Mi primera vez con un gitano.

Cansado de la actitud tan tóxica de mi novio, decidí tomarme el fin de semana para mí y así conocer a otros chicos. Llevaba tiempo sin tener sexo, y necesitaba ser follado con urgencia. Aquel gitano del chat se encargó de recordarme lo mucho que me gustaba ser enculado como una zorra.

Esto debió de ocurrir allá por el año 2011, cuando yo tenía dieciocho años -o estaba a punto de cumplirlos; ni siquiera me acuerdo exactamente en qué fechas ocurrió-.

El caso es que yo soy de una ciudad cercana a Barcelona capital, pero por circunstancias de la vida me acabé marchando de casa a muy temprana edad y me fui a vivir a Alicante con el que por aquel entonces era mi novio. Ambos teníamos la misma edad y unos gustos bastante parecidos, pero no pasó mucho tiempo antes de darme cuenta de que no lo quería. Sin embargo habían pasado tantas cosas dentro de mi familia que me resultaba imposible volver a casa, aunque tampoco quería hacerlo, ya que por primera vez en la vida estaba viviendo a mi manera. Yo y únicamente yo era quien ponía las reglas.

Un día de entretiempo -tal vez primavera, o principios de verano- decidí que necesitaba unos días para mí, así que le dije a mi novio que se fuera a casa de sus padres –vivían en un pueblo que estaba relativamente cerca- para que yo pudiera pensar en qué quería para mi futuro. Estar con él era cada vez más monótono y cansino, aunque me demostraba con creces que me quería. Desafortunadamente a veces eso no es suficiente para salvar una relación, y menos cuando se pasaba los días amenazando con suicidarse cada vez que yo me iba de la cama porque no quería tener sexo con él. Solía decirle que estaba cansado o que no me apetecía por un sinfín de variopintos motivos, pero realmente me moría por follar. El problema era que él me daba cada vez más asco. En todos los sentidos de la palabra.

Cuando se fue no quise perder el tiempo e inmediatamente entré en el chat de Terra, puesto que era uno de los pocos sitios en los que me sentía más o menos seguro. Siempre he tenido una autoestima de mierda por culpa de un sinfín de complejos que he ido acumulando desde la niñez (principalmente bullying), y eso de tener que cargar muchas fotos en un perfil para llamar la atención de los otros tíos me parecía un coñazo y también hacía que me sintiera muy inseguro.

No pasó mucho rato antes de que cuatro o cinco hombres me hablasen, a cada cual más extraño e inquietante. Sin embargo uno de ellos me llamó la atención: "Gitano 20cm." Sé que las etnias y las razas no deberían fetichizarse, pero los gitanos siempre me han puesto muy cachondo, y en caso de desaprovechar la oportunidad seguro que me hubiese arrepentido durante el resto de mi puta vida. Bastante tiempo llevaba ya sin sexo y sin masturbarme -mi novio siempre estaba en casa y era imposible masturbarse en condiciones- como para dejar escapar una oportunidad así. Ni loco.

Me preguntó cómo era yo físicamente, así que respondí con la verdad: Pelo negro -por aquel entonces teñido, ya que soy castaño claro-, ojos marrones, delgado, piel blanca, 1'75 cm de altura y 17cm de polla. Él era un poco más bajito que yo, pero no me importó. El resto de su descripción me encantó. Enseguida intercambiamos teléfonos y quedamos en vernos a última hora de la tarde, en una calle cercana a la Explanada. Estuve un buen rato pensando en si debería ir o no ir; llamar a mi novio y decirle que volviese a casa para quedarme con la conciencia tranquila y olvidarme de todo aquello, pero finalmente pudieron más el deseo y las ganas, así que me coloqué una simple camiseta negra de tirantes, unos shorts vaqueros, el jockstrap, y salí de casa a toda prisa para no llegar tarde al encuentro.

El chico no me hizo esperar más de diez minutos, y cuando lo vi por poco no me escondo de la vergüenza. Era tan ancho de torso que en su camisa podían caber perfectamente dos yos. Recuerdo que, en efecto, debía de medir unos cinco centímetros menos que yo, pero todo su cuerpo estaba muy bien compensado. A juzgar por el repaso que me dio pude convencerme de que lo que veía le gustaba, así que eso también me sirvió para soltarme un poco más. Para mí era importante saber que yo le atraía aunque fuese un mínimo, ya que de no haberme dado indicios de ello me hubiese quedado intranquilo el resto de la noche.

— ¿Llevas mucho esperando? Me ha costado un montón aparcar. Cómo se nota que es viernes.

