Mi primera mamada
Le pedí a Luisa que explicase ella las sensaciones que tuvo al hacer su primera mamada a los 55 años de edad. Este es el relato que escribió.
Aquella tarde, Karlhos me invitó a tomar un café. Los tocamientos bajo el agua del jacuzzi ya no daban más de sí. Rara vez estábamos solos en la sauna y apenas si teníamos tiempo para un beso. Nada más sentarnos ante la mesa, me preguntó si yo quería follar con él, si una mujer casada como yo quería que otro hombre se la metiera. Aquellas palabras tan directas y tan vulgares me encendieron. Una sensación abrasadora recorría mis entrañas. Me miró a los ojos con tanta intensidad que tuve la impresión de que aquel pene que tantas veces había acariciado bajo las burbujas estaba pugnando entre mis piernas por entrar en mi.
Tomamos el café rápidamente y huimos en su coche hasta el bosque. Salimos del coche y me besó con tanta pasión que se me humedeció el sexo hasta el punto de sentirme empapada. Se pudo detrás de mi y apretó su cuerpo contra el mío para que sintiera la dureza de su deseo mientras sus manos manoseaban mis pechos sin llegar a rozar mis pezones a pesar de que los tenía inflamados y ansiosos por ser aprisionados entre sus dedos.
Fue en aquel momento cuando me preguntó en un susurro si alguna vez había chupado una polla. Me estremecí. Nunca antes lo había hecho, ni siquiera había engañado nunca a mi marido.
Abrió la puerta del coche y me obligó a sentarme. Se bajó los pantalones y dejó ante mi cara su falo con una excitación mediana y unos testículos oscuros. Los cogí entre mis manos y los acaricié. El hablaba, pero yo no escuchaba nada. Estaba absorta con el sexo de un hombre a tan solo unos centímetros de mi cara.
Acaricié su pene y lo observé detenidamente: el grosor, su color, las venas, el glande cubierto por el prepucio, el vello castaño que cubría toda la pelvis. Deslicé la piel para dejar al descubierto un glande rosado que creció a las primeras caricias y adquirió un brillo terso.
Acerqué mis labios y lo besé. Tenía cierto reparo al sabor y a la sensación de tocar con mis labios el sexo de un hombre. La primera sensación me desinhibió. Deposité varios besos alrededor del glande. Y seguí por el tronco del pene hasta los testítulos. Las dos bolitas resbalaban de un lado a otro huyendo de mis labios. Instintivamente, saqué la lengua para controlar los vaivenes y logré jugar unos instantes con ellos. El sabor de la piel era delicioso, me recordaba el de las mandarinas. Volví con mis labios a recorrer el la superficie del pene, pero la punta de mi lengua iba dibujando un reguero de saliva por su piel hasta llegar al frenillo. Recorrí cada pliegue de aquella frontera entre el glande y el tronco de un falo tan apetitoso.
El sabor a mandarina aceleró mis palpitaciones. Mi boca se abrió para ir mordisqueando su dureza por la parte superior hasta llegar a la pelvis y seguí con la lengua hasta el ombligo.
Separé mi cara para admirar el sexo de mi primer y único amante hasta entonces. Los besos en aquel miembro excitado me llenaban completamente. Mi agitación era tan húmeda que tenía la braguita empapada. Una gota blanca apareció por aquella abertura pequeña y la recogí con mi lengua. Tenía un gusto
Deposité nuevos besos sobre el pene y mi lengua buscó nuevamente aquel sabor afrutado. Mis labios rozaron el glande, los froté alrededor y el ardor de mis entrañas y la presión de mis pechos abrieron mi boca para introducirme aquella punta gorda, rosada y dura. Mis labios chuparon el glande con deleite. La lengua friccionaba el agujero y paladeaba cada milímetro. No pude controlar mi excitación e introduje todo el falo hasta mi garganta. Lo metía y sacaba para darle todo el placer que retenía en mi vientre. Quería transmitirle todo el deseo que abrasaba mis entrañas. Abrí mi blusa y dejé libres mis pechos. Me bajé los pantalones y las bragas para tocarme con una mano una vulva que me abrasaba. Tenía el clítoris muy inflamado y las descargas eléctricas que me producía cada roce de mis dedos, estuvieron a punto de arrojarme a un orgasmo.
Mi boca estaba llena de su polla. Sus gemidos se confundían con sus palabras, pero yo no entendía nada de lo que decía. Estaba absorta disfrutando todas las sensaciones que me regalaba el tener aquella verga en mi boca. La primera verga que yo chupaba. Mi marido no me lo había pedido nunca y a mi nunca me apeteció, como nunca me comió el coño aunque yo soñaba con ello. Ahora tenía en mi boca un pene delicioso que gozaba con mis chupadas y me daba una dulzura desconocida.
Las palpitaciones del pene aumentaron coincidiendo con los gemidos de Carlos. La dureza era impresionante, pero la dulzura también. Mis labios aprisionaron de nuevo el glande y los chupé con especial cuidado. La humedad de mi boca y el fuego de aquella picha formaban un lubricante especial.
Fue entonces cuando me cogió la cara con sus manos para que le prestara atención y me dijo que se corría. Me estaba diciendo que eligiese, o bien continuar la masturbación con la mano o que recibiera su esperma en mi boca. Mi ardor me impedía pensar. Tenía la vulva empapada con un placer tan intenso que me estaba corriendo continuamente y sabía que aún podía alcanzar un nivel mucho más alto, casi hasta perder el conocimiento por unos segundos abrumada por el gozo.
El abrió las piernas ligeramente y lo entendí como el aviso de que eyacularía en cualquier momento. Recordé que algunos hombres disfrutan aún más si les introduces un dedo en el ano. Lo hice y a los pocos segundos un chorro de esperma muy caliente golpeó mi garganta. Ahora era él quien movía su cintura para acelerar su corrida y para gozar con mi dedo en su ano. Sin darme cuenta, le había introducido todo el dedo corazón. Con la otra mano sostenía la polla y la mantenía controlada mientras un caudal de leche llenaba mi boca. Ya no me cabía más, pero el continuaba arrojándola dentro de mi. Sentí que se me escapaba y llenaba mi barbilla y se deslizaba hasta mi cuello. Tragué un poco y me produjo tal morbosidad que empecé a ingerirla hasta que apenas si dejé algunas gotas. Fue entonces cuando me pidió que no me la tragase toda y la compartiese con él. Guardé la que aún salía mientras yo masajeaba su falo. La cantidad fue suficiente para que al besarnos en la boca, el pudiese tomar un buen trago de su propio semen.
Había sido mi primera mamada, pero también había sido mi primer amante. Me tumbó sobre el asiento trasero y me besó la pelvis y entre las piernas hasta que su boca se acopló a mi vulva y su lengua hizo tales maravillas que tuve un orgasmo con una intensidad hasta entonces desconocida para mi. Hubo un momento en que perdí el conocimiento mientras gritaba totalmente enajenada.
Han pasado cincuenta y cinco años de mi vida para gozar chupando el pene de un hombre. ¡Cuántos placeres he dejado pasar a lo largo de mi vida!