Mi primera vez con otra mujer
Una experiencia ocurrida durante mi adolescencia, cuando quería saber más sobre el sexo. Mi secreto anhelo era probar con otra mujer y encontré una magnífica profesora en una amiga de mi madre, dueña de una mercería...
Mi primera vez con otra mujer
Hola de nuevo, amigos de Todorelatos. De nuevo está aquí vuestra amiga Tania, esta vez para contaros alguna de mis muchas peripecias sexuales. Como ya os contaba en la introducción de mi primer relato soy plenamente bisexual y disfruto tanto con un hombre como con una mujer, habiendo tenido encuentros realmente placenteros e inolvidables con otras mujeres, incluso tríos con mi novio Nacho. Pero todo en esta vida tiene un origen, una primera vez, y eso va a ser lo que quiero contaros en este relato: como descubrí mi bisexualidad.
Cuando ocurrió esta historia yo tenía 18 años y en casa de mis padres nos acababan de instalar Internet, lo que hacía que me pasase horas navegando por la red. Fui descubriendo muchas páginas porno de todas las temáticas y variantes sexuales, así como algunas otras de relatos. Incluso imaginaba que yo era la protagonista de aquellas aventuras, lo que hacía que tuviese que masturbarme como una posesa hasta que me corría teniendo que morderme los labios o la almohada para que no me escuchase mi familia. Ya había tenido relaciones sexuales con chicos, pero empecé a imaginar cómo sería hacerlo con otra chica, aunque en ese momento eran sólo eso, fantasías. A pesar de todo me di cuenta de que inconscientemente me fijaba en otras mujeres cuando iba por la calle, en la piscina, etc., sobre todo cuando alguna me llamaba la atención por su figura o su forma de vestir. Ese interés se vio frenado temporalmente a causa de una relación que empecé con un chico, lo que hizo que me olvidase un poco del tema. Teníamos unas sesiones de sexo memorables, y disfrutaba muchísimo con su polla dentro de mí. Me había hecho olvidar ese deseo oculto en mi interior.
Por esa época yo estaba estudiando, preparándome para las pruebas de acceso a la Universidad, y se acercaba el viaje de fin de curso, por lo que tenía que comprarme ropa para llevármela, incluido algún bañador o bikini, lencería, etc. Cuando tenía que comprarme ropa solía ir a una mercería cuya dueña era una mujer de unos 50 años, bastante guapa, rubia con un cuerpo bastante esbelto para su edad, destacando sobre todo sus enormes pechos en contraste con el resto de su cuerpo. Era bastante amiga de mi madre, por lo que ya había bastante confianza, y cuando iba a comprar algo para mí o un encargo de mi madre solía quedarme un rato charlando con ella, e incluso me asesoraba de lo que me podía quedar mejor. Tal vez por mi edad no me diese cuenta o me pasase algo inadvertido, pero siempre estaba halagando mi cuerpo, mi pelo, etc. Quizá, como comparación, se podría decir que la araña estaba tejiendo su tela y yo, inconscientemente, me estaba dejando enredar en ella.
Aquel día llegué a la tienda para comprarme algunas cosas. La saludé y me puse a mirar entre los estantes, cogiendo varias prendas que me gustaron para probármelas. Junto a mí me decía cuales de ellas me sentarían mejor o peor y sugiriéndome otras. Entré al probador y me desnudé para probarme algunos conjuntos, oyéndola decirme que si quería salir para que ella me viese podía hacerlo sin problema., cosa que hice confiando en su buen gusto. Podía notar cómo me miraba, sin perder detalle, haciéndome darme la vuelta de vez en cuando para verme bien. En un momento dado se acercó y me dijo que el conjunto que llevaba me sentaba muy bien. Sin cortarse un pelo extendió sus manos para sopesar mis tetas, diciéndome que me quedaría mejor uno estilo "wonderbra" que me las realzase. Me dijo que las prendas podía llevármelas para probármelas tranquilamente en casa, y que ya le pagaría las que me quedase cuando fuese a devolverle las demás. También me sugirió que si quería podía ir a su casa, ya que había recibido un pedido y quizá hubiese en él cosas que me gustasen, contestándole yo que sí y que iría por la tarde cuando terminase las clases. Al final no pude ir ese día, ya que me surgió un imprevisto, pero la llamé para decirle que iría al día siguiente sobre la misma hora.
