Mi primera vez
Tenía yo 19 años y él 28 cuando me hizo suya en la habitación de un hotel, una experiencia maravillosa que vale la pena recordar.
Fue hace 3 años cuando nos conocimos; nuestra relación se puede decir que es bastante peculiar, al menos en su inicio, pues nos conocimos chateando en una página erótica. Era 5 de diciembre, ambos estábamos solos y necesitábamos compañía él era diferente, era sensible, delicado, sus palabras comenzaron a llenarme de un calor ardiente, sofocante, y decidí tener una charla privada con él. Fue increíble, pasamos cerca de 5 horas haciendo el amor en la distancia, separados por casi 400 km., pero unidos por un deseo común. Nunca nadie me había excitado de esa forma, esa noche tuve uno de los mejores orgasmos de mi vida; creo que me daba morbo el hecho de masturbarme con un desconocido, explicarle como mis dedos recorrían mi sexo y se perdían dentro de él, y saber que él estaba haciendo lo mismo con el suyo, que se estaba acariciando y que le excitaba imaginarme desnuda, acariciándome solo para él.
Después de aquella noche e, inexplicablemente, me aterraba la idea de no saber nada más de aquel que se hacía llamar "Jonnhy", así que le pedí su número de teléfono y, durante cerca de un mes seguimos enviándonos mensajes; cada noche teníamos una cita el uno con el otro, y cada noche era una nueva experiencia. Aquel mundo para mí era desconocido, yo era virgen, y él me enseñó todo aquello que yo deseaba saber
De los mensajes pasamos a las llamadas. La primera vez que oí su voz no pude evitar sentir un escalofrío que me recorría la espalda; ciertamente lo deseaba con un amor sin fronteras, sin censuras, sin tabúes pero me daba tanto miedo su experiencia, su sabiduría, y mi ignorancia. Cuántas noches vimos amanecer juntos, tumbados cada uno en nuestra cama, desnudos, excitándonos con el sólo hecho de saber que el otro se encontraba al otro lado de la línea telefónica. Me excitaba tanto sentir su respiración mientras se acariciaba, oír cómo me explicaba con todo detalle lo que le gustaría hacer con mi cuerpo, cómo le gustaría poseerme y tenerme entre sus brazos. Me confesó sus fantasías, y yo a él las mías, desde las más pervertidas, hasta las más inocentes. Se puede decir que éramos la pareja perfecta en la cama, ambos deseábamos lo mismo, hacer el amor el uno con el otro sin ningún tipo de freno ni condición, y ese deseo nos llevó a conocernos personalmente.
El día que nos conocimos fue mi primera vez. Llevaba mucho tiempo esperando ese día, y he de decir que fue increíble. Al encontrarnos en la estación de autobuses, sin decir una sola palabra, él me tomó entre sus brazos y nos fundimos en un beso apasionado, húmedo, nuestras se lenguas se fundieron buscando saciar una sed que llevaba mucho tiempo ahogándonos. Cogiéndome de la mano, y en silencio, me llevó hasta la habitación del hotel que había reservado para nosotros aquel fin de semana. Una vez allí, me abrazó por detrás, mi cuerpo temblaba como una hoja pero, sentir sus besos en mi cuello me relajó hasta tal punto que me aislé del mundo, de todo aquello que nos rodeaba, y me dejé llevar por ese deseo que me abrasaba el alma. Sentí cómo sus manos se deslizaban por mi cuello y empezaban a desabrochar los botones de mi blusa, hasta dejar al descubierto mis pechos, pequeños pero redondos y tersos, cubiertos por un minúsculo sujetador transparente que dejaba entrever mis pezones, rosados y ya duros por la excitación. Los tomó entre sus dedos y comenzó a jugar con ellos sin dejar de besarme ni un solo instante. Podía sentir su respiración en mi nuca y su lengua acariciando el lóbulo de mi oreja, además de su miembro rozándome las nalgas, duro y caliente.
