Mi primera vez como nena

Un hombre casado descubre los placeres del transformismo.

Cuando llegué a la casa luego de un día de trabajo me desvestí porque hacía un calor insoportable en Medellín, quedando sólo con unas pequeñas tangas blancas transparentes y con hilo dental que atravesaba mis nalgas. Mi esposa estaba de viaje. Se había ido en horas de la mañana. Antes de salir me sonrió diciéndome que me había dejado un regalito para que me entretuviera. Era un viaje de dos días.

Me serví un trago de ron en las rocas, encendí un cigarrillo y prendí el televisor. Mientras miraba las noticias recibí una llamada de mi esposa. Conversamos acerca de cómo le estaba yendo en Bogotá, luego me dijo que cuando abriera el closet encontraría el regalito en una bolsita. Al colgar el teléfono abrí el closet y saqué la bolsita, dentro estaban unos cucos de mi esposa blancos, enrollados. Al lado había una nota de mi esposa: " Amor, este regalito lo tuve puesto durante tres días, no está lavado sino usado, muy usado.

Quiero que lo beses, lo huelas y te masturbes con él. Te amo". Con la nota el chimbo se me paró. Abrí los cucos y efectivamente estaban usados, manchitas amarillas se veían en distintas partes. Fui a la cama y los extendí mientras me quitaba mis tangas. Acaricié mi chimbo mirando esos cuquitos de mi esposa que tenían encaje, en verdad estaban sucios, se notaba que se los había puesto durante varios días, además de las manchas se le veía uno que otro pelo que debía provenir de su chimba que mantenía con poco pelo porque se la afeitaba. Del culito no porque era lampiño. Aceleré mi masturbación acercándome a olerlos, luego los enrollé en el chimbo y un nuevo masaje frenético mojaba más mi verga. No sé por qué ni en qué instante que recónditos deseos inconscientes afloraron, pero me dio por ponérmelos. Con esos cucos puestos me miré en el espejo y me excité más de la cuenta.

No podía creerlo, estaba muy alborotado. Me volteé para mirar cómo me veía el culo. La imagen que mostraba el espejo me dejó sorprendido: unas nalgas sabrosas con unas tangas femeninas, las moví. ¡Vaya si estaba excitado! Juro que el chimbo me creció más que lo usual. Sentí la necesidad de hacer más, parecía un autómota, así que fui al closet y busqué con manos temblorosas entre los zapatos de mi mujer unas sandalias rojas, descubiertas, de tacón alto. Aunque mis pies son pequeños me quedaron un poco apretados. Casi no me los pongo del temblor que tenía.

Comencé a caminar como una nena, contoneándome, mariquiando solo, me sentí loca. Sí, era una hembra. Donde mi esposa me viera no sé que haría, sexualmente es muy liberal pero no sé hasta dónde aceptaría, de todas maneras me sentí muy bien. Fui al espejo moviendo el culo, caminando con quiebres, me paré frente a él y comencé a moverme y a hacer poses. ¡Qué locura! Creo que en esos momentos solté la mujer que todos los hombres llevamos dentro, salió a flote mi lado femenino y me sentí, qué susto, una nenita. Nunca había sentido atracción por el travestismo. Al contrario, lo detestaba, me parecía una aberración ofensiva. Siempre me consideré muy macho, había tenido mis mujeres a las que les hacía el amor con pasión sintiéndolas cómo pedían más y más. Pero allí estaba yo, sometido a esa sensación de ser mujer, rendido a la transformación, más nena que esas mujeres que me había comido. Puse música y comencé a bailar sola, ya me decía en femenino. Entendí por que los travestis se movían y hacían gestos: querían soltar su parte femenina, cambiar el gesto y el carácter masculino. Fuera lo que fuera el gusto de sentirme una nena se apoderó de mí. Me quité los cucos y me observé con los zapatos, desnuda y con el gallito a cien.

Una mano fue a mi tetilla izquierda a acariciarla, con la otra inicié una masturbación mientras movía mi culo y hablaba sola con voz cambiada: "Soy una nena, sí una nena, maricona,...soy una putita loca...oh,oh,...ah,ah,...me siento divina, divina,...ah, que excitación.....ay,ay,...quiero que todos me vean, sí, sí, que vean la loca que hay en mí...soy una nena, una loca...soy una nena", seguía diciendo, casi cantando, haciendo quiebres, mandándole besos a la imagen que se reflejaba en el espejo y comencé a moverme más y más, mi mano izquierda acarició mis nalgas, la derecha masajeaba el chimbo.

Abrí las nalgas volteándome hacia el espejo, miré mi ano abierto, "Quiero que me coman esta cuca tan divina...oh...oh...sí que me cojan como una mujer...o quiero una verga que me penetre, que me haga suya que me dome...ay,ay, que huequito tan lindo" resoplaba, mientras el dedo índice de mi mano izquierdo comenzó a acariciarlo, dándole masajes y luego penetrándolo, lo entraba y lo sacaba. "Ah,ah,...qué culiada, qué hermosura...estoy cogida..aha, ah,aya,oh,...ah...quiero ser una nena, soy una nena...ah,ah". Solté mi verga y sólo me dediqué al dedo, me masajeé duro, estaba tan excitada que lo metí de un tirón fuerte hasta el fondo, mi lechita salió a borbotones, parecía el chimbo una manguera a toda presión arrojando agua. Quedé sudando, exhausto, no mejor exhausta, sí cansada. Me dormí un poco asustado por lo que había hecho. Me dio asco y juré que no lo volvería a hacer.

