Mi primera vez en la fábrica

Aquí narro mi primera aventura con un jovencito, compañero de trabajo, con el cual di salida a mis reprimidas ansias sexuales, siendo yo una señora madura.

Mi primera vez en la fábrica

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Resumen:

Aquí narro mi primera aventura con un jovencito, compañero de trabajo, con el cual di salida a mis reprimidas ansias sexuales, siendo yo una señora madura.

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Soy una mujer divorciada y acababa de terminar con mi “chavo”, un muchacho con el que había estado saliendo. Él era un chico de apenas 26 años cuando yo ya tenía 37. Él había decidido rehacer su vida y…, “si algo es verdaderamente tuyo, déjalo libre, si vuelve es tuyo si no…, nunca lo fue!.” ¡Nunca más regresó!.

Me puse muy triste, pues habíamos convivido casi 7 años: ¡me había hecho muchos recuerdos!, teníamos ya una historia, pero sabía, ¡siempre lo supe!, que él era tan solo prestado.

Este rompimiento fue casi coincidente con una convocatoria a trabajar en una fábrica de plásticos, en donde me iba a encargar de la logística y tenía bajo mis órdenes a una decena de hombres, la mayoría jovencitos, quienes se encargaban de recibir, descargar, empacar y distribuir la mercancía.

Desde el primer día de trabajo, sentí que aquella decena de hombres me desnudaban con sus miradas; sabía que 9 de ellos eran solteros y…, parecían todos lobos hambrientos, al fin y al cabo, jóvenes y solteros.

Desde el primer día  también, varios quisieron “ligarme”: ¡era un fruta muy apetecible para ellos!: madura, elegante, preocupada de su figura y…, sin hombre!.

El primero de los muchachos de la fábrica que se me “lanzó” fue Raúl; me llegó con la excusa de pedirme que le ayudara con los retardos que tenía, pues eso significaba descuentos en su salario. Raúl no era guapo, pero tenía una cierta presencia y mucho descaro para decir las cosas; las decía tal y como le parecían, cosa que me gustó.

Vino a verme varias veces esa primera semana, para insistirme que le ayudara, y así, comenzamos a entrar en confianza. Me contó de su mamá: que estaba divorciada y que andaba saliendo con un muchachito de la edad de él, un vecino y que no sabía cómo  reaccionar, pues a ratos le daban ganas de golpearlo pero en algunas otras, trataba de  comprender a su mamá. Le pregunté de qué edad era su mamá, y me dijo que acababa de cumplir los 43: ¡era casi seis años mayor que yo!, ¡y andaba con un jovencito de 20!.

Me contaba también que su mamá ya había “andado” antes con otros dos amigos suyos, que seguramente se habían acostado con ella, y que quizás se seguían acostando con ella, pero que no estaba seguro.

¡Me calentó mucho escuchar esa confesión, porque creí que con ello, quizás pudiera entenderme, y a lo mejor, hasta valdría la pena enredarme con él, porque, por lo que me había dicho, saber que su mamá andaba con jovencitos de su edad, me provocaba cierta tranquilidad de que si me enredaba con él…, él no iría a andar de presumido y chismoso, contando lo nuestro por ahí…, sobretodo en la fábrica.

También me platicó que a la señora que había estado en este mismo puesto, antes que yo, aquí en la fábrica, un poco más grande que yo, cincuentona, que se acababa de jubilar, andaba saliendo con otro de los muchachos – también de 20 años – que contaba que se la había cogido todo lo que había querido, y que a ella le encantaba mamarle la verga y que siempre se tragaba su semen.

Al mencionar esta última frase, que “le encantaba mamarle la verga y siempre se tragaba su semen”, me puse a pensar en mí misma, que lo mismo me gustaba a mí también.

No se si mi pensamiento fue tremendamente real y si algo se me notó en mi cara, pero creo que de inmediato Raúl notó que mi expresión cambiaba y adivinó que eso también me gustaba.

Raúl sabía que yo era divorciada, sólo que yo había dicho, en la fábrica, que me acababa de divorciar, por lo que el chico me preguntó que si después de mi divorcio había tenido yo algún “novio” o estaba teniendo “relaciones” con alguien. Le dije que no, que en esos casi tres meses no había tenido ni un “novio”, que no había “tenido” relaciones con nadie,

Creo que no me creyó nada de lo que le dije, pero de inmediato me preguntó que si no se me antojaba tener relaciones con alguien. Le dije que sí, que era “natural”, y le hice la confesión de que: “lo andaba necesitando mucho”.

