Mi primera mamada fue algo especial

Me he parado a pensar cómo fue mi primera mamada y lo he plasamado aquí. Para mí fue como una imagen en cámara lenta.

Ya he contado como perdí mi virginidad con un hombre. Es decir, anal. Fue con mi profesor de instituto. Sin embargo, hoy me paré a pensar en lo que fue más importante aquella noche: la primera mamada. Fue algo especial. Todos hemos pensado alguna vez en mantener relaciones sexuales con profesor@s, amores platónicos, etc. La verdad es que yo me siento un privilegiado por haber tenido sexo con mi profesor. Pero empecemos desde el principio. Ya el hecho de estar sentado a su lado, en su casa, sabiendo que podía pasar algo, me hacía sentir cuanto menos expectante. Cuando me besó, y sentí su lengua en mi boca, y yo metía la mía en la suya, mi expectación se convirtió en paciencia. Y cuando nos quedamos en calzoncillos, sobre la cama, mientras él me acariciaba mis nalgas y yo sus abdominales, la pasión del momento se convirtió en excitación. Necesitaba tocar su pene, que en ese momento rozaba en con el mío por debajo del slip y notaba totalmente erecto. Ya el meter la mano en su calzón me dio más impresión que hacerlo en una braguita de mujer. Tocarla, notarla caliente en mis manos, como goteaba por mis dedos el líquido preseminal, totalmente erecta sobre mis manos, fue una aventura.

Al ir bajando, iba pensando en cómo debía lamerla. Era la primera vez que me iba a meter una en la boca y debía hacerlo bien. Le besaba por todo el cuerpo, más bien para hacer tiempo y pensar en cómo afrontar mi la primera vez que sentía un pene en mi boca. Cuando le fui retirando el calzoncillo y la veía frente a mi cara, lo único que deseaba era metérmela en la boca sin pensar más, pero sentía que eso era demasiado precipitado para ese momento. Era un gran momento, y quería aprovecharlo al máximo. Le retiré el slip, se la acaricié un poco más con las llemas de las dedos, lamí un poco sus huevos, saqué la lengua y comencé a subir por todo el tronco de su polla. Era una polla perfecta para mí, desde su base hasta su glande. Un glande que no dudé en besar tiernamente, antes de engullir aquel miembro. Cuando la sentí en mi boca, fue una de las sensaciones más placenteras de toda mi vida. Sentir que mi boca saboreaba un pene, un miembro masculino, la polla de uno de mis profesores favoritos, era la sensación más rica que jamás conocí. Lo lamía como un polo, no estaba seguro de que esa fuera una forma adecuada, pero al levantar los ojos y verlo mordiéndose los labios de placer, con los ojos cerrados, me indicó que mi boca estaba realizando un buen trabajo. Su sabor era especial. Sabía a pene, sí, pero a pene pulcro, limpio... Un pene que nunca se me olvidará su sabor.

Es por eso que lo primero que hice al día siguiente fue volverlo a lamer. Esta vez fue con más experiencia. Lo hacía más a lo película porno. Lo sujetaba por la base y subía y bajaba con velocidad. Notaba en mi garganta pequeñas expulsiones de líquido preseminal, pero me daba igual. De hecho, si se hubiera corrido en mi boca no me hubiera importado en absoluto. Sin embargo, ver su cara de placer era superior a cualquier cosa. Me pidió que lo dejara, que se iba a correr. Yo, por no quedar como una puta, dejé de lamer, pero dejé que se corriera en su pecho mientras yo seguía meneándola con mi mano de arriba a abajo. Su corrida fue abundante, sobre mi mano y su abdomen. Me quedé tumbado a su lado, mirando su corrida con placer. La sentía más mía que suya.

No voy a negar que para mí es más placentero lamer un pene que un coño. Que aquella primera vez fue lo más espectacular en mi vida sexual. Pero sentir su polla en mi ano también fue algo especial y placentero. Hoy me he parado especialmente en eso, pero lo de mi culo, lo dejamos para la siguiente...