Mi primera infidelidad
Crónica de la primera vez que salí con otro hombre y me convertí en esposa infiel y puta, mi esposo y yo convertimos nuestras fantasías en realidad.
Soy del norte de México, mi nombre es Liss y les contaré una historia real. Estoy casada en segundo matrimonio desde hace 18 años. Mi primer matrimonio fue un encierro ya que mi ex esposo era muy celoso y posesivo, no le gustaba que trabajara ni que saliera con amigas, hasta me aprobaba la ropa que me ponía; varias veces me ordenó cambiarme alguna blusa escotada, un vestido muy corto o un pantalón ajustado. A mi me ha gustado ser coqueta y sensual desde mi época universitaria, sin embargo, después de 5 años de casada ya me había acostumbrado a ser más reservada y discreta para no hacer enojar a mi esposo. Pensé que así debía de ser.
Después que me divorcié, me casé con un hombre totalmente opuesto, mi segundo esposo es liberal, abierto y él es quién me pide que deje salir mi interior, que viva el momento y lo que sienta, carpe diem, me dice que es un término en latín que significa eso.
Por eso en los últimos años he aprovechado para vestirme en forma sensual, mostrar mi cuerpo en ropa entallada, soy una mujer madura de 43 años muy atractiva, con senos redondos, piernas torneadas y nalgas carnosas, de piel blanca y cabello castaño claro que a veces tiño de rubio. Y afirmo, sin falsa modestia, que atraigo las miradas e interés de los hombres porque así me lo dicen y constantemente me invitan a salir en mi trabajo o me abordan en algún centro comercial y tratan de seducirme. Mi esposo me confirma constantemente que soy muy sensual y que soy un antojo para muchos hombres. Eso me excita mucho.
Con el paso de los años mi calentura aumenta, mis cuarentas me confirman que mi coquetería sigue siendo parte intrínseca de mi personalidad, ahora más madura y más segura. Mis conocidos quieren convertirse en amigos, mis amigos que ansían ser algo más, pretendientes que buscan conquistarme, que del saludo de amistad pasan a otras propuestas interpretando mi levedad y mi forma de ser como una luz verde para avanzar. Hasta mis ex, que me buscan y quieren volver a ser lo que en el pasado fueron.
Hace como seis meses apareció nuevamente en mi vida un pretendiente que tuve cuando estaba divorciada, me contactó porque vino por trabajo a la ciudad donde vivo; hemos salido un par de veces a cenar y a tomar un café. Lo que ahora es diferente es que desde que me interesó salir con Hugo, así se llama, le platiqué a mi esposo y me sorprendió que me animo a hacer lo que yo quisiera y me alentó a dejarme seducir e irme a la cama con otro hombre con una sola condición: que le platicara todo.
Fue así que salí dos veces con Hugo, él es casado y sabe que ahora yo estoy casada, ubica a mi esposo de una vez que nos vimos. Cuando salía con Hugo, le platicaba a mi esposo, incluso me sugirió los vestidos sexys que me puse para excitar a otro hombre que me pretendía, le platicaba algunos detalles de nuestras citas: que no dejaba de mirarme los senos y las nalgas. Eso ayudo a que nos excitáramos y cogiéramos con mucha pasión cuando regresaba a casa.
Desde la primera cita quise mostrarme sensual y coqueta, como soy y como quiero comportarme en esta aventura que estaba por comenzar. Mi vestido entallado y escotado de los senos y con una apertura en la pierna lo impactaría, con esa intención me lo puse en esa ocasión.
Durante la cena mis posturas y mis movimientos evidenciaron los amplios escotes de mi vestido, noté sus constantes miradas a mis pechos que quedaban parcialmente expuestos desde su lugar, le mostré mis piernas a través del escote inferior al estar sentada; al subirme al automóvil se deslizó el vestido y quedaron visibles para él, que me abrió la puerta, mis muslos y parte de mi ropa interior, en forma intencional para mí y que pareciera accidental para él. Esa era mi intención, explayar mi coquetería, excitarlo para aumentar su deseo por mío. Disfruté ejercer el control de una mujer sobre su cuerpo y su sensualidad. Me gustó controlar la situación.
