Mi primera experiencia con maduritas (1ª parte)

En un remoto pueblo castellano, conozco a un grupo de maduritas que van a convertir mi obligada estancia en un verdadero paraíso.

En la auditoría donde trabajo se descubrió un gran pufo. en los análisis de cuentas de una gran empresa, saltó a la luz pública que nuestra empresa había pasado por alto unas irregularidades contables de varios millones de euros. Además, quienes habíamos hecho la auditoría ¡era mi equipo de trabajo! Ojo, que yo era allí el último mono y no firmaba nada. Además, como el asunto también afectaba a un partido político (ya sabéis de qué debo estar hablando), la cosa no pasó a mayores, se corrió un tupido velo, pero al jefe del equipo lo despidieron (con una suculenta indemnización) y a los que formábamos parte del equipo nos “castigaron” enviándonos lejos de Madrid, a realizar auditorias en pequeñas capitales de provincia, para las que era un lujo poder contar con una auditoría del prestigio de la mía, de la que obviaré el nombre, claro.

A mí me tocó en una capital de provincia de Castilla y León, en una empresa de embutidos. Nada que a priori pudiera hacer pensar que sería apasionante. El proyecto duraría unos quince días, así que tampoco tendría tiempo de agobiarme mucho. Por si acaso, en el coche cargué mi mountain bike y un par de novelas para paliar las abúlicas noches que me esperaban.

La empresa me reservó cinco noches en un hotel y si me encontraba a gusto, ya me reservarían más. Y si no, que me buscase la vida, pero con un presupuesto ajustado. El hotel resultó ser demasiado austero para lo que estoy acostumbrado, pero me aguantaría. En cuanto a la empresa de embutidos, no parecía mejor. Eso sí, era una empresa saneada y que funcionaba bien. La dueña era la Sra. Alfonsi, una mujer de cincuenta y muchos, muy seria, muy formal, que había heredado el negocio de su padre. La Sra. Alfonsi era la clásica mujer recia castellana, alta, delgada, con el pelo teñido de castaño y recogido con un moño. Discretamente elegante, invariablemente distante. El negocio lo llevaba su marido, el Sr. Faustino. Era un simpático sesentón que no parecía tener nada que ver. A simple vista, te podrías pensar que no era mas que un gañán de pueblo, siempre con el futbol en la boca, un poco borrachín pero un excelente jugador de dominó en el que se lucía en el bar de delante de la fábrica. Esta era de tamaño mediano. Tenía 70 trabajadores y en su mejor año facturó 30 millones de euros, lo que es un montón de chorizos, morcillas y pancetas, que distribuían por España y algunos países europeos.

Mi rutina era muy sencilla. Cada día me solía despertar hacia las 7 de la mañana. Café rápido y a dar una vuelta en bici. A las 8 ya estaba en la ducha y a las 9 en la fábrica. Almorzaba con el Sr. Faustino un menú en el bar de delante de la oficina. Él se quedaba a la sobremesa entre carajillos y fichas de dominó. Y yo regresaba a las oficinas a seguir con la auditoría. Solía terminar a las 7 de la tarde. Me iba dando un paseo hacia el centro, cenaba cualquier cosa y a las diez escribía un informe para mi nuevo jefe. Solo me respondió el primer día. A eso de las 11, me metía en la cama, a ver la tele o navegar por internet.

Al cabo de unos días, Faustino, siempre atento, me preguntó como estaba en el hotel. Yo le respondí que no me gustaba, pero que tampoco lo tendría que soportar muchos días. Así que me podría aguantar. Él me sugirió que, si quería cambiar de aires, una amiga de su mujer, la Sra. Gloria, alquilaba un piso casi a las afueras de la ciudad, muy cerca de la fábrica y de la ruta por bici que llegaba a la loma del castillo. La verdad es que me pareció una muy buena idea. Un piso con cocina para terminar de comer siempre de restaurante. Le pedí el teléfono y esa misma tarde quedé con la Sra. Gloria para visitarlo.