Al día siguiente fui a mi oficina a trabajar, pero lo que había ocurrido la noche anterior me daba vueltas en la cabeza. Me estaba excitando de pensar en vestirme de mujer otra vez. Traté de alejar esos pensamientos y dediqué mi mente a recordar las mujeres desnudas que había tenido. Pero la nena de la noche anterior se volvía a meter. Desesperado me fui a caminar por las calles del centro de Medellín. Mi mirada se posó en un almacén que vendía zapatos de mujer. Me acerqué a la vitrina y excitado de nuevo comencé a mirar. Había de toda clase pero mi mirada se detenía en aquellos que eran descubiertos, de tacón alto o de plataforma.

Todos eran preciosos. Me concentré en unas sandalias blancas, de correa, que en la parte delantera tenían un moño, no eran de tacón sino de plataforma mediana, color café, como tipo corcho. Dudé en entrar hasta que lo hice preguntando cuánto valían y si me los cambiaban que eran para un regalo. Los escogí de una talla mayor que la de mi esposa. Luego bajé a unos almacenes que venden joyas de fantasía y me compré cuatro pares de aretes de presión. Después entré a una tienda de sex-shop y compré una peluca rubia de pelo natural. Volví a la ofician esperando que fuera la hora de salida. Estaba muy alborotado.

Cuando llegó la tarde salí apresurado en mi carro hacia el apartamento, no veía la hora de colocarme los zapatos. Entré al apartamento y me desnudé, mi gallito estaba parado por completo. Temblorosa y ansiosa fui al closet de mi esposa, le saqué unas medias negras con ligueros, unas tangas rojas, transparentes, de triángulo en la parte de atrás y sus cosméticos. Comencé a ponerme las medias, caso ni me las pongo del temblor de mis manos, luego los ligueros, enseguida los cucos y por fin los zapatos que me quedaron perfectos. No quise ponerme brassieres porque me quedaban grandes, la próxima buscaría unos más pequeños. Caminando como una loca me fui hacia el espejo donde me pinté los labios de rojo fuerte, me eché colorete en las mejillas y un poco de rubor en la nariz y me coloqué un par de aretes largos, rojas con amarillo.

Luego la peluca. ¡Qué nena! ¡Qué locura! Allí estaba de nuevo hecho toda una mujer. Me lancé un beso al espejo yo misma. Fui al baño donde hay un espejo grande y largo a exhibirme, caminaba de un lado a otro haciendo poses mirando esos hermosos zapatos. Me gustaban dos poses: una de medio lado con un quiebre en la mano y alzando una pierna; la otra en el rincón, de espaldas mostrando mis nalgas con los cucos entre ellas y con las piernas cruzadas mientras mis brazos se alzaban sobre mi cabeza. Salí de la pieza y fui a servirme un ron, prendí un cigarrillo y me senté a beberme el ron. Mi sentado era como el de una mujer, bebía y fumaba como una mujer. Puse música suave y comencé a acariciarme el gallito. Estaba excitadísima.

Deseé ser más maricona, así que caminando y moviendo mi culo como la puta que ya me sentía, como la gatita que maullaba, como la perrita domada, aumenté el volumen de la música y sola comencé a hacer un strip-tease frente al espejo de la sala, a moverme insinuosamente y a mirarme por todas partes. Suavemente me quité los cucos, poco a poco, hasta que quedé sin ellos. Así, sólo con las medias, ligueros y zapatos seguí moviéndome sola, mis manos acariciaban mis tetillas, las cubrían, otras veces acariciaban mis nalgas. Me miré de nuevo en el espejo, desnuda y con el gallo parado, me sentía divina y comencé de nuevo un masaje a mi gallito: ¨Soy una nena...una nenita...soy una mariposa...ah,ah,...oh,oh, divina, divina...ay,ay,...oh,oh, qué placer...soy una mamita, mariposuda, sí,sí,sí, soy una puta..ah,..qué puta...qué maricona...ah,ah..", y mientras hablaba sola movía mi cuerpo como toda una mariquita, alzaba una pierna, doblaba las manos. Estaba al borde del orgasmo. Paré, me serví otro ron y fuie al computador.

Me metí a internet a buscar travestis y transexuales. Entré a muchas páginas: hermosas, divinas, arrechas, preciosas. ¡Quería verme así! Y lo que es peor: ¡que me vieran así! ¡Qué dicha exhibirme y que todos me digan nena, maricona, mujercita. Sí quería ser una mujercita frente a todos, deseaba que mi esposa me viera así, como la hembra con la que se casó y tarde se dio cuenta que de macho no tenía mayor cosa. Estaba desesperada deseando ser la sirvienta de mi esposa.

Me veía en tacones, con medias, faldita negra, delantal y gorro llevándole el desayuno. Era un sentimiento absorbente, estaba loca, era una loca, una verdadera mujercita. Comencé de nuevo a masajear el gallito. Ya no aguantaba más. Fui a la cama e inicié un masajeo anal, mi cuca, mi adorada cuca. En esas estaba cuando recordé el anillo masturbador con pilas que estaba en una cajita de aparatos eróticos que había comprado con mi esposa. Lo busqué y me lo puse en el gallito, regresé al espejo del baño, y lo prendí en el nivel más bajo. El anillo comenzó a vibrar y yo a moverme mariconamente mirándome en el espejo: "Soy tuya, dale papi..ah,ah,amor,...sigue...sigue..hazme llegar...oh,ah...soy tu mujer, tu mami..sigue...sigue...ah..ah". Prendí al máximo el anillo masturbador que me sacó la lechita mientras yo gemía como la nenita en que me había convertido.

Así fui por primera vez nena. A los dos días llegó mi esposa y le conté. Esto será otra historia.