Mi primera infidelidad. ¿Será la última?

Llevaba tiempo pensando en ello pero no me creía capaz de hacerlo. Hasta que él apareció en mi vida. Lo que empieza como una charla caliente en internet acaba conmigo dando el paso.

Era viernes. Si no fuera porque al día siguiente es sábado, los odiaría. Los viernes apenas hay movimiento en la oficina, ni clientes, ni entregas de material, ni llamadas, ni nada de nada. Te pasas el día mirando el reloj, concentrada en las agujas, pensando que si te esfuerzas en ello puedes conseguir que avancen más rápido. Deseos.

Y como algún que otro viernes, cansada de no hacer nada, decidí entrar en un chat para pasar el rato. Normalmente alterno con varías salas, alguna de mi zona con alguna de temática sexual. Que el sexo siempre es un buen tema para tratar … y para practicar.  He de reconocer que en ocasiones alguna charla caliente me ha animado lo suficiente como para tener que salir corriendo al baño y darme el placer que no me dan en casa.

Esa era la idea ese viernes.

Probé con varias salas y rápidamente las ventanas de privados me invadieron la pantalla. Fui revisándolas detenidamente y no parecía haber ninguna interesante: algunos muy sosos, otros demasiado directos y vulgares, … Hasta que se me abrió otra más, un tal poli35, que al igual que yo estaba en la sala #ligar. A mi, como muchas otras mujeres, nos ponen los uniformes. Que está claro que lo que hay debajo de ellos tiene que acompañar, pero es cierto que un buen uniforme de policía o bombero te abre más el apetito. Así que cerré todas las ventanas menos esa y comencé a darle coba.

A pesar de mis sutiles intentos en varias ocasiones de desviar la conversación a temas más interesante, mi poli insistía en preguntarme por mis gustos, explicarme los suyos, contarme cosas sobre su vida y querer saber sobre la mía. Me pidió el Skype, con la excusa de no perder el contacto, y yo le di una cuenta que tengo para estos menesteres. Como había resultado que ambos éramos de la misma ciudad y por curarme en salud, preferí poner una foto en la que no se me apreciaba la cara. La suya era de cuerpo entero, aunque con gafas de sol y una barba que decía no llevar ya. Se le veía atractivo y se adivinaba un buen cuerpo debajo de la ropa.

Seguimos hablando cerca de una hora más hasta que me cansé de una conversación que no me llevaba a ningún lado y alegando un trabajo que no tenía le puse fin.

Cerca de una hora después entró un cliente. ¡Aleluya! Cuando me fijé en él me pareció que guardaba un sorprendente parecido con mi poli particular pero deseché la idea. Una amiga mía me explicó hace tiempo que la mente humana tiende a forzar las piezas para encajarlas en nuestro puzzle mental. Quería un presupuesto pero no tenía claro ni el material, ni las medidas, ni fechas de entrega … vamos, un desastre, el típico que se aburre en casa y viene a hacerte perder el tiempo. Lo despaché lo más rápido que pude y me volví a zambullir en mi ordenador.

Al poco vi que me llegaba un mensaje al Skype del poli que cuando leí hizo que me quedase blanca.

  • Me ha gustado verte, hermosa sonrisa –

Tardé en reaccionar. Ni puzzle mental ni ostias en vinagre. El poli había dado conmigo, no sé muy bien como, porque aunque durante la conversación le había dado algunos datos sobre donde y de qué trabajaba, eran muy vagos, curándome en salud. Estoy casada y aunque de vez en cuando recurra al chat para liberar tensiones y fantasear, nunca he tenido intención de pasar de ahí, y ahora me sentía aturdida, asustada e indefensa, por no decir violentada.

Decidí no responderle y bloquearle la cuenta. No era prudente. Ni era lo que yo buscaba. Nada más lejos de la realidad.

Fueron pasando los días y volvió a ser viernes, mi querido viernes. Y para no perder la costumbre abrí el chat y el Skype. No tardó el poli en abrirme una ventana en el chat.