El piso era, en realidad, la planta superior de su casa, pero que estaba dividida en dos pisos semi-independientes, ya que cada piso contaba con todos los servicios propios, pero para acceder a la planta de arriba no había ninguna puerta que me diera privacidad. En cualquier caso, la Sra. Gloria me recalcó que no me preocupara, que a ella ni se le ocurriría subir sin avisar. Me contó que ese era el piso que usaba su hija en vacaciones, que vivía en Canadá, pero que ese verano no iba a venir al pueblo y se había decidido a alquilar el piso de arriba por que estaba sola, aburrida y le apetecía que hubiera alguien que le hiciera compañía, ni que fuera tan solo oyendo ruido en el piso de arriba. Me volvió a recalcar que no me molestaría para nada. Me pareció que la señora tenía tanto interés en que fuera y era tan simpática que accedí a quedarme el piso por un mes en ese mismo momento. El precio era ridículo y en la oficina puse la excusa que la contabilidad de la empresa era un caos y que me tendría que quedar, como mínimo, dos semanas más. Mi nuevo jefe se había olvidado completamente de mí y no me respondía a mis informes. Un junior de contabilidad me confirmó que podía proceder al cambio de domicilio.

La Sra. Gloria era más bien bajita, rondaría el 1,60m. Tenía 56 años y siempre estaba riendo. Llevaba el pelo rubio y corto, lo que le daba un aspecto con un punto juvenil. Si la comparamos con su amiga, la Sra. Alfonsi, estaba mejor dotada de “pechamen”, aunque tampoco se podía decir que fueran dos sandías. Pero eran agradables de ver. Siempre pintada y elegante, se notaba que las dos mujeres formaban parte de las familias bien de la ciudad. Además, las dos eran muy amigas. Casi cada tarde, ellas, junto con otras dos señoras, Carmen y Mila, se iban a pasear por el camino conocido como “del colesterol”. Se trataba de un camino de tierra que iba del pueblo hasta la ermita de Nuestra Señora de los Milagros, aunque a medio camino se podía girar por un camino más estrecho y serpenteante y que llegaba a las ruinas del castillo desde las que se podían ver las mejores vistas de la comarca. Era mi ruta habitual con la bici.

Ya en casa de Gloria, mi rutina no cambió demasiado. Por la mañana, café rápido y vuelta con la bici hasta el castillo. Aunque había días que hacía el mismo recorrido corriendo. Cuando regresaba, a eso de las 8, oía que Gloria ya estaba en la cocina. Me di cuenta por que desde la ventana interior de mi habitación veía su cocina y cuando yo salía y me vestía, la veía haciéndose una cafetera. También me di cuenta que desde mi cocina, veía la ventana de su habitación, que siempre solía tener la persiana medio bajada y con las cortinas corridas. Cuando me iba a trabajar, sí que la veía. Se tomaba un café con tostadas en el porche de la casa, con una horrible bata de estar por casa. Educadamente, cada mañana me ofrecía desayunar con ella y yo, cortésmente, declinaba la invitación por que me tenía que ir a trabajar.

El tercer día, sufrí un pequeño incidente en mi piso que provocó que mi relación con Gloria empezara a cambiar: se me rompió la lavadora. Era la primera vez que la ponía y no sé qué diablos toqué que al cabo de 20 minutos tenía el fregadero lleno de agua, que recogí pacientemente antes de ir a avisar a Gloria para pedirle el teléfono de un lampista. Ella me dijo que no me preocupase, que era una lavadora muy vieja y que me debería de haber avisado. Que mientras se reparaba la lavadora, ella se encargaría de mi ropa. Agradeciéndole la paciencia, le bajé la ropa, aún empapada, y ella la terminó de lavar.

Al día siguiente, jueves, todo el día empezó con la rutina normal. Estaba terminando la auditoría y suponía que a mediados de la semana siguiente ya podría regresar a casa. Estaba escribiendo el informe del día en mi comedor. Como hacía calor y el ventilador no refrescaba lo deseable, escribía en ropa interior, concretamente, en bóxers. De pronto, oí como Gloria me llamaba, estaba subiendo las escaleras. La verdad es que estaba concentrado en mis números y no me di cuenta hasta que la vi en la puerta del comedor.

