Mi primera sesión - de pija a sumisa
Una chica descubre el bdsm
Si me lo hubiera dicho antes, hubiera dicho que, si me tomaban por loca, pero allí estaba yo en una mazmorra desnuda, con un plug en la boca, los ojos vendados, una siniestra canción de rock industrial alemán sonando en mis auriculares y de agarrando con mis manos la muñequeras que caían de una cruz de San Andrés y mis piernas abiertas paralelas a las aspas inferiores de la cruz.
Todo empezó leyendo La Atadura de Vanessa Duries, por lo que dicen la obra literaria cumbre del BDSM. En condiciones normales no hubiera leído aquella corta novela, pero una amiga de la facultad tomando un café me dijo medio asqueada que la había que tenido que dejar a la mitad.
La novela trata de una sumisa que es adoptada por un Amo y como juntos recorren Francia de mazmorra en mazmorra visitando amigos y conocidos del Amo y como en cada una de ellas la chica es llevada al máximo en sesiones a cada cual más dura.
Me picó la curiosidad y me baje de Amazon el libro y aunque he de reconocer que el libro es duro, en dos horas me lo despaché. Acabé excitadísima leyendo algo que una chica como yo, de buena familia, con un futuro prometedor y con un novio que solo la toma con luz tenue y a lo misionero, no debería leer.
Las paginas me envolvieron, leía con curiosidad por saber que vendría en la siguiente hoja, con el afán de conocer que sería de Laïka y como ella iba pasando de una cándida inocencia a una mujer sedienta de castigos.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando noté que mi entrepierna estaba encharcada y que necesitaba masturbarme pensando en mi como el objeto de las depravaciones de un Amo.
Después de aquello el runrún de la dominación entro en mi cabeza, tiré de los fácil y me lancé a leer las Sombras de Grey que por decirlo suave me parecieron una basura. Aquello era demasiado light y no lo sórdido y sucio que había imaginado en mi mente.
Lo dejé pasar como he dejado pasar muchas cosas en la vida, pero dos semanas después de aquello viendo un capitulo de la serie Vikings, en una escena donde una damisela es latigada por su amante en una mazmorra medieval, aparte de masturbarme como si no hubiera un mañana, no pude más y me metí en internet a leer sobre el tema.
Pienso que a lo mejor leí de más, puede ser. Leí sobre el por que, como el como, sobre las reglas, sobre los comportamientos, sobre el dolor, sobre la sumisión, sobre la obediencia, sobre el placer, sobre los collares, sobre los niveles, sobre todo. Me empapé de todo y de una manera natural un día me vi creando un perfil en una red social especializada en BDSM sobre todo con la idea de hablar en primera persona sobre el tema.
El perfil solo decía.
“estudiante universitaria busca adentrarse en el mundo de la sumisión”
En cinco minutos me llegaron multitud de solicitudes de amistad, algunos totalmente fuera de lugar con frases del tipo “quiero cagarte en la boca y que sepas lo que es ser humillada” o “me gustaría reventarte todos tus agujeros” hasta Amos que se presentaban educadamente algunos con un único “hola”.
Me leí cada comunicación que me llegó y la verdad es que estaba un poco perdida, hasta que recibí un mensaje de un tal Dom Jonás que me decía:
- Hola Amanda, me encanta saber que sabía nueva se interesa por nuestro mundo, solo te diré una cosa, huye de los sádicos y de los cientos de salidos que solo buscan incautas para echar un polvo fácil”.
Lo de los sádicos me intrigó, lo de los salidos me hizo levantar la guardia. No lo pude resistir y le contesté.
- ¿Sádicos?, ¿Por qué?
Pasaron unos minutos y el mismo chico me contestó.
- Amanda, los sádicos son gentuza que esta de vuelta de todo y lo único es que esperan es encontrar a una novicia con las que pasarse ya desde el primer momento, sin mantener los tempos, sin respetar el aprendizaje, sin consideración antes la sumisa.
