Mi primo Enrique (1)

Cuando mi tía me llamó a principios de septiembre para confirmarme que su hijo, mi primo Enrique, vendría a vivir conmigo a la capital, sólo pensé en el fastidio que me iba a producir. No pude negarme, claro: el piso en que vivo es de mis tíos, que me lo han cedido mientras estudio en la universidad

Cuando mi tía me llamó a principios de septiembre para confirmarme que su hijo, mi primo Enrique, vendría a vivir conmigo a la capital, sólo pensé en el fastidio que me iba a producir. No pude negarme, claro: el piso en que vivo es de mis tíos, que me lo han cedido mientras estudio en la universidad. Enrique estudiaría este curso en un colegio privado que le habían buscado.

Bueno, me presento. Me llamo Miguel, curso - más o menos - informática, practico deporte y salgo con los compañeros y compañeras. Tengo un "amigo especial" o novio, vaya, que se llama Sergio, es de mi edad y está en la Academia Militar. Sergio es atlético, moreno como yo, tiene algo de vello (yo no) y lleva el pelo casi rapado.

Mis tíos acompañaron a Enrique el día previsto. Hacía tiempo que no le veía, y a su edad los chicos cambian muy aprisa. Yo le recordaba como un crío y me encontré con un chico guapísimo, sonriente, de ojos claros, y algo cohibido por la situación, que no parecía deseoso de separarse de su familia.

Enseguida recuperó la confianza. Él se quedaría a comer en el colegio y vendría cada día a casa a media tarde, más o menos a la misma hora que yo. El piso tiene sólo dos habitaciones y Enrique debía ocupar la más pequeña, que estaba vacía.

Al día siguiente me quedé en casa al mediodía y vino Sergio. Ambos estábamos muy calientes y después de morrearnos unos minutos nos desnudamos y fuimos a la cama. Estuve chupándole la polla un buen rato hasta que la tuvo durísima. Luego Sergio me lamió el culo hasta que me puso a cien y le rogué que me follara. Tanto Sergio como yo somos versátiles y intercambiamos los papeles sexuales. Después de un buen rato de culearme, Sergio sacó la verga chorreante de mi ano y me ofreció el suyo, velludo y palpitante. Apoyé sus piernas en mis hombros y empujé mi glande sintiendo la presión del esfínter de mi amigo. Me encanta el ano de Sergio. Es oscuro y firme, y cuando lo penetro me aprieta la polla de una forma deliciosa.

Absorbido por el placer, casi no oí un ligerísimo ruido y ni me fijé en que Sergio, mientras suspiraba con los ojos entrecerrados, dirigía una mirada brevísima hacia la puerta de la habitación, a mi espalda. Me movía con velocidad frenética y en pocos momentos solté chorros de semen en el interior de mi amigo, quien a su vez se corrió entre gemidos, alcanzándome el pecho con su esperma. Ambos lo recogimos con nuestros dedos y nos lo metimos en las bocas, que luego juntamos con fruición.

Cuando nos tumbamos y mientras fumaba un cigarrillo, Sergio me susurró:

  • ¿Sabes? Ha entrado tu primo. Y por cierto, está buenísimo.

Me sobresalté.

  • ¿Cuándo? ¿Mientras follábamos? ¿Nos ha visto?

  • Pues claro ... y se ha quedado mirando.

  • Joder, tío, qué corte.

No es que me molestara tener espectadores. Al contrario. Pero pensé si iba a armar un escándalo, si se lo contaría a sus padres, vamos. Sergio me tranquilizó.

  • Pues parecía muy interesado. Creo que incluso se ha sobado el paquete.

Decidí averiguarlo por la noche, cuando Sergio se hubiera marchado. Lo hizo pronto. Antes de irse nos toqueteamos y nos besamos un rato más. Sergio estaría dos semanas de maniobras y entretanto no íbamos a vernos.

Por la noche, a la hora de cenar, me excité contemplando a Enrique. Realmente estaba para comérselo. Traía el pelo oscuro suelto, un poco ondulado, y no se le veía ni rastro de vello. Sólo llevaba puesto un pantalón corto y se le marcaba un culito espléndido. El recuerdo de lo sucedido por la tarde me hizo lanzarme.

Después de la cena Enrique fue a su habitación a jugar con la consola y yo me senté en el sofá ante el televisor. Me quité la camiseta y el pantaloncillo y me quedé en pelotas. Mi verga se puso dura en seguida y empecé a meneármela, muy suavemente. Se iba haciendo tarde.Llamé a Enrique:

  • ¿Por qué no vienes un rato acá?