Te traigo la ropa, me dijo. La miré sorprendido. ¡La ropa, ya ni me acordaba! Me levanté como un resorte para recogerle el cesto con la ropa, sin darme cuenta que iba tan solo en bóxers, que por cierto me marcaban perfectamente el paquete, dando poco espacio a la imaginación… Ella me los vio, sonriéndome algo azorada, y, al darme cuenta, puse el cesto a la altura de mi cintura para esconder mi “masculinidad”, que se encontraba algo morcillona por el calor. Perdone que la reciba así, Gloria, pero es que no la esperaba y con este calor… No te preocupes, qué te piensas, ¿que yo voy con esta bata por casa? ¡Voy mucho más fresquita! Pero tampoco era cuestión de subir sin la bata, a ver qué te habrías pensado… Mientras hablábamos fui a mi habitación, dejé la ropa sobre la cama y le devolví el cesto. Volvía a quedarme en bóxers ante ella. Aprovechó para no perderse detalle y yo, por dios, ¡me estaba excitando! Los dos notábamos como mi polla se estaba moviendo. Así que antes de pasar a mayores, me puse unas bermudas, que disimularía más, mientras me excusaba. Voy a ponerme un poco más presentable, Gloria. A ver si será usted la que se pensará que soy un depravado. Los dos nos reímos. Como quieras, respondió, estás en tu casa y yo ya me voy. ¿Quiere beber algo fesquito? Déjeme mirar a ver qué tengo en la nevera. No, no, no te molestes. Si ahora vendrán mis amigas para el paseo y aún me tengo que vestir. Y se bajó a su piso. Cuando se hubo ido, me di cuenta que estaba totalmente empalmado. Me fui a la cocina a beberme una cerveza y, sorpresa, vi como Gloria se estaba cambiando. Con las cortinas totalmente corridas, ella estaba de espaldas. Se quitó la bata y solo llevaba unas braguitas. Cuando se ponía los sostenes hizo como un amago de girarse. Me escondí de inmediato. Creo que no me vio, pero no me volví a asomar. Me fui corriendo a hacerme una paja. Minutos después, una vez regresaba a mis quehaceres, oí como las amigas de Gloria la llamaban para la caminata diaria.

El día siguiente era viernes. Como cada día, a eso de las ocho, cuando hube regresado de mi paseo matutino, oí como Gloria ya estaba despierta y estaba en la cocina. Había dejado la bici en el garaje y estuve tentado de entrar a la cocina a saludarla, para ver como la sorprendía y si llevaba su bata o yo me llevaba una sorpresa… pero mis zapatillas de ciclismo me hubieran descubierto antes de tiempo, así que, cambiando de idea, subí a mi piso y me duché. Pero al irme a vestir a mi habitación, vi que esa mañana ¡Gloria se preparaba el desayuno sin bata! Tan solo llevaba una especie de culotte, pero sus tetas estaban liberadas. Eran preciosas y se mantenían relativamente firmes. Los pezones eran grandes, rosados y estaban puntiagudos. Pensé en pajearme allí mismo y dejar que mi leche cayera en el patio interior o, mejor aún sobre el quicio de la ventana de su cocina. Pero ya me parecía ir demasiado lejos. Cuando me fui hacia la fábrica, ella ya estaba sentada en el porche. Con su bata, claro. Aunque en esta ocasión me fijé que no llevaba sujetadores y que las tetas se marcaban perfectamente. Como de costumbre, me invitó a desayunar y, que diablos, pensé, me voy a tomar un café con ella. Uno rápido, le dije. ¿A qué te refieres?, bromeó. Ahora a un café, le respondí siguiendo la broma.

