Mi primeros conejitos afeitados.

Aquí está Fernanda

Lo siento pero este personaje me está enganchando a mi también, así que usaré este seudónimo para él, Xavier, lo seguiré narrando en primera persona como si fuera especie de biografía pero tampoco me gustaría convertirlo en una serie larga, por otra parte como intentaré hacer capítulos independientes y la verdad muchos de ellos irían a la sección de dominación, que no es precisamente en la que estoy publicando, pues no sé... he decidido dejar de numerarlos y colocar cada uno en la sección que crea sea más idónea para él.

El problema con mi tía se solucionó en tan solo unos días.

Comprendió que él que decidía que se hacía y que no, era yo y lo era para todo, absolutamente todo. Con esa premisa se veía obligada a gozar cuando yo quisiera y a no hacerlo si yo así lo decidía, su deber era complacerme, con lo cual si yo decidía ser cariñoso y poseerla de una manera cariñosa, ella no podía más que asumirlo y gozar con mi disfrute.

Me confesó que en cierta manera había gozado con todos los mimos que le profesé y se sintió perdida y desolada cuando creyó que me había perdido.

Todo ese embrollo al fin y al cabo sirvió para conocernos mejor.

La verdad es que interiormente ese papel de amo no terminaba de llenarme, y digo interiormente por que por otra parte me hacía sentir mucho más poderoso.

También es verdad que había ocasiones en que mi placer aumentaba hasta límites desconocidos. Y de la misma manera que era tan poco lo que  conocía del sexo entonces, que cada nueva experiencia suponía sensaciones diferentes y muchas veces indescriptibles.

Lastima que con la edad algunas de ellas terminen siendo eso, la primera vez, para luego terminar en meros recuerdos placenteros.

A las pocas semanas ella misma puso la condición para continuar nuestra relación con que debería pagar igual que Ana. Lo nuestro debía ser únicamente sexo, desde luego con una relación algo especial y un cariño de la misma manera muy por encima de muchas cosas.

Su confianza en mi era plena y sabía que siempre me controlaría, sabía también que nunca sería con ella lo duro que le gustaría, pero también era verdad que con mis ocurrencias gozaba muchísimo incluso sin dolor, o con muy poco a su entender, tal y como estaba sucediendo con la entrada de Ana.

Poco a poco iba entendiendo lo que representaba ser el Señor, pero seguía sin entender esa, al parecer, imperiosa necesidad de dolor.

Bueno fueron pasando las semanas y aunque todavía no ganaba mucho si que para no tener trabajo disponía de unos importantes ingresos para mi edad. Ingresos y regalos.

Con Ana disfrutamos de granes momentos, en tan solo unos meses su aspecto físico sino formidable, bueno… aún le quedaba mucho pero ya estaba por lo menos deseable para algún hombre más.

Mis servicios desde luego en base a una tarifa lo incluían todo, salir al cine, al teatro, a cenar, a bailar, de copas, a pasear….

Casi todos los servicios iban por horas y normalmente lo hacía con cada una por separado, aunque en sexo como lo hacíamos en casa de Laura, casi siempre terminábamos liados los tres. A no ser que Ana me quisiera y pagara para ella sola.

Un día, jueves sino me acuerdo mal, soleado y tranquilo, me llamaron las dos para ir a tomar un vermut. Me extrañé en un principio, pero enseguida me di cuenta que algo tramaban.

Cuando llegué a la terraza en que nos habíamos citado, en el centro de la ciudad, ellas ya estaban esperándome.

¡Joder.! Estaban preciosas. Sin parecer ni de lejos facilonas, si que estaban muy sugerentes y más lo estarían al compartir mesa con un joven de mi edad.

Os diré que entonces como ahora rondaría el metro setenta, (mentira uno sesenta y nueve), moreno con media melena muy de moda entonces en los chicos casi serios y largo en los modernos, yo de serio. Atlético tirando a delgado, guapete por lo que decían de ojos oscuros y siempre creído que llegaría a ser algo importante.

