Mi primera vez con un instructor de box

De como conoci el sexo homosexual en los brazos del instructor de box del club deportivo.

Me descubrí gay cuando recién había ingresado a la escuela secundaria, a la edad de 12 años, pero mi cabeza estaba llena de dudas e incertidumbre que duraron por muchos años más, pero las experiencias que tuve durante ése período marcaron mis preferencias y gustos para siempre. La que voy a contarles ahora, no es la más memorable, para mi gusto, pero sí es la primera vez que tuve acercamiento sexual con otro hombre; más adelante, les contaré las experiencias que me han "dejado huella" pero, por ahora, llevemos un orden y acompáñenme a rememorar mi despertar al sexo homosexual.

Por aquel tiempo, tenía 14 años, estaba muy reciente lo que llamamos "el estirón"y había dejado muy por debajo de mi, en estatura, a la mayoría de mis compañeros de secundaria; mi cuerpo, si bien era esbelto, la contextura heredada por mi familia y el ejercicio que practicaba de manera rutinaria desde que tenía 8 años, me favorecían en forma y proporción; algunos de mis compañeros eran asiduos al deporte al igual que yo y, muchas veces, nos reuníamos en el club deportivo después de cada una de nuestras respectivas disciplinas. Esa tarde, después de salir de los vestidores de la alberca, me dirigí a esperar a uno de mis amigos al gimnasio donde, él, practicaba box; generalmente, lo encontraba a la salida pero, en aquella ocasión, no estaba afuera, así que decidí entrar al gimnasio para presenciar la última parte del entrenamiento.

Los chicos que se propinaban golpes sobre el cuadrilátero y los que los rodeaban dando gritos, no eran como para perder el tiempo mirándolos, pero su entrenador, un tipo moreno, de aspecto rudo y corpulento, era muy digno de distraer la vista. Por ésos días había recién adquirido la costumbre de echar furtivas miradas a la entrepierna de los hombres que atraían mi atención aunque, a decir verdad, nunca había tenido aún, una erección causada por un macho.

Cuando crucé el espacio que separaba el graderío hasta el borde del cuadrilátero, noté que me miró con curiosidad, con demasiada atención diría yo... Me subí a las cuerdas, colocándome a un lado de mi amigo y me puse a contemplar a los chavales que intercambiaban golpes torpemente. En más de una ocasión, dirigí mi mirada en dirección del rudo entrenador que no dejaba de llamarles la atención a voces a quienes disputaban la contienda pero que, furtivamente, me dirigía una mirada inquisitiva cada vez que se topaba con la mía.

Tenía amplia espalda y brazos fuertes que lucía al descubierto por su playera tipo tank top y unos pants deportivos que mostraban, casi con descaro, el bulto entre sus piernas y la hendidura entre sus nalgas... Más tarde me enteraría que no usaba ropa interior aquel día... Su gesto era hosco y sus modales rudos y agresivos. Ejercía un liderazgo casi de miedo entre sus pupilos, según me pude dar cuenta. En algún momento anunció un cambio de contrincantes e ingresó a la lona para ayudarles a quitarse la protección sobre el rostro y colocarla en la cabeza de los siguientes púgiles. Cuando hubo terminado, nuevamente caminó a las cuerdas pero no en la misma dirección donde se encontraba anteriormente sino a un lado mío; lo hizo con naturalidad, como si no se hubiera dado cuenta, y se quedo mirando a los que ahora se batían; sin darme cuenta, me quede ensimismado contemplando la espalda musculosa y el trasero prominente que se ofrecía generoso a mi lado; de improviso, clavo su mirada en la mía y tuve la impresión que había captado todo lo que estaba pasando por mi cabeza en ése momento; su gesto adusto desapareció por un momento y me dedicó una cálida, y casi pícara, sonrisa. No pude evitar sentirme torpe y descubierto, desvié la mirada y sentí que mi cara ardía, sobre todo porque él no retiraba su mirada de mi rostro perturbado y continuaba con una sonrisa de cómplice en sus labios.