Cuando llegué a la fábrica de embutidos y me puse a revisar los balances, me vino a visitar la Sr. Alfonsi. Estuvimos charlando sobre su empresa, la felicité por lo bien ordenados que tenían todos sus documentos y por la buena marcha de la empresa. Ella me comentó que Gloria le había dicho que yo era el inquilino perfecto y que le sabía mal que ya me tuviera que ir a la semana siguiente. Yo también le comenté que estaba muy a gusto en su casa, que era un sol de mujer, y que, si tenía la oportunidad, me encantaría quedarme más días o, en su defecto, volver más adelante. La oportunidad me surgió cuando, al mediodía, me llamó mi jefe. ¡Por fin!, pensé que ya se había olvidado de mí…

Me tenía que quedar dos semanas más. No puedo negar que me alegré. Además, tenía la excusa perfecta para bajar al piso de Gloria y sorprenderla. ¿Cómo me la encontraría? Tan sigilosamente como supe, bajé las escaleras y me colé en su recibidor. La oí en el comedor, así cuando, entrando, pregunté: ¿se puede pasar? Gloria respondió un espera, espera, pero yo ya estaba dentro. Estaba en la cocina, pelando patatas, con el culote y las tetas al aire. La vista fue fugaz, pero me puso muy cachondo. Con un trapo de cocina, se tapó las tetas, o lo que pudo tapar, que fueron los pezones y algo más. Uy, perdón, debí haberte llamado antes, me excusé. Ay, no te preocupes, si es mi culpa, por ir tan despechugada, pero es que hace un calor. Y no me acostumbro a que ya no estoy sola. Espera. Y se fue a su habitación, de donde salió con una camiseta larga, pero seguía sin sujetadores y marcando tetas. Le comenté el problema en el trabajo y que si habría problema en quedarme más días. A ella se iluminó la cara. Me dijo que sí, que por supuesto. Que para ella era una alegría tenerme en su casa. Le di las gracias y subí… directamente a mi habitación. Como desde mi habitación no se veía toda la cocina, apenas pude verla otra vez, pero se había quitado la camiseta y volvía a estar con las tetas al aire. La vi fugazmente dos veces, pero fueron suficientes para que le dedicara una super paja echado en la cama.

Por la tarde, oí como sus amigas la iban a buscar para el paseo diario. Era viernes y yo ya había terminado de trabajar, así que se me ocurrió ir en bici al castillo y hacerme el encontradizo. “Casualmente” el único traje de ciclismo que tenía era uno amarillo que, si no fuera por el protector genital, se me marcaría totalmente la polla. Los otros los tenía Gloria para lavar. Se me ocurrió esperarme a que ellas empezaran el paseo y, un rato después me iría a encontrármelas por el camino.