Lo dejé en el hotel donde se hospeda cuando viene de trabajo a la ciudad. Su despedida en esa ocasión se limitó a un beso breve en la mejilla y a expresarme que le gustaba mucho y que le parecía una mujer muy hermosa, me lo confirmaron sus miradas y sus gestos durante toda la cena.
Luego, en la segunda cita, me sorprendió su primer intento de llevarme a la cama cuando platicábamos sobre los diferentes tipos de vinos. –Si gustas podemos ir a mi cuarto del hotel, tengo unas botellas de un vino excelente que me acaban de regalar –me dijo. Simplemente ignoré su propuesta, no di ninguna respuesta y abordé otros temas. Claro que me di cuenta de la intención de esa invitación, sé que al no responder dejaba la duda, pero al no expresar mi incomodidad o manifiesto rechazo, dejaba la puerta abierta. Di entrada al juego de la seducción.
Los coqueteos y platicas subieron de tono en la segunda cita, yo di pie a esos comentarios, le mostraba mi cuerpo en un pantalon entallado y una blusa escotada, me mostraba sensual.
Por lo anterior, antes de decirle que sí a una tercera invitación, reflexioné mi decisión, estaba consciente de lo que implicaba una respuesta afirmativa porque era una invitación a algo más, mis elucubraciones me llevaban a una disyuntiva de continuar o parar, “¿Está bien lo que hago?” -pensaba. “¿Debo continuar esta aventura?” -me preguntaba. Más dudas invadían mi pensamiento: ¿si alguien me ve y le dice a mi esposo?, ¿si Hugo se enamora de mí y resulta ser un tipo posesivo? No tuve todas las respuestas. Decidí continuar.
Esta vez no me vestí tan sexy, como las dos ocasiones anteriores, escogí un vestido negro entallado que resaltaba mi silueta, con un escote que discretamente llamaba la atención sobre mis senos. Escogí un juego de brassier y pantaleta pensando que era muy probable que esta vez lo vería mi pretendiente, y con suerte para él, quizás tendría la oportunidad de quitarme estas prendas. Porque iba dispuesta a dar el paso siguiente, a dejarme seducir, a dejar vivir mi alter ego, salí dispuesta a coger con otro.
Igual que las dos veces anteriores nos encontramos en un restaurante para cenar y charlar, esta vez la sobremesa fue más breve.
Al regresar del tocador, Hugo me otea de pies a cabeza, me sonríe sin mayor recato. Al sentarme me mira fijamente –¡qué buena estas! -expresa con toda naturalidad-, se inclina para acercarse a mi cara, me pega su mejilla suavemente y con sus labios toca ligeramente mi oreja, una de sus manos acaricia mi rodilla y sube segura sobre mi pierna –me gustas mucho –susurra-, y regresa a su posición retirando la mano con la misma levedad que la acercó. El ambiente del lugar es propicio, poca gente. Realmente no me preocupa que alguien nos vea, correspondo con una sonrisa coqueta y levanto mi copa para beber un poco de vino… mi alter ego está saliendo de su contención.
-¿Vamos a algún bar a tomar un par de copas más? –Me pregunta.
-Mejor a un lugar más tranquilo -le propongo-, armándome de valor y con decisión. No estaba segura si me atrevería o no a decirlo.
-¡De veras! –Exclama casi incrédulo-, ¿a dónde yo quiera? -Me contesta preguntando después de asimilar la sorpresa que le causo mi propuesta.
Con toda tranquilidad afirmo: -sí, está bien donde tú quieras. Ambos sabíamos la siguiente respuesta… nos fuimos al hotel.
Yo di el primer paso al proponerle ir a un lugar más tranquilo. -Vamos a coger -prácticamente le dije.
En el automóvil, durante el recorrido al hotel, Hugo denotaba la satisfacción masculina de tener a su presa atrapada. Me acariciaba las piernas sobre mi vestido, seguramente pensaba en lo que vendría, lo que pasaría en la habitación; me sentía nerviosa, mi personaje escort aún no tomaba el control total de mi yo real, aún no me invadía del todo la frivolidad y la putéz de mi alter ego.
