Mi primera vez con el profe... (1/2).
Una alumna universitaria va a sentir la mejor serie de orgasmos de su vida en una sesión de sexo con su maduro profesor...
El título de este relato debería haber sido algo más completo, para expresar todo lo que sentí en aquel momento, algo así como: “Aquella primera vez con mi maduro profe..., me volví loca...
No puedo dejar de confesarles lo ocurrido aquella tarde en el despacho de mi profesor.
Aquella mesa de madera fue el trono en donde aquel maduro profesor me llevó al cielo por primera vez.
Aquella mesa de madera fue la base en que disfruté como una perra y donde me corrí en tan solo una hora decenas de veces y como nunca me había corrido.
Aquella mesa de madera o más precisamente uno de sus bordes, su lateral y parte del suelo se llenaron de mí y de él.
Luego vendrían muchas veces más, a cada cual más intensa y satisfactoria.
Hoy les relataré los antecedentes y aquella primera tarde en donde partes seguidas... Hoy y mañana...
Aquel encantador maduro tenia de nombre José Miguel.
Necesito confesar todo a alguien y me ha parecido lo más inteligente, hacerlo de manera anónima. Lo llevaba dentro y al confesarlo consigo compartir esas íntimas sensaciones con ustedes. Me liberaré y de paso volveré a disfrutar al recordarlo con todos los detalles.
Ya estoy mojada.
Me llamo Andrea.
Como supondrán los nombres no son los reales.
Tenía 19 años cuando mi cuerpo vibró de aquella manera, aquella primera vez.
Sé que soy especial... Soy muy caliente. Creo que más caliente de lo normal.
Soy heterosexual con alguna predisposición bicuriosa. Me encantan especialmente los hombres maduros. Había tenido alguna relación con alguno chico de mi edad en ocasiones especiales, pero realmente mi disfrute del sexo venia en la intimidad, cuando me tocaba en la intimidad de mi dormitorio. Así era hasta aquella tarde gloriosa...
Podía estar sacándome orgasmos casi infinitamente.
En las pocas conversaciones con mis amigas, había descubierto que mi coño era incansable, era capaz de que saliesen orgasmos prácticamente de manera infinita cuando me ponía especialmente a pensar en sexo con maduros.
Me tocaba constantemente, prácticamente todas las noches, especialmente hasta que lo conocí a él, leyendo relatos de sexo con maduros en todorelatos.
Desde que le conocí, me empecé a tocar cerrando los ojos y pensando exclusivamente en él.
Mi cuerpo era normal cuando empezó el curso. Nada extraordinario, sin ser nada especial, según creía entonces.
Hasta aquel maravilloso instante de mi primera vez con mi profe, sentía que ningún hombre maduro me miraba de ninguna forma especial.
Todo cambió cuando lo conocí.
Siempre me han gustado maduros. Creo que desde siempre, incluso sin saberlo.
Me sentía normal, me vestía normal, una chica del montón. Ni fea ni guapa.
Cuando le vi por primera vez, mi sexo se humedeció. Creo que no pude dejar de parpadear.
Al ser tímida no me atreví a preguntarle nada. Así pasaron semanas.
Cuando el primer día de clase, repasando la lista de alumnos, dijo mi nombre, sentí mi cara enrojecer.
Desde aquella noche mis orgasmos salieron en su honor. Lo imaginaba de todas maneras y posiciones follándome, siempre con aquella enorme polla.
En mi imaginación le atribuí una enorme polla, grande, gruesa y con un glande enorme, rosado y brillante. Las dos o tres venas que circundaban el cuerpo de aquel maravilloso pene le infligían un atractivo sexual que desataba en mí, unas humedades hasta aquella noche desconocidas.
Me imaginaba como me follaba de decenas de maneras y posiciones.
Me imaginaba como me penetraba por todos mis oricios.
Me imaginaba aquella enorme polla en mi boca hasta sentir su preciado néctar caliente dentro de mí.
Sin haber probado el semen ninguna vez, me imaginaba el sabor del suyo como algo sabroso, caliente e incluso nutritivo para mi piel y mi interior.
Me imaginaba tragando y tragando una y otra vez aquel maravilloso néctar.
Aquella celebre primera madrugada, mientras me dormía, pensando en él, me prometí que todo cambiaria.
En mi mente organicé un plan de ataque. Cambiaria todo en mí. Si no lograba conquistar a aquel deseado profe, conquistaría a cualquier maduro que me gustase y que fuese parecido a él, si acaso no podía conseguirlo.
Lo primero era que me deseasen. Que él pudiera desearme.
Quería que me empezasen a mirar con deseo todos los hombres maduros que me encontrase, especialmente él.