Y ahora acercándome a la cincuentena ya veis, con barba como entonces cortita, pero llena de canas, calvo y con un pito que añora la dureza y disponibilidad de aquellos tiempos.

Y desde luego lo único conseguido de verdadero valor y que pasará a la historia, por lo menos cercana, son mis tres hijas.

Pero bueno volvamos a la historia que os contaba.

¡Ah si.! Estábamos en la terraza y ellas.  ¡Joder.!  Preciosas y sugerentes

Su pelo suelto y en ambas desordenado muy a conciencia, los escotes bien generosos, seguro que Ana llevaba un sujetador con trampa, (que ya los había entonces, de relleno se llamaban sino me acuerdo mal) sus faldas sin ser minis por encima de la rodilla y viendo sus piernas, seguro con medias y portaligas.

Las dos me miraron con agradecimiento cuando les dije lo hermosas y excitantes que estaban.

Me dijeron que me habían citado porque querían regalarme unas camperas. Su Señor para ellas debía ir con unas botas nuevas y negras. Pero con algo especial, no con las vaqueras gastadas que a mi me gustaba llevar.

Para todo soy muy particular y empecé a temer que las defraudaría cuando no me gustaran las mismas que a ellas.

Callé.

Noté movimientos extraños bajo la mesa que quedaba cubierta por un grueso mantel color granate.

Las miré interrogante y me dijeron que me asomara debajo.

Les hice caso y joder… Sus faldas se levantaron y comprobé que ambas iban sin bragas y algo muy especial, completamente afeitados sus sexos (hoy es algo normal pero entonces algo muy raro de ver en esta España)

Los ojos me hacían chiribitos y si no me hacen subir todavía estoy allí.

—¡Dios. Estáis preciosas.!

—¡Son para ti dijo Laura.!

—¿De verdad te gustan.?   - Me preguntó Ana con ojos encendidos.

—¡Joder.! Claro que si. Vámonos a casa ya.

—¡No.!   — dijo Ana arrugando el morrito y con los ojillos chispeándole.

—Hemos pagado por tomar un vermut contigo y un paseo.!

—Y eso es lo que vamos ha hacer. Aseveró mi tía.

Yo estaba súper inquieto y deseando catar aquellos dulces sexos.

Charrábamos desenfadados y yo de vez en cuando apoyaba mis manos en sus muslos y los apretaba descaradamente.

—Xavier. — Me dijo Ana guiñándome un ojo voy al servicio.

—Vale. — Respondí yo. ¡Mierda.! Pensé es la mía. —Laura yo voy también ahora vuelvo.

Los servicios estaban en una especie de sótano, bajé vi el de caballeros y al final del pasillo el de señoras.

Piqué a la puerta y enseguida se asomó Ana.

—Pasa no hay nadie más.

Había dos escusados y me condujo hacia uno más espacioso con el símbolo en la puerta de minusválidos.

Nada más entrar cerró el pestillo y se colgó de mis hombros besándome con efusión.

—¡Demonios Ana.! — Estaba claro que el mero echo de ir como iban las tenía mucho más excitadas si era posible que a mi.

—¡Suhhh.¡ Calla.

Se subió la falda y me enseñó aquello.

Me puse al momento en cuclillas. —¡Por… —¡Suhhh.! Me interrumpió.

Lo toqué con mis dedos, suave muy suave, excitante, diferente. Los labios mayores se apreciaban abiertos perfectamente y con lo excitada que estaba de igual manera los pequeños que dejaban ver a la perfección los humores que en ellos se habían formado.

Paseé mi anular por la fisura y lo acerqué a mi nariz para aspirar su aroma. Después deguste su reconocible sabor. La hice subirse de pié sobre la taza y metí mi nariz en todo el meollo. ¡Dios…! Sin pelo era sencillísimo y no necesitaba las manos para nada, me quedaban libres para coger sus nalgas, para usar mis dedos. ¡Dios.!

Me empujó por los hombros y se bajo.

Yo quería echar un polvo allí mismo, pero ella me lo impidió, me dijo que no podíamos dejar a Laura allí sola.

No me quedaba otra que acceder, aunque de buena gana hubiera usado otros métodos para conseguir mis deseos.