  • Creo que te asusté, quiero hablar contigo, 2 minutos, si me lo permites. Luego haz lo que quieras – sus palabras me hicieron dudar. No creía prudente hablar con él pero por otra parte sabía demasiado de mi como para, en el caso de que fuera un colgado, complicarme la vida.

No sin dudas le desbloqueé del Skype y esperé a ver qué me tenía que decir.

  • Siento si te molestó lo del otro día, fue un impulso, nunca había hecho nada igual. Quiero serte sincero ya que el otro día no lo fui. Estoy casado, infelizmente casado, sin relación de pareja desde hace tiempo, demasiado. No rompemos el matrimonio por los niños y porque la convivencia es buena, pero eso no basta. Nunca le he sido infiel pero ya no puedo aguantar más -. casi nada … y parecía tonto el poli …

  • ¿Y? -. me limité a responder. A verlas venir.

  • Que creo que tú estás en una situación parecida. Leo bien entre líneas. No me dijiste que tuvieras pareja pero vi tu anillo. Sé que te falta algo en casa que aún no te has atrevido a buscar fuera -. el tío seguía sorprendiéndome.

-¿Y qué si es así? - no quería mostrar mis cartas, entre otras cosas porque ni sabía cuáles eran.

  • Pues que buscamos lo mismo. Sexo sin compromiso, discreto 100%. Cuando, donde y como nos vaya bien. Simple. ¿Qué me dices? – estaba desconcertada. El poli, con cada palabra, se cargaba un poco más la imagen que me había hecho de él el primer día.

  • Yo no busco sexo. Es cierto que en casa tengo poco y malo … y mi cuerpo me pide algo muy diferente, pero ni he sido infiel no voy a serlo -. ni yo me creía mis palabras, ¿cómo lo iba a hacer él?

  • Dicen que tengo un don, que calo bien a la gente. Y si a eso le sumamos mi experiencia personal, te aseguro yo que o te terminas separando o al final le serás infiel. Es una cuestión de tiempo. Creéme. Sé de lo que te hablo -. parecía tan convencido de lo que decía que convencía, y eso me hizo estremecerme.

  • He de dejarte, entra gente -. mentí.

Pasó otra semana sin mucha novedad, por no decir ninguna. Raro era el día que no pensaba en las palabras del poli … y cuanto más pensaba en ellas más sabía que tenía razón. Muy a mi pesar. En mi situación, el paso del tiempo no ayuda precisamente. Acumulas días de insatisfacciones y frustraciones. Vas sumando. El que se haya visto en mi pellejo sabrá de lo que hablo.

  • Me alegro de verte, se me ha hecho larga la semana esperando el viernes -. me saludó a través del Skype.

Dudé unos segundos … o minutos, ¿qué se yo?

  • Hola! Si, una semana larga -. seguía manteniendo las distancias.

  • No te preguntaré si has pensado en mi propuesta porque sé que si. ¿Qué piensas sobre ello? -. directo, ya no había rastros del poli del primer día.

La verdad es que había pensado mucho en ella. Había valorado pros (algunos) y contras (muchísimos). Había entrado alguna vez en Skype a ver su foto y una vez que me había tocado en la ducha lo había hecho pensando en él. El hecho es que todo dependía de en qué momento me encontrase: cuando estaba en estado racional, lo descartaba de plano, pero cuando estaba necesitada, mi mente ya planificaba un posible encuentro. Y en ese momento, estaba muy necesitada.

  • Convénceme -. respondí.

  • Tengo sitio, un piso que normalmente tengo alquilado pero que ahora está libre, lejos del centro. Te propongo ir allí a ver qué pasa y si en algún momento te echas atrás lo entenderé – eso allanaba las cosas.

Acto seguido me llegaron dos fotos. Una era con el uniforme de trabajo, con la cara tapada, y la otra era una desnudo que acababa de hacerse. La verdad es que tenía un cuerpazo. Musculado, bien definido. Pero lo que más me llamó la atención era lo que había entre sus piernas, de un tamaño bastante superior a lo que tenía en casa. Una gran tarjeta de presentación.