Empecé a hacer ejercicio para fortalecer mis músculos y que mi culo se hiciese más respingón y deseable. Todas las mañanas hacia una tabla de ejercicios que incluía decenas de sentadillas.
Pedí dinero a mi padre y compré varios conjuntos de ropa más deportivos, ajustados, de colores pasteles que realzasen mis formas.
Cambie de peinado. Miré decenas de videos de maquillaje.
Poco a poco empecé a cambiar, aunque sin hacer un cambio brusco. Fue todo poco a poco, durante semanas.
Soy demasiado tímida y aún no me atrevía a mirarlo de esa forma que todos ustedes saben.
Miraba de reojo a los maduros que me cruzaban, poco a poco, ya se empezaban a fijar en mí con cara de deseo. Él aún no.
Empecé a ponerme un perfume que la dependienta de la perfumería me había recomendado. No era nada especial, era de Dior, pero era muy sensual, concretamente Poison.
Aquella fragancia oriental me ayudaría a conquistarle.
No les había dicho que estudiaba en la Popular de Veracruz, cursando Ciencias de la Salud y José Miguel nos impartía una asignatura optativa de nombre: Coaching Nutricional.
Empecé a cambiar mis hábitos de alimentación gracias a los descubrimientos que él nos aportaba. Poca o ninguna azúcar, control de carbohidratos, las justas grasas saludables, mucha verdura, nada de refrescos.
La finalidad de la asignatura era procurar a nuestros futuros pacientes, dietas equilibradas para controlar el peso y además enseñarles a interiorizar hábitos saludables.
Gracias a mis propósitos y a sus enseñanzas en apenas cuatro o cinco semanas, me sentía, más sana, más esbelta y mucho más cachonda..., muchísimo más cachonda.
Especialmente mucho más cachonda. Pueden creérselo amigos, comer sano y hacer más ejercicio te pone más caliente... Es mano de santo.
Cuando apenas había pasado un mes y medio, nos mandó un trabajo que tuvimos que leer públicamente en clase. Era una propuesta de dieta y ejercicios para una hipotética clienta con sobrepeso. La clave del trabajo además de las sugerencias nutricionales y de ejercicios, era ayudar con trucos para favorecer el trabajo de generar los hábitos.
Solo le reseñe tres trucos, que obvio aquí por no venir a cuento, pero al terminar me dijo que era un trabajo excepcional. Al final de la clase me llamó para decirme que me había puesto la máxima nota.
Noté como el perfume parecía embriagarle, o al menos eso deseaba, pues creí que durante unas décimas de segundo cerro los ojos para olerlo.
Me miró a los ojos cuando me daba la enhorabuena. Puedo decirles a todos ustedes que tuve un orgasmo. No soy de gritar con mis orgasmos, pero no pude evitar cerrar los ojos en ese instante mágico. Él se dio cuenta de aquel gesto involuntario, cerrar los ojos mientras tragaba saliva.
- ¿Andrea, te ocurre algo?
- No, profesor, no me pasa nada. Un pequeño malestar del estómago.
- Cuídate Andrea, eres la mejor alumna de clase y debes seguir así. Por cierto, ya os dije, que me llamaseis por mi nombre. Ok. Por cierto, el perfume que llevas es especial.
No fue lo que dijo sobre el perfume, sino como lo dijo. No había en sus palabras nada especial, pero mi intuición femenina me decía que el pez había picado en mayor o menor medida.
Al salir de clase, ya notaba que me estaba mirando mi culo. Desde aquel instante algo cambió en nuestra relación. Según las notas de aquel ejercicio, me colocó en primera linea de mesas, justo enfrente de él. Sus miradas a veces se dirigían a mis pechos, que ya destacaban mucho más que antes, gracias a mis ejercicios y a mi nueva ropa. No me miraba con morbo, era muy serio en eso, pero mi intuición me decía que algún pensamiento lujurioso le empezaba a rondar por su cabeza.
No me equivocaba.
Días después me nombró tutora de uno de los grupos de estudiantes dadas mis buenas notas. A los cinco tutores de grupo nos citó aquella semana para darnos las instrucciones y criterios generales para el trabajo final de curso que empezábamos en ese segundo trimestre.
Nos liberó de algunas clases para poder trabajar. Todos los viernes por la tarde le daríamos las novedades.
Mi cita era la última, aquel viernes.
Cuando entré en su despacho me sonrió, me hizo sentarme, hablamos del trabajo y diez minutos después me estaba follando brutalmente...
Los detalles mañana...
(De momento les confieso que he tenido que tocarme).
PEPOTECR.