Mi primera vez de acampada

La noche en que Andrés me hizo correrme cuatro veces en una hora

Antes de contar en detalle la noche en que Andrés me hizo correrme cuatro veces en una hora, tengo que relatar un episodio precedente, que me abrió la puerta a lo que pasó después.

Era mayo y estábamos en la facultad haciendo un trabajo de grupo. Otro de nuestros colegas nos llamó al móvil de Andrés, porque no podía venir esa tarde. Primero hablaron los dos y después Andrés me pasó su móvil para que nos pusiéramos de acuerdo sobre lo que nos faltaba por hacer. Lo típico: me puse a andar mientras hablábamos, salí de la facultad a la calle y seguí hablando mientras subía una acera. Cuando colgué, no sé bien lo que pasó. Sólo quería cortar y cerrar la pantalla, pero me apareció una página web con fotos publicadas por Andrés. El cabroncete se había inventado un perfil falso para una conocida red social y había colgado fotos suyas: algunas marcando paquete en gayumbos y otras completamente en bolas. Memoricé el nombre de perfil y al entrar en el edificio le devolví el móvil como si nada.

Me faltó tiempo para llegar a casa esa noche y a solas entrar en mi móvil para ver de nuevo esas fotos. En algunas no se le veía la cara y en otras se había puesto una gorrita, pero no había duda de que era Andrés. ¡Y vaya pedazo paquete y vaya pedazo rabo que tenía el cabrón! Tenía cara de niño, el pelo rapado a lo militar, un cuerpo proporcionado y musculado, toda la piel lampiña y sin vello. Su polla era increíble: hacía un ángulo recto perfecto con su abdomen y era toda ella derechita, no demasiado gorda pero bien larga, y solamente la punta era un poco respingona, como apuntando para arriba. Se me ocurrieron varias cosas: podría mandarle un mensaje o hablarle al día siguiente, o si no podría decírselo a los otros colegas y echarnos unas risas. Pero hice lo más obvio: me lo guardé para mí y me hice una paja épica contemplando las maravillas que Andrés había querido compartir.

Pasó un mes o más y, después de acabar los exámenes, surgió la idea de ir a un festival de verano, a unos conciertos. Rober puso el entusiasmo, Miguel el coche, yo podía conseguir dos tiendas de campaña para cuatro personas y Andrés se ocupó de comprar las entradas. Le sugerí que los dos compartiésemos una de las dos tiendas y así empecé a urdir un plan, porque con aquellas fotitos me había machacado la polla varias veces ya.

Llegamos un día antes de que empezara el festival, para montar las tiendas y prepararnos para la fiesta. Todo salió bien, iban a ser unos días espectaculares. Lo más notable era que hacía mucho calor. Mientras poníamos las dos tiendas una enfrente de la otra y una lona en medio de ellas, para comer, beber o jugar a las cartas, que fue lo que hicimos esa noche, las cervezas fueron cayendo como moscas. Nos fuimos quitando ropa y nos quedamos todos sin camiseta. Me molaba rozarme y oler el sudor de nuestro esfuerzo.

Cuando acabamos y nos sentamos en la lona para comer algo, Rober dijo:

  • Estoy más salido... En estos días tiene que caer alguna, con este calor, la música, el alcohol... Tengo que follar o me mato...

  • Bueno, bueno, cálmate – le respondió Miguel, el prudente del grupo.

  • Si alguno se trae a alguien a una tienda, a respetar, ¡eh! Podemos poner este pañuelo rojo encima de la entrada de la tienda y nadie entra, ¿ok?

  • Eso es una buena idea. Así nadie se mete donde no le llaman...

  • Joder... Hace un calor de tres pares de cojones – sentencié yo. Y me di cuenta de que era eso lo que estaba mirando más o menos disimuladamente desde hacía un buen rato: tres pares de cojones que escondían los paquetes de mis amigos. El bañador tipo bóxer de Rober escondía una polla empalmada que se veía a distancia. Las bermudas de cuadrados de Miguel debían ser de su padre y no le marcaban ni el paquete, pero del ombligo le bajaba una especie de fila de hormigas formada por unos pelos muy interesantes. Por último, el bañador azulito tipo tanga de Andrés dejaba que se le saliera todo: los huevos se le veían caer sobre ambos muslos según su posición, y por encima del cordón de la cintura unos pelitos rizados pequeñitos, que me estaban poniendo a mil.

