Mi primo
Mi primo de veintidós años quería chupármela para saber qué se sentía y cómo sabía.
Ya sabéis que mi familia se enteró de que yo era gay tras las aventuras que tuve con los empleados de mi padre. A pesar de todo, salir del armario fue fácil porque todos ellos lo aceptaron con total naturalidad y no me sentí desplazado en ningún momento. Quizá mi padre se mostrara algo más reservado, pero mi madre encontró en su hermana una confidente que le ayudaba a aceptarme y a hacerlo ella misma sin que nada supusiera un trauma.
Mi tía tiene dos hijos: Mario de dieciséis y Félix de veintidós. Vivía además con Ramón, un novio que se había echado después de varios años aguardando la esperanza de que su marido volviera, pues se fue una noche sin avisar y nunca más se supo. Con mis primos me llevaba bastante bien ya que cuando su madre estaba hundida por haber sido abandonada, pasaban temporadas en mi casa y según ellos les serví de gran ayuda.
El pequeño era más pasota, pero Félix tenía una sensibilidad especial y a veces resultaba exasperante que fuera tan introvertido. Se refugiaba en su música, en sus libros y en crear historias y fantasías a través de palabras, acordes o dibujos. Cuando fue superando lo de su padre dejamos de vernos con tanta frecuencia, pero cuando se enteró de que yo era gay comenzó a llamarme o hablarme por Facebook más que de costumbre.
Quedábamos para tomar algo o ir al cine. Cuando le iba a recoger en mi coche aprovechaba y entraba a su casa para saludar a mi tía y a Mario. Sin embargo, Ramón apenas me miraba y aunque al principio me acercaba a él para darle la mano, dejé de hacerlo por sus continuas malas caras. Nunca me decía nada y obviamente yo a él tampoco. Ni siquiera los días que Félix y yo decidíamos quedarnos en su casa a ver una peli allí, darnos un baño en su piscina o simplemente charlar de nuestras cosas o echarle una mano con el inglés.
Sin embargo, había días que Félix se mostraba más interesado por mi vida, sobre todo la sexual. Por sus comentarios llegué a pensar que también era gay y que necesitaba ayuda para salir del armario. No se le conocían novias, pero debido a su carácter tímido no era del todo extraño. Se lo llegué a preguntar directamente, pero él se limitaba a decir que me cuestionaba por pura curiosidad y que él no era homosexual. Yo no tenía por qué no creerle, así que fui olvidándome del tema.
Pero un día que estábamos solos, y sin venir a cuento, Félix me dijo que necesitaba darme un beso. Me quedé confundido y le pregunté el porqué. Me dijo que quería saber lo que se sentía.
-¿No has besado nunca a una chica? – le interrogué.
-Sí, pero quiero saber cómo es besar a otro hombre. Ramón dice que es algo repugnante, asqueroso y antinatural.
-Pues yo te digo que es prácticamente lo mismo – le sugerí sin tener mucha idea de qué decir -. Tienes que besar a la persona que te atraiga, a la que te apetezca, independientemente de que sea un chico o una chica. ¡Pero no a tu primo!
-Pero tú me atraes – dijo.
-Lo dudo, Félix.
-Es verdad – insistía -. Creo que te quiero.
-Me quieres porque soy tu primo, pero ya está – intenté zanjar.
Y pareció funcionar, porque aquel día no volvió a sacar el tema. Sin embargo, para la siguiente ocasión en la que quedamos me llevé una sorpresa. Su madre estaba trabajando y doblaba aquel día, Mario se había dio de campamento y Ramón se ve que le dijo que se iba a Ávila a visitar a un familiar.
-Así que tenemos la casa para nosotros – me informó.
-Muy bien, ¿qué quieres hacer? – le pregunté.
-Quiero perder la virginidad contigo.
Me quedé perplejo ante sus palabras intentando ordenar las mías para no hacerle daño, pues me decía a mí mismo que aquello no estaba bien y que Félix se hallaba realmente confundido. Traté de quitar hierro al asunto haciendo alguna broma, pero su rostro taciturno me convencía de que su proposición era completamente seria.
-Necesito probar una polla y ver a qué sabe– insistía -. Últimamente me masturbo pensando en ellas y créeme que lo necesito. Y tú…bueno, tú eres gay, ¿no?
-Sí Félix, pero soy tu primo.
