Mi primera vez

Con 16 años me estrené y rememorarlo me pone triste

Comencé a trabajar en 1977 en el bar de un amigo. Tenía 16 años y fue el año de la gran huelga de hostelería en Zaragoza.

Vivía con mi hermana y su marido en un gran piso que compartían con Isidro, un amigo de la infancia, y su novia Edith, una muñequita francesa de 19 años, bailarina en la discoteca donde trabajaba Isidro. Era un ballet al estilo del Moulin Rouge de París, con las chicas semidesnudas.

La relación de Isidro y Edith siempre me pareció extraña, pues ni él hablaba francés, ni ella español, así que mi cuñado o yo mismo, que dominábamos el idioma, les hacíamos de intérpretes ocasionales.

Como digo, fue el año de la gran huelga de hostelería que hizo que bares, restaurantes, hoteles y discotecas donde los sindicatos tenían una fuerte implantación cerrasen sus puertas durante varias semanas. Isidro pertenecía al comité de huelga de su sindicato, así que aunque no acudía al trabajo, pasaba los días en reuniones sindicales, dejando a Edith sola en casa. Sus compañeras habían vuelto a Francia, y ella no conocía a nadie en la ciudad salvo a nosotros, así que se creó una cierta complicidad que se traducía en salidas a enseñarle la ciudad, instruirla en el idioma y, en definitiva, en hacernos amigos.

Yo la había visto muchas veces desnuda en la discoteca mientras bailaba, y a pesar de mis 16 años no la veía como algo sexual. Era muy guapa, pero era sobre todo mi amiga.

Hasta una mañana que regresé a casa a por algo que había olvidado...

Era temprano y pensé que estaría durmiendo, así que entré sin hacer ruido y al dirigirme a mi habitación salió de improviso del cuarto de baño y chocamos, cayendo los dos al suelo hechos un ovillo. Intentando levantarme mis manos tocaron sus pechos y nuestras bocas chocaron en una especie de "piquito".

Nos levantamos y la vi frente a mí totalmente desnuda, con solo una toalla en la cabeza, el agua resbalando todavía por su cuerpo... Qué belleza!!! No la había visto íntegramente desnuda nunca, y el recortado vello de su pubis atraía mi mirada de forma hipnótica. Me puse como un tomate y me encerré en mi cuarto avergonzado.

Aunque de manera fortuita, era la primera vez que había tocado a una mujer desnuda y me excité sobremanera. No me atrevía a salir de mi habitación por miedo a encontrármela, cuando unos golpes en la puerta me sobresaltaron...

"¿Puedo entrar?", preguntó asomando la cabeza. Asentí y sin atreverme a mirarla a los ojos le dije que se sentara en una silla. Me disculpé mil veces y ella no hacía más que reírse... "Pero si no ha pasado nada...", decía, mientras me cogía la cara y me obligaba a levantar la vista hacia su bello rostro. Pero mi mirada se dirigía inexorablemente más abajo...

Vestía una bata corta anudada con un cinturón que se abría ante mí mostrándome sus preciosos pechos coronados con una areola color chocolate que no podía dejar de mirar, como si fuese la primera vez que las veía.

La situación no pasó desapercibida a Edith, que me preguntó si quería tocarlos. Era la primera vez en mi vida que tenía un ofrecimiento semejante, y mis manos temblorosas se dirigieron al encuentro de esos senos turgentes que se ofrecían ante mí. Edith notó mi inexperiencia y enseguida posó sus manos sobre las mías haciéndome acariciarlas a la vez que sus labios se dirigían a los míos y me daba un suave beso que me encendió del todo. Mi excitación era evidente y la erección que sufría mi pene sobresalía en mi pantalón veraniego, provocando la sonrisa de Edith, que lo acarició suavemente mientras me ofrecía sus labios abiertos buscando mi boca. Yo apenas había besado a un par de chicas en mi vida, pero procuré imitar los movimientos de su lengua en mi boca y enseguida nos enzarzamos en una "pelea" inacabable.

Me preguntó si había tenido relaciones con alguna mujer, y ante mi negativa sonrió, se levantó y despojándose de la bata se mostró ante mí en todo su esplendor.

"Déjame, te voy a enseñar a disfrutar..."

