MI PRIMERA EXPERIENCIA CON MADURITAS (2ª parte)

Tras la inesperada fiestecita que me organizaron mis nuevas amigas, una de ellas me tiene preparada una agradable sorpresa.

A la mañana siguiente, me desperté más tarde de lo habitual. Serían las diez y media. De pronto, me acordé que mi lechazo se había quedado en el patio de luces y que lo tenía que limpiar. Me aseé, me puse unos pantalones cortos de deporte y fui escaleras abajo. También tenía curiosidad por ver la reacción de Gloria tras la “fiesta” de anoche… o, mejor dicho, las “fiestas”. Debía pensar rápidamente qué decir. Me la encontré en la cocina. Iba pulcramente vestida. Estaba distraída tomando un café y viendo la televisión. Buenos días, Gloria. Me miró sorprendida, se sonrojó, pero no dijo nada. Balbuceé una disculpa por mi comportamiento de anoche. Que me dejé llevar, que llevaba muchos días de abstinencia y alguna copa de más. Ella se puso en pie y me sonrió. No hay nada que disculpar. En todo caso, siguió, debería ser yo la que se disculpara metiéndote en ese berenjenal. Pero supongo que ninguno de nosotros nos llegamos a imaginar que llegaríais tan lejos. Si quieres que te diga la verdad, yo me lo pasé muy bien. Y Carmen y Mila se fueron la mar de contentas, a pesar de que Alfonsi, que es muy buena chica pero un poco meapilas, nos hizo sentir mal. Pero no veas qué comentarios me soltaron Carmen y Mila cuando nos quedamos solas. Y soltó una carcajada. El próximo día, me guardas algo para mí. De pronto, se dio cuenta de lo que había dicho y, azoradamente continuó, oye que es broma, que ya sé que un vejestorio como yo no te va a atraer, no te me vayas a asustar, mi niño. Pero ayer, te lo aseguro, nos diste una alegría a nuestros cuerpos. Ni que lo jures, pensé. Pues no sabe lo que le agradezco que se lo tomara así, Gloria. Por que pensaba que esta mañana me iba a echar de su casa. Ni loca, mi niño, y después de lo de ayer mucho menos. Venga, dame un abrazo. Aquel abrazo no venía a cuento de nada, pero no se lo negué. Fue un abrazo fuerte e intensó. Que me apretujó, vaya. Gloria era sensiblemente más bajita que yo, así que noté como me abrazaba a la altura de las lumbares, quedando nuestros cuerpos pegados. A pesar de que llevaba sujetadores, note como sus pezones se endurecían, del mismo modo que ella debió notar como mi polla reaccionaba al abrazo, apretada sobre su barriga. Gloria apoyó su cabeza sobre mi pecho y susurró: qué bien me sientan estos abrazos. Hacía siglos que no daba uno de estos. Me quedaría así todo el día. Sin duda, tenía que notar como mi polla se ponía morcillona. De pronto, se separó y me dijo que se tenía que ir a misa y a confesarse, que el cura Mariano iba a alucinar con todo lo que ella y sus amigas le irían a contar. Qué buena paja me hice después. Lo cierto es que cada vez era menos discreto y me pajée en mi comedor, con la puerta abierta, deseando que Gloria entrase y me pillara con las manos… en la masa.

Por la tarde, no vinieron sus amigas para el tradicional paseo vespertino. Yo estaba leyendo en el jardín, mientras que Gloria estaba arreglando dentro de casa, supongo que limpiando, cosiendo o viendo la televisión. O las tres cosas a la vez. O puede que masturbándose de nuevo. La verdad es que no me podía sacar aquella imagen de la cabeza… Al cabo de un rato, salió a la terraza ofreciéndome un vaso de limonada casera. Se lo acepté encantado y le pregunté por su paseo de tarde. Me comentó que al día siguiente, se iba a Madrid a pasar tres días con Carmen y con la Alfonsi. Mila no iría ya que su marido estaba impedido y no lo podía dejar solo demasiado tiempo. Y esa tarde, Carmen y Alfonsi tenían trabajo en su casa. Con esas rémoras de maridos e hijos que tienen, que no se saben ni hacer un huevo frito, como no les dejen la comida de la semana, se los encuentran muertos de hambre cuando volvamos. Aquello, la verdad, me dio una grata sorpresa. Así no me tendría que encontrar a la Sra. Alfonsi en la oficina el lunes.