-Da igual, tú me gustas de todas formas.
-¿Y qué pasa si tú no me gustas a mí? – le pregunté casi riendo para que no se lo tomara a mal -. En eso no has pensado, ¿a qué no?
-La verdad es que no – dijo algo decepcionado, aunque pronto encontró respuesta -. Bueno, pero si te la chupo yo a ti da lo mismo, ¿no?
-¿Cómo que da lo mismo? – dije extrañado.
-Que algún tío te la habrá chupado sin que él te gustase…
-Sí, pero insisto Félix, no era familiar mío.
-Si seguro que con los primos del pueblo lo hacías cuando eráis pequeños.
-Alguna vez, pero éramos críos – admití.
-Venga va, déjame – persistía –.
-Venga hombre, que parece que tienes la edad de tu hermano – le recriminé por su manera de suplicar como si fuese un niño pequeño pidiendo una bola de las máquinas de los bares -. Déjame que lo piense y ya te diré algo – concluí intentando ganar tiempo.
-No, hoy es el día. Sabes que es difícil que en esta casa no haya nadie. Tiene que ser hoy.
Moreno, con el pelo algo largo y más alto que yo, Félix no era en absoluto feo. Mentiría si dijera que nunca me había fijado en él, sobre todo en verano cuando le veía en bañador con una cinta recogiéndole el pelo que me parecía le quedaba demasiado bien para ser mi primo de veintipocos. Aquel día en su habitación con el pijama puesto y rogándome una mamada podría haber sido una situación ideal y excitante, pero creía que aquello no estaba bien.
Todo cambió cuando comenzó a quitarse la ropa y darme cuenta que de verdad iba en serio mientras le preguntaba con la boca pequeña que qué hacía.
-Ángel, seguro que no lo haré bien, pero déjame probar, por favor.
La mezcla entre ternura y asombro se iban mezclando con cierta excitación, para qué negarlo. Tener el delgado cuerpo de Félix frente a mí, únicamente vestido con unos infantiles bóxer de colores me estaba empezando a calentar. El primer paso a dar determinaría su primera experiencia con un tío, que además era su primo. Podría simplemente hacerme el duro y dejar que me la chupara sin más, o podría llevar el trance con cariño, o quizá tomármelo como si él fuera un polvo como otro cualquiera.
Pero Félix impidió que me torturara a mí mismo y se acercó por fin a besarme. Lo hizo con delicadeza, como si no tuviera prisa a pesar de todo. Me tocaba a mí corresponderle. Y lo hice. Le besé como mejor supe para que al menos se llevara un buen recuerdo. De verdad que se le notaba inexperto, pero tampoco quería que aprendiera conmigo, que se tomara lo que yo le hacía como los pasos a seguir para el resto de sus relaciones. Se lo hice saber en el primer descanso y él sólo me dijo que yo le gustaba de verdad y que nada más importaba.
-¿Quieres que te la chupe yo primero? – le sugerí.
Pero hizo caso omiso y se decidió a dirigirse a mi verga. Le dejé hacer en un principio y me estremecí cuando noté su lengua en mi capullo. Dubitativo, me miraba con cara de aprobación.
-Lo estás haciendo muy bien, Félix – le animé.
Y él continuó regalándome placer con la boca más deseosa por chupar una polla que jamás me hubiera encontrado.
-Sabe bien, primo. Me gusta – se interrumpió.
Se centró de nuevo en su tarea hasta que la notara ya completamente tiesa y caliente. Para ser su primera mamada no lo hacía mal del todo. Imagino que se habría “documentado” con decenas de pelis porno. La calma de sus movimientos erizaba mi piel y me llevaba a emitir algunos gemidos que hubiera querido amortiguar, pero que pensé le harían darse cuenta de que lo estaba haciendo bien. Realmente bien.
-¿Así saben todas? – me preguntó sin parar de pajearme con la mano.
-Y yo que sé Félix, nunca me he comido mi propia verga. ¿A qué te sabe?
-No sabría describirlo. Huele fuerte, como cuando meas y no te lavas las manos.
No pude evitar reírme y él tampoco, asegurándose de nuevo si lo estaba haciendo de la manera correcta. Tras confirmarle que sí volvió a engullir mi polla, pero esta vez sin tanta parsimonia, más decidido, más excitado. Probó incluso a comerse mis huevos, a tragársela entera o a darme pequeños mordiscos, aunque creo que eso sólo lo hacían las rubias siliconadas de las pelis hetero. Aunque la cara de vicio que tenía mi primo, nada había de envidiar a aquéllas.
