Mi primera experiencia con maduritas (4ª parte)

Mi reunión con Faustino va mucho mejor de lo que esperaba. La Sra. Alfonsi es una caja de sorpresas.

Nos quedamos en mi anterior relato con Carmen y yo en la cama, exhaustos tras una tremenda follada. Sus felaciones me habían dejado tan impresionado que le tuve que preguntar quien le había enseñado el distinguido arte de la mamada. Y su respuesta me dejó helado: había sido la Sra. Alfonsi. Como recordaréis de mis anteriores relatos, la Sra. Alfonsi es la dueña de la empresa que había venido a auditar. Siempre vestida con su traje chaqueta, repeinada con su moño impenetrable, se había mantenido fría y distante conmigo desde el primer día. Es más, incluso en la fiesta de sus amigas a la que fui invitado y en la que acabé con la polla fuera y corriéndome en la cara de Mila y Carmen, la Sra. Alfonsi, lejos de mostrar una actitud participativa, se había comportado como la más mojigata de sus amigas. La historia que me contó Carmen merece ser recordada:

Alfonsi, Gloria, Mila y Carmen se habían conocido en la escuela. Siempre iban juntas y en el pueblo, de broma, las empezaron a llamar las Beatles. Como a principios de los ochenta no había instituto en el pueblo, se fueron a cursar los estudios medios a Valladolid, la capital más cercana. Cuando lo terminaron, más por inercia que por convicción, se matricularon en la universidad. Carmen, en Farmacia, para continuar el negocio familiar en la que sería la cuarta generación; Mila y Gloria, magisterio, profesión que solo acabaría ejerciendo la segunda, mi casera; mientras que Alfonsi se puso a estudiar Filosofía y Letras, simplemente porque le pareció una carrera entretenida. Mientras que las dos estudiantes de magisterio se fueron a estudiar a Bilbao; Carmen y Alfonsi se quedaron en Valladolid. Aquella separación parecía poner fin a la indisoluble amistad de las Beatles castellanas, que tan solo se volvían a encontrar cuando regresaban al pueblo en Navidad, verano y algún fin de semana que otro. Sin embargo, forjó una estrecha amistad entre las parejas que se habían mantenido juntas.

El primer verano, para escándalo de su familia, Alfonsi decidió ponerse a trabajar. Siempre había sido la más independiente de todas ellas y quería ganarse un dinerillo para sus caprichos vallisoletanos. Sus amigas, lejos de afearle su iniciativa, la apoyaron decididamente. Pero el padre de Alfonsi tenía demasiado poder en la ciudad (¡su abuelo había sido alcalde con Franco!) y allí donde Alfonsi pedía trabajo, le era automáticamente denegado. ¿Quién se iba a meter en líos con el Sr. Ramírez-Casaloba? Así que no le quedó más remedio que buscar trabajo fuera del pueblo. Una inoportuna baja, le dio la oportunidad de realizar una substitución. No era el trabajo que ella deseaba, pero, al fin y al cabo, era un trabajo: camarera en el bar de un área de servicio. Y, claro, como era la última en entrar, le tocó el turno que nadie quería: el turno de noche. Lo que ocurrió en el bar del área de servicio durante aquellos primeros días, Alfonsi nunca se lo contó a nadie. Ni tan solo a Carmen, su intimísima amiga. De pronto, a Alfonsi le entró una obsesión con el sexo oral. Tiempo después, comentándolo, sus amigas llegaron a la conclusión que algún camionero la violó. El caso es que a Alfonsi le dio por comer pollas compulsivamente. Tan es así, que ya no dejó el turno de noche en todo el verano. Tan es así que su área de servicio, mortecina antes de su llegada, se llegó a convertir en una parada obligatoria para todos los camioneros de España. Alfonsí solo tenía dos condiciones: se chupaba a la polla que se le pusiera por delante, pero no cobraba, que no era una puta; y solo ofrecía su boca, el resto de sus agujeros se los reservaba para el que fuera a ser su marido. De vez en cuando, tenía algún susto, ya que siempre había algún listo que se quería propasar, pero sus mamadas se convirtieron en tan legendarias que pronto empezaron a “visitarla” conductores de paso por España de todo tipo de vehículos: Alfonsi no le hacía asco a ninguna polla, ya fuera de motorista, comercial de aspiradoras, conductor de autobús de línea o el “Fernández” que iba a reunirse con su familia. Algunos de estos conductores solían ir a verla más de una vez por semana, convirtiéndose en una verdadera guardia de corps. Y al que se intentaba pasarse con la camarera, podía estar seguro que le iba a caer una paliza que lo mandaría al hospital. Amén de los numerosos desperfectos con los que se encontraría su vehículo. Una noche especialmente épica, en el mes de agosto, se llegó a tragar 23 pollas. Que no está mal.