Con la excusa del viaje y de guardar energías para lo mejor, sugerí irnos a dormir pronto. En realidad, estaba loquito por entrar en nuestra tienda y ver cómo Andrés se cambiaba y se quitaba su bañador, placer que el hijo puta no me concedió. Cuando cada uno fue a su tienda, nos tumbamos boca arriba por encima de los sacos de dormir, dejamos abierta la cremallera de la tienda para que entrara el aire y me dijo solo: “Buenas noches”.

Yo tampoco me había quitado los pantalones cortos de un equipo de fútbol que llevaba. Como tenían braguilla, creía yo que había conseguido ocultar mi calentón. Espiando en la penumbra el cuerpo musculado de Andrés y sobre todo su bañador y su paquete, el corazón se me salía del pecho. Me metí la mano por dentro de los pantalones y toqué una substancia viscosa que conocía bien. No sabía cómo, pero quería acabar ese trabajito.

En esto, Andrés se giró mirando hacia la pared de la tienda y me liberó del miedo de que me pillase. Tumbado de medio lado, ahora me dejaba ver su espalda y sus glúteos perfectos. El bañador tampoco le lograba tapar entera la raja de su culo, por lo que aquel espectáculo me estaba molando tanto como sus fotos, solo que ahora era en vivo y en directo. Me bajé un poco los pantalones y empecé a acariciarme despacito, a lo que él, que ya debía estar mosqueado, se giró de repente y me pilló in fraganti. Sin decir nada, se giró, bajó la mosquitera de la tienda, para que entrara aire pero no nos vieran, se bajó su bañador y sin decir nada se empezó a pajear también. ¡Increíble!

No me lo podía creer. Aunque la luz no era muy fuerte dentro, lograba ver perfectamente todas las líneas del cuerpo de Andrés y, más que nada, la altura de ese mástil que tenía, en un ángulo perfecto de 90 grados. Mientras se lo cogía con su mano derecha y lo pajeaba, lo veía crecer cada vez más. Entonces pensé: “de perdidos, al río”, y pajeándome ahora con mi mano izquierda, con mi derecha me fui a acariciar su abdomen, sus pelitos, sus huevos y, por fin, su pollón. Fue ahí cuando me dijo: “No te pases...” y me tuve que retirar. ¿No le molaba, o estaba jugueteando conmigo?

Lo que tenía claro era que no podía perder aquella oportunidad, así que intenté cogerlo por sorpresa y me giré de repente, poniendo mis rodillas a ambos lados de su cabeza, con mi polla frente a su boca, y me abalancé para comerme su nardo en un improvisado 69. Le sujeté las manos contra el suelo con decisión y Andrés fue cediendo poco a poco. Ataqué inmediatamente su glande, chupando con delicadeza esa puntita respingona y la piel del prepucio. Después fui girando mi boca para ir dejando entrar su mástil en ella. Empezó a subir y bajar marcando el ritmo con su cadera, así que torcí mi cuello para que su polla chocase con el interior de mi moflete, mientras succionaba con todas mis fuerzas. Le iba tocando los huevos con las manos: tenía bolsas enormes, me imaginaba yo llenas de rica leche, que me sorprendieron por ser tan maleables, mientras que el rabo era rígido como la madera.

No sé lo que él me hizo a mí mientras tanto: sólo sé que me corrí en menos de un minuto, sin avisarle, y mi semen le cayó en la boca y por la cara. Con extremada dedicación, se fue limpiando y siguió chupándomela, llevando con los dedos la mezcla de su saliva y mi semen por detrás de mis huevos, en dirección a mi ano. Empezó a acariciármelo y me fue metiendo un dedo casi sin que me diera cuenta. Ni que decir tiene que estaba empalmado otra vez en pocos segundos y que, entre la excitación de tener en mi boca su precioso rabo y la combinación de chupada y masaje anal, volví a correrme rápidamente.

Ya íbamos dos a cero, y me preguntaba por qué: ¿sería Andrés uno de aquellos pajeros que las hacen durar una hora o más, y que aguanta lo que le echen? ¿o yo no le ponía tanto como él a mí? Sin embargo, poco después entendí que Andrés tenía otro objetivo.

