Mi primera novia: inicios

Muchos tal vez se pregunten a santo de qué viene esta vena de dominación y sadismo que uso cuando follo y cuando relato mis aventuras sexuales. Tal vez sería correcto comenzar a contar un poco mis inicios en el sexo, que fueron ligados a mi primera novia. El primer amor, como quien dice.

Muchos tal vez se pregunten a santo de qué viene esta vena de dominación y sadismo que uso cuando follo y cuando relato mis aventuras sexuales. Tal vez sería correcto comenzar a contar un poco mis inicios en el sexo, que fueron ligados a mi primera novia. El primer amor, como quien dice.

Mucho antes de que me saliesen los pelos en los huevos y consiguiese expulsar ríos de semen, yo ya sabía lo que era un orgasmo. Estando en la ducha descubriendo tu cuerpo, cuando me jabonaba el pene, este enseguida se endurecía como una puñetera piedra. Tal vez fue cosa de la naturaleza o que se yo, pero bien sabía que si me la agarraba con dos dedos y desplazaba la piel del capullo hacia arriba y hacia abajo daba mucho gusto. Y si continuaba un rato más, un calambre de placer recorría mi cuerpo. A partir de esa primera vez, todos los días siguió el ritual hasta hoy.

Cuando los fines de semana me quedaba a dormir en casa de mis abuelos, quienes se alojaban en un típico barrio obrero, mis descubrimientos no cesaban. Fue con una amiguita con quien descubrí que el género femenino daba mucho más juego que el masculino a la hora de probar cosas nuevas con nuestros cuerpos. Era la típica chica que como yo los fines de semana se quedaba en casa de sus abuelos, que vivían en el piso de abajo, y que fantaseaban con que algún día ya de mayores estrechásemos la relación como si intentaran forjar una historia bonita de amor. Cosas típicas de viejas o de la mentalidad de la época.

Lo cierto es que ella y yo siempre estábamos juntos. Jugábamos juntos y… experimentábamos juntos. Recuerdo aquella primera vez, un sábado por la tarde, que estaba haciendo una espada de madera con palos y clavos en el cobertizo trasero del edificio de dos plantas de la vecindad. Los edificios constaban de cuatro vecinos: dos abajo y dos arriba. Cada uno tenía una pequeña parcela con un casetón. Los vecinos de abajo tenían esta parcela en la parte delantera del portal, en la calle principal; y los vecinos de arriba tenían la propia en la parte trasera del edificio, más oculta de miradas ajenas, por donde solo circulaba un pequeño camino y después abundante vegetación. Esto hacia estas zonas más “intimas” para las chiquilladas y otras cosas.

Tal cual yo andaba tranquilamente con mi espada casera clavándole los clavos de unión cuando apareció ella, mi amiguita, por la puerta del susodicho cobertizo (o casetón). Me preguntó que qué hacía, que vaya bobadas, que por que no jugábamos a una cosa nueva… “imagínate que vamos en el autobús y que te me arrimas por detrás”. Y yo como total inocente jugaba a su juego, pegándome por detrás de ella, mientras ella a su vez se pegaba a mí y se dedicaba con su culo a sobarse conmigo. Y vaya, que cosas, coincidía justo en mi pene. Como yo ya sabía que ahí había placer, pues me dejaba hacer hasta que se me ponía dura. Al final terminábamos tumbados en un antiguo sofá que había en el cobertizo frotándonos con nuestros respectivos sexos sin quitarnos la ropa. Yo encima y ella debajo actuando como haciéndose la indignada. Seguramente por algún tipo de sentimiento de culpabilidad que se le olvidaba cada vez que embestía.

Yo no tenía ni idea de que estábamos haciendo ni por qué, pero aquello me daba gusto. Ella supongo que de sobra, ya que me sacaba dos años y posiblemente el día anterior por la noche hubiese visto alguna película erótica que le hubiese calentado de más y que le encendió la bombilla a utilizar conmigo… su amiguito inseparable.

Hubo otra vez. Otra vez muy parecida. Pero esta vez no fue ella quien comenzó, si no yo. Mismo cobertizo. Misma curiosidad de ella por saber qué hacía. Yo poniéndome por detrás de ella pidiéndole repetir. Ella dejándose hacer encantada.

Dejé de parar por casa de mis abuelos por circunstancias de la vida y aquellos momentos se borraron de la memoria. Como si nunca hubiese pasado nada. Después de todo, en el fondo sentía que algo habíamos hecho más y mejor ocultarlo. Yo seguí mi vida en mi barrio y ella en el suyo, donde vivían mis abuelos. Cuando les visitaba y coincidíamos apenas intercambiábamos palabras sosas y poco más.

