciarme los pezones. Yo le hice lo mismo por encima de su camiseta. Ambos observábamos a Enrique, que parecía desconcertado. Nadie decía nada y la tensión sexual iba en aumento. La boca de Sergio buscó la mía y nuestras lenguas se fundieron. Lentamente, Sergio me iba desabrochando la camisa hasta que terminó quitándomela. Luego, en un instante, se despojó de la camiseta. Entonces habló:
- Enrique, ven aquí.
El muchacho se acercó un par de pasos.
- Acaba de desnudar a Miguel.
Enrique me soltó el cinturón y mis pantalones cortos cayeron al suelo. Quise quitarme el slip, pero Sergio me detuvo la mano.
- Sigue.
Enrique se arrodilló ante mí y me bajó el slip hasta los tobillos. Mi polla, durísima, golpeó su cara. Estaba a punto de metérsela en la boca cuando Sergio le ordenó:
- Ahora a mí.
Desanudó el cordón de los bermudas que cayeron también al suelo. Sergio no llevaba ropa interior.
- Mámamela.
El chico engulló ávidamente la verga de Sergio. Aunque lo intentaba, no podía tragársela toda. Sergio, mientras tanto, me acariciaba lentamente el pecho y el culo. Agarró a Enrique por el pelo y lo orientó hacia la mía. El contacto, ya familiar, de los labios y la lengua de mi primo me hizo estremecer de gusto y apreté con fuerza mi boca a la de Sergio. Éste empezó a deslizar un dedo por mi raja hasta encontrar mi ano.
- Ya lo tienes húmedo -murmuró con una sonrisa.
Me condujo hacia el sofá. Adiviné lo que deseaba y me incliné, abriendo las piernas. Sergio le ordenó a Enrique:
- Cómele el culo.
Enrique vaciló y Sergio le acercó la cabeza a mi trasero y la hundió con fuerza entre mis nalgas. Afuera, en la calle, sonaron unas campanadas.
- Pásale la lengua por el ojete, y haz presión como si quisieras metérsela dentro.
El muchacho obedeció aplicadamente. Por cierto, estaba todavía vestido. Yo me retorcía de placer. Levanté la mirada hacia mi amante y le pedí, en voz alta y anhelante:
- Métemela.
Sergio no se hizo de rogar y dirigió su miembro palpitante hacia mi orificio anal, que se abrió sin resistencia. Mientras tanto, Enrique lo observaba de muy cerca, como hipnotizado.
- Mámale la polla a tu primo.
Con la verga de Sergio partiéndome el culo y la boca de Enrique masajeando mi polla, me sentía perdido en el éxtasis. Sergio seguía culeándome cuando anuncié, entre gemidos:
- Me voy a correr...
Y empecé a soltar chorros de semen en la boca y la cara de Enrique. Sergio me la sacó, la puso también ante la cara del chaval y lo roció con abundante esperma ardiente. Cuando nos recuperamos, aún jadeantes, les dije:
- Vamos a la ducha.
Verdaderamente, a Enrique le convenía bastante. Más de lo que creía: cuando yo mismo lo desnudé, me di cuenta de que también se había corrido en los pantalones. Nos metimos los tres bajo el agua y nos limpiamos, acariciándonos con suavidad. Después de secarnos les invité a tumbarse un rato en la cama. Pusimos a Enrique en medio y lo toqueteamos con dulzura. Sergio lo besó largamente en los labios... y perdimos la conciencia, quedándonos dormidos un buen rato.
Al cabo de un tiempo indeterminado empezamos a desperezarnos. Había oscurecido y en la calle sonaba un claxon insistentemente. Me levanté. La habitación estaba en media penumbra y sobre las sábanas de color verde pálido destacaba el cuerpo moreno de Sergio, abrazado al de Enrique. Sergio abrió los ojos y murmuró, soñoliento:
- Me muero de hambre...
Enrique se despertó también e intentó levantarse, pero Sergio le estrechó contra su cuerpo. La polla de Sergio empezaba a endurecerse apretando las nalgas del muchacho. Mientras con la mano libre le pellizcaba los pezones, nos propuso:
- ¿Qué tal si encargas una pizza?
Fui a llamar por teléfono. Cuando volví, Enrique tenía una pierna levantada y la verga de Sergio, gruesa y morena, empezaba a presionarle el ano. Me tumbé frente a Enrique y empecé a mamarle la polla. Enseguida noté cómo crecía dentro de mi boca. Estuvimos así unos minutos. Sergio comenzó a penetrar a Enrique, que gemía de gusto. Pronto la tuvo completamente dentro del culo del chaval y se dedicó a meterla y sacarla, cada vez más rápido. En un momento puso a Enrique de espaldas sin dejar de darle por culo y le levantó las piernas. Yo también estaba excitadísimo: solté la polla de Enrique, me senté sobre su cara para que fuera aspirando mi trasero y me dediqué a morrear a Sergio. Éste se tensó, empujó con más fuerza y soltó todo el semen dentro de Enrique, quien no pudo resistir más y volvió a soltar varios chorros de leche. Yo estaba a punto de hacer lo mismo cuando sonó el timbre estrepitosamente.