La conversación fue calentándose cada vez más. Cada uno decía lo que le gustaba y lo que no en la cama. Y en casi todo coincidíamos. Sexo salvaje, casi duro, con un poco de todo, algún taco de por medio. Él seguí insistiendo y yo le daba largas, pero a esas alturas ambos sabíamos que antes o después ocurriría. Medía hora antes de cerrar entró un cliente y tuve que salirme de Skype, con calentón y todo. Le atendí lo mejor que pude pero la verdad, que no fue mucho. Se marchó, hice caja y cerré. La calentura había bajado pero demasiado. Suponía que en el camino de vuelta a casa volvería a la normalidad, justo para preparar la cena y fregar los platos.

En eso iba pensando de camino a mi coche hasta que me sorprendió un coche que estaba aparcado algo más detrás que daba luces. Se entreabrió la puerta y vi asomar la puerta del poli. Era la segunda vez que venía sin ser invitado, pero esta vez era diferente. Las piernas me temblaron ligeramente y la respiración se me agitó. Me hizo gestos para que fuera hacía él.

A esas horas y en viernes en el polígono donde trabajo ya no queda prácticamente nadie y apenas hay luz. Pensé que era un entorno libre de miradas indiscretas y avancé a su coche.

Abrí la puerta del copiloto pero no subí.

  • ¿Otro impulso? -. le pregunté.

  • No puedo evitarlos contigo, ¿no subes? -. bonita sonrisa, pensé.

Subí, no sin antes comprobar que no había moros en la costa. Me senté. Intenté dominar mis sensaciones y mis impulsos, pero en lugar de ello sólo podía pensar en todo lo que habíamos hablado, en lo que él quería hacerme y en lo que yo le haría, en su foto, …

Hubo varios segundos de silencio. La situación era nueva para los dos y eso se notaba.

Le besé, no pude ni quise evitarlo. Fue un beso de pasión, de hambre, de necesidad. Le devoré. Y él hizo lo propio conmigo. Le di permiso a todo mi cuerpo para que hiciera lo que quisiera y eso hizo. Mi mano le cogía con fuerza la pierna, el muslo, queriendo llegar más allá, pero esperando el momento oportuno. Las suyas no tardaron en entrar en acción. Mientras con una me sujetaba del cuello y me atraía hacía él asegurándose que no me retirase, la otra se colaba entre mis piernas, bajo la falda, llegando todo lo lejos que la ajustada tela le permitía.

La calentura iba en aumento. Nuestras lenguas jugaban, dentro y fuera de la boca, y nuestras manos eran cada vez más atrevidas. Me subí la falda lo suficiente para poder abrir más las piernas y su mano por fin alcanzaba mi tanga, empapado ya a esas alturas. Jugó un poco con la tela, la acarició con fuerza, hasta que por fin lo hizo a un lado y llegó a mi coño. Sabía como jugar con él, como tocarlo y donde. Comencé a gemir y durante unos segundos no hice nada más que disfrutar. Cuando pude recuperarme, moví mi mano hacia arriba y pude notar su polla dura sobre el pantalón. Comencé a acariciarla y a apretarla y entonces él soltó mi cuello para, con mi ayuda, abrir su pantalón y bajárselo hasta las rodillas.

Nunca había visto una polla así, no sólo por lo larga que era si no por su grosor. Me intimidaba, pero no lo suficiente, el deseo y la necesidad me podían. Comencé a pajearle y él aceleró su masaje sobre mi coño y mi clítoris. Estaba en la gloría.

  • Quiero ver tus tetas .- me dijo sin dejar de mirarme los ojos.

Con la mano que tenía libre y con cierta torpeza comencé a abrirme los botones de la camisa. Cuando terminé me las saqué por debajo del sujetador y él comenzó a acariciarlas, a pellizcarlas y a intentar besarlas y morderlas.

  • ¿Te gustan? .- acerté a decir entre gemido y gemido.