El lunes y le martes pasaron sin más novedad. Los dos días me quedé en casa y estuve ayudando a mi colega en su auditoria telemáticamente. Como el lío de números era considerable, ni tan siquiera me fui a dar mi habitual paseo con la bici por la tarde. Además, era agradable poder disponer de la casa entera a mi antojo. Al fin y al cabo, la televisión de Gloria era mucho mayor que la mía. Así que me pasaba casi todo el día en su piso, que a ser un bajo era mucho más fresco que el mío, que a aquellas alturas del verano era un horno.

El miércoles por la mañana tuve una inesperada visita. Se trataba de Mila. La amiga de grandes melones que se había quedado en el pueblo. ¿Va todo bien? Me preguntó. Sí, claro. Es que como ni antes de ayer ni ayer te vi con la bici, temí que no te encontraras bien. Te he traído un poco de gazpacho. Cuando picó al timbre, yo estaba en el comedor de Gloria, con el ventilador puesto, pero en camiseta y calzoncillos. No esperaba a nadie. Al ver que era Mila la dejé pasar y empezamos la conversación. Le ofrecí limonada y la invité a sentarse en el sofá, en el mismo sofá donde se había sentado el sábado pasado. Cuando regresé con las dos limonadas y una cajita de galletas saladas, haciéndome el tonto, le dije que no me había dado cuenta de lo indecoroso de mi atuendo, por lo que me iba a cambiar. Ella se negó. Anda, chico, si ya te lo he visto todo. ¡Y vaya todo! Al entrar se había sacado una chaquetilla muy fina de punto, que al verla no entendí por que la llevaba, pero cuando se la quitó lo entendí: debajo llevaba una blusa de color rosa pálido y sin sujetadores. Sus melones se marcaban lascivamente. Me empecé a temer lo peor… o lo mejor. Me senté en la butaca a su izquierda, en la que se había sentado la Sra. Alfonsi el sábado. Temía que si me sentaba a su lado, acabaría follándomela y, la verdad, no me parecía una buena idea.

