Mi primera vez, en la orgía celebrada por mi madre

Mi iniciación al sexo sucede durante una orgía celebrada por mi madre, cuando dos hombres irrumpen en mi habitación.

Por las cartas supieron la terrible verdad: Eswertia, siendo casi una niña todavía, había sido violada por dos de los invitados a una de las bacanales que organizaba habitualmente Donarda. La muchacha había sido asaltada en su propia alcoba, mientras su madre y el resto de sus amantes celebraban una orgía en el salón.

«... El más grande me sentó sobre sus rodillas, de espaldas a él. Sentía su aliento en mi cuello mientras me sujetaba con un brazo por la cintura. Introdujo su mano entre mis piernas, que yo trataba de mantener cerradas. El otro se arrodilló entonces ante mí y me obligó a abrirlas. Los dedos hurgaron dentro de mí, mientras una lengua me empapaba los muslos de saliva y llegó hasta mi vulva. Me asqueó sentir aquella lengua presionando y deslizándose sobre mi sexo, introduciéndose en él junto con los dedos del otro. El que me sujetaba sobre sus rodillas me movió de forma que su miembro asomara entre mis piernas, rozando mi vulva palpitante, y el que me había estado lamiendo se introdujo la verga de su compañero en la boca y empezó a practicarle una felación. La sensación era increíble: ver aquellos labios deslizándose arriba y abajo sobre el miembro nervudo y brillante de saliva, al tiempo que con la nariz rozaba intencionadamente mi sexo. Un intenso calor me subió hasta las mejillas.

“Ayúdame a metérsela, quiero disfrutar de ella” , dijo el que me sujetaba. El otro dejó la felación, pero con una sonrisa respondió: “Déjame abrir el camino. Nunca he estado con una virgen”.

Mientras el más grande me sujetaba, el otro se incorporó, con su enorme verga en la mano, y la acercó a mi pubis, azotándome los muslos con su hinchado glande. Rozando el miembro del otro, apoyó la punta contra mis labios lubricados y empujó. La verga se abrió paso en mi carne, al principio con dolor. La sentía deslizándose, gorda y dura, dentro y fuera, mi vagina virgen se abría ante aquel ariete, y lo aprisionaba con cada músculo. Él empezó a acariciar a su amigo al mismo tiempo que me penetraba, se agarró a su cintura, envolviéndome y aplastándome entre su pecho y el pecho del que estaba detrás de mí, y mientras tanto entraba y salía con un ritmo que se contagió a mis propias caderas y me hizo acompañarle como pude, ya que casi no podía moverme.

“Oh, sigue, sigue. ¡Es como si me follaras a mí a través de ella!”, exclamó el que estaba detrás.

El que me empalaba  jugaba conmigo, sacando su verga del todo, para volver a penetrarme. Yo sentía que el grueso glande se abría paso como una barra de hierro caliente en un trozo de mantequilla. Me había hecho daño, y quería odiarle, quería odiar aquella verga que me volvía loca, quería odiar el húmedo golpeteo de su pubis contra el mío, pero mi placer era inmenso.  El que me sujetaba me hizo volver el rostro hacia él, puso su boca contra la mía y me abrió los labios. Su lengua se introdujo en mi boca y apenas podía pensar, pues el que me estaba follando empezó a moverse más rápido, sus jadeos se convirtieron en gruñidos, y sentí que estallaba dentro de mí con un grito, al tiempo que se clavaba tan profundamente que casi me hizo perder el sentido.

«... Se quedó un buen rato quieto, gimiendo largamente, mientras su miembro se convulsionaba en mi interior. Luego lo sacó, y los jugos corrieron cálidos por mis muslos. El que me había estado sujetando me tumbó sobre la cama, dejando mis piernas colgando sobre el borde. Se arrodilló y me lamió, jugando con la lengua sobre mi clítoris, arrancándome gemidos, hasta que todo mi cuerpo tembló, y me sentí sacudida por mi primer orgasmo. Él se levantó: su miembro cabeceaba, como señalando hacia arriba, completamente erecto. Me dijo que lo tocara, y yo lo hice: estaba duro como una piedra, parecía vivo en mi mano, y su tacto era suave y excitante. Se situó entre mis piernas, acariciando con el glande todo mi sexo, recorriéndolo, pulsando sobre el clítoris y jugando a abrir mi rajita con suaves empujones. Me la metió lentamente, entre suspiros, y cuando la tuvo toda dentro de mí se tumbó y me abrazó estrechamente, para sentirme toda. Yo era muy pequeña entre aquellos brazos y aquel amplio pecho, sentía que me deshacía de placer con cada embestida, y cuando llegó mi segundo orgasmo él aguantó, mordiéndose los labios y conteniendo su eyaculación. Luego me la sacó, subió sobre el lecho y puso una rodilla a cada lado de mi cabeza, me apuntó hacia la cara. Su glande rosado y brillante me pareció tan apetecible que quise lamerlo, pero en cuanto mi lengua lo rozó él me lo introdujo profundamente en la boca. Me dijo que si le mordía me golpearía, y me indicó que debía mover la lengua y acariciarlo mientras él se movía adentro y afuera. Lo hice. Él gemía y me agarraba la cabeza mientras introducía su falo más profundamente, causándome una angustiosa sensación de asfixia cuando el glande llegaba a mi garganta, pero al retirarlo la excitación recorría todo mi cuerpo en latigazos de placer. Ya me había olvidado del otro cuando sentí que de nuevo me separaba las piernas y volvía a penetrarme. Lentamente, muy lentamente, volvía a jugar conmigo, fingiendo que me sacaba la verga para luego introducirla de golpe, enloqueciéndome. Sin sacármela, sentí que me levantaba las piernas y me hacía apoyar los tobillos sobre sus hombros mientras elevaba mis caderas en el aire. Me separó las nalgas y empezó a jugar con mi ano, metiendo primero un dedo, moviéndolo en círculos, luego dos. Creí que me dolería, pero me gustó, y con mi propia mano le hice introducir un tercer dedo mientras él no dejaba de mover su miembro dentro de mí. Me folló con vigor en esa postura durante un rato, y volvió a sacarme la verga, pero esta vez la clavó entre mis nalgas, despacio, despacio, pero sin detenerse, hasta que no pudo empotrarla más. Yo tenía mi boca inundada por el grueso pene del otro, que empezó a gruñir al tiempo que la sacaba: quería hacerlo sobre mi cara. Eyacularon los dos casi al unísono, excitados por sus rítmicos jadeos. Y yo alcancé mi tercer orgasmo.

«... Entonces oímos una exclamación: mi madre nos observaba desde la puerta, con el rostro desencajado. Ella nunca lo entendió. Nunca entendió al monstruo devorador que despertó dentro mí, y que a partir de aquel instante sólo se saciaría con vergas. Hasta el día en que conocí al único que poseía el don de saciarme por completo: mi amante perfecto, del que mi madre trató de separarme por todos los medios».

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Este texto forma parte de la novela erótica EL PALACIO MALDITO. Ilustraciones y textos gratis en mi fanpage de Facebook, LOVENGRIN.

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