— Qué va, tranquilo. He llegado ahora mismo, así que no te ralles… Vivo aquí al lado prácticamente. Al lado de Renfe.

Sus cejan estaban horriblemente pobladas, y sus ojos eran de un color verdoso muy llamativo que combinaba a la perfección con aquella hilera de dientes blancos y perfectamente alineados. Enseguida me sentí jodidamente mal conmigo mismo, ya que tengo las paletas ligeramente separadas, y aunque no es algo que me quite el sueño tampoco puedo evitar sentir cierta envidia de todas aquellas personas que son físicamente perfectas. Siempre he pensado que la perfección llama a la perfección, y que un hombre de estas características jamás podría fijarse en alguien tan insignificante como yo. Pero aquella noche ocurrió todo lo contrario. Y qué noche.

Fuimos a tomar algo a un bar cercano y nos contamos un poco nuestra vida. Hablamos un poco sobre nuestra niñez y parte de la adolescencia. De nuestras primeras veces y demás. Me preguntó qué hacía yo tan lejos de mi tierra y le conté la verdad; no tenía por qué mentir, y en ese momento tampoco me nació hacerlo. Me sentía muy cómodo con él. Me estuvo contando que era el dueño de una tienda de ropa de barrio y que vivía un poco alejado del centro, en un sitio al que yo no había ido nunca y que ni siquiera sabía que existía. Lo escuchaba con aparente atención, aunque realmente no podía dejar de imaginar cómo sería su cuerpo bajo aquellos ceñidos pantalones y aquella entallada camisa celeste que tan bien contrastaba con su oscura tez. Podría haber estado cagándose en mis muertos y yo no me habría enterado.

Estuvimos charlando durante dos horas aproximadamente, hasta que al final nos levantamos y fuimos a dar un paseo por el puerto. Había bastante gente, pero eso no nos impidió disfrutar de las vistas del mar. Para él debió de ser un paseo más como otro cualquiera, pero para mí, que jamás había apreciado aquello, fue algo sumamente bonito. Siete años más tarde todavía lo recuerdo como si hubiese ocurrido ayer.

A medio camino decidimos sentarnos en un banco, y entre charla y charla mi mano terminó acariciando su abultada entrepierna, la cual parecía crecer a pasos agigantados gracias al constante roce ejercido por mis dedos. No sabía si era cosa del pantalón o de su ropa interior, pero aquello tenía pinta de ser mucho más grande que todo lo que había visto -y catado- anteriormente. No podía olvidar que su nick del chat era “Gitano20cm”.

— ¿Te has quedado con ganas de postre? —me preguntó con una cínica sonrisa, sin dejar de mirarme a los ojos de una manera en la que era imposible no ponerme nervioso.

— Si ni siquiera hemos cenado… Qué postre.

— Un buen Calippo siempre apetece, ¿no? Y más con este calor.

Aquel hijo de puta me tenía más caliente de lo que creí haber estado nunca, así que no perdí el tiempo y acabé desabrochando su cremallera. No me atreví a sacarle la polla porque de vez en cuando todavía pasaba gente por delante nuestro y a pesar de todo me podía la vergüenza, pero metí la mano por dentro y la acaricié. Estaba tan caliente como debía estarlo yo, y se notaba por cómo se frotaba contra mi mano, de una manera casi desesperada. La boca se me llenó de saliva prácticamente de inmediato, deseando agachar la cabeza para meterme aquel trozo de carne en la boca, pero sin embargo únicamente seguimos con algunos tocamientos. Parecíamos dos adolescentes hormonados, aunque él debía de sacarme por lo menos diez o doce años. En estos momentos ni siquiera soy capaz de recordar su nombre con exactitud. Aproveché un momento en el que estábamos solos y retiré su prepucio muy despacio, encontrándome de pleno con aquel rojizo e hinchado glande que parecía estar más que necesitado de atención. Escupí encima y lo masturbé, haciendo chocar intencionadamente la mano contra sus cojones. Él simplemente se limitaba a respirar muy alto, aunque de vez en cuando me agarraba la cabeza, tratando de invitarme a chupar su polla. Su preseminal no tardó en invadir el glande, y fue entonces que volví a subirle los calzoncillos.

— Vamos a mi tienda, que no está lejos.

— ¿Ahora? —pregunté yo con el rostro desencajado, ya que siempre he sido bastante lento para entender lo que quieren decir los demás. — ¿Para qué?

— ¿Para qué va a ser, muchacho?

