Mi primera vez, con mi prima

Extracto de MEMORIAS DEL DUQUE DE SAINT GERMAIN. Axel, después de pasar la noche con su tía, recuerda tendido en la cama su primera vez. Fue durante unas vacaciones, y con su prima.

Al despertarme aquella mañana, me sentía realmente feliz a pesar de que había vuelto a descubrir que mi tía Carla no estaba a mi lado en la cama, algo que parecía estar convirtiéndose en una mala costumbre. Tenía motivos para estarlo. Contento, digo. Al fin había logrado tener sexo con ella. Había cumplido un sueño que me perseguía desde mi adolescencia. Y además había sido una experiencia excepcional.

Aquella, por supuesto, no era mi primera vez, ni mucho menos. No es que aquella primera vez con mi tía supusiera mi estreno y fuera esa falta de experiencia la que me había dejado aquella cara de imbécil. Tampoco es que me considerara un experto en la materia, aunque sí que sabía arreglármelas para dejar medianamente satisfecha a una chica, o al menos eso creía yo. En las siguientes semanas comprobaría que mi tía me iba a abrir un mundo nuevo, aunque en aquel instante, tumbado sobre la cama mientras observaba atolondrado el techo y rememoraba los acontecimientos recientes vividos, estaba totalmente convencido de que aquella noche con mi tía había sido tan increíble que jamás podría superarla. Y por ello, sin saber muy bien por qué, tumbado boca arriba sobre la cama, comencé a recordar mi primera vez.

Tenía quince años. Sucedió en la playa, mientras me encontraba de vacaciones en un chalé que habían alquilado mis tíos, con los que pasaba una semana mientras mis padres hacían un viaje a solas para celebrar su aniversario de boda. Quien me desvirgó fue una monumental chica que aparentaba bastantes años más de los dieciséis que rezaba en su DNI. Mónica se llamaba y se sigue llamando mi prima que, lo cierto es que sigue tan espectacular como entonces, aunque esté ya casada y sea madre de dos niños varones que, según cuentan, son dos auténticos trastos. Circunstancia ésta que no me extraña. No conozco al padre de las criaturas, pero conociendo a mi prima, considero que sus genes son más que suficientes para engendrar una descendencia tan problemática.

Fumaba tumbada al borde de la piscina del chalé cuando la vi por primera vez. Mi prima, me refiero. Yo apenas hacía un rato que había llegado en coche después de que mi tío me recogiera en la estación de autobuses de Denia y, llevado por el calor y las ganas de quitarme el sudor del viaje, me había ido directo a la piscina tras cambiarme de ropa.

—Hola, primito —me dijo.

No se molestó en levantarse. Continuó recostada en la tumbona. Llevaba un bikini rojo minúsculo que dejaba ver la mayor parte de un esplendoroso cuerpo perfectamente bronceado por el sol.

La saludé, tímidamente. Fueron prácticamente balbuceos. No podía quitar la vista de su cuerpo. Hacía más de un año que no la veía pese a que ambos vivíamos en Madrid y lo cierto era que no recordaba que mi prima luciera aquel cuerpazo.

Volvió a dar una calada al cigarrillo con sus generosos labios y se incorporó levemente sobre la tumbona, sentándose casi en ella. Se levantó las gafas de sol, se apartó parte del cabello oscuro y ondulado que se le había venido a la cara y me observó en silencio de arriba abajo con sus ojos castaños. Con aquella nueva postura me quedó claro que los dos pequeños triángulos del sujetador del bikini eran demasiados escasos para sujetar el volumen de sus pechos. Pese a que mi mente intentaba recordarme una vez tras otra que no debía mirar hacia ellos, mis ojos no conseguían apartarse, abducidos por la atracción que provocaban aquellas dos sugerentes masas atrapadas por la tela, así que opté por disimular y me quité la camiseta. Fue un error. Uno más.

—¡Vaya! —exclamó— Veo que sigues tan cachas como recordaba —añadió, con una sonrisa sarcástica en los labios.

