Mi primera experiencia...
Tras años de sexo heterosexual, mi sueño de experimentar mi faceta más lésbica se hizo realidad
Decía Paulo Coelho en El Alquimista que cuando deseamos algo todo el Universo conspira para que se haga realidad. Sin embargo, nunca dejan de sorprenderme los caminos mediante los que dichos sueños se materializan. Hubo un tiempo en el que dudé acerca de mi sexualidad. Pude observar que la atracción que sentía por distintas personas estaba muy en función del momento hormonal en el que me hallase. Sin embargo, como lo único que acabé teniendo claro fue esa duda, de la cual, como Descartes, no podía dudar, vi el diagnóstico sin esfuerzo alguno delante de mis ojos: bisexual.
A mis 19 años, eran ya diversas las experiencias que había tenido con el sexo opuesto, pero nunca con personas de mi mismo sexo. Era una parte de mí sin explorar, a la que deseaba conocer con todas mis ganas. El problema es que nunca se me ocurría cómo hacerlo salir a bailar con minifalda nunca es una ayuda- . Ya que mi consciente no le daba salida al asunto, mi inconsciente realizó algunas búsquedas en Internet, siempre con poco éxito. Poco éxito, porque si bien una parte de mí quería experimentar sin ataduras ni remordimientos, otra se negaba a abrirse a una desconocida.
Pasó el tiempo y dejé de buscar. Seguía llevando el asunto en mente, pero sin hacer mucho. Un día cuando estaba a punto de apagar el ordenador se me ocurrió la absurda idea de buscar parejas interesadas en experimentar un trío. Realmente no lo hice de forma muy consciente, fue más bien "una última tontería antes de apagar". Sin embargo, uno de los anuncios me llamó la atención lo suficiente como para escribir. Ni siquiera pensé que algún día fueran a responderme, así que me llevé una gran sorpresa al recibir una contestación casi inmediatamente. Comenzó así el contacto con la pareja. O mejor dicho, con el chico, porque hacía uno o dos meses que no estaban ya juntos. Una vez más, parecía que todo había sido para nada. A pesar de ello, descubrimos una alta compatibilidad intelectual, y seguimos hablando. Él le dio mi msn a la chica y empezamos también a hablar. Me comentó que debido a que la relación se había acabado, se tendría que replantear lo del trío, porque ya no le resultaba atractiva la idea de compartir esa experiencia con él. Aún así, le sugerí que podríamos conocernos, y finalmente decidimos quedar la semana próxima.
La semana pasó muy lentamente. Tanto tiempo deseando esto tenía cierta desconfianza de que todo pudiera desaparecer de golpe. Habíamos quedado de noche, en una esquina, desde la que iríamos andando hasta su piso. La verdad es que por msn no me había resultado muy compatible conmigo a pesar de ser un año mayor, me daba una impresión un poco infantil. Pero cuando me llamó para decirme que llegaría unos minutos más tarde, esa impresión se derrumbó: tenía una voz grave y sensual, segura de sí misma. Luego pude constatar que era una de esas personas a las que el msn hace un flaco favor, y que ganan mucho en directo.
Hablamos un poco de camino al piso. El piso era de los dos, pero desde que no estaban juntos, ella vivía sola aunque seguía teniendo la cama de matrimonio. Yo llevaba crema y le sugerí hacerle un masaje. Ella encendió velas e incienso, se quitó la camiseta y se tumbó de espaldas en la cama. Le desabroché el sujetador y comencé suavemente a realizar pasadas por su espalda, que fueron aumentando en profundidad. Mientras tanto, manteníamos una charla en tono despreocupado. Pasaron unos minutos en los que fui variando de técnicas, hasta volver a la original. Y de un momento para otro, se hizo el silencio. No era un silencio incómodo en el que dos personas no saben qué decirse. Era un silencio cargado de significado y de intensidad. Era un caldero mágico en el que estaba contenido todo lo que vendría después.
En ese momento no mi cabeza, sino mi parte más instintiva, supo qué hacer. Me extendí sobre ella como un felino, cubriéndola con mi cuerpo (por aquel entonces todavía vestido) y respirando cerca de su oído. Pude oír cómo su respiración se agitaba. Puse mis manos sobre sus brazos y le mordí el hombro. Mi olfato estaba despierto, e iba recorriendo cada centímetro de su cuello (un buen cazador nunca olvida el olor de su presa). Suavemente comencé a morder también el lóbulo de su oreja, y a acariciar con mi lengua su contorno. Notaba su respiración agitándose más y más. Descendía por su cuello y volvía a ascender, hasta que en un instante fugaz encontré su boca a la que después volví una y otra vez. En ese momento fui consciente de que se trataba de mi primera experiencia con alguien de mi mismo sexo.
De repente fui yo la cogida por sorpresa. Se dio rápidamente la vuelta e introdujo sus manos por dentro de mi camiseta. Me desabrochó el sujetador y me quitó la camiseta. Ahora podía notar todo el calor y suavidad de su piel sobre la mía. Me echó hacia atrás y comenzó a recorrer con su lengua todo el contorno de mis pechos, hasta llegar a los pezones, que succionó y mordió lentamente. Antes de que pudiera reaccionar me quitó también los pantalones vaqueros, y en esa posición, conmigo a horcajadas sobre ella y reclinada sobre la cama, empezó a acariciar el interior de mis muslos y a lamer mi abdomen. Cuando mi cuerpo tembló, se deslizó por encima hasta dejar caer en un abrazo su cabeza sobre mi hombro. Con esa voz grave, me susurró " muérdeme ". Y mis dientes se desataron. Oía su respiración, que se transformaba en gemido cuando mis colmillos se clavaban con deleite siguiendo el recorrido de la yugular. Su cuerpo se arqueó de placer cuando mordí sus pezones.
Entonces sentí su mano deslizarse hacia el interior de mis muslos, quitarme el único resto de ropa e introducir su dedo profundamente en la calidez y humedad de mi vagina. Me estremecí de sorpresa y placer, y a continuación empecé a realizar caricias circulares por encima de su pantalón. Su pelvis se levantó, sin poder soportar la tensión, pidiendo que desapareciera ese último vestigio de ropa sobre ella. Ahora era su mano la que me guiaba, y me pedía en silencio que sintiera en ella mi misma humedad. Cuando mi dedo empezó a moverse, siguiendo los dictados de la voz de su cuerpo, su respiración se hizo más corta y superficial, dejando escapar gemidos que pugnaban por salir. Situó su mano sobre la mía, pidiendo más y más profundidad, y en un último momento todo su cuerpo se crispó de placer.
Acarició suavemente mi cuerpo, besando mis hombros y mi boca, y dio comienzo un diálogo entre nuestras piernas, que finalmente se entrecruzaron. Me situé sobre ella, en un abrazo en el que el clítoris de cada una era estimulado por el muslo de la otra, como las antiguas tríbades de Grecia. Nuestro ritmo se sincronizó, y situando sus manos sobre mis caderas pidió mayor amplitud. Nuestra respiración dejaba traslucir la enorme tensión que se hallaba contenida. Se hizo más rápida. Se transformó en gemidos. Y estallamos.
Finalmente nuestras respiraciones se calmaron en el calor del cuerpo de la otra.