Al salir del baño nos topamos con una chavala que nos miro extrañada, a mi para ser sincero con asco, supongo que por la edad de mi compañera.

Nos reímos y salimos de nuevo a exterior.

Laura estaba impaciente. La besé en los labios a mala idea para que sintiera los efluvios de su compañera en mis labios.

—¡Marranos.! — Se rió.

—Luego me toca a mi.

Cubierto en parte por Ana, metí mi mano por debajo del mantel y busqué el interior de las faldas, encontré el conejito que faltaba por explorar.

¡Diablos.! Con que facilidad, accedí a él, sus labios dispuestos, mis dedos accedían a ellos sin ninguna interferencia, introduje mi dedo, pasee todos ellos por la apertura y recogí sus humores, volví a incidir con solo uno de ellos y perforé, jugué y mirándole la cara la forcé a cerrar los ojos. ¡Diooos.! Mi tejano podría explotar en cualquier momento.

El camarero nos trajo la cuenta y me miró seriamente a los ojos. Entendí y creo que no me equivocaba que nos invitaba a marcharnos. El numerito debía haber sido más indiscreto de lo que nos pensábamos.

Pagó la cuenta Laura y nos marchamos riendo como chiquillos Ana y yo. Mi tía roja de vergüenza no sabía donde meter la cabeza.

Las botas acabé eligiéndolas yo y como había supuesto no cuadraban con su idea, pero bueno fueron negras y del gusto de los tres, españolas y de la misma marca que casi todas las que tengo aún hoy en día, con puntera de tiburón y tacón mejicano muy marcado.

Después me propusieron entrar a comprar algo de ropa en los almacenes de renombre que había al otro lado de la plaza, y bajito me dijeron que allí con tantas plantas y tanto probador, podríamos hacer algo hasta que nos echaran.

Hacía allí nos dirigimos, yo en medio y ellas cogidas de mis brazos. Los tres parecíamos bailar en lugar de caminar, reíamos y las besaba sin pudor cerca de la comisura de los labios, algo más en público con la diferencia de edad hubiera sido un escándalo como en el bar, y más en aquellos años.

Paseábamos por las distintas plantas y yo aprovechaba cualquier momento para meterles mano a discreción, iba más salido que un mono sin pareja en época de celo.

En la planta de Ropa Blanca, (o algo así se llamaba entonces a las mantelerías, juegos de cama, toallas etc. Y puede que todavía) que había muy poca gente Ana se despegó ligera y se metió en unos servicios que quedaban escondidos tras un rincón.

Al instante asomó la cabeza y nos llamó.

Laura y yo miramos alrededor, había un par de señoras cerca y mi tía me dejo solo.

Yo no me atreví a entrar en presencia de las damas, más que nada por que quería que la historia continuara y a la voz de ya.

En cuanto se perdieron de vista entre los distintos expositores me introduje en los lavabos de señoras.

Era amplio y también de dos espacios, pero nada más entrar Ana cerró la puerta con el pasador.

—Para cuando sospechen que está bloqueado ya nos hemos ido.

Laura le replicó. —Hoy no hay mucha gente y aquí no se deben usar mucho los servicios.

Las dos se subieron las  faldas y a sugerencia de mi tía se sentaron juntitas sobre el gran mármol de la pica.

Las dos llevaban medias negras de seda con la raya atrás y portaligas y las dos afeitadas hasta el final de sus sexos y ambas con el resto en triangulo y el pelo fijado con alguna sustancia que le daba un aspecto de gomina y de la época del charlestón.

—¡Dios.! — Exclamé cogiendo sus culos los atraje hasta dejarlos en el mismo borde y empecé a acariciarlos, después los olía de uno en uno, introduje mis dedos y me los llevé a mis labios.

Ana le dijo a Laura. —Esto es genial verdad. Están libres y a mano.

—Si Ana, solo deseo que se lo coma ya.

Me hubiera gustado poder hacerlo con los dos a la vez pero no era posible y tenía que saltar de uno en uno, ellas gemían suavemente mientras mis caricias se prodigaban con uñas y dientes.

