Mi primera vez en París
Jorge está de viaje en París con su mejor amigo, Álvaro. Ambos duermen en un albergue en el que comparten habitación con un desconocido, Thomas, un chico francés con un cuerpo perfecto.
Habíamos pasado todo el día París. Estaba haciendo un viaje por Europa con mi mejor amigo, Álvaro, y ese día llegamos a la capital francesa por la mañana. Íbamos a pasar tres noches allí, durmiendo en un albergue. Habíamos cogido una habitación para compartir con otras dos personas, pero cuando llegamos a coger la llave nos dijeron que solo íbamos a tener un compañero de cuarto, un chico francés.
Álvaro y yo llegamos a la habitación por la noche, agotados. Solo había dos literas. El baño estaba al final del pasillo. Nuestro compañero todavía no había llegado. Nos quitamos la ropa y nos metimos en nuestras camas, los dos en calzoncillos nos subimos a las dos literas de arriba. Teníamos diecinueve años, nos habíamos conocido en la Universidad y nos habíamos hecho los mejores amigos. Aunque todavía no le había contado que era gay.
Estaba profundamente dormido cuando un sonido me despertó. Alguien había entrado en la habitación. Debía de ser nuestro compañero. Encendió la linterna de su móvil para poder ver algo, y yo, disimuladamente, me quedé mirándole desde mi cama.
Pude ver que era un chico muy guapo, de unos veinte años, de pelo muy corto y barba de tres días. Se quitó la camiseta y pude ver su torso, visiblemente trabajado en el gimnasio y totalmente depilado excepto por unos pelos que nacían en su ombligo y se perdían en sus vaqueros. Después se quitó los deportivos, los calcetines, y, por último, los vaqueros. Debajo llevaba unos bóxers blancos de Calvin Klein, y pude ver el bulto de su pene bien marcado. Sus piernas no estaban depiladas, y las cubría un espeso pelo oscuro. No me había dado cuenta de que, mientras le miraba, mi polla se había puesto tremendamente dura.
El chico se metió en su cama, que resultó ser la parte de debajo de mi litera. Yo recreé en mi mente lo que acababa de ver. Su preciosa cara, sus pectorales depilados, el paquete que escondían sus bóxers, sus piernas cubiertas de pelo. Nunca había estado con un chico, y pensé que jamás estaría con un chico así, tan guapo y tan perfecto.
Y mientras pensaba esto, algo llamó mi atención. Mi litera había empezado a moverse ligeramente. Al principio no sabía qué ocurría, pero me di cuenta de todo cuando escuché un leve gimoteo. El chico, que se había metido en la cama de debajo de la mía, se estaba masturbando. Intenté asomarme disimuladamente para conseguir ver algo, pero no había manera de hacerlo sin que se diera cuenta. Así que me quedé mirando al techo, imaginándome lo que estaba pasando ahí abajo. Imaginándome una polla preciosa, erecta, húmeda. Y la cara de placer de ese chico.
Pasados unos minutos, los gimoteos y el leve movimiento pararon, y escuché una respiración acompasada que pronto pareció la respiración de alguien dormido. Pero entonces yo estaba tan excitado, y mi imaginación volaba tanto, que no podía dormirme. Así que me bajé los calzoncillos y, debajo de la sábana, empecé también a masturbarme. Me imaginaba a ese chico. Me imaginaba que se levantaba de su cama, que subía a la mía, completamente desnudo. Que se ponía encima de mí, me besaba, me lamía todo el cuerpo, me acariciaba los huevos, y terminaba metiéndose mi polla en la boca. Estaba tremendamente cachondo con las cosas que me imaginaba, y también me ponía el hecho de estar en esa habitación con dos chicos: un desconocido y mi mejor amigo. Los dos estaban dormidos, y no sabían lo que yo estaba haciendo. Pero eso me ponía a mil. No tarde mucho en correrme, y el semen me llegó hasta el pecho. Me limpié un poco con la sábana y me quedé plácidamente dormido.
Abrí los ojos cuando el sol ya entraba por la ventana. Álvaro seguía durmiendo, aunque no sabía si el chico desconocido seguiría en la cama de debajo. Así que decidí asomarme con descaro. Si me veía, fingiría que iba a levantarme y ya está. Me asomé, y ahí estaba el chico, tumbado bocabajo, totalmente destapado y con sus bóxers blancos como única ropa. Hizo un movimiento y yo volví a colocarme en mi cama, y fingí estar dormido.
El chico se levantó de la cama. Otra vez me quedé mirando su perfecto cuerpo, con los ojos entornados para que no se diera cuenta. Rebuscó en su mochila hasta que sacó una toalla y salió de la habitación.
