Mi primera noche con Mamen

Aquella noche hice realidad una de mis fantasías: tener sexo con Mamen, una niña pija que me excitaba muchísimo. Al fin pude disfrutar de su cuerpo dominándola desde atrás, gozando de ese maravilloso trasero suyo que tanto se paseaba por mis sueños. Ella, tan distinguida en público, me mostró su cara oculta, su lado más pasional.

Mi primera noche con Mamen

Aquella noche hice realidad una de mis fantasías: tener sexo con Mamen, una niña pija que me excitaba muchísimo. Al fin pude disfrutar de su cuerpo dominándola desde atrás, gozando de ese maravilloso trasero suyo que tanto se paseaba por mis sueños. Ella, tan distinguida en público, me mostró su cara oculta, su lado más pasional.

Cierta noche salí con David, un buen amigo, a tomar unas copas y a bailar un rato. La verdad es que, pese a conocernos casi de toda la vida, a lo largo de mis 23 años, no acostumbraba a salir con él pero llevábamos algún tiempo preparando una salida nocturna y las vacaciones de agosto hizo que ésa fuera una ocasión ideal para una salida, aunque light. Quedamos por la tarde y fuimos paseando hasta el centro y allí tomamos algo en un café. Se nos hicieron las once entre trago y trago y cenamos poca cosa en un burger. Luego, nos fuimos a la zona de marcha y allí meneamos un poco el esqueleto, causando sensación entre el público femenino. Como estábamos algo cansados, nos volvimos a casa y cuando llegábamos a eso de las dos, estaban en la puerta Verónica, que es la hermana de David y su mejor amiga, Mamen. Ese mismo día era el 21º cumpleaños de ésta última y volvían de celebrarlo, así que nos invitó a subir a su casa, vacía por una visita de sus padres a la capital. Todos estábamos muy cansados así que sin querer ser descorteses, le dijimos que mejor en la tarde. Cuando ya nos despedimos y nos íbamos, se me ocurrió que tal vez podría pasar lo que quedaba de noche con Mamen, a quien siempre había considerado una chica sexy. Lo cierto es que no es que fuera muy guapa pero su cara es graciosa y a mí me resulta tremendamente excitante.

Su pelo rizado y moreno le da un aire exótico -quizá por tener orígenes africanos- y su cuerpo siempre me había puesto a mil. Sus tetas son normales y su culo tiene buenas curvas y es grande, aunque no enorme. Yo siempre soñaba con ponerla en cuatro y hacérselo estilo perro a cuatro patas, sobre todo por gozar su trasero y porque seguro que, por su finura, ella no habría sido aún capaz de hacerlo; a decir verdad, fantaseaba con hacerle y que me hiciera de todo, de modo y manera que, sin dudar más, volví sobre mis pasos y giré por su calle; gracias a la lentitud a la que sus altos tacones la obligaban a caminar, la alcancé precisamente cuando iba a entrar en el portal de su casa. "¿Aún está en pie la invitación?" le pregunté. "Claro, sube" me contestó alegremente. Ella siempre había estado un poco distante conmigo, así que me sorprendió su generosidad y frescura.

Esperamos el ascensor y mientras subíamos le dije: "Estás muy guapa esta noche con esa blusita blanca y esa faldita negra". Ella me respondió: "Gracias. Me lo han regalado mis padres por mi aniversario." Y añadió: Tú tampoco estás mal ¿eh?" Una nueva sorpresa para mí. "Quizá ha tomado más de la cuenta" pensé y le contesté en tono jocoso: Ya lo sé. Es que yo siempre soy así de atractivo; lo que pasa es que tú no te habías dado cuenta. " La verdad es que con unas cosas y otras yo ya iba más lanzado y poco me importaba que ella fuera un poco pija y estirada, al contrario, a pesar de que estas mujeres me resultan algo insoportables, en materia sexual más despiertan mi curiosidad y lo que yo en verdad quería era un polvo con esa chica que tanto deseaba. Llegamos a su piso y me invitó al salón, para mi gusto excesivamente recargado de lujosa decoración en llamativo contraste con las fotos y demás objetos de tradición militar de la familia. Fue a la cocina a por las bebidas, le pedí algo sin alcohol porque ya iba casi hasta arriba y me dijo que me pondría un refresco. No pude esperar y, en vez de acomodarme –y posiblemente dormirme- en el sillón, fui a la cocina y me coloqué tras ella para admirar su trasero, que estaba bien lindo. Me acerqué para respirar su perfume y la tomé de las manos. Ella se sobresaltó y me apartó pero le echamos la culpa a los tequilas que había tomado y volvimos al salón.

