Mi primera novia
Para todo hay una primera vez. Y nunca podre olvidar mi primera vez en el sexo.
Lo que os voy a contar ocurrió hará ya varios años. Yo por entonces, era un joven que cursaba 1º de Bachiller, según el sistema educativo español actual. Era más o menos como ahora, con el pelo castaño y revuelto, ojos marrones, un cuerpo atlético ya que practicaba futbol, aunque no tenía casi ningún musculo marcado, y mis notas eran las mínimas para aprobar.
Mis preocupaciones eran las típicas de esa edad y mi nivel hormonal estaba por las nubes como suele ocurrir. Además, había que tener en cuenta que las compañeras de clase estaban desarrollándose de formas distintas y alegres para la vista, sin olvidarnos que los días de calor llevaban poca ropa, mostrando más “carne”, que nos hacía perder la cabeza a todos.
Pero de entre todas ellas, la que me hacía perder a mí la cabeza, era Teresa. Para mí la más guapa, con unas facciones preciosas, piel morena, ojos verdes, pelo castaño, largo y ondulado. Su cuerpo no estaba tan desarrollado comparándola con otras de clase ya que sus pechos, por ejemplo era más pequeños que mis manos, pero sus caderas empezaban a crear una figura deseable.
Mientras el resto de mi clase solo buscaba a las que tuvieran los pechos más grandes o el trasero más imponente, de esos que quitan el hipo, yo solo fantaseaba con Teresa. Desde pequeño siempre me había sentido atraído por ella y ahora esa atracción era mayor.
Todo ocurrió un caluroso día de Marzo. Uno de esos días aislados en los pareces estar en pleno verano. La clase anterior al recreo de las once, habíamos tenido clase de educación física. En la cual habíamos tenido que correr y al final de la misma pudimos jugar a futbol. Todos acabamos sudando, pero como siempre, pudimos ducharnos en los vestuarios.
En cuanto salimos de clase, después de dejar la bolsa con la ropa utilizada en la anterior hora, para disfrutar del recreo, mi mente se centro únicamente en conseguir volver a entrar a la clase. Cosa que no tardé ni un solo minuto, tras pedir permiso a un profesor para que me dejara ir a clase, con la escusa de habérseme olvidado el almuerzo, y así poder entrar.
Una vez dentro cerré la puerta. Con toda la velocidad que pude, me moví entre los pupitres y llegue hasta mi objetivo. Debajo del asiento del pupitre, al cual me había acercado, descansaba una bolsa de deporte roja con unas líneas blancas en los bordes. Con cierto nerviosismo abrí la cremallera. Tras rebuscar un poco, encontré lo que andaba buscando. Unas braguitas rosas, de tacto suave, que pertenecían a Teresa.
Aun estaban ligeramente húmedas por el sudor. Casi inconscientemente, me acerqué la prenda a la cara y aspiré el dulce aroma que desprendía. Automáticamente en mi entrepierna creció un bulto. Sin tiempo que perder saqué mi pene de su prisión y empecé a masturbarme, aun aspirando el aroma de Teresa.
La imaginaba solo con su ropa interior, poniéndome poses sexys. Su cuerpo bañado por gotas de sudor, que hacían su cuerpo aun más apetecible, me encendía aun más. Estaba tan concentrado en lo mío, en mi imagen metal de Teresa y su hipnotizante aroma, que no escuche como alguien abría la puerta.
-¿Pero qué...?- Una voz femenina me sacó de mis fantasía. -¿Qué haces con mis bragas, maldito cerdo?- Dijo Teresa acercándose a mí, para quitarme su ropa interior de golpe. A todo esto yo seguía paralizado, no solo por haber sido descubierto, sino por que quien lo había hecho era la propia Teresa. -Ya veras cuando se entere Rocío.- Me amenazó Teresa dándose media vuelta para marcharse.
-¡No!- Grite asustado, cogiéndole del brazo a Teresa. Rocío era una profesora algo mayor, conocida por su poca compasión a la hora de castigar.
