Mi primera experiencia con maduritas (3ª parte)

Tras ir profundizando mi relación con Gloria, recibo la visita de Carmen.

Como breve recordatorio de mis andanzas anteriores, había aprovechado los días en lo que mi casera, Gloria, se había ido del pueblo para follarme a su amiga Mila. Como ya no estaba solo, Mila no me volvió a visitar. En cuanto a Gloria, había despertado mi morbo y esperaba podérmela follar en cuanto pudiera. Entre nosotros se había establecido una relación de confianza algo impropia entre una casera y su inquilino. Con la excusa del abrasante calor, manteníamos una especie de jueguecito de exhibicionismo mutuo, en el que los dos íbamos por cada uno de nuestros pisos en ropa interior y con cualquier estúpida excusa o ella subía a mi piso o yo bajaba al suyo y, “descubiertos”, nos hacíamos los avergonzados. Sin contar con sus escandalosamente excitantes sesiones de pajeo nocturno, de las que dudaba si se sabía espiada o no. Sin embargo, ante mis indirectas cuando traté de pasar a mayores, ella siempre se hacía la tonta, consiguiendo que aumentara mi obsesión por ella.

Era viernes y como tenía un montón de ropa acumulada, se la bajé por si me podría hacer una lavadora. Tal y como yo esperaba, allí estaba ella: en la cocina, con unos pantaloncitos cortos rojos y las tetas al aire. ¡Uy, estás aquí!, se sobresaltó o lo disimuló. Con su rutina habitual, se puso un trapo de cocina sobre las tetas, como si no se las hubiera visto ya, y se fue a su habitación, donde se compuso con una camiseta blanca terriblemente ajustada. Aquel día, yo había decidido no cortarme y bajé directamente en bóxers, aunque también con una camiseta, calculadamente corta, para que me pudiera ver el paquete. Le di la ropa y volvimos a la conversación de siempre, que qué calor, que no se preocupara, que yo también tenía que ir más fresco, que esas temperaturas eran como para ponerse enfermo. Aunque a mí, lo que me ponía enfermo eran esas suculentas tetas.

Ya veo que te has puesto fresquito, ya, me respondió mirándome de arriba abajo y puso la ropa en la lavadora. En ese momento, los dos nos quedamos frente a frente en silencio. Parecía como si deseáramos seguir hablando y estuviésemos buscando una excusa con este calor, ya no sé qué más quitarme, acerté a comentar. Pues no te queda mucho donde elegir, querido, respondió entre risas, que por mí te lo puedes quitar todo, prometo no lanzarme sobre ti, risas. Pues me quitas un aliciente, más risas. Había llegado el momento clave. Era el ahora o nunca. Quitarme los bóxers ante ella, con mi polla, más que morcillona, excitadísima, pidiendo guerra. El típico momento en el que dejas de pensar con la cabeza y solo piensas con la polla, que acumula sangre y neuronas. Había llegado el momento. Gloria me daba la espalda, estaba poniendo en marcha la lavadora. Me acerqué a ella. Al bajarme los bóxers, mi polla saltó como un resorte. La iba a agarrar por detrás. Me iba a apoderar de aquellas maravillosas y deseadas tetas. Me adueñaría de aquel coño que ella taladraba en la soledad de la noche. Cuando… se oyó un grito desde la puerta: Gloria, ¿se puede? ¿Estás en casa? Era la voz de la Sra. Alfonsi. Me subí los bóxers de inmediato, pero a pesar de ello, una parte de mi polla seguía asomando por la parte de arriba. No se sobresaltó menos Gloria, que salió disparada hacia el recibidor. Fue tan rápida que no se dio cuenta de mi apurada situación. Oí como las dos empezaban a hablar en el comedor, lo que aproveché para escabullirme hacia mi piso.

Minutos después, Gloria me llamó para que bajara. Aparecí con unos pantalones cortos y un polo, que estaba la Sra. Alfonsi. Más simpática que de costumbre. Todo hay que decirlo. Mis nuevas amigas me invitaron a participar en su tradicional cena de sábado. Pero esta vez sin espectáculo, añadieron riendo. La cena se iba a celebrar en casa de la Sra. Alfonsi, aunque cuando se llevaban a cabo aquellas cenas, su marido, Faustino, se iba a cenar al bar con sus amigos y ver el partido de futbol de rigor. Desgraciadamente, tuve que declinar la invitación. Faustino me había invitado previamente y ya le había dicho que sí. En cualquier caso, me bloqueaba el siguiente sábado si es que me querían volver a invitar. Es que el partido del sábado por la noche era un Madrid-Barça.