Durante el trayecto del estacionamiento al lobby, al elevador y por los pasillos, entre puertas iguales con números diferentes, sentía las miradas de Hugo a mi cuerpo, algunos toqueteos de galantería al darme el paso. Sentía su mirada cargada de libido y satisfacción, me veía los senos, las nalgas, disfrutaba con la vista lo que anticipaba disfrutaría con el tacto.
Al entrar a su cuarto del hotel, me invadió una sensación de desubicación e inseguridad.
- ¿Qué hago aquí? -me pregunté a mí misma, pero el vino y el entorno del momento ya habían sacado mi alter ego.
–Vienes a que te disfrute y te coja otro hombre -me contesté mi pregunta anterior. Me dispuse a vivir el momento: Carpe Diem.
Mi galán, como suelo llamarlo para mi interior, me sirvió un vaso de agua, se acercó a dármelo. Ya no se retiró de mí. - ¿Quieres más? -me preguntó-, extendí mi vaso para que me sirviera, tomo el vaso y mi mano para mantenerlos firmes y servir de la botella, con esa excusa aprovechó para frotar suavemente mi brazo, luego, lentamente, apartó el vaso de mi mano, continuó acariciándome, prosiguió hacía mi torso y con su otra mano me tomó del hombro y me acercó hacía a él para abrazarme y besarme, fue un primer contacto que me erizó la piel, siguieron más caricias y besos, pegó su cuerpo contra el mío, acarició mi cintura y mis nalgas sobre la tela del vestido, luego me lo levantó y acarició la piel de mis piernas subiendo poco a poco.
Me sentía diferente, otra mujer, atrevida, como un personaje que por fin interpretaba en el teatro de mi vida. Me debatía entre el nerviosismo y el deseo, el primero se fue junto con mis inhibiciones y rol de esposa, el segundo tomó más fuerza con mi rol de cortesana al aumentar la intensidad de las caricias que recibía.
Hugo me levantó el vestido hasta la cintura y me toqueteo las piernas y las nalgas sobre la tela de mi calzón, sentí su mano acariciar mi monte de venus. Me subió más el vestido y colaboré levantando los brazos para que lo sacara por encima de mi cabeza.
Me desabrochó el brasear y beso mis pechos. Bajó sus manos de mis senos a mis caderas, y continuó, embelesado, acariciándome toda, deslizó sus dedos hacia el elástico de mi pantaleta y suavemente me la bajó, a las rodillas primero, colaboré un poco moviendo mis extremidades para que la pudiera deslizar hacía mis tobillos, se atoró ligeramente con mis zapatos, por lo qué, levanté una pierna primero y luego la otra para que saliera con facilidad. Sin ninguna tela que cubriera mi parte más íntima, me besó el estómago, las piernas y mi vagina ya totalmente mojada, me sentí indefensa con mi vello púbico al descubierto, totalmente encuerada ante un extraño. Por un largo rato disfrutó de mi cuerpo con sus manos, se deleitó al mirarme desnuda en tacones y de pie, lo que resaltaba más mi figura.
Me tomó de las manos para acercarme sutilmente hacía él con la intención de llevarme a la cama. Me recostó suavemente y recorrió mi cuerpo con sus besos. Luego se quitó su ropa y se dispuso a hacerme el amor.
El me disfrutaba, yo solo dejaba que me disfrutara, así lo había pensado. Se incorporó, tomó un condón de uno de los cajones de la mesa de noche, yo permanecí recostada sobre mi espalda, de rodillas se colocó en medio de mis piernas, me las abrió, apuntó su miembro turgente directo a mi hendidura, me lo acercó ansioso por estar dentro de mí, después el gozo total y extasiado de ambos llenó la habitación de ese hotel.
