Mi primera orgía

de colo logré reunir a mis dos jóvenes enamorados en una misma sesión en la que, por si fuera poco, me cogieron por el culo.

Mi primera orgía.

Continuación de:

http://www.todorelatos.com/relato/32826/

En marzo del 88, mientras los adultos comentaban airadamente la situación política, rompí con Gerardo. Un pleitecillo, un arranque de celos, me dieron el pretexto para mandarlo a paseo. Al día siguiente estaba rogándome y, finalmente, le dije que no quería novios, sino amantes, y que no sería de nadie en exclusiva propiedad.

-¡Eres una puta!

-Si fuera una puta, pendejo, jamás me habrías gozado, porque con todo lo que tienes no te alcanzaría para pagarme un beso-, le contesté y me fui, muy ofendida.

Volvió a rogarme y a disculparse al día siguiente. Le canté cómo era el pedo y, finalmente, sacó la frasecita de Pablo Milanés:

-Te prefiero compartida...

-¡Me compartirías de verdad? –le pregunté.

-Si no queda mas remedio...

Lo besé, naturalmente.

Y el sábado siguiente llegué a casa de Manuel, sabiendo que gerardo estaría, pero no los padres del otro. Manuel quien la puerta. Estaba en chorts y camiseta y me dijo, guiñando el ojo, que se habían instalado en la azotea. Subí a ver y, en efecto, tomaban el sol fuera de la vista del mundo, jugando Turista y bebiendo vodka. Me senté con ellos, exigiéndoles volver a empezar el juego. Pasó cerca de una hora y yo sudaba como marrana debajo de mi body negro y mis ceñidos jeans, mientras ellos se veían la mar de cómodos en chort y camiseta, atizándole a los vodka tonics con mucho hielo (yo tomaba uno ligerito por cada dos de ellos, bien cargados).

Entonces dije:

-Yo también quiero sol-, y me quité el body y el pantalón, quedando en bragas y bra, ante la mirada azorada de Gerardo.

Ahí empecé mi juego: con el pie derecho acariciaba la verga de Manuel, sentado frente a mi, y con la mano fajaba a Gerardo, acariciándole apenas la parte interna del muslo, muy cerca de la ingle, sin llegar más lejos porque con eso bastaba. Empezaron a ponerse rojos y a verme con los ojos muy abiertos, sobre todo Gerardo. A los cinco o diez minutos de haber empezado el juego alterno, me rendí en el Turista.

-Juguemos otra cosa –les dije.

-Lo que tu quieres, puta, es que te la metamos los dos, ¿no es cierto?-, dijo Gerardo, y sin darme tiempo a contestarle me jaló, me abrazó y me selló los labios con los suyos.

Con fuerza me pegó a su cuerpo, sujetándome por la cintura y haciéndome ver estrellas... y pensé que también era su juego, que quizá sería mejor su juego, y tan pronto tuve libre la boca dije:

-Si.

Entonces sentí las manos de Manuel en mi espalda, desabrochándome el bra. De inmediato metió su verga entre mis nalgas, apenas cubiertas, todavía, por mis braguitas. Ahora sentía sus dos vergas, una presionando mi estómago y la otra entre mis nalgas.

Cerré los ojos sintiendo como me sobaban cuatro manos, cómo apretaban mi cuerpo entre los suyos, y como crecía y crecía la tensión de mi sexo, cómo se hinchaba mi clítoris y se me hacía agua la panocha.

Por fin, luego de unos minutos eternos, Gerardo se separó y dijo que bajáramos de la azotea, pero yo les pedí que, antes de eso, se bajaran los pantaloncillos, hincándome yo para venerar a priapo. Alterné lengua y manos, yendo de uno a otro, y no tuve que esperar mucho para hacerlos venirse, primero a Gerardo y luego a Manuel.

Bajamos y Gerardo, otra vez, quien me echó sobre la cama, me arrancó las bragas y me penetró sin contemplaciones. Entonces pasó algo que yo suponía que ocurriría ese día, pero que había querido negar: Manuel empezó a movernos y a pedirle a Gerardo que nos diéramos vuelta, y quedé yo entonces sobre Gerardo, recargada en mis codos, con las piernas dobladas, saboreando su verga. Subía, bajaba y daba vueltas a mi aire, cuando Manuel me puso la mano en la nuca y, haciendo presión, me obligó a bajar la cabeza y a recostarme totalmente sobre el torso de Gerardo, quedando mi culo un poco respingón, aunque con la verga todavía bien adentro, porque el Gerar movió debajo de mi su pelvis para que en la nueva posición siguiera gozándome.

Y sentí entonces lo que ya imaginaba: Manuel puso su verga en la entrada de mi ano, y empezó a empujar, a la vez –también tenía su teoría- que me pedía que pujara. Era la primera vez: Héctor había querido sodomizarme pero yo le había negado la entrada, y ahora era Manuelín quien se llevaba las primicias, mientras Gerardo seguía moviéndose debajo de mi.

El conocido placer se mezclaba con un creciente dolor quemante, y empecé a gritarle a Manuel que fuera despacio, que se saliera, pero Gerardo me tenía agarrada desde abajo, y Manuel tenía todo su peso sobre mí, y seguía hollándome el orto. Entonces decidí pujar y pujar, pensando que tenía dentro un gran mojón y que había que cagarlo, y si bien no acabó el dolor, si cedió bastante y pronto sentí la verga de Manuel cómodamente alojada en mis intestinos.

Pero entonces empezó a moverse y sentí que me laceraba otra vez. Y para colmo, todo eso había secado la vagina y los movimientos de Gerardo también me dolían, así que les exigí:

-Puta, cabrones, acaben rápido.

Por fin lo hicieron, primero Gerardo y luego Manuel, y agotado y dolorida me tendí a su lado, y les dije que no había estado nada bien, y que tenían que reivindicarse.

Y entonces Manuel empezó a acariciarme despacito, las plantas de los pies, las pantorrillas, los muslos, y Gerardo me hacía cariñitos en la cara y el pelo, dándome besitos, y tal, pero yo no quise hacerlo otra vez, no de momento, y les dije que me iba, pero me ducharía antes.

Al salir del baño, Gerardo se había ido, y Manuel empezó a disculparse, a besarme, a acariciarme con tal humildad que me encendió otra vez. Me acostó y me penetró con toda delicadeza, moviéndose despacio y dulcemente. Y empezaba yo a gozar cuando Gerardo salió de debajo de la cama, y se hincó sobre mi. Yo entendí el mensaje y empecé a mamársela, con la misma suavidad con la que Manuel me estaba cogiendo.

Y fue así como llegué a mi casa igual de sucia y olorosa que si no me hubiese bañado, pero antes de que mi jefa se diera cuenta, corrí al baño.