Al llegar el segundo verano, Alfonsi regresó al área de servicio, aunque también había empezado a dar rienda suelta a su furor bucal en la Universidad, periodo en el que sus notas mejoraron espectacularmente, a pesar de no pisar una biblioteca, a no ser que fuera para comerse una polla. En el área de servicio, fue recibida con todos los honores. El aumento de la facturación había sido espectacular y solo se hubieron de lamentar media docena de palizas “entre clientes”. Su jefe no hizo preguntas y se limitó a volverla a contratar. Esta vez como encargada del turno de noche. Y esta vez, a petición de Alfonsi, se contrató a Carmen. La fama de aquella área de servicio de una carretera nacional perdida en medio de la provincia de Valladolid empezó a traspasar fronteras. Los clientes llegaban como tsunamis. Y suerte tuvo Alfonsi de contar con el concurso de Carmen, que las pollas no dejaron de llegar en todo el verano. Se cuenta que se llegaron a formar caravanas. Y que la Guardia Civil de tráfico hacía la vista gorda, aunque nadie nunca se atrevió a preguntar a cambio de qué.

La práctica había convertido a Alfonsi en, probablemente, la mejor mamadora de España. Y a Carmen en su alumna más aventajada. Si la noche estaba relativamente tranquila y el cliente estaba bueno, le podía caer una mamada a dúo. Pero era Alfonsi la que decidía. Y ya le podían ofrecer miles de pesetas que ella era la que decía si, no y hasta el orden de cola. Como no consentían en cobrar, el segundo año, empezaron a aceptar obsequios. Se dice que hasta la visitó un ministro que, tras la mamada, le regaló un anillo de diamantes. A cargo del erario público, por supuesto. Aquel año, Alfonsi pulverizó su récord de pollas por noche: 45.

Todo cambio un día de finales de julio de su tercer año como camarera. La noche en la que conoció a Faustino. De hecho, ya se conocían del pueblo, aunque Faustino era un poco mayor que ella y, por eso, no habían coincidido en la escuela. Además, Faustino, al terminar los estudios básicos, se había ido a trabajar a la pequeña empresa de embutidos de sus padres y no se marchó al instituto. A Alfonsi no le gustaba chupar las pollas de los de su pueblo, y se las solía pasar a Carmen. Pero el joven Faustino era extremadamente guapo, así que Alfonsi decidió hacer una excepción. El lugar de las mamadas solía ser el almacén del bar y allí que se lo llevó. Cuando Faustino se quedó en pelotas, Alfonsi descubrió no tan solo que su futuro marido era muy guapo sino que tenía la mayor polla que había visto nunca. Un rabo descomunal, equino, de casi 30cm de largo. Amor a primera vista. A Faustino le cayeron dos mamadas seguidas. Y fueron las últimas que realizó en aquel bar de carretera. Cuando hubo terminado, los dos se fueron en coche a su casa. A Carmen le quedó la papeleta de lidiar con el resto de pollas que llegaron aquella noche, que no fueron pocas. Alfonsi, para desesperación de su jefe, no regresó al bar nunca más.