Me dio la vuelta buscando mi boca, su lengua recorrió mis labios y se introdujo descarada en mi boca para beber de mí y dejarme casi sin aliento, mientras terminaba de desnudarme. Retiró mi blusa y mi sujetador dejando que cayeran al suelo entre mis pies, miró mi pecho ahora desnudo por completo, y su boca dejó la mía para bajar hasta mis tetas; su lengua recorrió cada centímetro de mi cuerpo hasta la cintura, y aquí, se detuvo para dejar que sus manos se perdieran bajo mi falda y retiraran mis braguitas, deslizándolas suavemente por mis piernas, y arrodillado delante de mi, se perdió entre mis muslos. Podía sentir su lengua rozando mis labios, húmedos y enrojecidos por el placer, jugando con mi clítoris, duro y caliente como un pequeño pene, bebiendo mis jugos, tan abundantes ya que comenzaban a mojar el interior de mis muslos y sus manos agarrando mis nalgas, redondas y respingonas, sujetándolas con tanta fuerza que sentía sus uñas clavadas en ellas. Mis gemidos comenzaron a inundar la habitación, ya nada podía pararnos, tan solo importábamos él y yo, y nuestros cuerpos desnudos unidos en uno solo.
Me tumbó suavemente en la cama y se desnudó para mí. Por fin pude ver su sexo en todo su esplendor, allí estaba, arrogante, duro y turgente, esperando penetrar en mí con toda su fuerza. Aquella visión terminó por volverme loca y no pude evitar acercarme a él y recoger con mi lengua las pequeñas gotitas de semen que comenzaban a escaparse de su capullo. Poco a poco fui introduciéndolo en mi boca, llenándome de él, podía sentir como se iba excitando, cómo temblaban sus piernas cada vez que yo movía mi lengua acariciando su pene, cada vez que yo alargaba mi mano para tomar sus huevos en ellas y jugar con ellos al mismo ritmo que su polla entraba y salía de mi boca.
Finalmente él me apartó, volvió a tumbarme en la cama y, subiendo mi falda hasta la cintura me susurró al oído que había llegado el momento de poseerme. Deseaba que me penetrara, deseaba fundirme en una con él. Pude sentir como se iba abriendo camino entre mis labios, cómo iba introduciendo su polla caliente y dura, cada vez más profundamente. Con cada movimiento de su cadera se escapaba de mi garganta un gemido profundo e incontrolable y, el dolor que sentía en aquel momento, lejos de ser molesto, hacía el momento aún más excitante. Su miembro estaba ya completamente dentro de mí, llenando completamente mi húmedo coño; mis pechos bailaban con cada movimiento y él los tomaba entre sus labios, besándolos, recogiendo las gotas de sudor que ya cubrían mi cuerpo. Sentía sus huevos rozando mis nalgas, su dureza y calor poseyéndome una y otra vez y, finalmente, la explosión final, el orgasmo más intenso de mi vida. Los gemidos se hicieron más fuertes y, mirándole a los ojos, me corrí sobre su pene, empapándolo de mis flujos. Él se apartó para recogerlos directamente con su boca y después ofrecerme su sexo, para yo también disfrutar del sabor de mi propio coño.
Volvió a penetrarme, ahora con más fuerza; sus movimientos se hacían cada vez más rápidos y podía sentir como su respiración se iba acelerando, hasta que su leche me inundó por completo. Pude notar como se deslizaba su semen por mis muslos, como resbalaba por ellos. Con mis dedos, recogí aquella leche y los llevé a mi boca, deseaba estar toda yo llena de él.
Nos miramos el uno al otro, observamos la pequeña mancha de sangre que había quedado en las sábanas y, finalmente nos quedamos dormidos, abrazados el uno al otro, sudorosos y aún excitados por lo que acababa de pasar.
Unas horas después nos despertaríamos acariciándonos el uno al otro pero, esa es otra historia que contaré en otro momento.
Gracias por vuestro tiempo y, si algún lector desea ponerse en contacto conmigo tan solo tiene que enviarme un e-mail a la siguiente dirección: ladymariam_hood@yahoo.es . Espero que os haya gustado tanto como me gustó a mí.