Allí charlamos un rato de esto y aquello y descansamos en el sofá. Extendí mi brazo y comencé a rozar su hombro, pasando luego a acariciar su brazo bajando y subiendo hasta su cuello. Entonces, protestó un poco pero pareció gustarle porque yo insistía y ella no hacía en absoluto ademán de retirarse, al contrario, se inclinaba hacia delante para que pudiera pasar mi brazo por detrás y abrazara su cuello. Sin embargo, yo no tenía suficiente con eso, sino que empecé a acariciar su espalda y en un momento bajé hasta la parte alta de su trasero. Me miró y mantuve ahí la mano. Al comprobar que disfrutaba, continué mi trabajito y con el otro brazo la abracé por delante. Entonces ella me abrazó a mí y nos besamos. Nuestros labios se abrían cada vez más devorando la boca del otro y nuestras lenguas se enfrentaron en una batalla húmeda en la que cada una se colaba en la boca del oponente que se complacía de la invasión.

Mamen empezó a desabrochar mi camisa y yo no pude estarme quieto, por lo que tomé desde abajo sus senos, puntiagudos y con los pezones ya bien erectos. Ella comenzó a acariciar mi torso y a besarlo mientras mis manos se recreaban en sus pechos, por probar los cuales ardía en deseos, así que desabroché su blanca blusa nueva y por encima de su sujetador blanco de encaje saqué sus tetas. Una aureola grande en cada una y una guinda coronando el centro de éstas eran más que una delicia para mí, por lo que sin más me lancé sobre uno de los pezones para degustar con fruición todo cuanto me cupiera en la boca de su perita mientras pellizcaba el otro botoncito. Ambos estábamos gimiendo desde hacía un buen rato pero en ese momento nuestras respiraciones se aceleraban por momentos y finalmente alcanzaron el mismo tempo. Yo estaba tan caliente que, sin ningún pudor, dije: "Mi amigo va a romperme el pantalón" y Mamen, muy amablemente, con una pícara sonrisa, me desabrochó rescatando ligeramente mi tranca aún oprimida por el interior, lo que no se le escapó a ella pues metió su mano por encima de mi bóxer y sacó un trozo de mi tiesa verga para empezar a masturbarme muy rico.

Me la agarraba fuerte y sabía mover su mano con arte, alternando la lentitud con la rapidez. Yo me saqué la camisa y la liberé de su para transmitirnos nuestro calor cuerpo a cuerpo en un impetuoso abrazo. Bajé la cremallera de su falda y ahora sí podría tocar su culo en directo, de manera que no reprimí mi instinto y metí las manos por debajo de sus medias y su tanguita. Sentir la carne de ese trasero, apretarlas, fue como saciar un ansia acumulada durante mucho tiempo. Lo amasé con avaricia y le dije: "Tu culo me pone loquito desde el primer día que te vi."

Esto pareció animarla mucho porque me bajó el bóxer y me sacó el paquete por completo, todo y huevos, cayendo mi ropa a la alfombra. Después se recostó en el sofá quedando su boca justo en el lugar de mi caramelo. Sus tacones cayeron al suelo. Los labios de Mamen eran ciertamente muy sugerentes y se prestaban a la imaginación para estos menesteres pero ni punto de comparación con la realidad pues eran los instrumentos adecuados para dar una magistral mamada. Los acercó a mi puntita haciéndome sentir su agitado aliento; tras ello, sacó su lengüita y empezó a darme pasadas por todo el paquete: el glande, el tronco… hasta llegar a las pelotas, las cuales lamió sin dejar de embadurnar con su saliva un milímetro de piel. Me pareció increíble el cambio de esta chica hacia mí pero era para bien, había que disfrutarlo y además su labor por mis bajos era muy satisfactoria. Como pude, le quité la falda y las medias y quedó en sus braguitas tanga negras y su blanco soutien, que no me costó nada desabrochar por la favorecedora postura. Éste caía poco a poco enseñando paulatinamente la plenitud de los senos que cubría hasta que Mamen acabó por quitárselo no sin mi ayuda.