Pasan los años. Instituto sin pena ni gloria. El último año la compañera de clase que se sentaba al lado mío… digamos que nos empezamos a llevar bien. Ella parecía que le gustaba yo, pero yo estaba detrás de otra que nunca jamás pudo ser.

Llegó la celebración del año 2000. Todo el barrio, el instituto, etc… vamos prácticamente al mismo cotillón. Aquello era emocionante. Me sentía muy bien conmigo mismo. Parecía que todo el mundo me apreciaba por mi forma de ser. Me ahogué en alcohol. Lanzaba la caña a varias chicas del instituto. Muchas me miraban con cara de morbo como que no se esperaban que aquel chico que nunca había destacado, de repente pareciese que se comía el mundo… y apareció mi compañera de pupitre.

Me explicó que estaba buscando a un quinqui del barrio con el que se estaba liando. Pero que se había ido a meterse unas rayas y que ya no le había vuelto ver. Me pidió que le ayudase a buscarle y así hice… así hice poniéndome detrás de ella cogidos de la mano. Subimos las escaleras de la sala de fiesta y la doy un pellizco en el culo. No se queja. Se ríe. Lo siguiente fue directamente cogerle el culo. Cuando llegamos arriba… nada, que el chaval ese no está ahí.

  • Oye, pues nada, nos enrollamos tu y yo.- le comento…

Y vamos, la faltó tiempo para meterme la lengua hasta la garganta. Ese fue mi primer beso.

No perdí tiempo y me dediqué a registrarle el cuerpo de arriba abajo. Le agarraba el culo. Le agarraba un pecho grande y duro. Me cogió de la mano y me dijo:

  • Ven, que nos está viendo todo el mundo.

Nos fuimos a la planta de abajo, cerca de los baños, con tan mala suerte que aparece su amorcito. La coge y se la lleva. “ Comete mis babas” Pensaba para mis adentros. Después de aquella nochevieja comenzaron a formalizar su relación y hoy en día son marido y mujer. Que cosas.

Fue al año siguiente cuando comencé a jugar en “la liga profesional”. El año de la entrada en la Universidad… para mis amigos. A mí nunca se me dieron bien los estudios y me metí a hacer una Formación Profesional, por aquello de hacer algo. En la Universidad se empieza a conocer gente nueva. Uno de mis amigos se enamora de una chica que estudia su misma carrera. El amor es correspondido y pronto comienzan una relación.

Por circunstancias de la vida, cuando salíamos de fiesta los fines de semana, siempre nos acabábamos juntando las amigas de esta chica con nosotros y ahí es cuando conocí a Jennifer. En un primer encontronazo no me llamó la atención. Ni si quiera me percaté de su existencia.

Fue semanas después cuando me entró el gusanillo por conocerla. Bailamos un poco y la comenté de irnos a dar una vuelta, con lo que aceptó. De esta manera, nos fuimos a un parquecito que había cerca.

Jennifer era una chica tal vez del montón, bajita, vestía con chándal... Bueno, no tanto. Era guapísima: pelo oscuro rizado y largo. Facciones muy femeninas con unos ojazos oscuros y grandes. Labios carnosos. Chica de curvas, con unos pechos generosos y firmes, y un culo bien puesto redondo. Lo que pasa es que ella tenía muchos complejos y nunca se supo sacar partido y tampoco se sabía arreglar. Pero lo tenía, y vaya si lo tenía.

En el parqué nos pusimos a hablar. Banalidades, la verdad. Yo era muy torpe y nunca me había encontrado un una situación igual en plena adolescencia. No sé cómo lo hice (o hicimos) pero al rato ya estábamos metiéndonos la lengua en la boca. Besaba muy bien. Nos estuvimos devorándonos un poco hasta que llegó la hora de marcharse. Volvimos al bar, y cuando las chicas se reunieron, cogieron un taxi y bye, bye.

De camino a casa fui la comidilla de los amigos: que qué habíamos hecho, que qué tal, que qué me pareció, etc… Y a mí que me encanta “chulearme” me dediqué a darles envidia durante todo el camino a casa: yo había pillado y ellos no. Era mi día.

Al día siguiente, domingo, nos llamaos y quedamos por la tarde. Estuvimos dando una vuelta por el puerto. Comimos un helado junto, nos cogíamos de la mano… esas cosas ñoñas. Cuando llegamos al parque del centro de la ciudad, nos ubicamos en un banco lejos de miradas indiscretas. Ella se sentó encima mío, y al igual que la noche pasada, nos empezamos a devorar las bocas. Jugábamos con nuestras lenguas, nos chupábamos y nos lamiamos.