Los días fueron pasando y, la verdad, no volví a encontrar la oportunidad de volver a “atacar” a Gloria. Lo cierto es que mi trabajo en la auditoria, ayudando a mi colega en la distancia, se estaba complicando y los dos nos tuvimos que poner las pilas. De vez en cuando, Gloria subía a verme con una bandeja y dos vasos de limonada, pero al verme tan atareado, no se quedaba mucho tiempo. Además, cada dos por tres, mi teléfono sonaba con mi jefe gritando desde el otro lado. Y eso a pesar que en una de las ocasiones, Gloria había subido con una bata de seda que dejaba entrever que debajo se escondía el paraíso, nada menos. Aquel día, realmente mi polla reaccionó. Mis bóxers azul cielo le mostraron a Gloria como mi polla se empezaba a mover, lo que la dejó muda a media frase. Pero el inevitable teléfono nos cortó la conversación y el rollo. Cuando se levantó, me encantó ver como un pezón se le salía de la bata, pero ya tenía a mi jefe ladrando desde el otro lado del teléfono. Realmente teníamos un serio problema de contabilidad con la empresa de mi colega.

Y así estuve todo el fin de semana. Al menos, el partido de fútbol lo pude ver en bar con Faustino y sus colegas. Aunque regresé a casa decepcionado por el resultado y con la imprudencia a cuestas de haber tratado de seguir el ritmo de ingestión alcohólica de Faustino y sus amigos. Es decir, que llevaba un pedo fenomenal. Sería medianoche cuando llegué a casa. Milagrosamente, atiné a abrir la puerta y con la misma irreflexión con la que había bebido me dirigí a la habitación de Gloria. Por suerte o por desgracia ella aún no había llegado. Supongo que por suerte, ya que con lo que iba de bebido seguramente ni se me habría levantado la polla. A medio camino entre la decepción y el alivio, subí a mi piso, me desnudé y me eché sobre la colcha. Ya no estaba para más. Pero tal era mi estado de embriaguez que no me podía dormir, la cabeza me daba vueltas. Como en la mesilla de noche tenía una caja de ibuprofenos, me tomé uno y me quedé dormido. Lo que pasó a continuación no sé si fue un sueño o realidad. Aunque yo juraría que fue lo segundo. Oí cerrar la puerta de la casa. Ni idea de la hora. Pero supuse que sería Gloria que regresaba de su cena. Segundos después oí como subía las escaleras que conducían a mi piso. En la oscuridad de la noche me pareció distinguir su silueta en el quicio de la puerta de mi habitación. Yo, en duermevela, estaba inmovilizado y mudo. Noté que se acercaba. Con los ojos ligeramente entornados vi como su cara se aproximaba a la mía para tratar de descubrir si estaba dormido o despierto. No me moví. Gloria se sentó en la cama, a mi lado. Y su mano empezó a acariciar mi cuerpo. Aunque quisiera, yo no me podía mover. ¿Estaba soñando? Sus manos recorrieron mi pecho, mis brazos, mi abdomen y, finalmente, me empezó a acariciar la polla. Primero, tímidamente. Las yemas de sus dedos recorrían el tronco de mi polla, que empezó a reaccionar. Bendito ibuprofeno. Mi polla, al crecer, su puso de lado y, entonces, Gloria me empezó a acariciar los huevos. Mi rabo ya se mostraba orgullosamente tieso y ella no tardó en empezar a pajearme. Y yo son poderme mover. Imaginando agarrar sus tetas. Imaginando taladrar su coño. Y su mano, recorriendo mi polla de arriba abajo. No tardé en correrme. Gruñí de placer. Ella pareció asustarse. Se levantó de la cama y se acercó de nuevo a mi cara para ver si seguía dormido. ¿Lo seguía estando? ¿O todo era un dulce sueño? Sea lo que fuere, me desperté de golpe. Me incorporé como si tuviera una molla en la espalda y encendí la luz de la mesita de noche. Me dolía la cabeza. El ibu tampoco es tan milagroso. El móvil marcaba las tres de la madrugada y en mi abdomen se mostraba una tremenda corrida. Cogí una camiseta sucia del suelo y me limpié, para irme después al baño, donde acabé de asearme con jabón. No pude resistirme e ir a la cocina para espiar a Gloria. Dormía plácidamente en su habitación. No sé si estaba desnuda, ya que a pesar del calor, se había cubierto con una sábana. Bebí un poco de agua y regresé a mi cama. Con la duda de si todo aquello había sido un sueño.