-¿Eres de natación? – me preguntó -

Sí – le respondí –

Supongo que lo adivinó por mi cabello húmedo y revuelto y por el traje de baño que aún portaba; en ése momento me di cuenta de mi error. Llevaba, yo, puesto, un short tipo ciclista, en extremo revelador de la condición tan bochornosa en que me hallaba: Mi erección era tan obvia por encima de la tela, aún mojada... En la mano llevaba los pants deportivos que no me había puesto sino hasta esperar que el traje de baño se escurriera y se secara un poco.

Mi cara ardía por la turbación que sentía y todo aquello pareció divertir mucho al entrenador que, sin perder la sonrisa, me preguntó si deseaba intercambiar algunos golpes con alguno de sus alumnos; con la voz entrecortada, le respondí que no, y me dispuse a bajar de la orilla del cuadrilátero para ponerme los pants; sorpresivamente, tiró un manotazo para arrancarme los pantalones de las manos y, en ésta acción, le dio un apretón tan fuerte a mi miembro que no pude evitar doblarme, perder el equilibrio y caer como fardo sobre el suelo. Todos estallaron en risotadas festivas por mi torpeza pero nadie pareció notar la "malintencionada" acción de la mano de su "Coach". El tipo, bajó, de inmediato, de la lona y se inclinó sobre mí para revisar si estaba bien; en realidad, lo único que me dolía era el orgullo, mancillado por las risas de los demás pero cuando me tendió la mano para ayudarme a incorporarme, me miró casi comprensivo, con complicidad... Me preguntó si no me dolía nada, a lo que yo respondí que, no, que todo estaba bien; ésta vez, su gesto se tornó casi de angustia y volvió a preguntarme:

-¿Seguro? ¿No te duele nada? ¿El tobillo... ?

Estaba a punto de responder que no, pero la mirada en sus ojos me hicieron ver que no esperaba otra respuesta sino el:

Sí, un poco – que le entregué... –

Dio unas instrucciones a los demás para que no pararan con las prácticas y, como si yo no tuviera voluntad propia, pasó mi brazo por encima de sus hombros y se dirigió, conmigo, hacia la bodega de utilería. Recuerdo que era una habitación oscura y con el techo bajo, olía a humedad y estaba rodeada de jaulas de alambre con chapas, para guardar los utensilios deportivos; había, también, una mesa sobre la cual me pidió que me sentara y acto seguido, se volvió para cerrar la puerta con el seguro corredizo... Sabía, muy dentro de mí, que algo no andaba bien pero dueño de un candor que, aún hoy, aflora en ocasiones, no alcanzaba a comprender con certeza, lo que estaba por suceder. Yo, no tenía ninguna molestia y creo que él lo sabía pero, a pesar de todo, continúo con el juego; acercó una silla y se sentó, frente a mí, entre mis piernas, me miró a los ojos y preguntó:

¿Cuál es el tobillo? – yo, titubeé un momento y le dije-

Este – señalando mi pie derecho-

Sin más preguntas, me quitó el zapato y comenzó a masajear y a mover mi pie de un lado para otro.

¿Te duele? – preguntó-

No – le respondí –

Entonces, dejó mi pie y comenzó a masajear un poco más arriba, sobre mi pierna. Yo, contenía la respiración y mi cara ardía... La tela de mi traje de baño, apenas contenía la erección que me ocasionaba el roce de las fuertes manos de éste hombretón.

Como sin intención, se acercó un poco más al borde de su silla de modo que la planta de mi pie quedo apoyada sobre su entrepierna que, para entonces, ya estaba como carpa de circo; ninguno de los dos dijimos nada por unos momentos pero la falta de palabras, y el intercambio de miradas que lo decían todo, fue el sí definitivo para lo que venía a continuación.

El juego del tobillo, terminó de inmediato, se levantó apresuradamente, miró hacia la puerta por encima de su hombro y me empujo por el pecho para que me recostara sobre la superficie de la mesa; de un tirón, me bajó el short hasta las rodillas y, antes de que pudiera, yo, decir nada, tenía la cabeza y el rostro de éste hombre entre mis muslos, dando lametones sobre mis testículos... Yo, estaba perturbado, podía sentir los latidos de mi corazón en los lóbulos de mis orejas y me sentía como si estuviera siendo violado enfrente de los mismos chicos que se burlaran de mí momentos antes; él, notó mi lucha interna y, deslizándose sobre mi pecho, me abrazó y comenzó a besar el pabellón de mi oreja susurrando:

No temas, no voy a hacerte daño... Nadie vendrá... Nadie puede entrar...

