Mi primera vez

Donde os cuento el regalo que me hice a mí misma el día en que cumplí 18 años.

Hoy os contaré mi primera vez con un chico, pero antes he de pediros un favor. Me mandáis e-mails que no puedo contestar - son demasiados -, pero muy pocos calificáis mis relatos. Calificar es facilísimo. Basta dar dos golpecitos en la parte izquierda del ratón: el primero para marcar "excelente" –sois libres de marcar lo que queráis, pero sueño con que os gusten mis relatos- y el segundo para enviar la calificación. Está muy bien explicado aquí bajo a la derecha. ¿Me haréis caso? Cuento con ello. Y ahora os cuento mi primera vez.

Dejé de ser virgen el día que cumplí los dieciocho. No fue casualidad. Ya estaba hasta de ser mocita. Iba a ser mi cumpleaños y pensé: ¿Por qué no hacerme un buen regalo? Tenía todo a favor. Mis padres y mi hermano pequeño se habían largado a Eurodisney –yo no pude ir por los exámenes- y tenía la casa entera para mí. Por el chico no tenía que preocuparme. Manolo estaba más que dispuesto. Le enseñaba de vez en cuando los pezones a base de mucho de escote y nada de sujetador y lo llevaba del pico. Si habéis leído otras narraciones mías, ya sabéis que me encanta provocar a base de enseñar cuerpo como al descuido. Tenía dos clientes fijos: el señor de la puerta 16 que solía espiarme por la ventana cuando me desnudaba, como ya conté en mi primer relato, y Manolo. Manolo tenía diecinueve y estudiaba primero de Derecho. Lo conocía desde el verano anterior y me lo encontraba por todas partes. Me gustaba lo justo, ni mucho ni poco. Lo tenía a mano y lo elegí para la gran ocasión.

Una primera vez es importante. Hay que prepararse bien. Los chicos, si no sois metrosexuales, lo tenéis muy sencillo: la ducha, un poco de colonia y a correr. Lo nuestro es un castigo. Hice una lista: Hacerme las piernas, la peluquería, comprar en Zara algo mono, fácil de quitar y que llevara cremalleras en vez de botones –con los botones siempre os armáis un lío con eso de que abrochamos al revés-, perfilarme las cejas, pintarme las uñas de las manos y de los pies, rizarme las pestañas, buscar un pintamorritos apropiado, darme crema, arreglarme el pubis paras que la almohadillita morena tuviera forma de corazón –lo hice yo misma con espejo, tijeras y paciencia y me quedaron unos pelitos de lo más acogedores-, yo que sé cuántas cosas más, que no os merecéis lo que hacemos por vosotros, machitos nuestros. Y luego la casa: arreglar mi habitación, dejar el baño como un sol, comprobar que hubiera ginebra en el mueble bar y coca cola en el frigorífico, buscar la cubitera de plata para luego poder restregarme cubitos de hielo por los pechos…Una faena de romanos, pero todo sea por el éxito de la empresa.

Jamás me había puesto antes un liguero. Pensé hacerlo en alguna ocasión, pero el vecino de la puerta 16, el que me miraba por la ventana cuando me desnudaba en mi cuarto con las cortinas abiertas y la luz encendida, no se merecía tanto. Manolo, o mejor la ocasión, sí. Como soy morena, elegí un liguero rojo con tanga y sujetador del mismo color. El rojo siempre me ha parecido color de puta y yo quería llevar a la práctica, en plan putita y en una sola sesión, todo lo que había leído sobre sexo, cada postura, cada detalle que había oído comentar a las amigas, lo que había soñado, lo visto en las películas porno de la tele por cable y lo que por instinto sabía que podía hacerse aun ignorando el cómo.

Los preservativos. No podía olvidar los preservativos. Suponía que Manolo no me pegaría una mala enfermedad, pero mejor prevenir que curar. No compré los condones en el barrio –mi barrio es una convención de chismosos y a nadie le importa quién me toca el culo-, sino en una farmacia del centro de Málaga. "¿Qué marca quieres, niña?". El farmacéutico era mayor, ya no cumplía los cuarenta. "No sé. ¿Cuál me recomiendas?". Me incliné como si me interesara algo del mostrador y le ofrecí gratis –no suelo llevar sujetador- una vista panorámica de mis pechos. Nunca supe por qué los pezones me crecen y engordan cuando me mira un hombre, ni por qué me late más deprisa el corazón y me corren hormigas por las tripas, pero me pasa, claro que me pasa, por eso adoro que me miren. Lástima que el mostrador me tapara la bragueta del farmacéutico. No pude comprobar la impresión que le causaba y fue pena. Aunque el hombre llevaba bata blanca, yo hubiera notado si la polla reclamaba su ración. Práctica que tiene una, por muy virgencita que sea. En fin, para no hacerlo largo, que compré una caja de preservativos y dejé al viejo con un buen calentón. Igual, gracias a mí, le dio un buen repaso a su mujer esa noche.

Llegó mi cumpleaños. Llamo a Manolo y a los cinco minutos ya lo tengo en el portal. Bajo –él todavía no sabía nada de mis propósitos- y cenamos en el burger. Luego le digo: "Te invito a una copa en mi casa". Ël alucina en colores. Lo último que se esperaba. En el ascensor me acerco y le refriego las tetas por el pecho para dejar las cosas claras. Se anima. Me abarca las mollas del culo con las dos manos, me aprieta contra él y me clava la polla en el ombligo a través de su ropa y de la mía. Buen principio. Me gusta que me estruje, que me domine, que me demuestre quién manda. Va a ser una buena noche.