No tocamos el tema del sábado noche, sino que me preguntó por mi vida en la ciudad, por mi familia… un discreto interrogatorio. Yo le comenté que Gloria me había dicho que no se había podido ir a Madrid por que tenía que cuidar de su marido. Ella me contó que hacía tres años había sufrido un ictus. El muy cabrón, espetó, se había ido con unos amigos a un puticlub de carretera y no se le ocurrió otra cosa que hacerse el valiente emborrachándose con licor de garrafón y meterse una raya de cocaína. A su edad. E hipertenso. Cuando estaba en la habitación con una diosa de ébano brasileña, le empezó a doler la cabeza y media hora después se lo llevaba una ambulancia. Le quedó medio cuerpo paralizado. Y lo peor, dejó con un susurro, es que ya no le funcionaba el cipote. Que era lo único bueno que tenía. Así que ahora lo aguanta por sus hijos, que si no, lo echa a la calle. Ahora entiendes, me confesó, que el sábado me pusiera así de cachonda. Que hacía más de tres años que no veía una… y me la señaló. Al mover la mano, el plato de galletas saladas cayó al suelo (Gloria me mata, pensé) y me arrodillé diligentemente a recogerlas. A Mila le entró una carcajada y se echó para atrás, con este movimiento se abrió ligeramente de piernas y pude intuir que no llevaba bragas. Mi polla empezó a reaccionar. Hombre, exclamó, por fin un hombre arrodillado a mis pies para mí sola. Aún de rodillas, me incorporé y alcé mis brazos, dejando que mi camiseta se levantara lo suficiente para que Mila disfrutase de la visión del abultado contenido de mis calzoncillos. Hijo mío, si es que es una alegría mirarte. Qué cuerpazo que tienes. Bueno, bueno, respondí, poniéndome de pie, que ya empiezo a tener unos añitos. Si eres un yogurín… respondió, ay qué calor que me ha entrado. Y Mila se desabrochó dos botones de la blusa, dejando poco margen a mi más que activa imaginación. Mi polla había despertado y se mostraba erecta en el interior de los bóxers. Ay, hijo mío, si es que la tienes aquí encerrada y también se te está muriendo de calor esta preciosidad de polla. Y sin encomendarse a dios, aunque puede que sí al diablo, hábilmente me bajó los bóxers, quedando mi tiesa polla ante sus ojos. No perdió el tiempo y la engulló de inmediato. Hay que reconocer que Mila era una verdadera experta en el viejo arte del lameteo genital, ya que ni me dio tiempo a protestar. No pude hacer más que acariciarle la cabeza, mientras la muy guarra se tragaba mi polla entera, mientras que sus manos me acariciaban el culo y los huevos. Sabía lo que se hacía. Estuvimos disfrutando unos minutos de la mamada, hasta que decidí que era el momento de pasar a mayores. La incorporé y le arranqué la blusa, saltándole los botones que aún tenía abrochados a la vez que aquellas enormes y suculentas tetorras, a las que empecé a dedicarle mis mejores lametones. Eran gigantes, no me las podía acabar y sus pezones, grandes y duros como canicas, me excitaban tanto a mi comérmelos como a Mila que se los comiera. Le metí la mano por debajo de la falda, en el momento en el que ella, entre jadeos, se la desabrochaba, quedando su coño liberado. La senté en el sofá, le abrí las piernas y me lo empecé a comer. No me importó que lo tuviera peludo, algo que normalmente no me atrae, pero estaba demasiado cachondo para estas nimiedades. La muy guarra estaba mojadísima y no me costó meterle un par de dedos en su vagina, mientras que mi lengua se ocupaba de su clítoris. Sus jadeos se fueron volviendo más y más ruidosos, y empezó a susurrar fóllame, fóllame, cumpliendo con sus deseos me incorporé y le empecé a meter la polla. Muy lentamente. Mis dedos habían entrado con facilidad, pero mi capullo, mucho más grueso, le costaba abrirse paso. Aquella húmeda cueva había estado tres años cerrada. Noté sus uñas clavadas en mi espalda y sus manos apretándome el culo para que no dejase de penetrarla. Cada vez más profundamente. Mila temblaba. Con solo meter toda mi polla, Mila se corrió, inundando su coño de su flujo, lo que me permitió empezar a follarla a mayor velocidad. Cuando estaba completamente lubricada y mi polla ya entraba y salía con facilidad, la giré y la empecé a follas desde atrás, mientras que no dejaba de sobar sus interminables tetas. Notaba que estaba a punto de correrme. Iba a parar, pero ella me pidió que siguiera, que estaba a punto de correrse de nuevo. Así que proseguí taladrándola cada vez más rápida y profundamente hasta que gritó anunciando su segunda corrida. Yo estaba a punto de correrme, así que saqué mi polla de inmediato. Mila casi ni se podía mover. Jadeaba entre convulsiones. Joder, me llegue a asustar. Le pregunté si se encontraba bien y me respondió que estaba en la gloria, que no recordaba haber tenido aquella sensación nunca. Aún se estaba corriendo, era de aquellas mujeres que sus corridas podían durar minutos, y me pidió descansar un momento. Le dejé un par de minutos, en los que ella me empezó a besar y lamer la polla. Evidentemente yo seguía muy caliente y me quería correr ya, pero antes quería probar su puerta trasera. Así que le separé los cachetes del culo y le empecé a lamer el ano. Me pidió que no se la metiera por el culo, que quería ponerse encima de mí. Me estiré sobre el suelo y se clavó mi polla como si fuera una estaca. Estaba agotada, por lo que no me follaba a un ritmo frenético, más bien despacio, lo que me encantaba por que con una mano le sobaba una de sus tremendas tetas, mientras que con mi otra mano jugueteaba con su clítoris. Para, para, que me voy a correr otra vez, cabrón, susurraba entre jadeos. Lo cual aumentaba mi excitación. De pronto, ella empezó a temblar. Se venía una nueva corrida. Yo estaba tan caliente que no me pude aguantar más. Me voy a correr, me voy a correr, anuncié, tratando de no correrme dentro de ella, pero ella, me tranquilizó poniéndome una mano en el pecho y moviéndose más sinuosamente sobre mi polla, consiguiendo que me corriera dentro suyo. Fue una corrida impresionante. Llegué a gritar, lo que en mí ni es habitual, pero aquellos últimos movimientos serpenteantes con sus caderas me habían llevado al cielo. A pesar de mi corrida, mi polla continuaba dura y ella empezó a hacer una especie de movimientos circulares con su coño a los que siguieron su tercera corrida. Tampoco se cortó con sus gritos. Temblando se desplomó sobre mí. La verdad es que era agradable notar sus tetas encima de mí, pero al cabo de unos segundos, aún jadeantes, me levanté y ella se sentó en el sofá. De su coño seguía emanando su flujo mezclado con su semen. Bonito quedará el sofá, pensé. Mientras yo estaba de pie frente a ella, con mi polla aún dura, aunque empezaba a deshincharse. Y tenía la fantástica sensación de haber vaciado totalmente mis huevos. Realmente había sido una buena follada con aquella veterana. Habíamos disfrutado. Me fui al baño de Gloria y me duché. Me estaba secando cuando oí un móvil. Era el de Mila. Cuando entré en el comedor colgaba. Mi marido, que dónde estoy. Ya ves. Además de inútil, controlador. Joder y yo aún no me puedo ni mover, sentenció entre risas. Pero se puso en pie, para comprobar que el sofá había quedado hecho un asco. No te preocupes, me dijo, que esto lo dejo yo como los chorros del oro y Gloria no se va a dar cuenta de lo que ha pasado. Se fue a la ducha, mientras yo la esperaba en la silla de la mesa del comedor. Regresó con vestida con una blusa de mi casera. Le venía excitantemente pequeña. Los globos de Mila eran de un calibre considerablemente mayor. La ducha la había reactivado. En un momento, barrio y fregó el comedor y se llevó las fundas del sofá. Mañana, antes de que Gloria regrese de Madrid, te traeré las fundas limpias. Ya verás como no se dará cuenta de nada.