Me quedé pensativa y contesté.
- ¿Y como se distinguen?
- Con su primera frase los reconocerás, sabiendo que no tienes experiencia cualquiera que te proponga, alguien que te proponga sesiones salvajes desde el primer día es alguien que no va a velar por tu seguridad.
Aquello me hizo pensar.
- ¿Y los salidos?
- Pues esos ni te cuento, aquellos que querrán quedar contigo para atarte y follarte, sin nada del espíritu del BDSM, simplemente follarte, no someterte.
La verdad es que durante unas semanas además de con Dom Jonás estuve hablando con siete Dominantes que me fueron conduciendo por el mundo del BDSM a la vez que me llevaban por su mundo. Unos fueron quedando en el olvido por que nuestra falta de empatía, incluso mutua, otros se fueron cayendo por que querían una sesión ya. Dom Jonás fue sin duda el que más se adaptaba a mi. Me explicaba con sencillez, simpatía e incluso cariño los pasos que debía seguir una sumisa como yo.
Cosas tan obvias como que en las primeras sesiones la cosa debía ir con calma. Que no se podía forzar la situación, que mi sumisión debía llegar fruto de la confianza, que podía llegar a donde quisiese, pero paso a paso.
La relación se fue haciendo cada vez de mayor confianza. Yo preguntaba y él me contestaba, el me contaba anécdotas y yo me mojaba pensando que podría ser yo quien atada a un potro recibiese el deseado castigo que otras antes que yo habían recibido de sus manos.
El sexo con mi novio seguía siendo como marcaban mis conservadores hábitos, cierto es que me moría por que me tomase duro, que me atase, que me incrustase su polla en mi boca, pero desde luego yo no se lo iba a pedir.
Fui yo la que le propuse vernos, pero Dom Jonás me dijo que le excitaba sobre manera ser él quien ya no en la teoría me introdujese en el mundo BDSM, pero que no quería que fuese tomando un café sino hacer la iniciación sobre el campo.
Me citó en una mazmorra, una de esas de las que me había hablado múltiples veces. Acepté sin pensarlo.
Dom Jonás me dio las instrucciones de como debía recibirle, desnuda, con mis sentidos anulados y presentada ante la cruz.
La sesión sería después de mis clases en la universidad. Me pasé la noche anterior que no cabía en mi, era un amasijo de nervios tal que incluso mi madre se dio cuenta que algo me pasaba. La mañana en la universidad fue horrible, y cuando iba en el cabify rumbo a la dirección dada creo que mi coño era liquido todo él.
Llamé a la puerta de la mazmorra. Una chica muy simpática me abrió. No tuve que decirle gran cosa, me condujo hasta una sala que era la cumbre de todos mis sueños más oscuros. Una autentica mazmorra medieval llena de cadenas cayendo del techo, látigos, palas, paletas, con un cepo, una jaula y en una esquina, la muy mencionada en nuestra conversaciones cruz de san Andrés.
Me entró un poco de rubor cuando me tuve que desnuda, allí en medio de un lugar desconocido, a la espera de ser vista por un desconocido y a pesar de que íbamos a ir poco a poco, ser mi cuerpo desnudo usado.
Faltaba un minuto para la hora señalada. Me puso los airpods en mis oídos, le di al play a la canción mandada por Dom Jonás, me puse la bola comprada en Amazon en la boca y finalmente un antifaz de Iberia que andaba por casa.
Abierto como estaba, mi coño chorreaba. No oía nada, no veía nada, no sentía nada hasta que una mano cogió mi muñeca y la amarró a la primera muñequera que caía de la cruz, continuó con la segunda y ya amarrada en las muñecas, amarró mis tobillos dejando mi cuerpo en tensión. Mi captor se separó de mi.