Me hizo levantar y me liberó de la camisa y el pantalón, quedando solo mi slip marcando una erección impresionante. Su mano se posó en mi pene aprisionándolo suavemente e inició un ligero masaje que me hizo eyacular al momento. Llevaba años masturbándome, pero la sensación fue inmensamente más placentera... Mis piernas temblaban y mi vista se nubló por un momento.

La risa de Edith me sacó de mi éxtasis. Me sentía avergonzado por mi rápida corrida, pero no parecía importarle...

"Espero que te repongas pronto, porque aún no ha terminado el aprendizaje, jajaja..."

Me hizo sentar en el borde de la cama y me quitó el slip pringoso, dejando a la vista mi polla que se resistía a perder vigor. Su mano la cogió por la base, acariciándome los testículos con la otra; se arrodilló ante mí y empezó a darle besos y ligeros lametones dejándola limpia de los restos de mi corrida. Se la introdujo en la boca y creí morir de gusto... Nunca había sentido nada parecido y sentí que de nuevo iba a correrme y así se lo dije, parando al instante la mamada.

Se puso en pie y tumbándose en la cama me invitó a acostarme a su lado. Sus labios me besaban suavemente la cara y los míos se perdían entre sus pechos, su cuello, su cara, sus manos... Cogió mi mano y la dirigió a su coñito, que a estas alturas estaba húmedo por la excitación. Me hizo introducir dos dedos y masturbarla al ritmo que imponía su voluntad: ahora lento, ahora rápido, ahora para... Notaba las contracciones de su vagina y sus ojos cerrados fuertemente presagiaban la llegada del primer orgasmo femenino que iba a observar en mi vida. Me hizo acelerar y mi mano se vio inundada de un líquido viscoso y caliente mientras los gemidos de Edith resonaban en mis oídos.

Apartó mi mano y se acurrucó a mi lado con una cara de felicidad que la hacía parecer aún más bella...

Pasados unos minutos se incorporó y volvió a besarme provocándome una nueva erección. Con la mano inició una suave masturbación que me transportaba de nuevo al paraíso.

"Quiero más", me dijo, y me hizo tumbar completamente. Se puso encima de mí y comenzó a frotar su lubricado coño sobre mi pene en un vaivén placentero para ambos a juzgar por su sonrisa.

Con un movimiento rápido introdujo mi polla en su vagina causándome un nuevo placer jamás antes experimentado. Intenté moverme pero ella me lo impidió con un suave gesto de su mano en mi pecho. "Yo lo haré todo... Te llevaré al paraíso..." Su voz era tan sensual que mi excitación crecía hasta niveles desconocidos. El ritmo que imponía a sus movimientos me provocaba espasmos que coincidían con los de su vagina aprisionando mi polla. No aguantaba más, y al anunciárselo aceleró su vaivén haciéndome estallar en un orgasmo inenarrable... Cientos de estrellas nublaban mis ojos mientras boqueaba buscando un poco de aire que diera vida a mis pulmones exhaustos... Edith no tenía consideración conmigo y seguía su frenética cabalgada en busca del orgasmo que la llevase a su propio paraíso...

Las convulsiones de su cuerpo y las contracciones de su vagina anunciaron su placer final, cayendo desmadejada sobre mi pecho.

Levantó el rostro y sonriendo me dio las gracias. Yo no lo entendía, pues quien tenía que estar agradecido era yo por esta increíble primera experiencia. Me agradecía, me dijo, porque desde que había empezado la huelga se sentía abandonada por su novio y nuestra relación de amistad había despertado en ella una nueva sensación de ternura que la había llevado a entregarse a mí de esta manera.

Repetimos la experiencia unas veces más, haciéndome conocer la gloria del sexo en múltiples variaciones, pero la huelga terminó y su relación con Isidro siguió su extraño curso, hasta que una misteriosa enfermedad de hígado llevó a Edith al hospital.

Cuando los médicos nos informaron de la posible gravedad de la enfermedad de Edith llamamos a su familia de Lyon para mantenerlos informados, y a los pocos días se presentaron en Zaragoza su hermana mayor y su mejor amiga y compañera de ballet, a la que yo ya conocía de su estancia anterior.