Tres semanas después, Faustino y Alfonsi contrajeron matrimonio. Ella dejó sus estudios en Valladolid y se dedicó a en cuerpo y alma a Faustino y a hacer crecer la empresa familiar. Que pasó de facturar unos miles de pesetas al año a mediados de los 80s. a más de 30 millones de euros treinta y cinco años más tarde. ¿Cómo lo consiguió? Pues a base de mucho tesón, mucho sacrificio y mucho olfato para los negocios. ¿Siguieron comiendo pollas a pares Alfonsi y Carmen? La verdad es que no. Al menos, Alfonsi, que pasó a llevar una vida familiar de lo más anodina y convencional. Carmen me confesó que de vez en cuando, algún sábado por la noche, después de cenar con sus amigas, se seguía escapando a alguna área de servicio para comerse la polla peluda y sudorosa de un camionero.

Yo escuchaba el relato de Carmen anonadado: ¿Alfonsi, la recatada? ¿Alfonsi, doña estrecha? Sí, hijo, qué quieres que te diga. A ella le da mucho respeto esto de las auditorias, que manejan mucho dinero negro (premio para mí: el tonto del año, que no había detectado nada) y, la verdad, ya sabes que no le gusta mezclar el placer con el trabajo. Dios mío, ¿cuántas pollas os llegasteis a comer en esa época? Uy, no las contamos, pero entre las dos más de mil, seguro. Mi cabeza me daba vueltas. El relato me había sobrexcitado. Mi polla, dolorida e irritada después de aquella sesión de sexo, volvía a reaccionar. Pero de pronto, miré la hora. Joder, las dos. ¡Gloria estará a punto de llegar!!! Los dos saltamos de la cama. Carmen se metió en la ducha. Yo me puse una camiseta y me fui a vigilar en el quicio de la puerta de mi balcón por si llegaba mi casera. A la velocidad del rayo, Carmen había salido de la ducha y, vestida, se fue corriendo tras besarme dulcemente mi polla, que, fláccida, ya no estaba para muchas guerras. No me quedé tranquilo hasta que le vi desaparecer en su coche.

Me tocaba mi turno de ducha. Estuve un buen rato dejando caer agua tibia por la espalda mientras recordaba la historia que me acababa de contar Carmen. Mi polla, realmente, ya no estaba para muchas fiestas, así que decidí salir de la ducha. Igual, por la noche, ya estaría listo para hacerme una paja a la salud de la mejor mamadora de España. La ducha me había acabado de relajar. No tenía fuerzas ni para secarme, aunque con el calor que hacía, prácticamente no hacía ni falta. Me quedé sentado en la silla de mi habitación, con los bóxers en la mano, aún absorto con la historia que Carmen me había contado.

Ni oí llegar a Gloria. Ni la oí llamarme cuando subía las escaleras. Ni tampoco la oí cuando entró en mi habitación. Al entrar, me dio un susto de muerte. Me puse de pie de golpe y, como me solía pasar con ella, azorado, me puse los calzoncillos a toda prisa. Aunque no la suficiente como para que ella disfrutase observando mi rabo durante unos segundos. Me traía buenas noticias: le acababan de dar de alta al marido de Mila. Estaba tan contenta que me abrazó. De pronto, miró alrededor de la habitación y exclamó: vaya fiestecita te has montado en mi ausencia, guapito de cara. Y se rio. La verdad es que la cama estaba hecha un desastre. Y no solo por las sábanas revueltas, es que estaban manchadas con todo tipo de flujos corporales e, incluso rímel en una de las almohadas. Además, el olor de la habitación por sí solo ya me delataba. Te has traído una amiguita, ¿verdad? Confesé que la evidencia. ¿Quién es? ¿La conozco?, inquirió la casera. Joder, Gloria, en el pueblo os conocéis todos, pues claro que la conoces. Va dime quien es. Soy un caballero, ya sabes que no te lo diré nunca. Está bien, se conformó. Bájame las sábanas que voy a poner la lavadora, se conformó dando a su tono de voz un punto de decepción. Cuando me hube acabado de componer, le bajé las sábanas. Ella había aprovechado para ponerse cómoda y preparar una rápida ensalada de verano. Yo estaba muerto de hambre, así que le acepté que me pasase por la plancha un par de pechugas de pollo. Después de comer, me subí a dormir la siesta. Fue en la cama cuando me di cuenta que Gloria se había puesto aquella bata sin sujetadores y que se había pasado el almuerzo ofreciéndome algo más que unas pechugas de pollo. Pero mi cabeza se había quedado anclada en un lejano bar de carretera en los años ochenta.

