Mi primera experiencia en sexo en grupo
No fue una experiencia muy agradable, pero de todo se aprende y de nada me arrepiento.
Me llamo Irene, tengo 32 años y desde hace diez tengo una relación con el que actualmente es mi marido, Tony. En esta ocasión voy a contar algo que me sucedió antes de conocerle. De hecho, yo tenía 18 años recién cumplidos. Debo decir que yo siempre he sido una mujer muy sexual, atrevida y muy curiosa. El sexo siempre me ha interesado, y también explorar cosas nuevas. Lo he probado prácticamente todo. Algunas de esas experiencias me han gustado y otras no, pero todas me han ayudado a conocerme mejor, y no me arrepiento de ninguna, incluso de las que no me gustaron. Esta que voy a contar cae del lado de las que no me gustaron. No porque no me guste el sexo en grupo (que es algo que practico varias veces al año), sino porque esta experiencia concreta que voy a contaron no me gustó nada.
Con 18 años era una chica bastante tonta, la verdad. Me encantaba la música, y era de esas groupies que se obsesionan con grupos musicales. A veces me obsesionaba un mes con un grupo y al mes siguiente estaba obsesionada con otro. El caso es que allá por 2007 me obsesioné con un grupo de reggaeton. No voy a decir cuál, para respetar su anonimato, pero estaba compuesto por tres chicos a los que vamos a llamar Saúl, Don y René. No creáis que eran superfamosos. Realmente era un grupito que sonaba por locales del área de Barcelona y subían canciones y videoclips a internet. Tenían su público, pero no eran superestrellas ni muchísimo menos. El caso es que me encantaban. Iba a todos los locales y fiestas donde tocaban. Aunque ahora me da vergüenza contarlo, yo era de las que se ponían en primera fila y cantaban sus canciones, cuyas letras me sabía de memoria. La noche que un segurata se me acercó al terminar uno de esos conciertos y me preguntó si quería ir al camerino a conocer a Saúl, Don y René fue la noche más feliz de mi vida (en ese momento, claro).
En aquel entonces, yo era extrañamente inocente. Como dije antes, siempre me interesó mucho el sexo. No era ni mucho menos virgen. De hecho, me había acostado con bastantes chicos para mi edad. Pero a la vez seguía estando en la edad del pavo. En muchas cosas seguía siendo una cría. Una mala combinación, la verdad. Estaba nerviosa como un flan mientras el segurata me llevaba al camerino (bastante cutre) del grupo. Los chicos que integraban el grupo no eran mucho mayores que yo; Saúl tenía 21, Don tenía 22 y René era el único más “mayorcito” con 29. Los tres eran dominicanos que se habían criado aquí, en Barcelona, y Don y René eran, además, hermanos. Ahora ni de coña me habrían parecido atractivos, pero en aquel entonces, cosa de la edad, me parecían los más guapos del mundo. De hecho, yo me consideraba poca cosa a su lado (la edad del pavo) y no creí que quisieran enrollarse conmigo.
Cuando llegué al camerino me recibieron con sonrisas y halagos (ya sabéis lo aduladores que pueden llegar a ser los latinos con las chicas). Yo no me lo podía creer. Me sentía como una reina. El segurata se fue y cerró la puerta. Ellos me invitaron a beber de una botella de ron que ya estaba casi vacía. No estaba acostumbrada a beber, pero no quería parecer una cría delante de mis ídolos, así que hice mi mayor esfuerzo y bebí un buen trago. De hecho, casi todo lo que hice esa noche fue por esa razón; la de no querer parecer una cría mojigata y aburrida.
Comenzamos a perrear. Yo bailaba moviendo las caderas y el culo en medio del camerino y ellos se iban turnando detrás para rozarse conmigo. El alcohol estaba surtiendo efecto, y yo me sentía halagada por ser el centro de atención de mis ídolos. Entonces comencé a besarme con Saúl, mientras sus compañeros reían y gritaban que ellos también querían. No tuve ningún reparo en repartir mis besos y también besé a Don y a René. La cosa fue poniéndose más candente. Los tres comenzaron a manosearme con descaro. Sentía sus manos en mi trasero, perdiéndose entre mis muslos, agarrándome las tetas, metiendo sus dedos en mi boca. A medida que ellos se calentaban, yo comenzaba a ponerme incómoda. En algún momento aparté sus manos de mi entrepierna, pero ellos apartaban mis manos a su vez para seguir tocándome con insistencia. Al final, la idea de no parecerles una cría aburrida ganó, y me rendí a ellos. Qué hicieran conmigo lo que quisieran, me dije, sin demasiado convencimiento. Al fin y al cabo eran mis ídolos.