Cuando terminé las clases me dirigí a la mercería. Me dijo que si podía esperar un momento a que cerrase y que así iríamos más tranquilas, a lo que le dije que no tenía ningún problema. Cuando cerró nos dirigimos a su casa, decorada con muy buen gusto, pero me di cuenta de que no había fotos de ningún hombre, tan sólo suyas o con alguna otra mujer que supuse eran sus amistades. Me ofreció algo de beber y me dijo que esperase un momento a que sacase lo que me quería enseñar de sus cajas.
Me hizo pasar a una habitación en la que vi extendidas muchas prendas sobre una cama, diciéndome que podía empezar a probármelas cuando quisiera. Me quedé un momento observándolas, sobre todo porque eran unas prendas que no tenían nada que ver con lo que tenía en la tienda. Esta era sofisticada, con muchos adornos, encajes, etc., y un tacto sobre la piel que me hizo sentirme un poco excitada conforme me las iba probando, aunque también me di cuenta de que para lucir algunas prendas tendría que depilarme un poco, cosa que aún no había hecho nunca. Cada vez que me probaba un conjunto salía al salón para que ella me viese y opinase, pudiendo notar como no apartaba su mirada de mi cuerpo y pareciéndome ver en un par de ocasiones como se mordía levemente el labio mirándome con aprobación. Siempre he tenido un pecho muy bonito, aunque en esos momentos usaba ya una talla 95, y con algunos de aquellos sujetadores parecía que mis tetas los iban a rebosar, especialmente uno que me puse cuyas copas únicamente las sostenían por debajo y dejaban ver mis pezones en su totalidad.
Así estaba, distraída con la ropa, cuando noté unas manos en mis caderas y el roce de su pelo en mi hombro. Me susurró al oído que tenía un cuerpo precioso y, subiendo sus manos hasta mi pecho, volvió a sopesar y a acariciar mis tetas. Me hizo darme la vuelta y me quedé boquiabierta cuando la vi vestida con un conjunto blanco de encaje que contrastaba con su piel. Se veía espectacular, especialmente sus enormes tetas que desafiaban a la gravedad y parecían amenazar con reventar el sujetador. Estaba mirándola cuando su mano acarició mi mejilla y me volvió a repetir que era preciosa. Sabía lo que se acercaba, lo había visto y leído muchas veces, y pensé que mi anhelo secreto se iba a hacer realidad. Acariciaba mi piel y podía notar como mi coñito empezaba a palpitar de deseo, y noté sus labios besándome, un beso suave, lento, al cual respondí acercándome más a ella. Mientras nos besábamos nuestras manos acariciaban nuestros cuerpos, rozándose nuestros pechos, y los besos fueron cada vez más apasionados. Me estaban volviendo loca de deseo, eran totalmente diferentes a los besos que me habían dado chicos hasta ese momento, y sentía la suavidad de su piel, su delicadeza.
Caímos juntas sobre la cama, abrazadas sin dejar de besarnos, y noté como empezaba a desabrocharme el sujetador. Ya libres volvió a acariciármelas mientras seguían los besos, sintiendo poco después el roce de sus labios. Rozaba con su lengua mis pezones, atrapándolos después entre sus labios mientras yo acariciaba sus tetas despojadas también del sujetador. Su mano fue bajando por mi vientre hasta que empezó a rozar mi sexo por encima del tanguita que me había puesto, apartándolo y tocándomelo ya directamente. Su boca siguió el camino de su mano y fue bajando hasta que pude notar su aliento en mi coñito, dándome un suave besito mientras me decía que era una preciosa delicia. Pude notar sus dedos en los lados del tanga, quitándomelo, y ya libre volvió a besármelo. Recorrió mis piernas con sus besos, deteniéndose en la cara interior de mis muslos, evitando un roce que yo ya estaba deseando. Empecé a notar como su lengua recorría mi rajita y cerré los ojos mientras gemía suavemente disfrutando de su boca.