Me pasé los dos días siguiente ayudando telemáticamente a mi colega Luis, cuya auditoria sí que era un verdadero pollo y sin pechugas. A media mañana del viernes, Gloria me llamó. Un mensajero me traía un sobre. Bajé a recogerlo. Se trataba del informe de mi informe de auditoría firmado por mi jefe. ¡El siguiente paso era que lo firmase Faustino y yo ya podría regresar a mi casa! A decir verdad, tras la confesión de Carmen que la empresa de Faustino manejaba dinero negro, debería de haber congelado la firma hasta aclarar aquel asunto. Pero prefería quedar como un ton to ante Faustino que como un imbécil ante mi jefe. Así que llamé a Faustino. Teníamos que quedar para que me firmara mi copia del informe y él se quedase la suya. Como era viernes, le sugerí reunirnos el lunes, pero me dijo que imposible, que el domingo se marchaba a Estados Unidos, durante quince días, para realizar un tour para visitar diferentes clientes. Se me cruzó la cabeza quedar a solas con la Sra. Alfonsi, pero Faustino, que pareció leerme la mente, me comentó que se llevaba a su esposa. Ven mañana por la mañana a mi casa y lo firmamos. Si serán diez minutos. Vale.

Tal y como convenimos, a las diez de la mañana llegué al casoplón familiar de Faustino y la Sra. Alfonsi. Era la mayor casa del pueblo, estaba a las afueras, a escasos 200 metros de la de Gloria. Contaba de tres plantas, una piscina de unos 25 metro de largo, una pista de tenis y en el interior, Faustino me comentó que diez habitaciones en una casa de unos 900 m 2 . A pesar de que había algunos detalles muy kitsch de nuevo rico, en general, la decoración tenía bien gusto y estaba contenida. Me abrió la puerta su criada, una joven latina que estaba buenísima y cuyo vestido dejaba poco margen a la imaginación, rozando lo inadecuado. Miré a mi alrededor, pero no vi ni rastro de la Sra. Alfonsi. La criada me llevó a un salón de la planta baja, donde Faustino tenía un enorme despacho. Estaba lleno de libros, pero lo que realmente llamaba la atención era un descomunal cerdo disecado. Media casi dos metros, pero el despacho era tan grande que no lo parecía. Ja, ja, ja, se rio Faustino. Te presento a César. El mejor semental que he tenido nunca. Menudo cabrón. Me dio tantas alegrías que moralmente me vio obligado a inmortalizarlo. Todo el mundo que lo ve se quedé de piedra cuando lo ve. ¡Lupe, trae cava! Obediente, la criada trajo en una bandeja una botella de cava y tres copas. Faustino se sentó en su butacón y empezó a leer el informe detenidamente. Me senté frente a él al otro lado de la mesa cuando noté que una mano se posaba sobre mi hombro. Era la Sra. Alfonsi. Nos dimos un par de besos en las mejillas y se sentó en la silla de mi derecha. Llevaba un traje chaqueta, zapatos de tacón y su inseparable moño. Se la veía feliz. Por fin has terminado, me dijo. ¿Por fin? Espero no haber sido una molestia. No me he expresado bien, quiero decir que tendrás ganas de regresar a tu casa. La verdad es que estoy muy a gusto aquí, me habéis tratado todos como si fuera uno más y me va a dar mucha pena tenerme que marchar. Qué cumplidor. Minutos después, Faustino se terminó de leer el informe. ¿Le quieres echar un vistazo?, le preguntó a su mujer. No hace falta, firma, firma. Y Faustino firmó y abrió la botella de cava. Llenó las tres copas y brindamos. Estuvimos un rato charlando sobre los inicios de la empresa, de sus primeros éxitos… Seguimos llenando y vaciando copas y tuvimos que abrir una segunda botella. En un momento dado, entró Lupe al despacho y anunció a Faustino que tenía una visita. Yo me excusé y me levanté. Quédate, insistieron mis anfitriones. No espero a nadie, me lo voy a sacar de encima en un minuto. Y me quedé a solas con la Sra. Alfonsi.

