Mi primera vez: la mañana después

El excitante despertar la mañana después de haber sido desvirgada.

Mi primera vez: la mañana después.

Aún dormía cuando tus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo. Estaba soñando, un sueño dulce y placentero en el que mi cuerpo era recorrido por tus dedos. Abrí los ojos y desperté, pero ahí seguías tú, acariciándome, perdiendo tus manos entre mis muslos.

Enseguida me di cuenta de lo dolorido que tenía mi sexo; la noche anterior me habías desvirgado, me había sentido como una mujer por primera vez y, ahí seguías tú, a mi lado, acariciando mis pechos.

Te miré suplicando que tuvieras cuidado; mis labios me ardían por el esfuerzo que habían realizado al recibir tu sexo, y la mancha de sangre seca entre mis piernas indicaba que apenas habían pasado unas pocas horas de aquello. Mirándome a los ojos me hiciste entender que no tenía de que preocuparme, que no me harías daño, que tan solo deseabas poseerme de nuevo, despacio, lentamente, y hacerme disfrutar otra vez más de tu maravilloso sexo. "La segunda vez es aún mejor", me dijiste; y yo me abandoné totalmente a ti.

La habitación del hotel estaba en penumbra, tan solo se colaban unos tímidos rayos de sol que anunciaban que aún era muy temprano. Estaba amaneciendo e íbamos a empezar el día de la mejor de las formas posibles, amándonos.

Sentía tus manos perderse por mi cuerpo. No podía creer lo excitaba que estaba. Mi vagina palpitaba por el dolor, pero también por el deseo de ser poseída de nuevo. Rozaste mis labios con tu lengua; yo la acogí dentro de mi boca y dejé que nuestras lenguas jugaran en un baile sensual, excitante dentro de nuestras bocas. Tus manos acariciaban mis pechos, sentía cómo mis pezones respondían a sus caricias, cómo se endurecían, como los tomabas entre tus dedos, pellizcándolos deliciosamente. Abandonaste mi boca para bajar hasta ellos, morderlos y chuparlos, libarlos más bien. Yo empezaba a jadear, a gemir, estaba tremendamente excitada y mi sexo comenzaba a humedecerse, preparándose para ti. Sin dejar de lamer mis pechos, tus manos recorrieron la línea de mi vientre para llegar a mi pubis. Rozaste levemente mi vello con la yema de tus dedos para perderlos después entre mis muslos y en el interior de mi vagina, de mi coño. Sentirlos dentro de mí me hizo gemir más fuerte de lo normal, aún estaba muy sensible, pero te deseaba tanto. Abrí mis piernas y con ellas separé al máximo mis labios más íntimos, dejando a tu merced todo mi calor. Aquello te pareció una invitación a perderte entre mis piernas y, sin pensártelo, te arrodillaste entre ellas y hundiste tu lengua en mi interior. Podía sentir cómo entrabas y salías de mi coño, y como él aceptaba de buen grado tu lengua, y te respondía humedeciéndose cada vez más. Tú lamías todos mis flujos sustituyéndolos por tu saliva. Yo movía mis caderas, intentando que tu boca abarcara más de mi sexo, quería llenar tu boca de él, quería besarte después y que tu boca me supiera a mí, oliera a mí.

Después te incorporaste, dejaste que viera tu miembro endurecido, turgente y venoso. "Te desea", me dijiste, y yo no pude hacer más que sonreír y ruborizarme, cómo podía estar tan excitada!. Tus caderas empezaron a moverse lentamente entre mis piernas mientras dejabas que tu enrojecido glande rozara mi clítoris. Podía sentir tu calor, tu humedad. Me estabas volviendo loca y entre jadeos te pedí que me penetraras. "Despacio por favor, pero hazlo ya", fue lo único que pude decirte.

Tomaste mis piernas con tus manos y las colocaste sobre tus hombros y, poco a poco, empecé a sentir el mismo dolor, la misma fricción que la noche anterior, pero esta vez, mucho más leves. Yo me agarré a los barrotes de la cama, aquella cama testigo de mi primer amor, dispuesta a disfrutar por completo de tu polla. Mis labios se fueron abriendo, acomodándose a tu grosor. Poco a poco, fui recibiendo todo tu sexo dentro de mí, hasta sentir cómo tus huevos rozaban mis nalgas. Tus movimientos eran lentos al principio, suaves por miedo a hacerme daño, pero ya no sentía dolor alguno, solo placer, un inmenso y pecaminoso placer. "No te preocupes, ya no me duele, fóllame tranquilo". No podía creer que te hubiera dicho eso, pero ciertamente quería que me follaras, no que me hicieras el amor, sino que me follaras con fuerza, con violencia. Tus movimientos se volvieron más y más rápidos cada vez. Sentía tus huevos golpear mis nalgas cada vez que me penetrabas. Mis gemidos se hacían más intensos cada vez y te hice saber que estaba apunto de correrme. Sin pensártelo, sacaste tu polla y volviste a llenar tu boca de mi sexo, esta vez, para recoger todos los flujos de mi orgasmo. Fue maravilloso correrme en tu boca. Cuando te acercaste a mi, tus labios brillaban por mis jugos y no pude más que lamértelos y fundirme en un beso contigo, un beso húmedo y caliente.

Entonces, me susurraste algo al oído que me hizo excitarme una vez más, "déjame correrme en tu boca". Sin decir una sola palabra, abrí mi boca y comencé a masturbarte, a acariciar aquella que desde ese día sería siempre polla. Esperaba con ansia beberme tu leche, recibirla en mi lengua. Nunca antes lo había hecho y me excitaba pensar en su sabor, en mi boca llena de ti. No tardaste en sujetarla con tu mano y apoyarla sobre mi lengua. Inmediatamente sentí como un chorro de semen inundaba mi boca. Dulce sabor de tu leche que iba resbalando por mi garganta. Rodeé tu capullo con mis labios esperando que cayera hasta la última gota, que iba recogiendo con mi lengua a medida que salían por tu pequeño agujerito. Tus piernas temblaban, pero yo no podía dejar de chupar, de lamer, esa polla que me había dado tanto. Tú jadeabas sin control, temblabas cada vez que mi lengua rozaba tu glande, muy sensible ya, pero no podía dejarla, no quería dejarla. Tuviste que ser tú quien me apartara de ella, de mi querida polla caliente. Deseaba más, quería más, pero tú estabas agotado, y mi coño estaba pidiéndome un descanso. Volvimos a quedarnos dormidos, abrazados de nuevo como la vez anterior, no sin antes hacerte prometer que volverías a despertarme de la misma forma… y así fue.

Me gustaría agradecer a todos los mensajes que recibo a diario en mi dirección de correo; gracias a todos por dedicarme un ratito de vuestro tiempo y, ya donde encontrarme, agradeceré cualquier idea o sugerencia. Besos a todos.