Pero permanecimos como piedras al oír que alguien intentaba abrir.

Los tres nos quedamos en silencio, tras unos momentos quien fuera desistió.

—¿Habrá ido a buscar a alguien.?

—No volverá luego o buscará otro.

—¿Y si era un empleado.?

—No los empleados tienen sus propios servicios.

Tras parar un rato las orejas y en silencio me decidí a continuar. Solo me dejaron un ratito, después me pidieron que parara, preferían gozar tranquilas en casa.

—Pues yo no puedo esperarme. ¡Me dolerán los huevos a morir.!

Ambas rieron. —¡Eehi. Que no es a mi a quién gusta sufrir.! — Les señalé el problema y poniéndome muy serio les dije ya lo estaban arreglando si querían que el día terminara bien.

Volvieron a reír. Fui yo esta vez el que puso su trasero sobre el frío mármol tras dejar caer mis pantalones y las dos mano a mano se pusieron ha hacerme una de las mejores felaciones que creo recordar.

Menos mal que nadie nos volvió a molestar por que tal y como a mi me gustaba, no se dieron ninguna prisa, cuando veían que ya me disponía a alcanzar el clímax paraban y me besaban, metían sus uñas dentro mi camisa, acariciaban mis piernas hasta donde les dejaban mis pantalones caídos, pellizcaban mis pezones si veían que solo dejando de besar mi pene no frenaban mi carrera hacia el orgasmo y si era demasiado inminente, el pellizco se lo llevaba el pellejo de alguno de mis testículos y eso hacía que mi sensación de eyacular se cortara instantáneamente.

No se cuanto tiempo duraría pero yo pensaba que bien bien veinte o treinta minutos.

A veces se hacía insufrible y les suplicaba que me dejaran terminar, vaciarme. Pero ya sabían ellas que era fruto de la desesperación, sabían igual que yo que con paciencia y sin dejarse doblegar por mis exigencias conseguirían proporcionarme un orgasmo de los de recordar toda la vida, de los que mi risa inundaría la estancia llenándolas a ellas de orgullo por habérmelo brindado.

Yo por mi parte estiraba mis manos y solo podía encontrar los pechos y sus espaldas, en aquella posición me era imposible alcanzar sus culos y mucho menos aquellos deseables conejillos que me habían regalado.

Se turnaban con boca y con mi pene, ninguno de los dos estaba jamás solo, cuando una dejaba uno la otra ocupaba su lugar. Me gusta tanto besar que se hace indispensable para un gran orgasmo.

Dios, lo que hubiera dado por poder comer sus sexos a la vez, o simplemente por poder sentir sus humores en mis dedos. Pero como os dije siempre encuentro algo positivo y esa vez fueron sus culos, doblándome un poco conseguí hacerme con los dos y me parecieron las masas de carne más apetitosas de la ciudad y las cogí, apreté y amasé cual panadero disfrutando de su oficio.

Laura mientras Ana proseguía con la soberbial mamada, acercó uno de sus pezones a mis labios y me desesperé como bebe hambriento, que duro estaba, que arrugadito, que sabroso, que… ¡Diooooos….! Me estaban dejando llegar. —¡Diooosss.!

¡Mierda.! La dolorosa punzada de un nuevo pellizco me bajo otra vez a la cruda realidad.

Ahora ya empezaba a enfadarme, coño eso ya era mala leche, dejarme acercar tanto y pararme era inhumano.

Otra vez sus gatunos dedos paseaban por mi torso y arrancaban mis suspiros uno tras otro, empezaba a subir otra vez con una rapidez increíble y el miedo se apoderó de mi al pensar que me volverían a frenar.

—¡Mis niñas ya viene.!  Deje de hablar para poder seguir amorrado al pecho de Ana. Y Ya solo pensé. ¡Diooosssss.! ¡Dioossssss.! ¡Dios.!

—¡Jajaja  jajaa  jajaja¡ — La boca de Ana se apretó contra la mía en un abrasador beso que consiguió silenciar en el exterior mis gritos.

—¡Suushhh, nos van a oir.!