Mi primera vez

Era joven y mi primera experiencia fue... penetrante

Mi primera vez

Yo tenía trece años y acababa de empezar en el instituto. Siempre había sido una niña gordita pero mona, a pesar de todo. Con mi pelo largo y rubio y mis ojos azules, sin duda herencia de mi abuela, que era inglesa. Sin embargo, en el verano justo antes de ese curso hubo algo que cambió en mí, y no me refiero a nada mental o espiritual, sino a meramente físico. Me creció el pecho. Experimente otros cambios también, adelgace un poco y me salieron mas curvas, mas culo y caderas, pero no creo que nadie lo apreciara porque una cosa se convirtió en el centro de atención. Desde ese momento hasta hoy ha sido una constante en mi vida. Todos los tíos a los que conozco se les caen la baba por mis bombas, que es como llamo a mis tetas.

Y la verdad es que los comprendo, porque, para que engañarnos, tengo un estupendo par de tetas. No hay una vez que entre en una discoteca o en donde sea, que no sienta las miradas de todos y todas en mis bombas. Son enormes pero no están para nada caídas o flácidas, aun se conservan estupendamente.

Así que imaginaos, un instituto donde llega una chica nueva, que parece, guiri y más mayor de lo que es, sumad a eso un uniforme con mini faldita de cuadros y terminad adornándolo todo con mis bombas. El resultado es que tuve un éxito increíble con los tíos ese año.

Al principio no hice mucho, al fin y al cabo era muy peque, y los chicos de mi edad eran un poco torpes. No llegué a más que unos besos, a ir cogidos de la mano y a que en momentos de pasión les dejara magrearme las bombas en algún rincón escondido.

Pero poco a poco fue yendo a más. Me enrollé un poco más en serio, con Dani, el chico con el que salía en fin de año. La sensación de encontrarme completamente agitada, con la respiración descontrolada, sintiendo una enorme excitación y mis braguitas empapadas, mientras el besaba con pasión mi cuello, mis labios, mis tetas y me tocaba torpemente por debajo de mi vestido, sobre mis bragas; fue un poderoso reclamo para mí, un descubrimiento. Estaba revelándose, de una manera torpe y brusca aún para mí, el deseo.

A esa edad los noviazgos me duraron poco, y salí con media docena de chicos, entre septiembre y febrero, la mayoría no pasaron de algunos piquitos y algunas caricias, hasta Dani, pero después de navidad, también él fue historia. Y entonces ocurrió. Nacho.

Era un chico algo mayor, estaba en tercero y era repetidor por lo que tenía en esa época unos diecisiete años. Era moreno, ojos verdes, pelo engominado y usaba frecuentemente chaqueta de cuero o vaqueras, y además tenía moto. El chico malo de mis sueños.

Nos habíamos visto en el patio del recreo, y en la plaza donde yo solía pasar las tardes con mis amigas. Yo sabía que me miraba, vamos que él no se molestaba en ocultarlo, pero no se acercaba a mí. A pesar de eso sabía que no era tímido, pues le había visto frecuentemente ligar con chicas sin ningún reparo. Yo recién había descubierto mi poder, y no estaba dispuesta a permitir que un chico se me escapase así como así, era una cuestión de amor propio, de orgullo.

Así que cuando coincidimos en una fiesta para recaudar fondos para el viaje de estudios, me acerqué a él con mucho descaro y me puse a pastelear. El me siguió el juego, muy amable, muy divertido y algo misterioso. Me sorprendí a mi misma al notar que mis braguitas se habían mojado solo hablando con él. Pero el no daba el paso. Así estuvimos un buen rato, hasta que yo saque el tema, indirectamente claro.

Me quede de una pieza, el con una sonrisa, enseguida me insinuó que no salía con niñas pequeñas, que él esperaba más de una relación, más de una mujer. Fue un truco, por supuesto, pero yo estaba ciega y pique, pique del todo. Le aseguré que yo no era ninguna niña y que claro que también quería mas en una relación, en un hombre, que unos simples morreos y magreos, incluso insinué que tenía cierta experiencia.