Se echó a reír y yo me quise morir de vergüenza, pero nos dimos prisa y no tardamos mucho más de diez minutos en llegar. Estaba situada en una calle bastante estrecha, muy cercana al centro de la ciudad. A su alrededor había varias tiendas, casi todas ellas de ropa y complementos. Él entró primero y se encargó de quitar la alarma mientras yo esperaba en la puerta. No sé por qué, pero de pronto me invadió una horrible sensación de frío. Llevaba una sudadera gris de 55DSL atada a la cintura, pero ni siquiera me dio tiempo a ponérmela, ya que enseguida me pegó un grito para decirme que entrase. Me sentí como si estuviese en el puto campo. Las luces estaban apagadas para no llamar la atención de la gente que pasaba por la calle, pero la tenue iluminación de las farolas era más que suficiente para poder caminar por ahí dentro con normalidad sin tropezar con nada. Sin darme cuenta me agarró de la cintura y me besó de manera famélica, como si llevase toda la noche con ganas de hacerlo. No necesité preguntar para saber que el tío no había salido del armario, pero poco me importó. Sólo era un polvo de una noche, y estaba dispuesto a disfrutarlo como una verdadera zorra. Le devolví el beso, enredando mi lengua con la suya –mucho más ancha y gruesa- mientras mis manos inspeccionaban todos y cada uno de los rincones de su torso, todavía cubierto por aquella camisa que tanto había soñado con quitarle. Empecé a desabrocharla por debajo, y segundos más tarde ya estaba en el suelo junto con mi camiseta. Llevaba tanto tiempo sin liarme con alguien que no fuese mi novio que por un momento me sentí raro, aunque el gitano no dejó que la sensación durase mucho tiempo. Me dio la vuelta y me acorraló contra el mostrador, frotando insistentemente su pollón contra mi culo. ¿En qué momento se había bajado el pantalón?

— Todavía la tienes dura, cabrón… —comenté con una breve sonrisa, acentuando el roce al mover mi trasero de arriba abajo.

— Y más que lo va a estar. ¿Quieres probarla?

Joder, que si quería. Llevaba horas deseando engullirla por todos los agujeros de mi cuerpo. Me agarró del pelo y me echó la cabeza hacia abajo, dejando así mi mejilla prácticamente pegada contra el mostrador. Estaba tan frío que se me pusieron los vellos y los pezones de punta. Me bajó los pantalones y suspiró al encontrarse de pleno con mi jockstrap, haciendo algún que otro comentario que me llevó a entender que jamás había visto algo así. Tanta moda para que al final resultase no tener ni puta idea de lo que llevaban muchos maricones. Tal vez él tampoco solía quedar con gente de fuera de su entorno. A lo mejor incluso estaba casado, o tenía novia. Eran temas que estuvo esquivando durante toda la noche, y yo tampoco quise indagar en ellos porque realmente me importaban bien poco. De pronto me separó las nalgas con rudeza y se agachó para escupir en el puto centro. Cuando quise darme cuenta ya me estaba comiendo el ojete, algo que pocos hombres habían hecho conmigo. Subí la pierna derecha hasta colocarla sobre el mostrador y eché la cabeza hacia atrás, contemplando a aquel hombre que chupaba mi ano como un desesperado. De pronto me sentí como un puto perro meando por culpa de la postura, pero también era algo que me ponía muy caliente. Mi polla estaba completamente dura, así que empecé a masturbarme despacio. No sé cómo de larga era la lengua de aquel gitano, pero en mi vida habían entrado tan profundamente como lo hizo la suya. La movía de adentro hacia afuera y posteriormente en círculos, algo que me obligó a agarrarme al mostrador para evitar caerme al suelo. Las piernas me temblaban, y lo único que quería era que me follase. Que me reventase el culo con aquella polla que tan pegado había dejado su olor en mi mano. Lo agarré del pelo y estampé su cara contra mi ojete todo lo que pude, hasta que unos minutos más tarde se cansó y se puso en pie. Me dio la vuelta y agarró ambas pollas con la misma mano, masturbándolas.

— Despacio… —comenté yo en voz baja, puesto que mi glande es bastante sensible y al mínimo roce me desespero.