-Quítate la ropa, amor, déjanos ver la tanga -me dijo uno de ellos, Saúl o Don (no lo recuerdo).
Lo hice. Me desabroché los vaqueros y me los quité, mostrándoles un sencillo tanga amarillo de hilo. No duré demasiado con el tanga. René me agarró fuertemente de la cintura, y sin mirarme ni decirme nada me llevó hasta una mesita que había e hizo que me inclinara sobre ella. Casi al instante sentí su polla entrando en mi coño. De repente me preocupé que no se hubiese puesto un condón, pero de nuevo, no quería ser una cría aburrida. Dejé que me follara como quiso, mientras oía a sus compañeros reír y animarle.
-¡Vamos, René! ¡Dale más fuerte!
-¡Mira cómo le gusta! ¡Es tremenda perra!
-Vaya si son zorritas las jevas de hoy en día. ¡Mira cómo se deja hacer!
-¡Dale duro! ¡Que vea cómo cogen los dominicanos!
René la sacó de mi coño justo antes de correrse, cosa que hizo sobre mi espalda. Intenté incorporarme, pero vino Saúl y se puso detrás de mí, ya preparado. Dejé que él también me follara. Podía oír la conversación entre René y Don mientras Saúl me tomaba.
-Tremenda jeva -decía René.
-Qué putas son las españolas -decía Don.
Y más cosas así.
Por supuesto, después le tocó a Don. Saúl se había corrido en mi coñito, así que Don utilizó una toalla para limpiarme y luego hizo lo que habían hecho sus compañeros antes. Lo cierto es que me sentía sucia, pero no podía comportarme como una cría aburrida. Ese miedo hacía que consintiera todo lo que me estaban haciendo.
-Seguro que su papá cree que es virgen y todo -dijo René a Saúl.
-Y no sabe que tres dominicanos le han dado huevo hasta hartarse a su princesita -contestó Saúl.
El comentario me hizo sentirme mal, sucia, pero no dije nada. Después de que Don se corriese se tomaron un breve descanso. Me dieron más ron. Yo ya estaba bastante borracha, pero plenamente consciente de todo lo que pasaba.
-Tiene buen culo la perrita -decía Saúl.
-Habrá que darle bien por ese culo -decía Don.
Pero lo siguiente que hicieron fue pedirme que se las chupara. Ellos estaban sentados en un sofá y estaban fumando marihuana. Me dieron a probar varias caladas (nunca había consumido marihuana) y luego me puse de rodillas a cumplir lo que me habían pedido. Se la empecé a chupar a René, pero rápidamente me agarró de la cabeza y comenzó a moverla bruscamente arriba y abajo, entre las risas y los ánimos de sus compañeros. Aquello me provocaba arcadas, pero trataba de reprimirlas. Se la chupé luego a Saúl por tres o cuatro minutos y después a Don, más o menos el mismo tiempo. Luego comenzaron a follarme por el culo. No era la primera vez que tenía sexo anal, pero tenía bastante poca práctica en ese sentido. Esta vez fue Don el primero. Me folló por el culo mientras sus compañeros le animaban a que me diera más duro. Don me azotaba las nalgas, por supuesto. Pero el que más estaba obsesionado por azotar nalgas era Saúl. Cuando le tocó el turno de encularme no paró en ningún momento de azotarme las nalgas. Don se corrió en mi cara y Saúl lo hizo en mi culo. René también folló mi culo, por supuesto.
Lo que hizo que me sintiese aún más sucia, aún más usada, fue que hicieran llamar al segurata que me había traído. Cuando entró en el camerino me vio desnuda, completamente sucia.
-Mira, Dani, ¿qué te parece la zorrita? -preguntó René.
-Nosotros ya hemos terminado con ella, ¿la quieres probar? -preguntó Don.
-Es un putón, garantizado -aseguró Saúl.
Me ofrecían a él como si yo no tuviese opinión al respecto. El caso es que era tan fuerte mi deseo de no defraudarlos que no me opuse cuando el segurata, ese tal Dani, aceptó. Se sacó la polla por la bragueta, me separó las nalgas con sus enormes manos y de un empujón me metió la polla por el coño. Era un tipo gordo al que, la verdad, jamás le habría dejado ni tocarme en otras circunstancias, pero allí estaba yo, en cuatro, y allí estaba él, embistiéndome por detrás con sus manos en mis nalgas. Me folló apenas tres minutos antes de correrse, mientras los otros se volvían a liar unos porros de marihuana.
Al acabar, me dieron las gracias y me regalaron unos discos firmados. Lo cierto es que no volví a escuchar su música ni acudir a sus conciertos nunca más.