Al muchacho se le iluminaron los ojos, y de inmediato me dijo que se encontraba ahí “pa’ servirme, pa’ complacerme, en todo lo que yo quisiera”; me dijo que me invitaba a salir, cuando yo quisiera, y me dijo también que me pusiera un vestidito corto, una minifalda, para que luciera mis piernas, que se adivinaban bonitas, pero que jamás las mostraba.

= ¡Enséñamelas!,

me ordenó Raúl, acercándose a mí, tratando de levantarme el vestido que yo llevaba ese día, uno entallado, pero que me llegaba hasta las rodillas.

  • ¡No Raúl…, cómo crees!,

le dije, echándome hacia atrás, tratando de escabullirme de él y de sus manos.

= ¡Mi mamá, siempre que “sale” con sus novios, que ya te conté, se pone de

minifalda, ¡cortita!: ¡se le miraban muy fácilmente sus pantaletas…!,

me dijo ese chico, pegándose más hacia a mí, repitiéndome su orden:

= ¡Enséñamelas!.

Esos comentarios de su mamá, esa orden que me acababa de repetir y su mirada…, ¡me estremecieron!. Un cosquilleo se apoderó de mi cuerpo, especialmente de mi vagina: ¡me había encantado la idea de “hacerlo” con ese chico!: me había gustado la idea de que yo le gustara o que me estuviera deseando, sin embargo, ¡estábamos en el trabajo!, eso no estaba bien.

Me deslicé hasta la puerta de mi despacho y le puse el seguro, colocándome enfrente de ella y:

  • ¡pero tan solo un momento…, nada más para complacer a tus tonterías…!,

y pegándome a la puerta, me levanté un poquito el vestido, subiéndolo por arriba de medio muslo, casi hasta llegar a mis ingles:

= ¡Guauuuhhh…!,

dijo ese muchacho, presa de la emoción del momento,

= ¡Cámara…, tienes unas piernotas bien lindas…!,

me dijo, acercándoseme, empezando a acariciarme las piernas.

Esas caricias me resultaron muy placenteras; me hicieron vibrar, venirme, de manera inmediata. ¡Me gustó sentir su mano de hombre en mis piernas!.

Empecé a respirar agitada. El muchacho me tomó de la mano y me dio unos besitos ligeros, “picones”, para calentarme, aunque yo ya me encontraba tremendamente caliente y venida.

Sus “picones” me gustaron, lo mismo que sus caricias en mis rodillas y muslos, sus besos en mis hombros y cuello, y por supuesto, sus besos, ya apasionados, comiéndome lascivamente mi boca, recorriéndome a besos.

Después de estarnos besando, me tomó de la mano y la llevó hacia su pene. Yo no puse resistencia: ¡ya no aguantaba yo más!.

= ¿te gusta mi verga…?,

me preguntó ese muchacho, igual o bastante más caliente que yo.

Sentí el bulto que se le formaba a través de su pantalón de mezclilla, que a pesar de ser una tela muy gruesa, sentí su calor súper intenso, súper placentero, pero me preocupaba el lugar donde estábamos: ¡el trabajo, la fabrica, mi despacho!, sin embargo, mi mano se quedó por encima de su pene , acariciándolo poco a poco, conociendo sus formas, llenándome de su calor y su fortaleza, hasta que nuevamente, la voz de ese chico me trajo a la realidad:

= ¿te gusta mi verga Elvirita…?, ¿te gusta…?. ¿Verdad que la quieres mirar…?.

Le dije que sí, con un sí muy bajito, como para que no me escuchara, acompañado solamente con un movimiento de mi cabeza, como para que sí me entendiera, pues tenía una gran preocupación y un gran pendiente por estar en el trabajo durante horas de trabajo.

  • ¡Sí Raúl…, sí me gusta tu verga…, sí quiero mirarte tu verga…!,

pero mejor en un rato…, allá afuera…, ahora que salgamos a la comida…,

le dije, preocupada por mi trabajo, pues lo necesitaba yo mucho, y no me fueran a correr por una locura de estas.

Al parecer el muchacho también lo entendió, y dejó de insistirme, despidiéndose de mí en ese instante, con un beso tremendamente cachondo y una acariciada de panocha, por encima de mis pantaletas.

Esos cuantos minutos que faltaban para la hora de la comida…, ¡se me hicieron eternos!, hasta que por fin tocó la chicharra. Me salí a la carrera de mi despacho; bajé las escaleras y ahí abajo, me estaba esperando Raúl:

= ¡Sígueme…, un poquito detrás…, para que nadie sospeche…, vamos al

estacionamiento de atrás!,

me dijo, comenzando a caminar de inmediato.