Seguía sin cansarse aferrado a mi cipote sin preocuparse por el suyo propio y al que yo ya tenía ganas de conocer. Pero Félix no estaba por la labor de parar y creo que se iba retando él mismo hasta encontrar nuevas maneras de chupar, lamer o comerme la polla, pues le veía ponerse de un lado, del otro…
-Si te corres me lo trago, ¿no? – volvió a preguntar ingenuo.
-Tú verás, no sé si te gustará – le aconsejé.
-Pero quiero decir que no tendrás nada raro o contagioso, ¿verdad?
-Claro que no, pero esas cosas se preguntan antes de meterse una polla en la boca, hombre. Así que a cualquiera que no sea yo se la mamas con condón, ¿ok?
Asintió y se centró otra vez en su mamada. Ahora lo hacía algo más rápido y de una manera más mecánica. La metía y sacaba de su boca con movimientos cortos y precisos y no sé si consciente de que eso aceleraría mi corrida. Hubo un momento que pensé que me iba y se lo hice saber, pero paró de repente para volver a preguntarme algo y todo quedó en una falsa alarma. Me pidió perdón y tragó carne de nuevo. Cada vez más rápido, resonando incluso el aire que entraba y salía de su boca o el típico sonido de ventosa cuando la saliva forma también parte del juego.
Le agarré del pelo y le dije que ahora sí, que me corría. Y descargué con furia toda mi leche en su boca mientras él no paraba de succionar acrecentando los gemidos que yo exhalaba y retorciéndome con cada espasmo que derramaba más gotas en su garganta. Noté incluso cómo tragó por primera vez con mi polla aún dentro de su boca y cómo su lengua buscaba restos del espeso líquido haciéndome casi desfallecer. Intenté apartarle, pero casi no me dejó. Quería seguir mamando, puede que inconsciente de que tras el orgasmo hay un momento de sensación de saciedad que a veces, incluso, duele.
Por ello no le sentó muy bien que le apartara de forma brusca.
-Lo siento – me disculpé -. No he podido evitarlo. Pero, ¿a qué tú no sigues cascándotela después de eyacular? Pues esto es lo mismo.
-Perdona, puede que me haya sabido a poco.
-Pero si tienes un aguante que para mí quisiera – le animé.
-¿En serio? – me preguntó con cierta satisfacción.
-Sí. ¿Te ha gustado entonces chupar una polla?
-Dios, ya te digo. Me ha encantado – dijo vicioso. ¿Lo he hecho bien?
-Muy bien, campeón. ¿Pero tú ahora qué? ¿No estás empalmado y quieres correrte?
-Hombre, no me vendría mal. Voy al baño, ¿vale? – insinuó, aunque creo que poco convencido.
-¿Cómo que al baño? ¿Vas a machacártela tú solo allí?
-Bueno, si quieres me masturbo aquí, pero me da vergüenza.
-Venga ya Félix, ¡pero si acabas de comerte mi polla!
Y entonces se bajó los calzoncillos y descubrió por fin su verga. Sin circuncidar, larga aunque no muy ancha. Muy apetecible.
-Vaya primo, estás muy bien dotado. Con eso tienes mucho ganado.
-¿Tú crees? – preguntó inseguro.
-Joder, es bastante más larga que la mía.
-¿A ti cuánto te mide? – inquirió.
-Ni idea, no me la he medido nunca. ¿Tú sí?
-Sí, bien tiesa casi veinte centímetros.
Y me di cuenta en aquel momento que le había mentido sobre desfallecer después de correrse, porque a pesar de que habían pasado unos pocos minutos, mi mente y mi cuerpo se activaron de nuevo ante la sola idea de comerle la polla de veinte centímetros a mi primo pequeño. Él comenzó a tocarse sin evitar sonrojarse algo y quizá sin pensar lo que le iba a proponer.
-¿Quieres que te la chupe yo ahora? – me ofrecí.
-¿Lo harías? ¿Te apetece? Si quieres esperamos un poco.
-Anda ya, ven aquí.