-¡Suéltame, cerdo!- Me ordenó Teresa, agitando su brazo. -Me voy.- Finalizó tajantemente.
-No, por favor, Teresa.- Me encontraba de rodillas, suplicándole. -Haré lo que sea, pero no se lo digas a nadie, por favor.- Mi voz no era más que un hilillo, pero pareció funcionar, ya que Teresa se detuvo.
-¿Cualquier cosa?- Preguntó acercándose a mí.
-Sí, lo que quieras.- Afirmé.
-Está bien.- Dijo, acercándose y, sentándose en el pupitre que estaba al lado, pensando en algo. -Termina lo que estabas haciendo.- Dijo finalmente.
-¿Qué?- Mi voz se había quebrado al entender lo que quería que hiciera.
-Si no lo haces me chivare.- Me amenazó con aire distraído.
-No. Está bien.- Contesté mas por miedo que por querer hacerlo.
Con lentitud me levanté para colocarme justo en frente de Teresa apoyado en su pupitre. A pesar de la comprometida situación y el miedo a que Teresa se chivara, mi pene estaba completamente recto y duro. Durante un segundo pude ver la sorpresa en los ojos de Teresa, al mirar mi entrepierna. No tengo una monstruosidad, pero es buen tamaño, tanto de largo como de ancho.
No queriendo que Teresa se impacientara, agarré mi miembro y empecé a masturbarme lentamente, por culpa de los nervios. A medida que el calor me iba subiendo y teniendo en cuenta el hecho de masturbarme frente a Teresa, mi excitación aumentó y con ello el movimiento de mi mano.
Teresa me miraba en silencio, yo tenía la cabeza levantada y la vista clavada en el techo. Antes de lo normal, un cosquilleo me recorrió el cuerpo, señalando que estaba a punto de llegar al orgasmo.
-Teresa... dame... un pañuelo... me... corro...- Le avisé sin dejar de masturbarme.
Pero entonces, algo suave y cálido rozó mi glande y terminé por explotar. Aunque yo me había detenido, sentía como aquello que me había rozado antes de llevarme al orgasmo, continuaba rozando mi glande manteniéndome excitado. Con la mente en blanco, por mi recién alcanzado orgasmo, baje la mirada y me quede de piedra al ver a Teresa rozando con sus labios la punta de mi miembro.
Al darse cuenta que la miraba, Teresa, se separó de mí y pude ver como un hilillo de semen se escapaba por la comisura de sus labios, y lo limpiaba rápidamente. Además de verla tragar todo lo que tenía en la boca. Si saber que había eyaculado en la boca de Teresa, no era suficiente para mantenerme excitado, verla tragar mi semen, fue el sumun.
-¿No has tenido suficiente con una vez?- Me preguntó al ver que mi erección no disminuía ni un centímetro.
-Yo... tu...- No sabía que decir. La excitación me tenía bloqueado.
Entonces, Teresa se levantó y por primera vez me fije en su cuerpo. Iba vestida con una camiseta de tirantes de color rosa pálido, dejando ver un bonito, pero como ya he dicho pequeño, escote y en el que se podían percibir unos pezones duros, acompañado por unos shorts vaqueros y unas sandalias. Todas las mañanas deseaba que fuera un día caluroso para que hubiera la posibilidad de que Teresa se vistiera de esa forma.
-Yo te he ayudado a ti. Ahora te toca a ti, ayudarme a mi.- Me dijo levantándose.
Para mi sorpresa desabrocho el botón del short y, tras bajar la cremallera, dejo que la prenda se deslizara por sus piernas, dejándola vestida con unas braguitas azules, iguales que las que yo estaba utilizando para masturbarme al principio, solo que de diferente color.
Con un pequeño saltito, se sentó en la mesa del pupitre y levantando las piernas se quitó las braguitas tirándolas al suelo, al lado nuestro. Rápidamente flexiono las piernas para taparse. Estaba completamente roja. Y yo no podía apartar la mirada de sus piernas, las cuales escondían su tesoro.