Su lengua entraba en mi vagina, sustituyéndola después por su dedo que empezó a introducirme suavemente. Lo metía y lo sacaba mientras su lengua seguía rozando mi clítoris hasta que empecé a correrme gritando de placer. Era una sensación deliciosa y me quedé mirándola mientras acariciaba su melena. Volvimos a besarnos abrazadas y esta vez fui yo la que decidí tomar la iniciativa para devolverle el orgasmo, así que intenté hacerle lo mismo que me había hecho ella. Su piel olía a un suave perfume que me resultó delicioso. Así empecé a besar todo su cuerpo, deteniéndome en sus tetas como ella me había hecho a mí. Sus pezones oscuros reaccionaron inmediatamente ante las caricias de mi lengua. Debía estar haciéndolo bien como me parecían indicar sus gemidos de placer. Así bajé mi mano hasta su coñito mojado y empecé a acariciar su vulva encontrándome con su clítoris que reaccionó inmediatamente a mis caricias. Sus caderas se movían buscando mi mano, y mis labios recorrieron su vientre. Me detuve en su ombligo en el que introduje mi lengua mientras mis dedos habían encontrado la entrada de su vagina y entraban y salían de ella. Primero uno, después dos, que giraba para darle más placer. Como había leído en tantos relatos, mi boca deseaba probar su coñito, así que seguí bajando hasta que me coloqué entre sus piernas mirándola a los ojos que parecían decirme que hiciese lo que deseaba.
Besé su vulva encharcada ya de sus fluidos, suavemente, despacio, hasta que la punta de mi lengua se dedicó a su clítoris inflamado. Sus gemidos aumentaron mientras mi lengua recorría todo su coñito depilado. Me gustaba mucho lo que veía, y en un momento de lucidez decidí que me lo dejaría igual. Mientras lamía sus manos no dejaban de amasar sus pechos, disfrutando de las caricias de mi lengua con los ojos cerrados. Mis dedos seguían jugando en su vagina, y por fin empezó a gritar que se corría mientras sujetaba mi cabeza para no perder el contacto. Sus flujos llenaron mi boca y mi cara. Así, brillante de sus fluidos, volvimos a besarnos mientras volvíamos a acariciar nuestros cuerpos. Le pregunté si le había gustado como lo había hecho, contestándome ella que para ser mi primera vez se lo había hecho realmente bien.
Permanecimos un momento en la cama, abrazadas, hasta que me susurró que esperase un momento, que volvía en seguida. Cuando volvió traía un consolador doble en su mano, mirándome con una sonrisa pícara. Inconscientemente abrí mis piernas mostrándole mi coñito que volvió a besar y a acariciar un instante antes de ponerse en una postura parecida a la mía, con nuestros coñitos opuestos. Empezamos a rozarnos despacio, en la postura de la tijera, hasta que empezó a introducirme uno de los extremos del consolador. Después empezó a metérselo ella misma, y cuando ya lo tuvo dentro empezamos a movernos acompasadamente, disfrutando de la sensación de tener aquel artilugio dentro de nosotras. Era realmente delicioso sentirlo, rozándose nuestros coñitos en ocasiones, y poco a poco empezamos a girarnos hasta que nos quedamos las dos a cuatro patas, con nuestros culos opuestos, moviéndonos cada vez más deprisa hasta que ambas llegamos a la vez a un orgasmo inmenso que me dejó agotada sobre la cama.
Sacó el consolador despacio, tumbándose a mi lado mientras acariciaba mi pelo, mi espalda, mi culito Me dijo que había disfrutado muchísimo conmigo, y que si me aplicaba podría ser una buena lesbiana o, en su defecto, disfrutar de mi recién descubierta bisexualidad. Así permanecimos hablando, contándome ella que era completamente lesbiana, y que las fotos que había visto eran de algunas de sus amigas con las que había tenido relaciones. Así estuvimos hasta que miré el reloj de la mesilla, diciéndole que ya era hora de marcharme. Nos levantamos y me vestí, poniéndose ella simplemente una bata sobre su precioso cuerpo desnudo. Antes de irme me dio una bolsa con todas las prendas que me había probado, diciéndome que me las regalaba con la condición de que me convirtiese en su amante, que no le importaba que tuviese novio, pero que quería volver a disfrutar conmigo. Así pasó, y volvimos a vernos muchas veces hasta que un día me dijo que tenía que volver a su pueblo porque había muerto su madre y tenía que hacerse cargo de su anciano padre.
Hemos vuelto a vernos de manera esporádica desde entonces, pero aquel día volviendo a mi casa no dejaba de pensar en lo que acababa de pasar, llegando a mi casa y teniendo que masturbarme cuando me acosté después de cenar pensando en ella. La duda que invadió mi cabeza fue cómo contárselo a mi novio, pero eso ya es otra historia
Besos a tod@s de vuestra amiga,
Tania.