Se tumbó de nuevo en la cama con intención de darme un beso, pero pronto le aparté y le dejé tumbado sobre ella con su verga ya apuntando maneras hacia el techo. Quizá debería haberme detenido algo más en chuparle los pezones, recorrerle su delgado torso con la lengua o qué se yo, pero me apetecía demasiado tragarme aquel pollón. Y así lo hice. A mí ritmo, y advirtiéndole que aquello no tendría que ser lo correcto, sino simplemente mi forma, igual de válida que la de cualquier otro.
Al rozarla con mi lengua me supo bien. Aún conservaba restos de algunas gotas de semen que se le habrían escapado al excitarse, pero a pesar de todo me supo diferente a otras vergas que he probado. Parecía como si fuese nueva, sin estrenar, como la primera rebanada del paquete de pan de molde. De todas formas, ese pensamiento algo melindroso no me impidió que la lascivia se apoderara de mí y se la chupara como sabía hacerlo.
Comenzaba a sentirla cada vez más dura dejándose ver cada vez más inmensa y resaltando la estrechez de su tronco en comparación. Jugué con su pellejo y me entretuve en él, pues no acostumbraba a saborear ese tipo de vergas sin circuncidar. Lo mordisqueaba, metía me lengua entre él y el glande o lo arrastraba para ver hasta dónde llegaba. Félix gemía desde su cómoda postura con los brazos doblados tras la cabeza. No interfirió para nada más allá de retorcerse en alguna ocasión o elevar algo su pelvis si algo le gustaba más de la cuenta.
Dura y ardiente fui introduciéndola toda en mi boca hasta sentirla en lo más profundo de mi garganta. Apenas fui capaz de que entrara de una vez y eché algo de menos que no fuera más ancha para que encajara mejor en mis tragaderas. La sabroseé recorriendo mi húmeda lengua a lo largo de su tronco, con calma y la idea de torturar a mi primo hasta ver las estrellas. Él seguía sollozando casi cándido y puede que incrédulo de que hubiera algo tan sumamente placentero.
Se dejaba hacer y yo mantenía mi ritmo. La introducía en mi boca a mi antojo, dejándola allí unos segundos o sacándola de golpe y ver cómo restos de saliva la acompañaban. Los aprovechaba para deleitarme con sus huevos, que colgaban irresistibles hasta casi rozar el colchón. Los engullía todo lo que mi boca permitía sin olvidarme de la polla de mi primo que seguía estimulando con una de mis manos. Los huevos sabían realmente bien con un olor intenso que me ponía a mil.
Félix también lo estaba y su tiesa y larga verga daba muestra de ello. Cada vez que me la tragaba una parte de su cuerpo se estremecía y se encogía en un súbito espasmo y un profundo gemido. Me ayudé de las manos para pajeársela mientras le observaba quizá porque yo no tenía tanto aguante como él, pero quería permanecer frente a aquel cipote hasta que mi primo se corriera. Y quería además que lo hiciera dentro de mí y llevarle al éxtasis completo.
Me avisó de que le quedaba poco y avivé el ritmo de mis succiones así como el roce que aún mantenía con sus huevos deseosos de descargar con rabia toda su leche contenida.
-Primo, me corro – advirtió.
Y en ese instante noté un fuerte trallazo de ardiente líquido sobre mi paladar, que no tardé en tragarme para sentirlo espeso y amargo a lo largo de mi garganta. Vinieron más espasmos acompañados de más gotas de tan sabroso elixir y un alargado y sonoro gemido envolvió la atmósfera de la habitación. Mi primo no paraba de decir “sí, sí, sí” mientras yo aún estaba ocupado con su cipote dentro de mí. También fue él quien intentó apartarme y tratar de sacársela de mi bocaza, pero como hizo él minutos antes, se lo impedí hasta notarla bien seca y flácida, infligiéndole casi un castigo.
La liberó finalmente y él se hundió todavía más en el colchón. No articuló palabra y yo me tumbé a su lado. Después de un rato sin que nadie dijera nada le pregunté si le había gustado y él sólo me contestó con un tierno beso en los labios. La cara de satisfacción de Félix no tenía precio. Yo en el fondo me alegré de que aquello hubiera ocurrido y de que él estuviera feliz. O al menos eso pensaba tratando de convencerme a mí mismo de que había sido una buena causa, casi una buena obra, y que no tenía por qué repetirse, porque si no, claro está, ya sería vicio.