Un dolor tremendo estremeció mi espalda cuando Dom Jonás dejo caer abundando cera caliente por mi espalda, no me lo esperaba, no era lo hablado, grité de dolor, y este grito se vio respondido con un fuerte latigazo en una de mis nalgas, después otro, después otro y más tarde otro.
Quería gritar que me soltase, que me dejase ir, pero la bola en la boca solo me permitía dar gruñidos no entendibles.
Dom Jonás se dedicó a atormentar mi espalda con cera y mi culo con un látigo durante más de media hora. Me fallaban las fuerzas cuando me soltó y mi cuerpo cayó hecho un ovillo al suelo. El Dom me agarró y arrastrándome me llevo hasta una de las cadenas. Por medio de un mecanismos estas bajaron y el dominante agarró mis muñecas a ellas. Subió las cadenas y mi cuerpo quedó inerte colgando de ellas.
Me puso pinzas en los pezones, en mi clítoris y en los labios de mi sexo.
Al principio empezó dándome con un flogger alrededor de mi cuerpo. No solo daba en mis ya dolorida espalda, sino que iba alternando mi cuerpo andando a su alrededor. Mis pantorrillas, sexo, pechos, barriga, espalda e incluso brazos fueron recibiendo multitud de golpes con distintas contundencias. Me dio un poco de descanso dejando que mis pies tocasen el suelo. No tenía fuerzas, pero hacer el esfuerzo era mejor que estar colgada.
Un enorme pene de platico con motor profanó mi coño, y no paró de meterlo y sacarlos hasta que me corrí a gritos. Lo sacó de mi interior y ante. Mi más absoluta sorpresa penetró mi ano con un algo que luego descubrí que era una plug anal, de esos con diamante en la cabeza.
Volvió a la carga con una terrible látigo que, aunque bien es cierto que solo contactaba con mi piel en la punta, la punta deba un golpe que te hacía ver las estrellas. Un dolor intensísimo que recorría tu cuerpo entero. No me dio menos de 30 latigazos.
Abrió mis piernas colando en mis tobillos una barra separadora. Bajó las cadenas para adaptarlas a mi nueva “altura”. Un fustazo rompió mi calma, la fusta impacto en todo mi coño abierto, en pleno clítoris. No podía pensar que algo podría doler tanto. Me dio en el coño con saña y fuerza. Las pinzas iban desprendiéndose a cada golpe, aumentando con ello el dolor. Dom Jonás pasó de la fusta, primero al flogger y por último a la vara.
Cuando acabó con la vara no la soltó, sencillamente volvió sobre mis nalgas y con series cortas y contundentes dejó mi culo hecho una birria de dolor y por lo que pude ver después, de marcas.
Soltó las cadenas de golpe y caí al suelo, el Dom sacó su polla y me meo encima de amasijo de carne que era mi cuerpo. Parece mentira, pero lejos de escandalizarme, el liquido caliente me reconfortó.
Dom Jonás me cogió, me colocó en el cepo de desde detrás penetro mi coño con su dura polla y me bombeó hasta que noté como su cuerpo se tensaba. La postura había sido incomodisima Me había corrido dos veces, pero me era imposible decirle que no tomaba nada y que se corriese fuera. No hizo falta decírselo. Sacó su polla de mi dolorido coño y dando la vuelta al cepo me sacó la boca de la boca, me metió su polla y se corrió en mi boca llenándomela de lefa en varias abundantes corridas.
Me sacó del cepo y me dejó tirada mientras él se vestía y salía de la mazmorra. No se preocupó por mi, no me hizo el menor caso, ni me miro creo.
El hijo de puta no había cumplido con nada de lo hablado, ni había sido cuidadoso, ni había ido paso a paso, ni habíamos tenido una larga conversación sobre lo que íbamos a vivir, ni nada.
Me arrastré hasta donde había dejado mi bolso, estiré la mano y saqué de él mi móvil. Me metí en whatsapp, marqué su nombre y le escribí.
- Me maravillado, ¿Cuándo repetimos?