A la mañana siguiente, me desperté relativamente temprano, hacia las nueve, no está mal para ser un domingo. Me aseé, me vestí y bajé a ver a Gloria. Esperaba que su actitud al verme desvelaría lo que realmente sucedió la noche anterior. Me la encontré desayunando en la cocina. Como no, con las tetas al aire. Uy, sí que bajas pronto, mi niño. Y se tapó con un trapo de cocina, pero no se fue a vestirse. Siguió desayunando. ¿Quieres café? De hecho, bajaba por si querías que fuera a buscar croissants para desayunar juntos, pero veo que ya has empezado.  Pues no hace falta, pero si te quieres quedar, el café está hecho. Siéntate que te preparo unas tostadas, ¿te gusta la mermelada de fresa? Me gusta todo, reconocí entre risas. Bueno, casi, remaché. Gloria se levantó. El trapo se le mantenía sobre las tetas como si fuera un babero y yo lamentaba estar totalmente vestido. Al cabo de un minuto, estábamos sentados el uno frente al otro y nos contamos nuestras respectivas veladas anteriores. Le pregunté que a qué hora había llegado y me dijo que a eso de la una y media, que cuando se ponen a hablar como cotorras es difícil parar. Ahí quedó la cosa. Estuve tentado de contar que lo (presuntamente) había soñado, pero, la verdad, dudé y no me lancé. En esta ocasión fue el teléfono de Gloria el que sonó. Era Mila. Alarmada, desapareció en dirección a su habitación. Me contó que el marido de Mila se había caído duchándose y que necesitaba ayuda. ¿Vengo?, me ofrecí. No, no. No creo que haga falta. Ya te llamaré si te necesitamos.

Después me enteré que el marido de Mila, que, como os comenté en el texto anterior, tenía medio cuerpo paralizado por un ictus, se había caído de la ducha. Gordo como estaba, Mila era incapaz de moverlo y, entre las dos, consiguieron levantarlo y llevarlo al hospital, para comprobar que no se hubiera dado un golpe en la cabeza. Al parecer estaba muy mareado. Gloria me llamó desde el hospital para contármelo. Pintaba que se tendría que quedar allí todo el día, que le estaban haciendo pruebas al pobre hombre.

Por mi parte, por la tarde salí a correr. Como corría con el móvil pegado al brazo esperaba que llegasen buenas noticias del hospital. Me decidí tirar por la ruta más complicada y que hacía días por la que no transitaba y que discurría por una loma que llamaban de la Pera, por la forma que tenía. Cuando llegué a la cima, Gloria me llamó, se quedaban al marido de Mila en observación y los dos se quedaban a pasar la noche en el hospital. ¿Te paso a buscar? No, ha podido venir Carmen. Ahora me baja ella. Carmen era farmacéutica pre-jubilada. Trabajaba en la farmacia de su familia dos mañanas a la semana y, como es lógico, acudió corriendo al hospital en cuanto la pudieron localizar. De igual modo, yo también bajé por la loma de la Pera corriendo, más pensando en las peras de Gloria, que en el camino por el que iba dando saltos entre árboles, arbustos, piedras, rocas y tierra hasta que paso lo inevitable. Pisé mal y me caí por un terraplén. Caída aparatosa, pero no fue grave. Eso sí, caí al lado de unas zarzas y, para evitar que todo mi cuerpo cayera sobre ellas (que hubiera sido un drama), me apoyé contra el tronco de un árbol clavándome cuatro espinas en la palma de la mano. Aquello dolió. Y me llevé unos cuantos arañazos en el brazo y pierna izquierdos. Me levanté y traté de recomponerme. En ese momento, también me di cuenta de que me había lastimado el tobillo derecho. En ese momento, estaba caliente por lo que no me dolía demasiado, pero debía apresurarme a ir a mi casa antes de que se enfriase. Al cabo de casi una hora, llegué a casa de Gloria. Renqueante y con sangre en el brazo y la mano. Naturalmente se alarmó. ¡Vaya día! No ganamos para sustos. En aquel momento, el tobillo ya me empezaba a doler de verdad y ella me tuvo que echar una mano para subir las escaleras. Me senté en la cama y me quité las deportivas. Efectivamente, el tobillo estaba hinchado. Pinta a esguince, convenimos. Pues me tendré que ir al hospital, anuncié. No lo digas ni en broma. Que tú no puedes conducir y yo ya me he pasado allí casi todo el día. Espera que llamo a Carmen y que nos traiga algo de la farmacia. De momento, sentenció, vete a duchar. Y si necesitas que te ayude, me lo dices sin compromiso. Gloria lo había dicho sin picardía, con una verdadera voluntad de ayudarme, pero su comentario me alegró y hasta mi polla dio un respingo de felicidad. Aunque el tobillo me dolía demasiado como para que se disparase mi lívido.