—Prefiero cultivar otras cosas, no como esos amiguitos tuyos con los que sueles ir.

Llegados a este punto quiero aclarar que mi prima solía tener la costumbre de enrollarse con tíos demasiado ensimismados en cultivar sus cuerpos en los gimnasios la mayor parte del día. La mayoría, además, sin demasiadas luces para hacer otra cosa más provechosa. Al menos, los dos o tres que había conocido.

—Al menos veo que hay otras cosas que sí la tienes desarrolladas —dijo.

Me percaté que observaba mi entrepierna.

Un calor repentino me abrasó la cara. Debía estar más rojo que una señal de Stop. No era de extrañar aquella reacción. La puñetera de mi prima estaba rematadamente espectacular debajo de aquel ínfimo biquini. Así que hice lo único que podía hacer en aquellas circunstancias, o al menos lo único que se me ocurrió.

—Vete a la mierda —dije, y dándome la vuelta, fui directo hacia la piscina.

—No te pongas así, Axel. ¿No me das un par de besos siquiera, primito?

Continué caminando, dándole la espalda. De un salto, ignorando sus provocaciones, me zambullí de cabeza en el agua y comencé a bucear a lo largo de la piscina, intentando retrasar en todo lo posible la salida a la superficie. No me quedó más remedio que sacar la cabeza del agua cuando me quedé sin oxígeno. Casi había alcanzado la pared. Llegué hasta ella y continué nadando hasta el otro extremo. Hice varios largos. Los primeros más aprisa. Después de los tres primeros, aminoré el ritmo y me dejé llevar.

—Estás en forma —escuché decir. Mientras nadaba, observé con el rabillo del ojo que mi prima se había levantado de la tumbona y estaba de pie junto al borde de la piscina—, más de lo que pensaba. ¿Te importa si te acompaño?

No esperó mi respuesta. Cuando toqué la pared y me detuve, observé que se encontraba delante de las escaleras, en un lateral. Se sujetaba el cabello mientras se hacía una coleta. Lo hacía despacio. Me pareció que demasiado. Pensé que lo hacía adrede para exhibirse. Así que no quise defraudarla. La observé detenidamente, sin perderme detalle de aquel cuerpo fabuloso.

Mónica debía rondar por aquel entonces el uno setenta y cinco de estatura, más o menos. De pequeña siempre había tenido unas piernas largas y delgaduchas. Con los años seguían siendo igual de largas con respecto al resto del cuerpo, pero habían ganado volumen y con aquel bikini lucía unas piernas esbeltas y bien torneadas. Se veían realmente espectaculares. Junto a la cintura estrecha, los hombros anchos, fruto de haber estado nadando buena parte de su vida, y los pechos que, como bien describí antes, habían adquirido en el último año, desde la última vez que la había visto en bañador, un volumen más que generoso, me deleité con la visión de una mujer que, sin duda, podría derretir los sentidos de cualquier hombre. Y eso fue lo que ocurrió, pues apenas me enteré de nada de lo que sucedió a mi alrededor a continuación, como si el mundo se hubiera parado de repente cuando comenzó a descender lentamente la escalera de obra introduciéndose en el agua, hasta que mi prima me salpicó la cara con agua para sacarme del trance.

—Perdona —dijo—. He sido un poco mala. Ya sabes cuánto me gusta meterme contigo.

—Sí, lo sé —admití. Era cierto. Desde pequeños le gustaba martirizarme cada vez que nos veíamos—. No pasa nada.

—Sigues nadando bien —me volvió a decir, mientras flotaba en el agua frente a mí.

—No tanto como tú, eso seguro. ¿Sigues nadando?

Mi prima prácticamente había aprendido a nadar antes que a andar, por lo que despuntó pronto y competía desde que era una cría a nivel regional y nacional.