- ¡Joder, la pizza! recordé de pronto.
Me levanté para abrir. Sergio se desplomó sobre Enrique, sin desencularlo. Yo me anudé una toalla a la cintura, aunque la erección se me notaba muchísimo. El timbre volvió a sonar.
-¡Ya voy! grité
Y abrí. Un chaval rubio traía la pizza. Llevaba un mono de trabajo rojo y tenía un aspecto simpático. Se quedó algo sorprendido al verme de aquella guisa.
- Pasa
Cerré la puerta, dejé la pizza en el estante del recibidor y al darme la vuelta otra vez se me soltó la toalla y quedé en pelotas delante del chico. En pelotas y con la polla tiesa y el capullo violáceo a punto de explotar. El repartidor se puso colorado pero no apartó la vista de mi rabo. Me lancé.
- ¿Te gusta? y le dirigí una amplia sonrisa.
Él alargó la mano, tímidamente, y me la tocó con suavidad. Yo estaba súper caliente y decidí aprovechar la ocasión.
Venga, bájate el mono.
Pero yo...
Y empezó a bajarse la cremallera. Le ayudé. El mono le cayó por las piernas y se quedó en un tanga rojo. Así desnudo estaba buenísimo, casi sin vello, y la parte frontal del tanga le abultaba bastante. Por el espejo del recibidor vi que la puerta de la habitación se entreabría, sin que el chico se diera cuenta. Supuse que Sergio y Enrique estarían espiando. Decidí que les iba a dar un buen espectáculo.
Le bajé el tanga al repartidor, le di la vuelta y lo apoyé contra la mesita del recibidor. El chico se resistió un poco.
- No, no, no quiero... yo... esto no...
No le hice mucho caso. Las protestas me sonaron a formularias; cuando apoyé un dedo en su ano se limitó a gemir y a abandonarse. No debía ser la primera vez que le daban por detrás. Un ligero crujido me confirmó que Sergio y Enrique estaban alerta. Esto me excitó muchísimo.
- Venga, guapo, abre el culo
Y se la metí. Le costó un poco abrirse y gimoteó. Lo tenía bien sujeto por las caderas y él, con una mano libre, se iba pajeando. Su culito era caliente y suave. El muchacho se lo debía pasar bien, porque no tardó en correrse y salpicarme de semen todo el mueble del recibidor. Cuando noté las contracciones de su ano me dio tanto gusto que yo también exploté llenándole el culo de leche.
Extraje lentamente mi polla y la limpié con la toalla que llevaba antes y que recogí del suelo. También la pasé por el trasero del repartidor, que mientras tanto se había incorporado y, rojo como un tomate, se subía el tanga y se reajustaba el mono. Con la prisa casi se iba sin cobrarse la pizza. Desapareció en seguida.
La puerta se abrió y aparecieron Sergio y Enrique, ambos desnudos, riéndose a carcajadas.
- ¡Se va a enfriar la pizza!
En realidad, ya se había enfriado y tuvimos que recalentarla. No quedó muy bien, pero teníamos tanto apetito que la devoramos enseguida. Sergio tenía que irse .Nos prometió volver pronto; Enrique y yo nos pusimos a mirar la televisión.
Al cabo de poco tiempo Enrique empezó a bostezar. Estábamos cansados de los juegos vespertinos.
- ¿Nos acostamos?
Enrique se dirigió a su habitación y yo le seguí. Normalmente duermo en la mía, pero este día hice una excepción. Me metí en la cama por detrás de mi primo y me apreté a su cuerpo. Estaba suave y tibio. Le susurré:
¿Te lo has pasado bien?
¡De maravilla!
¿Te ha dolido?
Bueno, un poco al entrar... Sergio la tiene bastante grande. Pero luego me ha dado mucho gusto. Y, sabes, me ha excitado ver cómo Sergio te la metía.
Noté cómo otra vez se me endurecía y la apreté contra sus nalgas. Seguí hablándole al oído:
Un día quiero follarte delante de un tío desconocido. ¿Te gustará?
Pues claro, si eres tú quien lo hace...
Y luego quiero que sea él quien te encule...
¿Tú estarás mirando?
Quiero ver cómo gozas con otro tío...
Me puse tan caliente que tuve que introducirle mi verga por el ano. Me sentí bien con su presión... y no recuerdo más hasta que me desperté bien entrada la mañana, sin haberla sacado de su culo.
(continuará)