Salí de la ducha y me sequé con mi albornoz, aunque con el calor que hacía el albornoz, me lo quité y salí, renqueante, envuelto en una toalla. La ducha me había relajado, así que me dejé caer sobre la cama para recuperarme durante unos minutos. Mi intención era vestirme con unos pantalones de deporte y una camiseta antes de que llegara Carmen. Pero esta tardó mucho menos de lo esperado. Gloria llamó a la puerta de mi habitación cuando yo aún estaba echado. ¿Se puede? Sí, claro, respondí incorporándome. Gloria y Carmen entraron. Me levanté y me acerqué a darles un beso. Perdón por las molestias, chicas, me disculpé. Quita, quita, dijo Carmen. Para eso estamos las amigas. Vamos a ver ese tobillo. Me iba a vestir, que así con la toalla… Por mí no lo hagas, dijo Carmen. Y Gloria intervino entre risas: no te hagas ilusiones, que no te va a pasar lo mismo que el sábado. Habla por ti, replicó Carmen y los tres nos reímos. Me estiré sobre la cama y, como me solía pasar cuando tenía Gloria enfrente con alguien más, me sentí un poco avergonzado de estar con la polla prácticamente al aire, por lo que traté de mantener las piernas juntas y evitar una sesión de exhibicionismo.

Mientras Gloria se quedaba de pie en el quicio de la puerta, Carmen se sentó en la cama y empezó a inspeccionar mi pie. El tobillo estaba un poco hinchado, aunque no mucho. Carmen diagnosticó que se podría tratar de un esguince de grado 1 y que con un voltarén, una pomada antiinflamatoria, vendaje y un par de días de reposo, en una semana ya podría volver a hacer la cabra por el monte, por expresarlo con sus propias palabras. De su bolso, una pastilla, que me dio con un vaso de agua y sacó una pomada y me la empezó a aplicar al tobillo. El pequeño masaje era agradable y Carmen, para aplicármelo más cómodamente, me separó un poco las piernas, lo que provocó que la toalla se empezara a desanudar. Yo me daba cuenta, pero estaba tan relajado que no me daba cuenta que a cada movimiento de las expertas manos de Carmen, mi polla y mis huevos estaban cada vez más expuestos a las pícaras miradas de las dos amigas. Cuando abrí los ojos, me di cuenta que la toalla ya no tapaba mis genitales, que estaban descaradamente expuestos. Pillé a Gloria y a Carmen con la mirada fija en ellos, lo que, evidentemente, me excitó y provocó que mi polla reaccionara. Chicas, me quejé tapándome con la toalla, me podríais haber avisado. Sí, hombre, que te piensas que la fisioterapeuta es gratis, respondió Carmen. Al menos me llevo una alegría. Minutos después, ya tenía el tobillo envenado y Carmen se despedía insistiendo en que no me moviera de la cama al menos hasta mañana y que me pasara un par de días sin forzar demasiado la pata. A sus órdenes, respondí. Qué más quisiera yo, contratacó. Y las dos se fueron entre risas.