—No, lo dejé el año pasado. Me aburría. Además, era demasiado duro. Entrenamientos todos los días, viajes, estudios…

—Normal que lo hayas dejado…

Una voz nos interrumpió. Era mi tía, la madre de Mónica. Nos avisaba de que iban al supermercado.

—Tened cuidado —dijo, antes de darse la media vuelta—. No hagáis ninguna tontería en la piscina. A ver si vais a tener algún accidente.

—Sí, mamá. Dejaremos los saltos mortales para cuando vengáis —respondió mi prima entre risas.

—Lo digo en serio —insistió mi tía.

Mónica le prometió que seguiríamos su consejo y mi tía se pudo marchar tranquila.

—¡Qué pesada! —protestó Mónica cuando vio que su madre desaparecía del jardín— Bueno, ¿qué, primito, echamos una carrera? Dos largos, ida y vuelta, ¿te parece?

—Hecho —le respondí, lanzándome a nadar todo lo aprisa que pude, sin avisar.

—¡Eh, tramposo!

Mónica se lanzó a nadar detrás de mí sin perder más tiempo. Antes de llegar a la pared ya me había dado alcance y aunque traté de resistirme, cuando tocó la segunda pared me sacaba un cuerpo de ventaja.

Levantó los brazos, triunfal, como si hubiera ganado el oro olímpico. Reía y se burlaba de mí mientras yo daba las últimas brazadas con resignación.

—Ni haciendo trampas puedes conmigo, como de costumbre —dijo, arrimando su cara a apenas un palmo de la mía.

—Eres casi una profesional. Necesitaba algo de ventaja —dije en mi defensa.

—Qué poco caballeroso. ¿No sabes tratar a una pobre chica o qué?

—No te hagas la víctima, que de pobrecita tienes poco.

No me dejó reaccionar. Lanzándose sobre mí, apoyó las dos manos sobre mi cabeza y utilizando el peso de su cuerpo me hundió en el agua. No se contentó con eso. Presionó con todas sus fuerzas para mantenerme bajo el agua. Pese a mis esfuerzos, no conseguía subir a la superficie, así que utilicé una técnica algo sucia, lo reconozco: le agarré las tetas.

Me soltó de inmediato y subí a la superficie como un geiser.

—¡Eres un cerdo! —exclamó cuando asomé la cabeza.

No pude responder enseguida. Intentaba recuperar el aliento.

—Casi me ahogas —me defendí, tras unos segundos—. ¿Qué pretendías?

—Pobrecito… —se burló.

Volvió a lanzarse sobre mí, echándome su peso encima hasta hundirme de nuevo. Sin embargo, esta vez me soltó a los pocos segundos. Quizá por miedo a que volviera a usar mi más que efectiva técnica de escape.

—Eso por guarro —me espetó.

—Te vas a enterar —la amenacé.

Me abalancé hacia ella. Trató de huir, aunque solo consiguió darme la espalda y avanzar unos metros. La cogí de la cintura y alzándola usando todas mis fuerzas, la dejé caer después en el agua, hundiéndonos juntos. Traté de arrastrarla hasta el fondo. Ella se resistía, pero no conseguía soltarse. Tras unos segundos, la liberé y subió a la superficie.

Sin embargo, no me parecía suficiente castigo, por lo que subí aprisa y volví a agarrarla por la cintura para volver a hundirla de nuevo. Esta vez, sin embargo, se resistía con más energía y no era capaz de derribarla. La rodeaba con mis brazos pegando todo mi cuerpo a su espalda, aunque pronto la solté. ¡Joder!, me dije. Me percaté que mi miembro estaba totalmente pegado entre sus nalgas y estaba empezando a reaccionar con el roce.

No lo vi venir. Utilizando las dos manos, me salpicó agua a la cara. Creí que se había dado cuenta. Y pensaba en ello algo azorado mientras trataba de limpiarme los ojos que me picaban por el cloro, cuando sentí un tirón en el bañador. Al abrir los párpados no vi a mi prima. Había desaparecido. Cuando quise darme cuenta de lo que sucedía, advertí que Mónica estaba bajo el agua y yo había perdido el bañador. Estaba completamente desnudo y mi prima buceaba hacia el otro extremo de la piscina con el bañador en sus manos como trofeo.