-No mires tan fijamente...- Me pidió con cierto tartamudeo y colorándose todavía mas.
Yo por mi parte ya no la escuchaba y me acerqué hasta ella y empecé a acariciar sus piernas. Habrían pasado cerca de diez minutos del recreo, y aunque debía darme prisa, quería disfrutar lo máximo aquel momento. Con delicadeza le obligué a abrir sus piernas, quedando completamente expuesta a mí. Mi mirada fija en su entrepierna hizo que Teresa girara la cabeza.
-No me lo creo...- Murmuraba para mí, que tenía justo en frente de mi la vagina de Teresa. Desprendía un calor placentero, un aroma embriagador y el solo hecho de mirarla ya te hipnotizaba. Estaba libre de vello, seguramente por la edad, y sus labios rosaditos brillaban por sus fluidos.
Con mis manos acariciando sus piernas, acerqué mi lengua y recorrí de abajo arriba toda la vagina, culminando en su clítoris, el cual estaba un poco hinchado. Un gemido se escapó de su boca y como si hubiera sido el pistoletazo de salida, mi lengua se movió de forma incontrolada lamiendo toda la zona, saboreándola y provocando nuevos gemidos en Teresa. Tras un rato en el que al fin pude controlarme y tratar de dar placer a Teresa, esta se arqueó y con un gemido intenso, pero ahogado en su brazo, tuvo un orgasmo.
-Jo... der...- Teresa respiraba agitadamente tratando de recuperarse. -Javi... Hazme... el amor...- Me pidió con los brazos abiertos.
No dude un instante en acercarme a ella y nos besamos ferozmente, entremezclando nuestras lenguas. Con nerviosismo acerqué mi miembro hasta su entrada y empecé a empujar. Casi con todo mi glande dentro de ella, esta se sobresaltó y nos miramos a los ojos. Seguí empujando, pero algo me detenía el avancé, a la vez que una mueca de dolor aparecía en la cara de Teresa.
-¿Te duele? ¿Quieres que pare?- Le pregunté preocupado.
No... No.. Sigue, por favor.- Me pidió, a la vez que me arrastraba hacia ella para besarla.
Esta vez con más fuerza empuje contra Teresa, y con la clara sensación de haber rasgado algo dentro de ella, mi pene desapareció completamente en su interior. Teresa ahogo un grito en mis labios. Un grito mezcla de placer y dolor, que me excitó. La miré a los ojos esperando cualquier reacción, y con una sonrisa en la boca, entendí que quería que continuara.
Con lentitud empecé a sacar mi miembro de ella, hasta estar casi fuera del todo y entonces volver a introducirme en ella. Sus gemidos continuaban siendo una mezcla de placer y dolor, pero poco a poco, pude notar como el placer ganaba terreno. Casi sin darme cuenta, mis movimientos se iban volviendo más rápidos, provocando que Teresa gimiera cada vez más.
En mi pecho podía sentir como sus pechos se movían, además de verificar que no llevaba sujetador. Por ello, lleno de confianza, levanté la camisa de Teresa, dejando al descubierto sus pechos. Eran más deseables de lo que me había podido imaginar nunca, e hipnotizado por sus movimientos, agarre uno de ellos amasándolo y pellizcando suavemente el pezón mientras me llevaba el otro a la boca, para lamerlo.
En aquel momento no sabía cuánto quedaba para que el recreo terminara, pero no me importaba. Estaba teniendo sexo con la chica más guapa de todas, con el amor de mi vida. Eso ya no podría quitármelo nadie.
-Me corro... Javi... ¡Ah!- Con un gemido muy intenso y sonoro, Teresa volvió a arquearse de placer al alcanzar otro orgasmo.
Yo me separé de ella dejándole respirar. Aunque aun seguía en pie de guerra y con muchas ganas, no quería forzar a Teresa. Pero ella cuando se incorporó y vio que aun mantenía mi erección rio pícaramente.