Salimos por la zona de embalaje y llegamos al estacionamiento, que se encontraba en la calle. Nos subimos a una de las camionetas de reparto; yo estaba muy nerviosa, pero también muy ansiosa, porque tenía ganas de “tirarme” a ese jovencito. ¡Tenía ganas de acariciarle su pene, de saborearlo, de impregnarme de su sabor!.

Nos instalamos en la camioneta y el chico, creo que un poco más ansioso que yo, se bajó sus pantalones y sus calzones y se sacó de inmediato su pene, totalmente erecto:

= ¿qué te parece mi verga…, te gusta mamita…?, ¿te gusta…?. ¡Mírala…!.

¿Verdad que la quieres mirar…?.

Le miré su verga; ¡estaba totalmente erecta y apuntando a la vertical!.

Era morena, de buen tamaño, cabezona, aunque él no era muy alto pero sí muy moreno. Le vi, además de morena un color como ligeramente morado en el glande, y toda su pelambrera revuelta, con su verga curveada hacia atrás, como si fuera un alfanje de los sarracenos.

= ¡Agárramela…, mastúrbame…, chaquetéamela…, mámamela…, mamacita…!,

me gimoteaba el muchacho, verdaderamente caliente.

Me había gustado mirarle su verga, tan erecta, tan encendida; me daba gusto mirarlo, aumentaba mi vanidad; me decía que era por mí que se encontraba envarada, caliente, parada.

  • ¡Raúuul…!,

le dije, mirándolo a sus ojos, caliente como ya me tenía, y empecé a masturbarlo con mi mano, pero esta vez, al sentirlo directamente, me estremecí completamente de placer. Raúl me volvió a repetir:

= ¡Mastúrbame…, chaquetéamela…, mámamela…, mamacita…!,

¡Te pareces mucho a mi mamá…, y a ella también le gusta mucho el mamar una

verga…!; ¡tú también tienes cara de mamadora de vergas…!. ¡Me gusta mucho

tu cara…, tu boca…, como para que me mames mi verga…!.

  • ¡Raulito…!,

le dije, caliente a más no poder, mirándolo de nuevo a sus ojos, y luego volteando mi cabeza hacia abajo, a contemplarle su verga, tan erecta, tan dura, tan desafiante.

No dije nada, tan sólo se la apreté fuertemente y flexioné yo mi cuerpo para acercar mi cabeza a su pene y mi boca a su glande, morado, moreno.

= ¡Mámamela…, mamacita…!.

Ya mis labios me cosquilleaban, tanto los vaginales como los de mi boca, como si ambos me estuvieran diciendo que querían ya besarlo, sentir su calor, sentir su dureza y después de las palabras de Raúl, procedí a complacerlo.

Le metí mi mano por debajo de sus testículos, para sentírselos: duros, llenitos de leche. Me dirigí hacia su pene: sentir cerca de mi cara aquel calor de su verga me hizo detonar mi lujuria: le comencé a besar yo su glande, con besitos muy delicados, con “picos”. Me gustó el calor y el olor que emanaba de su pene, lo suave que se sentía la piel ahí, a pesar de que estaba durísima e hinchadísima. Estaba ya escurriendo su líquido pre-seminal y le acariciaba su rajadita del pene, recogiéndole sus primeros “moquitos”.

Levanté mi carita y mis ojos para buscarle sus ojos, como para preguntarle si lo estaba haciendo a su gusto, si le gustaba, si quería que siguiera, pero el chico se encontraba con los ojos cerrados, por lo que tuve que llamarlo por su nombre:

  • ¡Raúl…!.

Mi llamado y el que dejara yo de mamarlo, lo hicieron que abriera sus ojos y me mirara a los míos:

  • ¿Te está gustando, m’ijito…?, ¿te está gustando, mi niño…?.

Esto no se si lo molestó, pero solamente me dijo:

= ¡Síguemela mamando…, cabrona…!.

Lo toqué con mi lengua, ligeramente primero, recorriéndolo de abajo hasta arriba; me lo pasé por mis mejillas y por mi carita: ¡quería llenarme de él!: ¡me gustaba tanto esa sensación!, y así me habría quedado las horas, pero Raúl se desesperó; me dio un manazo en la parte de atrás de mi cabeza, en la nuca y me ordenó, ya molesto:

– ¡ya mámamela, pinche Elvira…!,

y lo obedecí de inmediato, metiéndome su cabezota morada en mi boca, besándolo entre mis labios, deslizándolo muy adentro, haciéndolo lo mejor que sabía, tratando de complacerlo completamente.