Me levanté para vestirme. Como tenía la ventana abierta, las oí hablar en la cocina. La curiosidad mató al gato. Y Gloria me vio asomado en la ventana. Estaban bebiendo su clásica limonada. Al verme exclamó, ¿qué haces de pie? Me he levantado para vestirme un poco. Vale, pues vístete y a la cama. Pero en lugar de vestirme, me deslicé al piso de abajo tan sigilosamente como pude. Desde las escaleras podía oír su conversación. Venga ya, hablaba Carmen, no me creo que no te lo hayas follado ya, si está como un queso. Y menudo pollón que se gasta. Ni recuerdo cuando fue la última vez que vi uno así. Que no, que no, contestó Gloria, como se va a fijar en unos vejestorios como nosotras. Pues el otro día bien dura que se la pusimos. Estaba cachondísimo. Ya, pero, Carmen, la situación nos llevó a todos a perder la cabeza. Va, Gloria, no me digas que no has subido a espiarlo. ¿Siempre va tan fresco por la casa? Te lo cuento, pero por tus hijos que no se lo digas a nadie. En ese momento, agucé mi oído, ella bajaba el volumen de su voz. Pues la verdad es que sí que siempre va muy fresquito por la casa. A veces, incluso baja a mi piso con alguna excusa llevando solo calzoncillos y una camiseta… y claro, una no es de piedra. Pero no he subido a espiarlo. Bueno, reconozco que un día sí, pero fue accidentalmente. Qué pasó, qué pasó, la apremió Carmen y yo desde mi interior (¿había entrado en mi habitación a pajearme?). Hace unos días, subí a dejarle un cesto de ropa que le había lavado. Se la dejé en su comedor y me iba a ir cuando oí que se estaba duchando. Me acerqué para decirle que tenía la ropa en el comedor, pero desde fuera del baño, no pensaba entrar. Pero la puerta estaba abierta. No me pude resistir y miré dentro. Se estaba duchando y… con la polla en la mano. ¡Qué dices, Gloria! Shht… No grites, loca, a ver si nos va a oír. ¿Entraste y te metiste en la ducha con él? Yo no estoy tan loca como tú, Carmen. Pero reconozco que me dio mucho morbo. Verlo allí, a dos metros de mí y con esa polla en la mano, lo estuve viendo hasta que terminó y me bajé corriendo. Sí, sí, corriendo o corriéndote, bromeó Carmen. Correr, me corrí luego, que me tuve que hacer una paja que no veas. Que desde que está aquí el chavalín le he tenido que cambiar las pilas al consolador no sé cuántas veces. Va y qué más, cuenta, que seguro que tienes más cosas que contarme. Bueno, sí, pero es un secreto total: una noche… De pronto el teléfono de Gloria sonó. Era Mila, desde el hospital. Algo pasaba y yo no me podía quedar escuchando, así que subí a mi piso tan rápido como me lo permitió mi lastimado tobillo y me metí en la cama. Segundos después, Gloria y Carmen subieron. Simulé estar leyendo. Nos tenemos que ir al hospital. ¿Va todo bien?, me preocupé. Sí, sí, solo es que Mila va a pasar la noche en le hospital y quiere que le llevemos alguna cosa de su casa. Tú no te muevas de la cama, eh, dijo Carmen. Gloria me dijo lo mismo y que vendría temprano para subirme la cena, que ni se me pasara por la cabeza moverme. Como hacía calor y esperaba que, al regresar, Gloria me “sorprendiera”, me desnudé y me quedé leyendo en la cama. Como Poco después, el voltarén me suele dar sueño, tras un rato de lectura, me dormí profundamente con el libro sobre el pecho.

Me desperté a eso de las doce de la noche. Gloria debió haber entrado en mi habitación, ya que había dejado el libro sobre la mesilla de noche y sobre la cómoda dejó una bandeja con gazpacho y una tortilla de patatas. Tenía hambre y me lo comí con fruición. Fui a dejar la bandeja en la cocina y pude ver que ella ya estaba en la cama durmiendo. También desnuda.

Nada relevante sucedió al día siguiente. Gloria me subió el desayuno, anunciando su llegada mientras subía las escaleras. ¡Que subo! Cuando entró en mi habitación, yo ya me había tapado con una sábana, pero que dejaba entrever la silueta de mi cuerpo. Ella iba vestida con unos shorts y una camiseta ancha, no se podría decir que entrase a provocar. Me preguntó que como estaba y, como quien no quiere la cosa, si me había tomado la cena. Le dije que sí y le agradecí que me recogiera el libro. Ella afirmó que estaba en el suelo, con algunas hojas arrugadas y que yo estaba profundamente dormido bocabajo (recalcó) y que no me quiso molestar, que estaría cansado. Me dijo que se pasaría el día en su piso y que la avisara si necesitaba alguna cosa. Laboralmente el día se me complicó, ya que mi jefe me pidió unas correcciones sobre el informe final de la empresa de Faustino y la Sra. Alfonsi, así que me pude en modo “hardworker” y me concentré en las peticiones que había recibido. Casi todo el día lo pasé tecleando y solo vi a Gloria cuando tuvo la amabilidad de subirme el almuerzo y la cena. Le comenté lo ocupado que estaba y ella recalcó que me moviera lo mínimo posible.