El corazón se me puso a mil cuando se me ocurrió una idea. Iba a ducharse. El día anterior había visto que en el baño había tres duchas sin ninguna separación. Así que si yo iba también a ducharme, podría ver el cuerpo del chico completamente desnudo. No lo dudé ni un segundo, bajé de mi cama, cogí mi toalla y fui al baño. Recorrí el pasillo en calzoncillos, y solo me crucé con un señor mayor que me miró con cara de sorpresa.
Entré en el baño, y escuché el sonido de la ducha. Me quité los calzoncillos y entré en la zona de duchas. Y ahí estaba el chico. Completamente desnudo y mojado, enjabonándose el pelo. Como estaba con los ojos cerrados me quedé mirándole, y al fin pude ver su polla. Y en mis imaginaciones no era tan bonita como era en realidad. Era gorda y larga, con un glande gordo y bonito, cubierto hasta la mitad por el prepucio. Sus huevos gordos hacían que la polla abultara mucho. El pelo de ahí lo tenía recortado, pero no depilado del todo.
Dejé de mirar y abrí el chorro de mi ducha. Después de ver ese cuerpo, el mío me daba un poco de vergüenza. Yo era delgado, sin más. No tenía abdominales, ni pectorales marcados, ni una polla tan preciosa. Apenas tenía pelo por el cuerpo. Solo un poco en las piernas, en las axilas, y debajo del ombligo. En realidad parecía un adolescente.
-¡Hola! –dijo en francés cuando escuchó la ducha. Yo había estudiado francés desde pequeño, así que pude hablar con él sin problema.
-Hola –respondí.
-Tú estabas en mi habitación, ¿verdad? Te he visto dormido esta mañana.
-Estoy en la número 12.
-Sí, pues estamos en la misma habitación.
Seguimos duchándonos en silencio. Yo le miraba de reojo, y me sorprendí cuando encontré su mirada fija en mi entrepierna. Sonrió. Se me empezó a poner dura. Entonces él cerró su ducha, cogió su toalla y salió. Yo terminé de aclararme y también salí detrás de él, con la toalla anudada a la cintura. Me lo encontré secándose en un banco del baño.
-Por cierto, me llamo Thomas –me dijo.
-Yo Jorge.
-Encantado.
Seguimos allí, secándonos. Yo no podía evitar mirarle de vez en cuando. Cuando se secó las piernas, la entrepierna, las axilas… Y él se dio cuenta. Pero no me decía nada, solo sonreía de vez en cuando.
Fuimos hacia la habitación con las toallas anudadas a la cintura. En el camino me encontré a Álvaro, que también iba hacia la ducha en calzoncillos y con la toalla al hombro. Me gruñó algo con cara de sueño.
En la habitación Thomas y yo rebuscamos en nuestras mochilas para buscar la ropa que nos íbamos a poner. Yo saqué unos calzoncillos negros (los más bonitos que tenía), unos vaqueros cortos y una camisa rosa de manga larga. Me puse los calzoncillos, y miré a Thomas, que se había puesto unos calzoncillos de Calvin Klein negros esta vez. Volvió a sonreír.
Estábamos los dos de pie, en calzoncillos, mirándonos. Y entonces él dio un paso hacia mí, y acercó su cara demasiado a la mía. Casi podía sentir su respiración.
-Anoche te escuché… -susurró.
-¿El qué?
-Cuando yo terminé de masturbarme, escuché que empezaste a masturbarte tú.
Yo no sabía qué decir. Tenía la boca seca, y Thomas cada vez estaba más cerca de mí. Me sobresalte cuando el bulto de su calzoncillo se rozó con el mío. Y entonces me dio un beso rápido en la boca. Volvimos a separarnos. Pero ambos nos habíamos quedado con ganas de más. Así que me acerqué a él, a la vez que él se acercaba a mí, y nos dimos un beso apasionado. Sentí su lengua en la mía, empezó a chuparme el cuello, y con la mano me agarró la polla, que se me había puesto completamente dura.
Se bajó los calzoncillos hasta las rodillas, y llevó mi mano hasta su polla completamente dura. Empecé a masturbarle. Pero, entonces, ambos escuchamos un ruido. Alguien venía por el pasillo. Se subió los calzoncillos justo a tiempo, pues Álvaro entró por la puerta en ese instante.
Thomas terminó de vestirse y se fue. Antes de salir por la puerta, le dio la mano a Álvaro y después a mí. Y, cuando me dio la mano, sentí que me pasaba un pequeño papel. Lo leí con disimulo. En el papel ponía: “Nos vemos esta noche en mi cama cuando tu amigo duerma”.
Continuará.