Todo salió como estaba previsto. A primera hora de la mañana, Mila trajo las fundas impolutas, las colocamos en el sofá y devolvió la blusa de Gloria a su armario. Me confesó que deseaba quedarse, pero, ay… el marido de los cojones, que lo tenía que llevar a una revisión médica.

Por la tarde, regresó Gloria. Era casi la hora de cenar. Con muy poco pudor, la recibí en bóxers y camiseta. Ella me abrazó y me preguntó que tal mis días de soledad. Aburridos, mentí, como no podía ser de otra manera. Me trajo un souvenir: una camiseta de deporte estampada con la silueta de edificios emblemáticos de Madrid. Me la probé de inmediato ante ella. Me encantó que no se perdiera detalle de mi paquete. Ya me había colocado la polla de lado para que pudiera disfrutar de su visión, aunque aún no estaba erecta. La camiseta me quedaba perfectamente y le prometí que al día siguiente la estrenaría. Como era la hora de cenar, la invité a que cenásemos juntos en mi piso. Ella aceptó. Fue una cena ligera. Gazpacho y ensalada, con un poco de vino blanco. Gloria se retiró temprano. Estaba cansada y tenía que deshacer la maleta. Solo insistí en que no recogiera nada, que me encargaba yo. Me volvió a dar uno de unos fuerte abrazos y nos dimos las buenas noches. Al cabo de un par de horas, antes de acostarme regresé a la cocina para espiar a mi casera. Tal y como esperaba, estaba con las cortinas corridas, la luz de su mesilla de noche encendida y se estaba metiendo un consolador en el coño… ¿sería su souvenir de Madrid?

Continuará…