Me lo introduje en mi boca, en toda mi cavidad bucal, llegándolo hasta el fondo de mi garganta, acariciándolo con mi lengua por la parte de abajo, haciéndolo palpitar, aprisionándolo con mis labios, metiéndolo y sacándolo tan sólo un poquito, para calentarlo todo el interior de mi boca, para trasmitirle mis sensaciones, para estimularlo con creces. ¡Lo tenía todo adentro de mi cavidad bucal!, ¡sentía su pelambrera en mi nariz!, ¡me hacia cosquillitas!, pero…, ¡me encantaba tenerlo hasta adentro!.

Raúl me agarraba de mi cabeza para pegarme su pelambrera a mi cara, me empujaba la cabeza como queriendo meterme todo su pene, hasta adentro, ¡pero ya lo tenía todo adentro!, ¡ya no podía metérmelo más!, y lo retiraba despacio, para que sintiera bonito, y me lo volvía yo de nuevo a tragar, hasta sentirlo en mi garganta, hasta el fondo, una y otra vez. Raúl se encontraba más que complacido por eso y me animaba diciendo:

= ¡síguele más Elvirita, síguele rico mamita…, síguele más, mamacita…!,

hasta que Raúl empezó a penetrarme más fuerte, gritándome:

= ¡me vengo mamita, me vengo…, trágate todos mis mecos mamita…!,

me decía, enajenado, deteniéndome mi cabeza con fuerza, pegando mi cara a su pubis, a su pelambrera y ahí me quedé, obedeciéndolo, esperando su semen, porque quería llenarme de él, ¡quería conocer el sabor de su semen!:

= ¡trágatelos…, trágatelos…, trágate todos mis mocos…, mamitaaaggghhh…!,

hasta que llenó por completo mi boca.

Me lo tragué toditito, incluso lo que había resbalado por mi barbilla y mi cara: ¡había sido delicioso!. ¡Me encanta mamar y tragarme los mecos del hombre!. ¡Me encanta ofrecerles

mi boca para complacerlos, para su placer!. ¡Me encanta convertirme en su esclava obediente, que dócilmente les otorga placer!. ¡Me encanta que me ordenen hacerlo y obedecerlos también!. ¡Me encantó haber complacido a ese chico, y el tragarme sus mecos era una forma de demostrarle mi agradecimiento por haberle gustado, por desearme, por haberme comparado con su mamá!.

Me estuve “conectada” a su pene hasta succionarle la última gota que le saqué, y ya luego de un rato de eso, comenzó a perder su erección, y entonces ya lo solté; me “desconecté” de su verga y me enderecé, buscando con mis ojos sus ojos, como preguntándole “¿te gustó…?, y Raúl me entendió de inmediato, y me dijo:

= ¡qué rica mamada de verga me diste…!, ¡se ve que te encanta la verga!,

¿verdad…?.

No le yo dije nada, estaba yo muy contenta, muy satisfecha, de haber complacido a ese chico. ¡Quería demostrarle mi gusto!, y lo quise besar en la boca:

= ¡No quieras besarme, cabrona, tan puta, con esa boca de mamadora que

tienes…!. ¡Estás toda llena de mecos…!. ¡Primero vete a enjuagar esa boca!.

Me quedé toda triste. Saqué yo unos kleenex y me limpié yo la boca, en silencio, agachando la cabeza, hacia el piso, para no mirar a Raúl, quien seguía diciéndome cosas, vulgares y denigrantes:

= ¡ya me imaginaba que eras de las que se tragan los mecos…!,

¿Te gusta tragarte los mecos…?.

Con un movimiento de mi cabeza le dije que sí, y luego de eso, abriendo la puerta de la camioneta, me bajé, procediendo a arreglarme mi vestido y cabello. Raúl se bajó de su lado y tan sólo me dijo:

= Nos vemos después.

Estaba yo triste por la frialdad de ese chico, pero estaba yo muy contenta de haberle gustado, de que me hubiera buscado, de que me le hubiera “antojado” y sobretodo, ¡por haberme comparado con su mamá!.

¡A pesar de su desplante y desdén, me sentía yo satisfecha, había satisfecho mi necesidad, colmado mis ansias: le había dado salida a mi necesidad y a mi calentura!.