Entre beso y lengua, nos deteníamos e iniciábamos una conversación para al rato volver a enrollarnos. Ninguno de los dos nos atrevíamos a mucho más. Nuestras manos eran tontas. Cuando llegó la hora, le acompañé hasta la estación de autobuses. Mientras esperábamos al transporte de vuelta a casa nos dábamos algún que otro beso. Le comenté que me gustaba mucho su pelo, sus ojazos, etc… Me dijo que todavía no sabía qué hacer con él: si dejárselo rizado o alisárselo. Le dije que si se lo alisaba, que se pusiese coleta alta, que me gustaban mucho. En ese momento llego el autobús y nos despedimos.

Al día siguiente, por la tarde-noche, fui a recogerla al instituto donde también ella estudiaba una Formación Profesional. Para mi sorpresa, la chiquilla se había puesto la coleta alta, tal y como le dije el día anterior que me gustaba. Me daba mucho morbo. Estaba tremenda.

Nos cogimos de la mano y nos dirigimos al mismo parque céntrico. Durante toda la semana el ritual era el mismo pero con añadidos que cada vez se hacían más y más morbosos y calientes. Se sentaba encima de mí y nos comenzábamos a enrollar. Mi atrevimiento iba a más y mi mano ya le agarraba su culo bajo su consentimiento y aceptación. Al día siguiente, ella desplazaba cada una de sus piernas a cada lado mío, consiguiendo que nuestros sexos se pegaran separados por la fina tela de nuestros pantalones. Jugábamos al juego del roce mientras le agarraba el culo y nos besábamos. Mi polla se ponía durísima y ella lo notaba. El calor de su entrepierna se podía llegar a notar. No comentábamos nada. Simplemente nos dejábamos llevar.

Al siguiente día, más de lo mismo pero mi atrevimiento fue a más cuando una de mis manos se metió por debajo de su camiseta y alcancé a agarrar un pecho por encima del sujetador. Esto la puso como una moto y no dejaba de aumentar el ritmo de sus roces con mi polla. Algún viejito nos miraba de lejos, pero a nosotros, como meros adolescentes descubriendo nuestra sexualidad, nos daba igual. Aun aposté más fuerte cuando ya directamente mi mano se coló por debajo del sujetador para poder agarrar su pecho. Un pecho duro, suave, firme. En su justa medida. El pecho de una jovencita de 18 añitos. Me encantó tocarlo. La primera vez que tocaba una teta directamente.

Mi instinto hizo que le pellizcase el pezón mientras amasaba su teta. A Jennifer esto lo encendió demasiado. Su cara era un poema…. Y sus movimientos de cadera así lo asentían mientras mi polla se ponía todavía más dura.

  • ¡Para, para, para, para!.- me espetó

  • ¿Qué pasa?.- pregunté intrigado.

  • Nada. Uffff…. Nada.- todo sofocada y la cara roja.

  • ¿Estás bien?

  • Si, si… joder.

  • Te estaba gustando demasiado, eh… -sí, yo creo que se había corrido, pero le daba vergüenza decirlo.

  • Ja, ja, si…

Jennifer solo acertó a darme un abrazo y a pegarse todavía más a mí. Yo estaba que explotaba pero no podía hacer mucho más. En una semana demasiadas cosas. No quería cagarla. En casa me hice una paja.

Como os decía, volvimos a quedar otra vez al siguiente día. La recojo en el instituto y al parque vamos. Directamente ya íbamos a tiro hecho. Necesitábamos sentir nuestros cuerpos pegados. Yo sin más miramientos ya le agarraba del culo y mi mano se iba derecha a cogerle sus tetas. Parece que ya se dejaba, aunque le daba vergüenza.

  • Que bien te lo pasaste ayer, eh, jejejeje .- le dije con sorna.

  • Jajajaja, que gracioso.- como diciéndomelo picada.

  • Me gustó mucho tocarte las tetas.- mientras mis dedos pellizcaba uno de sus pezones.

Ella no decía nada. Solo se dejaba hacer. Le estaba gustando… demasiado. De repente le saco la mano de dentro e intento bajar la cremallera de su sudadera un poco. Por dentro de esta comienzo a subirle la camiseta. A la vista me quedan sus tetas ocultas por el sujetador. Ella está muerta de vergüenza. Desde la posición en la que estamos nadie nos puede ver. Mi cabeza oculta el espectáculo, hay poca luz… pero algún mirón podría hacerse a la idea de lo que ocurre.

  • Oye… que nos puede ver alguien.

  • No te preocupes que no se ve nada. Solo veo yo lo que tengo de frente. Tengo ganas de comprobar que hay aquí.

Mi mano se atreve a desplazar el sujetador hacia abajo y uno de sus pechos sale al aire. A Jennifer la respiración se le agita. Ante mi asombro tengo un pecho redondo y firme, coronado por un pezón grande y oscuro. Marrón oscuro. Duro.

Mi primera reacción es tocarlo con mis dedos. Con mi mano. Nunca había tenido la oportunidad de ver y tocar a la vez una teta. Automáticamente, mi siguiente reacción es acercar mi boca y pasarle la lengua. Chupárselo… mordérselo.

