Mi primera vez

Mi descubrimiento de la autosatisfacción.

MI PRIMERA VEZ

La primera vez que me masturbé tenía 20, no se puede decir que fuera muy precoz en esto (después me he desquitado convenientemente). Fue en un piso de estudiantes que compartía con otras dos compañeras, mayores que yo y más experimentadas.

Una tarde al volver de la facultad, las encontré riendo y hablando. Hablaban de otra estudiante y se reían de ella porque no sabía masturbarse. Yo, que también era ignorante, me sentí inmediatamente interesada.

Mientras escuchaba atentamente la conversación, para poder comprender en qué consistía la técnica, sentí que me invadía un calor arrollador, que nacía en mi vientre y me llenaba hasta desbordarme. Mi coño, inflamado y turgente, empezó a humedecerse con el relato de mis compañeras. Mis pezones se pusieron inmediatamente erectos, y yo tenía problemas para concentrarme en el relato.

Recuerdo que, a toda costa, intentaba disimular mi excitación y mi turbación, porque no quería que ellas llegaran a saber que, hasta ese día, yo ni siquiera sabía que las mujeres nos masturbábamos.

Ni que decir tiene que, en cuanto me fue posible, puse una excusa para irme a mi habitación a probarlo. Entré en mi cuarto, cerré por dentro y me desnudé por completo. Me acerqué al espejo del armario, mirándome en él de una forma diferente, desconocida, intencionada. Giraba sobre mí misma, desnuda, excitada, apasionada, mientras contemplaba mi cuerpo desde todos los ángulos posibles, ardiendo de pensar en lo que me esperaba.

Me acosté sobre la colcha de mi cama, con las piernas completamente abiertas y dobladas, y empecé a acariciar mi cuerpo entero dulcemente, como para despertarlo despacio: los hombros, los brazos, las piernas, la cara, el culo, las tetas, los pezones, bajando lentamente hasta mi vientre, mi monte de Venus y mi flor.

Con los dedos índice y corazón separé mis labios menores, los mayores se habían abierto como un clavel reventón, al separar los muslos cálidos y ávidos. Con los mismos dedos empecé a explorar mi sexo húmedo y ansioso. Lo sentía caliente, palpitante, rebosante de jugos sexuales, el néctar de los dioses.

El olor a hembra inundaba toda la habitación. Mi coño, suave y hermoso, recibía mis propias caricias con agrado. En un momento de inspiración, introduje el dedo corazón a través de mi vagina anhelante y un escalofrío delicioso recorrió toda mi espalda como una descarga de placer.

Con los dedos húmedos de flujos, empecé a acariciar mi clítoris. Encontré su cabecita, debajo de un capuchón de piel, especialmente suave y arrugada, y volví a cubrirla, porque la estimulación directa era tan eficaz, que terminaba por hacerme daño. Mientras tanto mi mente y mi cuerpo sentían con sorpresa, con deleite infinito, como crecía mi "botón mágico", alentado por mis dedos atrevidos y ágiles. Empecé a aumentar el ritmo de mis caricias ahí, en mi oscuro objeto del deseo, mientras las alternaba con otras tiernas en los pezones.

Mis manos, lujuriosas y hábiles, prodigaban cuidados placenteros, desde mis pechos hasta mis labios sexuales. Mi clítoris temblaba de placer a oleadas que recorrían mi cuerpo entero, adentrándose en mi vientre sediento, para distribuirse por todas mis células, como las ondas que se generan en un lago, después de tirar una piedra al agua.

En un momento sublime, extraordinario, mi vientre estalló como un volcán inmenso, gigante. Mi cuerpo sentía oleadas de placer y era recorrido por mil contracciones sabrosas, que se replicaban cada dos o tres segundos, haciéndome vibrar de goces desconocidos y arrebatados. Mi mente se dejaba inundar por sensaciones increíbles, mientras mi cuerpo temblaba jadeante: el corazón taquicárdico, la respiración entrecortada, el seno agitado, el cuello hiperextendido. Todo mi cuerpo y mi mente al servicio del placer desenfrenado, extático...

Poco a poco fui recuperando el pulso, la respiración, la conciencia de donde estaba, los ritmos ocultos y misteriosos de mi cuerpo y de mi alma. Permanecí un largo rato acostada en mi cama, intentado entender, recordando, mientras una sonrisa feliz, plena, cálida, se dibujaba en mis traviesos labios.