Salió por las escaleras exhibiendo el bañador en una mano y una sonrisa triunfal en la cara.

—¿Has perdido algo, primito?

—¡Devuélvemelo! —grité— ¡¿Qué haces?! ¡¿Estás loca?!

—Ven a por él. Si vienes hasta aquí te lo devuelvo.

—¡Tíramelo! —le exigí.

Negó con la cabeza. Llegué a la conclusión de que era inútil insistir, así que nadé hasta las escaleras.

—Está bien, ya estoy aquí. Devuélvemelo ya.

No me respondió. Sonrió, dio media vuelta y se alejó de la piscina caminando hasta la tumbona.

Aquello hizo crecer mi indignación, pero esto no era lo único que crecía en mí. Observé que la parte inferior del bikini era una tanga que dejaba ver dos glúteos redondeados y carnosos que le hacían un trasero realmente espectacular, y con aquella majestuosa visión no pude evitar, pese al enfado, que me excitara como un animal en celo.

—¿Vienes a por él o no? —me retó.

Se había sentado en la hamaca y tenía las piernas cruzadas.

—¿Te da vergüenza que te vea desnudo o qué? —preguntó de nuevo mientras me miraba detenidamente.

—Para nada —dije, y sin más dilación, comencé a subir las escaleras de la piscina.

Le cambió el gesto en cuanto me vio desnudo por completo. Seguro de mí, me detuve al alcanzar el borde de la piscina para que me viera bien. No me miré, pero sabía perfectamente que exhibía mi falo en su total plenitud, apuntando al cielo azul inmaculado de aquel día de verano en Denia.

—¡Vaya! —exclamó— Creí que…

Comencé a caminar hasta ella sin inmutarme, mirándola fijamente a los ojos. Ella, sin embargo, tenía su mirada algo más apartada, fija en mi entrepierna.

Me detuve al llegar junto a ella. Apenas había un par de palmos entre mi glande y su cara.

—¡Joder, Axel! Menuda…

—¿Me lo devuelves ya? —pregunté de mala manera, tendiendo mi mano.

—¡Ay, hijo, qué aguafiestas! —dijo, tras lo cual me devolvió el bañador.

Entrándolo por un pie, después por el otro, me lo coloqué despacio ante su atenta mirada. De hecho, me costó terminar de ponérmelo. La erección era demasiado grande para que fuera una operación sencilla.

Sin decir una sola palabra más, me tumbé en la otra hamaca. Ésta estaba totalmente pegada a la de mi prima, que recostada en la otra no perdía detalle del bulto que sobresalía del bañador.

—Tus amigas deben quedar más que contentas… —insinuó, dibujando en sus labios una sonrisa pícara.

—Mucho —dije.

—Entonces, ¿te has estrenado ya?

—Por supuesto.

Mi prima me observó detenidamente unos segundos.

—¿En serio?

No pude mentir.

—No —respondí, incapaz de mirarla.

—¡Lo sabía! —dijo— ¿Y cómo es posible? No eres feo.

—Ni fácil.

—¿Estás diciendo que yo sí lo soy? —preguntó, enderezándose.

Me encogí de hombros.

Si mediar palabra, en un movimiento rápido que me cogió por sorpresa, se colocó de rodillas sobre mi hamaca.

—¿Me estás llamando facilona? —repitió.

—No —dije yo, violento por tener a mi prima encima, con sus pechos a la altura de mis ojos, las piernas a ambos lados de mi cuerpo—, solo que yo no lo soy.

—¿Te gusto? Tu amiguita se ha puesto muy contenta al verme.

Me miraba detenidamente. Parecía querer detectar cualquier atisbo de duda que delatara si mentía.