Media hora más tarde, salí de casa y no tardé en encontrármelas. Allí estaban Gloria, la Sra. Alfonsi, Carmen y Mila. No andaban lo que se dice de prisa. Me paré educadamente, detalle que les encantó y Carmen me invitó a que las acompañara, ofrecimiento que no pude aceptar, ya que yo iba hacia el castillo y ellas, a la ermita. Continué mi camino. Puede que fueran imaginaciones mías, pero tenía la sensación que me habían comido con la mirada, sobre todo Carmen y Mila, que eran las que se veían más lanzadas. Continué hacia la cima de la loma y llegué hasta el castillo. Siempre me extrañaba que siendo un sitio con tan bonitas vistas y relativamente cerca del pueblo, siempre que iba estaba solo. Me estiré en uno de los muros derruidos y descansé un poco. De hecho, ideé un plan para continuar con mi jueguecito con Gloria. ¿Cuál sería mi siguiente paso? ¿hasta dónde sería capaz de llegar? Me había bebido entero el botellín de agua, así que me entraron unas tremendas ganas de mear. Como al castillo se llega a través de un bosque, no me faltaron árboles en los que aliviarme. Cuando ya me la estaba sacudiendo, oí una voz femenina familiar. Era Gloria. Eo, ¿estás por aquí? Aquí está la bici, dijo Mila, no podrá andar muy lejos. Aquí está exclamó Carmen, justo en el momento en el que me guardaba la polla en los pantalones. Fui tonto por ir demasiado rápido, pero no me la coloqué bien y me quedó de lado. Fuera del protector, se marcaba claramente. Salí del bosque y allí estaban las cuatro damas, esperándome. Mira, al final hemos cambiado de idea y nos hemos venido al castillo, dijo Gloria. Sí, que tiene mejores vistas, añadió Carmen entre risillas. Vi como todas me miraban el paquete sin ningún recato, lo que, obviamente, me empezó a excitar y la tela amarilla de mi pantalón no permitió disimular como mi polla se iba agrandando. Me fui hacia la bicicleta y me senté en ella, para tratar de disimular lo que iba en camino de convertirse en una erección. La verdad es que me cortaba que estuviera allí la Sra. Alfonsi, que no dejaba de ser una clienta de mi empresa. En mi posición, mi polla ya no quedaba a la vista de mis nuevas amigas, excepto de Mila que, apoyada en el muro, la veía perfectamente y no tenía reparos en que yo me diera cuenta de hacia donde iba dirigida su mirada. Yo trataba de distraerme con la conversación que me daban sus amigas. Al final, a Gloria se le ocurrió invitarme a cenar con ellas. Cada sábado por la noche, ellas cenaban juntas, una vez al mes en cada casa y aquel sábado le tocaba a Gloria ser la anfitriona. Yo les dije que estando en el piso de arriba que seguro que me pasaba, que si no sería para cenar, sí que vendría a los postres. Si el postre vas a ser tú, replicó Carmen, picarona. Todos nos reímos y yo me despedí oyendo sus lamentos y sus risas.

Por la noche, traté de volver a espiar a Gloria, pero no la vi en la cocina y las cortinas de su habitación estaban corridas.

A la mañana siguiente, sábado, no salí a hacer deporte, pero sí a buscar pan y alguna revista de historia, que me gusta leer de vez en cuando para distraerme. A mi vuelta, Gloria estaba desayunando en el porche. Con aquella camiseta que, sin ser ajustada, le marcaba tan bien las tetas. Me ofreció desayunar con ella, lo que acepté. Previsoramente, había comprado croissants en la panadería, así que los añadí a sus tostadas. Le comenté que aquel día me iría a la capital de la provincia, donde había quedado con mi hermana para pasar el día. No vengas muy tarde, que esas leonas te esperan para cenar, me recordó. Ya lo sé, ya lo sé, pero no creo que me quede a cenar. Vosotras a vuestro ritmo, pero prometo bajar, aunque sea para el café.

Regresé de la capital a las nueve de la noche. Las cuatro amigas estaban en el jardín, con escuchando música de Julio Iglesias y bebiendo un mejunje de color rojo. Aquí viene el postre, me saludó Mila cuando me vio entrar. Risas generales. Te estábamos esperando para empezar a cenar. Uy, pues me parece que no voy a poder. Me he puesto fino comiendo en un restaurante con mi hermana y la verdad es que no me entra nada. A quien me tiene que entrar es a mí, intervino Carmen. Risas generales. De pronto, me vi con un vaso del mejunje rojo. Era un ponche que preparaba la Sra. Alfonsi, con una receta secreta. Me vi en la obligación de tomármelo. Y la verdad es que estaba muy rico, pero, diablos, era alcohol puro. Ya no me extrañaban los desinhibidos comentarios de Mila y de Carmen. No me di cuenta y ya tenía el vaso rellenado. Gloria y la Sra. Alfonsi entraron a llevar la cena a la mesa, mientras que Mila y Carmen se quedaron conmigo para tratar de convencerme de que me quedase con ellas, mientras me rellenaban por tercera vez el vaso. Mila iba tan lanzada, que hasta me cogió de la cintura y apretó sus tetas, estas sí del tamaño de dos sandías, contra mi brazo. Carmen, siguiendo con sus bromas, se empezó a desabrochar los botones de su blusa y me preguntó ¿qué tengo que hacer para que te quedes, bombón? Sigue, sigue, respondí, que estás a punto de conseguirlo. Las tetas de Carmen, sin ser tan grandes como las de Mila, era absolutamente deliciosas. Y no sé que llevaría el ponche, que estuve a punto de saltar a comérmelas, justo cuando llegó la Sra. Alfonsi anunciando que la cena estaba en la mesa. Oh, vaya, ahora que esto se ponía interesante, se quejó Mila, que ya tenía su mano en mi culo. Creo que los tejanos no disimulaban lo dura que llevaba la polla.