Nacho, claro, aprovechó su jugada al máximo. Me cogió de la mano y me llevó al interior del instituto, deslizándonos fuera de la vista del Don Alberto, el profesor que vigilaba la fiesta. Nos metimos en los cuartos de baños de las chicas y ahí es donde pasó todo.

Me empujó de espaldas contra la pared. Me besaba con intensidad, me metía la lengua hasta el fondo de mi garganta, sabia como usarla para ponerme a cien y no se cortaba un pelo. Sus manos me acariciaban el cuello, se introdujeron en mi vestido y comenzaron a agarrarme las tetas salvajemente.

  • "Me estas poniendo malísimo Yolandita, que tetas tienes"

No sabía que decir, mientras él seguía repasando mi cuerpo, me besaba el cuello, me lo mordía y yo sentía escalofríos de placer. Siguió masajeándome las tetas hasta sacarlas de mi vestido, y entonces se paro y se quedo mirándolas.

  • "Joder Yolanda que tetas tienes, son enormes, me las quiero comer"
  • "Cómemelas Nacho, cómeme"

El se puso a ello, me agarro un pezón con los dientes y lo mordisqueó suavemente, mientras me agarraba el culo con la una mano y me apretaba el pecho que no me estaba chupando.

Yo temía hacer ruido y que alguien nos escuchara, pero él no se cortaba un pelo, repetía sin cesar. - "Joder Yolanda, joder dios que tetas, dios las ganas que tenia de comérmelas, uuf es que no son normales…."

Estaba increíblemente cachonda, pero muerta de miedo, por si nos descubrían y por la enorme pasión que mostraba el chico, descontrolada, animal. Estaba cachondo, excitado por encima de lo que yo había experimentado con un chico hasta ese momento.

Me metió en un cubículo bruscamente y me levanto el vestido hasta dejar mis bragas a la vista, sin dejarme decir nada. Yo era una muñeca de trapo en sus manos. Sonrió al ver la humedad de mi entrepierna y se toco el paquete de forma obscena.

  • "Ya sabía que tú querías esto tanto como yo, tu chocho"

Sin esperar a que yo contestara, aparto la tela de mis bragas y me metió un dedo en el coño. La sensación fue tan brusca que grité. El me tapo la boca con la suya y magreandome las tetas con una mano, pellizcando mi pezón, empezó a mover la mano que tenía en mi sexo.

Su dedo se introducía en mi vagina empapada con facilidad, salía y entraba, arrancándome olas de placer que me recorrían el cuerpo, saliendo de mi chochito húmedo y llegando hasta la punta de mis dedos.

No recuerdo los detalles de los siguientes minutos, me sentía como borracha, solo sabía que sentía algo que nunca había sentido, un placer que iba mucho más allá del que lograba en mis inexpertos tocamientos, todo mezclado con un terror que amenazaba con dominarme.

Lo siguiente que vi cuando abrí los ojos de nuevo fue que Nacho había desabrochado esos vaqueros elásticos negros que le marcaban tan estupendamente el culo y que le asomaba por delante un rabo enorme, algo oscuro con una cabeza roja y lleno de venas pulsantes que parecía una lanza dispuesta a empalarme.

No me lo creía. Aquella monstruosidad estaba en frente mía y amenazaba con atravesarme y partirme en dos. No oía la voz de Nacho, no oía nada, solo veía delante de mí el objeto de mis temores y deseos adolecentes. Había especulado, imaginado como sería la primera vez que viera uno, de carne, real, no en una de las fotos que nos pasábamos de contrabando las amigas, entre risas y vergüenza.

Y aquello no se parecía en nada a lo que yo había pensado que seria. Era como una enorme morcilla marrón, o una porra, más apta para apalearme que para penetrarme. Tan venosa, tan enorme y tan feroz que se me doblaron las piernas.

No puede más, grite y patalee, aleje a Nacho de mí salí corriendo del cuarto de aseo, por los pasillos y recomponiéndome la ropa por el camino, llegué al patio donde la fiesta seguía.