—No estás mal —respondí. No me dio la gana confesarle que no sabía cómo era capaz de contenerme. El hecho de que fuera mi prima, sin duda, me obligaba a ser cauto. Si daba un paso en falso podía ser catastrófico.

—¿Qué no estoy mal? —preguntó. Por su tono, deduje, parecía ofendida. Miró hacia abajo, hacia mi entrepierna, al bulto había vuelto a crecer bajo el bañador— Pues parece que a tu amiga le gusta bastante lo que ve.

No supe qué responder. Solo podía observar sus ojos castaños, sus labios carnosos. El corazón me latía a mil. Tragué saliva, y ella se dio cuenta. Sonrió un instante, y mientras lo hacía, sentí que su mano me agarraba mi miembro por encima del bañador.

—¡Dios! —exclamé, sorprendido, dando un respingo— ¿Qué haces?

—¿No te gusta?

Comenzó a deslizar su mano a lo largo de mi pene, de arriba abajo.

—Sí, claro —balbuceé—, pero…

—Somos primos, ¿no? ¿Eso ibas a decir?

Asentí con la cabeza.

—¿Y eso qué más da? —preguntó, y acercando sus labios a mi boca me besó e introdujo su lengua húmeda y caliente como si quisiera devorarme allí mismo, sobre aquella tumbona del jardín, en crudo.

Unos segundos después, o minutos, qué sé yo, abrí los ojos que instintivamente había cerrado y la vi mirarme con curiosidad, como si me estudiara, como si pretendiera diseccionarme, sin dejar de deslizar su mano por mi pene, aunque, no sé cómo ni cuándo, advertí sorprendido que se había desecho del bañador y lo acariciaba directamente. Podía sentir su mano caliente masajeando mi miembro de arriba abajo, la mano aferrada completamente a su alrededor.

—¡Joder! —exclamé, volviendo a cerrar los ojos.

—No te corras aún, primo, que quiero disfrutarla un poco más —y soltándola, volvió a besarme y a introducir su lengua en mi boca mientras comenzaba a moverse y rozar su sexo cubierto aún por la tela del tanga con mi pene ahora totalmente libre.

Me agarré a sus pechos. Me molestaba el sujetador del bikini. Traté de desabrocharlo. Lo conseguí al tercer intento, pues reconozco que entre los nervios y mi escasa experiencia no estaba muy ducho en el arte de arrebatar la ropa interior a una chica. Ella seguía a lo suyo, devorándome, aunque advertí que le gustó sentir mis manos sobre sus voluminosos pechos desnudos. Un suspiro, seguido de un profundo gemido, me confirmaron de inmediato que le gustaba que se los acariciara.

—Como me pones, cabronazo —me susurró al oído poco después—. Menuda polla tienes.

Volvió a agarrármela con una mano y a masturbarme. Mientras, comenzó a besarme el pecho y a pasear su lengua por mi piel, bajando poco a poco por mi torso hasta mi abdomen y de ahí, sin dejar de acariciar, llevó su boca sobre el glande mientras me miraba y de un bocado, hizo desaparecer toda mi polla en su boca.

—¡Joder! —exclamé.

No daba crédito. Mi prima, aquel pedazo de hembra, me estaba comiendo la polla allí mismo, en el jardín, delante de la piscina, mientras mis tíos habían ido a hacer la compra. Miré a mi alrededor, alarmado al recordar la situación. Solo faltaba que aparecieran mientras su hija estaba sobre mí y se estaba tragando mi polla como si no hubiera un mañana. ¡Y cómo lo hacía! Si seguía así no iba a tardar mucho en dar frutos sus mimos, y así se lo hice saber.

—Ni se te ocurra —me dijo, sacándosela. Y con la agilidad de un gato, se encaramó de nuevo hasta mi cabeza y hundió su lengua en mi garganta—. No te libras de que te desvirgue ahora mismo y me hundas hasta el fondo ese pollón.