  • ¡Vale! me respondió su voz desde la habitación.

Pero cuando entró, se quedó sorprendido y no sabía si acercarse. Tuve que romper el hielo:

  • Tengo un calor que no veas, he tenido que ponerme fresco. Podrías hacer lo mismo.

Aunque Enrique no llevaba más que el pantalón de deporte, pareció asentir a mi idea.

  • Pues sí, hace mucho calor esta noche.

Y despojándose de su única prenda, se sentó a mi lado. Lo miré con expresión de deseo. Su polla estaba bastante desarrollada y no tenía ni un pelo en los huevos rosados y redondos. Sólo una pequeña mata de vello púbico, rizado y negrísimo, interrumpía su piel lisa y suave. Tenía una ligera erección. Alargué la mano y la cogí, y fui masturbándole lentamente.

  • ¿Todo bien? le susurré.

  • Sí ... sigue, sigue, Miguel ...

  • Venga, haz lo mismo

Como no se decidía, tomé su mano y la puse en mi polla. Se sorprendió:

  • ¡Qué dura! ¡Y qué caliente!

  • Dale fuerte, arriba y abajo ...

  • La tienes mojada ...

En efecto, mi verga estaba ya empapada de líquido preseminal (prese para abreviar). Sentía que me iba a correr pronto. Le ordené:

  • Acaríciame los cojones

Mientras lo hacía con su mano libre, yo reemprendí mi masturbación y pocos segundos después solté unos buenos chorros de leche sobre mi pecho y mi abdomen. Aceleré entonces mi presión sobre la verga adolescente y inmediatamente Enrique se corrió entre gemidos. Tomé parte de su semen con mi mano y me lo llevé a los labios. Era delicioso, bastante fluido.

  • Tú también

Enrique, tras una breve vacilación, hizo lo mismo con el mío.

  • ¿Te gusta?

  • Sí ... tiene un sabor raro.

  • Anda, vete a limpiarte y acuéstate. Mañana vas al colegio y hay que madrugar.

Esperé un rato antes de acostarme. Pensaba en lo que iba a hacer al día siguiente. Con Enrique, claro. Quería iniciar la exploración de su culo.

Pero hubo un imprevisto. Tuve que quedarme hasta tarde en la Facultad, terminando una práctica. Cuando salí había oscurecido un poco, y el ambiente era caluroso. Yo también estaba caliente y esperaba relajarme cuando llegara a casa. En los jardincillos exteriores de la Facultad me crucé con un tipo interesante: algo mayor que yo, con barba y gafas, que me dirigió una sonrisa y una mirada insistente. Le paré por las buenas:

  • ¿Tienes fuego?

En realidad yo no fumo y el recurso está ya muy gastado, pero funcionó. El tipo encendió un mechero pero lo apagó la brisa. Entonces le dije:

  • Vamos ahí junto al muro, que está más resguardado.

Y más discreto también, claro. Ahora ya ni le dejé encender el mechero sino que pegué mi boca a la suya mientras él me echaba mano al paquete. Supongo que se sorprendió al ver que ya la tenía dura. Me desabroché los pantalones y me bajé el slip mientras él se la sacaba e inmediatamente se arrodillaba para chupármela. El tío lo hacía muy bien. Mientras, se masturbaba con una mano y con la otra me recorría la raja del culo, que yo tenía húmeda de sudor. Le follé la boca enérgicamente hasta que estuve a punto de correrme. Entonces la saqué de su boca y le solté unos buenos chorros de semen por la cara. Algunos le cayeron en la barba y otros en las gafas. Él se corrió también, derramando su leche por la hierba. Me la limpié, volví a meterla en el pantalón y me despedí:

  • Chao, tío

  • Hasta otro día

Nada más. Como deduciréis, me encantan los encuentros ocasionales.

Cuando llegué a casa no estaba demasiado motivado para seguir explorando el sexo de mi primo. Pero parece que Enrique deseaba lo contrario: me lo encontré en el sofá, ante el televisor, completamente desnudo y toqueteándose. Creo que esperaba que yo hiciera lo mismo, pero me senté a su lado tal cual venía. Enrique me insinuó:

  • ¿Hoy no tienes calor?

  • Sí, pero estoy bien así. Tú sigue.