Con un giro de cabeza, por sorpresa y sin recurrir a sus manos, se tragó entera mi polla totalmente en alto, que no sé cómo le cupo por lo inmensa que estaba y empezó un sube y baja con su cabeza que me llevaba al éxtasis a la vez que mis huevos eran acariciados con una de sus manos y mi culo masajeado por la otra. Yo no podía hacer otra cosa que dejarme llevar y así quise hacer pero deseaba más, por lo que la agarré de su cabeza y empecé a marcar un ritmo infernal que ambos dirigíamos. Tras ello, logré meter la mano por debajo de su braguita y sumergí un dedo en sus interioridades que estaban más que húmedas. Mamen soltó un grito de placer que me excitó aún más, de modo que empecé a agitar mi dedo en su cuquita mientras ella enloquecía con mi barra en su boca. Continuó su tarea metiéndose sólo el glande y con una mano empezó a pajearme a gran velocidad, lo que me estaba conduciendo al orgasmo. Yo, con otro dedo, alcancé su endurecido clítoris y la hice así estremecer de la cabeza a los pies; ella emitió un grito ensordecido por la ocupación de su boca; creo que con esto alcanzó el orgasmo.

Ella era muy coqueta y hasta su jadeo era refinado, incluso distinguido pero se estaba comportando como una auténtica perra: era una contradicción que verdaderamente me ponía a full. Mamen seguía meneándomela y con la otra mano me acariciaba salvajemente por donde alcanzaba, arañando mi espalda y clavando sus uñas en mi culo. Estaba totalmente entregada y yo ya a punto de caramelo y la avisé: "Me voy a vaciar ya". Parecía tener ciertos reparos a recibir el semen en su boca, se sacó la piruleta y el primer río de esperma fue a parar directamente a su cara y su cabello rizado, dándole un completo tratamiento estético pero Mamen, para acabar de hacer honor a su nombre, se metió de nuevo todo mi miembro en su boca y el resto de mi corrida se alojó en su garganta. Sus labios hacían presión en mi pene y lo absorbían con ese movimiento que me había llevado a ese punto de locura y no dejaba de mover su lengua inquieta sobre todo por mi glande y mi frenillo. Mi fuerza se desvanecía, mi mano salió de su chochito y me dediqué a acariciar su provocador trasero, su espalda y sus divinos pechos. Sin quitarme ojo de encima, levantó la cabeza y me dijo: "Está bueno. ¿Quieres?". Se había tragado la mayor parte de una de mis más abundantes descargas y se relamía los labios. Llevé hasta mi boca mi dedo impregnado en sus fluidos, lo saboreé y respondí a su oferta con otra oferta: "Esto sí que está bueno. ¿Quieres tú?" Mamen se incorporó, limpié un poco su cara y nos dimos un beso con todo el sabor de nuestro placer compartido.

Miré un reloj que colgaba de una pared: eran casi las cuatro de la madrugada. Ella se dio cuenta de que miraba la hora y preguntó: "¿Te quieres ir ya?" Mi respuesta fue: "Donde quiero ir es a tu cama". Con una insinuante mirada, me indicó que la siguiera, anduvimos casi todo el pasillo y al lado derecho entramos en su cuarto, muy lindo y muy cursi, típico de una chica como Mamen. Yo estaba ya desnudo y ella llevaba todavía su tanga.

Le pedí que se lo dejara puesto. Se subió gateando en la cama y al verla en esa posición y ver su culo me vinieron aún más las ganas de follármela a estilo perro pero antes de hacerme ese regalo, quería darle el suyo en parte como agradecimiento de la feliz felación con la que me había obsequiado. Nos acostamos de lado y empezamos a abrazarnos y a besarnos. Partiendo desde su rostro, descendí por su cuello, esas tetitas tan suculentas, su vientre y su monte de Venus hasta que llegué al borde inferior de su prenda, la cual tomé con los dientes y se la fui bajando con delicadeza pero con un punto salvaje, lo que pareció encenderla pues me dijo: "Parece que me vas a demostrar que es cierto lo que pienso de ti" Curioso, le quise sonsacar: "¿Ah sí? ¿Qué piensas de mí?" "Nada… que eres una fiera" concluyó excitándome al límite. Bajé sus braguitas hasta descubrir su conchita, muy bien rasurada mostrando completamente sus carnosos labios mayores, aunque por el centro tenía un camino velloso negro algo enmarañado por la fricción de antes. Agarré con una mano las braguitas para quitárselas y con mis labios seguí mi descenso pero ahora desde su clítoris, el cual pajeaba retirando su capuchón y, erecto como estaba, lo besé y apreté entre mis labios.