Mi panocha mojada y caliente estaba lista, los besos y caricias en mi pubis habían hecho su efecto lubricante. Me pegó con fuerza su pecho a mis tetas para sentirlas al abrazarme, con una de sus manos acomodó la cabeza de su pene en la entrada de mi rajita, la frotó alrededor de mis labios vaginales, frotaba mi montecito peludo, mojaba su miembro con mis jugos mientras me besaba con lujuria, luego empujó un poco y suavemente para abrirme los labios exteriores con su verga, la sentí caliente y muy dura, como me gustan, me acomodé para recibirla toda. Empezó a penetrarme suavemente primero y luego me la empujó hasta dentro, me la dejó ir toda hasta el fondo y continuó así frenéticamente, me abrió las piernas, me levantó una para metérmela en una posición diferente, me gozó hasta que se vino.
Jadeante aún, como si estuviera en estado de éxtasis, se retiró el condón usado y parte de su líquido seminal me salpicó alrededor de las ingles, algunas gotas blancas de su leche contrastaban con el vello castaño de mi panocha que segregaba líquidos de placer también, se recostó a mi lado por unos minutos; se dirigió al buró nuevamente, se puso otro condón y volvió a la carga, me tomó de la cintura y me levantó para voltearme boca abajo, me empinó, me puso de nalgas, me las acarició, me las amasó, me las besó ávidamente, con arrebatamiento, como si temiera que me fuera a ir de su lado apenas me soltara. Frotaba su verga gruesa en mi trasero. Con sus manos me tomaba de la cintura y me jalaba hacía él, yo empinada y él hincado atrás de mí; nos sincronizamos en movimientos contrarios: yo hacia atrás para repegarle mi grupa voluminosa y él hacia adelante para dejármela ir toda hasta el fondo de mi bizcochito; el ritmo y frenesí de los constantes contactos de mis nalgas contra su cuerpo hicieron su efecto y llegó su segunda venida de la noche. La pasión sobrepasó a la razón. Hugo en un movimiento sincronizado se salió de mí, se quitó el condón y derramó su semen sobre mis nalgas, aún con la verga dura me la metió nuevamente para dejar gran parte de su leche en mi interior, me excitó tanto que me chorreara que no tuve voluntad para protestar.
En cada posición comprobaba que las mujeres somos putas por naturaleza o por instinto o por ambos, nos gusta que nos cojan, que nos abran de piernas, que nos empinen de nalgas, que los hombres coman de nuestro sexo, que nos hagan sentir como damas, como reinas, como esposas, que nos saquen la lascivia, la lujuria y todo lo que tenemos para dar. Que nos hagan depravadas y pervertidas.
Terminamos de coger. –Me tengo que ir -le argumenté. Me levanté para ir a ducharme, me detuvo tomándome del brazo, acarició mis piernas y mis nalgas, él acostado y yo sentada al filo de la cama. -Que piel tan suave –comentó-, solo agradecí el halago con una sonrisa.
Segura de mí, le ofrecí a Hugo un último espectáculo de mi cuerpo, caminé desnuda hacia el baño, al ponerme de pie sentí su semen, me salía de mi hendidura, escurría sobre los pelos de mi panocha de puta recién cogida, tibio y lechoso aún, mezclado con mis jugos vaginales, marcando caminos de descenso por la parte interior de mis muslos. Caminé con parsimonia, contoneando mis nalgas para dejar mi impronta en sus vivencias, para que disfrutara nuevamente con los ojos el cuerpo que había poseído y a la mujer que se le había entregado por primera vez.
Antes de ducharme, me tome unas fotos y se las mande a mi esposo por el teléfono móvil, poniéndome frente al espejo le mostré todo mi cuerpo completo desnudo, mi cabello revuelto y unas cuantas fotos de acercamientos a mis senos y mis nalgas, pero las que más le gustaron fueron las de mi vagina recién cogida y escurriendo leche de otro que me acaba de meter toda la verga.
Me transformé en prostituta, suena decente y limitado, mejor dicho, me transformé en puta y no en el significado de esa palabra sino en su significante vivo, mi fantasía se hizo realidad. Acabo de vivir momentos de seducción, de desenfreno y lujuria sin óbice alguno, libertad total para mí y mis personalidades camaleónicas. ¿Cuándo empieza una infidelidad? Cuando una mujer empieza a pensar en otro hombre, cuando entra al juego de seducción o ¿Cuándo da las nalgas como lo hice esta noche?
Reflexiono sobre lo que le diré a mi esposo cuando llegue a casa.