Mi primera vez como escort
Como ustedes saben, me he pasado casi los últimos tres meses sin trabajo estable y obviamente son épocas un poco difíciles para cualquiera; sobre todo porque los ahorros se acabaron el año pasado y las deudas no perdonan un segundo. Con este encuadre supongo que no les costará trabajo comprender y perdonar mis actos de la semana pasada.
Como ustedes saben, me he pasado casi los últimos tres meses sin trabajo estable y obviamente son épocas un poco difíciles para cualquiera; sobre todo porque los ahorros se acabaron el año pasado y las deudas no perdonan un segundo.
Con este encuadre supongo que no les costará trabajo comprender y perdonar mis actos de la semana pasada.
Sucede que fui a la inauguración de la estética de una de mis amigas y ahí me encontré a Juliana, una vieja amiga que trabaja de modelo y de acompañante en sus ratos de ocio. Nuestra conversación fue trivial hasta que le pregunté como le iba con su trabajo de tiempo libre.
-Pues depende del servicio, hay veces que solo debes acompañar a alguien y pues se cobra muy barato; otras veces te llevan el fin de semana completo y tienes que cobrarles todo el tiempo que estés con ellos. me dijo como quien habla de un negocio común y corriente, como si se tratara de vender automóviles.
Mi asombro llegó a más cuando me dijo cuanto cobraba por un fin de semana completo: ¡¡entre ocho y diez mil pesos!! ¡caray!, y yo sufriendo por escasos mil pesos para pagar algunos gastos de la casa.
No podía ocultar mi asombro y poco después le conté que no tenía trabajo y que mi situación era un poco difícil. Y me dijo que si yo quería, me presentaría con algún cliente para que me ayudara aunque fuera solamente en estas épocas de mala racha.
No sonaba mal, y menos con unas copas encima así que le dije que sí y quedamos en llamarnos.
Toda la semana dejé el asunto en el olvido y repartí muchos currículos en busca de trabajo; pero el viernes recibí una llamada del banco solicitándome un pago mínimo de dos mil quinientos pesos o de otra manera cancelarían mi tarjeta de crédito. Recordé que apenas me quedaban mil quinientos pesos y que con ellos tendría que sobrevivir hasta que encontrara un trabajo y además me pagaran.
El panorama se volvió turbio de repente y desesperada le llamé a Juliana para preguntarle si no tenía algún cliente para mí, que estaba dispuesta a cualquier cosa con tal de conseguir dinero pronto Guardó silencio, suspiró profundo y me contó lo que ella haría por la noche.
Me bañé y me puse un vestido de cuello halter escotado por la espalda de satín rosa pálido que acompañé de unas sandalias altas casi del mismo color dejando al descubierto unas uñas recién cubiertas con esmalte de brillitos y, abajo de todo, un tanga blanco de tela casi transparente. No usé sostén porque el vestido no hubiera lucido y además, seamos sinceros: no lo necesito, mis pechos pueden no ser enormes, ni perfectos pero sí firmes.
El negocio consistía en acompañar a dos ejecutivos de cierta marca de comida rápida a una cena, comportarse lo más linda y amenamente posible y después llevarlos a la cama, saborearlos y dejarlos dormiditos en su habitación de hotel.
Durante la cena Fausto se sentó frente a mí; no era guapo, más bien al contrario: un metro sesenta y cinco, complexión mediana aunque con un poco de barriga, pero nada del otro mundo, piel blanca y ojos miel. Lo que le salvaba era su cortesía y correcto hablar; una elocuencia que me cautivó a los pocos minutos de conocerlo y que explicó su encumbrado cargo.
Andrés era todo lo contrario: más alto, como un metro setenta y cinco, piel morena y se le notaba un cuerpo trabajado; pero ese hombre no sería mío ya que Fausto me abrazaba continuamente, marcando su territorio, y Andrés se mostraba más interesado en el gran par de tetas de Juliana.
Como todos sabíamos en que terminaría la noche, y no tenía caso simular un cortejo; cada que podía me insinuaba a Fausto y para la sobremesa me acurrucaba en sus brazos hablándonos por lo bajo, forzando el susurro hasta que la calentura del tequila y la escasa luz del local donde cenábamos nos convencieron de que la noche sería hermosa y selló mi boca con la suya mientras Juliana me lanzaba una mirada de aprobación y tomaba de sorpresa a Andrés haciendo lo mismo.
Salimos de ahí muy tarde, alrededor de las doce de la noche, bromeando y riendo a carcajadas. Entre las bebidas y los arrumacos con Fausto mi peinado se había convertido en una maraña que solté apenas nos subimos al auto, en cuyo asiento trasero Fausto me besó y acarició cuanto quiso hasta que llegamos al hotel.
Apenas entramos a su habitación soltó el cuello de mi vestido y este cayó hasta mi cintura dejando libres mis senos para que su lengua los recorriera; fueron unas chupadas descomunales, como si nunca hubiera tenido a la mano unos pechos y ahora quisiera desquitarse. Los amasaba, besaba y chupeteaba furiosamente dejando inclusive marcas de sus chupetes en ellos.