  • Más me gustaran cuando te esté follando y salten delante de mi cara .- respondió. Lo estaba deseando. Me moría por tener esa polla dentro de mí pero aún no había llegado ese momento. Quería disfrutar al máximo de lo que estaba pasando y,, de poder ser, alargarlo lo que se pudiera. Y parecía que el poli tenía aguante.

Le miré a los ojos y sin decirle nada adivinó mi intención. Liberó mi coño, se echó para atrás y se acomodó en su asiento. Yo me incliné sobre él y comencé a lamerle la polla, de abajo a arriba, y cuando llegaba a la punta me la metía un poco en la boca mientras con mi mano jugaba con sus huevos. Me costaba, tenía que abrirla mucho, como cuando voy al dentista. Sus manos se posaron en mi cabeza, acompañando mis movimientos y sus piernas se estiraron todo lo que pudieron y se pusieron duras, casi tanto como su polla. Comencé a chuparle los huevos a la vez que le volvía a pajear.

  • Joder, que boca tienes. No pares. – como si tuviera intención de hacerlo … Mi único miedo era que el poli no aguantase más, pero de momento se portaba.

Mi boca volvió a su polla y comencé a comérsela de nuevo, todo lo que podía, que no era mucho, pero al parecer suficiente para que siguiera gimiendo. No sé cómo se las arregló para volver a alcanzar mi coño, pero de repente noté otra vez sus dedos hacer diabluras. Esta vez me los estaba metiendo, no sabía decir si eran 2 ó 3, pero los suficientes para volverme a hacer gemir … y dificultarme con ello la comida.

Me gusta mucho que jueguen con mi coño, o jugar yo, pero siempre he pensado que para que me metan los dedos, mejor que me metan otra cosa. Y como seguí temiendo que mi poli no aguantase mucho más, me incorporé, me saqué el tanga, me subí del todo la falda y me senté sobre él.

Comencé a moverme hacia adelante y hacía atrás, sin metérmela. Nos mirábamos a los ojos. Ojos de deseo, de hambre, de lujuria. A pesar del frío del fuera ambos sudábamos. Los cristales estaban empañados y no se veía nada. Había perdido la noción del tiempo y no sabía cuanto me retrasaba en mi vuelta a casa, pero no me importaba, ya me inventaría alguna excusa.

Seguí moviéndome sobre él, haciéndome la dura, luchando contra mis ganas de sentirlo dentro y haciendo crecer en él el deseo de querer follarme. Notaba su polla entre nosotros, rozarse con mi coño, y cada vez que lo hacía daba un respingo.

  • Quiero follarte .- me dijo.

  • Lo sé .- respondí.

  • ¿Y a qué esperas? .- me preguntó.

  • A que me lo ordenes.- repliqué.

  • Ya te he dicho que quiero follarte .- dijo sujetándome las caderas e intentando dirigirlas.

  • Así no. Sabes como me gusta.- le respondí.

  • Puta, coge mi polla y métetela de una vez .- por fin recordó la conversación que habíamos mantenido en el skype.

Me separé de él. Cogí su polla sin dejar de mirarle. Seguía tan dura y gorda como antes de sentarme sobre ella. La noté palpitar. Contuve la respiración y la puse recta. Comencé a bajar, poco a poco, sin retirar la mirada. Entraba sin dificultad por lo empapada que estaba y por los dedos que me había metido, pero podía notar como me abría como ninguna antes. Por fin me senté de nuevo sobre él, con toda su polla dentro de mí. Me quedé quieta unos instantes para acostumbrarme a ella y él a provechó para jugar con mis tetas. Las cogió con ambas manos, con fuerza, y comenzó a lamer y a morder mis pezones .Yo me eché ligeramente para atrás, apoyándome en el volante, no había mucho sitio pero si el suficiente, y en esa postura comencé a moverme en círculos, suavemente. Hacía tiempo que no sentía tanto placer de golpe y quería disfrutarlo.