Antes que pudiera decir algo, selló mis labios con los suyos... El sabor de su boca era tan intenso... Nunca nadie había besado mis labios y ahora, un hombre estaba embriagándome con ese sabor que, únicamente ésa primera vez, perduró en mis labios por más de 1 semana, quemándome de deseo por dentro... Mientras esto hacía, su mano sostenía enérgicamente mi pene y lo frotaba rítmicamente. Advirtiendo mi urgencia, se detuvo, se incorporó y me dijo:

Aún no, aún hay tiempo...

Se separó de mí un momento y mi primera reacción fue llevar mi propia mano a mi miembro para continuar con la frotación que, él, acababa de abandonar; me retiró la mano y con toda su palma me cubrió el bulto y me dijo:

Aún hay cosas que quiero mostrarte, no desesperes...

Alzó y separó mis piernas; por un momento, temí que fuera a penetrarme con aquella herramienta que todavía estaba cubierta por la tela de sus pantalones; en especial, cuando tiró de ellos y cayeron hasta quedar enrollados en sus tobillos, dejando completamente al descubierto unas piernas lampiñas y tan musculosas que me volvieron, para siempre, adorador de los muslos fuertes... En vez de ello, se inclinó y sentí como una quemadura cuando su lengua tocó la piel de mi ano... Casi frenéticamente lamió y forzó la punta de su apéndice contra la renuente abertura de mi culo... Las sensaciones eran tan intensas que algunas lágrimas brotaron de mis ojos...

No era dolor, era una avasalladora secuencia de sensaciones tan insospechadas que casi me hacían perder el sentido; estaba como embriagado y ésa sensación me infundía temor también... Me incorporé para escapar de aquello pero su mano fuerte contra mi pecho lo impidió y, antes que pudiera hacer algo más, alojó todo el largo de mi verga dentro de su boca y comenzó a bajar y subir como un loco... Con una de sus manos acariciaba mi pecho y a momentos pellizcaba mis pezones mientras con la otra, meneaba su miembro que brillaba, empapado en su propio jugo... Era fascinante... Nunca antes había visto siquiera el miembro erecto de otro hombre y, ahora, tenía a un impresionante macho (que, aún es sujeto en mis fantasías) inclinado, ante mi, dándome placer como nunca antes sospeché...

Antes que pudiera darme cuenta de lo que estaba sucediéndome, un mar de sensaciones me asaltaron y me tomaron por sorpresa, una corriente eléctrica recorrió los músculos de mi espalda y entre espasmos, casi convulsos de mi parte, toda la carga de mis testículos, se vertió en la boca ávida del apuesto instructor de box que, casi inmediatamente, comenzó a resoplar fuerte y, sin apartar la boca de mi entrepierna, comenzó a salpicar el suelo con borbotones de su esperma blanco y espeso... Quedamos en suspenso por unos instantes, luego, él se levanto y clavó su mirada en la mía... Con uno de sus dedos, quitó el semen que escurría en una de las comisuras de sus labios y lo llevó a la boca para limpiarlo con su lengua; enseguida, me dio un profundo beso y me abrazó en silencio por unos momentos... Casi enseguida, salimos de nuestro ensimismamiento y nos colocamos la ropa nuevamente en su lugar. Todo esto no llevo más de unos 10 minutos; cuando salimos, nadie pareció extrañado por nuestra breve ausencia y así, sin mirarme siquiera, volvió a trepar al encordado dando instrucciones, a gritos, a los púgiles en turno...

No me quedé al final de la práctica. Después de aquello, ni siquiera regresé al deportivo; estaba muy confundido, entonces... Pero puedo decir que aún recuerdo, febrilmente, al instructor de box de mi amigo...