Tras unos instantes de silencio, soltó, pues menudo calor que hace aquí y solo son las diez y media de la mañana. Y se quitó el traje chaqueta…. Debajo llevaba una blusa blanca… demasiado estrecha… y sin sujetadores. Sus tetas, que siendo las más pequeñas de las “Beatles” seguían teniendo un tamaño considerable, se veían apetitosas. Maldito cava. Tomó el mando del aire acondicionado y lo puso en marcha. En unos segundos notamos que el despacho se refrescaba y que sus pezones se empezaban a marcar a través de la blusa. No podía dejar de mirarlos. No podía sacarme la imagen de la joven Alfonsi mamando pollas en un área de servicio como si no hubiera un mañana. Ni me acuerdo de qué hablamos. Solo la recuerdo a ella, marcando tetas mientras mi polla crecía empezándose a notar a través del pantalón de mi traje, que había desempolvado para la solemne firma. Y Faustino no llegaba. Me puse de pie y me dirigí a la estantería de libros. Ella me siguió y me comentó que casi todos eran de su etapa universitaria, que era una voraz lectora. Fuimos recorriendo las estanterías hasta que se detuvo y escogió uno. Al detenerse de golpe, mi cintura golpeó la suya. Notó mi polla pegada a su culo, pero lejos de apartarse, se quedó inmóvil unos instantes. Mi rabo volvía a crecer. La Sra. Alfonsi me sonrió y poniendo su mano derecha sobre mi polla, me susurró: chico, pero que te está pasando. Me dio algo de vergüenza y traté de retirarme. No me fue posible. Alfonsi me tenía la polla agarrada y yo, en el fondo, deseaba probar a la que había sido la mejor mamadora de España. De pronto, dijo, conduciéndome hacia la mesa del despacho: ahora que ya has terminado tu trabajo, vas a ver lo que es bueno. De un manotazo, retiró los papeles que se acumulaban sobre la mesa y, en un hábil movimiento, me bajo los pantalones y los bóxers. Se arrodilló ante mí y su boca se dirigió a mi polla, que tiesa, esperaba ansiosa su merecida mamada. En primer lugar, pasó su lengua por toda mi polla y por los huevos, para pasar a continuación a mordisquearme el glande, mientras lo succionaba, relamía y me pajeaba. Por primera vez en mi vida, tenía la verdadera sensación que no era yo quien controlaba a mi polla. Era la Sra. Alfonsi la que parecía saber cuando acelerar y cuando frenar para que tuviera tanto placer como fuera yo capaz de soportar. Se tragó mi polla entera, llegando sus labios a mi pubis. Nunca nadie lo había conseguido. Estaba excitadísimo. Quería correrme ya. Además, temía que en cualquier momento llegase Faustino y nos pillase con las manos en la masa, por decirlo metafóricamente. Pero ella insistía en alargar mi placer, mi agonía, dejándome la polla chorreando de su saliva, mientras no dejaba de alabarla, en cuanto sus quehaceres sexuales le liberaban la boca. Al final, ya no pude más, y fui yo mismo el que me la empecé a cascar para correrme. Ella, complacida, se acabó de desabrochar la blusa y dejó sus tetas al aire, sobre las que me corrí abundantemente. ¡Qué placer! Creo que fue una de las veces en las que más me he corrido, dejando a su cara y sus tetas llenas de mi leche. Y la muy zorra relamiéndose.