Y le acaricié los pezones, suavemente al principio, después con más intensidad. Mi polla empezó a endurecerse dentro del pantalón. Aproveché para preguntarle directamente:

  • Me estuviste mirando el otro día con Sergio, ¿no?

  • Bueno, sí, un momento ...

  • ¿Y qué te pareció?

  • ¿Os lo pasabais bien, verdad?

  • Sí, claro

  • ¿Qué le estabas haciendo a Sergio?

Enrique ya tenía dura su verga adolescente. Le acaricié el pecho y los muslos mientras le explicaba:

  • Le estaba dando por el culo. Es decir, metiéndole la polla por el ano. Da mucho placer, ¿sabes?

  • No, no lo sabía ... no lo he hecho nunca.

  • ¿Te gustaría?

  • Si no duele ...

  • Déjame hacer una prueba.

Me levanté del sofá. En los pantalones ya se me marcaba un buen bulto, a pesar del polvo de un rato antes. Hice arrodillarse a Enrique sobre el sofá.

  • A ver, enséñame el culo.

Le separé las nalgas con mis manos. El chico tenía un ano sonrosado, sin un pelo, que invitaba a follarlo. Me preguntó:

  • ¿Qué te parece?

Por respuesta, me humedecí un dedo y lo paseé por su ojete antes de introducirlo muy suavemente. El músculo ofreció muy poca resistencia, pero Enrique se sobresaltó un poco. Le murmuré al oído:

  • Estate quieto, guapo. Y relájate, verás qué gusto te da.

Empecé a mover el dedo en su interior, mientras con la otra mano me desabrochaba el pantalón y liberaba mi verga del slip que la oprimía. Enrique parecía contento

  • Qué gusto, Miguel, sigue ...

Le saqué el dedo y volví a chuparlo, antes de introducirlo ahora junto con otro. Mientras el muchacho se retorcía de gusto, se me ocurrió otra idea. Saqué los dedos y Enrique me miró con un deje de decepción. Le dije:

  • Espera un momento

Fui a mi habitación y traje un tubo de crema y un dildo de látex, de color oscuro y tamaño mediano. Pensaba que para una primera vez sería lo más oportuno. Además, a pesar de mi excitación, no quería encularlo tan pronto.

Cuando se lo mostré a Enrique se quedó boquiabierto. No se había enterado de que existían estos artilugios.

  • ¿Me lo vas a meter por el culo?

  • Pues claro, guapo, vas a ver lo bien que te sienta

Volví a ponerle a cuatro patas, me unté el dedo con lubricante y se lo pasé lentamente por el contorno de su ano rosado. Enrique se estremeció al notar el frescor. Me puse más crema y le introduje todo el dedo sin dificultad y empecé a moverlo circularmente. Me encantaba notar el calor interior del muchacho, que abría ansiosamente su esfínter.

  • Haz presión hacia afuera, como si fueras a cagar

Y entonces introduje otro dedo. Enrique gimió de gusto. Cuando le hube acostumbrado a mis dedos, le anuncié:

  • Ahora va en serio

Apoyé el capullo de látex a la entrada de su ojete. Presioné firme y suavemente para introducir el glande y lo dejé unos momentos para hacerle sentir el culo ocupado. Me excitó ver su piel tan fina y rosada invadida por el consolador negruzco. Con una mano me dediqué a pajearlo mientras con la otra le iba introduciendo el pollón y lo movía circularmente antes de darle el movimiento de vaivén entrada-salida.

  • ¿Cómo te va?

  • De maravilla ... nunca había sentido algo así ... métemelo más, más ...

No me hice de rogar y se lo hundí completamente. Enrique se retorcía de placer. Le masturbé con más fuerza y en seguida noté que se corría abundantemente. Yo le presionaba la polla de látex para que no se le escapara hasta que acabó de correrse. Entonces se la saqué y la olí. Una delicia. Enrique se tumbó exhausto en el sofá.

  • ¡Ha sido genial, Miguel!

  • Me alegro. Ahora límpiate, que es la hora de la cena. Y mañana ya sabes: la mía.

Pues no pude esperarme hasta mañana. Dormí intranquilo y hacia la madrugada me desperté con una erección fortísima. Oí la respiración de Enrique en la habitación de al lado y no resistí más. Me levanté y me dirigí hacia la cama de Enrique. Alcé la sábana. El chaval dormía desnudo, plácidamente. Me tumbé a su lado y apenas se movió. Mi verga tiesa, puesta junto a su culo, se insinuaba en dirección a su ojete. Le levanté una pierna y apoyé el glande a la entrada de su ano. Enrique se movió ligeramente y murmuró:

  • ¿Eres tú? ¿Qué pasa?