-Para ser tu primera vez mucho estas aguantando.- Dijo mientras se bajaba de la mesa. Entonces se dio media vuelta apoyando sus manos en el pupitre y colocando su trasero en pompa. -Ven Javi... Lléname...- Me pidió con un ronroneo tan sexy, que no pude negarme.
En cuanto me plante tras ella, no espere a nada, y tras colocar mi pene en la entrada de su vagina, empuje lentamente. Un gemido se escapó de su garganta cuando estuve completamente dentro de ella. A diferencia de antes, en seguida me vi empujando contra ella a una velocidad alta, mientras que ella giraba la cabeza para besarme y yo amasaba sus pechos con una mano mientras con la otra la agarraba de su cintura.
-Teresa... me corro...- Le avisé sintiendo que iba a alcanzar mi orgasmo, pero sin detener mis embestidas contra ella.
-Lléname... Javi...- Me pidió entre gemidos.
No lo dude un instante y tras un fuerte sprint alcancé mi orgasmo, eyaculando en el interior de la vagina de Teresa. Ella al sentir mis chorros de semen golpearla por dentro, volvió a gemir fuertemente, teniendo un nuevo orgasmo. Cansados nos dejamos caer sobre el pupitre. ¿Cuánto tiempo habría pasado? Ninguno de los dos lo sabíamos exactamente, pero no teníamos fuerzas para nada.
Lentamente me incorporé y me senté en el pupitre de al lado, que me dejaba unas vistas increíbles de Teresa, aun recostada en el pupitre, con las piernas algo separadas, y permitiendo ver como de su vagina salía mi semen, mezclado con la sangre del himen de Teresa, y sus propios fluidos. Aquella extraña mezcla empezó a resbalar por el interior de sus muslos.
-Javi... la próxima vez... te cabalgaré... te lo prometo...- Me dijo con la voz entrecortada.
Yo no sabía que decir. Acaba de tener el mejor, posible, recreo y Teresa me estaba diciendo que íbamos a repetir. Mi sonrisa no cabía en mi cara.
-Teresa... veras... yo... Te quiero...- Me sinceré. No quería que simplemente me utilizara para tener sexo de vez en cuando. Yo buscaba algo más que eso. Lo buscaba desde hacía años. Por muy joven que fuera, nunca había podido mirarla de otra forma.
Aquella declaración pillo un poco de sorpresa a Teresa, que se irguió lentamente. Mi miró a los ojos, y no desvió la mirada mientras se acercaba a mí. Sin decir nada, me plantó un beso en la boca más tierno, más dulce.
-Lo sé, tonto... Yo también te quiero.- Se declaró, y de seguido me dio un nuevo beso.
Al parecer, no solo mis sentimientos eran correspondidos sino que, ella había sido capaz de entenderlos y ver en mis miradas, en mis gestos, en mis palabras hacia ella, algo más que las hormonas de la juventud.
Pero entonces un sonido nos hizo quedarnos paralizados. El timbre del final de recreo sonó. Quedaban escasos segundos antes de que alguno de los compañeros llegara a clase. Por lo que sin perder tiempo, nos levantamos. Y mientras yo me vestía y me marchaba a mi pupitre, pude ver a Teresa sacar su toalla, para lavarse las piernas y la entrepierna.
-¡Javi!- Me llamó Teresa cuando ya estábamos cada uno sentado en nuestros pupitres. Cuando me giré hacia ella, pude ver que me había lanzado sus braguitas. Pero no solo las azules, sino también las rosas. -Un regalo de nuestra primera vez.- Me dijo con una sonrisa preciosa en su cara, a la vez que me guiñaba un ojo.
Yo enseguida guardé ambas prendas y me giré hacia delante justo cuando un compañero de clase entraba en clase. Ambos lo saludamos, mientras este se quedaba algo extrañado de vernos ya allí, pero no dijo nada. Aunque mi mente ya no estaba allí, sino que estaba recordando lo ocurrido y sabiendo lo que podría ocurrir a partir de ese día.