Mi primera prueba de obediencia

Mi primera prueba de obediencia: desnudo público. Dominación gay.

Hace ya mucho tiempo de esto. Es una 100% historia real ocurrida en el año 2001.

Tenía 23 años y acababa de volver a España de mi primer trabajo serio en sudamérica. Siempre había soñado con la dominación, pero nunca llegué a hacer mucho. Sólo un seudodominante me azotó y masturbó una tarde, pero nada que yo considerara muy serio.

Me metí en IRC, donde entonces se conocía a la gente en internet. No había apenas redes sociales. Entraba en chats de ligues vainilla, pero pronto fui también a varios chats de dominación/sumisión.

Hablaba con unos y con otros, pero todo se quedaba en un flirteo. Me daba miedo dar con la persona equivocada y que me acabara descuartizando aprovechando que me había dejado atar. Otros buscaban solo sexo de forma velada.

Entre ellos conocí al Amo Juan, iniciando una relación que dura hasta hoy en día. Desde el principio quedaron claras sus condiciones: quería sumisión, quería azotes… y quería exhibición. Y me pudo la prueba más dura.

“Para ser mi esclavo, tienes que salir a la puerta de tu piso desnudo durante diez minutos. Escondes la llave bajo el felpudo, y cierras la puerta detrás de ti. Si aparece alguien, no podrás ocultarte. Inventa cualquier excusa para justificar que estás desnudo. No me importa.”

En ese momento vivía con mis padres. La puerta de mi piso daba a un descansillo con otras cuatro puertas, y dos puertas de ascensor por las que podía aparecer mucha gente. Me exigió además que lo hiciera a una hora en que pudiera aparecer gente. Elegí las seis de la tarde: mis padres habrían salido, y tendría tiempo para tomar fuerzas y cumplir con el primer cometido que me mandaba mi Amo. Además, cumplía con el requisito de que fuera una hora en que hubiera actividad y la gente estuviera entrando y saliendo, subiendo y bajando.

Llegó la hora. Me desnudé. Llevé una toalla que dejé dentro del piso, en la entrada para poder decir que estaba en la ducha y se me cayó la toalla. Un reloj en la muñeca para medir el tiempo y las llaves en la mano. En seguida, las escondí bajo el felpudo y pegue el portazo. Las 18:02. Quedaban diez minutos hasta las 18:12. Una eternidad.

El corazón se me salía del pecho de lo fuerte que latía. Temblaba. No de frío, sino de nervios. Podría aparecer cualquier vecino, o vecino y me podía ver desnudo en la puerta. No tenía sentido para ellos. Sería un loco, y mis padres se enterarían.

Pasaron tres largos minutos, y paró el ascensor en mi piso. Mi tentación era salir corriendo para adentro. De hecho cogí las llaves para abrir. Había gente dentro, pero nadie abrió. Piso equivocado. Nadie salió del ascensor. Nadie me vio. Menos mal.

Después, a las 18:06. pasos en la escalera desde arriba hacia abajo. Era el otro peligro. Me podía ver un vecino deportista que subiera o bajara por las escaleras. De nuevo falsa alarma, pero cualquier ruido era una sobresalto. Había pasado la mitad de la prueba: 18:07.

Seguía allí de pie. Erguido. Tieso. Atacado de los nervios. Llegaron las 18:10 y nadie apareció. No podía más. Cogí las llaves y entré.

Inmediatamente, escribí un email a mi recién estrenado Amo:

“Son las 18:12. Ya he cumplido su orden de desnudarme en la puerta del piso. No ha ocurrido nada especial, salvo mis nervios.”

“Bien esclavo. Me gusta que sea así. Te pediré más pruebas de sumisión.”

Ingenuo, pensaba que ésa era la única. Fue la primera de muchas que he ido cumpliendo en 19 años.

Si deseas hablar sobre mi relato o contactarme, mi email es esclavo_sevi@hotmail.es