Supongo que de repente recordó que yo no era solo un par de chiches y comenzó a acariciarme las nalgas, apretándolas con su mano libre y dando pequeños golpecitos Se notaba que era todo un experto en hacer sentir bien a una mujer porque no tardé en mojarme.
Cuando cerré los ojos para dejarme hacer, apretó su pulgar contra mi ano y no pude evitar un suspiro que seguramente se escuchó hasta la recepción. Movía sus manos con la habilidad de Eros así que sin darme cuente me fue llevando poco a poco a un sofá, donde se sentó y me paró entre sus piernas.
Bajó mi vestido hasta mis muslos y se me quedó viendo fijamente para después decirme que mi tanga lo estaba trastornando y que lo tendría que quitar. Mi vestido cayó al suelo y acercó su boca a mi entrepierna para tomar mi calzón entre sus labios y bajarlo lentamente.
Apenas me liberó de él me volteé para ponerle mis nalgas y mi culo en la cara; hecho que recibió con gusto y se aprestó a lamerlo y mordisquearlo haciéndome sentir que la columna vertebral se me derretía y mi frente se perlaba.
Cuando se aburrió me hizo voltearme y se bajó el pantalón ofreciéndome una verga dispuesta, muy dispuesta llegaba la hora de desquitar mi paga así que lo lamí, chupe, besé y metí en mi boca con ahínco; sacando de vez en vez gotas de líquido preseminal que con deleite tragué o embarré en mis labios.
Su verga tenía un sabor dulzón y disfruté cada centímetro de prepucio que llenaba mi cavidad bucal arrancándole suspiros, groserías y adulaciones baratas.
Acaricié sus testículos y metí uno por uno en mi boca, succionándolos suavemente mientras mi mano recorría su falo de arriba abajo sin darle un segundo de tregua; trabajando cada instante por la lluvia blanca.
Pero él era reacio y su lechita solo se derramaría cuando metí aquel hermoso cilindro entre mis pechos y los moví a su alrededor con parsimonia.
No saben cuanto lo disfruté: Se vino con mucha fuerza, embarrando mi pecho y mi cara. Gocé cada espasmo como si fuera mío y cuando terminó volví a meterlo en mi boca para que no le quedara una sola gota. Se le veía omnipotente y pleno, como un dios.
Nos quedamos largo rato en aquella posición: yo hincada en el piso recostada sobre uno de sus muslos y el sentado fumando un cigarro y jugando distraídamente con mi ahora revuelto cabello.
Después de un rato me dispuse a levantarme y a ponerme mi ropa, pero me jaló a la cama y me dijo que no había terminado todavía; que faltaba lo mejor y se recostó llamándome a hacerlo a su lado.
Me gustaba como tocaba mis nalgas, nadie más me había tocado así antes, como si se le fuera la vida en ello; las apretaba y golpeaba con una pasión que solo a los aficionados del fútbol les he visto.
Cuando se sació de mis nalgas me acostó boca abajo y untó saliva en su pene y en mi ano; me penetró sin preguntarme, sin avisarme y sin piedad de mis adoloridos gemidos; sin tomar en cuenta mis gritos y las lágrimas que caían en la almohada ni la sangre que embarraba su pene al desgarrarme.
Cuando el dolor pasó lo gocé tremendamente y me puse en cuatro. Él lo metía y sacaba dejándome ver estrellas alrededor y perdiendo idea del tiempo que me rodeaba. Tal fue el placer y por tanto tiempo que en un momento no pude evitar la fuga de una flatulencia que lejos de molestarle a mi amante, lo encendió y siguió escupiendo mi orificio y jalándome de las caderas con fuerza.
Las rodillas ya no me aguantaban y él no paraba de joderme; sus testículos pegaban contra mi depilada rajita y mis muslos se mojaban por los abundantes jugos que manaban de ella.
Con una mano alcancé mi clítoris pero el retiró mi mano bruscamente, demostrándome que él tenía el poder de mi placer. Eso me molestó y traté de vengarme metiéndome no solo su gorda verga, sino también sus bolas y arremetí con mis nalgas contra su vientre; pero lo único que logré fue una de las penetraciones más profundas y dolorosas de mi vida. Penetración que repetí hasta el borde donde el dolor y el placer se juntan.
Las lágrimas escurrían de nuevo y mi culito se encontraba más abierto que nunca; nuestro sudor se fundía en mis nalgas y el ambiente estaba lleno de ese olor propio de una buena culeada.
Me tenía ensartada hasta la base cuando terminó. Se retorció de una manera deliciosa, arqueó su espalda y me soltó, pero yo, ávida de leche me pegué a su cuerpo y no paré de moverme para poder exprimir por completo esa verga que se sacudía con vida propia.
Bajé al lobby y mientras esperaba a que Juliana terminara su servicio pensaba en todas las cuentas que podría pagar con lo que me acababa de dar Fausto.
Cuando Juliana llegó, me incorporé y sentí como algo fluía desde mi interior hasta mi delgado vestido para dejar una mancha informe de sangre revuelta con heces y semen Le sonreí a mi amiga y descubrí que algunas personas nacen para consultores, otras para abogados, vendedores o administradores; pero yo no había nacido para nada de eso.
Había nacido para esto.