La mañana siguiente, miércoles, no fue precisamente un calco de la anterior. ¡Que subo! Exclamó Gloria. Yo aún estaba medio dormido y con mi erección matutina en todo su esplendor. Me incorporé, me tapé con la sábana y traté de disimular mi erección colocando el portátil en mi regazo. Gloria entró y dejó la bandeja con el desayuno sobre la mesilla de noche. Aquel día vestía con una bata de estar por casa. Al agacharse a dejar la bandeja, pude comprobar que no llevaba sujetadores. Aquello no ayudó a que bajara la erección… Se sentó a mi lado en la cama y me preguntó como tenía el tobillo. Lo saqué para que lo viera, lo que provocó que la sábana y el portátil se movieran y que la sábana quedase como una tienda de campaña. Ella lo vio, pero no dijo nada, haciendo ver que se fijaba en el pie. Con el vendaje no veo si todavía está hinchado, pero creo que no. Diría que no me duele. Ya veo que la hinchazón, bromeó, ha ido para otro lado. Lo siento, Gloria, me disculpé, ya sabes… por la mañana. No te disculpes, la naturaleza es la naturaleza. Al girarse al comprobar el tobillo, la bata se le había quedado medio abierta y se le veía perfectamente el canalillo de las tetas. Y no solo eso, parecía asomar la aureola de su teta izquierda. Aquello me estaba poniendo muy muy muy cachondo. Gloria empezó a informarme sobre las novedades del marido de Mila, que se encontraba mejor, pero que se debería quedar en el hospital hasta el viernes, además, me anunció que se iba al hospital a pasar la mañana, ya que su amiga tenía que descansar, que ya llevaba allí muchas horas. Nos veremos para almorzar. De pronto, se acercó y me dio un beso en la frente. Mientras se aproximaba, la bata se iba abriendo hasta que pude verle claramente sus hermosas tetas. Nunca las había tenido tan cerca. Al alcance de mi mano. Al ponerse de pie, la bata prácticamente se desanudó. No quedaron sus tetas fuera, pero si pude ver sus bragas, blancas casi transparentes, que dejaban entrever su coño. Se tapó rápidamente y yo tuve el acto reflejo de avisarla, lo que dejó que la tienda de campaña se mostrase sin disimulo. A los dos nos entró una risa nerviosa. Y ella se marchó. Me fui directo al baño. Las erecciones matutinas ya sabéis que son más de mear que de follar, pero después de aliviar la vejiga, yo seguía totalmente empalmado. Me entraron unas irrefrenables ganas de bajar a su piso y follármela de una vez, pero, como no, empezó a sonar mi teléfono. Era mi jefe que me ladraba desde el otro lado de la línea reclamándome el informe corregido. Bajada de lívido automática. Por suerte ya lo tenía hecho, pero me lo leí una vez más antes de enviárselo y me tomé el desayuno. Al terminar, ya sin ningún tipo de pudor, totalmente desnudo, bajé al piso de Gloria para devolverle la bandeja, justo en el momento en el que oí como se despedía desde la puerta que daba a la calle, cerrándola tras ella. Pues empezábamos bien el día.

Al menos, el tobillo ya no me dolía y le dejé la bandeja en su cocina. Después hablé por teléfono con el colega al que tenía que ayudar con su informe. Estuvimos hablando casi una hora, que dedicó mi amigo lo mucho que estaba follando con la secretaria del director general de la empresa que auditaba. Que si estaba buenísima, que cómo follaba, que si se estaba enamorando. De pronto, alguien llamó a la puerta. Me despedí de mi colega, me puse unos pantalones de deporte y bajé a abrir. ¡Carmen, qué alegría! ¿Qué haces levantado? ¿No está Gloria? Le conté que había ido al hospital y que tenía el tobillo algo mejor. No le quise decir que estaba del todo bien. ¿Te puedo ayudar en algo, Carmen? Solo venía a ver como tenías el tobillo. ¿Llevas el mismo vendaje de antes de ayer? Sí, Carmen. Vamos a echarle un vistazo a ese pie.

Subimos a mi piso. Yo disimulé una cojera que ya no tenía en realidad. Carmen vestía con un vestido de tirantes de color blanco con enormes flores rojas, lo que le dejaba una figura de escándalo, al menos para la edad que tenía. Ya sabéis que Carmen era la mejor dotada de tetamen de todo el grupo de amigas y aquel vestido realzaba el tamaño de sus melones escandalosamente. Los tirantes del vestido dejaban ver las tiras de sus sujetadores, igualmente rojos. Iba discretamente pintada y olía a un perfume dulce y fresco.