Pero en lugar de lavarse y vestirse, dijo: ahora es mi turno: y se quitó la faldilla y se bajó unas elegantes bragas de encaje. Ya iba chorreando. Que menuda polla tienes, chaval. La quiero dentro de mí. Pero antes, cómeme el coño. No me lo podía creer. ¿Pero si su marido estaría a punto de entrar! Sin perder tiempo, me metí en faena. Aquel coño era un espectáculo. Lo llevaba absolutamente depilado (mis preferidos), y se mostraba abierto, rosado, húmedo y vicioso. Me esmeré como nunca en darle placer, mientras la Sra. Alfonsi me excitaba agarrándome la cabeza, insultándome y susurrando, entre jadeos, que le encantaba como lo hacía. De pronto, Faustino entró en el despacho. Yo palidecí, pero la Sra. Alfonsi, sin despegar mi cara de su coño, me pidió que siguiera, que no parase.

Para mi sorpresa, pude ver de refilón como Faustino había entrado totalmente desnudo. Su miembro era, realmente, descomunal, y le colgaba como si le saliera un brazo de la entrepierna. No dijo nada. Se limitó a sentarse en un sofá que estaba al lado de su querido César y nos observaba con una copa de cava en una mano, mientras que con la otra vi como trataba de dar vida a su monstruoso rabo que, fláccido, tenía caído sobre uno de sus muslos. Cuando la Sra. Alfonsi vio entrar a Faustino le dijo: mira qué polla más bonita que tiene el chico, ¿quieres que me lo folle, cariño? Sí, sí, fóllatelo, fóllatelo, respondió su marido. Y Alfonsi y yo, obedientes, procedimos a follar. La estiré sobre la mesa del despacho, le abrí las piernas y empecé a meterle la polla por el coño. Me pidió que entrase muy despacio. Primero le metí el glande, mientras ella se masajeaba el clítoris. Después, empecé a penetrarla muy lentamente. Ella gemía y no dejaba de repetir en voz alta lo grande y dura que tenía mi polla. Que le encantaba como follaba y que la follase más deprisa.

Por su parte, Faustino, parecía excitarse con los comentarios de su mujer y viendo como yo me la follaba. Su gigantesco rabo empezó a tomar forma. Pero yo me concentraba en lo mío. Viendo como a cada una de mis embestidas, las tetas de Alfonsi se movían de arriba a abajo, de derecha a izquierda. Con una mano intentaba atrapar uno de sus pezones, a los que pellizcaba. Ella no dejaba de elogiar como me la estaba follando, pero, sinceramente, a esas alturas creo que lo decía más para excitar a su marido. No tardó en correrse. A grito pelado. Pero ya no me miraba a mí, estaba observando el rabo de su marido. A mí no me quedaba mucho. Le sugerí cambiar de posición y follármela por detrás. Pero en ese momento, la polla de Faustino ya parecía un rascacielos. Joder, daba miedo. Lupe, ven, gritó el dueño de aquella monstruosidad. Cariño, de dijo a su mujer, ya estoy listo. Yo me quedé de piedra sin saber qué hacer. Alfonsi se incorporó y me dejó allí tirado, mientras se encaminaba, como hipnóticamente hacia la polla de su marido. De repente, entró Lupe. Iba vestida con tan solo un conjunto de ropa interior de color verde claro que realzaba su esbelta figura. Señor, venga conmigo. Vamos a terminar juntos. No me podía creer lo que estaba sucediendo. Cuando me fui, Alfonsi se estaba clavando la terrible estaca de su marido hasta el fondo, mientras los dos gritaban salvajemente. Aquel aparato la tenía que reventar por dentro…

Lupe me agarró de la mano y me subió al piso de arriba. Entramos en una habitación y me preguntó cómo quería terminar. Yo alucinaba. Le pedí que se pusiera encima de mí. Ella respondió que le encantaba el estilo cowgirl. Se quitó los sujetadores y me mostró dos tetas pequeñas, pero muy firmes, y se sentó encima de mi polla. Sus movimientos eran de verdadera experta. No tardé en correrme dentro de ella. Se sacó la polla de su coño, que chorreaba mi leche, y me la limpió a lametazos mientras se iba deshinchando. ¿Quieres que te termine con la boca?, pregunté. No, no me hace falta, estoy bien, gracias señor.