Pasaban la mayor parte del día acompañando a Edith mientras le hacían interminables pruebas, y las tardes y noches las aprovechaban para conocer la noche zaragozana en mi compañía.

Lo cierto es que no sé lo que hablaban las chicas en el hospital, pero la tercera noche que pasaron en Zaragoza me vi sorprendido en la oscuridad de mi cuarto por unas manos que me taparon la boca y que rápidamente se dirigieron a unas zonas más íntimas que pronto se pusieron en estado de alerta. A ciegas no conseguía distinguir a mi pareja, pero los susurros y risas me hicieron descubrir que eran las dos francesitas las que jugaban conmigo. Yo no sabía si estaba más excitado o más temeroso por la situación, pues mi hermana y mi cuñado dormían dos habitaciones más allá y no quería ni imaginar lo que sucedería si nos descubrían.

Las chicas no hablaban, sólo actuaban para llevarme a un grado de excitación inimaginable solo unos días antes. Las manos y las bocas se turnaban en recorrer mi boca, mi cuerpo, mi sexo… mientras yo no daba abasto en tocar los dos cuerpos desnudos que no veía en la negrura de mi habitación. Mi polla era succionada ahora por una boca ahora por un coño sin solución de continuidad. No sé si las francesas disponían de visión nocturna, pero su sincronización era evidente, como una coreografía sexual ensayada con anterioridad.

No tardé en correrme por primera vez en la boca de una de ellas –hoy día sigo sin saber en cuál-, pero mi polla seguía dura como un mástil y no tardó en ser absorbida de nuevo por los sexos ardientes de mis vecinas del norte. El duro ejercicio y el fuerte calor veraniego nos envolvían en un baño de sudor que las sábanas apenas empapaban. Jadeábamos calladamente por el temor a ser descubiertos por los demás habitantes de la casa, pero aun así de nuestras bocas escapaban ocasionales gritos y gemidos seguidos de risas que tratábamos de reprimir tapando nuestras bocas con lo que teníamos más a mano, ya fuera un coño, una buena polla o una lengua que se enzarzara en una lucha feroz con otra húmeda lengua.

Los orgasmos de las chicas los notaba al sentir sus fluidos correr por mis piernas o al saborearlos en mi boca adolescente, y mi segunda corrida explotó en el caliente coño que en esos instantes me aprisionaba la verga.

No abandonaron su faena y en la oscuridad se dedicaron a poner de nuevo mi polla en erección con manos y bocas, con éxito casi instantáneo, pues mi polla estuvo en disposición de taladrarlas una vez más con prontitud. Me cabalgaban, me situaban encima, debajo, delante, detrás… de alguna de ellas en todo momento. Sus pechos, sus coños, me eran ofrecidos para ser saboreados por mis labios de forma anónima, y un tercer orgasmo me llegó haciendo que mi cuerpo se desmadejara de forma definitiva en la cama empapada de sudor y fluidos que al día siguiente no sabría cómo justificar…

Las risas de las chicas al abandonar la habitación me despertaron  momentáneamente, pero caí enseguida en un sopor intermitente en el que revivía los momentos vividos las horas anteriores y que me mantenían en un estado de excitación permanente que no me abandonó ni en el momento de tener que levantarme para ir al trabajo. Tuve que hacerme una tremenda paja para poder salir de casa sin que mi polla delatase mi excitación.

Al volver a casa del trabajo me esperaba la peor noticia de mi vida: Edith había fallecido unas horas antes y tanto la hermana como la amiga de Edith estaban destrozadas, envueltas en un llanto inacabable, desconsoladas por no haber podido despedirse de ella. Se lamentaban por haber pasado la noche conmigo y no con ella, y yo no podía dejar de llorar por la misma razón, además de que me sentía tan unido a Edith que me creía culpable de su muerte. Nunca en mi vida me había sentido peor. No era mi primer contacto con la muerte de personas cercanas, pero sí era la primera vez que la sentía tan próxima a mí.

Pasaron unos días hasta que se arreglaron los papeles para el traslado del cuerpo de Edith a su Lyon natal, pero en ningún momento las chicas ni yo parecimos recordar que entre los tres había pasado nada parecido a una orgía. Marcharon a Francia y no volví a saber de ellas, pero han pasado más de treinta y cinco años y lo sigo rememorando como si hubiera pasado ayer…