Me apreté contra su cuerpo caliente, inmovilizándolo con los brazos, y presioné con mi capullo para abrirme un camino en su interior. Mi verga forzó la entrada de su ano sin encontrar apenas resistencia. Muy lentamente se introdujo del todo. Fue una sensación impresionante. Había follado decenas de culos, pero nada como éste. Parecía hecho exactamente a mi medida; aterciopelado, jugoso, caliente, suave, con el punto justo de presión ... Empecé a moverme dentro de él, poco a poco al principio, acelerando luego ... y perdí el control, un vértigo de placer increíble me invadió, partiendo de mi polla, para electrizar todo mi cuerpo, y lancé todo mi semen, en chorros que me parecieron interminables, llenando el interior de Enrique, casi hasta perder la conciencia. Noté que Enrique eyaculaba también sobre la sábana. Luego, sin salir de su culo, me pegué completamente a su piel dulce y tibia, y me adormecí.

Era sábado y no nos despertamos hasta bien entrada la mañana siguiente. Cuando recuperé mis sentidos noté que mi polla volvía a crecer dentro del culo de Enrique. Sin sacarla, le di la vuelta y le desperté con un beso largo y profundo. Enrique me dedicó sus primeras palabras:

  • Sensacional, Miguel, no puedes imaginártelo ...

y continuó

  • Sigue dentro de mí, sigue ... cómo noto tu polla ...

y se desperezaba, lentamente, mientras yo recorría su cuerpo con mis manos, mordisqueaba sus pezones, invadía su boca con mi lengua ... y todo sin dejar de encularle, sin abandonar su trasero ajustado, excitante. Ahora sí lo hice durar, no sé cuánto, pues me sentía fuera del tiempo y de la realidad, en la penumbra de la habitación por la que se filtraba la luz de la mañana, mientras ambos nos retorcíamos hasta el delirio y volvíamos a soltar nuestra leche, entre besos y gemidos.

El resto del fin de semana fue de lo más formal. Mis tíos, los padres de Enrique, vinieron a visitarnos para ver cómo estaba el muchacho. Por cierto que quedaron muy satisfechos: lo encontraron alegre, bien adaptado ... En un momento en que los dejamos en el salón y Enrique y yo estábamos en la cocina preparando la merienda, le introduje la mano en el pantalón para toquetearle el culo y le presioné el ojete con uno de mis dedos untado en crema de chocolate, mientras lo morreaba y le decía a continuación:

  • Estoy deseando poder comerme este culito

Enrique me llenó de satisfacción al contestarme:

  • Es tuyo, ya lo sabes. Espera tu polla.

Le hundí todo el dedo, lo saqué y se lo metí en la boca. Luego me acomodé el paquete para que no se notara el bulto antes de volver ambos al salón.

A partir de aquella noche, y de eso hace una semana, he follado a Enrique varias veces cada día. Ninguno de los dos nos cansamos y aprovechamos cualquier ocasión. Cuando Enrique vuelve por la tarde, y lo oigo entrar, no más cerrar la puerta lo apoyo contra el mueble del recibidor, le bajo los pantalones y el slip y le doy por el culo un buen rato, y me corro si me viene en gana; cuando me canso, se la saco y le digo:

  • Venga, a estudiar.

En cualquier momento en que estamos juntos y la verga se me pone dura - y eso ocurre muy pronto - sé que tengo su culo a mi disposición. A veces, como variante, lo follo por la boca - sobre todo a la hora del desayuno, para mezclar mi leche con la que él está tomando - pero generalmente prefiero encularlo. No tengo ni que decírselo. Cuando me ve excitado él mismo pone el culo, tanto si está estudiando como escuchando música o cenando, e incluso un par de veces le he dado por el culo en la ducha.

He recordado que la semana próxima vuelve Sergio. Cuando se lo digo a Enrique me pregunta:

  • ¿Él también me la va a meter?

  • Claro que sí, si le da la gana. ¿No te parece?

  • Como tú quieras, Miguel. Ya sabes que puedes hacer lo que quieras con mi culo.

Y así lo hago. Pero mientras tanto quiero inventar algo nuevo.

(continuará)