Mis amigas me miraron con curiosidad y sorpresa, yo no supe que decirles pero de repente me entro una risa histérica y con palabras entrecortadas les pedí que me acompañaran a casa.

Apenas hablé durante el trayecto. Pensaba. Me decía que era tonta, que aquello lo había buscado yo, y que lo había deseado, pero todo había sido muy brusco, muy violento. Que no estaba preparada para algo así. Si es que esa era la manera normal de hacerlo. Estaba confusa. Luego me imagine a Nacho, en el baño con su enorme falo al descubierto, mirando con cara de tonto como yo salía corriendo como una histérica y me eche a reír otra vez.

Me despedí de las chicas prometiéndoles que les explicaría todo al día siguiente y subí a casa.

Procurando dar las mínimas explicaciones posibles, me metí en la ducha, enjuague un poco en el lavabo mis bragas para que no se notase toda la pringosa humedad que había vertido en ella cuando las pusiera a lavar y me dejé llevar a un estado de relax por el chorro de agua caliente.

Me dolían las bombas, seguro que tenia marcas de dientes en ellas y en el cuello. Tenía todavía el olor de Nacho muy metido y mi cuerpo aún no se había relajado del todo, después de tan intensas emociones. Con los ojos cerrados dejando que el agua caliente empapara mi melena y callera sobre mi cuerpo desnudo, me masajeaba las bombas mientras rememoraba todo lo ocurrido.

Veía una y otra vez aquella enorme bestia de un solo ojo, no me lo quitaba de la cabeza, me imaginaba que estaba otra vez delante de mí, tan duro como parecía, tan oscuro.

Me preguntaba qué habría ocurrido si le hubiese dejado metérmela. No es que yo tuviese mucho con que comparar pero aquella poya me pareció enorme, no sabía si mi coñito virgen podría albergar semejante monstruosidad, me asustaba pensarlo pero, a la vez, me intrigaba descubrir si sería posible y sobre todo, que sentiría teniendo ese enorme pedazo de carne dentro.

Los masajes en los pechos habían ido cambiando progresivamente, a medida que mis pensamientos me habían llevado a estar más y más cachonda. Ahora me pellizcaba los pezones y me agarraba con fuerza mis nenas, intentando imitar como lo hacía Nacho.

Comencé a acariciarme mi sexo, acariciando los labios despacio, poco a poco, pero no era lo que necesitaba en ese momento. Me empapé un dedo en gel de ducha y me lo metí bien dentro, tal y como él lo había hecho. Y entonces en mi imaginación regresé al momento donde Nacho se saco su pollon y quiso metérmelo, pero en mi fantasía yo le había dejado clavármela bien dentro.

Miré a mí alrededor deprisa, buscando algo que me sirviera, y cogí un bote de champú cuya parte superior podría valer. Desde luego no era tan largo como el "amigo" de Nacho, pero si algo mas grueso. Y traté de metérmelo. Estaba duro y frio, y desde luego mucho era más ancho que mi boquita inferior. Lo empapé en gel y estuve jugando con él un buen rato, lubricándolo varias veces más. Intentado clavármelo en mi conejito, pasándolo por toda mi rajita.

Apenas conseguí introducirme varias veces la punta unos centímetros pero la sensación de abrirse mi coño para dejar paso a aquel instrumento, la poya de Nacho en mi fantasía, me dio un placer enorme. Me corrí, fue el primer orgasmo adulto que tuve, sangré como es normal, pero me corrí con una intensidad enorme. Casi me caigo dentro de la bañera.

Hubiese sido un espectáculo lamentable, si mi padre llega a oírme gritar y viene a ayudarme, yo tirada en el suelo, abierta de piernas con un bote de champú en el coño.

Me volví a reír yo sola, y temblando aún, salí de la bañera para secarme y meterme en la cama. De toda aquella experiencia en la ducha había sacado una cosa en claro. Si eso era lo que sentía yo sola con mi bote de champú, tenía que tener el cipote de Nacho dentro de mí.

Y lo tendría pronto.