¿Cómo me ponga, doctora?, bromeé. Échate sobre la cama y enséñame tu patita. Ella se sentó en el mismo sitio desde donde había podido disfrutar de los pechotes de Gloria una hora antes y mientras ella me desvendaba el tobillo yo examinaba su tremendo escote. Uy, esto tiene muy buena pinta, dijo Carmen, moviendo el tobillo de derecha a izquierda y de arriba a abajo. ¿te duele? Noto molestias, sí, mentí, pero nada que ver con lo del otro día. Te he traido una pomada que te va a dejar como nuevo. La sacó de su bolso y me la empezó a aplicar. Menudas manos, Carmen. Gracias, guapísimo. Cuando terminó, me preguntó. Bueno, ahora que tengo las manos embadurnadas y me ha sobrado pomada, ¿te duele algo más? Pues la verdad que sí, aproveché, hace unos meses me lesioné jugando a fútbol. Chuté cuando aún no había calentado bien y me contracturé el mulso derecho. Y de vez en cuando me hace daño. Cabe decir que era verdad. Mira, aquí, y señalé la parte donde me suele doler. Aplicadamente, Carmen posó sus dedos sobre mi muslo y comprobó que tenía una contractura. Pues hala, vamos a solucionarlo, sentenció. Súbete la pernera y empezó a masajearme el muslo. Pero la rebelde pernera no hacía más que bajar y molestar a Carmen en su afanoso masaje, así que al final me dijo. Mira, si no te importa, quítate los pantalones, por que te los voy a acabar manchando y es un rollo estar más pendiente de la pernera que de la pierna. Carmen, debajo no llevo nada, si a ti no te importa. Ella soltó una carcajada y me aseguró que le estaba dando la alegría de la semana.

Sin perder ni un segundo me quité los pantalones, dejando que Carmen se deleitara con la visión de mi polla. Como os podéis imaginar morcillona y con muchas ganas de guerra, después de la visita de Gloria. Madre del amor hermoso, exclamó Carmen. A ver como me concentró con tu muslo. Y los dos reímos. Yo me estiré y ella siguió trabajando sobre el recto anterior, que es donde me dolía, mientras de vez en cuando sus manos realizaban una “excursión” por todo mi muslo. Abrí ligeramente las piernas para facilitarle el trabajo y sus manos no tardaron en rozarme la polla y los huevos. Yo estaba en el paraíso. Con los ojos cerrados y en silencio, mientras que Carmen me masajeaba cada vez más arriba, subiendo por el abductor y cada vez más cerca de mi polla. Ésta, casualmente, estaba caída del lado de mi muslo derecho, así que Carmen me dijo. Cariño, te tengo que quitar esto, que me molesta para el masaje. Adelante, adelante. Tímidamente, con dos deditos, agarró el tronco y la llevó hacia el lado izquierdo. Obviamente, mi polla reaccionó, empezando a crecer. Esta vez, los toquecitos fueron en mis huevos. Al darme cuenta que más que toquecitos, a Carmen se le escapó una caricia, mi polla, a punto de erectarse, volvió a caer sobre el lado derecho. ¿Lo haces adrede? No, Carmen, no, te lo juro. Es que se va sola. Y me la volvió a agarrar, pero esta vez con la mano entera. Pero no pudo dejarla sobre el lado izquierdo.