Subí a mi piso, medio tambaleándome por culpa del ponche y me preparé la cena, a ver si así asentaba el alcohol. Pero antes, me quité los pantalones que me apretaban y me quedé en camiseta y bóxers. La cena, dos hamburguesas con su guarnición, me cayó de maravilla, aunque me dio un poco de somnolencia. Me dejé caer en el sofá mientras veía una peli en la tele, mientras oía un gran jolgorio en el piso de abajo. A eso de las doce, oí como Gloria subía a buscarme. Venga, chico, que te estamos esperando. ¿No vas a bajar? Le dije que bajaba enseguida, que tan solo me pondría unas bermudas, que si bajo así, dije señalando maliciosamente mis bóxers, no salgo vivio. Tres minutos más tarde ya estaba con mis nuevas amigas. Yo estaba sentado en una butaca del salón, delante de mi, un sofá con Mila y Carmen, que estaban flanqueadas por Gloria (a mi izquierda) y la Sra. Alfonsi (a mi derecha), en sendas butacas. Todas se estaban terminando un gin tonic, que no sería el primero. Me ofrecieron uno, pero yo me incliné por el whisky. Gloria me sirvió un buen lingotazo de Macalan, que me bebí casi de un trago, y me volvió a cargar el vaso.

¿De qué estabais hablando?, pregunté. De sexo, me respondió Carmen entre risas generales. Pues yo soy muy inexperto en la materia, respondí, estallando mis amigas en grandes carcajadas. Si ellas ya eran desinhibidas de por sí, con el alcohol estaban totalmente desatadas. Así que no tardaron en bombardearme a preguntas. Que cuál era mi fantasía, a lo que respondí estar con cuatro maduritas a la vez, el lugar más raro en el que lo había hecho, y respondí que en una iglesia (abandonada, pero ese detalle no lo mencioné) y, al final, Carmen preguntó: ¿a cuál de nosotros te follarías esta noche? Wow, menuda preguntilla, pensé, te tienes que pensar muy bien la respuesta… por que el cuerpo me las pedía a todas… así que respondí, bueno, chicas, os lo tendréis que currar un poco para que os escoja. Y para mi sorpresa, Mila, que llevaba un jersey muy fino de lino, se puso de pie y se levantó el jersey y los sujetadores, dejando sus tremendas tetas bamboleándose al aire. Menudo espectáculo. No se como no salté sobre ellas de inmediato. Conque esas tenemos, exclamó Carmen, y se puso en pie y se desabrochó la blusa. Sus melones no eran mucho más pequeños. Se los apretó y se inclinó hacia mí, ofreciéndomelos. Uy, de tan lejos no los veo, continué, y ellas ni cortas ni perezosas, se acercaron a mí y, primero, me refregaron sus tetas en la cara y después cada una se sentó encima de mis muslos, Carmen a la derecha y Mila a la izquierda y me empezaron a acariciar el pecho y a restregarme sus tetas por mi cara y mi torso. Mis brazos quedaron inmovilizados por sus cuerpos, así que, sin darme cuenta, era un pelele en sus manos. Y nunca mejor dicho, por que Carmen exclamó, pero que chico tan dulce, si se le ha puesto dura. Normal que se diera cuenta: estaba sentada sobre mi polla que, durísima, luchaba por salir de mis pantalones. Y parece que leyó mi pensamiento por que, mientras Mila me sacaba la camiseta, Carmen desabrochó hábilmente mis bermudas y liberó a mi polla, que quedó dura y expuesta ante las cuatro damas. Allí estaban ante ellas mis casi 20 centímetros de masculinidad. Momento en el que las cuatro empezaron a aplaudir y… bueno, todas menos la Sra. Alfonsi, que si bien su sonrisa delataba que se lo estaba pasando bien, se continuaba conteniendo. Gloria no dejaba de mirarme la polla, como Mila y Carmen, que me la empezaron a acariciar al unísono. Con mis manos, no podía hacer otra cosa que sobarles las tetas por detrás. La paja era acojonante y, con lo caliente que estaba, temía que me iba a correr en cualquier momento. Gloria se dio cuenta y exclamó: iros al piso de arriba, que me vais a dejar la butaca perdida. Tranquila, respondió Carmen, que aquí va a quedar todo limpísimo. Y se arrodilló ante mí y me empezó a chupar la polla, tragándosela casi por completo, mientras me acariciaba los huevos con delicadeza. Con los pezones de Mila en boca, no tardé en correrme. Ni me dio tiempo a avisar que me corría. Pero Carmen, como prometió, se lo tragó todo y me dejó la polla limpia y reluciente. No había caído ni una gota en la butaca. Cuando terminó se levantó y se inclinó ante sus amigas, que la aplaudían entusiasmadas. Después, me cogió de la mano, me hizo levantarme y fue mi turno para ser aplaudido. Entre risas, agradecí los elogios. En ese momento, la Sra. Alfonsi, de pronto algo incómoda, se levantó y dijo que se tenía que marchar, que ya era tarde para ella. Aquello nos cortó el rollo a todos. De pronto una especie de niebla de vergüenza cayó sobre nosotros. Los que estábamos medio desnudos nos apresuramos a cubrirnos. Gloria, sin decir nada y cabizbaja, empezó a recoger las copas y Mila y Carmen, componiendo su ropa, murmuraron que era verdad, que se había hecho tarde. Menuda cagada, pensé. Según como se lo tomaran, me tendría que marchar de la casa mañana por la mañana y a ver qué va a pasar con mi trabajo, como la Sra. Alfonsi se vaya de la lengua con mi jefe.