Entonces, se levantó para irse. En esta habitación tiene un cuarto de baño con una ducha, señor, ahora le subiré su ropa. La cogí suavemente por la muñeca y le pregunté: Lupe, pero ¿qué pasa en esta casa? Señor, dúchese, ahora le subo la ropa. El agua de la ducha me ayudó a entender un poco la situación, pero la cabeza me seguía martilleando a preguntas. Cuando salí del baño, Lupe estaba doblando mi ropa sobre su cama. Ya se había vestido con su traje de criada. Me sonrió y se dispuso a abandonar la habitación. Yo me interpuse en la puerta y ella me preguntó, sonriente, si necesitaba algún servicio más. La verdad es que me hubiera encantado. No es que fuera muy guapa, pero tenía un cuerpo precioso, con una piel tersa y suave y unas tetas pequeñas, pero firmes. Quiero que te quedes un rato más, le respondí. Obediente, se empezó a desnudar. Para, para, lo que quiero es que me cuentes qué rollo se traen Faustino y Alfonsi.

En un principio, ella pareció dudar en si me lo podía explicar o no, pero al final accedió. Faustino y Alfonsi habían tenido una vida sexual intensísima desde el día que se conocieron. Empezaron follando como leones, pero también descubrieron que lo que había entre ellos era mucho más que sexo: eran dos almas gemelas. Al casarse, se prometieron fidelidad eterna. Y lo cumplieron. Pero el problema llegó cuando Faustino, con cincuenta años recién cumplidos, sufrió un ataque. Lupe no me supo decir qué le pasó exactamente, pero que “señor” desde ese día se tenía que tomar una docena de pastillas diarias. Ya fuera por las consecuencias de la enfermedad o por los efectos secundarios de las pastillas, a Faustino ya no se le volvió a levantar aquella mole de carne. El matrimonio probó todo tipo de medicamentos y hasta mejunjes naturales, pero nada: la polla parecía haber muerto.

En un acto de amor, Alfonsi decidió despedir a todo el servicio de la casa y contratar a dos chicas: Lupe, mexicana, y Ngozi, nigeriana, para ver si con ellas en casa, Faustino se ponía cachondo. Pero no dio resultado. Cuando Alfonsi pidió a las chicas que en lugar de limitarse a andar por la casa con sus provocativos vestidos, directamente se tirasen a su marido, Ngozi salió por patas, mientras que Lupe aceptó el reto (¡le doblaron el sueldo!), pero cuando vio el rabo de Faustino casi se desmaya. Pero la prima para follárselo era demasiado alta como para perder la oportunidad, así que hizo de tripas corazón y se abalanzó sobre la polla de Faustino, pero, nada, que eso seguía inerte. El matrimonio dio el caso por perdido. Pero Faustino, que sabía como le gustaba follar a su mujer, que ya llevaba tres meses sin folleteo, decidió hacerle un regalo de cumpleaños: contrató un boy para ella. Alfonsi, al principio, se mostró contraria a follarse al boy, pero la verdad es que iba cachondísima y era su marido quien se lo pedía, así que se lo folló. El boy, un marroquí con un rabo que casi podía competir con el de Faustino, consiguió que Alfonsi disfrutara como una loca. Sus gritos se oían por toda la casa. Faustino, que aguardaba en la cocina a que terminasen, al principio le disgustó dejar a su mujer con otro hombre, pero aquellos gritos… aquellos gritos… ¡se estaba poniendo cachondo! Se le estaba poniendo el rabo durísimo. Dejó el vaso de whisky y entró en la habitación donde el boy le estaba dando mandanga de la buena a Alfonsi. Seguid, seguid, les pidió Faustino, desnudándose. Minutos después, la polla de Faustino se volvía a mostrar en todo su esplendor. Alfonsi se abalanzó vorazmente sobre ella y aquella noche tuvieron el mejor sexo en años. Faustino llamó a Lupe para que acabase de atender al boy, a lo que la joven mexicana accedió complaciente en la habitación de al lado.