Continuó devorándome un par de minutos, o más, no sé. No estaba yo para mirar el reloj. Y mientras mi atención se centraba en su boca, en masajear sus tetas, con aquellos pezones gruesos y duros como avellanas, sentí que volvía a agarrar mi polla. Al bajar la mirada vi sus intenciones: se había apartado el tanga y colocaba el glande en la entrada de su vagina. Se enderezó, y dejando caer su cuerpo sobre mi miembro, éste entró de golpe en aquella cueva húmeda y caliente al tiempo que mi prima lanzaba un gemido que en aquel momento estaba convencido de que habían oído la mitad de los vecinos de los chalés colindantes.

Empezó a subir y bajar el cuerpo, sacándose e introduciéndose de golpe mi polla. Lo hizo varias veces. Perdí la cuenta. Después buscó una mejor postura. Colocó sus pies sobre la tumbona y de aquella guisa, a horcajadas, sujetándose en mis hombros, volvió a subir y bajar rítmicamente mientras cerraba los ojos y gemía de forma escandalosa, mordiéndose los labios, murmurando entre dientes, entre suspiro y suspiro: «¡Joder, Axel, qué pollón!», decía. «¡Dios mío, qué dura! ¡Sí, así, no te corras, te lo ruego! Aguanta, primo. Aguanta, primito mío. Sígueme follando…»

En condiciones normales, seguro que no habría aguantado más de media docena de embestidas sin alcanzar a un espectacular orgasmo. Hacía días que no me masturbaba. Pero tener a mi prima allí encima, en el jardín de aquel chalé a las afueras de Denia, temiendo que los alaridos llegaran a oídos de algún vecino y, sobre todo, que mis tíos aparecieran en cualquier momento, no me dejaban concentrarme en lo que debía, aunque por fortuna aquello no parecía afectar a mi miembro, que seguía tieso como una estaca.

—¿Qué te pasa? —escuché de pronto preguntar a mi prima que, sudorosa y sin dejar de follarme y relamerse en cada embestida, me miraba sin comprender—. ¿Te molesta o algo…?

—No… —respondí, mis manos sujetas a sus caderas, ayudándola a seguir el ritmo—. ¿Y si aparecen tus padres?

—¿Mis padres? ¿Te estoy echando el polvo del siglo y piensas en mis padres?

—Es que como aparezcan…

—Tú fíjate en estas dos —dijo, agarrándose las dos tetas y metiéndomelas materialmente en la cara—, ¿no te gustan?

—Me encantan —reconocí de inmediato echando mano a una.

—Pues cómetelas y concéntrate, ¡joder! Olvídate de mis padres. Fóllame como es debido y te prometo que no será la última.

Le hice caso, como no podía ser de otro modo, y lancé mi boca hacia sus pezones. Los chupé, los succioné. Primero uno, luego el otro, mientras agarraba sus pechos con ambas manos y la ayudaba además en el sube y baja, también empujaba con la pelvis siguiendo su ritmo, hasta que un tiempo después, sin avisar, me corrí dentro, un orgasmo bestial como nunca antes, orgasmo que anuncié con un fuerte gemido y con un escalofrío que recorrió mi cuerpo de pies a cabeza.

—¡Mierda! —exclamó mi prima— Te has corrido dentro.

—Lo siento —dije.

—No pasa nada —dijo ella, sin dejar de moverse—. ¡Sigue, sigue, por favor! —me imploró— No pares ahora.

Empezó a aumentar el ritmo de las embestidas y a jadear con más fuerza. Sudaba a chorros. Tenía la cara descompuesta, los ojos vueltos, la boca abierta como un besugo buscando aliento fuera del agua. Se agarraba a mis hombros, sobre los que tenía las uñas hundidas, hasta que con un largo gemido y mientras me abrazaba la cabeza sobre sus pechos, que comencé a devorar con fruición, me anunció descompuesta que se corría.

—¡Joder! ¡Joder! —gritó para certificarlo y terminar con un brusco estremecimiento, desplomándose después en mis brazos, exhausta.