Mi polla ya estaba completamente dura y apuntando hacia el cielo. Pero, chico, qué te ha pasado. Carmen, mujer, con tantos toquecitos… Pues yo no te puedo masajear el muslo con esto tieso, que no me concentro. Carmen, tú me la has subido… y agarrándole una mano, se la puse sobre mi polla, tú me la tienes que bajar. Mmm, encantadísima de obedecerte. Y, deslizándose como una gata en celo, me la empezó a besar. Tengo que afirmar, sin ningún tipo de dudas, que la mamada que me hizo Carmen fue una de las mejores de mi vida. Durante unos segundos, estuvo besándome el glande y lamiéndome los huevos y el tronco de la polla. Yo tan solo podía suspirar de placer. Entonces, Carmen se metió la polla en la boca, y su lengua empezó a juguetear con mi glande. Mientras una de sus manos se acariciaba los huevos, la otra me pajeaba. Con la boca empezó a bajar por el tronco, hasta casi metérselo entero. Con lo caliente que yo iba y con aquella magistral mamada notaba que estaba a punto de correrme. Mis manos solo acertaban a acariciarle el pelo. Su lengua se fue deslizando por mi polla y, al final, succionó mi glande mientras me pajeaba. ¡Me corro, me corro, me corro! Es lo único que pude atinar a exclamar. Mientras Carmen seguía con su concienzudo trabajo de succión, ajena a mis advertencias. Hasta que no pude más y los chorros de mi semen inundaron su boca. No dejó que se le escapara ni una gota. Buá, ha sido fantástico, Carmen. Gracias, cariño, agradeció mientras se levantó para quitarse el vestido. Debajo llevaba un conjunto de ropa interior rojo que no le di tiempo a lucir. Me puse en pie y la besé. Aún tenía el sabor de mi semen en su boca, lo que, la verdad, me excitó hasta tal punto que la volvía a tener erecta. Le quité los sujetadores, quedando liberadas aquellas extraordinarias tetazas que me tenía loco. Durante unos minutos, hice con los ellas todo lo que pude: lamerlas, morderlas, besarlas, deteniéndome especialmente en sus grandes pezones, tan rojos como su lencería y tan duros como mi polla. Ella deslizó una de sus manos hasta mi polla, que empezó a pajear. Favor por favor, dije. Y le bajé las bragas, quedando ante mí su coño. Llevaba el pelo púbico cortado a la brasileña. La eché sobre la cama y hundí mi lengua en su coño, que ya estaba abierto y húmedo. No sabéis lo que me gusta comer coños. Y el de Carmen era toda una delicia. Tenía el clítoris hinchadísimo, así que me lengua se esmeró en darle placer, mientras que me la follaba con dos dedos. Además, una de las cosas que más me ponía es que era una gritona. No tardó en correrse. A grito pelado.

Hacía rato que mi polla pedía guerra, así que puse a Carmen a cuatro patas. Tenía el coño chorreando y a mi polla no le costó incrustarse en su interior hasta el fondo, que es lo que me estaba pidiendo ella a gritos. Su coño era muy suave, estaba dilatadísimo y era uno de los más calientes que me he encontrado en mi vida. Me la empecé a follar muy duro. Mi polla estaba como una barra de hierro y era aumentaba mi excitación gritando cómo le gustaba y qué dura la tenía. Yo estaba tan cachondo que notaba que iba a correrme otra vez. Ella también. Me pidió que me parara un momento y se pudo de lado, mientras que yo la empecé a taladrar de nuevo. No tardó en empezar a temblar. Se venía otra corrida. Y así fue. Volvió con sus gritos. Temblaba como si estuviéramos en el Ártico. Y noté como mi polla era envuelta en su flujo vaginal, mientras ella no dejaba de gritar. Me puse encima de ella. Deseaba correrme en sus enormes y suculentas tetas. Ella estaba inmóvil y con una sonrisa tonta. Haz conmigo lo que quieras, cariño, es lo único que acertó a decir. Así que me puse a horcajadas sobre ella y me empecé a pajear. Solo tardé unos segundos en correrme. Mi primer chorro fue directo a su cara, pero los siguientes cayeron sobre sus tetazas. Cuando terminé, me desplomé a su lado. Los dos jadeábamos. Realmente, ese era mi ejercicio preferido.

Me agarró la mano y creo que nos quedamos unos minutos dormidos. Me desperté con mi polla en su boca. La tenía dura de nuevo. Como tenía su coño a tiro de mi mano, mis dedos juguetearon con su coño. Ella volvía a estar mojada y yo la volvía a tener dura. En esta ocasión fue ella la que se sentó encima de mi polla. Yo pensaba que estaba seco, pero la muy cerda sabía como mover su coño para sacarme hasta la última gota. Ver sus tetas bambolearse ante mis ojos, mientras las acariciaba, mientras le pellizcaba aquellos pezones endurecidos, me ponía a mil. Una de mis manos bajo hasta su clítoris, que acaricié. Nos tardamos en corrernos. La volví a avisar, según mi educada costumbre, pero ella ni se inmutó. Se limitó a temblar, gritar, insultarme, correrse y dejar que su coño se llenara con lo que quedaba de mi leche. Después, se dejó caer sobre mi, con mi polla, aún rezumando semen, seguía en su interior.

Estuvo así unos segundos. El cansancio nos vencía. Pero la follada había sido épica. Los dos confesamos que en pocas ocasiones nos habíamos corrido tres veces. No pude más que felicitarle por sus mamadas. Eran brutales. No me contuve y le pregunté dónde había aprendido a chupar pollas de ese modo. Su respuesta me dejó boquiabierto…

Continuará…