Él soltó mis pechos y llevo sus manos a mi culo. Me apretaba las nalgas y me las abría. Yo seguía mirándole con cara de deseo y lujuría, disfrutando y saboreando. Sus manos se movían nerviosas y fuertes, intentando marca un ritmo que mi cuerpo no seguía. Él quería más movimiento pero lo tenía que pedir.

  • ¿Qué haces? .-  me preguntó casi confuso.

  • Follarte, ¿no es eso lo que me has ordenado? .- respondí.

Sonrió. Comenzaba a conocerme.

  • Serás zorra. Tienes más ganas tú que yo pero quieres que te lo diga. No estas follando con tu marido, quiero que empieces a moverte como si fuera el último polvo de tu vida y que no pares hasta que me corra dentro de ti.

Acertó nuevamente. Y eso hice. Me eché hacía adelante, apoyándome sobre el siento y comencé a hacer lo que hacía rato estaba deseando. Arriba y abajo, dentro y afuera. Sin parar, Cada vez más rápido, más fuerte, más salvaje. Sus manos seguían cogiendo con fuerza mi culo mientras su boca intentaba cazar mis pezones. Nuestras bocas se buscaban y en ocasiones se encontraban, como si fuera la última vez.

Los dos gemíamos sin parar y el coche debía de estar moviéndose de lo lindo. Suerte que fuera viernes.

  • Háblame .- alcancé a exigirle al oído.

  • Te gusta mi polla, ¿eh?. Si, sé que sí, por como gimes, por como tu cuerpo se mueve. ¿La notas entrando y saliendo de ti? – dijo entre jadeos.

  • La noto .- respondí.

  • Lleva así desde esta tarde, es por tu culpa, así que tú tenías que solucionarlo. Sabía que una zorrita como tú no se resistiría a ella. Ahora quiero que te corras y que esta noche, cuando estés en la cama con tu marido, recuerdes como te he follado.

El poli estaba espabilando, sabía qué teclas tocar y las tocaba muy bien. Mi cuerpo comenzó a estremecerse, mi cuerpo se arqueó y comenzó el cosquilleo. Me corría. Casi se me había olvidado lo que se sentía.

  • Joder, no pares cabrón. Me estoy corriendo. Sigue. Empuja. Joder. – eran una mezcla de súplica y órdenes. Quería alargarlo todo lo que fuera posible. Una no se corre todos los días. Ni todas las semanas. Últimamente ni siquiera todos los meses.

Él apretó las piernas, sus manos se clavaron en mis pechos y notaba como cada vez que yo bajaba él subía con fuerza. O se esforzaba en mi corrida o estaba por llegar la suya. En cualquier caso, no recordaba haber sentido tanto placer en mi vida así que me daba igual la causa.

Su respiración se agitó, se entrecortaba. Liberó mis pechos para cogerme el culo con fuerza y marcar el ritmo y justo cuando yo terminaba de correrme él empezó. No bajé el ritmo, le cogí con fuerza de la nuca mientras comencé a devorarle, a besarle, a lamerle.

  • Córrete .- le repetía una y otra vez. – Córrete dentro de mí, dame tu leche joder. La quiero toda.

Gimió, gritó y jadeó, hasta que por fin soltó mi ya dolorido culo y se relajó. Fui aflojando el ritmo hasta que por fin me quedé quieta y me incliné sobre él.

Fueron pasando los segundos y fui tomando conciencia de lo que había pasado. No me sentía culpable, no al menos de momento. Era más una mezcla de alivio y paz interna.

Me retiré suavemente de encima de él y me ofreció unos pañuelos. Me limpié como pude, me puse el tanga, bajé la falda, acomodé mis tetas y abotoné mi camisa. Él no decía nada, no sabía qué decir y probablemente temía cagarla. Yo me besé el índice y se lo puse sobre sus labios.

  • No ha estado mal tu impulso – dije justo antes de abrir la puerta de su coche para volver a la oficina. Sin moros en la costa, perfecto. Necesitaba arreglarme un poco antes de ir a casa. De camino al trabajo noté como las piernas aún me temblaban las piernas. Finalmente lo había hecho.