Aquello sólo hizo que el gitano frotase ambas con más rudeza, así que para aliviar la desesperación que sentía comencé a besarlo. Su barba de tres –o cuatro- días rascaba bastante, y la saliva de ambos caía por mis comisuras. En un momento que aparté la mirada pude ver cómo él se sostenía de puntillas para estar a mi altura. Aquello me hizo sonreír, pero en un visto y no visto me volvió a poner de espaldas a él y apuntó su polla contra mi todavía húmedo culo. Mentiría si dijese que se puso un condón, pero también debo confesar que en ese momento estaba tan y tan excitado que ni siquiera se lo pedí. El roce del glande contra mi apretada zona sólo consiguió desesperarme incluso más que cuando me estaba masturbando, aunque él también debía estar bastante ansioso, ya que enseguida me penetró de una sola vez. Recuerdo que ni siquiera grité, y eso que su rabo no era precisamente pequeño. Me pellizcó los pezones y comenzó a bombear contra mi culo, provocando que yo separase cada vez más las piernas, que chocaban contra las suyas, gruesas y peludas.

— Dios… Joder… Me vas a romper el ojete, cabrón.

— Cállate y traga. ¿Te gusta cómo te follo, mh? Seguro que el maricón de tu novio no te lo hace así.

Ni así ni de ninguna otra forma. Aquello era demasiado. Me pareció divertido ver cómo de vez en cuando pasaban algunas personas por la calle hablando animadamente. Otras sin embargo se paraban a contemplar algunos de los maniquíes del escaparate, sin saber que detrás estábamos nosotros follando como cabrones. Podía notar mi espalda completamente empapada en sudor, así como mis enrojecidos muslos, los cuales ardían por culpa de haberme pasado la cuchilla aquella misma mañana. Me masturbaba cada vez más rápido, hasta que de pronto no pude aguantar más y acabé corriéndome en gran cantidad. Ni siquiera sé cuánto tiempo llevaba sin descargar, pero debí dejar un buen charco en el suelo. Recuerdo que tampoco gemí, pero sí que jadeé bastante alto, mientras aquel tío parecía estar llegando también al orgasmo. El muy cabrón paraba cada vez que estaba a punto, pero aquella vez simplemente lo hizo. Me pasó el brazo por el cuello para ahogarme y me mordió la oreja, mientras su lefa se esparcía por mis adentros hasta dejarme totalmente relleno. Ni siquiera podía respirar, pero me importaba más bien poco. Cuando la sacó recuerdo que me tuve que agarrar al mostrador, y aun así acabé de rodillas en el suelo por culpa de los temblores que sentía. Se subió los pantalones y fue en busca de la camisa. Me tiró la camiseta encima y me la puse despacio, como si fuese el trabajo más difícil del mundo. Ese puto gitano me había dejado molido, pero aún y así seguía teniendo ganas de más. No podía permitir que se fuera a su casa tan rápido sin haber podido probar el sabor de su polla, así que gateé y froté mi cara contra su entrepierna cual gato. Me acarició la cabeza y me dejó a mis anchas.

— ¿Todavía no estás satisfecho?

— Todavía te queda una boca por llenar. En el banco me quedé con ganas.

Y sin darle opción a rebatirme, me metí todo su rabo hasta la garganta, sin importarme lo más mínimo que pocos minutos antes hubiese estado en mi culo. Cerré los ojos y me centré única y exclusivamente en el sabor tan fuerte que emanaba. Era una mezcla de orina y esperma que me encantó e incitó a seguir chupando hasta lograr volver a ponérsela dura. De vez en cuando él me tapaba la nariz con los dedos para así obligarme a abrir mucho más la boca, y en una de esas aprovechaba y me la metía al ras de sus cojones. Poco le faltó para meterlos también, pero no me hubiese importado lo más mínimo que lo hubiera hecho. Cuando veía que yo no podía más la sacaba para dejarme respirar, pero no habían pasado ni cinco segundos cuando volvía a estar dentro, embistiendo como si su meta fuera dislocarme la mandíbula. Tal vez me llevé veinte minutos chupando hasta que se corrió por segunda vez, aunque lo hizo en mucha menos cantidad que la primera vez. Aun así me encargué de tragarlo todo y de dejar aquel rabo bien limpio.

Ambos nos vestimos y al salir comentó que tenía frío. No me lo pensé dos veces y le presté mi sudadera, sonriendo al ver que le quedaba un tanto corta.

— Puedes quedártela, no te preocupes. Ya me la devolverás en otra ocasión.

Como todo un caballero me dio dos besos y se fue en busca del coche. Yo volví a casa un tanto dolorido y con las piernas llenas del semen reseco. Mis compañeros estaban fumando hierba en el salón. Miré la hora en el móvil y suspiré. Las siete de la mañana. Me saludaron sorprendidos de verme llegar a esas horas, pero por fortuna ninguno vino a preguntar nada indebido. En menos de cinco minutos caí rendido en la cama.