  • ¡Ay!, con cuidado. No seas bruto.- mientras jadea.

  • Perdona.

Tengo a disposición de mi boca sus tetas. Me recreo pasándole la lengua. A su vez le cojo del culo y le apretó contra mí. Ella me abraza y se deja hacer. Estamos así un buen rato. Nos volvemos a besar y se sube la cremallera. Por hoy basta. Además, ha llegado la hora de marchar si no quiere perder el autobús. Nos levantamos de “nuestro banco del parque” y nos vamos.

Ya es viernes y como todos los anteriores días de la semana, la recojo en el instituto. Nos dirigimos al parque. Vamos al banco de siempre. Se pone encima de mí, abierta de piernas. Nos besamos, nos devoramos, nos metemos mano. Mi polla dura. Su sexo mojado. El vaivén de sus movimientos ahora es más fuerte al igual que mis manos agarrándole el culo. Le desabrocho un poco la camisa y le saco los pechos fuera. Mi lengua los devora. La noche es cómplice.

Me chupa la oreja y el cuello. Jadea en mi oído. Me dice que está muy caliente. Hoy voy a ir a más. Mi mano baja y directamente pasa un dedo por la zona más húmeda de su pantalón. Parece que no se lo esperaba, pero se deja hacer. La aparto un poco y consigo meter uno de mis dedos por su apretado vaquero. Es complicado, pero no imposible.

Noto la tela de su braga. Jennifer está empapada. Ahora, de lado, está más pendiente de que nadie nos vea que de disfrutar. Se abrocha la camisa, pero lo siguiente es conseguir meter mi mano tras la tela de su braga. Lo consigo. Llego hasta tu coño. La primera vez que toco un coño. Un coñito con pelo y lleno de flujo. Rozo su clítoris, que sobresale y lo comienzo a masturbar. Le meto un dedo en la gruta. Jennifer solo cierra los ojos mientras una de sus manos se apoya en mi paquete y su cabeza se agacha muerta de vergüenza sobre mi hombro.

  • Para. Nos pueden ver.- me dice asustada.

  • Ven, vamos a otro sitio.- mientras le saco la mano del pantalón.

Nos levantamos y nos vamos cogidos de la mano hasta detrás de una carpa feriante que en ese momento está cerrada. Allí sí que no nos puede ver nadie, rodeados de arbustos y árboles, en plena noche y sin luz diurna.

Nos besamos y nos agarramos. La sujeto el culo. La agarro un pecho. Se lo saco de dentro de la camisa y se lo devoro. Esta vez ya no es con delicadeza. Es salvajismo puro y duro. Vuelve a jadear. No pierdo el tiempo y le consigo desabrochar los botones del pantalón vaquero. Ahora el acceso es más fácil y vuelvo a enredarme con los pelos de su coño. Otra vez vuelvo a masturbarla.

Mi polla está que explota. Me duele tras el pantalón. No me entra. Ella acerca una mano y me la acaricia. No puedo más. Me separo de ella y me saco la polla. Ya me da todo igual y comienzo a masturbarme mientras mis ojos se clavan en los suyos. Ella no parece sorprenderse de mi actitud, se acerca y me la agarra. Nunca me la habían visto y mucho menos  agarrado. Una mujer me sujeta la polla por primera vez.

La mano de Jennifer no abarca mi “pequeña” polla. No consigue juntar los dedos. Todavía no lo sabía, pero mi polla no era normal. Siempre pensé que era pequeña, pero no era cierto. Es gorda, demasiado gorda, aunque para los dos nos parece normal.

Me la quedo mirando. En ese momento me encantaría notar su lengua en mi rabo como tantas veces había visto en las películas porno. Se lo digo con los ojos. Ella simplemente se acerca a mí y comienza a masturbarme más fuerte. Mis dedos vuelven a buscar su coño. Nos masturbamos juntos. Jadeamos a la vez.

Al rato un torrente de semen sale disparado hasta mancharle la camisa. Ella no para. Sigue meneándomela de arriba abajo mientras mis dedos siguen masturbándole. Ella también consigue su ansiado orgasmo. Nos quedamos mirándonos y nos abrazamos.

Hoy han sido muchas sensaciones. Sentimos que ya nada volverá a ser igual. Que hemos pasado un límite inocente y que ahora es toda cuesta abajo y sin frenos. Sacamos unos clínex y nos limpiamos. Nos besamos y nos abrazamos. Nos cogemos de la mano y le acompaño hasta la estación de autobuses. Allí nos confesamos que no podemos dejar de quedar ni vernos. Que sentimos algo muy importante el uno por el otro y que debemos formalizar la relación.

Jennifer pasa a ser mi primera novia.

¿Qué pasará mañana?