Entramos en casa. Pongo música y unos cubatas y nos sentamos en el sofá de la salita. Se me abalanza. ¿Cómo puede un chico tener tantas manos? En un dos por tres me deja sin ropa. Pásese usted de tiendas toda una tarde para esto. Intenta echárseme encima. "Espera, Manolo…Estaremos mejor en la cama". Me suelto como puedo y entramos en mi cuarto. No puedo ni andar. Me coge, me estira, me muerde, me abraza…"Espera un poco, hombre. Tenemos todo el tiempo del mundo". Ni por esas. Solo consigo encender la luz. Nada más. A partir de ahí solo soy una cosa. Las medias y el liguero quedan sobre el silloncito, pero porque cayeron allí de casualidad. Manolo ni se ha enterado si me estaban bien o mal, los ha arrancado de mi cuerpo y aquí paz y allá gloria. ¿El sujetador? Me lo despedaza. ¿El tanga? Ni sé como me lo ha quitado, pero lo ha hecho, vaya que sí. Aquí me tenéis desnuda como un gusano con un chico cuya única concesión al desmadre es llevar la polla fuera de la bragueta. Aquí me tenéis con diez mil manos palpándome el cuerpo y abriéndome las piernas. Manolo me pesa. Siento como quiere entrar en mí, como su verga busca mi coño -¿para qué me he recortado los pelos del pubis en forma de corazón?- , noto un ramalazo de dolor intenso y un algo caliente –el preservativo, no he tenido tiempo ni de decirle que se pusiera el preservativo-. Lo aparto, te aparto, Manolo, no tomo anticonceptivos, no quiero quedarme embarazada, no sé de donde saco las fuerzas, pero ahora te puedo y te aparto. "El condón, ponte el condón". Te armas un lío. Por fin lo consigues y vuelves a montarme. Procuro relajarme y disfrutar, pero no tengo tiempo de nada. Ya te has corrido.

Ni siquiera me has besado, Manolo. No imaginaba que mi primera vez fuera así. Pero vuelves a la carga. Parece que te gusto de veras. Te alargo el preservativo –los tenía sobre la mesilla de noche- antes de que te pongas encima. Vamos a ver ahora. Comienzas a moverte y yo a dejarme llevar. Arrancada de caballo y parada de burro. ¿Ya está? ¿Ya acabaste? Pero Manolo, que somos dos

Quedas a mi lado, quieto, plácido, inservible. ¡Vaya regalo de cumpleaños! De pronto veo claro. No sirves para mucho, pero sí para mirar. Ahora puedes hacerlo tranquilamente. Nunca tuve un espectador tan cercano. Comienzo a acariciarme los pechos, a rodear los pezones con la yema de los dedos, sabiendo que me miras. Me pellizco los mugrones, clavo en ellos las uñas arrancándoles un placer agudo y doloroso. Mira, Manolo, como me acaricio. Hablo contigo sin hablar. Mira como miro que me miras. Puedes saborear ahora con los ojos el corazón de mi pubis. ¿Te gusta verlo, verdad? Y a mí que lo veas. No he sangrado al desvirgarme. O sí, unas gotitas apenas. Me toco en el botoncito del gusto. ¿Has visto alguna vez masturbarse a una chica? Dime que soy una puta. Me enciende. Tú mira y cuéntame lo puta que soy. Si no quieres perderte detalle ponte en los pies de la cama. Tendrás mejor panorama. Pero colócate un poco a la izquierda. No tapes la ventana. Tú no lo sabes, pero ahora mismo nos está espiando el vecino de la puerta 16. Encendí la luz del cuarto con ese objeto.

No corrí las cortinas. Nos mira hace rato. Me toco desnuda y hay dos hombres que me comen con los ojos. Dos a falta de uno. Me froto el clítoris, jugueteo con él, y con la otra mano me amaso un pecho. Me noto sucia de miradas, caliente y guarra por exhibirme y porque me vean. Yo el centro, la chica de la película, acariciando su propio coño. El día que el vecino de la puerta 16 me grite "¡Puta!" a través del patio de luces voy a morirme de gusto. Dime "puta" tú, Manolo. Me llena el fuego. El desasosiego me corre por el vientre. He de llegar arriba del mundo. Dejadme que me agarre a la cuerda de vuestras miradas para subir y subir y subir más todavía. Así. Así. Así. Fijaos como se contrae mi pelvis a sacudidas rítmicas y poderosas. Daos cuenta de cómo me llena el orgasmo.

Sois vosotros dos quienes me lo regaláis. Jamás sentí tan fuerte. Aunque, claro, es esta la primera vez que me masturbo delante de dos hombres. No será la última, lo juro. Se me arquea el cuerpo, despego la espalda de las sábanas y mi coño late más y más fuerte. Así. Así. Así. No, Manolo, ahora no me montes. Este orgasmo es mío. Luego lo harás. Luego puedes hacer conmigo lo que quieras. Hay un montón de preservativos en la caja. Ahora deja que disfrute yo sola. O mejor, que disfrute con vosotros, con esos cuatro ojos que me tocan el cuerpo y me palpan el alma y los deseos. Tu polla vendrá luego. Cuando ya esté en paz con el mundo, como ahora lo estoy. Fue un magnífico regalo. Feliz cumpleaños.

Nunca olvidaré esa mi primera vez en que me masturbé delante de dos hombres. Palabra.