Desde entonces, descubrieron que Faustino necesitaba ver follar a su mujer con otro hombre para que se le empinara el rabo. A ella, todo hay que decirlo, al principio no le hacía mucha gracia, pero en vista del resultado accedió a participar en el plan de su marido. Lupe se convirtió no solo en su confidente, sino que también en la proveedora de pollas. Así, contrataron a un primo suyo de “jardinero” que venía expresamente de Madrid dos días por semana. No estaba bien dotado, pero servía para su cometido y, sobre todo, era un tipo muy discreto. Lupe, además, de vez en cuando, a través de aplicaciones en el móvil para ligar, se llevaba a casa algún chico que accedía llevar a cabo un trío con Alfonsi y, cuando Faustino estaba listo, se terminaba follando a su mujer. Aquel sistema les estaba funcionando y todos eran la mar de felices.

Como para no alucinar con esa familia. Le juré a Lupe que no se lo contaría nadie y le agradecí la confianza y ¡la corrida! Ella me respondió que lo había hecho con mucho gusto. Que muchos chicos se corrían antes de tiempo y que mi polla era una gozada, me alagó mientras me la acariciaba. Me aventuré a darle un beso, pero ella me hizo la cobra. Lo siento, ahora no puedo seguir, tengo trabajo. Los señores han terminado y debo bajar a atenderlos.

Instantes después, bajé a la planta baja. Entré en el despacho de Faustino, pero no había ni rastro de los tortolitos. Solo estaba Lupe limpiando el desaguisado. Cuando me vio, me dio un sobre con el informe de la auditoria firmado. Los señores se han retirado a descansar. Le agradecen su colaboración y ayuda y me han pedido que le diga que esperan poder volver a quedar pronto. Joder, pensé, con Faustino y la Sra. Alfonsi. Le pregunté a Lupe si libraba algún día y si le apetecía quedar conmigo, pero me dio calabazas muy educadamente. Así que me volví a casa de Gloria.

Cuando entré, la casa estaba a oscuras. Era la hora de comer y esperaba encontrarme a Gloria trasteando en la cocina. En cambio, oí como gemía en su habitación. Había dejado la puerta totalmente abierta, así que, desde el pasillo, vi los pies de su cama. Me acerqué y se estaba metiendo un consolador hasta el fondo de su coño. Me entraron ganas de lanzarme sobre ella, pero aquella mañana ya me había corrido dos veces y no tenía la polla para muchas alegrías. Además, por la tarde había quedado con mi colega Luis en Burgos. Tenía dos horas de coche y no me podía entretener mucho. Sin hacer ruido, subí a mi piso y, rápidamente, preparé un gazpacho y una ensalada de verano.

Una hora más tarde, cuando salía de casa, me encontré a Gloria en el comedor. No te he oído entrar, me dijo. Es que he visto la casa a oscuras y he pensado que estabas descansando y no he querido hacer ruido. Sí, me he echado un rato en la cama, que me lo pedía el cuerpo (no se puede negar que era sincera). Me preguntó como me había ido la reunión con Faustino. Le respondí que muy bien, que aquel hombre era una caja de sorpresas (tampoco mentí) y le comenté que me iba a Burgos con mi colega Luis. Ea, otra vez sola, se quejó en broma. Vestía su sugerente bata. Se acercó a darme un beso en la mejilla de despedida y nos abrazamos. Ni decir tiene que no llevaba sujetadores. Me encantó aquel abrazo. Más largo de lo normal. Lo siento, Gloria, me encantaría quedarme, pero me tengo que ir.

Al salir por la puerta del jardín, ella se había quedado mirándome en el quicio de la puerta. Se le había desatado la bata y me mostraba el canalillo se sus magníficas tetas y unas bragas negras de encaje. Mi polla me pidió que diera media vuelta y me quedase. Pero convenimos en que aquel aún no era el día.

Continuará…