Azorado, subí a mi piso y me fui directo a la ducha. Cuando salí, se me pasó un poco el mal rollo. Como hacía calor, prácticamente me sequé con solo pasarme la toalla una vez. Me puse una camiseta y me fui a la cocina, me llené un vaso de agua y me fui al comedor a fumarme un cigarrillo y tratar de no comerme demasiado la cabeza con lo que había pasado y sus posibles consecuencias. Minutos después, cuando fui a dejar el vaso a la cocina, vi que había luz en la habitación de Gloria. Discretamente, me asomé a la ventana y, para mi sorpresa, las cortinas estaban totalmente corridas y tenía una perfecta visión de Gloria echada sobre su cama. Tenía un camisón violeta subido hasta arriba, dejando una teta fuera y sus piernas abiertas, mientras se acariciaba su coño. Se estaba masturbando. Mi polla reaccionó de golpe. Se puso dura de nuevo. Mientras Gloria se acariciaba su coño y, segundos después, se metió un consolador en su interior. Arriesgándome a ser visto (puede que deseándolo), me asomé a la ventana. Gloria estaba jadeando y murmuraba algo que no acerté a entender. Automáticamente, empecé a pajearme ante aquel espectáculo tan morboso, mientras trataba de entender qué murmuraba Gloria entre jadeos, cada vez más altos, cada vez más imprudentes. Prácticamente nos corrimos a la vez. Yo un poco antes. Estaba tan hipnotizado ante aquel espectáculo que mi leche cayó en el patio de luces que separaba nuestras ventanas. Uno de mis chorros llegó a caer en la pared de debajo de su ventana. De inmediato, me retiré de la ventana y me limpié la polla con papel de cocina. Me acosté más confuso todavía. Era evidente que a Gloria no le había importunado el espectáculo que le había ofrecido con Mila y Carmen. No tardé en quedarme profundamente dormido.

Continuará...