Cuando le hube sacado la ropita, dediqué un rato más a su perlita y estiré mis manos para agarrar sus senos. Mamen me tomó de la cabeza con la poca firmeza que el deleite le dejaba y enredaba sus dedos en mi pelo declarando con un gritito que un pequeño orgasmo le había sobrevenido por sorpresa. Un líquido distinto a su lubricación empezó a emerger de sus profundidades y no quise perder nada de él, por lo que apreté mis labios contra su entrada y empecé a succionarlo todo. Después, lamí sus muslos y su ano por donde había resbalado para acapararlo todo para mí, como ella había hecho con mi salsita. En esto que levanté la vista y la descubrí totalmente abierta para mí, con sus gruesos labios mayores bien separados que me mostraban unos pliegues que antes me parecieron más pequeños pero que así, en esa posición, se veían grandecitos. No me reprimí y repasé con dos dedos sus labios menores que en franquía me estaba ofreciendo y dediqué un sinfín de caricias a todo su sexo, haciendo pequeñas incursiones en su cuevita, lo que la hacía suspirar entrecortadamente y pedirme más. En ese momentos, combiné unos latigazos con mi lengua en su clítoris y una penetración cada vez mayor con dos de mis dedos. Eso sí que le proporcionaba auténtico placer, ya que no dejaba de estremecer todo su cuerpo, de acariciarme y rodearme con sus piernas sobre mi espalda al mismo tiempo que su manantial anegaba todo con gran profusión.

Mamen estaba fuera de control y casi me rogaba: "Quiero que te acuestes sobre mí, abrazarte entero y sobre todo que me la metas ya… Necesito sentirte dentro de mí". Lo cierto es que uno en esas condiciones no se puede negar y sin pensar un instante obedecí a su capricho: me arrodillé ante ella, levanté sus piernas hasta mis hombros y me dejé caer, clavando mi cayado en su rajita, hasta lo más hondo de su ser; la consecuencia más inmediata fue que emitimos ambos un sonido gutural que no sabría decir si fue suspiro o grito. Inicié un bombeo lento pero Mamen me agarró fuerte de los glúteos y me empujaba hacia ella cada vez más con rabia para que avivara el ritmo. Tras unos minutos, bajé sus piernas y quedé completamente estirado, acostado sobre ella, entonces me rodeó con sus brazos y sus piernas sin dejar espacio para mis embestidas, por lo que hice unos movimientos en círculo que indagaban en todas las paredes de su vagina.

Yo empujaba y empujaba y aguantaba y aguantaba porque después de la gran corrida anterior tenía cuerda para rato. Con lo fuerte que me estaba enganchando, no tuve miedo en levantarme para que, sin interrumpir la penetración, ella quedara sobre mí como una amazona, dirigiendo plenamente el festival. Empezó a botar con mi polla como eje, proporcionándome un placer inmenso, llevándome a un estado casi de paroxismo en el que se me nublaba la vista. No obstante, oía sus grititos y me sentía dueño de toda la energía del mundo, por lo que la agarré de sus caderas mientras ella me montaba a su antojo como si fuera su caballo; sabía cómo cabalgarme: lento a veces pero sobre todo deprisa en una especie de danza africana; estaba bien claro que por sus venas corría la sangre de sus pasionales ancestros.

Vociferaba ella y aullaba yo, parecíamos una orquesta de gemidos, suspiros, sollozos y gritos y no podíamos parar porque era una forma de liberar nuestra tensión generada por la enajenación y porque con ello conseguíamos excitar más al otro. De repente, sus gritos comenzaron a salirse de tono y sobre todo de intensidad: de nuevo su orgasmo estaba inundando todo, sólo que esta vez también lo hacía con mi brasa en su hoguera, el calor que ya había era entonces insoportable y el cosquilleo y la presión de sus fluidos que envolvían mi taladro y luchaban por salir me hacía disfrutar aún más del polvazo que tanto deseaba. Con mis manos, amasé sus tetas y me incorporé para acabar sentados y así empecé a devorarlas sin control, aunque sin olvidarme de lamer su cuello y besar sus labios. Podía entonces satisfacer más el apetito por su culo y casi todo el tiempo dediqué a él mis manos. Los dos impulsábamos nuestros cuerpos para que la penetración fuera todo lo profunda que se pudiera y el desorden en la cadencia y en las poses nos hacía gozar de las sorpresas que nos regalábamos.