Él seguía tumbado boca arriba y con sus brazos dirigió mi cuerpo para asumir una posición nueva: me quería de cuclillas mirando hacia él y cabalgando su enorme tranca. En un abrir y cerrar de ojos se puso un preservativo y su glande empezaba a entrar por mi culo, al principio con mucha dificultad y algún dolor. El tiempo que pasó hasta que consiguió entrar lo que consideró suficiente me pareció eterno, porque como he dicho su polla era más larga que ancha.

Poco a poco empezó a subir y bajar con su cadera, pero para mí ahora era más fácil ser yo quien subía y bajaba dando pequeños saltitos. Esto permitía controlar el dolor que me causaban sus “pases en profundidad”. Claro que luego le fui cogiendo gusto y decidí ponerme de rodillas, en una posición más cómoda aunque más dada a esas arremetidas más intensas del mástil de Andrés.

Evidentemente, mi polla ya estaba lista para la lucha otra vez. Al bajar, tanto mis huevos como mi polla iban chocando en su abdomen y bastó esto para que quisieran más. Viendo cómo me venía arriba, Andrés me cogió con ambas manos mi miembro, restregándoselo con avidez y, por primera vez desde que todo esto empezó, me dijo una frase: “¿Quieres follarme tú ahora?”. Que era como preguntar a un niño si quería una piruleta.

Como por arte de magia, me puso un preservativo, sacó su miembro de mi ano y se tumbó de medio lado, como le había estado observando media hora antes, pero ahora sin bañador y con su culito todo para mí. No sé cómo lo hizo, pero también había puesto lubricante y me fue fácil penetrarle. Él subió su pierna izquierda para abrirme paso y yo le abracé por detrás entre sudor y gemidos, mientras le metía mi pobre miembro, que no estaba acostumbrado a tanta fiesta y de tan alto nivel. Una vez que cogí ritmo, busqué su polla más abajo con mi mano y allí estaba, tiesa como siempre y sin sombra de líquidos preseminales. Esto me excitó de nuevo tanto que me corrí dentro de su culo.

Después de mi tercera corrida, me aparté de él y le hice un gesto, como diciendo: “¿qué puedo hacer por ti?”. En ese momento, de hecho, habría hecho cualquier cosa que me hubiera pedido, porque no había disfrutado así en mi vida. Pero me faltaba lo mejor.

Me hizo tumbarme boca arriba, medio muerto como estaba, con el culo roto y la polla ordeñada. Se puso de rodillas a ambos lados de mi cuerpo, pajeándose en dirección a mi cara. La vista que tenía desde allí era de nuevo espectacular: su cara de niño concentrada, con los ojos cerrados, sus perfectos pectorales y abdomen musculados, su enorme rabo que meneaba con ambas manos y, por último, sus huevos balanceándose adelante y atrás.

Tras un par de minutos así, se dejó caer un poco para atrás y, ¡sorpresa! Vino a darse con mi polla de nuevo morcillona, por no decir tiesa. Entonces se echó más para atrás y se sentó en mis muslos. Cogió mi verga y la juntó con la suya, agarrando ambas y apretándolas bien con sus manos. Sus enormes huevos acariciaban los míos, causando una sensación única. Estaba en éxtasis total: su polla dura empezaba a humedecerse con mis líquidos y veía que me corría de nuevo antes que él.

Parece que Andrés se dio cuenta y me soltó un poco, mientras seguía trabajando su polla con intensa concentración. Crucé mis brazos en mi nuca, para no tener la tentación de tocarme o de tocarle, y para disfrutar de aquel placer inaudito.

Cuando notó que estaba listo, me volvió a agarrar la polla, que bajo la suya era claramente más pequeña. Frotando ambas pollas, me llevó a la cuarta corrida de la noche, esta vez por fin seguida de la suya: una serie de manguerazos que salpicaron desde mi pelo a mi ombligo, pasando por los ojos, la boca y el pecho. Se tumbó encima de mí y nos restregamos todo el cuerpo, no sólo recubierto de semen, como también de sudor, y no recuerdo más, porque me quedé dormido.

Sólo sé que la mañana siguiente, cuando me levanté y Andrés ya no estaba en la tienda, al salir vi en la entrada de mi tienda el pañuelo rojo de la noche anterior.

Si te ha gustado, escríbeme a marcoloco1998@gmx.com y dame ideas para mi imaginación... ¡Gracias!