Ambos estábamos bien calientes y yo no quería desaprovechar la oportunidad de hacer realidad mi sueño. La verdad es que no sabía si iba a querer que se la metiera desde atrás porque ella es muy exquisita pero había que intentarlo y no me iba a marchar de allí sin cumplir mi deseo. "Ponte a cuatro patas" le ordené. Sin pensarlo dos veces ni pedir explicaciones se levantó y, muy a nuestro pesar, mi sable salió de su hendidura y tras él, el resto de su eyaculación que había quedado obstruida por el tapón que hacía mi verga. Suspiramos como si nos hubieran quitado un peso de encima pero era sólo una muestra más del placer que nos proporcionaba la fricción de nuestros sexos. Se puso a cuatro patas y yo me acomodé de rodillas tras ella en la cama. Acerqué mi brasa a su parrilla recreándome en las vistas de la espalda que acaricié tiernamente y que acaba en ese trasero que me había tantas noches en vela. Mi explorador dio una vuelta de reconocimiento por toda su entrada, intentando examinar todos sus pliegues y desesperando no sólo a Mamen, sino también a mí mismo. Entonces, mis manos se aferraron con fuerza a su trasero y abrieron de par en par sus nalgas, ofreciéndome una visión clara del camino que mi pene debía seguir y, en un descuido, me adelanté un poco más y mi bálano entró en la concha de Mamen, quien empezaba a jadear nuevamente con los leves movimientos de penetración que yo imprimía a mi cadera.

Quería ir despacio para disfrutar el máximo tiempo posible de mi sueño hecho realidad pero, sin querer, en uno de esos movimientos mi tranca se escurrió entre las humedades de su coño y fue a chocar con lo más inaccesible de la ardiente cueva, más allá de la entrada de su útero mientras mis cojones se estrellaron contra sus ardorosos labios mayores; le enterré la perforadora entera y, a juzgar por su desesperado e intenso grito, a ella le encantó y para mí fue casi alcanzar el goce supremo, así que no pude contenerme y empecé a empujar desesperadamente, como si fuera la única y última vez en mi vida que follaría. Yo estaba descontrolado y Mamen recibía gustosa mis embestidas, tanto que se dejaba llevar por mis envites hasta que, en uno de éstos, empezó a aprisionar mi tiesa, gruesa e increíblemente -incluso para mí- larga polla con sus músculos vaginales a la vez que dejaba caer sobre la cama su busto y estiraba hacia atrás los brazos tomándome del trasero y atrayéndome hacia sí para que la penetrara más todavía, lo que fue posible gracias a la postura que había adoptado. Estábamos extasiados y yo en la gloria y a punto de correrme; mi miembro empezaba a temblar en su interior, lo que ella sintió y con la cara vuelta hacia mí me dijo entre gemidos: "Vamos, Roberto, cariño, ¿a qué esperas? Échame toda tu leche". Yo me estaba desviviendo por descargar en lo más recóndito de su abismo, de manera que no me hice de rogar y le solté una colección de lechazos que la hicieron arder por dentro y que le desencadenó una nueva eyaculación impresionante, lo que junto al bombeo de ambos hacía que el chop-chop de nuestros sexos en acción bañados en nuestros fluidos vitales mezclándose se hiciera más intenso y continuado.

No dejamos de desearnos pero las fuerzas no nos acompañaron más y caímos rendidos tras la primera de nuestras batallas. Dormimos un rato y al despertar era ya hora de volver a casa. De camino, sólo pensaba en dos cosas: en el maravilloso polvo que acababa de echar con Mamen y en ese culo que me invitaba a hacerlo de nuevo con ella como perros… un deseo que no me abandonaba y que, imaginando que en el próximo encuentro podría perforar su ano, llamaba con más fuerza en mi cabeza